Noviembre 2022

Sin duda se trata de un conflicto convencional, en el que se enfrentan dos ejércitos profesionales respaldados por dos grupos antagónicos plurinacionales. Por un lado están las fuerzas armadas ucranianas, asistidas por los gobiernos occidentales de Europa y América, principalmente, encabezados por la mayor potencia militar mundial, los Estados Unidos. Por otro lado están las fuerzas armadas rusas, sostenidas por la alianza Ruso-China y asistidas por los aliados de estos países. El bloque ucraniano desea conservar el mundo como está, sometido bajo la bota norteamericana ante la que se reúnen los imperialistas tradicionales de Inglaterra, Francia, Alemania y otros países satélites del imperialismo. El bloque ruso, en cambio, ha manifestado la necesidad de establecer un mundo multipolar, en el que las naciones se relacionen libremente, sin la tutela del gran carcelero mundial que es Estados Unidos.

A más de 8 meses de su inicio, la guerra de Ucrania no ha amainado, y conforme pasa el tiempo las tensiones entre los bloques se están recrudeciendo. No se conoce cuándo terminará el conflicto, pero hay elementos que permiten aventurar algunas hipótesis sobre las posibles salidas de la guerra. En ese sentido, es útil ver el desarrollo de la conflagración desde la propuesta del teórico Carl von Clausewitz, desde los tres factores fundamentales de su teoría de la guerra: el primer factor lo componen los ejércitos, la herramienta de los bloques enfrentados; el segundo, la cohesión política de los gobiernos enfrentados, y el tercero, las voluntades de los pueblos para sostener los esfuerzos bélicos de sus gobernantes. De acuerdo con Clausewitz, el mejor escenario para ganar una guerra es lograr una buena complementariedad entre esos tres elementos. Veamos.

Las fuerzas armadas que participan en este conflicto han de considerarse desde dos perspectivas, por un lado, a partir del terreno de táctico, es decir, estableciendo cuáles ejércitos participan en el teatro de operaciones militares; por otro lado, a partir de las capacidades de los beligerantes para nutrir constantemente a sus frentes con dispositivos de destrucción. Sobre las tropas, se sabe bien que están en combate los ejércitos nacionales de Ucrania y el ejército de Rusia; el ejército de Rusia es muy superior al de Ucrania en este aspecto, pues de acuerdo con el portal Global Fire Power que se dedica al análisis de la potencia militar de los países, Rusia es la segunda fuerza del mundo mientras que Ucrania ocupa el lugar 22.[1]

Sin embargo a esa información más o menos precisa, habría que agregar la potencia de otras fuerzas armadas que están combatiendo, los mercenarios o empresas privadas de contratistas militares que trabajan para uno y otro bloque, cuyo peso en la guerra es divulgado muy escasamente. Los medios del bloque ruso han alertado desde hace tiempo que las empresas contratistas norteamericanas Forward Observations Group y Academi (antes Black Water) se encontraban en Ucrania desde antes del estallido de la guerra, entrenando a las milicias nacionalistas de Ucrania.[2] Asimismo, cuando comenzó la guerra, en marzo de 2022, Zelensky anunció la llegada de 16,000 combatientes extranjeros que pelearían por Ucrania.[3] Hasta el momento los mercenarios de Zelensky no han salido de Ucrania. Por su parte, los medios occidentales dan amplia difusión a las noticias sobre la presencia de combatientes del grupo contratista ruso Wagner, así como sobre otros supuestos contratistas Sirios, que actúan en favor del frente ruso en los frentes del Donbass.[4]

Respecto a la segunda perspectiva, cuando se observan las capacidades para suministrar dispositivos militares que tiene cada partido, Rusia se encuentra en gran desventaja. Su aliado más poderoso es China, que ocupa el tercer lugar entre las potencias militares del mundo, pero el bloque Ucraniano cuenta con más recursos que la alianza ruso-china gracias a la injerencia de Estados Unidos. Tan sólo en términos de “presupuesto de defensa” el erario de EE. UU. destina 770 mil millones de dólares; Rusia destina 154 mil millones de dólares, y China 230 mil millones de dólares.[5] Es decir, sumando los presupuestos de defensa de China y Rusia estos países apenas pueden reunir el 50% del financiamiento militar que tienen los estadounidenses. Pero el poder de fuego que sostiene las líneas ucranianas también lo componen otras bases, es decir, Zelensky cuenta con las  potencias nucleares Francia, Reino Unido e Israel y con el resto de los ejércitos que componen la OTAN. En todo caso, lo único que mantiene a raya la intervención directa de ese conglomerado occidental prácticamente imparable es el hecho de que, si bien ellos tienen más de 7,000 bombas nucleares estratégicas, es decir bombas que pueden arrasar con ciudades enteras, la alianza ruso-china cuenta con una cifra muy parecida de éstas superbombas y está dispuesta a emplearlas si el bloque de Occidente amenaza su existencia.[6]

Viendo simplemente el asunto de las fuerzas armadas enfrentadas, pareciera que la balanza se inclina en favor del bando occidental. Sin embargo, los otros dos factores hacen un contrapeso importante. Y es que a diferencia de los gobiernos de Rusia y China, que se han mostrado sólidos en sus posiciones, sin disidencias internas en el seno de sus filas políticas, los gobiernos que sostienen el esfuerzo ucraniano están comenzando a vacilar. Con esto no me refiero únicamente a los gobiernos Europeos, en donde hallamos eventos como la dimisión de Liz Truss en Reino Unido debido a la incapacidad del partido conservador para gobernar las crisis británicas,[7] sino a las propias disidencias internas en el seno del mayor interesado en la guerra contra Rusia, Estados Unidos. El pasado 24 de octubre un grupo de 30 congresistas del partido demócrata, es decir, el partido del presidente Joe Biden, firmaron una carta para instar al Ejecutivo norteamericano a detener su asistencia militar y financiera para Ucrania y a establecer “esfuerzos diplomáticos vigorosos” para negociar un armisticio. Asimismo invitaban a Biden a establecer “pláticas directas con Rusia” y a establecer un acuerdo de seguridad europea conveniente para todas las partes en conflicto que permita la existencia de una Ucrania independiente.[8] Esta carta fue puesta en circulación en internet, pero inmediatamente después fue criticada por el resto de congresistas demócratas y unas horas más tarde, algunos de los firmantes escribieron su retractación en sus redes sociales.[9] La publicación del documento ilustra que el mayor soporte político del partido occidental se está resquebrajando internamente, pues no todos los políticos estadounidenses están a favor de la continuación de la guerra que promueve su ejecutivo.

Finalmente, el tercer elemento de la trinidad de Clausewitz, el favor de los pueblos para sostener los esfuerzos bélicos de los Estados en conflicto, deja mucho que desear respecto de la sustentabilidad de la guerra de Occidente contra Rusia. El pueblo de ruso ha respondido de manera positiva frente las decisiones de su ejecutivo. De acuerdo con el portal de estadísticas Statista, la popularidad del presidente Putin ha oscilado entre el 83 y el 77% entre abril y agosto de 2022.[10] Y es que a pesar de todas las sanciones impuestas contra Rusia, la buena administración de Putin ha garantizado que su economía se mantenga a flote mientras occidente se hunde en la inflación. Las calificaciones del ejecutivo ruso contrasta con las que tienen, por ejemplo, las administraciones de Biden en Estados Unidos, de Emmanuel Macron en Francia y de Olaf Sholz en Alemania: en la primera mitad del año, la aceptación de Biden por el pueblo norteamericano ha oscilado entre el 38 y el 44%; en octubre, en el caso de Francia, sólo el 36% de los franceses consideran positiva la gestión presidencial de Macron, y hacia mediados de este año la popularidad del canciller alemán ha oscilado entre el 46 y 48%.[11]

Eso es en términos porcentuales. Sin embargo, varios eventos demuestran que la guerra está afectando más directamente a los pueblos de Europa y que esto genera una gran efervescencia entre la población. A partir de octubre de 2022 en el Reino Unido se ha fijado un precio tope del costo de la energía para los hogares en 3.549 libras esterlinas, lo que significa un aumento del 80% frente al límite de 1,971 libras esterlinas que se tenía en agosto; en Francia, el gobierno reprimió una serie de manifestaciones “contra la vida cara” que se desarrollaron en París el 16 de octubre, y este tipo de movimientos se han extendido por Italia, Reino Unido, República Checa y Alemania.[12] Las voces de protesta cuestionan el envío de armas a Ucrania, se levantan contra la disponibilidad de fondos para financiar una guerra ajena en Ucrania y la nula solución de las carencias que la guerra está provocando. Parece que la causa de los gobiernos de Occidente ya no es vista como causa de sus pueblos; sólo las élites se mantienen fieles al gran diseñador de la guerra que es Estados Unidos.

En resumen, la única superioridad del bloque pro-Ucrania, que sostienen Estados Unidos y sus satélites, es la posesión de más armas y ejércitos. No obstante, esta superioridad se encuentra retenida por la paridad nuclear que existe entre los dos bloques. Por otro lado, mientras las naciones y gobierno de Rusia se encuentran intactos y asistidos por el gigante asiático que es China, los principales gobiernos de Occidente no se encuentran cohesionados políticamente y sus pueblos no están de acuerdo con la continuación de la guerra, ni ven con aprobación las gestiones gubernamentales de sus jefes de Estado. En ese sentido se puede concluir que en el horizonte hay dos salidas posibles: la primera no dejaría ganador, sería la vía de hacer valer la superioridad militar de occidente lanzando todo el poder nuclear contra Rusia, lo que desencadenaría una contraofensiva de proporciones similares y desataría un infierno nuclear que destruiría el planeta. La segunda, la más positiva para el planeta, es la derrota de Occidente a través de la paz con Rusia y China. Esta salida del conflicto está siendo auspiciada gracias a la rebeldía creciente de los pueblos de Europa. Esta rebeldía puede obligar una marcha atrás de las élites que gobiernan Europa, forzar la eliminación de la bota norteamericana de la OTAN y la desaparición del peligro del infierno nuclear que impulsa Joe Biden con sus políticas guerreristas. Pero esta salida de guerra supondría el fin del imperio estadounidense y el nacimiento de un mundo multipolar.


Anaximandro Pérez es Maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] https://www.globalfirepower.com/countries-listing.php.

[2] https://morningstaronline.co.uk/article/blackwater-mercenaries-training-far-right-militia-ukraine-donetsk-military-commander-claims

[3] https://www.rt.com/russia/551149-zelensky-ukraine-foreign-fighters/

[4] https://www.20minutes.fr/monde/ukraine/4006165-20221019-guerre-ukraine-groupe-wagner-dit-construire-ligne-defense-region-lougansk

[5] https://www.globalfirepower.com/countries-listing.php.

[6] cfr. Pedro Baños, El dominio mundial… (2018), pp.31-36.

[7] https://unamglobal.unam.mx/por-que-cayo-liz-truss-primera-ministra-britanica/

[8] Carta de los 30 congresistas, 24 de Octubre de 2022.

[9] https://www.elconfidencial.com/mundo/2022-10-25/grietas-eeuu-democratas-piden-biden-negociar-putin_3512367/

[10] https://es.statista.com/estadisticas/1293686/indice-de-aprobacion-de-vladimir-putin-en-rusia-mensualmente/.

[11] Cfr. con https://elpais.com/internacional/2022-08-29/la-popularidad-de-biden-se-recupera-hasta-su-maximo-en-un-ano.html, para EE. UU.; https://www.bva-group.com/sondages/observatoire-de-politique-nationale-bva-orange-rtl-octobre-2022/?utm_source=LinkedIn, para Francia, y https://www.rfi.fr/es/europa/20220822-r%C3%A9cord-de-impopularidad-para-olaf-scholz-en-alemania, para Alemania.

[12] https://www.lainformacion.com/mundo/reino-unido-sube-precio-energia-hogares/2872767/; https://www.france24.com/fr/france/20221016-manifestation-contre-la-vie-ch%C3%A8re-%C3%A0-paris-taxer-les-riches-ce-serait-d%C3%A9j%C3%A0-pas-mal; https://www.elmundo.es/internacional/2022/10/23/63528440e4d4d8634c8b458e.html.

Octubre 2022

En septiembre, la Secretaría de Educación Pública (SEP) actualizó los indicadores educativos[1] del ciclo escolar 2021-2022, por lo que ahora podemos ver, aunque sea a grandes rasgos, la situación actual de la educación en México. En este artículo, sin embargo, trataré solo los temas de cobertura y absorción.

En educación básica, el preescolar es el nivel con menores Tasas Netas de Escolarización (TNE). Una TNE nos dice cuántos de los estudiantes en edad de cursar cierto nivel educativo de hecho se encuentran inscritos en él.

La TNE en preescolar se incrementó hasta el ciclo 2016-2017, cuando alcanzó 73.9%. Desde entonces, este indicador ha disminuido de manera sostenida, antes, durante y después del confinamiento por Sars-CoV-2. Como era de esperar, el mayor descenso ocurrió en el ciclo 2020-2021, durante el confinamiento. Aquí, la TNE pasó de 71.4% a 65.6%. Sin embargo, lo que se pudo observar en el último ciclo escolar fue un nuevo descenso, donde la TNE apenas alcanzó el 63.3%.

Para hacernos una idea de la magnitud del problema, consideremos que en 2021 la población de entre tres y cinco años fue de 6 millones 523 mil 361 niños y niñas, por lo que una TNE del 63.3% nos dice que durante el último ciclo escolar hubo cerca de 2 millones 393 mil 594 niños y niñas que, por una u otra circunstancia, no pudieron ejercer su derecho a la educación[2].

Este retroceso en el acceso a preescolar resulta por demás problemático si consideramos que los primeros niveles educativos son cruciales para combatir el rezago, las desigualdades e, incluso, para el desarrollo neurológico de niños y niñas[3].

En comparación con preescolar, la primaria cuenta con un acceso casi universal. Hasta el ciclo 2012-2013, la TNE rondaba el 100%. Sin embargo, desde 2013-2014, este indicador ha tendido a la baja, llegando a 97.4% en 2020-2021 y a 96.3% durante el último ciclo escolar. Estos dos descensos, que suman dos puntos porcentuales, parecieran ser poco, sobre todo para un contexto de pandemia. Sin embargo, si consideramos los absolutos, veremos que el problema no es menor. En el ciclo 2019-2020, el número de niños y niñas de entre 6 y 11 años que no asistía a la primaria era de cerca de 223 mil 443 en todo el país, casi un cuarto de millón[4]. En 2021-2022, esta cifra alcanzó los 487 mil 814 casos[5], es decir, más del doble que lo reportado dos años antes.

En secundaria, la historia es un tanto distinta. Aquí, la TNE aumentó de manera sostenida hasta el ciclo 2014-2015, alcanzando un máximo de 88.3%. Desde entonces se ha observado una caída de la cobertura que, sin embargo, tuvo un ligero repunte en el ciclo 2020-2021, quedando finalmente en 83.9% durante el último ciclo escolar.

De nuevo, para hacernos una idea del tamaño del problema, consideremos que, en el ciclo escolar 2021-2022, había un 16.1% de jóvenes de entre 12 y 14 años que no asistía a la secundaria, es decir, 1 millón 75 mil 201 casos[6]. Por supuesto, no sabemos en qué proporción se trata de jóvenes que abandonaron sus estudios, los interrumpieron temporalmente, se quedaron rezagados en algún nivel anterior o definitivamente nunca ingresaron al sistema educativo.

Sin embargo, algo que sí sabemos es que, en los últimos dos años, el porcentaje de estudiantes que ingresa a secundaria, con respecto a los que egresan de secundaria, se redujo. Y lo mismo ocurrió con los egresados de secundaria que ingresan a media superior. A este indicador lo conocemos como absorción y nos dice qué porcentaje representan los nuevos ingresos a un nivel educativo con respecto a los egresados del nivel anterior.

Así, en secundaria, para el ciclo 2019-2020, pudimos observar un índice de absorción del 96.9%, lo que quiere decir que, por cada 100 egresados de primaria, hubo 97 estudiantes que ingresaron a la secundaria. Para el ciclo 2020-2021, sin embargo, la absorción fue de 94.5% y para 2021-2022 fue de solo 93.1%.

De acuerdo con la misma SEP, al final del ciclo antepasado hubo un total de 2 millones 274 mil 441 egresados de primaria, lo que quiere decir que, al menos y aproximadamente, hubo 156 mil 804 estudiantes que egresaron de la primaria en julio de 2021, pero no ingresaron a secundaria en agosto.

En media superior, por otro lado, la absorción del ciclo 2019-2020 fue de 102%. Es decir que entraban más estudiantes a preparatoria de los que egresaban de secundaria. Esto tiene sentido si consideramos que el indicador de absorción no toma en cuenta la edad normativa, como sí lo hace la TNE. Pues bien, al año siguiente, durante el confinamiento, la tasa de absorción fue de solo 91.1%, y en el ciclo escolar 2021-2022, fue de apenas 90.3%. Así, en el último ciclo escolar, hubo, al menos y aproximadamente, 195 mil 852 jóvenes que, habiendo egresado de la secundaria, no ingresaron a media superior.

La educación media superior constituye uno de los mayores filtros del sistema educativo. En términos de cobertura, nuestro sistema no ha logrado brindar acceso, ni siquiera, al 65% de los jóvenes de entre 15 y 17 años. A este respecto, la TNE aumentó de manera sostenida hasta 2017-2018, cuando alcanzó 63.8%. En lo sucesivo, sin embargo, solo tenemos reducciones sostenidas, alcanzando, en el último ciclo escolar solo 60.7% de cobertura neta.

Nuevamente, para hacernos una idea de la magnitud del problema, consideremos que en el último ciclo escolar la población de entre 15 y 17 años fue de 6 millones 671 mil 637 estudiantes. Esto quiere decir que, al menos y aproximadamente, 2 millones 623 mil 561 de ellos no estaban estudiando la preparatoria en el ciclo que acaba de concluir.

En educación superior el panorama es un tanto distinto. Aquí, la absorción, en lugar de subir, ha disminuido de manera progresiva desde hace ya varios años. En el ciclo 2012-2013, por ejemplo, por cada 100 egresados del bachillerato, había aproximadamente 86 estudiantes que ingresaban a la universidad. En el último ciclo escolar, por cada 100 egresados, solo ingresaron 68. Lo que este dato revela es que la expansión de la educación superior se está viendo rebasada progresivamente por la educación media.

Sobre la cobertura[7] en educación superior, ésta se ha incrementado de manera ininterrumpida. Aquí, contrario a lo observado antes con las TNE, no hubo reducciones durante los últimos dos años, lo que resulta positivo.

De hecho, por lo que hemos podido apreciar, parece que los efectos de la pandemia, al menos en cuanto a cobertura y absorción se refiere, se han centrado en la reducción del acceso a preescolar y las transiciones a secundaria y media superior.

Tal parece que, de cara a la compleja situación experimentada con la crisis sanitaria y económica, así como con las dificultades de las clases a distancia, muchos hogares mexicanos no encontraron otra alternativa que postergar el ingreso de sus hijos e hijas al preescolar, a la secundaria o a la preparatoria.

Enfrentamos un problema fundamental de la educación en México. Para que cada niño, niña y joven pueda ejercer su derecho a la educación es necesario, en primer lugar, que haya suficientes escuelas con lugares disponibles y es necesario, en segundo lugar, que todos estén en condiciones de poder acceder a ellas[8]. Si no se cumplen estas condiciones básicas, entonces no podremos atender y solucionar otros problemas igualmente importantes como la calidad y la equidad educativas.

El problema, además, se vuelve tanto más urgente, por cuanto los problemas de acceso y progresión en el sistema educativo están altamente influidos por la desigualdad[9]; de manera que son las niñas, niños y jóvenes de estratos más bajos los que o bien tienen menores oportunidades de acceso al sistema educativo o lo abandonan antes.


Pablo Hernández Jaime es Maestro en Ciencias Sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] https://www.planeacion.sep.gob.mx/indicadorespronosticos.aspx

[2] Todos los absolutos presentados en el artículo fueron tomados del Reporte de Indicadores Educativos de la SEP y que está disponible en el primer enlace citado.

[3] https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2448-85502018000200033

[4] Considerando una población de entre 6 y 11 años de 13,301,957.    

[5] Considerando una población análoga de 13,236,735.

[6] De una población de entre 12 y 14 años de 6 millones 659 mil 928 jóvenes.       

[7] En educación superior no está disponible la cobertura en términos de TNE, por lo que utilicé el indicador de cobertura. Este, nos dice qué porcentaje representan todos los estudiantes de universidad (sin distinción de edad, en modalidad escolarizada y no escolarizada, aunque sin contar posgrado) con respecto a la población de 18 a 22 años.

[8] https://revistas.uam.es/jospoe/article/view/5625

[9] Lorenza https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-26732014000100004

Patricio, Emilio y Héctor https://libros.colmex.mx/wp-content/plugins/documentos/descargas/P1C230.pdf

Octubre 2022

La Gran Depresión

A finales de octubre de 1929, los llamados “Felices años veinte”, que fueron un periodo de aparente aceleración económica y relajación de las tensiones sociales, terminaron abrupta y devastadoramente cuando la Bolsa de Nueva York experimentó el colapso más grande de su historia, desvaneciendo millones de dólares en cuestión de días y desencadenando la recesión más grande en la historia de los Estados Unidos, hoy conocida como la Gran Depresión. En los años siguientes, miles de bancos cerraron, negocios quebraron en todo el país, y millones de trabajadores perdieron su empleo. El desempleo llegó a un dramático 20 por ciento. Grandes sectores de la población estadounidense, que aún no estaban en situación de pobreza, vieron desaparecer los ahorros de toda su vida y cualquier perspectiva laboral. A millones los desalojaron de sus casas, entre ellos a agricultores empobrecidos, dificultando aún más el acceso a la alimentación. La especulación financiera desenfrenada a cargo de las élites empresariales había impulsado el auge de la economía en la década de los veinte, y construido las fortunas masivas de los nuevos ultrarricos. Ésta era considerada por muchos la culpable de la desgracia global que ahora vivían. Así, la inestabilidad inherente al sistema capitalista creó, una vez más, condiciones maduras para la organización anticapitalista.

Las predicciones optimistas de una recuperación rápida al inicio de la recesión se mostraron falsas cuando la devastación económica se extendió por todo el país a principios de los años treinta. Entonces, la tensión y el malestar comenzar a aumentar rápidamente. La masa de pobres y hambrientos veía campos cultivables ociosos por falta de rentabilidad y fondos para los agricultores.  Cuando la crisis se agudizó, estallaron disturbios por alimentos y la población recurrió a la fuerza para resistir a los intentos de desalojo de la policía. Durante los años 1931-1933 la policía tuvo que sofocar a multitudes de cientos y, a veces, miles de personas, muchas de ellas armadas, que exigían comida y trabajo en ciudades como Arkansas, Detroit, Indiana Harbor, Boston, Nueva York, Seattle y más. En el verano de 1932, se necesitaron “cuatro tropas de caballería, cuatro compañías de infantería, un escuadrón de ametralladoras y seis tanques” para reprimir una marcha en Washington D.C. de 20.000 veteranos de la Primera Guerra Mundial que exigían el pago de bonos de guerra.[1]

El Partido Comunista de los Estados Unidos (CPUSA) rápidamente asumió un papel activo en la organización. En marzo de 1930, el CPUSA organizó un “Día Internacional del desempleo”, en el que más de un millón de trabajadores se manifestaron en EE. UU. bajo el lema “¡No mueras de hambre! ¡Lucha!”. Se crearon Concejos de Desempleados, que reclutaron a decenas de miles, organizaron protestas, y lucharon fervientemente contra los desalojos. Los comunistas fueron capaces de organizar a través de líneas raciales, a pesar de la persistencia de los antagonismos en este ámbito, y se convirtieron en líderes en la organización de huelgas de alquiler y en la resistencia local contra desalojos. Rápidamente se popularizó el eslogan: “¡Corre rápido y encuentra a los Rojos!”, que se utilizaba cuando la policía aparecía para desalojar a alguna familia de su vivienda. Cuando la policía arrojaba a la calle los muebles de los desalojados, multitudes de personas ayudaban a devolverlos a las casas y levantaban barricadas físicas hasta que la policía se veía obligada a irse. En un caso famoso en la ciudad de Nueva York en enero de 1932, conocido como la “Batalla del Bronx”, un consejo de desempleados votó a favor de apoyar una huelga de alquiler a gran escala y dispuso que miles de residentes resistieran físicamente los intentos de la policía por romper el Huelga. Cuando los propietarios de dieron por venidos y anunciaron el fin de los desalojos y una reducción del alquiler, la multitud estalló en cánticos de La Internacional mientras agitaban sus ejemplares del periódico del CPUSA.[2]

La insatisfacción con el estatus quo condujo a la elección del candidato populista del Partido Demócrata Franklin Roosevelt a la presidencia en noviembre de 1932. Roosevelt era una figura carismática, que prometía promulgar un conjunto de reformas para aliviar la situación de la clase trabajadora y lograr estabilidad económica, con la esperanza de un acuerdo múltiple entre las grandes empresas, los trabajadores y el estado. La Ley de Recuperación de la Industria Nacional, aprobada en 1993, autorizaba al estado regular salarios y precios, estableció un programa de obras públicas nacionales sin precedentes —movilizando directamente a millones de desempleados para trabajar— y proveía derechos de negociación colectiva a los sindicatos.  Un programa más radical de planificación y producción estatales llamado Tennessee Valley Authority, implementado en 1933, ganó popularidad inmediatamente al llevar desarrollo económico y modernizar la infraestructura en áreas rurales del sur, pero fue despreciado como un programa “socialista” por las élites gobernantes.

Al principio, las élites empresariales presionaron para aplastar las reformas de Roosevelt y, de hecho, obtuvieron un control significativo sobre la economía a través de sus posiciones en las asociaciones empresariales recién creadas, así como en la Cámara de Comercio. Sin embargo, conforme avanzaba su mandato, la creciente amenaza de disturbios y rebeliones empujó a Roosevelt mucho más allá de lo que esperaba o incluso de lo que quería lograr. Un ejemplo de esta amenaza es la “huelga de la costa oeste” de 1934, en la que decenas de miles de estibadores en todos los puertos de la costa oeste declararon una wildcat strike[3] a pesar de la reticencia y protesta de la dirigencia conservadora del sindicato; la huelga paró en seco la actividad económica. El paro culminó con una huelga general en San Francisco, después de que dos trabajadores murieran en enfrentamientos con la policía. El estado llamó a nuevas fuerzas policiales especiales y la guardia nacional, que llegaron con tanques, ametralladoras y artillería, amenazando con un gran enfrentamiento con los trabajadores de la ciudad. El periódico Los Angeles Times escribió: “La situación en San Francisco no se puede describir correctamente como una ‘huelga general’. Lo que realmente se está desenvolviendo allí es una insurrección, una revuelta de inspiración y dirección comunistas contra el gobierno. Solo hay una cosa por hacer: sofocar la revuelta con la fuerza que sea necesaria.”[4] Al mismo tiempo, una huelga de camioneros en Minneapolis, fuertemente influenciada por la Liga Comunista de Estados Unidos, declaró una huelga que inmovilizó la ciudad. Más tarde ese año, más de 300.000 trabajadores textiles en todo el sur se declararon en huelga, dirigida por las mismas bases obreras, lo que provocó más batallas mortales con las fuerzas policiales e incluso la extensión de la huelga al noreste. En última instancia, cada una de estas luchas terminó en acuerdos, pero el creciente temor a una revuelta de clase se incrustó en la conciencia nacional.

Para mitigar estas amenazas de rebelión y estabilizar las relaciones de clase, Roosevelt amplió su lista de reformas. Conocido popularmente como el “New Deal” (Nuevo Trato o Nuevo Acuerdo), la amplia gama de reformas aprobadas bajo el mandato de Roosevelt incluyó el establecimiento de seguridad social, seguro de desempleo, salario mínimo, regulaciones a la banca y actividad financiera, reforma fiscal progresiva, programas de obras públicas, reformas agrícolas para estabilizar los ingresos de los agricultores y la expansión de los derechos laborales y sindicales. A pesar de la persistencia de la depresión, Roosevelt se hizo muy popular entre la clase trabajadora, realineando dramáticamente el panorama político de los EE. UU. en las próximas décadas. El Partido Demócrata se convirtió en el partido de los obreros organizados y de los trabajadores pobres, y Roosevelt fue reelegido para cuatro mandatos presidenciales, algo sin precedentes en la historia de EE.UU. En total, ocupó este cargo desde 1933 hasta su muerte en 1945.

Al mismo tiempo, las políticas protectivas hacia los pobres y el aparente favoritismo de Roosevelt por la clase obrera le ganaron el resentimiento de las élites empresariales, quienes lo desdeñaban como un “traidor a su clase”. Durante el primer año de su presidencia, se reveló en el Congreso un supuesto complot para derrocar a Roosevelt e instalar una dictadura fascista dirigida por el general mayor Smedley Butler; un complot que hacía eco del ascenso del fascismo en Europa. Desafortunadamente para los golpistas, Smedley Butler, quien era en ese momento, el infante de marina más condecorado en la historia de los EE. UU., había evolucionado en su postura hasta convertirse en un crítico del capitalismo y un partidario del presidente Roosevelt. Tras décadas de servicio militar, Butler se dio cuenta de que sus acciones no servían a los intereses del estadounidense promedio, ni a los ciudadanos de los países que ayudó a invadir, sino a los de la clase capitalista. Declarando que durante décadas había servido sin saberlo como un “hombre musculoso de clase alta” para Wall Street y etiquetándose a sí mismo como un “mafioso del capitalismo” en un libro que escribió titulado War is a Racket, Butler testificó ante el Congreso contra los golpistas, y el golpe nunca se concretó. La seguridad de la que gozó Butler tras dar a conocer su testimonio, sin embargo, nunca llegó al cada vez más popular senador de Luisiana Huey Long, quien criticó a Roosevelt por no ir lo suficientemente lejos con sus reformas. Long amenazó a Roosevelt con competir contra él en las elecciones presidenciales, pero fue asesinado en 1935, en lo que muchos consideraron una conspiración.

Eventualmente, la clase dominante tuvo que aceptar a regañadientes la necesidad de las reformas de Roosevelt para salvarse de la amenaza de una revolución. El New Deal coincidió con la publicación de La Teoría General, del economista John Maynard Keynes, un texto innovador que desafió las ortodoxias económicas del capitalismo laissez faire (de libre mercado) y mostraba la necesidad de un papel muchísimo más activo del estado en la regulación de la economía. Las políticas de Roosevelt y el giro general en los estados de todo el mundo hacia una nueva era de participación estatal en asuntos económicos se asociaron con el “keynesianismo”, un término para este nuevo marco ideológico que se apoderó del mundo capitalista, reconociendo la necesidad de estabilización y coordinación económicas, que se consideraban indispensables para evitar que el conflicto de clases derrocase el orden existente.

La Segunda Guerra Mundial (WWII) y el Segundo Temor Rojo

A fines de la década de 1930, el futuro de los EE. UU. era incierto. La inestabilidad del sistema capitalista dio paso a la mayor crisis que jamás haya enfrentado el capitalismo estadounidense: la recesión económica más larga y profunda de su historia. La ira y el resentimiento aumentaron, mientras crecía la influencia del marxismo y el Partido Comunista. Huelgas masivas y enfrentamientos a gran escala con la policía e incluso con el ejército estallaban en ciudad tras ciudad. Un populista de izquierda fue elegido a la presidencia e inmediatamente casi fue derrocado y reemplazado por una dictadura fascista. Y mientras la amenaza de la revolución empujaba a Roosevelt a ampliar sus reformas, la depresión económica persistía y el temor a un levantamiento comunista masivo crecía. Si alguna vez hubo un momento en la historia de Estados Unidos en el que existió la posibilidad real de una revolución socialista, fue durante estos años. No es difícil imaginar un evento como la huelga general de San Francisco convirtiéndose en una revuelta obrera armada generalizada. Si el complot golpista contra Roosevelt hubiera tenido éxito, quizás EE. UU. se hubiese unido a las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial en lugar de a los Aliados, o quizás podría haber estallado a una guerra civil, como había ocurrido en España. En un mundo distinto, todos estos eventos pudieron haber llevado a un punto de inflexión y una historia completamente diferente para el siglo XX. Sin embargo, ese punto de inflexión para la revolución nunca llegó. El CPUSA, enfrentando represión permanente y una atmósfera anticomunista en el país promovida por las élites dirigentes, nunca logró tracción suficiente como para amenazar con una victoria electoral presidencial ni con una insurrección al estilo bolchevique.

Por el contrario, el inicio de la Segunda Guerra Mundial (WWII) alteró profundamente el panorama geopolítico y económico global. Al interior, la entrada de EE. UU. en la guerra después del ataque japonés a la base militar de Pearl Harbor en Hawái en 1942 condujo a una movilización masiva durante la guerra, lo que acabó rápidamente con el desempleo y provocó un aumento de los sentimientos patrióticos entre la población. Los sindicatos aceptaron restringir las huelgas durante la guerra, y el CPUSA incluso cambió su caracterización de ésta después de que la Alemania nazi invadiera la Unión Soviética, de una guerra imperialista a una lucha necesaria contra el fascismo. El hecho de que la guerra nunca tocara suelo estadounidense, con la única excepción del ataque a Pearl Harbor, significó que Estados Unidos se convirtió en la principal potencia hegemónica, reemplazando por fin al Imperio Británico, y colocándose a la cabeza para la reconstrucción de Europa.  La demanda agregada generada por esta reconstrucción, el poder sin paralelos y el acceso a los mercados alrededor del globo, y la poderosa lista de reformas de Roosevelt que proporcionó seguridad económica y estabilidad sin precedentes, todo se combinó para producir un auge económico de posguerra, en un periodo que hasta la fecha se le describe como la edad de oro del capitalismo estadounidense.

No obstante, el poder de negociación de los trabajadores organizados emergió de la guerra más grande que nunca, obteniendo un asiento no oficial en la mesa de gobierno. La clase obrera había ganado un enorme poder y protecciones a través de las reformas de Roosevelt, y el CPUSA, con su base de más de 75,000 miembros en 1947, amenazó con impulsar estas victorias más allá a medida que avanzaba la transición de una economía de tiempos de guerra a una de tiempos de paz. El temor de que la recesión pudiera volver a asomar la cabeza en cualquier momento y revitalizar el conflicto de clases de la década de 1930 perseguía a la clase dominante. Además, las victorias del socialismo en todo el mundo encendieron las alarmas en el núcleo capitalista. En 1949, la Unión Soviética probó con éxito su primera bomba nuclear, poniendo fin al breve reinado de supremacía nuclear unilateral estadounidense, y ese mismo año el Partido Comunista Chino salió victorioso de la Guerra Civil China, con el Kuomintang respaldado por Estados Unidos huyendo a Taiwán (anteriormente conocido como como Formosa). Los Partidos Comunistas llegaron al poder por toda Europa del Este, las ideas marxistas se extendieron por América Latina, el Medio Oriente, África y Asia, y los Partidos Comunistas se posicionaban para lograr victorias electorales en Europa Occidental. El presidente de EE. UU., Harry Truman, el vicepresidente más conservador de Roosevelt, que asumió el poder después de la repentina muerte de Roosevelt en 1945, respondió declarando una política de “contención” de la expansión del comunismo por cualquier medio necesario, sentando las bases para la Guerra Fría. Así, el orden de la posguerra creó las condiciones para una ola de represión anticomunista tanto en el país como en el extranjero.

La ola de represión interna comenzó con lo que ahora se conoce como el “Segundo Temor Rojo” a fines de la década de 1940. Al igual que el Primer Temor Rojo, el segundo también fue anticomunista, pero el foco estaba puesto en los riesgos de espionaje y subversión dentro del gobierno, la educación, el entretenimiento y los sindicatos. Este movimiento, cuyo objetivo declarado era erradicar públicamente a los estadounidenses potencialmente subversivos o desleales, la mayoría de las veces con poca o nula evidencia, fue encabezado por el senador Joseph McCarthy y se conoce comúnmente como macartismo. En 1947, el presidente Harry Truman emitió una orden de lealtad exigiendo que todos los empleados federales fueran investigados para determinar si eran leales al gobierno de los Estados Unidos. En 1950, el Congreso aprobó la Ley de Seguridad Interna McCarran que, entre otras cosas, convirtió en delito grave las acciones que pudieran contribuir al “establecimiento de una dictadura totalitaria” en los EE. UU. y autorizó al presidente a arrestar y detener a cualquier persona sospechosa de participar en espionaje o sabotaje en caso de emergencia. También creó la Junta de Control de Actividades Subversivas (SACB), que podría obligar a cualquier organización sospechosa de comunista a registrarse en el Departamento de Justicia y entregar información sobre membresía, finanzas y actividades del grupo. La ley fue enmendada en 1954 con la Ley de Control Comunista, que proscribió al CPUSA y prohibió a los miembros de organizaciones comunistas desempeñar funciones representativas; esta medida iba dirigida principalmente a los sindicatos, a quienes el gobierno ansiaba separar definitivamente de la influencia comunista. Al mismo tiempo, el Comité de Actividades Antiestadounidenses (HUAC), que fue fundado en 1938, cumplía su objetivo principal de exponer a los comunistas en el gobierno y Hollywood. En 1947, el HUAC interrogó a 29 personas acusadas de “inyectar” propaganda comunista en los filmes de Hollywood. De los 29, diez fueron acusados ​​de desacato al tribunal cuando se negaron a admitir sus creencias políticas o nombrar a otros comunistas. Estas diez personas, conocidas como los Diez de Hollywood, fueron multadas y sentenciadas a prisión. Después del juicio, los ejecutivos de películas en Hollywood crearon listas negras de presuntos radicales y prohibieron el empleo a más de 300 personas. Estas listas negras rápidamente se expandieron a otras industriales. Mientras tanto, el FBI, bajo la dirección de J Edgar Hoover, investigaba presuntos comportamientos subversivo con el uso de acciones que claramente violaban la libertad de expresión y organización, como escuchas telefónicas, vigilancia e infiltración en grupos de izquierda. Las personas homosexuales se vieron particularmente afectadas durante este periodo: se les concebía como un riesgo específico para la seguridad nacional en tanto, supuestamente, eran un grupo particularmente susceptible a la “manipulación” y propaganda comunista.

La membresía de los grupos de izquierda se redujo significativamente, ya que la participación en ellos podría tener graves consecuencias: cientos de personas fueron encarceladas y más de 10,000 perdieron sus trabajos, la mayoría de los cuales tenían conexión con el CPUSA. En 1949, el gobierno federal llevó a juicio a 12 líderes del CPUSA bajo el cargo de abogar por el derrocamiento violento del gobierno, lo que constituía una violación de la Ley Smith de 1940. A pesar de no presentar evidencia de que los líderes llamaron abiertamente a la violencia, o de que tomaron alguna medida hacia una revolución, más allá de la lectura de teoría revolucionaria, los 12 fueron declarados culpables o en desacato al tribunal. Más de 140 miembros del partido fueron procesados ​​y el funcionamiento del partido se tornó cada vez más difícil.

McCarthy era una figura polarizadora, y comenzó a perder credibilidad a mediados de la década de 1950 cuando acusó de subversión a héroes de guerra y miembros del ejército estadounidense. En 1957, la Corte Suprema exigió que, para ser declarado culpable de violar la Ley Smith, el gobierno debía demostrar que la persona acusada había tomado medidas concretas para derrocar al gobierno, más allá de defender esta postura en teoría. La Ley de Seguridad Interna y la Ley de Control Comunista fueron finalmente derogadas en la década de 1990.

A pesar de la ola de macartismo y el duro golpe que esto representa para las organizaciones de izquierda, en 1949 se fundó Monthly Review, que es la revista socialista que ha sido publicada durante más tiempo de forma continua en la historia de EE. UU. La revista fue editada inicialmente por el economista marxista Paul Sweezy y el historiador Leo Huberman, y contado con colaboradores de la talla de Albert Einstein, Samir Amin, W.E.B. Du Bois, Che Guevara y C. Wright Mills. El primer número, que incluía el famoso ensayo de Einstein “¿Por qué el socialismo?” solo tenía 450 suscriptores. Para 1950 ya eran 2,500 y para 1954, 6,000. Todo esto en el punto más álgido del macartismo. Tanto Sweezy como Huberman fueron atacados duramente en estos años, y el caso de Sweezy llegó a la Corte Suprema, donde ganó probando que sus acciones estaban en el marco de la libertad de expresión. Con el surgimiento de la Nueva Izquierda a mediados de la década de 1960, la membresía aumentó considerablemente. Para 1977, Monthly Review contaba ya con 11,500 suscriptores.

El movimiento por los derechos civiles y la nueva izquierda

Apenas extinto el Segundo Temor Rojo en las décadas de 1960 y 1970, EE. UU. vivió un periodo de numerosas protestas a gran escala por amplios movimientos sociales y políticos. Muchos de los involucrados eran parte de un movimiento todavía más abarcador llamado la Nueva Izquierda. La Nueva Izquierda fue un movimiento político de activistas jóvenes en su mayoría organizados en torno a gran diversidad de temas sociales, incluidos los derechos civiles, la política de drogas, la libertad de expresión, entre otras, todo esto enmarcado en el gran catalizador que fue la oposición a la guerra de Vietnam.

El sociólogo Charles Wright Mills popularizó el término en la ya famosa “Carta a la Nueva Izquierda”, que redactó en 1960 después de viajar al extranjero y conocer a los intelectuales de la Nueva Izquierda en Gran Bretaña. Mills, cuya atención principal estaba en la desigualdad de poder y no tanto en la económica, no veía en el proletariado el agente de transformación social. Para él, eran los intelectuales, y los intelectuales jóvenes en particular. En su carta, Mills se decanta abiertamente por la Nueva Izquierda, y llama a los jóvenes intelectuales a alejarse del enfoque tradicional de la “Vieja Izquierda” y su atención exclusiva a problemas laborales y de lucha de clases, y propone avanzar hacia ámbitos de oposición a las estructuras de autoridad prevalecientes en la sociedad. La Nueva Izquierda, de acuerdo con la carta de Mills, era fuertemente antisistema y se oponía al liberalismo. Su ideología también estuvo influenciada por varios avances intelectuales y eventos mundiales del momento, como lo fueron la publicación de “El Capital Monopolista” de Paul Sweezy y Paul Baran en 1966, el movimiento de derechos civiles, la Guerra de Vietnam y la Revolución Cultural China.

Antes de estudiar a los grupos de la Nueva Izquierda, primero es necesario discutir el movimiento por los derechos civiles, que precedió, influyó fuertemente y luego se fusionó parcialmente con la Nueva Izquierda. Si bien los afroamericanos tenían técnicamente los mismos derechos constitucionales que el resto de la ciudadanía estadounidense tras consumarse la Guerra Civil y la subsiguiente abolición de la esclavitud en 1865, en la práctica enfrentaron una discriminación extrema, que incluía la retención de sus derechos civiles y, por lo general, tuvieron que soportar la violencia permanente de los supremacistas blancos, especialmente en los estados del sur. Durante casi 100 años, las leyes estatales y locales impusieron la segregación racial en el Sur, conocidas como leyes Jim Crow. En 1954, la Corte Suprema declaró inconstitucional la segregación en las escuelas públicas con el histórico caso Brown vs Board of Education. Ese mismo año, la Corte Suprema declaró inconstitucionales otro conjunto de las leyes Jim Crow, incluida la segregación en los lugares públicos y la prohibición del matrimonio interracial.

Con estos antecedentes, el movimiento por los derechos civiles se consolidó como movimiento político en 1954. Duró hasta 1968, aunque la lucha contra el racismo aún continúa hoy. En ese momento, la atención se centró en otorgar a los afroamericanos los mismos derechos protegidos por la ley, incluida la abolición de la segregación racial institucional, la discriminación, la privación de derechos y la violencia. El movimiento enfatizó el uso exclusivo de métodos pacíficos en su lucha por justicia social, a pesar de que a menudo se enfrentó con la violencia de los sureños blancos, como el Ku Klux Klan, un grupo terrorista supremacista blanco, pero también de funcionarios estatales y locales.

Muchos eventos inspiraron indignación y manifestaciones durante este período. En 1955, Emmett Till, un afroamericano de catorce años, fue secuestrado, torturado y finalmente linchado en Mississippi después de ser acusado de violar a una mujer blanca, lo que provocó indignación nacional. De 1955 a 1956 Montgomery, Alabama, experimentó un boicot generalizado al sistema de autobuses, después de que dos mujeres negras fueran arrestadas por no ceder sus asientos a los pasajeros blancos en los autobuses públicos. El boicot no terminó sino hasta cuando la Corte Suprema declaró inconstitucional la segregación en los autobuses públicos. Como otra forma de protesta, esta vez contra la segregación en restaurantes, los estudiantes afroamericanos ocupaban todos los asientos disponibles en establecimientos que practicaban la segregación, y se negaban a irse cuando se les negaba el servicio. Esto comenzó en Greensboro, Carolina del Norte, en 1960, pero rápidamente se generalizó en todo el sur y tuvo una duración de dos años, incluyendo a más de 70,000 participantes, en lo que se conoció como el movimiento sit-in. Estos eventos trajeron tanto publicidad negativa como dificultades económicas para las empresas, ya que los participantes ocupaban espacios de los clientes regulares, y finalmente dieron como resultado la eliminación de la segregación en muchas empresas locales. En 1963, más de 5,000 estudiantes marcharon en Birmingham, Alabama, para unirse a las manifestaciones contra la segregación, en lo que se llamó la Cruzada de los Niños. Durante la manifestación, muchos estudiantes fueron arrestados y atacados violentamente por policías y perros policía. Además, se hizo un gran esfuerzo para organizar el registro de votantes, tras innumerables abusos sobre el derecho al voto de los afroamericanos. Muchos de estos esfuerzos culminaron en marzo de 1965, cuando, después de una serie de arrestos y asesinatos policiales de manifestantes en Selma, Alabama, más de 600 personas marcharon de Selma a Montgomery, la capital del estado. Los manifestantes fueron recibidos por agentes del orden, algunos a caballo, que atacaron a los manifestantes pacíficos con gases lacrimógenos, garrotes y otras armas. Esto provocó indignación en todo el país y llevó a que poco después se aprobara la legislación sobre el derecho al voto.

Algunos grupos del movimiento por los derechos civiles estuvieron, tanto individual como colectivamente, detrás de muchas de estas acciones. El Congreso por la Igualdad Racial, o CORE, fue una organización afroamericana fundada en Chicago en 1942, antes de que despegara el movimiento por los derechos civiles. CORE creía en la no-violencia como táctica contra la segregación. Los miembros participaron en Freedom Rides, donde los activistas viajaban en autobuses interestatales hacia los lugares del sur donde no se estaba cumpliendo el fallo de la Corte Suprema sobre la eliminación de la segregación en los autobuses públicos, a menudo siendo atacados brutalmente en el proceso. Su sección de Chicago desafió la segregación en las Escuelas Públicas de esa ciudad. Las secciones se organizaron de manera similar a un sindicato democrático. Llevaban a cabo reuniones mensuales de miembros, funcionarios elegidos y muchos comités de voluntarios.

La Conferencia Sur de Liderazgo Cristiano (SCLC) fue otra relevante organización afroamericana de la lucha por los derechos civiles, formada en Atlanta, Georgia, a raíz del boicot a los autobuses de Montgomery en 1957. Tenían el objetivo original de participar en acciones directas no violentas para acabar con la segregación en los sistemas de autobuses del Sur. Poco después, ampliaron este objetivo para centrarse en acabar con todas las formas de segregación. Entre sus muy diversas actividades, crearon “escuelas de ciudadanía” en donde enseñaban a los adultos negros a leer, con miras, entre otras cosas, a aprobar las pruebas de alfabetización para poder registrarse para votar, completar los exámenes de manejo y otras tareas esenciales. Gracias a este programa, más de 700.000 afroamericanos se registraron para votar. También jugaron un papel clave en eventos fundamentales como la campaña en Birmington, Alabama, la Marcha de 1963 en Washington y la marcha de Selma a Montgomery. El SCLC fue criticado por algunos miembros más jóvenes por su falta de militancia y se la considera menos radical que otros grupos del movimiento activos en ese momento.

El Comité Coordinador Estudiantil No Violento (SNCC) fue otro grupo con sede en Atlanta que surgió en 1960 a partir del movimiento de las sit-in estudiantiles. El SNCC se convirtió en el movimiento que aglutinó a la mayor cantidad de estudiantes involucrados en el movimiento por los derechos civiles. Practicaron la democracia participativa y evitaron la jerarquización de la organización, mientras que en la práctica se involucraban en tácticas no-violentas, ganando liderazgo y dirección participando y dando seguimiento a los acontecimientos más importantes del momento.

Con toda la importancia de estos movimientos y organizaciones, el movimiento por los derechos civiles en EE. UU. está indisolublemente asociado a los nombres de dos de sus líderes más importantes: Martin Luther King Jr. y Malcom X. Martin Luther King Jr. fue un líder eclesiástico afroamericano y presidente de la SCLC. Predicó la resistencia no-violenta, a menudo encabezando marchas por causas como el derecho al voto, la desegregación y los derechos laborales, siendo muchas veces encarcelado por hacerlo. Pronunció su histórico discurso “Tengo un sueño” (I have a dream), en donde exigía el fin del racismo frente a un público de entre 200 y 300 mil personas en la Marcha por el Trabajo y la Libertad en Washington en el año de 1963. En 1968, Martin Luther King, Jr. y la SCLC iniciaron la formación de la Campaña de los Pobres, con el objetivo de obtener justicia económica para los marginados de EE. UU. Esta campaña, que fue controvertida incluso dentro del movimiento de derechos civiles, tenía como objetivo viajar por el país para formar un “ejército multirracial de los pobres”. Esto incluía demandas concretas al gobierno federal tales como la creación un programa antipobreza de 30 mil millones de dólares, con medidas para crear pleno empleo (específicamente, “trabajo significativo con salario digno”), una forma de ingreso básico universal, vivienda asequible, acceso a la tierra y al capital para los pobres y las minorías, y oportunidades políticas para las masas. Sin embargo, Martin Luther King fue asesinado antes de que se llevara a cabo la campaña, que continuó bajo el liderazgo de Ralph Abernathy. Políticamente, Martin Luther King cuidó su lenguaje en público para evitar ser vinculado públicamente con el comunismo. De hecho, ésta era una tendencia general entre los activistas y grupos de derechos civiles, en un intento por obtener la base de apoyo más amplia posible. Se sugiere que esta es la razón por la cual la SCLC agregó “cristiano” a su nombre. Sin embargo, en privado, Martin Luther King Jr. leía y admiraba a Marx y apoyaba una forma de socialismo democrático. Más adelante en su vida, pasó de centrarse exclusivamente en los derechos civiles a incluir posturas anticapitalistas y contra la guerra. Luchó por un ingreso básico universal, la redistribución de la riqueza para promover la justicia racial y económica, la vivienda pública y la atención médica universal, entre otras cosas. A menudo fue examinado por el FBI bajo su programa para desbaratar las organizaciones políticas nacionales en ese momento, COINTELPRO (Programa de Contra-Inteligencia). El COINTELPRO se involucró en tácticas de espionaje contra MLK que incluían grabarlo en secreto, chantajearlo anónimamente, y difundir campañas de difamación en su contra. En 1968, Martin Luther King Jr. fue asesinado en Memphis, Tennessee. James Earl Ray, partidario del político supremacista blanco George Wallace, fue arrestado por el acto y se declaró culpable unas semanas después. Hasta el día de hoy, algunas personas, incluida la familia de King, creen que Ray es inocente y fue engañado para encubrir lo que fue un trabajo interno del gobierno.

La brecha entre la supuesta democracia estadounidense y la realidad de segregación y discriminación propició en este periodo el auge de las ideas del Nacionalismo Negro y el Separatismo Negro. El nacionalismo negro luchaba por la justicia política, social y económica para las comunidades y personas negras, manteniendo una identidad negra distintiva que se resiste a la asimilación a la cultura blanca. Algunos nacionalistas negros también son partidarios del separatismo negro, un movimiento político que busca crear instituciones independientes para los afrodescendientes. Los defensores de esta postura más radical la defienden sosteniendo que la experiencia ha demostrado que la igualdad no es posible de otra forma.

Malcom X, una de las figuras clave del movimiento por los derechos civiles, fue un importante defensor de estas ideas. Fue un ministro musulmán afroamericano y activista de derechos humanos que abogó por el empoderamiento de los negros y la promoción del islam en la comunidad negra. Hasta 1964, fue el portavoz público más importante de la Nación del Islam (NOI), una organización política religiosa y nacionalista negra que abogaba por la separación de los estadounidenses blancos y negros. Durante este tiempo, criticó a Martin Luther King Jr. y a la corriente principal del movimiento por los derechos civiles por su énfasis en la no-violencia y la integración racial. En 1964 renunció públicamente a la Nación del Islam y comenzó a centrar su activismo en los derechos humanos internacionales de los negros en lugar de los derechos civiles en los EE. UU. En este periodo, también, se convirtió en crítico del sistema capitalista. Un año más tarde, en 1965, fue asesinado. No hay consenso sobre quién es el responsable; pero lo que sí se sabe es que fue blanco del FBI, es decir, del COINTELPRO durante, toda su vida política activa. Si bien es una figura controvertida, la mayoría celebra a Malcolm X por su constante dedicación a la justicia racial, y se le describe como una de las personas más influyentes de la historia. Se le atribuye haber elevado la autoestima de los estadounidenses negros, conectándolos con su herencia y articulando sus quejas sobre la desigualdad. También inspiró a muchos futuros activistas negros radicales, como el movimiento Poder Negro (Black Power).

El movimiento por los derechos civiles tuvo gran influencia y se apuntó numerosas victorias políticas. La Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derechos Electorales de 1965 prohibieron la discriminación en las prácticas laborales, protegieron los derechos de voto y prohibieron la segregación racial en los centros de trabajo y lugares públicos, entre otras cosas. La aprobación de estas dos leyes básicamente eliminó lo que quedaba de las leyes Jim Crow. Aprobada en 1968, La Ley de Derechos Civiles prohibió la discriminación en la vivienda. Es importante señalar que muchos argumentan que, al impulsar estos cambios, el gobierno EE. UU. tomaba en cuenta las tensiones de la Guerra Fría y, en particular, la cobertura que los medios soviéticos daban a la discriminación racial en EE.UU., el supuesto modelo mundial de derechos humanos.

Y aunque estos cambios desmantelaron la base institucional de la discriminación y segregación raciales en el sur, otros procesos operaban en un sentido opuesto. Durante la Segunda Guerra Mundial, muchos afroamericanos emigraron del sur al norte y oeste del país en busca de empleos. Sin embargo, después de la guerra, la mayoría de los empleos se concentraron en áreas blancas, dejando a las poblaciones negras en condiciones de alto desempleo y malas condiciones de vivienda, muchas viviendo en guetos urbanos. Además, la población negra tenía desproporcionadamente poco o ningún acceso a oportunidades económicas y políticas, como se podía ver, entre otras cosas, por su falta de representación política y nula representación en las principales universidades del país. Del mismo modo, La represión y la violencia policial continuaron siendo una gran fuente de inconformidad en las comunidades negras. Así, a mediados de los años 60 surgió un nuevo movimiento que creía que las tácticas de no violencia o de desobediencia civil no eran suficientes para luchar contra estas condiciones: el movimiento Poder Negro. La lucha pasaba de buscar igualdad de derechos ciudadanos a luchar por el poder económico y político para los estadounidenses negros.

El movimiento Poder Negro estuvo muy influenciado por Malcolm X, y particularmente por su crítica a los métodos no violentos de Martin Luther King Jr. También estuvo influenciado por el Movimiento de Acción Revolucionaria (RAM), un grupo nacionalista negro revolucionario que operó en los EE. UU. entre 1962 y 1969. El objetivo del RAM era convertir el movimiento por los derechos civiles en una revolución negra internacional, y fue el primer grupo en aplicar el maoísmo a las condiciones de los negros en los EE. UU. En su apogeo, el RAM tenía secciones en todo el país, con varios niveles de militancia que iban desde cuadros de tiempo completo hasta miembros que solo colaboraban económicamente con la organización. Sintetizaron las ideas de Marx, Lenin, Mao y Malcolm X en lo que consideraban una teoría integral del nacionalismo negro revolucionario. Fue la única organización política secular a la que se unió Malcolm X antes de 1964, e influyeron profundamente en la política del movimiento Poder Negro. Como no podía ser de otra forma, el RAM también fue blanco de COINTELPRO. A pesar de sus inmensas contribuciones teóricas, el RAM fue criticado por “no practicar sus ideales revolucionarios”. Esto se debió en parte a que decidieron ser una organización clandestina para garantizar su seguridad y, por lo tanto, muchas de sus acciones se realizaron a espaldas de otras organizaciones. También se debió a que el RAM estaba formado, principalmente, por intelectuales con educación universitaria que, a su vez, organizaban principalmente a estudiantes o jóvenes “pequeño burgueses” negros, en lugar de a la clase trabajadora negra. Para 1969, debido en gran parte a la represión del gobierno, el RAM prácticamente se había disuelto: muchos de sus miembros se unieron al Partido de Liberación Negra u otros grupos por los derechos civiles.

El movimiento Poder Negro era enormemente diverso y numeroso, pero sus dos pilares filosóficos eran el nacionalismo negro y el socialismo. Las tácticas también variaban sustancialmente algunos grupos exigían acción violenta inmediata para luchar contra la supremacía blanca, otros creaban servicios para las comunidades negras, como librerías, cooperativas de alimentos, medios de comunicación, escuelas y clínicas y servicios médicos. Con mucho, el grupo más famoso y representativo del movimiento Poder Negro fue el Partido Pantera Negra (BPP). El BPP fue una organización política marxista-leninista fundada en 1966 en California por dos estudiantes universitarios, Bobby Seale y Huey Newton, y se mantuvo activa hasta 1982.

Seale y Newton se percataron de la furia extrema en los guetos que desencadenó un asesinato policial, y se dieron cuenta de que esta ira popular podría ser una entrada para ganar poder político. Así, inicialmente, el BPP concentró sus fuerzas en hacer frente a la brutalidad policial. Crearon una “patrulla de ciudadanos armados abiertos” para monitorear el comportamiento de la policía y desafiarla cuando fuera necesario. La recaudación de dinero para armas inició con la venta de libros de marxismo-leninismo en los campus universitarios. Este uso de la autodefensa armada asustó a los estadounidenses blancos, y en 1967 California aprobó una ley, firmada por Reagan, con el objetivo de desarmar a los miembros del BPP. El FBI, bajo el COINTELPRO, calificó al BPP de organización terrorista y trató de desacreditarlo y criminalizarlo. Esta represión resultó contraproducente, y la ira que generó llevó a un aumento en la membresía. Así, la membresía alcanzó su pico, con oficinas en más de 70 ciudades e incluso a nivel internacional y miles de miembros, con una circulación de más de 250 mil ejemplares de su periódico.

Posteriormente, el BPP abandonó el nacionalismo negro y abrazó el socialismo racialmente inclusivo. En 1968, cambiaron su enfoque sobre la brutalidad policial en los Estados Unidos para comprometerse con el movimiento revolucionario internacional, guiados por la teoría marxista-leninista y maoísta. Así, en 1969 ya habían adoptado la práctica de crear programas sociales comunitarios para aliviar la pobreza y mejorar la salud. Estos programas incluían la prestación de servicios gratuitos de atención médica, alimentos y educación para las masas. En todo momento, colocaban la lucha de clases como el núcleo de su acción política y afirmaban representar a la vanguardia proletaria.

Para 1970, la membresía había disminuido considerablemente debido en gran parte al sabotaje del FBI. El COINTELPRO se infiltró en el partido, envió a muchos de sus miembros a cumplir largas sentencias de prisión e incluso asesinó a muchos militantes clave, como el famoso líder Fred Hampton, a los 21 años.  El grupo se disolvió formalmente en 1982. Sin embargo, su legado prevalece hasta el día de hoy. A pesar de ser un grupo muy controvertido en ese momento, el partido influyó en muchos otros grupos militantes más pequeños pero similares. Entre sus principales contribuciones estuvo mostrar el vínculo entre la lucha de liberación negra y la oposición al imperialismo estadounidense, lo que valió a los miembros viajar y ser recibidos calurosamente en muchos países con los mismos objetivos, como Vietnam del Norte, Corea del Norte y China.

Durante el declive del BPP, comenzó a formarse el Ejército Negro de Liberación (BLA).  Esta organización clandestina nacionalista negra estuvo activa entre 1970 y 1981 y ganó más fuerza a medida que el BPP decaía. Estaba compuesto por exmiembros del BPP, así como por miembros de otras organizaciones del Poder Negro como el RAM, que creían que una organización clandestina era la más adecuada dadas las condiciones políticas actuales (es decir, la represión violenta del gobierno de los EE. UU.). El BLA rechazó el reformismo y sostuvo ideales anticapitalistas, antiimperialistas, antirracistas y anti-sexistas. Su programa era de lucha armada: “tomar las armas por la liberación y autodeterminación de los negros en los Estados Unidos”. En los hechos, su lucha armada consistió en una serie de bombardeos, asesinatos de policías, robos y fugas de prisión por parte de un conjunto descentralizado de organizaciones y colectivos que trabajaban juntos e independientemente unos de otros. Muchos activistas del BLA fueron arrestados y el grupo se desvaneció en 1981, y muchos de sus antiguos miembros se convirtieron en anarquistas declarados.

La Nueva Izquierda estadounidense de los años sesenta, como mencionamos anteriormente, estuvo fuertemente influenciada por los movimientos por los derechos civiles y el Poder Negro, tanto ideológica como organizativamente. Muchas protestas de la Nueva Izquierda giraron en torno a la justicia racial. Algunos grupos siguieron tácticas de desobediencia civil no violenta, mientras que otros se inspiraron en algunas tácticas más radicales del movimiento Poder Negro. En general, el cambio del enfoque tradicional del conflicto capital-trabajo hacia posturas “antisistema”, particularmente en el ámbito cultural, ciertamente estuvo influenciado por muchos jóvenes que crecieron y vieron innumerables abusos de los derechos civiles por parte de todo el aparato del estado.

Quizás el grupo de Nueva Izquierda más conocido fue Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS). SDS se formó originalmente en 1960 como una rama de la Liga para la Democracia Industrial (LID), un grupo compuesto principalmente por intelectuales de izquierda, pero se separó en 1965, se propusieron eliminar de su constitución una cláusula que prohibía la afiliación de comunistas. Ese mismo año, el Partido Laborista Progresista se fusionó con SDS. Su documento fundacional de 1962, la “Declaración de Port Huron”, pedía varias medidas progresistas, incluida la regulación de empresas privadas, la participación democrática en los centros de trabajo y en la elaboración de políticas públicas, el apoyo a los movimientos de descolonización y la promoción de los derechos civiles a través de la desobediencia civil no-violenta. En términos de organización, la declaración pedía una democracia participativa sin estructuras jerárquicas, y SDS, en efecto, nunca desarrolló una dirección central fuerte.

Para 1962, la SDS era el grupo radical más importante en los campus universitarios. En su punto de mayor relevancia tenía alrededor de 300 secciones y 30,000 miembros. Inicialmente, la mayoría de las actividades fueron en apoyo a la lucha por los derechos civiles. En 1963, empezaron a promover un Proyecto de Investigación y Acción Económicas (ERAP) con el propósito de organizar a los barrios en un movimiento interracial de los pobres para exigir al estado la mejora de los cheques de bienestar, guarderías, etc. Este movimiento no tuvo mucho éxito. Rápidamente SDS dirigió sus esfuerzos a la oposición a la Guerra de Vietnam, liderando el movimiento en la mayoría de campus universitarios, sosteniendo numerosas movilizaciones en el país. Esto se convirtió en la actividad principal de la SDS, el número de miembros aumentó y se volvieron más militantes; la SDS se volvió entonces bien conocida a nivel nacional. En 1967, abandonaron la Declaración de Puerto Huron. En 1968, promovieron por varios campus una movilización conocida como la Resistencia de los Diez Días que incluía mítines contra la guerra, marchas, sit-ins, teach-ins y un día de huelga estudiantil en la que millones de estudiantes no asistieron a clases.

Más tarde, a principios de 1969, SDS empezó a dividirse debido a conflictos internos en torno a la dirección y liderazgo nacional, visiones distintas sobre la Guerra de Vietnam, los movimientos de Poder Negro y la conversión de muchos de sus miembros al maoísmo. Muchos de los conflictos internos provenían de la confusión entre las metas de corto y largo plazo, en parte porque las actividades en contra de la guerra habían eclipsado la reflexión crítica y la discusión sobre el movimiento de largo alcance.

En esos momentos, en 1969, una fracción de SDS en la Universidad de Michigan se escindió para crear un nuevo grupo: la Organización Climática Clandestina (WUC) nombrada así por una canción lírica de Bob Dylan. Muchos miembros de la WUC se radicalizaron por su desacuerdo con el ERAP, del que concluyeron que el cambio social real no puede venir de la organización comunitaria y la política electoral, sino desde tácticas más radicales y disruptivas. El asesinato de Fred Hampton en 1969 provocó que la WUC declarara la guerra al gobierno de EE. UU. para hacer lo que fuera necesario para parar la violencia. Generalmente, sus posiciones se alineaban con las del movimiento Poder Negro, las del movimiento contra la guerra de Vietnam, y contra el imperialismo estadounidense. Su documento fundacional llamaba a formar una “fuerza de lucha blanca” para aliarse con los movimientos de liberación negros y otros antimperialistas para, eventualmente, formar una sociedad comunista sin clases. Su agente de cambio era el proletariado internacional. Organizacionalmente, crearon una serie de colectivos en las principales ciudades de EE. UU., dirigidos por un liderazgo central. Cada miembro practicaba la crítica y la autocrítica y no tenía propiedad o ingreso personales, sino que vivía como parte del colectivo. Rápidamente decidieron ser una organización clandestina y empezaron una lucha violenta contra el Estado, incluyendo campañas de bombardeos y provocación de disturbios a mediados de los 70s. En 1974, publicaron el manifiesto “Fuego de la pradera: la política del antiimperialismo revolucionario”, que fue ampliamente aplaudido por los grupos de izquierda. Mientras que públicamente eran etiquetados por el gobierno estadounidense como un grupo terrorista, los “hombres del clima” (Weathermen) fueron recibidos calurosamente en Cuba, donde se reunieron con representantes cubanos y de Vietnam del Norte para aprender de sus experiencias. Como muchos otros grupos nuevos de izquierda, empezaron a desintegrarse después de que EE. UU. se retiró de Vietnam en 1973. Esto, combinado con divisiones internas, provocó la disolución del grupo en 1977.

La Nueva Izquierda abarcaba varias subculturas, las más comunes eran la anarquista, los grupos de la contracultura y los hippies. La contracultura se convirtió en un fenómeno relevante en EE. UU. desde mediados de los 60s a mediados de los 70s orientado. El núcleo de la contracultura era fomentar la desconfianza del gobierno y tendencias antisistema. Esto ganó impulso con el movimiento por los derechos civiles, el movimiento por la libertad de expresión, contra la brutalidad policial y corrupción, la destrucción medio ambiental, la revolución sexual, la Guerra de Vietnam, la criminalización de drogas y otros problemas sociales generales a lo largo de las generaciones. El partido BPP, por ejemplo, es conocido como un ícono del movimiento de la contracultura. Muchos de estos grupos crearon y vivieron en comunas y otras comunidades con ese propósito, regularmente para vivir un estilo de vida clandestino sin la interferencia del gobierno para regular el uso de drogas u otras libertades personales. Por ejemplo, los hippies de mediados de los 60s crearon sus propias comunidades a las que algunos llamaron un resurgimiento del socialismo utópico. A principios de los 70s, aproximadamente 750,000 personas vivían en alrededor de 10,000 comunidades a lo largo de EE.UU. Estas fueron bien conocidas por el fenómeno cultural que incluyó la revolución sexual, la música rock psicodélica y el uso de drogas para explorar estados alterados de la consciencia que tuvieron un gran efecto en la música, el cine, la literatura y otras artes del tiempo. Aunque muchos hippies eran pacifistas y participaban en el movimiento por los derechos civiles y las manifestaciones contra la Guerra de Vietnam, en general no eran un grupo muy político.

Los otros dos grupos contraculturales famosos de ese tiempo fueron los Diggers y los Yippies, ambos activos en los 60s. Los Diggers se consideraron a sí mismos como “comunidad anarquista” y abrieron tiendas para donar comida, drogas y dinero. Ellos, como los hippies, trataron de crear una mini sociedad sin dinero, no capitalista. Los Yippies fueron otra rama del movimiento hippie lidereado por Abbie Hoffman y Jerry Rubin. Con enormes gestos dramáticos como nominar a un cerdo como candidato a la presidencia y otros gestos similares de carácter político, parodiaron a los partidos políticos. Los Yippies no tuvieron una membresía o jerarquía formal y se vieron a sí mismos como el ala política del movimiento hippie.

El movimiento contracultural terminó junto con el fin de la Guerra de Vietnam en 1973 y la renuncia de Nixon un año después. A menudo son criticados tanto por la izquierda como por la derecha por ser ingenuos y autoindulgentes. Muchos creen que la gran población joven que siguió a la Segunda Guerra Mundial no tuvo que concentrarse en la provisión de necesidades materiales como lo tuvieron que hacer las generaciones anteriores, por lo que se enfocaron más en las cuestiones sociales que en las económicas. En la izquierda, algunos creen que este movimiento tuvo un impacto positivo al impulsar el desarrollo del estado bienestar. Otros creen que su único impacto económico fue crear nuevos segmentos de marketing, especialmente en torno a la adopción de políticas de responsabilidad social por las corporaciones.

Hubo algunas ocasiones en que todos los grupos de la Nueva Izquierda se unieron para protestar o pelear contra algunos temas. Uno de esos eventos fue el Movimiento por la Libertad de Expresión (Freedom of Speech Movement) que tuvo lugar en la Universidad de California-Berkeley entre 1964 y 1965. La universidad había comenzado a exigir el cumplimiento estricto de las normas, como prohibir la defensa de causas o candidatos políticos, oradores políticos, reclutar miembros o recaudar fondos entre las organizaciones estudiantiles. Miles de estudiantes, incluyendo los representantes de CORE, SNCC y SDS participaron en las protestas en contra de esas medidas usando distintas tácticas de desobediencia civil. Las protestas culminaron con una ocupación en la que 4,000 estudiantes permanecieron en un edificio universitario para exigir a la administración reabrir las negociaciones sobre las restricciones políticas en el Campus. La ocupación fue completamente pacífica: los estudiantes, estudiaron, vieron películas, cantaron canciones folk y dieron clases unos a otros. Dos días después, la policía entró y arrestó a 800 estudiantes y levantó cargos contra los estudiantes organizados, lo que provocó protestas más grandes que casi cerraron la universidad. Un mes después, el nuevo rector estableció una nueva regulación que permitía la actividad política en el Campus. A pesar de este triunfo, hubo consecuencias contra los involucrados: en 1966, Ronald Reagan fue electo gobernador de California con una campaña que prometió “limpiar el desorden en Berkeley” (“cleaning up the mess in Berkeley”). Después de ser electo, Reagan, despidió a todos los que él creía que no habían sido suficientemente duros contra los manifestantes.

El movimiento culmen de todos los grupos de la Nueva Izquierda, sin embargo, fue el de las protestas contra la Guerra de Vietnam. El pico de este movimiento antiguerra fue a finales de los sesenta, liderado por gente joven de la Nueva Izquierda, opuestos al imperialismo estadounidense y al anticomunismo, y opuestos también a sorteo de guerra, que impactó mayoritariamente a las minorías y a la gente blanca de las clases más bajas. El movimiento continuó creciendo a medida que se hicieron público los informes de abusos de militares estadounidenses. El movimiento antiguerra consistió en muchas protestas pacíficas de alto perfil, y rápidamente se convirtió en un amplio movimiento social. Johnson y su administración rápidamente fueron rechazados en todos los campus universitarios del país. El movimiento antiguerra alcanzó su punto más álgido en la Convención Nacional Democrática de 1968 a finales de agosto en Chicago. El alcalde de Chicago dispuso a más de 23,000 policías y guardias nacionales para una protesta de solo 10,000 manifestantes. Las tensiones entre policías y protestantes rápidamente escalaron y estallaron disturbios con los manifestantes que coreaban “el mundo entero está mirando”. Ocho destacados activistas contra la guerra de distintas organizaciones, entre ellas los Yippies y el Partido Panteras Negras, fueron arrestados y procesados por conspiración para provocar disturbios. Conocidos como los Ocho de Chicago (Chicago Eight) originalmente y ahora como los Siete de Chicago (Chicago Seven), luego de que el juicio a Bobby Seale de los Panteras Negras se declaró nulo debido al trato particularmente injusto y, en ocasiones, violento por parte del tribunal, que se le negara asesoramiento legal y fuera atado y amordazado en su silla. El juicio fue ampliamente conocido por servir para fines políticos. Todas las condenas fueron posteriormente apeladas y revocadas después de que los siete pasaran largos años en prisión. Este juicio provocó una indignación masiva que creció después de que la Guardia Nacional disparara contra una manifestación por la paz de estudiantes desarmados en el estado de Kent en 1970, matando a cuatro estudiantes. En tres años, el porcentaje de estadounidenses que creían que EE. UU. se había equivocado al mandar tropas a Vietnam pasó de 30% a 70%.

Para 1968, la Nueva Izquierda empezó a fracturarse. La campaña presidencial democrática antiguerra trajo el tema de la Guerra de Vietnam al estado del pensamiento liberal dominantes, junto con otros movimientos sociales como los feministas y los movimientos por los derechos de los homosexuales. Esta institucionalización hizo que todos, con excepción de los más radicales de la Nueva Izquierda abandonaran el movimiento o que se convirtieron en actores centrales al Partido Demócrata. El resto de los sectores más radicales de la SDS se dividieron entre “los hombres del clima” y el BPP, y empezaron a desvanecerse rápidamente con la retirada de las tropas de Vietnam.

Al mismo tiempo que se desmantelaba la Nueva Izquierda, lo hicieron también algunas organizaciones gubernamentales anticomunistas clave. El Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara (The House Un-American Activities Committee) ya había comenzado a desaparecer gradualmente con la caída de McCarthy, pero rápidamente perdió el respeto popular después de que en 1967 y 1968 citara a los líderes Yippies, Jerry Rubin y Abbie Hoffman, quienes utilizaron a los medios para ridiculizar los procedimientos del comité. Intentaron renombrarse como Comité de Seguridad Interna en 1969 y, finalmente, terminó en 1975. Incluso más activo en tiempos de la Nueva Izquierda, fue el COINTELPRO. Con una vida en activo de 1956 a 1971, el COINTELPRO realizó una serie de proyectos encubiertos e ilegales del FBI para vigilar, infiltrar, desacreditar y desbaratar a las organizaciones políticas nacionales mediante la guerra psicológica, el hostigamiento del sistema legal, la fuerza ilegal, el asesinato y otras medidas. Apuntaron a cualquier grupo considerado subversivo por el FBI, organizaciones socialistas como el Movimiento de Derechos Civiles, los grupos de la Nueva Izquierda y los opositores a la Guerra de Vietnam o simpatizantes (como Albert Einstein). El COINTELPRO fue el organismo que interceptó y chantajeó a Martin Luther King Jr, el que drogó y mató al líder del BPP, Fred Hampton. El COINTELPRO terminó en 1971, luego de ser expuesto a los medios por la Comisión de Ciudadanos para investigar al FBI y la subsecuente indignación pública.

Si bien la influencia del Movimiento por los Derechos Civiles y la Nueva Izquierda comenzó a desvanecerse después de los setenta, se mantuvo durante y después de su punto más álgido; así, los demócratas comenzaron a adoptar posiciones más socialdemócratas tanto en materia de derechos civiles como de políticas de bienestar. La administración de Lyndon B. Johnson instrumentó un conjunto de programas nacionales a mediados de los sesenta llamados Gran Sociedad a fin de eliminar la pobreza y la injusticia racial. Johnson presentó uno de esos programas, coloquialmente conocido como “Guerra contra la pobreza”, en su discurso del estado de la unión de 1964, cuando la pobreza rondaba el 19%. El Congreso tomó medidas para combatir la pobreza a través de mejorar las condiciones de vida en los barrios de bajos ingresos y ayudando a que los pobres accedieran a oportunidades económicas. También se amplió el papel del gobierno en la educación y la salud como medios para la reducción de la pobreza. La mayoría de estos programas continuó durante los ochenta y noventa después de los cuales se impuso la desregulación y las críticas al estado del bienestar. Algunos de los programas permanecen hasta el día de hoy como el Medicare, Medicaid y el financiamiento federal de la educación.

En comparación con décadas anteriores, debido a la ruptura de la Nueva Izquierda con el movimiento obrero, hubo poca actividad sindical en esta época. Una excepción notable fue la Unión de Trabajadores Rurales de América (UFW, United Farm Workers of America) en 1962, liderada por los trabajadores Dolores Huerta y César Chávez en California, quienes notaron que los trabajadores agrícolas eran los más afectados por la pobreza y eran mayoritariamente inmigrantes ilegales. UFW se formó inicialmente como un movimiento social y actuó más como una organización mutualista que como un sindicato. Después de una gran huelga en 1965, la UFW se unió oficialmente a la AFL-CIO. La membresía actual de la UFW es de 10,000 miembros.

De la misma manera, los grupos socialistas o comunistas que se concentraron en el proletariado como único agente de cambio fueron menos comunes y más marginales en este periodo. Hubo muchas luchas internas entre estos grupos más pequeños basadas en las distintas posiciones sobre la política de entonces de la URSS. Los grupos más notorios de entonces incluyen: al Partido Laboristas Progresista, el Partido Socialista de los Trabajadores Trotskistas, el Nuevo Movimiento Comunista, el Partido Comunista de los Trabajadores y el Partido Comunista Revolucionario. Al Nuevo Movimiento Comunista se le considera como el nexo entre la Nueva Izquierda y los objetivos izquierdistas tradicionales. Entre los años setenta y ochenta fue muy popular y representó a un grupo diverso de marxistas, leninistas y maoístas, incluidos los Panteras Negras, los hombres del clima, la Liga de Octubre, el Partidos Comunista (Marxista-Leninista), el Partido Comunista Revolucionario de EE. UU. y Venceremos. En su punto de máxima influencia, tenía 10,000 miembros.

A pesar de no ser organizaciones tradicionalmente lideradas por los trabajadores, los sesenta y los primeros años de los setenta fueron testigos de una enorme ola de movimientos sociales de izquierda, especialmente entre los jóvenes estadounidenses. Para los setenta, la contrainteligencia del FBI, el fin de la Guerra de Vietnam y la absorción de los movimientos radicales en los partidos políticos, pusieron un alto a esos movimientos y, desde entonces y hasta estos días, no hemos visto una participación tan generalizada en movimientos políticos de izquierda semejante. De hecho, con la llegada de los setenta sobrevino la crisis económica y el inicio del giro al neoliberalismo que eliminaría cualquier resto de organización obrera en ese momento.


Bridget Diana y Evan Wasner son economistas por The University of Massachusetts Amherst.

[1] Zinn, H., & Arnove, A. (2015). A people’s history of the United States (Thirty-fifth anniversary edition). HarperPerennial, pp.  262.

[2]  McBrearty , M. R. (2020, September 7). Fighting evictions: The 1930s and now. Monthly Review. Retrieved August 24, 2022, from https://mronline.org/2020/09/02/fighting-evictions-the-1930s-and-now/

[3]  El término Wildcat Strike se refiere a una huelga que ocurre sin la autorización del sindicato correspondiente

[4]  Selvin, David F. 1996. A Terrible Anger: The 1934 Waterfront and General Strikes in San Francisco. Detroit: Wayne State University Press; Zinn, H., & Arnove, A. (2015). A people’s history of the United States (Thirty-fifth anniversary edition). HarperPerennial, pp.  291.

Octubre 2022

Este es el último de tres artículos en los que intento sostener dos tesis: la primera es que el problema sobre el origen y el desarrollo de la conciencia es una de las cuestiones centrales del materialismo dialéctico, y, la segunda, es que la psicología puede desempeñar (y de hecho así lo ha hecho) un rol decisivo para contribuir a resolver este problema.

En el primer artículo, Ubicando el problema fundamental de la filosofía, señalé que este problema, cuyo núcleo es la relación sujeto-objeto, se ubica en un nivel muy alto de abstracción, en el cual debemos ubicarnos para comprender correctamente la cuestión. En el segundo artículo, Distintas soluciones al problema sujeto-objeto, presenté un mapa bastante somero de algunas soluciones premarxistas a dicho problema, incluyendo aquellas variantes dialécticas y no dialécticas. En este tercer artículo, finalmente, trataré de sintetizar las particularidades de la solución marxista al problema señalado, así como las implicaciones de esta solución con respecto a las ciencias que estudian la conciencia humana, especialmente la psicología.

I

Para Marx y Engels era indispensable recuperar el “núcleo racional” de la filosofía hegeliana (Marx, 1975, p. 20), es decir, recuperar su método dialéctico, pero superando su carácter idealista. En este punto, las posturas de los jóvenes hegelianos de izquierda les parecían insuficientes. La mayoría de ellos se dedicaba, casi exclusivamente, a cultivar cierta crítica especulativa, es decir, cierta crítica filosófica que, a pesar de su impronta dialéctica, terminaba por no ser más que un apéndice teórico a la filosofía hegeliana (Marx & Engels, 2014). El único que intentó, seriamente, desarrollar una crítica al idealismo hegeliano para regresar a posiciones materialistas fue Feuerbach (Engels, 1974b). Sin embargo, con su regreso al materialismo, Feuerbach echó por la borda el método dialéctico, cayendo en posiciones mecanicistas (Marx, 2011).

En este contexto, Marx y Engels buscaron rescatar la relación dialéctica entre sujeto y objeto, pero suprimiendo toda postura teleológica y mesiánica sobre el espíritu. Aclarando la cuestión: para el materialismo dialéctico, la relación sujeto-objeto no es una mera relación de preeminencia o de subordinación del sujeto por parte del objeto. No se trata, simplemente, de si la materia es preponderante a la idea. Se trata, más bien, de comprender la génesis y el desarrollo de ambos términos: primero, el desarrollo de la realidad objetiva en relación con el sujeto y, segundo, el desarrollo del sujeto, y su conciencia, en relación con la realidad objetiva. Sin embargo, y toda vez que Marx y Engels abandonan posturas teleológicas, tal relación sujeto-objeto no puede ser definida y caracterizada de forma apriorística, sino que debe ser estudiada y conocida directamente en la realidad concreta.

Para Marx y Engels, entonces, es necesario entender los elementos centrales de la dialéctica hegeliana, pero no para tratar de determinar solo con esos elementos y de manera especulativa la historia de la relación sujeto-objeto. Por el contrario, es necesario comprender los elementos centrales de la dialéctica, pero para usarlos como guía metodológica en nuestra aproximación al estudio de la historia real de esa relación.

Es por esto que, en la Ideología alemana, Marx y Engels (2014) tratan de develar las raíces histórico-económicas de la filosofía, señalando, enfáticamente, cómo esta última no brota espontáneamente y en forma pura de la cabeza de los pensadores, sino que es el producto de ciertas condiciones históricas y suele responder ante determinados intereses. Estas condiciones son, en lo fundamental, la existencia de un excedente económico y una división del trabajo, lo que permite el surgimiento de personas dedicadas exclusivamente a la actividad intelectual. Y los intereses no son otra cosa que sesgos ideológicos, es decir, creencias o razonamientos que son reflejo de afinidades e inclinaciones prácticas, propias de la posición que cada persona ocupa en la sociedad. De manera que la filosofía, como manifestación de la actividad de un sujeto pensante, no puede explicarse por sí misma, sino que debe entenderse como el producto de la actividad histórica de las personas concretas[1].

Sin embargo, con la Ideología alemana, Marx y Engels se limitaron a señalar las raíces sociales de la filosofía, mas no agotaron el problema del origen y desarrollo de la subjetividad. Y es que, aunque la conciencia está determinada por el modo de vida de las personas, este modo de vida no determina de manera simple o mecánica todos los aspectos de dicha conciencia. Es decir, no basta conocer el modo de vida inmediato de las personas para conocer la formación de su conciencia, sino que es necesario conocer muchas otras determinaciones. Es importante notar esto porque, a final de cuentas, Marx y Engels no pretendían agotar un problema que no puede ser resuelto con una sola investigación y desde una sola disciplina. Lo que querían, en cambio y entre otras cosas, era mostrar una aplicación metodológica de la dialéctica materialista en el estudio de los orígenes de la filosofía.

II

Con respecto al llamado problema fundamental de la filosofía, entonces, el marxismo es dialéctico porque entiende la relación sujeto-objeto de forma dinámica, recíproca y contradictoria, comprendiendo que tanto el sujeto como el objeto se encuentran en constante formación y desarrollo. Y es además una filosofía materialista por cuanto considera que todo este proceso ocurre como parte de una sola realidad material, el universo, mismo que existe también como movimiento, pero que no está signado de manera finalista por ninguna clase de destino espiritual. En este sentido, la historia de la relación sujeto-objeto no puede ser agotada y fijada de antemano por una filosofía, sino que solo puede ser conocida aproximándose a la historia real de esa relación, es decir, a la historia real de la conciencia y sociedad humana.

Y es verdad que Marx mismo consideró que para entender a la sociedad era indispensable estudiar su economía, es decir, sus prácticas y relaciones de subsistencia. Sin embargo, con esto nunca pretendió haber encontrado la clave única de explicación de todos los fenómenos sociales. Esto lo dejó muy claro Engels en su carta a Joseph Bloch, donde señala lo siguiente:  

…Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. […] Es difícil que se consiga explicar económicamente, sin caer en el ridículo, la existencia de cada pequeño Estado alemán del pasado y del presente o los orígenes de las permutaciones de consonantes en el alto alemán… (Engels, 1974a, pp. 717–718).

Si la explicación de todos los fenómenos sociales pudiera encontrarse apelando sencillamente a algún factor económico, entonces, nos dice Engels, “aplicar la teoría a una época histórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado” (Engels, 1974a, p. 718). Pero este no es el caso. Y por eso, aunque la economía es indispensable para estudiar la realidad social, no es suficiente.

Por eso tiene mucho sentido que Lenin, en sus Cuadernos filosóficos, haya señalado con toda precisión que “los campos de conocimiento con los cuáles debe construirse la teoría del conocimiento y la dialéctica” son la “historia de las distintas ciencias”, el “desarrollo mental del niño”, la evolución psíquica de los animales, la “historia del lenguaje”, la “psicología” e, incluso, la “fisiología de los órganos de los sentidos” (Lenin, 1974, p. 324). En pocas palabras, para construir la dialéctica (materialista) es necesario que la filosofía eche mano de todas las ciencias que estudian el origen y desarrollo de la conciencia en sus niveles evolutivo, histórico e individual.

III

En este punto debería quedar claro por qué el problema sobre el origen y desarrollo de la conciencia es central para la filosofía marxista. Y la respuesta es, primero, porque en su carácter dialéctico, esta filosofía se plantea explícitamente dicho problema, pues para ella el sujeto no puede ser entendido como algo preestablecido en el mundo, sino que debe ser concebido como un fruto, como un producto emergente y cambiante de la realidad; y, segundo, porque en su carácter materialista, no teleológico ni mistificado, el marxismo plantea la imposibilidad de establecer, de manera acabada, apriorística y especulativa, la historia de la relación sujeto-objeto, por lo que dicha historia debe ser observada en la realidad concreta, tal y como ocurre en la historia real.

Dicho esto, debería quedar claro, también, por qué las ciencias cognitivas en general y la psicología en particular pueden contribuir a la construcción de la dialéctica, tal y como Lenin lo sugirió, y la respuesta es porque estas ciencias, en su aproximación sistemática al estudio de la formación y funcionamiento de la conciencia ayudan a dar cuenta de la manera en que la subjetividad emerge y se desarrolla en la realidad concreta.

En este sentido, el materialismo dialéctico no es una filosofía que ya esté acabada de antemano, sino que es una filosofía que solo se puede ir completando paulatinamente con el estudio sistemático de la realidad. Por eso, la filosofía marxista, más que un conjunto de principios o leyes universales debe entenderse como una aproximación metodológica a la realidad material. Por supuesto, esta aproximación no puede desafanarse de cuestiones filosóficas, por lo que no podemos decir, como suele afirmarse erróneamente, que la ciencia sustituye a la filosofía. La ciencia, en sus bases epistemológicas y en su aproximación metodológica, depende ampliamente de la comprensión y reflexividad filosófica de los investigadores, por lo que el estudio de la filosofía resulta siempre necesario.

IV

Finalmente, hay que decir que la psicología no solo puede contribuir, potencialmente, a enriquecer el pensamiento dialéctico, sino que ya lo ha hecho y la psicología evolutiva[2] es un claro ejemplo. Investigadores como Piaget (1991; Piaget & Inhelder, 2007), Wallon (2007), Vygotsky (1979, 2013), Luria (1980) o Merani (1965; 1971), entre otros, se han planteado la tarea explícita de estudiar la génesis y el desarrollo de los procesos psicológicos. Y con sus investigaciones han contribuido a esclarecer, de manera importante, el proceso de formación de la conciencia humana.

Piaget (2007), por ejemplo, logró establecer cómo, a partir de la actividad sensoriomotora más básica de los recién nacidos, se van desarrollando, de manera paulatina, toda una serie de habilidades intelectuales que determinarán completamente su vida psíquica posterior. Aquí, un caso interesante de señalar por su importancia filosófica es el de la noción de causalidad. Al respecto, Hume (1974) había afirmado, con razón, que la idea de causalidad no tiene un referente directo en la experiencia, es decir, que no vemos la causalidad, sino que la inferimos. Y siguiendo de cerca estos razonamientos, Kant (2009) concluyó que, efectivamente, la causalidad no podía ser otra cosa que una categoría pura del entendimiento. Frente a este tipo de posturas, las conclusiones de Piaget son bastante distintas: en principio, él no niega que la causalidad carezca de un referente inmediato en la experiencia (como decía Hume), pero al recurrir a un análisis genético y evolutivo termina por concluir que la noción de causalidad no es trascendental, sino que emerge como resultado de la asimilación y acomodación de experiencias del niño, quien no la encuentra en una sola de sus experiencias sino en el conjunto de todas ellas. En este sentido, si bien la causalidad es una noción que el sujeto imputa, no es una noción que trascienda la realidad de la experiencia, sino que emerge de ella, como atributo del sujeto en su desarrollo psicológico.

Otro caso interesante es el de Vygotsky, quien estaba particularmente interesado por el papel de la cultura en la formación intelectual de los niños. Y lo que encontró fue que el proceso de adquisición de habilidades lingüísticas es crucial no solo para la comunicación, sino que acarrea transformaciones fundamentales en el funcionamiento de los procesos psicológicos. Tales transformaciones permiten que los niños y niñas mejoren su memoria, orienten su atención, modifiquen su percepción y potencien su capacidad de abstracción, entre otras cosas. En este sentido, la adquisición del lenguaje, que necesariamente se da por intermediación de los otros, significa toda una revolución en la conciencia de los individuos. Y, por tanto, se vuelve imposible seguir entendiendo a los individuos como entes monádicos con atributos dados de forma aislada, sino que se vuelve necesario comenzar a entenderlos como una cristalización de relaciones sociales. En otras palabras, con este tipo de hallazgos ya no podemos pensar que nuestra conciencia sea un atributo individual y aislado, sino que es necesario pensar a la mente misma como un producto social.

Como estos, podríamos seguir listando muchos más casos en que la psicología ha contribuido a avanzar en nuestros conocimientos sobre el origen y el desarrollo de la conciencia y la subjetividad. Y si habláramos en términos evolutivos e históricos, entonces tendríamos que señalar también los aportes de la biología, de la psicología comparada y evolucionista, así como de las ciencias sociales en general. Por supuesto, dicha tarea escapa a los límites de este trabajo. Sin embargo, los aportes están ahí. Tal vez lo que haga falta sea establecer un dialogo más franco y abierto entre filosofía y ciencia, para conseguir que la ciencia se nutra de crítica y reflexión, al tiempo que la filosofía se enriquezca con otras aproximaciones a la realidad.


Pablo Hernández Jaime es Maestro en Ciencias Sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] “La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real” (Marx & Engels, 2014, p. 21).

[2] No confundir la psicología evolutiva con la psicología evolucionista. La primera, también denominada genética, estudia el origen y desarrollo de los procesos psicológicos, mientras que la segunda estudia los procesos psicológicos en términos de su posible funcionalidad biológico-adaptativa.

Referencias

Engels, F. (1974a). Engels a Joseph Bloch. En C. Marx y F. Engels: Obras Escogidas (pp. 717–719). Progreso.

Engels, F. (1974b). Ludwig Feuerbach y el Fin de la Filosofía Clásica Alemana. En C. Marx y F. Engels: Obras Escogidas (pp. 614–653). Editorial Progreso.

Hume, D. (1974). Tratado de la Naturaleza Humana. Acerca del entendimiento. Paidos.

Kant, I. (2009). Crítica de la Razón Pura. Fondo de Cultura Económica; UAM; UNAM.

Lenin, V. I. (1974). Resumen del libro de Lassalle “La filosofía de Heráclito el oscuro de Éfeso”. En Obras Completas. Tomo XLII. Cuadernos filosóficos (pp. 311–326). Akal.

Luria, A. (1980). Introducción Evolucionista a la Psicología. Editorial Fontanella.

Marx, K. (1975). Epílogo a la segunda edición. En P. Scaron (Ed.), El Capital: Crítica de la Economía Política. Libro Primero: el Proceso de Producción del Capital (pp. 11–20). Siglo XXI.

Marx, K. (2011). Tesis sobre Feuerbach (1845). En El materialismo de Marx. Discurso crítico y revolución (pp. 109–121). Itaca.

Marx, K., & Engels, F. (2014). La Ideología Alemana. Akal.

Merani, A. (1965). De la Praxis a la Razón. Grijalbo.

Merani, A., & Merani, S. (1971). La Génesis del Pensamiento. Grijalbo.

Piaget, J. (1991). Seis Estudios de Psicologia. Ediciónes Labor.

Piaget, J., & Inhelder, B. (2007). Psicologia del Niño (17a ed.). Ediciónes Morata.

Vygotski, L. (1979). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores (M. Cole, V. John-Steiner, S. Scribner, & E. Souberman (eds.)). Grijalbo.

Vygotski, L. (2013). Pensamiento y lenguaje. Teoría del desarrollo cultural de las funciones psiquicas. Quinto Sol.

Wallon, H. (2007). La evolución psicológica del niño. Editorial Crítica.


Octubre 2022

El movimiento estudiantil popular de 1968 tomó por sorpresa a los miembros de las élites intelectuales mexicanas. La confusión fue mayúscula al tratar de entender y dimensionar los alcances y los límites del fenómeno, añadida a la necesidad inmediata de “teorizar el fenómeno”. Los semanarios culturales y las columnas políticas de los periódicos de la época son un testimonio fidedigno del estupor y la sorpresa que causó la escalada del conflicto, las manifestaciones estudiantiles y la represión policiaca. Otro testimonio inagotable de la confusión que causó 1968 fue la pluralidad y la variedad de interpretaciones y de posicionamientos que los intelectuales mexicanos hicieron en torno a su significado político y al impacto en la sociedad mexicana de la época.

Incluso la hemerografía más crítica con el gobierno como los semanarios Siempre!, dirigido por Manuel Marcué Pardiñas; La Cultura en México o Política, padecieron la enfermedad del confucionismo, la heterogeneidad y la incapacidad de asir y explicar el fenómeno. ¿Cómo explicar lo que pasaba frente a sus ojos?, ¿Qué significaban las movilizaciones estudiantiles en ese contexto específico?, ¿Por qué no pudo preverse el ascenso de una serie de manifestaciones de tal magnitud?, ¿Cómo tenía que actuar el Estado?, ¿y la sociedad?, ¿y los intelectuales?

Insatisfechos, pero con afán de dar respuestas a las preguntas que el proceso iba generando, muchos intelectuales se aventuraron a proponer hipótesis e interpretaciones, otros vertieron sus opiniones personales e incluso se elaboraron análisis políticos ex profeso que, al vapor, intentaban ser explicaciones abarcadoras sobre la inasible problemática. Como lo ha reseñado Jorge Volpi en su libro La imaginación y el poder, una historia intelectual de 1968, los titulares y los periódicos se inundaron de interpretaciones variopintas en tanto los acontecimientos se iban desarrollando.

De esta manera, entre el 22 de julio y el 2 de octubre de 1968, los intelectuales debatieron sobre la ética y la política del conflicto. Algunos intérpretes muy lúcidos de su tiempo, sorprendentemente, descalificaron a los estudiantes de ser imitadores e importadores de un conflicto que sencillamente no existía para desestabilizar el país. Vicente Lombardo Toledano, por ejemplo, sentenció: “Una burda imitación de París. La verdadera izquierda nada tuvo que ver en los disturbios y borlotes estudiantiles: la reacción y el imperialismo fueron los únicos favorecidos.” Francisco Martínez de la Vega señalaba con una mesura complaciente: “México tiene derecho a reclamar cordura de sus jóvenes inconformes”, y Roberto Blanco Moheno, combativo y furibundo enemigo del desorden, en una línea abiertamente contraria, acusaba: “De los detenidos por dirigir los alborotos, aunque casi ninguno me es conocido en lo personal, he visto las fotografías. Tienen cara de delincuentes o de fanáticos, y de fanáticos y delincuentes maduros, cuando no ya viejos (…) ¿Recordar aquí que hace dos años advertí la existencia de planes para sabotear la Olimpiada? Es una pena que siempre se reconozca que tengo razón.”

De hecho, Blanco Moheno, Martínez de la Vega y Lombardo Toledano (¡!) se montaban en la verdad histórica que estaba construyendo el Estado mexicano. Su versión caracterizaba al movimiento como una conjura comunista, como el intento de un golpe de estado mediante la formación de un contrapoder organizado en el Consejo Nacional de Huelga. Por eso, la actuación policiaca era justificada, pues al reprimir, perseguir y encarcelar manifestantes, se estaba persiguiendo a quienes atentaban contra la legitimidad del poder de la nación. Desde luego esta versión era una fantasía. Un delirio que servía para la represión.

En este marco de confusión por el proceso, emergió, sin embargo, José Revueltas, rara avis, intelectual revolucionario que pudo observar la capacidad de transformación del movimiento en un acontecimiento que trastocara los cimientos de la sociedad y reorganizara las jerarquías y las relaciones de explotación existentes; es decir, que se reelaborara el contrato social y se avanzara hacia un horizonte mucho más justo para las mayorías. Ese formidable potencial revolucionario que tenía en germen la movilización no fue apreciado de la misma manera por muchos intelectuales de su época.

En las distintas revistas y columnas en periódicos que se escribieron en agosto de 1968 hubo dentro de los intelectuales una crítica extendida a la falta de banderas, de objetivos precisos del movimiento. El pliego de los 6 puntos no convencía a la intelligetsia mexicana que lo calificaba de espontáneo e infantil, más parecido a una rabieta adolescente que a una movilización consciente y madura; como mencionó Rubén Salazar Mallén: “la falta de bandera hizo que los estudiantes depusieran la actitud que adoptaron durante los disturbios registrados. Los muchachos no supieron justificar su violencia ni definieron deseos de aspiraciones de magnitud suficiente para que su conducta fuera y pareciera adecuada a las circunstancias.” Evaluaciones similares fueron difundidas a la opinión pública.

La heterogeneidad ideológica del movimiento era verdad. Los intelectuales del CNH veían con mucho recelo los discursos partidistas o socialistas: ¡Queremos democracia a secas!, se escuchaba en las numerosas asambleas que se realizaban. No había espacio para el socialismo en una generación desencantada de la Unión Soviética en la cual no tenía mucha influencia el Partido Comunista Mexicano. Sin embargo, José Revueltas no se resignaba: buscó colar, por la rendija más amplia posible, la idea de transformar radicalmente la sociedad gracias al formidable potencial que las movilizaciones juveniles manifestaban y por qué no, la idea de que el movimiento deviniera socialista.

Para Revueltas el pliego de los seis puntos era una consigna del incipiente movimiento estudiantil, pero conforme se fue ampliando y madurando en el tiempo y el espacio, resultó insuficiente: “nuestra lucha es por una sociedad nueva, libre y justa, en la cual se pueda pensar, trabajar, crear, sin humillaciones, sobresaltos, angustias y mediatizaciones de toda especie.” La juventud, según él, tomaba en sus manos la estafeta de la revolución, puesto que la clase obrera y los campesinos se encontraban completamente enajenados y mediatizados a través del control estatal de los sindicatos, las organizaciones agrarias y los comités de los partidos políticos.

Pero la lucha estaba clara y los enemigos del movimiento también: el Estado y la burguesía, contra los cuales se luchaba en el seno del movimiento: “A los miembros de la oligarquía, a los satisfechos burgueses viejos y nuevos, a la clase dominante, no tenemos otra cosa que plantearles sino la obligación de pagar, y pagar cada vez más, en dinero, por lo pronto, en tanto que llega la hora en que paguen con su desaparición histórica del panorama humano.”

Lo anterior nos revela la sensación revueltiana de algo más profundo, subterráneo, no evidente que se escondía bajo la apariencia del pliego de los seis puntos, algo que luchaba por emerger y ascender a la superficie con fuerza propia. Una criatura que no terminaba por manifestarse y que, probablemente, la represión del 2 de octubre impidió que viera la luz. Para Revueltas esa criatura era, quizá, la revolución socialista, la revolución proletaria. Ocho años después, Revueltas continuaba quebrándose la cabeza buscando entender el carácter oculto de 1968: “El movimiento nunca modificó sus seis puntos y, no obstante, durante el movimiento había una lucha que iba más allá de los seis puntos. Pero los dirigentes no supieron recolectar esta opinión que quedó en volantes y quedó en impresos mimeográficos que son el mejor documento democrático.” Para Revueltas, una explicación de la derrota en 1968 fue que, en cierta medida, desde el mismo movimiento se impidió ir más allá, se prohibió la revolución y se cerró la puerta erróneamente, a la emergencia de una democracia radical, socialista.


Aquiles Celis es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Octubre 2022

En 2018 publiqué por primera vez el artículo titulado “Posmodernismo y arte” (https://cemees.org/2019/07/20/posmodernismo-y-arte/). Comenzaba caracterizando los rasgos principales del posmodernismo en sus dimensiones filosófica y sociológica, y luego lo clasificaba como una reacción a las premisas centrales de los modelos de pensamiento surgidos de la Ilustración del siglo xviii, puesto que dirige su crítica a conceptos universalmente aceptados como método científico, razonamiento lógico o verdad objetiva.

Enseguida pasaba a hablar de las implicaciones prácticas de tal discurso en el campo de la creación artística. Afirmaba entonces que la célebre Fountain de Marcel Duchamp, de 1917, preludiaba ya el programa estético posmoderno. Remarcaba el papel de la artillería académico-intelectual oficial de los imperialismos occidentales en la institucionalización de tal discurso, en el contexto de la Guerra Fría. Y finalmente concluía con una valoración general negativa del posmodernismo en el arte, por considerar que su individualismo radical mutilaba al arte de su función comunicadora, con lo cual se minaba la premisa fundamental de toda la práctica artística: la interrelación artista-sociedad.  

En sus líneas generales, sostengo mis conclusiones de entonces; no obstante, hoy creo que algunas de esas concepciones deben ser ampliadas y otras, de plano, corregidas.

Primera: la delimitación conceptual. El término arte posmoderno puede ser entendido —y aplicado— en dos direcciones. La primera, frecuentemente ignorada por los comentaristas no especializados, como delimitación temporal: el posmodernismo sucede al modernismo. Decir arte posmoderno se referiría, en este sentido, al arte surgido a partir de la década de 1970, aproximadamente. De aquí se desprende, por cierto, que entender al arte posmoderno lleva implícito conocer también el arte moderno, hacia el cual es reacción inmediata. La segunda acepción, que es la que se utiliza generalmente, es la de programa estético; es esta segunda forma de entender el término arte posmoderno la que debe examinarse como suma atención a la hora de dirigir nuestras críticas. En efecto, poca gente habla contra el arte posmoderno en su sentido histórico; se le critica en primer término en su dimensión estética.

Al respecto, y sobre esta segunda definición, debe decirse que la generalización “arte posmoderno” no tiene hasta ahora un perfil suficiente delimitado. Las comunidades de académicos, críticos y artistas no han logrado construir una propuesta suficientemente consensuada sobre cuáles serían los postulados teóricos de tal programa estético, y mucho menos aún sobre las características técnicas definitorias de una obra posmoderna en cada una de las disciplinas artísticas. ¿Cuáles son las particularidades técnicas del posmodernismo en las artes visuales? ¿Cómo se define el cine posmoderno? ¿Y la música posmoderna? Fuera de aproximaciones demasiado generales como la del célebre MoMA (Museum of Modern Art) de Nueva York, que explica que el arte posmoderno “no es tanto un movimiento cohesionado, sino más bien un enfoque y una actitud hacia el arte, la cultura y la sociedad”, no existen todavía consensos sobre sus aspectos particulares. Después de todo, enfoques y actitudes tuvieron desde siempre todas las corrientes artísticas. De aquí se sigue, entonces, que quien etiquete una obra cualquiera como posmoderna, sea o no peyorativamente, debería también detenerse a explicarnos por qué la considera tal.

Segunda aclaración. Las formas bajo las cuales el llamado arte posmoderno adopta los postulados originales del posmodernismo filosófico no son automáticas; es decir, los planteamientos del discurso filosófico no pueden aplicarse en el arte de manera directa y literal. Un ejemplo: el postulado filosófico posmoderno de que la realidad es, en última instancia, una representación subjetiva, postulado que representa en áreas como la investigación científica o la actividad política una subversión radical, encuentra en la práctica artística un efecto bastante limitado. Habituados desde hace siglos al juego de la subjetividad de la representación, las y los artistas han trabajado desde los orígenes mismos del arte precisamente con las infinitas posibilidades de tal subjetividad.

En efecto, puede decirse en este punto que el camino del arte opera en un sentido contrario. Mientras que el objetivo de las ciencias, incluidas las sociales, recorre el camino de una representación cada vez más fiel de los fenómenos de la realidad objetiva, es decir, de alcanzar la identidad del reflejo subjetivo con el objeto, la representación artística recorre la ruta opuesta: de lo objetivo a lo subjetivo. En arte, la copia fiel de la realidad fue solamente el punto de partida (como ideal teórico, naturalmente, pues la precisión de la representación fue en realidad la conquista de siglos de trabajo técnico) en un proceso que tiende progresivamente a alejarse de toda imitación de tal realidad. El desvanecimiento del objeto como fuente de la representación en las artes plásticas no es sino el último paso en este camino.

Como sea, el tema de la subjetividad de la representación es solo un ejemplo. Su utilidad consiste en mostrarnos por qué una crítica del arte posmoderno no puede basarse exclusivamente en los postulados generales del posmodernismo, sino que debe dirigirse concretamente a las concepciones estrictamente artísticas que derivan de tales postulados generales. ¿Qué rasgos particulares definen al arte posmoderno? ¿Cómo criticamos directamente las sistematizaciones teóricas de los artistas posmodernos? Nuestros juicios personales de calificar algo como un desvarío no pueden tener una aplicación seria en tal debate. La obra de Van Gogh, que goza hoy de unánime aprobación, fue en su tiempo unánimemente calificada como un desvarío.

Tercera y última aclaración. En terrenos como este, ninguna valoración puede tener un alcance absoluto. El discurso posmoderno en el arte de nuestros días tiene también, tanto en sus aspectos teóricos como en su práctica, aspectos positivos. Sobre esta tesis quisiera brindar dos ejemplos puntuales, aunque sea solo con carácter enunciativo y sin el afán de desarrollar las exposiciones.

Uno. Al viejo debate sobre la masificación del arte, sistemáticamente ignorado por los movimientos romántico y moderno, los artistas posmodernos responden con el radicalismo más temerario: la vieja distinción entre alta cultura y cultura de masas ha colapsado; cualquiera puede ser artista y cualquier cosa puede ser arte.

Como consigna puede parecer superficial y simple, pero hace falta un cierto contexto cultural para comprender la dimensión histórica de ese planteamiento. El último movimiento cultural que se preocupó explícitamente por la llamada masificación del arte fue el Neoclasicismo asociado con las ideas de la Ilustración del siglo xviii, cuando la burguesía revolucionaria y sus representantes en el arte dirigían su llamado a todas las clases oprimidas de su tiempo. Ya el Romanticismo, como movimiento cultural, puede considerarse la primera reacción de protesta al ideal estético burgués, protesta que madura también una crítica a la idea neoclásica de la masificación del arte. Conceptos centrales del arte de la modernidad como el acento radical en la subjetividad individual, la introspección como fuente primigenia del proceso creativo o la hiper-intelectualización de los procedimientos técnicos, sustentos de la tesis de que el arte es por su propia naturaleza impopular, se sistematizaron ya con toda consistencia en el ideario estético romántico. El arte de discurso posmoderno responde acercándose impúdicamente a la cultura de masas, a lo pop, a lo cotidiano, a lo mainstream.

Y dos. El ideario posmoderno dinamita el supuesto carácter sublime del arte. Sobre qué significa exactamente que el arte sea sublime han disertado las plumas más célebres de las escuelas idealistas, desde Platón hasta Kant. Lo cierto es que tales discursos reproducen, consciente o inconscientemente, la idea elitista de que el arte solo puede ser practicado y apreciado por un puñado de privilegiados. Los artistas de discurso posmoderno se alzan contra esta vieja escuela y empuñan contra ella un estandarte particularmente polémico: la banalidad. Pero no en un sentido corriente, sino la banalidad como concepto artístico. Quien peyorativamente califica de “banal” una obra de arte contemporáneo, ignora que, muy probablemente, tal apreciación satisfaría en algún grado las aspiraciones del autor. Las y los artistas de discurso posmoderno adoptan una actitud general de pesimismo ante nuestra época de banalidades, y conceden orgullosamente que cuando un espectador desconcertado musita “eso lo pude haber hecho yo” tiene, en realidad, toda la razón. En su ideario, el arte ya no es sublime ni excelso, sino un producto terreno, ordinario, común y corriente.

Me parece pertinente aclarar, no obstante, que mi intento por sistematizar con cierta elocuencia las dos ideas anteriores no significa que comulgue con ellas. El objetivo es mostrar que, si bien la influencia del discurso filosófico posmoderno en la creación artística contemporánea es, en general, negativa, no lo es en términos absolutos.

En su célebre disertación El arte y la vida social, Plejánov, a quien algunos han considerado el padre de la estética marxista, se pregunta en qué reside el supuesto valor intrínseco de la obra de arte. Entre otras ideas dignas de atención, postula que “cuando una idea falsa sirve de base a la obra artística aporta contradicciones intrínsecas, de las cuales sufre inevitablemente su mérito estético”. La historia de los siglos posteriores dirá con toda contundencia su juicio final sobre el papel y el carácter del arte que aquí abordamos. Por el momento, siguiendo la perspectiva de Plejánov, podemos indicar que el posmodernismo filosófico, con su relativismo radical que proclama la imposibilidad de conocer al mundo y a la sociedad —y por tanto de transformarlos—, con su ataque sistemático a la razón y a la lógica, y pese a las formas particulares que adopte en las formas de creación artística, es una idea falsa.


Aquiles Lázaro es promotor cultural e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Octubre 2022

Hasta ahora, los seres humanos se han formado siempre ideas falsas acerca de sí mismos, acerca de lo que son o debieran ser. Los frutos de su cabeza han acabado por imponerse a su cabeza. Ellos, los creadores, se han rendido ante sus criaturas. Liberémoslos de los fantasmas cerebrales, de las ideas, de los dogmas, de los seres imaginarios bajo cuyo yugo degeneran. Rebelémonos contra esta tiranía de los pensamientos. Enseñémoslos a sustituir estas quimeras por pensamientos que correspondan a la esencia del ser humano, dice uno, a adoptar ante ellos una actitud crítica, dice otro, a quitárselos de la cabeza, dice el tercero, y la realidad existente se derrumbará.

Marx y Engels

Así como el materialismo no se especializa en demostrar la existencia de los objetos externos, tampoco el idealismo es un espiritualismo, es decir que, contrario a lo afirmado por Politzer, el idealismo no trata fundamentalmente de un espíritu superior que ordena el mundo y las relaciones de los seres humanos. El espiritualismo prácticamente desapareció luego de que Kant expuso su filosofía. A partir de Kant, el espiritualismo ocupó un lugar marginal en los estudios filosóficos.

Los filósofos idealistas no se afanaron por demostrar que el mundo giraba gracias a un ente supremo. Realmente lo que impulsó al idealismo era la autonomía de la subjetividad para hacer transformaciones políticas, es decir, los filósofos tenían un motor político. En torno a la necesidad política también Marx estableció su filosofía. El materialismo de Marx es continuación y crítica del idealismo; en el planteamiento de Marx se encuentran subsumidas tesis centrales del idealismo alemán. Es sabido que la filosofía de Marx se centra en el análisis de las relaciones materiales capitalistas, su materialismo explica cómo se dan de hecho los fenómenos materiales en el capitalismo. Uno de los cuestionamientos centrales que guía a Marx es: ¿cómo es que el capitalismo permanece pese a sus graves contradicciones internas?, ¿por qué el capitalismo, en vez de colapsar y aniquilarse, dadas sus problemáticas, sigue desarrollándose? Así, la investigación de Marx está en torno a la manera en que se desenvuelven las contradicciones, y no especialmente en la forma cíclica de la historia que, por lo demás, había sido ya postulada por otras filosofías de la historia.

Karl Marx expuso las condiciones en que las clases explotadas querrían negarse a vivir. No se trata solamente de comprender la esencia del modo de vida, sino de comprenderla y negarla, en una palabra: transformarla. El idealismo comprende el modo de ser de las cosas, es decir, el modo en el que las cosas son. Marx analiza lo mismo, pero no se queda en ese plano de la comprensión.

Permanecer en las discusiones acerca de cómo son las cosas y las relaciones del mundo es, de alguna manera, olvidar la constitución política humana, es negarse a criticar el statu quo establecido. Esto ha sido comprendido en la historia de la filosofía. Platón lo ilustra perfectamente en su alegoría de la caverna.

En esa alegoría, el filósofo griego narra que un encadenado fugitivo logra escapar de la caverna en la que estaba encarcelado, y entonces se da cuenta de que afuera está el mundo real, y que la caverna en que había vivido es un mundo de “sombras”, de opiniones, de mentiras; al volver a la caverna intenta comunicar a los demás prisioneros que ha visto el mundo tal cual es, pero le toman por ciego. Los prisioneros permanecen en sus discusiones de siempre, en torno a mentiras; permanecen en el mundo en que han crecido, se niegan a ver qué hay más allá de eso que conocen, se niegan a analizar el poder establecido que les somete. En esa caverna es casi imposible percibir las cadenas y las sombras, no es voluntad de la gente prisionera estar en esas circunstancias. Los interesados en que el mundo de sombras se perpetúe son quienes están al mando del poder político, pues entre sombras es difícil percibirlos y modificar ese sistema que les beneficia sólo a ellos.

La alegoría de la caverna describe nuestro mundo. Sin embargo, el puro análisis de la alegoría de la caverna y la simple comprensión del sistema social actual perpetúa las injusticias. Hace falta ir más allá; este fue el señalamiento de Marx.

Marx percibió las relaciones humanas y criticó el modelo político capitalista, no se limitó a la comprensión de dichas relaciones ni de conceptos. No solamente estudió cómo se define una mercancía, cuáles son los medios de producción, la definición de clase obrera y burguesía y etc.; pensó en esas categorías y llegó a una conclusión que va contra toda prueba meramente empírica: las relaciones sociales están enajenadas. El estudio de las condiciones de producción y las relaciones sociales lo remitió a algo que va en contra del statu quo actual, no analiza el presente y nuestra situación de clases explotadas, analiza algo que sobrepasa el poder establecido: lo que somos antes de ser personas explotadas, qué es lo que nos mantiene en la condición de gente explotada; en otras palabras: cuál es la ontología de las relaciones humanas capitalistas. Por estas cuestiones, El capital, su gran obra, ha sido censurada, anulada e ignorada por el poder político e incluso se ha borrado muchas veces del currículo de las universidades, pues es precisamente a través del olvido, y de ignorar las reflexiones profundas, que las discusiones políticas evaden las teorías filosóficas que no pueden refutar o que les representan una amenaza. Tal es el caso de la filosofía de Marx que, constituye, de acuerdo con Engels, “el misil más terrible que se haya lanzado a la cabeza de la burguesía”. 


Betzy Bravo es licenciada en filosofía por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Septiembre 2022

Nadie duda que Marx era un pensador que estaba a favor del compromiso político de la ciencia. Y es que es cierto. Desde sus escritos tempranos y pasando por su propio ejemplo, Marx siempre señaló la necesidad de emplear los conocimientos para transformar el mundo. Para él, entonces, las ciencias, y especialmente las sociales, no pueden pretender ser imparciales o apolíticas, asépticas de toda influencia o interés social.

Sin embargo, Marx no abogaba por una ciencia subordinada a la política. Por el contrario, él mismo consideraba que las acciones políticas debían estar guiadas y fundadas científicamente. De aquí su particular concepción del “socialismo científico”, que se oponía a otras formas de política guiadas por prejuicios, mitos, utopías o impulsos voluntaristas.

Pero, ¿cómo entender esta relación entre política y ciencia? El problema no es sencillo, pues entre ciencia y política hay una relación complicada que, a continuación, trataré de esbozar en términos sencillos. Veamos:

La ciencia es, esencialmente, un esfuerzo por aproximarse, de la manera más rigurosa, crítica y autoconsciente posible, a la verdad. Y la verdad no es otra cosa que aquello que creemos que se corresponde con la realidad. En ese sentido, la ciencia debe buscar, constantemente, los mejores medios, las mejores vías (teóricas, técnicas y empíricas) para aproximarse al conocimiento del mundo.

En el lenguaje cotidiano, cuando decimos que la ciencia es objetiva, lo que estamos diciendo (aunque no siempre lo tengamos claro) es que la ciencia se aproxima a la verdad, es decir, que se aproxima a un conocimiento que, por las razones adecuadas, se corresponde en algún grado bien delimitado con la realidad.

La política, por otro lado, es un ámbito de la realidad social orientado hacia la gestión y administración de los recursos y las personas. Y en realidad siempre estamos haciendo política, por acto u omisión, en la vida pública o privada. Hay política en todo lo que hacemos, dejamos de hacer o permitimos.

Pero uno de los puntos cruciales de la política es que esta ocurre en medio de la desigualdad[1] y la lucha de clases. Esto le otorga un cariz particular que es necesario tener en cuenta, y es que la política, dada esta condición, es una lucha por el poder, una lucha entre diferentes grupos, partidos, estamentos y, finalmente, una lucha entre distintas clases.

Quienes participan decididamente en política se verán orillados, de una u otra forma, a tomar posición en la arena de combate, y en esa medida sentirán la necesidad de conseguir herramientas para su lucha: más brazos, más voces, más espacios de difusión, mejor imagen y, particularmente, mejores discursos.

Por supuesto (y esto es importante señalarlo) los “mejores discursos”, desde el punto de vista oportunista e instrumental no son, necesariamente, los discursos más verdaderos. Para el político oportunista los mejores discursos son los que le traen mayores beneficios políticos, los que le ganan el ánimo de la gente o lo legitiman frente a ella, sean ciertos o no[2].

Sin embargo, en aras de ganarse el apoyo popular, ningún político dirá que sus discursos son falsos o hechos a modo; todos dirán que sus palabras son verdaderas o que están respaldadas por la ciencia. Al político oportunista no le importa que sus discursos sean verdad, sino que lo parezcan. De aquí la demagogia que nos es tan conocida y chocante.

Pero es en este punto donde surgen las contradicciones entre ciencia y política. La primera y más evidente contradicción es que, mientras la ciencia tiende a la objetividad, y en esa medida intenta alejarse de influencias externas que puedan afectar el rigor de sus investigaciones, la política busca a la ciencia para que trabaje en su favor y le ayude a legitimarse en su lucha por el poder, encargándole, incluso, que respalde sus posturas e ideas, previamente establecidas, con argumentos y evidencias para que parezcan el resultado prístino de una investigación rigurosa.

La segunda contradicción es menos evidente, pero es quizá la más importante de las dos. Y es que ni la ciencia puede desprenderse por completo de intereses ajenos, ni a la política le sirve ya una ciencia que, a todas luces, se haya convertido en su vocera. Esto es así, fundamentalmente, por dos razones:

La primera razón es que los científicos también, y sencillamente, son parte de la sociedad, y necesitan un salario para vivir, compiten por recursos públicos y privados para investigaciones, tienen afinidades políticas y económicas, y, por supuesto, cuentan con sesgos ideológicos. Es decir que la ciencia la hacen personas normales y, en esa medida, siempre hay oportunidad para que se cuelen otros intereses en su quehacer científico.

La segunda razón es que, si la política busca el respaldo de la ciencia, es porque encuentra en ella una fuente de credibilidad. Y esta credibilidad depende de que la ciencia se tome en serio su tarea. Si los científicos dejaran de ser científicos y se dedicaran solo a justificar lo que quieren los políticos, pasarían dos cosas: la ciencia dejaría de dar resultados y la gente empezaría a darse cuenta de que los científicos están vendidos, por lo que perderían su credibilidad.

Como se puede apreciar, la relación entre política y ciencia es bastante intrincada y contradictoria. La ciencia busca alejarse de intereses ajenos a ella, pero de los que no puede desprenderse, y la política busca una ciencia que le sirva de apologeta, pero que no puede conseguir si no es destruyéndola como ciencia.

Frente a esta cuestión hay diversas posturas. Para el posmodernismo, por ejemplo, la ciencia debe renunciar a sus pretensiones de objetividad y concebirse como lo que ellos dicen que es: un mero relato político. El posmodernismo, entonces, subsume a la ciencia en la política. Para el cientificismo de herencia positivista[3], en cambio, la política debe abstenerse de intervenir en la ciencia, y la ciencia debe alejarse decididamente de todo interés ajeno a ella. Para el cientificismo, entonces, no es posible ni deseable una ciencia con compromiso político; en todo caso, es la política la que tendría que ceñirse, por la propia fuerza de la razón, a los descubrimientos y recomendaciones de la ciencia.

Quizá sobra decir que ninguna de estas dos posturas es la de Marx, pero entonces, ¿cuál es su postura y cómo soluciona él este problema? ¿Hasta dónde considera él que debe llegar el compromiso político y en qué consiste la labor científica?

Responder estas preguntas de manera exhaustiva requeriría un análisis mucho más extenso y detallado; sin embargo, considero que es posible dar una respuesta breve, aunque preliminar, si consideramos, aunque sea de manera general, los siguientes aspectos del pensamiento de Marx:

(1) El materialismo filosófico de Marx destierra del pensamiento toda predestinación histórica y todo esquema interpretativo que pretenda ser por sí mismo y a priori una fórmula para alcanzar el conocimiento por mera deducción. En su lugar, Marx señala que, para conocer las posibles vías del desarrollo histórico es necesario desentrañar la lógica y tendencias de cada fenómeno de la realidad, y para conocer estas últimas no hay ninguna fórmula que simple y llanamente se pueda aplicar[4]; por el contrario, es necesario ir y estudiar directamente lo que ocurre en el mundo y solo entonces podremos aproximarnos a la lógica y tendencias de cada fenómeno. En pocas palabras, Marx destierra la revelación de la filosofía, dejando a la ciencia la tarea preeminente de conocer el mundo[5].

(2) Para Marx, el socialismo no puede guiarse esencialmente por imperativos éticos, ni por utopías románticas y, todavía menos, por propuestas voluntaristas. En el primer caso, porque no hay reglas apriorísticas que garanticen el éxito de una causa política. En el segundo y tercer caso porque toda utopía, lo mismo que todo voluntarismo, en la medida en que parten del desconocimiento de la realidad concreta y sus tendencias, son más una fantasía que un proyecto factible. Por eso, Marx señala que “el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya que sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual” (2014, p. 29).

Por supuesto, esto no quiere decir que nos sentemos a esperar el movimiento automático de la historia y la superación inevitable del presente. Nuestras acciones pueden formar parte activa y determinante del desarrollo histórico. Pero para eso debemos actuar con “conocimiento de causa” (Engels, 1962, p. 104), es decir, con plena conciencia de lo que ocurre en la realidad y para eso necesitamos que la política esté guiada por la ciencia[6].

(3) Para Marx, la ciencia debe estar comprometida políticamente; pero este compromiso, que debe aplicarse a la hora de priorizar aquellas investigaciones que resulten cruciales para la política socialista y que debe llevar a los científicos, en la medida de sus posibilidades, a extraer consecuencias prácticas de sus investigaciones, no puede sesgar, en ningún caso, las conclusiones de una investigación. Por eso, Marx señaló, a propósito de ciertas tergiversaciones ideológicas operadas por Malthus a las conclusiones de sus investigaciones, que “para mí, quien no cultiva la ciencia por la ciencia misma (por muy erróneamente que pueda hacerlo), sino por motivos exteriores a ella y tratando de acomodarla a intereses que le son extraños y que nada tienen que ver con ella, merece el calificativo de ‘vil’[7](Marx, 1980, p. 101).

Por supuesto, esto no quiere decir que Marx abogue por una ciencia sin compromiso político. Lo que sí dice es que, tal compromiso no puede interferir en el rigor de la propia investigación científica. Manipular los resultados de un estudio científico para que coincidan con alguna postura política preestablecida invalidaría los resultados de la investigación, eliminando su carácter científico y, por tanto, convirtiéndolos en una guía errada de la política socialista. Proceder así sería autoengañarse y nadie llega con autoengaños al comunismo.

¿Cuál es, en suma, la postura de Marx sobre la relación entre ciencia y política? Para Marx, la ciencia es central para conocer el mundo, y este conocimiento es el que debe guiar las acciones de la política si es que esta desea incidir de manera importante y positiva en la realidad. En ese sentido, los revolucionarios deben comprender y cultivar la ciencia, para emplearla como brújula de sus acciones. Por supuesto, esto supone que la ciencia del socialismo sea una ciencia políticamente comprometida; mas tal compromiso, aunque debe estar presente, motivando las investigaciones y orientando su aplicación, no puede interferir con el rigor científico.

Podemos decir, entonces, que Marx no subsume a la ciencia en la política ni la escinde de esta última, sino que pone ambos términos en relación, y plantea que solo en la medida que tal relación sea dialéctica, será posible el desarrollo, siempre necesario, del “socialismo científico”, base de la política revolucionaria. Cabe señalar que, con esta resolución no quedan zanjadas, de una vez y para siempre, las contradicciones entre ciencia y política; sin embargo, al conocerlas y razonar una posición frente a ellas, se vuelve más fácil tratar de manejarlas, pues nos aproximamos a la conciencia de su necesidad.


Pablo Hernández Jaime es Maestro en Ciencias Sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] No solo desigualdad económica, también desigualdad de prestigio, poder, género, estatus étnico racial, etc.

[2] La llamada realpolitik, al menos en los términos de Lukács (2014),es en buena medida esto: dejarse llevar por la necesidad que marcan los acontecimientos de la lucha política, usualmente a consecuencia de dejarse arrastrar por las lógicas, prácticas y tendencias existentes en el sistema político.

[3] Esta herencia se nota en la pretendida posibilidad de separar completamente los intereses políticos y económicos del quehacer científico.

[4] Este punto de la filosofía marxista queda bastante claro en la crítica que Marx y Engels hacen a Edgar Bauer en La sagrada familia (2013), a propósito de lo que denominan “tranquilidad del conocimiento”. Con este concepto, Marx y Engels se burlan de la actitud filosófica de Edgar, quien cree que, por haber aprendido un esquema hegeliano para el análisis de la realidad, ahora puede, con toda tranquilidad obtener deducciones fáciles sobre cualquier fenómeno. Esta es la actitud apriorística y dogmática a la que Marx y Engels oponen la necesidad de estudiar científicamente la realidad.

[5] La necesidad y centralidad de la ciencia también ha sido abordada por Engels, en textos como Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (1974)o el Anti-Dühring (1962). El problema, en alguna medida, también ha sido abordado por Lukács en su famoso texto sobre marxismo ortodoxo (1978), donde señala cómo el núcleo teórico del marxismo está orientado no a la repetición de fórmulas o a la revelación de verdades a partir de los textos marxistas, sino a la elaboración metódica de nuevas investigaciones para avanzar en el conocimiento científico de la realidad concreta.

[6] De esta tesis, central en el “socialismo científico”, se desprenden muchas de las críticas y discusiones que Marx y Engels tuvieron con otros socialistas de su época, pues a su modo de ver, y como quedó reflejado de alguna forma en el Manifiesto del partido comunista (2012), esta falta de cientificidad llevaba a que, con frecuencia, los socialistas oscilaran entre la añoranza del pasado y el utopismo.

[7] Donde dice “vil”, el alemán original indica el calificativo gemein (Marx, 1967, p. 112), que también puede ser traducido como “vulgar”.

Referencias

Engels, F. (1962). Anti-Dühring: la suversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring (M. Sacristán (ed.)). Grijalbo.

Engels, F. (1974). Ludwig Feuerbach y el Fin de la Filosofía Clásica Alemana. En C. Marx y F. Engels: Obras Escogidas (pp. 614–653). Editorial Progreso.

Lukacs, G. (1978). El Marxismo Ortodoxo y el Materialismo Histórico. Grijalbo.

Lukács, G. (2014). Tactics and Ethics. En Tactics and Ethics. 1919-1929. Verso.

Marx, K. (1967). Theorien über den Mehrwert (Vierter Band des „Kapitals”). Dietz Verlag Berlin.

Marx, K. (1980). Teorías sobre la plusvalía. II. Fondo de Cultura Económica.

Marx, K., & Engels, F. (2012). Manifiesto del Partido Comunista. En Textos Selectos y Manuscritos de París; Manifiesto del Partido Comunista con Friedrich Engels; Crítica del Programa de Gotha. Editorial Gredos.

Marx, K., & Engels, F. (2013). La sagrada familia o crítica de la crítica crítica contra Bruno Bauer y consortes. Akal.

Marx, K., & Engels, F. (2014). La Ideología Alemana. Akal.


Septiembre 2022

Desde la Segunda Guerra Mundial, el militarismo norteamericano, en sus aspectos bélico y tecnológico-industrial, nunca tuvo tregua. Pero, en la coyuntura actual, se intensifica peligrosamente y demanda nuevas estrategias con importantes implicaciones para el resto del mundo. Esta coyuntura es la agudización en la confrontación con Rusia en el ámbito militar y con China en el económico. Y es que, contrario a la proyección de superioridad absoluta que se proyecta en los medios dominantes, EE. UU. no tiene la victoria asegurada en los conflictos específicos en que se manifiesta su rivalidad con estas dos naciones.

Algunos ejemplos de esto los provee David P. Goldman, un ferviente defensor del imperialismo estadounidense que llama a la élite norteamericana a hacer un análisis realista de la situación actual.  Con respecto a la guerra en Ucrania, Goldman reconoce que hay un desfase entre la cobertura de los medios occidentales y la realidad: los efectos de las sanciones económicas no han sido de la magnitud esperada (y en algunos casos han tenido el sentido contrario); Rusia ha tomado ciudades clave (como Mariupol y Severodonetsk) con el uso de artillería masiva con la que Ucrania no puede competir, ni siquiera con la máxima ayuda de EE. UU.[1]

Acerca del conflicto entre China y Taiwán-Estados Unidos, se documenta la superioridad de China en cuanto a misiles (capaz de neutralizar los portaaviones norteamericanos), además de un arsenal de “sesenta submarinos, mil aviones interceptores y 1,300 misiles de medio y largo alcance,” lo que limita la capacidad militar área de EE. UU. quienes, a pesar de tener los aviones militares más modernos, cuenta con solo dos bases aéreas en las inmediaciones del posible conflicto. Estos ejemplos ilustran que ni la guerra proxy con Rusia que se desempeña en Ucrania, ni un posible conflicto contra China por Taiwán, daría como resultado una victoria clara y definitiva para EE. UU. Por consiguiente, la única alternativa por el momento, argumentan los llamados realistas (desde Henry Kissinger hasta el historiador Neil Ferguson) es una solución negociada con Rusia y evitar escalar las tensiones con China. Esto, o acercarse peligrosamente a la guerra nuclear. 

Esta salida negociada –que durante la guerra fría se llamó deténte– no se presenta como el abandono definitivo del conflicto, como la renuncia de EE. UU. a la hegemonía global: se trataría solo de buscar un respiro durante el cual EE. UU. debería hacer un esfuerzo masivo en el terreno tecnológico y militar para, una vez superadas las desventajas estratégicas clave, dar el zarpazo definitivo. Esto mismo, argumentan los realistas, sucedió durante la guerra fría. En ese entonces, bajo la fachada de la deténte, EE. UU. se embarcó en uno de los esfuerzos tecnológicos y militares más grandes de la historia, lo que se puede ver, entre otras cosas, en que el gasto federal en I+D para defensa alcanzó el 0.8% del PIB, el máximo histórico. Como resultado, EE. UU., con el uso de la computación más moderna en ese entonces, desarrolló sistemas de misiles y aviones que lo volvieron a colocar como los amos del aire, tras décadas de paridad o incluso inferioridad con respecto a la URSS; en el proceso, también obligó a la URSS a canalizar ingentes cantidades de recursos al sector militar a despecho del resto de la economía. Este giro fue clave para el desenlace de la guerra fría. 

Hoy, no es claro que se avecine una nueva deténte con Rusia y China; pero sí lo son los esfuerzos masivos por parte del estado y el complejo-militar industrial para aceitar y modernizar a la máquina de guerra norteamericana. Todos los discursos y eslóganes que enfatizan la importancia de lo “hecho en América”, aumentar la “resiliencia” de las cadenas globales de suministros norteamericanas, la batalla por la producción de microchips y semiconductores, entre otros, deben entenderse como parte de la estrategia de Washington por conquistar superioridad definitiva en los aspectos tecnológicos y militares estratégicos para los conflictos actuales y los que se avecinan. Un ejemplo palpable de esto es que la política industrial, término que se convirtió en mala palabra en los ochenta del siglo pasado por considerarse antagónica al libre comercio, vuelve al discurso y a las acciones del gobierno actual. Por poner un ejemplo, recientemente, el Senado aprobó un paquete de 280 mil millones de dólares de política industrial dedicada a los sectores de tecnología de punta, en el contexto de la creciente rivalidad con China. Esto incluye subsidios y exenciones de impuestos millonarios para empresas tecnológicas, así como el proyecto de creación de “20 hubs tecnológicos regionales”. Y esto es solo lo que se vuelve público: los planes estrictamente militares son una caja negra inaccesible para la mayoría. 

Pero este relanzamiento tecnológico-militar en Estados unidos (y otros países europeos) tiene importantes implicaciones para la periferia del capitalismo mundial y para México en particular. En términos generales, estos esfuerzos gigantescos en ciencia y tecnología tienden a agravar aún más la enorme brecha entre las capacidades tecnológicas y militares de los países ricos con respecto a los países pobres; en ausencia de iniciativas similares por parte de los gobiernos de los países subdesarrollados -que, en muchos casos son imposibles- la tendencia es hacia el agravamiento de la dependencia tecnológica entre países. 

Sin embargo, hay un aspecto adicional. En contraste con periodos de militarismo anteriores, este esfuerzo no puede tener ahora un carácter estrictamente nacional. Detrás de la retórica del hecho en América está la realidad inobjetable de que este esfuerzo no puede ser exitoso si no aprovecha los menores costos que ofrecen los países periféricos para ciertas etapas de los procesos productivos. En el discurso ya citado sobre política industrial, esto se hace explícito:

“Necesitamos trabajar con nuestros aliados y socios. No es posible ni recomendable relocalizar todas las cadenas de suministro a Estados Unidos; es esencial que formemos sociedades con los aliados que promuevan el acceso más estable a insumos clave al tiempo que mejoran la sustentabilidad ambiental y los derechos de los trabajadores (énfasis puesto por el autor,  JL)”

Es claro que, uno de esos aliados, clave por su localización geográfica, el costo de su fuerza de trabajo, y la enorme integración que ya existe entre ambas economías, es México. El papel fundamental que desempeña nuestro país para la industria militar norteamericana se hizo evidente, quizás por primera vez, durante el primer confinamiento por el Covid-19 en la primera mitad del 2020. Como todo lo relacionado con la industria militar, es extremadamente difícil conocer la magnitud de esta relación: en las estadísticas oficiales, la producción de armamento bélico está agregada en categorías más amplias como “equipo de transporte”, “maquinaria y equipo”, “productos metálicos”, entre otros. Pero la respuesta del gobierno norteamericano ante el cierre de actividades en muchos centros fabriles en México sacó a la luz la existencia de esa relación. En esa ocasión, el Pentágono y Washington presionaron para que el gobierno mexicano declarara estas fábricas “actividades esenciales” y por lo tanto exentas del paro de labores por la emergencia sanitaria; pronto esto se volvió innecesario con la declaración de una “nueva normalidad” por Hugo López-Gatell y AMLO. 

En ese contexto, se habló, por ejemplo, de la relación entre el boom del sector aeroespacial mexicano y la industria militar y de defensa estadounidense; en ese entonces el Departamento de Defensa declaró:

“Miles de mexicanos trabajan día a día en la industria aeroespacial no solo para alimentar líneas aéreas comerciales, sino para sostener los intereses estratégicos de Washington en sitios como el Medio Oriente, los Balcanes o Asia (Clarín, 24/05/2020)”.

Además de esto, se reveló a al público la dimensión en que los gigantes armamentísticas de EE.UU. abrían subsidiarias y subcontrataban parte de la producción en México, de tal forma que, de acuerdo con Luis Lizano, presidente de la Federación Mexicana de la Industria Aeroespacial (FEMIA) México estaba, antes de la pandemia, en el top 10 de proveedores del sector aeroespacial y de defensa de Estados Unidos

Estos factores apuntan a que México aumentará su integración y colaboración con la industria de EE.UU. en general, y la militar en particular. La élite política, mediática e intelectual de México celebra esto como una gran oportunidad. Porque, ¿qué podría ser mejor que, sin hacer nada, nos caigan del cielo millones en inversiones en sectores de alta tecnología y de exportación? No se dan cuenta que, así como Washington no se tentó el corazón para hacer que México reabriera sus fábricas con el costo de miles de vidas humanas, no lo hará para nada que ponga en riesgo su “seguridad nacional”, es decir los intereses del complejo militar-industrial y del capital financiero que gobiernan Estados Unidos. Lo que se viene, pues, es una mayor subordinación a la estrategia imperialista de Washington y una creciente brecha en capacidades científicas y tecnológicas. Si a esto sumamos el desastre total que un escalamiento en el conflicto de con Rusia y China tendría para todo el mundo, sobran los elementos para que los mexicanos se opongan a seguir haciendo de nuestra economía un apéndice de la máquina de guerra norteamericana.


Jesús Lara es economista por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] Goldman cita a un think-tank británico que afirma que, con la intensidad actual del combate, la producción de artillería estadounidense de un año le alcanzaría para diez días a Ucrania. 

Septiembre 2022

Este es el segundo de tres artículos en los que busco sostener dos tesis: la primera es que el problema sobre el origen y el desarrollo de la conciencia es una de las cuestiones centrales del materialismo dialéctico, y, la segunda, es que la psicología puede desempeñar (y de hecho así lo ha hecho) un rol decisivo para contribuir a resolver este problema.

En el artículo anterior, Ubicando el problema fundamental de la filosofía, señalé qué el primer paso para comprender adecuadamente este problema era ubicarnos en el nivel de abstracción correcto y que ese nivel era uno bastante elevado, pues cuando discutimos la relación sujeto-objeto, que es el núcleo del problema fundamental, nos estamos refiriendo a factores en gran medida indeterminados. Es decir, cuando discutimos la relación sujeto-objeto, por lo general nos remitimos a un sujeto y objeto genéricos, y el problema fundamental estriba, precisamente, en tratar de comprender la naturaleza genérica de esta relación. En este segundo artículo, presentaré un abanico de distintos intentos de solución a dicho problema.

I

En torno a la relación sujeto-objeto es posible establecer al menos tres posiciones básicas.

La primera de estas variantes sería un monismo materialista de tipo mecanicista; es decir, una concepción filosófica donde se asume que existe una sola realidad, la de los objetos materiales, y donde el sujeto es tan solo una parte subordinada del mundo material, por lo que está subsumido a él y determinado por él absolutamente. Aquí, el ser humano, en tanto sujeto de experiencia y de conocimiento, no es otra cosa que un ser material, determinado por su ambiente y, por tanto, toda su actividad mental, así como sus conocimientos no son más que un resultado y un reflejo mecánico de la realidad exterior. Esta es mutatis mutandis la postura del empirismo inglés y del materialismo francés que precedieron e influyeron al pensamiento de Kant. Esta primera postura, sin embargo, conlleva una gran limitación, y es que no alcanza a ver el carácter activo específico del sujeto[1]. Para este tipo de materialismo, si es consecuente, el sujeto es siempre un mero producto de sus circunstancias y no puede ser comprendido como un agente libre.

La segunda variante sería un monismo idealista de tipo subjetivo o solipsista; es decir, una concepción filosófica donde también se asume la existencia de una sola realidad, aunque en este caso es una realidad ideal, la de lo subjetivo. Aquí, en contraste con el materialismo mecanicista, se admite sólo la fuerza constructiva del sujeto y se interpreta todo el mundo de los objetos como una construcción o interpretación de la conciencia. Aquí, el sujeto, el agente, es una fuerza activa y creadora, pero es también un agente cercenado, abstraído de cualquier otro contexto real. Esta es en gran medida la postura de Fichte, tal cual la presenta en sus introducciones a la Teoría de la ciencia (1964), y es también en buena medida la postura de la fenomenología husserliana (Herrera Restrepo, 1980; Husserl, 1988), y más recientemente es también la postura que asumen algunas de las llamadas filosofías posmodernas. Para este tipo de idealismo, si es consecuente, el sujeto es potencialmente libre, pero solo en su conciencia y por su conciencia.

La tercera variante, finalmente, no es ya un monismo sino un dualismo. Desde esta tercera posición se intenta rescatar tanto el carácter determinante de la realidad objetiva, como el carácter activo del sujeto. En esa medida, el dualismo afirma la coexistencia de los dos mundos, del material y del ideal. Por supuesto, esta postura parece más sensata que las dos anteriores, pues no extirpa al sujeto de la realidad objetiva, subsumiendo dicha realidad en el sujeto, ni elimina el carácter activo del sujeto, al subsumir a este último en el mundo material.

Sin embargo, esta tercera posición termina por enfrentarse a graves problemas y uno de los principales es que, en la medida en que ambos mundos coexisten, pero son distintos, la relación entre ambos solo puede ser parcial y limitada. En otras palabras, para el dualismo, y como bien lo detectó Kant (1999, 2009), lo subjetivo es trascendental a la realidad objetiva y esta última es trascendental al sujeto, por lo que ambas realidades no pueden nunca terminar de encontrarse, sino que se limitan a guardar cierta interacción. Esta interacción, que conjunta la parte del mundo objetivo que está en relación con nuestra conciencia y la parte de nuestra subjetividad que se vuelve evidente solo por su interacción con dicho mundo objetivo, es la relación experiencia-fenómeno, que algunos filósofos han denominado coordinación de principio (Lenin, 1974), y que puede ser definida como el punto donde, en una filosofía dualista, el sujeto y el objeto están en contacto indisociable.

Ahora bien, es necesario decir que no hay un solo tipo de dualismo. En realidad, podemos encontrar una gran variedad de ellos. Descartes mismo, por ejemplo, abrazó un tipo de dualismo, aunque distinto al de Kant, y muchas posturas racionalistas prekantianas también pueden ser consideradas dualistas, sobre todo en la medida en que abrazaban la idea de que la razón posé rasgos propios y distintivos del mundo material, pero también asumían la existencia de este último. Incluso, podríamos decir que todas las variantes del judaísmo y el cristianismo son también un tipo de dualismo, pues consideran la existencia de dos mundos, uno espiritual y otro terrenal, aunque en su caso el idealismo no es de tipo subjetivo (como en Fichte) o de tipo trascendental (como en Kant), sino de tipo objetivo, pues consideran la existencia de un mundo ideal, en este caso divino, que existe realmente y que es causa y origen del mundo terrenal.

Por supuesto, estas tres variantes en torno a la relación sujeto-objeto no se presentan siempre en estado puro. De hecho, podríamos decir que, más que tres posiciones, en realidad tenemos todo un abanico de posturas que van del materialismo mecanicista puro, pasando por toda una gama de dualismos, la mayoría más o menos inconsecuentes, hasta llegar a un idealismo subjetivo también en estado puro[2].

II

En torno a las tres posturas anteriores se puede agrupar a una gran variedad de filosofías. Sin embargo, es necesario señalar que todas ellas, a pesar de sus diferencias, guardan algo en común: todas hacen abstracción del tiempo, del movimiento; es decir, las tres posturas anteriores piensan el problema de la relación sujeto-objeto a sumiendo la existencia dada de ambos términos. Y este supuesto no es menor. Si partimos de la existencia dada de lo subjetivo y lo objetivo, entonces nos veremos en la necesidad de subsumir un término en el otro o, bien, nos veremos en la necesidad de estipular alguna variante de dualismo.

Pero todo cambia si reincorporamos el tiempo en el análisis. Si pensamos al sujeto y al objeto en movimiento, entonces podemos salir de la falsa dicotomía en la que estábamos, es decir, podemos dejar de discutir si el sujeto determina al objeto o si es este último el que determina al sujeto, o si coexisten en grados variables de influencia recíproca. Si añadimos el tiempo, entonces podemos decir que casi todos estos escenarios son plausibles en alguna medida y que más bien son momentos distintos de un mismo desarrollo. Este fue, en buena medida el aporte de Hegel a la discusión: la reincorporación del tiempo, el análisis dialéctico de la relación sujeto-objeto. Y la Fenomenología del espíritu es un estudio genético y evolutivo, desde un punto de vista filosófico, de esta relación (Iliénkov, 1977).

Aclarando un poco la cuestión: la relación sujeto-objeto puede entenderse de una forma dialéctica si, en oposición a las tres posturas que antes señalamos, incluimos el tiempo en el análisis. El análisis dialéctico de esta relación nos dice, en lo fundamental, que tanto el objeto como el sujeto son realidades que se encuentran en desarrollo. Y que dicho desarrollo pasa por distintos momentos, donde a veces lo material determina en mayor medida a lo ideal y, otras veces, lo ideal determina en mayor medida a lo material, dando como resultado un proceso mutuo, recursivo y constructivo de la realidad y del conocimiento, donde el ser humano es al mismo tiempo resultado y artífice de las transformaciones del mundo.

Desde una perspectiva dialéctica, entonces, el sujeto no es, de antemano, un ente acabado y con características fijas, sino uno que está en constante proceso de formación. Y la libertad, por tanto, no puede entenderse como la mera ausencia de restricciones o límites, sino que debe entenderse como un momento posible en el desarrollo de la actividad del sujeto. Y esta libertad posible solo es realizable a través de una doble serie de determinaciones: primero, aquellas que permiten el desarrollo del sujeto y habilitan sus capacidades y, segundo, aquellas sobre las que el sujeto actúa “con conocimiento de causa” (Engels, 1962, p. 104). En otras palabras, la libertad, en tanto posibilidad del sujeto para ejercer su propio poder sobre la realidad y hacer valer su voluntad, debe ser entendida como el fruto, primero, de todas aquellas condiciones evolutivas, históricas e individuales que han permitido, en mayor o menor grado, la formación de sujetos capaces de tomar decisiones y actuar, y, segundo, de todos aquellos conocimientos prácticos, técnicos y organizativos que hacen posible que cada sujeto actúe con los conocimientos adecuados para llevar a cabo sus planes.

Desde una perspectiva dialéctica, además, el análisis de la relación sujeto-objeto puede volver a entenderse desde una perspectiva monista, incorporando al sujeto y al objeto como elementos dinámicos de una misma y única realidad, superando así todo dualismo (Iliénkov, 1977).

III

Pero aun frente a la dialéctica puede erguirse la sombra del idealismo, aunque bajo un nuevo cariz. Si la dialéctica nos lleva a entender que sujeto y objeto están en desarrollo mutuo, recíproco, indisociable y contradictorio, entonces ¿cómo se presenta nuevamente el idealismo? Bajo la forma de una teleología. De acuerdo con Lukács (1978), cuando Hegel termina de plantear su método dialéctico de análisis de la relación sujeto-objeto, cuyo resultado es el desenvolvimiento del espíritu absoluto, invierte los términos y establece que dicho espíritu no es ya el resultado del movimiento sino su principio. Es decir, Hegel convierte el desarrollo del espíritu en una especie de destino prefijado, un hado universal que guía el desarrollo de cada momento histórico y hace de él un simple desenvolvimiento espiritual.

A esta postura se la suele denominar idealismo objetivo porque aquí la idea, el concepto de espíritu, se convierte en el elemento rector de todo el desarrollo dialéctico. La realidad, que para Hegel también es unidad, se vuelve la realidad del espíritu en su autodesarrollo y la humanidad, con su actividad, se vuelve solo el vehículo de este movimiento.

De acuerdo con Lukács (1978), Hegel lleva esta contradicción en el seno de su filosofía, por lo que ésta puede ser interpretada desde al menos dos puntos de vista: como metodología y como sistema. En el primer caso, se rescata la importancia de la dialéctica para el análisis filosófico y científico. En el segundo caso, se rescata la teleología del espíritu con su consecuente etapismo histórico. De hecho, este fue el punto de quiebre que dividió a los discípulos de Hegel entre hegelianos de izquierda y de derecha. Mientras los primeros trataban de recuperar el método dialéctico de Hegel para el análisis crítico de la religión y el Estado prusianos, los segundos hacían apología del orden político y religioso. Este es el debate filosófico en que estaban inmersos Marx y Engels cuando se conocieron en 1844. Y es precisamente en torno a este debate que ambos autores discuten las bases de su nueva concepción filosófica (Marx & Engels, 2013, 2014).

En el siguiente artículo se discutirá, finalmente, la postura marxista sobre la relación sujeto-objeto, es decir, la concepción marxista sobre el problema fundamental de la filosofía, y se abordarán, aunque someramente, las implicaciones que esta concepción tiene con respecto a las distintas ciencias que estudian el desarrollo de la conciencia humana.


Pablo Hernández Jaime es Maestro en Ciencias Sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] Este es el materialismo al que Marx se refiere en sus Tesis sobre Feuerbach (2011), y al que crítica muy duramente, señalando que “la principal insuficiencia de todo el materialismo tradicional (incluido el de Feuerbach) es que[, en él] […] la realidad, la materialidad sólo es captada bajo la forma de […] intuición sensible; y no como actividad humana material, [como] praxis” (p. 112).

[2] Sería importante decir, además, que un mismo filosofo puede asumir posturas contradictorias, por ejemplo, suscribiendo un materialismo mecanicista en ontología y, después, introduciendo elementos dualistas en su análisis epistemológico. En este sentido, más que un solo espectro de posturas, tendríamos tantos espectros como claves de análisis filosófico, lo que nos da un grado de complejidad mayor y que hace difícil ubicar la posición exacta de cada filósofo. 

Referencias

Engels, F. (1962). Anti-Dühring: la suversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring (M. Sacristán (ed.)). Grijalbo.

Fichte, G. (1964). Primera y segunda introducción a la teoría de la ciencia (J. Gaos (ed.)). UNAM.

Herrera Restrepo, D. (1980). Los orígenes de la Fenomenología. Universidad Nacional de Colombia.

Husserl, E. (1988). Las conferencias de París. Introducción a la fenomenología trascendental (A. Zirión (trad.)). UNAM.

Iliénkov, E. (1977). Lógica Dialéctica. Editorial Progreso.

Kant, I. (1999). Prolegómenos a toda metafísica futura que haya de poder presentarse como ciencia. Ediciones Istmo.

Kant, I. (2009). Crítica de la Razón Pura. Fondo de Cultura Económica; UAM; UNAM.

Lenin, V. I. (1974). Materialismo y Empiriociricismo. Ediciónes en Lenguas Extranjeras.

Lukács, G. (1978). The Ontology of Social Being. 1. Hegel. Hegel’s False and his Genuine Ontology (D. Fernbach (ed.); Vol. 1). Merlin Press.

Marx, K. (2011). Tesis sobre Feuerbach (1845). En El materialismo de Marx. Discurso crítico y revolución (pp. 109–121). Itaca.

Marx, K., & Engels, F. (2013). La sagrada familia o crítica de la crítica crítica contra Bruno Bauer y consortes. Akal.

Marx, K., & Engels, F. (2014). La Ideología Alemana. Akal.


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