Historia

Tiempos de oscuridad de Marcos Roitman

Marzo 2023

Tiempos de oscuridad. Historia de los golpes de Estado en América Latina de Marcos Roitman es un libro indispensable para entender la historia latinoamericana reciente. Se trata de una revisión histórica de los golpes de estado en sus diferentes modalidades, violentos o civiles, perpetrados por los Estados Unidos so pretexto de la doctrina de seguridad nacional en el territorio latinoamericano.

Roitman divide su libro en cuatro capítulos en los cuales plantea la formación y evolución de esta realidad histórica que es la intervención norteamericana en América Latina por medio de golpes de estado. En el primer capítulo, “El siglo XX latinoamericano, una historia de ida y vuelta”, el autor expone los antecedentes históricos que contribuyeron para que Estados Unidos tuviera una injerencia económica y política en los países latinoamericanos; a saber, la Doctrina Monroe como principio de dicho intervencionismo. En ese sentido Roitman hace un recuento de las diversas políticas intervencionistas bajo este principio como el Plan Camelot, la Alianza para el Progreso, la Revolución verde, “las guerras sucias”, el apoyo a las dictaduras militares y las guerras de baja intensidad. Así como la recuperación en la segunda mitad del siglo XX de la política “del bueno vecino” para construir “democracias” y colocar gobiernos civiles de corte neoliberal, como el caso chileno.

En este primer capítulo, también, aparecen en escena actores políticos importantes que se oponen abiertamente a este injerencismo norteamericano: estudiantes, intelectuales, políticos y miembros de la iglesia; por ejemplo, los movimientos estudiantiles antiimperialistas, la teoría de la dependencia, la teología de la liberación y la integración de espacios propiamente latinoamericanos como la CELAC, el MERCOSUR y el ALBA, por mencionar algunos.  En suma, este primer capítulo sienta las bases para entender la historia reciente de América Latina. Ofrece al lector un panorama general pero completo de una historia que aún sigue “abierta”.

En el segundo capítulo, “Guerra, golpes de estado y fuerzas armadas”, Roitman expone la política bélica norteamericana en el contexto de la Guerra Fría hacia los países latinoamericanos. Destaca un primer periodo en ésta, cuyo eje principal es la formación y profesionalización de las fuerzas armadas latinoamericanas por medio de academias de guerra, en las cuales tanto la enseñanza como la tecnología utilizada eran provistas por el gobierno estadounidense.

Roitman concluye que, en este primer periodo de preparación de las fuerzas armadas latinoamericanas, éstas jugaron un papel protagónico como defensoras de los estados oligárquicos, pues ellas eran las encargadas de apaciguar las protestas sociales, evitar huelgas y reprimir a las organizaciones obreras. El autor hace énfasis en señalar el nacimiento de una tríada dependiente: la oligarquía regional, el ejército y el capital extranjero, particularmente el norteamericano. Es en este periodo de formación y consolidación de las fuerzas armadas en América Latina en el que se erigen las primeras dictaduras militares, cuya presencia significa, según el autor, “el fin de una época donde el anticomunismo pasó a ser la excusa perfecta para mantenerse en el poder.”

El tercer capítulo “Golpes de Estado, subversión y anticomunismo” aborda la subordinación total de las fuerzas armadas latinoamericanas a la visión norteamericana de posguerra, en la cual el enemigo principal del “mundo libre” era el comunismo, de modo que, éstas asumieron la defensa de la “civilización occidental y cristiana” en América Latina. Por medio de estas políticas América Latina se convirtió en el patio trasero de la política de seguridad de Estados Unidos y así fue como varios países latinoamericanos firmaron en 1947 el Tratado de Chapultepec que tenía como “objetivo promover la paz y la estabilidad en la región.”

Roitman considera que es relevante el carácter intervencionista de las fuerzas armadas porque estas fueron quienes “se arrogaron la condición de juez y parte a la hora de valorar qué gobiernos caían bajo la consideración de “democráticos” y cuáles bajo el calificativo de “procomunistas” o “marxistas”.” En este contexto fue en el que se formaron las dictaduras en los años sesenta en Argentina, Bolivia, Uruguay, Chile, Perú, Ecuador, El Salvador, Guatemala y Honduras, que a su vez originaron el concepto de “Estado autoritario burocrático”, una especie de autoritarismo moderno que se inscribió, según el autor, bajo patrones keynesianos. Asimismo, expone cómo las guerras de baja intensidad dieron paso a nuevos golpes de estado sin necesidad de ilegalizar partidos políticos, recurrir al asalto de los palacios presidenciales ni tanto «derramamiento de sangre».

En el capítulo final denominado “El nuevo golpismo” el autor señala el cambio de paradigma en la política de seguridad nacional de Estados Unidos. Menciona que el enemigo a vencer ya no será el comunismo sino el narcotráfico y el terrorismo. En ese sentido se produce un fenómeno singular en la región que es a militarización a través de la cual Estados Unidos interviene, tal es el caso de la DEA. En la última década del siglo XX y la primera del XXI, los golpes de estado se vuelven “constitucionales”. En 2012 el caso del presidente Fernando Lugo en Paraguay.

En suma, Roitman concluye que en la actualidad se produce una destitución de autoridad legítima, mediante organismos internacionales como el FMI, el Banco Mundial, la OCDE o la OMC. Golpes de Estado menos traumáticos, según él.


Victoria Herrera es historiadora por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

La dialéctica entre organización y espontaneísmo en las “jornadas de julio” de la revolución rusa

Marzo 2023

El capitalismo siempre engendrará explosiones de ira popular, que expresan, así sea de  forma instintiva e inmediata, el deseo de las masas por cambiar radicalmente su situación. Por más grande que sean los mecanismos de dominación y la sofisticación de las fuerzas represivas del estado, estas nunca serán suficientes para apagar la voluntad de lucha de las clases oprimidas. Al afirmar esto, no nos referimos a eventos atípicos o futuros lejanos, sino al día a día de la sociedad capitalista. Y, para ilustrar este punto, basta pasar revista a lo acontecido en nuestro continente en apenas los últimos tres años y medio. Enormes, prolongadas y más o menos generalizadas luchas populares estallaron en Ecuador, Chile, Colombia, Bolivia y, ahora mismo, en Perú, de 2019 al momento de escribir este artículo.

Y, aunque se ha vuelto casi un lugar común, no es por ello menos cierto que los estallidos de rabia popular, por sí solos, nunca son suficientes para cambiar de raíz el orden de cosas existente. La acción espontánea se enfrenta con límites infranqueables, cuya solución positiva queda sintetizada en las que son, quizás, las dos fórmulas más conocidas de Lenin: “sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario” y “la revolución no se hace, sino que se organiza”.

Pero, llegados a este punto, las cosas dejan de ser tan claras. La crítica más común a esta concepción afirma que el leninismo es una forma de acción política absolutamente inflexible que, en todo momento, sustituye a las masas por el partido, y al partido por su dirigencia. Esta crítica parte un prejuicio, según el cual, para Lenin, absolutamente toda la acción de las masas, para ser revolucionaria, necesita estar dirigida siempre y en todo momento, y de la forma más rígida posible, por el partido mismo.

Pero esto es falso: la práctica leninista nunca propone establecer una separación absoluta entre la acción espontánea de las masas y la acción organizada por el Partido proletario. El leninismo, efectivamente, busca negar al espontaneísmo y lograr que se imponga la conciencia de clase. Pero esta negación, para ser progresiva y revolucionaria, no se consigue con una simple condena o rechazo total de la acción no organizada de las masas, sino con el involucramiento activo de los sectores más conscientes en esas batallas. Esto no significa sumarse oportunistamente a todas las luchas populares, ni ver potencial revolucionario allí donde, por la naturaleza de los sectores que participan o por las demandas que encabezan, simplemente no lo hay. Quiere decir, para ponerlo en términos sencillos, que la organización y educación de los trabajadores se consigue, fundamentalmente, en la lucha misma, que nunca puede estar totalmente dirigida y planificada conscientemente.

La acción de Lenin en lo que se conoce como “las jornadas de julio” de 1917 es una aplicación contundente y llena de valiosas lecciones sobre la actitud marxista con respecto a esta dialéctica entre organización y espontaneísmo.

En los días del 3 y 4 de julio de 1917, manifestaciones espontáneas estallaron en Petrogrado contra el gobierno provisional. Cerca de medio millón de trabajadores y soldados armados salieron a las calles el 4 de julio en un movimiento que no era solo una demostración de inconformidad, sino que se planteaba el objetivo explícito de derrocar al gobierno provisional.  Esto no sucedió, y lo que siguió fueron meses de represión e intentos de aplastar al Partido Bolchevique.

En su libro “Todo el poder a los soviets. Lenin: 1914-1917”, Tony Cliff provee una explicación detallada de lo acaecido en este convulso y decisivo periodo de la revolución rusa[1]. Uno de los factores que desencadenó estos sucesos fue la ofensiva militar de Kerenski, cabeza del gobierno provisional tras la revolución de febrero, contra Alemania y Austria, que inició el 18 de junio. Esta ofensiva tenía como objetivo unificar a un país dividido y en crisis bajo un gran propósito “nacional”. Sin embargo, esto provocó la ira de los soldados más conscientes políticamente, especialmente de quienes participaron en la revolución de febrero. A ellos se les prometió no moverlos de Petrogrado, especialmente al Primer Regimiento de Ametralladoras, que tuvo un papel destacado en el movimiento que derrocó al zar. Menos de dos semanas después, el gobierno ordenó, precisamente, la movilización de numerosos hombres y armas fuera de la ciudad. Simultáneamente, corrió el rumor de que esta acción era la antesala de una ofensiva más grande para desmembrar el Regimiento. Como respuesta, el 3 de julio el Regimiento convocó a una reunión, y allí, los líderes de la Organización Militar Bolchevique hablaron sobre la posibilidad de realizar un golpe de estado contra Kerenski inmediatamente.

Lenin, sin embargo, advirtió contra esta impaciencia, argumentando que, si bien era posible tomar el poder político, no había las condiciones para mantenerlo. La tarea inmediata era, por el contrario, organizar pacientemente a las masas en el bolchevismo. Pero la organización militar y otros comités bolcheviques de Petrogrado no estaban de acuerdo con Lenin: creían que las masas estaban cansadas de la falta de acción, de solo “aprobar resoluciones”. Creían que el momento decisivo ya había llegado. Al día siguiente, los soldados decidieron tomar las calles junto con otros trabajadores contra el gobierno provisional.

Aunque no aprobaba la decisión de protestar y, potencialmente, tratar de derrocar al gobierno, Lenin asistió y habló con los manifestantes. Les aseguró que, a pesar del camino “no lineal” que estaba siguiendo la revolución, terminarían conquistando la victoria. Pero, en lo inmediato, lo que había que hacer era una manifestación pacífica, no una lucha violenta contra el gobierno. Las masas, armadas y listas para tomar el poder, quedaron decepcionadas por esta postura. Pero la escucharon. Finalmente, el 5 de julio, el Comité Central llamó a terminar la manifestación. El objetivo de ésta, dijeron, era demostrar a las masas la fortaleza y necesidad del Partido bolchevique. Y ese objetivo ya se había cumplido.

Lenin tenía razón en su interpretación de la coyuntura. Aunque los manifestantes tenían fuerza suficiente para tomar el poder, es muy poco probable que hubieran sido capaces de retenerlo. La historia de la revolución rusa muestra, precisamente, que lo más difícil no es tomar el poder, sino lo que viene después. En julio, las masas no estaban convencidas aún de la necesidad del poder bolchevique, y muchas cosas tuvieron que suceder para llegar a ese momento, como el intento de golpe de estado del general Kornilov.

En suma, aunque la manifestación era contraria a la posición del Comité Central, no se separaron de las masas cuando ellas tomaron las calles. Explicando su decisión, Lenin comentó que hacer esto último “hubiera sido una traición completa en los hechos al proletariado, porque la gente se movía a la acción siguiendo su ira justa y bien fundamentada.”

Los bolcheviques se mantuvieron con las masas: prefirieron sufrir un revés que dejarlas a su suerte y sin liderazgo. Gracias a esto, la derrota y la represión que se siguieron fueron dañinas, pero no mortales. La clase obrera emergió con más experiencia y madurez. Y esto fue así gracias a la dirigencia bolchevique, que antes, durante y después de los días de julio, se adelantó en cada momento a la coyuntura en lugar de apegarse a viejas tácticas que perdían validez con el desarrollo de los acontecimientos.

Lenin sintetizó la experiencia y enseñanzas de las jornadas de julio de la siguiente forma:

“Los errores son inevitables cuando las masas están luchando, pero los comunistas se mantienen con las masas, observan esos errores, se los explican a las masas, tratan de que los rectifiquen y perseveran por la victoria de la conciencia de clase sobre el espontaneísmo.”

En suma, para superar al espontaneísmo, el primer paso es reconocer que éste forma una unidad con la forma superior de lucha organizada representada por el partido proletario, y que es en la misma lucha que esta contradicción se resuelve hacia uno de los dos lados. La capacidad de leer correctamente la coyuntura, que presupone a su vez una amplia comprensión teórica de las tendencias económicas y políticas; las fuerzas organizadas acumuladas previamente, y la decisión con que se participe en las luchas de las masas, son, como muestra la experiencia de la revolución rusa, los factores más importantes para el triunfo definitivo de la conciencia de clase sobre el espontaneísmo. 


Bridget Diana y Jesús Lara son economistas por The University of Massachusetts Amherst.

[1] Cliff, Tony. All Power to the Soviets: Lenin 1914-1917 (Vol. 2). Vol. 2. Haymarket Books, 2004. Nos basamos en este trabajo para la narración de los hechos y el análisis de la participación de Lenin en los mismos.

Manabendra Nath Roy y la fundación del Partido Comunista Mexicano

Marzo 2023

Manabendra Nath Roy, o M. N. Roy (1887-1954) fue un revolucionario anticolonialista bengalí que se enroló en las luchas de su país, pero también en movimientos de otros lugares como Medio Oriente, la Unión Soviética, Indonesia y China. De la misma manera, su participación fue importante para la fundación del Partido Comunista Mexicano y el Partido Comunista de la India.

Comenzó sus actividades disidentes desde muy joven. En 1907 se integró a las actividades de sociedades secretas antibritánicas cuando se unió a los  movimientos antibritánicos en su tierra natal. En 1915 Roy intentó liderar una insurrección contra el control británico, pero fracasó. Sin embargo, esto no mermó sus ímpetus. Ese mismo año salió de la India con rumbo a Batavia y a Shanghái para conseguir armas alemanas que permitieran continuar la lucha. Pero al poco tiempo esta empresa se volvió infructuosa. Roy viajó entonces a los Estados Unidos buscando apoyo para su causa y ahí, en 1916, conoció a Evelyn Trent. Con ella estudió, se “convirtió” al marxismo, y se casó en 1917. Pero ese año Estados Unidos entró a la Primera Guerra Mundial, y en tanto que Roy era conocido por su participación en el anticolonialismo indio, fue considerado como posible espía alemán por la policía norteamericana. Esta sospecha nació de un evento del pasado cercano: los nacionalistas indios de Europa habían firmado una letra de colaboración con el Káiser alemán algunos años antes de la Gran Guerra; así la cercana frontera de México lo movió a huir con su esposa a nuestro país.

 En el momento en que Roy entró a México, en la política nacional había tomado algún vigor reciente la línea libertaria de los antiguos liberales radicales y de los anarquistas más comprometidos del siglo XIX. Quien cristalizó esta línea fue el Partido Socialista Mexicano (PSM), resucitado ese mismo año bajo el liderazgo del licenciado Adolfo Santibañez y Francisco Cervantes López. La publicación mensual de este partido, “El Socialista”, se mostraba relativamente crítica hacia gobierno de la revolución mexicana. Pero los miembros partidarios de ese socialismo no tenían dinero y esto los tenía casi en la quiebra en los días en que comenzaba la Guerra Mundial. En estas circunstancias entraron en contacto Roy, quien interesado en el desarrollo de la izquierda internacional, se unió al Partido, y sobre todo brindó recursos suficientes para darle vida y estabilizar la situación de “El Socialista”.

Entre 1917-1919, mientras Roy estuvo en el país financiando al socialismo, sus posturas marxistas, nacionalistas y anticolonialistas permearon en las actividades del partido. Los socialistas mexicanos nutrieron sus filas con miembros de grupos obreros como el Gran Cuerpo Central de Trabajadores y trataron de ampliar su presencia sobre el proletariado mexicano. Asimismo, en su publicación mostraron progresivamente un rechazo hacia los medios del anarquismo, asimilando en cambio posturas nacionalistas favorables al gobierno de Carranza, y una postura internacional antiimperialista y anticolonialista, especialmente condenatoria de la ocupación británica de la India.

En esos días nació la Internacional Comunista (Comintern), la alternativa revolucionaria para los pueblos del mundo. Por esta circunstancia, bajo la égida de Roy, el PSM buscó fijar su postura ante la izquierda mundial mediante la convocatoria a un Congreso Socialista Nacional que tuvo lugar en agosto de 1919. A la asamblea del congreso asistieron 60 delegados, miembros de dos organismos: del PSM y la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM, que más bien estaba controlada por el estado mexicano). De esta reunión obrero-socialista nació la amalgama de hombres que más adelante se llamarían comunistas.

La postura del congreso se definió en favor de las ideas relativamente marxistas de Roy y de un pseudosocialista norteamericano, José Allen (quien en realidad era espía de los Estados Unidos). Roy y Allen establecieron la adhesión de los socialistas a la Comintern en la declaración de principios que resultó de ese Congreso y, en los siguientes meses, establecieron contacto con Mijaíl Borodin, delegado soviético en México, quien los asesoró para formalizar la adhesión a la Internacional Comunista. Finalmente, el 28 de noviembre de 1919, en sesión extraordinaria, el Partido Socialista cambió su nombre a Partido Comunista Mexicano.

Sin embargo, este cambio de nombre no implicó, ni mucho menos, que el PCM fuera desde entonces un auténtico partido comunista. A pesar de que, por sus actividades, Roy fuera invitado a asistir como delegado al 2º congreso de la Internacional Comunista de 1920, la semilla semimarxista que dejó plantada en el PCM no se desarrolló hacia la consolidación de una vanguardia del proletariado mexicano. Más bien parece que su vida y actividades políticas se limitaron a una lucha muy ligada a la supervivencia; sus actividades dependían de quien financiaba al partido: Roy primero y la Comintern después. Así, en realidad entre su nacimiento y su muerte, el PCM apenas mantuvo la línea nacionalista y anticolonialista de M. N. Roy. Posteriormente, la ausencia de una lucha realmente independiente, el pobre conocimiento de la realidad mexicana por parte de los dirigentes comunistas y la desaparición del financiamiento soviético después de la muerte de Stalin (1953), entre otras cosas, fueron circunstancias que condujeron a la total separación entre Partido y masas, a la corrupción de la dirigencia y la desintegración del partido hacia la segunda mitad del siglo XX.


Anaximandro Pérez es Maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

La situación del sindicalismo en México (breve comentario)

Febrero 2023

Desde hace unas décadas, particularmente, desde la instauración global del neoliberalismo como modelo económico se ha vuelto una tendencia­ –en ciertos países, sobre todo, en los subdesarrollados­– a la dispersión de la clase trabajadora. Es decir, el porcentaje de la clase obrera sindicalizada cada vez es menor. Los analistas explican este fenómeno como una cuestión multifactorial determinada por la globalización, por los avances tecnológicos, el cambio en la naturaleza del trabajo como el trabajo a tiempo parcial o la subcontratación e incluso, lo analizan como una cuestión cultural en la que los trabajadores consideran que la unión en sindicatos es algo anticuado e irrelevante.

Sin embargo, resulta paradójico que mientras en los países más desarrollados de Europa como Suecia, Dinamarca, Finlandia, Noruega y Alemania, los sindicatos tienen una fuerte presencia y una gran influencia en la política laboral y social, existan otros como España, Francia e Italia en donde los sindicatos, aunque tienen una presencia importante han sufrido cierto declive: mientras la afiliación sindical en los países escandinavos supera el 50%, en los segundos (España, Italia y Portugal) ésta se encuentra entre el 10 y 15%.

Para el caso de América Latina, según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el promedio en 2018 fue del 17,6%, aunque el porcentaje varía significativamente de un país a otro. Por ejemplo, en países como Argentina, Brasil y Uruguay, la afiliación sindical es relativamente alta, con niveles que superan el 30%. En otros países, como Chile, México, Perú y Colombia, la afiliación sindical es más baja, con niveles que oscilan entre el 10% y el 20%.

Particularmente en nuestro país la tendencia a la disminución es clara. De acuerdo con la OIT en la década de los sesenta el porcentaje de la clase trabajadora mexicana sindicalizada era muy alto, con tasas de afiliación que superaban el 50% de la fuerza laboral. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI)  la tasa de afiliación sindical en México ha disminuido significativamente en las últimas décadas; si en 1970 ésta rondaba en un 21,6%, veinte años después (1990) disminuyó a un 12,8% y una década más tarde (2000) cayó  a un 11%. En 2010, la tasa de afiliación sindical fue del 10,4%, luego en 2015, según el IPADE (Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa), la tasa de afiliación creció a un 13.1% y durante el actual sexenio aunque iba creciendo un punto porcentual al año, en 2022 éste retrocedió.

Llegados a este punto cabe aclarar que los trabajadores mexicanos se encuentran divididos entre quienes tienen un trabajo formal, los menos (44.9%) y los trabajadores del sector informal, que se emplean a sí mismos, los más (55.1%). De modo que de los menos, es decir, de los trabajadores mexicanos que cuentan con un trabajo formal, de acuerdo con datos del Observatorio de Trabajo Digno (OTD) 8 de cada 10 trabajadores y trabajadoras en el país no pertenecen a un sindicato. El 86% de la población asalariada en México no está afiliada a un sindicato.

Las argumentos que los analistas dan para analizar el descenso en la afiliación sindical para el caso mexicano son los mismos que se exponen para el resto de los países con el agregado de que existe una cuestión histórica, que determina la situación del sindicalismo nacional: el charrismo sindical. Es decir, que las y los obreros no confían en este tipo de organizaciones, aunque más los trabajadores (12.4%) que las trabajadoras (16.7%). Sin embargo, eso no significa que la clase obrera mexicana sea indiferente a la justicia laboral y a la democracia sindical.

La existencia de los sindicatos en el mundo sigue siendo una alternativa, pero sólo una alternativa, un medio (Rosa Luxemburgo en Reforma o revolución) para la regulación de los derechos laborales. El caso de los países más desarrollados es la muestra palpable de que no se trata de un instrumento obsoleto para la propia clase trabajadora, por ello es importante la organización obrera, siempre y cuando se encabece por ella misma. De otro modo, la situación de la clase obrera será la misma que desde hace décadas: un sector explotado, desprotegido y manipulado. En ese sentido, las reformas encabezadas desde el gobierno (como la reforma laboral del 2019 por mucho que repitan que los obreros mexicanos gozan de democracia sindical) no resuelven el problema de la explotación laboral y la corrupción sindical, tan solo veamos que de los 13 mil contratos colectivos que se legitimaron a raíz de la reforma de 2019, de acuerdo con el coordinador del Centro de Investigación Laboral y Asesoría Sindical, el 50% de los contratos colectivos fueron simulados.


Victoria Herrera es historiadora por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Eros encadenado

Febrero 2023

“Hay que reinventar el amor.” Sobre este verso de Arthur Rimbaud, el filósofo Alain Badiou, en su texto Elogio del amor, construyó una fortaleza en la cual la principal tarea militar es defender el amor. Defenderlo a capa y espada y a pecho descubierto, contra la batida a la que está siendo sometido por el sistema que, como decía Passolini, todo lo consume, lo digiere, lo excreta y lo vende.

La defensa del amor, en tiempos apocalípticos como el nuestro, se antoja como una frivolidad o como una candidez irresponsable. Sobre todo, porque esta apología no trata sobre el amor grandilocuente que abarca el sentimiento universal: no es el amor por todos los seres, las flores o las constelaciones. Es sobre el sencillo acto de amar al otro.

En todo caso, es necesario romper una lanza a favor del amor. Porque, como todo, Eros se encuentra encadenado a las formas de dominio y de enajenación del capitalismo; ha sido incapaz, como todo, de resistir el flujo corriente que arrasó y arrasa continuamente con todos los aspectos de la vida. Sometido, encadenado, humillado y ofendido, Eros necesita de la férrea defensa de todos aquellos que luchan por la libertad.

El amor se encuentra asediado por los cuatro costados, amenazado por todas partes. Y aunque las amenazas están por ahí, para Alain Badiou dos son las principales conflagraciones que se suscitan contra el amor. En primer lugar, está la amenaza securitaria, consecuencia de los acontecimientos de nuestra época. Esta amenaza consiste en eliminar y reducir al margen más estrecho los riesgos, el azar y el sufrimiento que representa el amor. Reducirlo a una interacción segura como la compraventa de un vehículo de lujo. Nada de contratiempos. Pero como el amor, es un asunto colectivo, no podemos asociarlo con la ausencia total de riesgos puesto que así no sucede en la existencia.

En segundo lugar, la amenaza que se cierne sobre el amor en nuestros tiempos es el hedonismo generalizado, esa variante que consiste en evitar a toda costa cualquier variante de alteridad, no establecer ningún compromiso con el otro ni permitir la diferencia frente a nuestra única forma de ver el mundo. Porque si el amor es una obstinada aventura, habrá que cuidar el flanco aventurero, pero también el lado obstinado. Renunciar al compromiso a las primeras divergencias o dificultades es una figuración errónea del amor auténtico. El amor no es el oropel del deseo.

No nos referimos aquí a las concepciones transfiguradas, inauténticas o corrompidas del amor; al amor romántico contaminado por la tradición patriarcal ni al amor mediatizado por las religiones. Sobre lo primero es cierto que existe una concepción “romántica” sumamente extendida que debe ser impugnada. Esa concepción vertical y patriarcal del amor difundida y defendida por un sinfín de novelistas apologéticos que repiten ad nauseam el paradigma de Romeo y Julieta no permite el desarrollo de las potencias subjetivas emancipadoras de autonomía y libertad que caracterizan al amor.

También es necesario desprender el amor de sus usos proselitistas y del abuso de las instituciones religiosas que medran con él como una mercancía para lograr sus objetivos. Para Badiou las religiones sólo están interesadas en el recurso de la intensidad, “ese recurso subjetivo que sólo el amor puede crear” para dirigir esas pasiones hacia la fe o la iglesia. Habrá que anteponer a ese amor monástico, sumiso, callado y obediente el “auténtico amor combatiente, creación terrestre, felicidad arrancada punto por punto.”

El amor, como potencia subjetiva, es un pariente cercano de la política, sobre todo de la política establecida por los de abajo. En ambos anida el deseo de cambiar las cosas, ambos desestiman, e incluso desafían la autoridad y ambos buscan como objetivo supremo la felicidad y la libertad radical de todos los individuos. Necesitamos el amor, así como el amor necesita de nosotros para ser defendido. Porque como hemos visto, parafraseando a Rousseau, Eros ha nacido libre y, sin embargo, por todos lados se encuentra encadenado.


Aquiles Celis es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Abolir el más allá aboliendo el más acá

Febrero 2023

Carlos Marx reconoció desde muy temprano (1842) el mérito de Ludwig Feuerbach como crítico de la religión. Aun así, exigió muy pronto también (1843) que la crítica feuerbachiana del cielo se transformara en “crítica de la tierra”, que la crítica de la teología se convirtiera en crítica de la política, puesto que, si el secreto de la “sagrada familia” residía en la “familia terrenal”, ésta debía ser “teóricamente criticada y prácticamente subvertida”. Así, Marx reconoció que la crítica de la religión elaborada por Feuerbach contenía in nucela crítica del valle de lágrimas que la religión rodea de un halo de santidad”, estableciendo en consecuencia que la “misión de la historia (…), una vez desaparecido el más allá de la verdad”, consistía “en averiguar el más acá”: sólo de esta guisa la crítica de la religión “llega a convertirse… en crítica del derecho”, en crítica de la tierra.

Esto quiere decir que Marx reconoce dos momentos (cabe aclarar que no sucesivos, sino simultáneos, toda vez que Marx aceptaba que “no se conoce y no se comprende sino haciendo”): en primer lugar, la necesidad indispensable de comprender el “auto-desgarramiento” del “fundamento mundano” del mundo religioso, es decir, comprender la “contradicción con sí mismo” del mundo real, de la base terrenal del mundo imaginado; en segundo lugar (y mucho más importante para él), la necesidad de “revolucionarlo prácticamente por la eliminación de la contradicción”, es decir, de “subvertir prácticamente” el “fundamento mundano” no sólo de la enajenación religiosa, sino de las diversas enajenaciones.

El impulso de “subvertir prácticamente” el mundo mundano distingue por tanto al marxismo de todas las filosofías, precedentes y sucedentes. Marx proclamó en efecto la abolición o negación de la filosofía, pero para el marxismo “abolición” no quiere decir abolición teórica, o no tanto como abolición prácticarealización efectiva de la filosofía. No por otra razón la suerte de la filosofía en el mundo capitalista depende de una clase social, el proletariado. A juicio de Marx, “la filosofía no puede llegar a realizarse sin la abolición del proletariado, y el proletariado no puede abolirse sin la realización de la filosofía”.

Federico Engels compartía una perspectiva análoga cuando reconoció que “el movimiento obrero de Alemania es el heredero de la filosofía clásica alemana” y no, como más de un profesor o doctísimo doctor alemán hubiera creído, los filósofos de gabinete o los cenáculos intelectuales. El legado filosófico de Kant, Hegel, Fichte, Schelling, etc., corresponde por derecho propio a los trabajadores de todo el mundo; la clase obrera mundial es la heredera legítima de la filosofía clásica alemana.

Marx entendía en suma que la filosofía representaba el complemento ideal del mundo real; pero no ignoraba que la negación de la filosofía en cuanto tal complemento implicaba la negación de un mundo que necesita de tal complemento ideal. La superación de la felicidad ilusoria del pueblo conlleva en otras palabras la exigencia de su felicidad real. Si el mundo experimenta un desdoblamiento en un mundo imaginado y un mundo real, explicaba Marx, si el fundamento mundano se separa de sí mismo y se fija en un reino independiente, en las nubes, esto obedece y responde al “auto-desgarramiento”, a la “contradicción con sí mismo”, de este “fundamento mundano”. Por donde resulta que la negación de la filosofía exige su realización y su realización consiste en que el “fundamento mundano” de la propia filosofía “debe ser… prácticamente subvertido”. De este modo, la filosofía resulta eliminada, negada, abolida, en la práctica, en el mundo real.

Por tanto, la realización de la filosofía presupone la necesidad de “revolucionar prácticamente” el mundo real por la eliminación de su “auto-desgarramiento”, de su “contradicción con sí mismo”. La “subversión práctica” de la que hablaba Marx constituye la piedra de toque del marxismo y reviste un carácter radical en oposición a las revoluciones parciales. Desde la perspectiva del marxismo, el término radical significa “atacar el problema por la raíz”. Una revolución parcial representa en cambio una “revolución meramente política”, no-radical, a fuer de “que deja en pie los pilares del edificio”. Entonces, resulta claro que la realización de la filosofía supone una “praxis revolucionaria” que ataque “el problema por la raíz”, que remueva “los pilares del edificio”[social].

Según Marx, la revolución radical que implica la realización de la filosofía en cuanto complemento ideal de un mundo en contradicción con sí mismo corresponde a la clase obrera, heredera natural de la filosofía clásica alemana. La revolución radical representa por consiguiente la tarea histórica propia de los proletarios, en virtud de que la clase proletaria conforma una clase social con cadenas radicales, de modo que “no puede emanciparse sin emanciparse en el resto de las esferas de la sociedad y, simultáneamente, emanciparlas a todas ellas”. No por otro motivo Marx escribió que “cuando el proletariado proclama la disolución del orden universal precedente, no hace más que pregonar el secreto de su propia existencia, ya que él es la disolución de hecho de ese orden universal”. En el mismo sentido el marxismo declara que el proletariado es la “antítesis de la “propiedad privada”. Pero dentro de tal antítesis, el propietario privado desempeña una acción de mantenimiento, circunstancia por la cual representa la parte conservadora de la misma; mientras que el proletariado, en cuanto “propiedad privada disuelta y que se disuelve”, recalcaba Marx, desarrolla una acción de destrucción de la antítesis, motivo por el cual aparece como “su inquietud en sí” y como su parte destructiva. Así, el proletariado “está obligado a destruirse a sí mismo y con él a su antítesis condicionante que lo hace ser tal proletario, es decir, a la propiedad privada”.

De este modo, el proletariado “sólo vence —declaró Marx— destruyéndose a sí mismo y a su parte contraria”, condición que explica la singularidad de que “al vencer… no se convierte con ello, en modo alguno, en el lado absoluto de la sociedad”, todo lo contrario de la revolución parcial, “meramente política”, de una “parcialidad social” como la burguesía, clase social que, a diferencia del proletariado, sí se transforma al vencer en el “lado absoluto de la sociedad”. 

La praxis revolucionaria, la revolución radical del proletariado, presenta en suma la particularidad característica de abolir el “más allá” de la filosofía aboliendo el “más acá” de su fundamento mundano.


Miguel Alejandro Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

El problema de la enseñanza de la historia en México

Febrero 2023

En cada una de las agendas políticas de los gobiernos en turno la enseñanza se ha presentado como una cuestión a resolver. Parcialmente se debe a que desde hace décadas los resultados que arrojan las diferentes pruebas a las que constantemente se someten tanto estudiantes de todos los niveles como maestros son pésimos. De acuerdo con datos de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), más de la mitad de las y los estudiantes en México se encuentran en el nivel más bajo en matemáticas y 46.8 por ciento en lectura. Por tal razón, se esbozan proyectos, se discuten y hasta llegan a “implementarse”. Sin embargo, las estrategias hasta el momento no han resultado efectivas para contribuir a que los estándares en materia educativa se superen y, mucho menos, para evitar la deserción escolar.

En ese sentido, el gobierno ha destinado anualmente un presupuesto variable a la educación, cuya ejecución hasta ahora en lugar de incrementar ha ido disminuyendo aun cuando el contexto postpandemia ha demostrado que en comparación con otros años la educación en general ha presentado un retroceso. Pues bien, frente a este contexto, de acuerdo con el reciente estudio publicado por las organizaciones Mexicanos Primero y Red Latinoamericana por la Educación (Reduca), este año el presupuesto en educación básica ha sido el más bajo en los últimos 16 años, mientras en 2007 fue de 13.55% del total del presupuesto, en 2023 se ejercerá sólo el 9.46%. Pero, por si eso fuera poco, la friolera de esta distribución es que el sector docente ­­–a quien le toca lidiar directamente con los problemas de la enseñanza– ahora sólo recibirá durante todo el año $85 para su formación cuando hace unos años ascendía a $1644.

Bajo esta situación la enseñanza de la historia, entonces, podemos deducir seguirá la misma tendencia. O sea que, por mucho que se impriman cantidades y cantidades de los libros de Historia del Pueblo Mexicano y se distribuyan en las escuelas la formación del docente; es decir, la falta de capacitación de los maestros continuará, solo que ahora con mayor énfasis. Los esfuerzos de las y los historiadores que colaboraron en realizar ese proyecto no tendrán suficiente eco ni en las escuelas urbanas y mucho menos en las escuelas rurales en donde además los maestros escasean.

En conclusión, el programa de la Nueva Escuela Mexicana y su objetivo de universalizar la enseñanza de la historia, pese a que marcan una ruptura con los planes de 2009 y 2018 (años en los que se suprimió la enseñanza de la Historia en distintos niveles), son parches que solo simulan que el gobierno está pendiente a contribuir en la educación, cuando la realidad es que una condición sin la cual no puede despuntar es por medio de la asignación suficiente y necesaria de recursos económicos tanto a la formación docente como a la enseñanza en general, es decir, no sólo a la distribución de becas de manutención a  los estudiantes sino también destinar partidas importantes a la formación de los docentes y a recursos materiales, por ejemplo a la construcción de instalaciones óptimas o modernización de las ya existentes, a desarrollar materiales didácticos para fomentar una educación crítica –como pretende el libro ya mencionado– de lo contrario todos esos esfuerzos caerán en saco roto.


Victoria Herrera es historiadora por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

El Movimiento de Rectificación y el triunfo de Mao dentro del Partido Comunista de China

Diciembre 2022

Mao Zedong es considerado el líder máximo del Partido Comunista de China. Incluso en la actualidad, cuando otros líderes, como Deng Xiaoping, gozan de muy buena reputación en el Partido y en la sociedad china, Mao sigue estando a una altura superior. En la plaza de Tiananmen cuelga solitario el retrato de Mao, no hay nadie más. Mao es presentado como el fundador del Partido, el líder guerrero que guio al pueblo chino para derrotar al Kuomintang y a los invasores japoneses, el teórico genial que sinizó el marxismo y sentó las bases del socialismo con características chinas, y el estadista que fundó la nueva China. Su impronta fue tan abarcadora que originó una corriente al interior del movimiento comunista internacional, presente hasta la actualidad: el maoísmo. Cuando murió, el Partido decidió que su imagen era muy importante como para dejarla desvanecer y erigieron un mausoleo donde resguardaron su cuerpo embalsamado.

Pero no siempre fue así. Si bien Mao fue uno de los asistentes al congreso fundacional del Partido, en 1921, en ese momento no era considerado como un elemento especialmente valioso. Para que Mao se convirtiera en el líder máximo tuvo que enfrentar a otros líderes del Partido, los cuales muchas veces tenían más autoridad que él. La rivalidad política trascendía los límites del Partido, pues desde Moscú Stalin seguía de cerca los movimientos de los comunistas chinos y a través de la Comintern ponía y quitaba dirigentes según fluctuaban sus intereses. Mao comenzó a destacar como uno de los principales líderes en 1935, en plena Larga Marcha, y alcanzó el nivel de máximo dirigente en 1944, con el Movimiento de Rectificación, en Yan’an. El VII Congreso del Partido, celebrado en 1945, consagró a Mao como líder indiscutible y plasmó en sus estatutos al Pensamiento Mao Zedong, al lado del marxismo-leninismo, como la principal guía teórica para la acción revolucionaria.

En este ensayo reviso la trayectoria política de Mao Zedong desde su juventud hasta su transformación en líder máximo del Partido Comunista de China, poniendo especial énfasis en la evolución de su pensamiento. En la primera parte analizo la juventud de Mao, su incorporación al Partido y su participación en la lucha revolucionaria; este periodo abarca del Movimiento del 4 de mayo de 1919 a la Conferencia de Zunyi, en 1935. En la segunda parte examino el periodo de ascenso de Mao dentro del Partido; de la Conferencia de Zunyi, en 1935, al inicio del Movimiento de Rectificación, en 1942. Posteriormente, estudio el triunfo de Mao dentro del Partido; del inicio del Movimiento de Rectificación, en 1942, al VII Congreso del Partido, en 1945. Por último, apunto algunas consideraciones finales a manera de conclusión.

Mao empieza

Mao comenzó a luchar por la transformación de China desde antes de conocer al comunismo  (Schram 2022). Se encontraba estudiando en Changsha, capital de su provincia natal, Hunan, cuando estalló el levantamiento de Wuchang de 1911, con el cual la etapa imperial de China llegó a su fin. En esa coyuntura, un Mao de 18 años se enlistó como soldado del ejército revolucionario en Hunan. Pero su participación en el ejército fue breve. Al cabo de seis meses retomó su vida como estudiante y en 1918 egresó de la Primera Escuela Normal de Changsha, donde había fundado varias organizaciones estudiantiles. Mao se trasladó a la Universidad de Beijing ese mismo año y trabajó como ayudante en la biblioteca de la universidad. Ese periodo en Beijing fue especialmente importante para el rumbo que tomó su vida.

En la universidad, Mao conoció el marxismo. Li Dazhao, el bibliotecario con el cual trabajaba, era uno de los principales intelectuales del momento. Li Dazhao y Chen Duxiu fueron de los primeros intelectuales chinos que comenzaron a mostrar especial interés por el marxismo y por los acontecimientos de la Revolución Rusa de 1917. Mao los conoció a los dos y ellos fueron quienes lo introdujeron al marxismo. En ese mismo periodo, Mao vivió el Movimiento de 4 de mayo de 1919, el cual tuvo como epicentro la Universidad de Beijing. Ese año, jóvenes estudiantes de Beijing protestaron contra el trato injusto que las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial le dispensaron a China, al pactar con Japón para que se quedara las posesiones chinas de Alemania, en lugar de regresárselas directamente a China. Políticamente, el movimiento significó el rechazo de la intelectualidad china a la democracia liberal y la condena del imperialismo encarnado en las potencias occidentales. En contra parte, los intelectuales nacionalistas chinos encontraron en la Unión Soviética a un país que hablaba de antiimperialismo y ofrecía su ayuda para liberar a China. En ese contexto Mao abrazó el comunismo.

Después de seis meses en Beijing, Mao volvió a Changsha y organizó una rama de la Liga de la Juventud Socialista. Como representante de esa organización, Mao asistió, en 1921, al congreso fundacional del Partido Comunista de China, realizado en Shanghái bajo el impulso de la Comintern (Connelly 2022). Comparado con los otros asistentes, Mao no representaba una autoridad política ni intelectual. El Congreso eligió a Chen Duxiu como secretario general del Partido, a Zhang Guotao como director de organización y a Li Da como director de propaganda. Mientras Mao apenas empezaba su carrera como comunista, otros miembros del naciente Partido ya tenían años de trayectoria.

Impulsado por la Comintern, en 1923 el Partido formó un frente unido con el Kuomintang de Sun Yatsen para derrotar a los caudillos militares y unificar a toda China. Mao participó activamente en las tareas del frente unido, entre las cuales estaba la de ser el jefe de propaganda, pero a raíz de la muerte de Sun Yatsen y el ascenso de Chiang Kaishek como jefe del Kuomintang, los comunistas comenzaron a ser excluidos de los principales órganos de dirigencia. Mao tuvo que abandonar Shanghái y se trasladó a su natal Hunan, donde descubrió el potencial revolucionario de los campesinos y comenzó a formar organizaciones campesinas para engrosar las filas comunistas. La alianza entre comunistas y nacionalistas terminó en 1927, cuando Chiang Kaishek ordenó la masacre de comunistas en Shanghái. En ese momento, el Partido encabezó insurrecciones armadas contra el Kuomintang en Cantón, Nanchang y otros lugares. Mao dirigió el levantamiento de la Cosecha de Otoño, un movimiento campesino armado que se proponía tomar Changsha. Todos los levantamientos fracasaron y los comunistas fueron expulsados de las ciudades (Wilbur 1983).

El levantamiento de la Cosecha de Otoño es importante en la evolución política e ideológica de Mao porque muestra dos aspectos centrales en su trayectoria posterior: el trabajo organizativo entre el campesinado y la dirección militar. Tras la derrota, Mao y Zhu De reúnen sus fuerzas y crean el Ejército Rojo. Tanto los jefes del Partido como los cuadros medios coincidían en la necesidad de tener un instrumento militar para protegerse de la persecución nacionalista, pero había discrepancias acerca del uso que debían darle. Por un lado, Mao insistía en que el Ejército Rojo debía crear y proteger áreas base en el campo para tener espacios seguros desde los cuales los comunistas pudieran impulsar su lucha por el poder. Por el otro, el secretario general de Partido, Li Lisan, sostenía que el Ejército Rojo debía conquistar ciudades de mediana importancia para hacer de ellas fortalezas comunistas y desde ahí impulsar la lucha.

La Comintern responsabilizó a Chen Duxiu por los fracasados levantamientos armados de 1927 y fue destituido como secretario general del Partido en 1928. Su lugar fue ocupado por Li Lisan (Ch’en 1983). Li Lisan, siguiendo las directrices de la Comintern, sostenía que la situación económica en Norteamérica y la política en Europa darían paso a una coyuntura crítica en China que debía ser aprovechada por los comunistas para tomar el poder. Debían pasar de la defensa al ataque. Bajo esa argumentación, Li Lisan ordenó que el Ejército Rojo tomara algunas ciudades de mediana importancia. El ataque fracasó y las tropas nacionalistas repelieron a las comunistas. Aunque Mao no estaba convencido de la posición de Li Lisan, aceptó las órdenes y dispuso que sus fuerzas participaran en las operaciones.

Las diferencias tácticas entre Mao y Li Lisan tenían de fondo diferencias ideológicas. Li Lisan defendía la centralidad del proletariado urbano como principal elemento para el triunfo de la revolución. De acuerdo con su posición, los comunistas debían volver a las ciudades cuanto antes para organizar a los obreros y formar grandes destacamentos comunistas en las fábricas. En la teoría marxista-leninista los obreros son el sujeto revolucionario por antonomasia y, por ello mismo, son la vanguardia de la revolución. El proletariado urbano debe dirigir la lucha por la destrucción del capitalismo y la construcción del socialismo; las otras clases sociales pueden ser aliadas (campesinos, intelectuales, estudiantes, etc.), pero siempre guiadas por la vanguardia proletaria. Alejarse de las ciudades, para Li Lisan, equivalía a alejarse del principal medio en el que los comunistas debían ejercer sus labores.

Mao tenía una visión diferente. En principio, aceptaba la centralidad del proletariado urbano y su papel de vanguardia respecto a todas las demás clases revolucionarias, pero le daba al campesinado una importancia diferente a la de Li Lisan. Ya en 1926, Mao había escrito un reporte al Comité Central del Partido, en el cual señalaba que se habían concentrado demasiado en las ciudades y habían ignorado a los campesinos (S. Schram 1986). Ese mismo año Mao escribió un artículo titulado “La revolución nacional y el movimiento campesino”, en el cual sostenía que la cuestión campesina era la cuestión central de la revolución nacional. Por la posición que tenían el proletariado fabril y el campesinado en la sociedad china, el campesinado podía jugar un papel más revolucionario, pues para liberarse debía liberar a todas las clases oprimidas en China, mientras las demandas de los obreros eran más reformistas. Para no ir frontalmente contra la ortodoxia del marxismo-leninismo, Mao matizaba su postura y decía que el proletariado urbano era la vanguardia de la revolución, pero si los campesinos no se levantaban no podrían derrocar al feudalismo y al imperialismo imperantes en China.

En “Análisis de las clases de la sociedad china”, de 1926, y “Reporte sobre una investigación del movimiento campesino en Hunan”, de 1927, Mao aportó más elementos acerca de la importancia que tenía el campesinado para la revolución. Mao no negaba los planteamientos de Li Lisan en torno a la centralidad de la clase obrera urbana, pero sostenía que la organización y el levantamiento de los campesinos era fundamental para que triunfara la revolución, algo que Li Lisan no compartía. De ahí que para uno mantenerse en el campo representara un periodo estéril mientras para el otro significara una oportunidad de organizar a uno de los grupos más importantes y menos atendidos por los comunistas: las masas campesinas. Esta posición de Mao no hizo sino consolidarse en los siguientes años.

El siguiente paso de Mao fue la formación del soviet de Jiangxi, en 1931. Mientras Mao y otros se lanzaron a crear áreas base en la China interior, el Comité Central del Partido permaneció en Shanghái, de modo clandestino. La persecución contra los comunistas en las ciudades era tan intensa que en 1931 el entonces secretario general del Partido, Xiang Zhongfa, fue capturado y ejecutado por las fuerzas nacionalistas. Eso llevó a la cúpula del partido a los 28 bolcheviques, un grupo de comunistas chinos que habían estudiado en la Unión Soviética y que se adherían completamente a los dictados de la Comintern. Políticamente, eran incondicionales a Moscú y teóricamente eran partidarios de la ortodoxia marxista-leninista. Wang Ming y Bo Gu, quienes fungieron como dirigentes del partido entre 1931 y 1935 pertenecían a ese grupo.

Por las condiciones de inseguridad y la falta de redes de comunicación, la relación entre el soviet de Jiangxi y el Comité Central del Partido era mínima. Obediencia externa y desobediencia interna era la actitud de Mao hacia los 28 bolcheviques radicados en Shanghái (Hsu 2012). En 1931 Mao ganó estatura política mediante la realización del Primer Congreso de los Soviets de China, en el cual fue elegido presidente del gobierno soviético de China. Son años difíciles para los comunistas: tienen que gobernar el soviet, aumentar las filas de su Partido, mejorar la cantidad y calidad de las tropas del Ejército Rojo, y defenderse de las campañas de aniquilación enviadas por Chiang Kaishek contra el soviet. En 1931 y 1932 Mao es el principal dirigente del soviet y tiene éxito en sus tareas: el gobierno que instaura tiene aceptación de los campesinos, hay estabilidad social, los campesinos se unen al Partido y al Ejército Rojo, y, con Zhu De, derrota las primeras tres campañas de aniquilación.

En 1933, el Comité Central del Partido abandona Shanghái por el recrudecimiento de la represión y llega al soviet de Jiangxi. Ahí, desplazan a Mao como principal líder político. Bo Gu toma las riendas políticas y Otto Braun, asesor militar enviado por la Comintern, sustituye a Zhu De como jefe militar. La nueva dirigencia aplica políticas radicales que enemistan a los campesinos ricos, debilitando la solidez del soviet. Militarmente, derrota a la cuarta campaña de aniquilación, pero es incapaz de defenderse contra la quinta campaña de Chiang Kaishek, en 1934. Sitiados totalmente por las fuerzas nacionalistas, los comunistas abandonan la defensa del soviet y rompen el cerco para retirarse hacia el oeste. 85 mil soldados y 15 mil funcionarios emprendieron la Larga Marcha, dejando atrás el área base donde se habían refugiado durante cuatro años.

Durante este primer periodo, Mao gana estatura política al interior del Partido por los resultados obtenidos en su trabajo de masas. El soviet de Jiangxi, que si bien no era el único soviet en China sí era el más grande e importante, lo habían fundado Mao y Zhu De. Militarmente, su estrategia de guerra de guerrillas le había permitido derrotar tres campañas de aniquilación de las fuerzas nacionalistas a pesar de su inferioridad numérica y armamentista. Había escrito varios textos en este periodo, pero su conocimiento del marxismo-leninismo todavía no era suficiente para competir en el terreno ideológico con los 28 bolcheviques, quienes podían presumir de leer a Lenin en el original y haber estudiado en la Unión Soviética, mientras Mao no hablaba ruso ni alemán, además de que nunca había salido de China. Un cuarto factor es que Mao no tenía respaldo de la Comintern, lo cual debilitaba su posición respecto a Wang Ming y Bo Gu.

Mao asciende

El ascenso político de Mao comienza en la conferencia de Zunyi, en 1935. Después de huir de las tropas de Chiang Kaishek, finalmente los comunistas tienen un momento de tranquilidad cuando toman la ciudad de Zunyi, en la provincia Guizhou (Ch’en 1983). Ahí la cúpula del Partido realiza una conferencia para analizar los acontecimientos de Jiangxi y tomar decisiones al respecto. Los grupos políticos dentro del Partido eran dos: aquellos que defendían la línea teórica y estratégica de los 28 bolcheviques, y por lo tanto de la Comintern, y los que defendían la estrategia de Mao. En la conferencia, Mao señaló a Bo Gu, el líder político, y a Otto Braun, el líder militar, como responsables de las derrotas del soviet de Jiangxi. Había pocos elementos para refutar las acusaciones de Mao, puesto que él había sido desplazado de la toma de decisiones con la llegada del Comité Central y era claro quiénes habían asumido la dirección desde 1933. En la conferencia, Mao contó con el respaldo de Zhou Enlai, Zhu De, Zhang Wentian, entre otros que se manifestaron para apoyarlo. El resultado fue la defenestración de la línea estratégica y política de Bo Gu y Otto Braun, mientras Mao fue ascendido al comité permanente del Comité Central del Partido.

Pero la conferencia de Zunyi no colocó a Mao como máximo dirigente del Partido. En términos de la institucionalidad partidaria, los cambios realizados en la conferencia no tenían ningún sustento, pues habían ascendido al Politburó personas que no habían sido electas como miembros del Comité Central en el último congreso, el VI, realizado en Moscú en 1928. En términos políticos, había rivales fuertes con los cuales Mao tenía que medirse todavía, como Zhang Guotao y Wang Ming. El primero tenía prestigio político por haber sido miembro fundador del Partido, y tenía buena reputación militar por haber salvado a las tropas de su propio soviet retirándose a la provincia de Sichuan cuando las tropas de Chiang trataron de aniquilarlo. Por su parte, Wang Ming, el máximo representante de los 28 bolcheviques, se encontraba en la Unión Soviética fungiendo como conexión entre el Partido y la Comintern.

El Ejército Rojo de Mao continuó su marcha hacia la provincia de Sichuan para encontrarse con las tropas de Zhang Guotao. En junio y agosto de 1935 se celebraron sendas reuniones entre el grupo encabezado por Mao y el de Zhang. Ahí se confrontaron dos análisis sobre la estrategia seguida hasta ese momento y dos visiones sobre el futuro que debía seguir el Partido. Para Zhang, la Larga Marcha y la expulsión de los comunistas hacia el oeste y el norte de China demostraba el fracaso de la estrategia de los soviets. De acuerdo con él, el Partido debía aprender de su experiencia y no insistir en seguir fundando esas áreas base. Mao se oponía. Para él los soviets no solo eran la mejor forma de organización en las condiciones del momento, sino la única, ya que las ciudades les estaban vedadas por el Kuomintang. Zhang sostenía que las tropas comunistas debían dirigirse a Xinjiang y fundar ahí su propio Estado, convirtiendo al Partido en un partido de minorías étnicas. Para Mao eso era inadmisible, pues significaba renunciar a los principios del comunismo y a la lucha por el poder político en China.

La disputa estratégica tenía de fondo una rivalidad política entre los dos jefes. Zhang se pensaba como un líder con los mismos o más méritos que Mao y se negaba a ser su subordinado. Mao insistía en integrar a Zhang y sus tropas para que juntos marcharan hacia el norte, hacia el soviet de Shaanxi. Las negociaciones no lograron conciliar las dos posiciones y al final Mao partió con sus tropas hacia el norte, mientras Zhang permaneció con sus fuerzas en Sichuan. Al llevar su ejército a la provincia de Gansu, en 1936, Zhang fue atacado por las tropas del Kuomintang y sufrió una derrota tan grande que quedó nulificado militarmente. Ante la falta de opciones, Zhang tuvo que dirigirse a Shaanxi y reunirse con Mao. Sin tropas ni masas que lo respaldaran, Zhang perdió la fuerza que tenía y en 1938 desertó del Partido para integrarse al Kuomintang.

El otro rival político era Wang Ming. En 1927 Wang llegó de Moscú a Yan’an, el soviet de Shaanxi donde finalmente Mao y los demás jefes comunistas habían comenzado a construir su nueva área base principal. Conocedor de los clásicos del marxismo-leninismo, y respaldado por la Comintern, Wang tenía un peso político importante dentro del Partido. Hombres como Zhou Enlai y Peng Dehuai lo tenían en alta estima y respetaban su preparación ideológica. Wang llegó a Yan’an como enviado de la Comintern para asegurarse de que el segundo frente unido entre comunistas y nacionalistas funcionara. Apenas en diciembre de 1936 había tenido lugar el incidente de Xi’an en el cual Chiang Kaishek había sido secuestrado por sus propios generales para obligarlo a pactar con los comunistas y sumar fuerzas contra la invasión japonesa. La cuestión del frente unido entre el Partido y el Kuomintang era central para la Comintern.

La posición de Wang Ming sobre cómo debía darse la alianza entre comunistas y nacionalistas era diferente de la posición de Mao (Slyke 1986). Wang Ming insistía en realizar una alianza militar casi total, muy cerca de las condiciones que ponía Chiang Kishek a los comunistas para poder concretar el frente. Mao se negaba. Él sostenía que no debían repetir los errores del primer frente unido con los nacionalistas, en la década de 1920, y debían conservar su independencia militar y política, aunque sí debían mantenerse coordinados con el Kuomintang para atacar al enemigo japonés.

Esta diferencia entre los dos líderes probablemente esté relacionada con los principales objetivos que perseguía cada uno. Wang Ming, representante de la Comintern y muy cercano al comunismo ruso, ponía como objetivo principal la derrota de los japoneses antes que el fortalecimiento de los comunistas chinos. Esto era así porque para Stalin era fundamental que China contuviera el avance militar japonés, ya que el poder de Hitler estaba creciendo en Europa y la Unión Soviética sería incapaz de enfrentar simultáneamente a dos enemigos poderosos como Alemania y Japón en dos frentes distintos. Por eso, Wang defendía la unión con los nacionalistas, incluso a costa de perder momentáneamente la independencia política y militar de los comunistas. Las prioridades de Mao eran otras. Mao no solo tenía mucha menos relación con la Comintern, sino que era incapaz de pensar en renunciar voluntariamente a la fuerza que habían logrado construir en esos años. Personalmente, Mao rechazaba una alianza con Chiang Kaishek por la persecución que este había desatado contra los comunistas desde 1927, pero al final aceptó formar la alianza.

A partir de 1937, el año en que inició la invasión japonesa a China, Wang Ming se concentró en Wuhan para coordinar los esfuerzos militares de los comunistas y los nacionalistas. Con las derrotas del Kuomintang ante Japón, Wang Ming tuvo que retornar a Yan’an. Mao había permanecido en Yan’an todo ese tiempo y había fortalecido su posición política y militar, pues en ese primer periodo de la guerra, los japoneses casi no atacaron a la base comunista, mientras los comunistas emplearon contra los japoneses la guerra de guerrillas.

El periodo de la Larga Marcha y los primeros años en Yan’an fueron importantes para la elevación política de Mao. Zhang Guotao quedó suprimido como rival y se pasó al bando nacionalista. Wang Ming prácticamente se había desconectado del comunismo chino entre 1931 y 1937, periodo en el cual vivió en Moscú; al volver a China, fue incapaz de reconectarse con el partido y las masas, mientras Mao ya había ganado el respaldo de los demás miembros de los 28 bolcheviques. En términos políticos y militares, Mao ya se había erigido como el principal líder, pero todavía le faltaba alcanzar la superioridad teórica sobre los demás dirigentes.

El periodo de Yan’an fue especialmente importante para Mao en este terreno. Después de años de luchar por la supervivencia y de resistir los ataques de Chiang Kishek, finalmente encontró el tiempo para adentrarse en el estudio sistemático del marxismo-leninismo. El periodista estadounidense Edgar Snow, que entrevistó a Mao en Yan’an en 1936, lo describió como un lector omnívoro. En esos primeros años, Mao buscaba llevar a cabo la nacionalización del marxismo, es decir, su adaptación a las condiciones específicas de la China del siglo XX, pues solo así podría explotarse todo su potencial revolucionario. El propio Engels había afirmado que el marxismo no era un dogma sino una guía para la acción. Para Mao, la sinización del marxismo era una tarea pendiente y él asumió la misión de realizarla. Resultado de sus esfuerzos intelectuales en esta coyuntura son sus ensayos titulados “Sobre la práctica”, “Sobre la contradicción” y “Contra el liberalismo”, escritos en 1937. Este es un momento crítico en el que Mao sienta las bases teóricas de lo que más tarde se llamaría Pensamiento Mao Zedong.

Mao triunfa

Los años de la invasión japonesa fueron fundamentales para el triunfo político de Mao al interior del Partido. Entre 1937 y 1945, los japoneses se concentraron en conquistar el norte y la costa de China; el Kuomintang se enfrentó a los japoneses en Shanghái y Nanjing, y luego huyó a Chongqing, donde se esforzó por sobrevivir; los soviéticos se ocuparon en combatir los ejércitos de Hitler en Europa; y los comunistas aprovecharon las circunstancias de la guerra para ampliar sus áreas base y consolidar su gobierno en el soviet de Yan’an, además de combatir a los japoneses a través de la guerra de guerrillas. En ese contexto tuvo lugar el Movimiento de Rectificación, ocurrido entre 1942 y 1944.

Desde su fundación hasta la llegada a Yan’an, el partido había vivido altibajos en lo que se refiere a su membresía. Cuando comenzó la Larga Marcha, en 1934, la columna del Ejército Rojo que salió de Jiangxi tenía aproximadamente 85 mil elementos; luego de caminar más de 12 mil kilómetros, enfrentando la adversidad climatológica y la persecución de Chiang Kaishek, a Yan’an llegaron solo 8 mil. En el nuevo soviet el Partido comenzó a reorganizarse y poco a poco su área de influencia comenzó a crecer más hasta consolidarse. No solo creció el soviet, sino también el Partido. Prácticamente todos los nuevos integrantes se habían sumado por las condiciones que vivía el país: huyendo de las zonas ocupadas por los japoneses o de las zonas nacionalistas, donde las políticas de Chiang Kaishek condujeron a una crisis política y económica. Casi todos desconocían los principios teóricos del marxismo-leninismo.

Movida por la necesidad de educar ideológicamente a los miembros recién integrados, y por terminar con las concepciones equivocadas al interior del Partido, la cúpula decidió lanzar un Movimiento de Rectificación (S. Schram 1986). Este movimiento recibió su nombre de dos discursos pronunciado por Mao los días 6 y 8 de febrero de 1942, en los cuales insistió en la necesidad de rectificar el estilo de trabajo del Partido. En concreto, llamó a desterrar al subjetivismo en el estudio, al sectarismo en el trabajo organizativo y al formalismo en la propaganda y el trabajo literario (Zedong 1942). Mao identificó a algunos miembros del Partido con los errores que él criticaba.

De acuerdo con Mao, dentro del Partido el subjetivismo estaba muy extendido. Este se presentaba bajo dos formas: como dogmatismo y como empirismo. El dogmatismo consistía en estudiar el marxismo-leninismo sin buscar aplicar a la realidad china las enseñanzas de los maestros del comunismo mundial. Tomar al pie de la letra los planteamientos de Marx y Lenin, memorizarlos y repetirlos acríticamente, no tenía ninguna utilidad para la transformación revolucionaria. Para Mao, lo que los comunistas chinos debían hacer era tomar la posición, el punto de vista y el método del marxismo-leninismo y aplicarlos a China. Wang Ming y los 28 bolcheviques fueron caracterizados como los principales representantes de ese dogmatismo.

El empirismo era la posición totalmente contraria al dogmatismo. Si el dogmatismo favorecía el estudio y aprendizaje del marxismo-leninismo, pero no lo aplicaba creadoramente a la realidad china, el empirismo favorecía el trabajo directo sobre la realidad china y daba poca o nula importancia al estudio teórico del marxismo-leninismo. Tanto una posición como la otra eran incorrectas, decía Mao, siguiendo la máxima leninista de que sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria y sin práctica revolucionaria no hay teoría revolucionaria. En este sentido, llamaba a unir indisolublemente la práctica y la teoría para poder sinizar adecuadamente el marxismo.

El sectarismo en el trabajo organizativo se refería al rechazo de algunos miembros al centralismo democrático. El centralismo democrático era el sistema de funcionamiento con el cual se había fundado el Partido, siguiendo la teoría de Lenin. De acuerdo con este sistema, la estructura partidaria debe practicar la discusión y toma democrática de decisiones en todos los niveles, pero al mismo tiempo existe una autoridad que radica en los órganos centrales, como el Comité Central. No respetar el centralismo democrático, ser excesivamente democrático hasta el punto de actuar de forma independiente, desacatando las indicaciones de los órganos centrales, es lo que Mao llama sectarismo. Otra manifestación del sectarismo es considerar que los cuadros y las masas con las que trabajan los dirigentes son “suyos”, pues esto da pie a que cada dirigente cree su propio grupo y se fracture la organización. Mao pone como ejemplos de sectarismo a Zhang Guotao y Chen Duxiu, pero insiste en que todavía existe en el Partido y en que debe combatirse.

El formalismo en la escritura se refiere al uso de palabras y fórmulas que son de difícil entendimiento para las masas y los cuadros del partido. Mao insistía en que los miembros del Partido debían usar un lenguaje que fuera accesible para las masas y con el cual estas pudieran identificarse. Llama a terminar con los estereotipos, con los formalismos hueros, que no le dicen nada a la gente, para desarrollar un estilo de escritura vivo y fresco, que interpele directamente a las masas chinas.

El Movimiento de Rectificación se trataba de una campaña para corregir los errores y vicios que el Partido había mantenido hasta ese momento. El objetivo no solo era educar ideológicamente a los nuevos miembros del Partido, sino también corregir a los cuadros más antiguos con la finalidad de que adoptaran nuevos métodos de estudio, trabajo y escritura. Ideológicamente, este movimiento significó el fin de la subordinación teórica del Partido Comunista de China respecto al Partido Comunista de la Unión Soviética. Mao lo planteó abiertamente de la siguiente manera:

“Un comunista es un marxista internacionalista, pero el marxismo debe tomar una forma nacional para que pueda tener algún efecto práctico. No hay algo así como el marxismo abstracto, solo existe el marxismo concreto. Lo que llamamos marxismo concreto es el marxismo que ha tomado una forma nacional, es decir, el marxismo aplicado a la lucha concreta en las condiciones concretas existentes en China y no el marxismo usado abstractamente. La sinificación del marxismo -o sea, un marxismo que en todas sus manifestaciones está imbuido de características chinas, usándolo según las peculiaridades chinas- es un problema que debe ser entendido y resuelto por todo el partido sin demora” (S. Schram 1986, 846)

Estas ideas sobre la necesidad de sinizar el marxismo habían sido expresadas por Mao en octubre de 1938. Entre 1937, cuando escribió sus ensayos “Sobre la práctica”, “Sobre la contradicción” y “Contra el liberalismo”, y 1944, cuando terminó el Movimiento de Rectificación, Mao trabajó en realizar esa sinización de la que hablaba.

El Movimiento de Rectificación fue más que solo el pronunciamiento por parte de Mao de algunos discursos. Se compiló una serie de documentos que todos los nuevos y viejos miembros del partido debían estudiar de forma colectiva, en círculos de estudio, para erradicar las antiguas formas de trabajo. Una característica de esta campaña fueron las sesiones de crítica y autocrítica, a través de las cuales los elementos del Partido buscaban identificar sus vicios para combatirlos conjuntamente y así avanzar en la adopción teórica y práctica de la nueva línea del Partido. Además de los problemas propiamente partidarios, Mao habló en otras ocasiones sobre el papel del arte y la literatura en la lucha revolucionaria, con lo cual pretendía orientar a los intelectuales que constantemente llegaban de las ciudades a Yan’an para integrarse a la lucha comunista.

El Movimiento de Rectificación significó el triunfo ideológico de Mao sobre Wang Ming, sobre los demás dirigentes comunistas chinos y sobre la línea ideológica de la Unión Soviética. El triunfo ideológico no solo tenía una base teórica, sino también un sustrato político. Entre 1942 y 1944 Wang Ming ya había perdido el poder que tenía cuando llegó a China procedente de la Unión Soviética y no tenía ninguna fuerza de masas para competir con Mao. Los demás dirigentes comunistas de nivel medio aceptaban la superioridad política de Mao por los resultados prácticos y militares que había mostrado desde la formación del soviet de Jiangxi, luego con la Larga Marcha y posteriormente con la consolidación del soviet de Yan’an. Internacionalmente, la Unión Soviética estaba preocupada por expulsar a los nazis de su territorio y ya en 1943 había declarado la disolución de la Comintern.

El triunfo ideológico y político de Mao se institucionalizó con el VII Congreso del Partido, celebrado en Yan’an entre abril y junio de 1945. En ese Congreso Mao fue electo como presidente del Comité Central del Partido, un cargo que no existía antes y que se creó en ese contexto. El Politburó quedó integrado por dirigentes que habían sido cercanos a Mao desde años anteriores o que habían aceptado abiertamente la superioridad de su línea: Zhu De, Zhou Enlai, Peng Dehuai, Zhang Wentian, Liu Shaoqi, entre otros, se convirtieron en la cúpula del Partido. Ese Congreso terminó totalmente con la influencia política de los 28 bolcheviques y de la Comintern.

Ideológicamente, el Congreso elevó los aportes teóricos de Mao a un nivel superior. Los asistentes consideraron que la sinificación del marxismo por parte de Mao ya había cobrado rasgos propios como para darle un nuevo nombre y plasmarlo en los estatutos del Partido. De esta manera, el Pensamiento Mao Zedong fue elevado al nivel del marxismo-leninismo como guía teórica para la acción revolucionaria de los comunistas chinos. En este proceso fue importante el papel de Liu Shaoqi, quien ya en 1943 había escrito un artículo celebrando los logros de la nacionalización del marxismo alcanzados por Mao.

El VII Congreso elevó a Mao al máximo grado de responsabilidad dentro del Partido, admitiendo su superioridad política, ideológica y militar. Su consagración como figura suprema de la historia china llegaría cuatro años después, con la derrota del Kuomintang, la huida de Chiang Kaishek a Taiwán y la fundación de la República Popular China, en 1949.

Conclusiones

El triunfo de Mao dentro del Partido Comunista de China le tomó 24 años. Fue un periodo de lucha constante tanto con fuerzas políticas externas al Partido como con fuerzas políticas internas. En el primer periodo, de 1921 a 1935, luchó contra el Kuomintang como fuerza externa y contra el liderazgo de Li Lisan y los 28 bolcheviques como fuerza interna. El Kuomintang buscaba aniquilar a los comunistas, mientras el liderazgo central del Partido buscaba terminar con la línea campesinista de Mao para volver a las ciudades. En el segundo periodo, de 1935 a 1942, la lucha externa fue contra los japoneses y el Kuomintang, y la lucha interna con Zhang Guotao y Wang Ming. En el tercer periodo, de 1942 a 1935, la lucha externa fue contra los japoneses y el Kuomintang, y la interna con un debilitado Wang Ming.

Si bien los resultados de la lucha de Mao se expresaron en términos políticos, no pueden excluirse los componentes militares e ideológicos de la lucha. La guerra de guerrillas practicada por Mao desde los primeros años le funcionó para derrotar las primeras tres campañas de aniquilación de Chiang Kaishek contra el soviet de Jiangxi, para sobrevivir en la Larga Marcha, para defender la existencia del soviet de Yan’an y para derrotar al Kuomintang tras la rendición japonesa. Ideológicamente, la línea de masas, la importancia del campesinado para la revolución china, la sinización del marxismo en el periodo de Yan’an y la conformación de una teoría propia, le permitieron a Mao ganar superioridad sobre los demás dirigentes y ganar independencia respecto a la Unión Soviética.

Las primeras dos etapas, hasta el inicio del Movimiento de Rectificación, fueron periodos de ascenso para Mao, de formación y defensa de su línea, y de confrontación con los demás. A partir del Movimiento de Rectificación, Mao ya tenía una autoridad política importante. Considerando el historial de lucha de Mao, los resultados de sus decisiones, sus análisis de los problemas de China y del partido, así como sus aportes teóricos, en 1945 sus compañeros dejaron de ver a Mao como un primus inter pares y lo elevaron a un nivel superior. Finalmente, fue bajo su dirigencia que los comunistas tomaron el poder y fundaron el nuevo Estado.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.

REFERENCIAS

Ch’en, Jerome. «The communist movement, 1927-1937.» En The Cambridge History of China, de John K. Fairbank, 168–229. Cambridge: Cambridge University Press, 1983.

Connelly, Marisela. «La revolución china y el triunfo del Partido Comunista Chino.» En Setenta años de existencia de la República Popular China, 1949-2019, de Connelly y Tzili-Apango, 686. México: El Colegio de México, 2022.

Hsu, Immanuel C. Y. «El Partido Comunista: 1921-1949.» En China de los Xia a la República Popular, de Eugenio Anguiano y Ugo Pipitone, 393-412. México: CIDE, 2012.

Schram, S. Reynolds. Encyclopedia Britannica. 5 de Septiembre de 2022. https://www.britannica.com/biography/Mao-Zedong (último acceso: 6 de Diciembre de 2022).

Schram, Stuart. «Mao Tse-Tung’s Thought to 1949.» En The Cambridge History of China, de John K. Fairbank and Albert Feuerwerker, 789–870. Cambridge : Cambridge University Press, 1986.

Slyke, Lyman Van. «The Chinese Communist Movement during the Sino-Japanese War 1937–1945.» En The Cambridge History of China, de John K. Fairbank and Albert Feuerwerker, 609–722. Cambridge : Cambridge University Press, 1986.

Wilbur, C. Martin. «The Nationalist Revolution: from Canton to Nanking, 1923–28.» En The Cambridge History of China, de John K. Fairbank, 527-720. Cambridge: Cambridge University Press, 1983.

Zedong, Mao. Marxist. 1942. https://www.marxists.org/reference/archive/mao/selected-works/volume-3/mswv3_06.htm (último acceso: 2022).

¿Por qué los comunistas ganaron la guerra civil china?

Diciembre 2022

La guerra civil china comenzó en 1927 y terminó en 1949. Los protagonistas de este conflicto fueron el Partido Comunista de China, dirigido por Mao Zedong, y el Partido Nacionalista o Kuomintang, dirigido por Chiang Kaishek. La guerra terminó con la victoria de los comunistas.

El Partido Comunista de China fue fundado en 1921 por un pequeño grupo de intelectuales marxistas preocupados por la situación de su país. Orientados por la Tercera Internacional, en 1924 los comunistas establecieron un frente unido con el Kuomintang para combatir juntos a los caudillos militares que se habían repartido China tras la disolución de la dinastía Qing, en 1912. Su misión era unificar todo el territorio bajo un único gobierno. En esta coyuntura el Partido Comunista pasó de ser un grupo de intelectuales a ser un partido de masas: miles de obreros, campesinos, estudiantes, soldados y mujeres abrazaron el comunismo. Con la muerte de Sun Yatsen, el fundador, y el ascenso de Chiang Kaishek como máximo líder del Kuomintang, los nacionalistas comenzaron a rechazar el frente unido. En 1927, Chiang Kaishek rompió la alianza y ordenó exterminar a todos los comunistas.

Los pocos supervivientes abandonaron las ciudades y se refugiaron en regiones marginadas e inhóspitas del campo. En el nuevo medio, los comunistas comenzaron a organizar a los campesinos y lograron que miles se sumaran a sus filas. Con esa fuerza, mayoritariamente campesina, y lejos de las ciudades, los comunistas fundaron un Estado dentro de un Estado, al cual llamaron “Soviet de Jiangxi”. El ejército rojo se creó para defender al soviet de las campañas de exterminio lanzadas por el Kuomintang. Pero las tropas de Chiang Kaishek eran más y tenían mejor armamento, entonces los comunistas tuvieron que abandonar el Soviet de Jiangxi y emprendieron una retirada estratégica, luchando por sobrevivir. De las 85 mil personas que iniciaron la Larga Marcha en 1934, solo 8 mil la terminaron en 1935.

En 1936 los comunistas formaron un nuevo soviet en Yan’an. Ahí reorganizaron sus mermadas fuerzas y nuevamente comenzaron a crecer con el trabajo de masas que realizaban entre los campesinos. El inminente inicio de la invasión japonesa (Japón ya había ocupado Manchuria desde 1931) llevó a los comunistas y nacionalistas a formar un segundo frente unido, esta vez para combatir juntos a los japoneses. En 1937 Japón invadió China. Las tropas japonesas aplastaron al ejército nacionalista en Shanghái y Chiag Kaishek cambió la capital de su gobierno a la ciudad de Chongqing, alejándose de las áreas conquistadas por Japón. En el norte, los comunistas combatían a los japoneses siguiendo una estrategia de guerra de guerrillas, lo que les daba más flexibilidad y los exponía a menos riesgos.

En 1945, Japón perdió la guerra contra las potencias aliadas y se rindió. Con el ejército que había reorganizado en los últimos años de la guerra, Chiang Kaishek lanzó una nueva campaña militar contra los comunistas. El ejército rojo había crecido numéricamente durante la guerra y había obtenido armas de los japoneses cuando estos se rindieron. A pesar de ello, las fuerzas del ejército rojo eran inferiores a las de Chiang Kaishek. Los nacionalistas tenían 2.5 millones de soldados, contaban con aviones y barcos de guerra, habían desarmado a 1.5 millones de japoneses y Estados Unidos los respaldaba. Los comunistas tenían menos de un millón de soldados, carecían de aviones y barcos, solo habían desarmado a 30 mil japoneses y ninguna potencia los respaldaba. A pesar de las diferencias abismales, los comunistas triunfaron.

Durante toda la guerra civil, el Kuomintang siempre tuvo más fuerza que el Partido Comunista. ¿Por qué ganaron los comunistas? Un factor determinante fue el descontento que los nacionalistas generaron en la población. El gobierno de Chiang Kaishek entre 1927 y 1937 había tenido cierta estabilidad política y económica, pero desde que inició la invasión japonesa el gobierno se volvió dictatorial y aplicó políticas económicas desastrosas. Los obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales repudiaron a los nacionalistas y comenzaron a apoyar a los comunistas. Hasta los empresarios deseaban la llegada de los comunistas, esperando que ellos pudieran controlar la inflación y estabilizar la economía. Varios sectores urbanos tenían miedo de los comunistas porque estos habían crecido en el campo y casi no tenían presencia en las ciudades; además, la propaganda anticomunista de los nacionalistas había hecho lo suyo. Pero la gente ya no soportaba más el gobierno del Kuomintang. Al perder el apoyo de las ciudades, Chiang Kaishek perdió sus principales bases de poder y los comunistas las ganaron.

Lenin dice que las revoluciones solo tienen éxito cuando los de abajo ya no quieren seguir viviendo como antes y los de arriba ya no pueden seguir gobernando igual. Así se entiende el triunfo de los comunistas en la guerra civil china.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.

Por la reconquista de Eurasia

Diciembre 2022

La lectura del imperialismo estadounidense de la Guerra Fría del siglo XX que hacía uno de sus halcones más conspicuos, el consejero Zbigniew Brzezinski (1928-2017), parece adquirir nuevo vigor en la geopolítica, es decir en las decisiones e implicaciones de carácter global, que actualmente ejecuta el gobierno Estados Unidos (EE. UU.). Las pugnas del presidente Joe Biden en Ucrania y en Taiwan, tanto en el océano Atlántico como en el Pacífico, buscan una reconquista del continente euroasiático; es decir, el sometimiento de las naciones que componen Europa y Asia en favor la hegemonía del imperio americano. Sin embargo, los elementos de poder que le permitieron ser “única potencia global” después de la caída de la Unión Soviética y la política guerrerista está chocando con un bloque continental bastante potente, la alianza ruso-china.

Los “dominios clave” que hicieron posible la llegada de ese país al trono mundial, dice Brzezinski en su obra principal (El gran tablero mundial, 1997), eran cuatro: la superioridad mundial militar, económica, tecnológica y cultural que adquirió EE. UU. a lo largo del siglo XX. Esa preeminencia absoluta se produjo gracias a la conquista de Eurasia, el territorio más poblado y rico del mundo, base histórica de los imperios más poderosos de la humanidad. Después de las guerras mundiales (1914-1945), la situación aislada e imperial que conservaba desde el siglo XIX a través del dominio completo que los estadounidenses tenían sobre el continente americano, les permitía ser la primera potencia económica. El país representaba entonces el 50% del producto mundial bruto (Brzezinski, p.47), y sus marines surcaban todos los mares, siendo desde entonces dueños únicos de ese inmenso espacio vital. No dominaban, en cambio, el territorio euroasiático: sus vasallos en esa masa continental solo eran los países occidentales de Europa, algunos países del sudoeste asiático, así como las islas japonesas y Taiwán, por el lado oriental. La mayor parte de esa inmensa superficie estaba bajo el dominio de la poderosa alianza estratégica sino-soviética, que acordaron los gobiernos comunistas de Stalin y Mao (Ibid, pp. 31-32).

Frente a este obstáculo, indica el autor, los gobiernos consecutivos de Estados Unidos emprendieron una política general de desestabilización sobre Eurasia, tratando de sacudirle de encima a la potencia comunista bicéfala. Las medidas fueron drásticas. Por un lado, frentes de verdadera conquista territorial e ideológica en Indochina, Corea y, ulteriormente, en Golfo Pérsico y en Afganistán; por otro lado, con el objetivo de desestabilizar a los aliados comunistas de la Unión Soviética, abrieron brechas de conquista ideológica –mediada por la intimidación nuclear de la amenazante Organización del Tratado del Atlántico Norte– desde las fronteras imperiales de occidente. La pujanza económica de los estadounidenses y la propaganda apabullante que desarrollaron a través del cine, los periódicos, la televisión, las radiodifusoras, etc., hicieron posible que la tecnología, el modo de vida y el sistema bipartidista, “democrático”, de los americanos se impusieran en todo el planeta como los paradigmas de civilización y desarrollo mundial.

La conquista efectiva de Europa y Asia ocurrió de manera paulatina tras la muerte de Stalin (1953). La república China y la Unión Soviética enfriaron sus relaciones con el ascenso de Nikita Jrushchov. El vacío entre estos dos gigantes comunistas fortaleció las posiciones euroasiáticas estadounidenses y finalmente, el imperio mundial americano se entronizó cuando Mijaíl Gorbachov tiró la bandera de la hoz y el martillo en 1991. Por eso las perspectivas de la gestión imperial norteamericana parecían positivas en el año en que Brzezinski escribió su libro. En la década de los 90 del siglo XX la economía estadounidense representaba 30% del PMB, su modelo cultural era copiado por sus vasallos, su tecnología ocupaba los primeros lugares en ventas en todos los mercados y sus “legiones” tenían destinos en todo el mundo, preparadas para saltar contra los impulsos antiimperialistas. Cualquier intento de retorno a la multipolaridad parecía neutralizado. De hecho, el nuevo gobierno ruso de Boris Yeltsin y el gobierno chino establecieron negociaciones con esa “potencia global”, la primera de su especie en la historia (p. 49).

No obstante, la historia no terminó ahí. A unas décadas de los cantos triunfales que interpretaba Brzezinski, el mundo se halla trastocado. Por un lado, China está convirtiéndose aceleradamente en la primera potencia económica y tecnológica del mundo: de acuerdo con la información ofrecida en el sitio de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE; https://data.oecd.org/gdp/gross-domestic-product-gdp.htm), en 2021 el producto interno bruto (PIB) de ese país alcanzó los 24,313,685 millones de dólares (mdd). Esta cifra es superior al PIB de Estados Unidos (23,315,085 mdd), así como al de la Unión Europea (21,759,094 mdd). Además, por lo menos desde 2013 el vigor económico chino se proyecta de manera abierta sobre toda Eurasia; pero a diferencia del estadounidense que somete a los países a sus condiciones, China ofrece al mundo un verdadero proyecto alternativo, de cooperación económica y de beneficio mutuo entre los países de toda esa masa continental: se trata de la Nueva Ruta de la Seda o, por su nombre oficial, la Iniciativa de la Franja y la Ruta (“Belt and Road Initiative” BRI), cuyas características positivas para el progreso económico intracontinental común han sido detalladas por la propia OCDE, en su “China’s Belt and Road Initiative in the Global Trade, Investment and Finance Landscape” (documento publicado en 2018, disponible en línea). La atracción que genera una alternativa económica de ese género ha permitido afianzar progresivamente las relaciones económicas de los países de Asia y de Europa con China. El crecimiento chino está vigente. De ahí que en la primera mitad de 2022 las exportaciones de ese país se multiplicaran hacia los mercados de sus principales socios: EE. UU., la Unión Europea y los países del sudeste asiático (https://espanol.cgtn.com). Los pilares económico y tecnológico del imperio están en cuestión; a menos de medio siglo de su entronización, se desmoronan frente a la alternativa asiática.

Por regla general, el destino que pesa sobre aquellos pueblos que han osado resistirlo está marcado por la destrucción absoluta, el despliegue de las legiones imperiales: Yugoslavia, Afganistán, Irak, Siria, Libia, entre otros, pueden ilustrar el trato de la nación que se cree soberana del mundo.  Pero también esto se acabó. Aquellos “socios” que se doblaron ante Estados Unidos cada vez inclinan menos la cabeza. Rusia, el país que Brzezinski consideraba “socio” arrodillado bajo el mandato de Yeltsin, se rebeló: su gobierno detuvo esa política de servilismo y ha exigido respeto desde la primera década del siglo XXI. Recordemos, en ese sentido, el intento fallido norteamericano de crear un escenario a lo ucraniano en Georgia, en 2008 bajo el Gobierno de George W. Bush. El presidente Vladimir Putin no está dispuesto a dejar mancillar su país: por eso ha desarrollado su tecnología militar desde hace mucho tiempo y conserva el vasto arsenal nuclear que heredó de los soviéticos, lo que convierte a Rusia en la segunda potencia militar del mundo. Las capacidades bélicas de este país fueron probadas muy recientemente, durante las prácticamente imparables operaciones rusas en Siria, únicas que destruyeron al ya fallecido Estado Islámico. La Operación Especial de 2022 también evidencia esas cualidades rusas: aunque todas las armas, la inteligencia y asistencia logística de la OTAN llegan a granel a Ucrania, Rusia sigue de pie: incluso domina ya todo el Donbass y mantiene a raya las capacidades ucranianas. Recientemente, Zelensky anunció que las pérdidas militares ucranianas ascendían hasta ahora a 13,000 bajas; sin embargo, la radiodifusora Franceinfo señaló que Washington estimaba que la cifra real era al menos 10 veces más grande, 130,000 muertos (noticia dada durante la programación matutina de Franceinfo el 2 de diciembre de 2022). China también ha desarrollado sus arsenales, de manera que es la tercera potencia militar del mundo, con un ejército y marina altamente tecnologizados, y con un importante arsenal nuclear. Tampoco está dispuesta a que se le amenace desde Taiwan, que Estados Unidos viole el principio de una sola China que respetaba hasta hace algún tiempo. Por eso el presidente Xi Jinping pidió a sus fuerzas armadas que estuvieran listas para la guerra cuando el gobierno de Biden visitó esa isla.

En ese sentido, el imperio americano ya no se sostiene sólidamente sobre aquellos cuatro “dominios clave” de Brzezinski. Actualmente son dominios en disputa. La alianza de la Federación Rusa y de la República Popular de China constituye una nueva potencia antiimperialista euroasiática. Los lazos económicos de esos países, que proponen el fin del imperio universal, eran conocidos desde hace mucho, pero sus compromisos de asistencia y colaboración mutuas se reafirman prácticamente cada día en medio de las amenazas de Ucrania y Taiwán. El 28 de noviembre de 2022, por ejemplo, el sitio de noticias Infobae –que no puede ser acusado de publicar cosas prorrusas– comenzaba una nota así: “El canciller del gigante asiático”, China, “se reunió con el embajador ruso y dijo que la relación de ambos países será impulsada ‘sin importar cómo evolucione la situación internacional’” (infobae.com). En esas circunstancias, la única salida que ve Estados Unidos para reconquistar su hegemonía es la vía de reconquistar Eurasia por la fuerza. En la medida  en que su forma de imperio por subyugación inapelable ya no es opción atractiva para buena parte de los pueblos del continente –aquellos que prefieren una cooperación pacífica–, únicamente queda en sus manos el camino bélico. Es decir, promover la destrucción de aquel bloque de resistencia euroasiática desde los dos frentes guerreristas de Ucrania y Taiwán. La hora de la guerra ha llegado: se enfrentan el modelo de imperio por sometimiento de EE. UU. y el modelo de colaboración honesta y equitativa entre naciones de la alianza de China y Rusia. Los países del mundo deberíamos elegir el derrocamiento de la unipolaridad norteamericana.


Anaximandro Pérez es Maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Democracia bárbara o dictadura perfecta

Noviembre 2022

Los debates en torno a la democracia en México han sido recurrentes luego del fin de la Revolución mexicana, precisamente porque ésta surgió con la bandera de derrocar la dictadura porfirista e instaurar un gobierno democrático mediante el movimiento antirreeleccionista encabezado por Francisco I. Madero con la máxima de “Sufragio efectivo, no reelección”. Desde entonces y hasta ahora la disputa por la democracia está en el aire, tanto que, en estos días, debido a la reforma electoral que promueve el presidente Andrés Manuel López Obrador ésta ha vuelto a la arena pública.

La palabra democracia reviste un halo de respetabilidad casi incuestionable, hablándose casi siempre de democracia en términos generales. ¿Pero es realmente posible hablar de democracia en general? ¿Es posible hablar de democracia en abstracto? La palabra “democracia”, como la palabra “libertad” o la palabra “paz”, es un vocablo que encierra un enorme prestigio social, una carga positiva inconmensurable, así como la palabra “dictadura” lleva en cambio una carga peyorativa y negativa tal que basta con escucharla para que a todo mundo se le pongan los pelos de punta.

En ese contexto en el que se disputa una lucha en defensa de la autonomía del Instituto Nacional Electoral (INE) varios analistas, intelectuales y activistas políticos se trasladan hasta el movimiento de Madero para defender al INE como si éste fuera la reencarnación total de la democracia mexicana, aunque otros la periodizan en 1968 con el movimiento estudiantil y otros en 1977 con la reforma electoral, en 1990 con la creación del Instituto Federal Electoral; no pocos la sitúan en el año 2000 con la llamada Transición y otros tantos en 2018, con el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador.

Si bien es cierto que el principio maderista antirreeleccionista suprimió la reelección como medio para evitar otra dictadura e incluso post festum llegó a castigar a quienes pretendieron desconocerlo, como Carranza u Obregón, surgió un método cuasi perfecto para perpetuar el poder en una sola figura: el tapado. O como le ha denominado el actual presidente, la corcholota. Así pues, surgió en México una democracia bárbara, como atinó a calificarla José Revueltas o, bien, una dictadura perfecta.

En ese sentido la democracia mexicana es una ficción, un espectro que solo aparece en términos discursivos y cada cierto tiempo, sobre todo, cuando se trata de campañas electorales; no obstante, luchar por la autonomía del INE tiene un mérito y es el de evitar por la vía institucional que el presidente se erija en amo y dueño del país. La lucha por la autonomía del INE es solo un paso para conquistar esa ansiada democracia, que le hace falta a un país como el nuestro. Pero como advirtió Revueltas en 1958: “El problema de una renovación de los sistemas electorales y de una regeneración de la democracia en México no debe esperarse del poder público. Ésta es una tarea que está en manos de la oposición. Pero no de toda la oposición, sino de la única que puede ser eficaz y consecuente en un país como el nuestro, la oposición de izquierda.”


Victoria Herrera es historiadora por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

En torno a Dialéctica de la Ilustración

Noviembre 2022

Dialéctica de la Ilustración, los escritos filosóficos fragmentarios de Theodor Adorno y Max Horkheimer, tiene la extraña virtud de ser considerado un texto peligroso (curioso adjetivo para un documento de cultura). Incluso los autores reconocieron su potencial destructor: más que un libro, parecía que ambos habían diseñado un artefacto explosivo, una bomba reloj a punto de estallar. Más Horkheimer que Adorno, se mostró escéptico ante la idea de que el texto fuera publicado, entendiendo que podía prestarse, como en efecto sucedió, a las más ligeras o tendenciosas interpretaciones y negar procesos tan centrales para la cultura occidental como la Ilustración, entendida como el pensamiento en continuo progreso. ¿Acaso fueron demasiado lejos en su crítica a la Ilustración?

El impacto de su publicación fue fundamental, de tal manera que hoy en día, en el panorama de las discusiones filosóficas más significativas, el mismo concepto de razón, central en el programa de la Ilustración, así como sus conceptos adyacentes como igualdad o libertad, están en tela de juicio. Sobra decirlo, ni Adorno ni Horkheimer mataron la Ilustración; ni siquiera la negaron. La intención central de los autores era “salvar la Ilustración” mediante la elaboración de una crítica de las consecuencias de su programa filosófico para despojarlo de lo accesorio, de lo negativo y problemático para conducirnos a una Ilustración más plena, depurada de los vicios que acarreaba desde su concepción.

Para hablar de la crítica de la Ilustración que hicieron nuestros autores, es muy importante situarnos en su tiempo y leer desde sus ojos la marcha de los acontecimientos. Porque para 1944, durante la Primera Guerra Mundial, el andar de la humanidad hacia el reino de la libertad, hacia la emancipación individual y colectiva, que había prometido la Ilustración, no sólo parecía estancado, sino, por el contrario, parecía que la avenida que dicho movimiento filosófico había inaugurado conducía inexorablemente hacia un nuevo tipo de barbarie: “la tierra, enteramente ilustrada, aparece bajo el signo de una brutal calamidad.”

Como mencionamos anteriormente, los autores consideraban que la Ilustración había nacido bajo el signo de la contradicción, la mancha del desastre se hallaba adherida a su organismo. La enfermedad radicaba en los impulsos considerables para dominar la naturaleza. Siguiendo las enseñanzas de Kant que consideraba que ésta era la capacidad de los individuos de aceptar la mayoría de edad al servirse de su propia inteligencia sin la guía de otro, para nuestros autores, el objetivo de la ilustración constituía en “convertir a los hombres en señores” es decir, que los individuos aceptaran la libertad y la responsabilidad de actuar de forma autónoma, independiente.

Asimismo, el programa de la Ilustración consistía en lo que nuestros autores denominaron como el desencantamiento del mundo para someterlo a su dominio, o, en otras palabras, acabar con las explicaciones metafísicas, animistas, teológicas o mitológicas; disolver estos saberes para ceder lugar a la ciencia, pero que no aspiraba únicamente al conocimiento feliz e inocente del mundo, sino antes bien, al dominio total de la naturaleza desencantada. El proceso de la Ilustración, en su ánimo por desencantar el mundo comenzó, progresivamente a racionalizar, abstraer y reducir la realidad entera al dominio y control del sujeto, de tal suerte que en un primer momento quiso ser emancipador, terminó por desarrollarse como un proceso de reificación, de alienación. Según nuestros autores “la Ilustración se relaciona con las cosas como los dictadores se relacionan con los individuos.”

A lo largo del texto los autores son lo suficientemente enfáticos en torno a la recuperación de los ideales más elevados y las características más positivas de la Ilustración: “Nuestra petición de principio, es que la libertad es inseparable del pensamiento ilustrado”. Como no mantuvieron los ojos completamente cerrados ante los aspectos más positivos de la Ilustración, la crítica no se trataba, pues, de negar sus beneficios para la civilización occidental. En lugar de ello, nuestros autores emprendieron un viaje, hacia las raíces mismas de la Ilustración. A su retorno los autores, reconocieron haber visto las entrañas del monstruo. ¿De qué trató tan espantoso viaje y cuáles fueron las conclusiones que extrajeron y expusieron a su regreso?

El resultado de la búsqueda —decía Horkheimer— fue que el proceso grandioso de la Ilustración ha estado viciado desde sus orígenes por una tendencia al dominio, liquidando a su paso todo lo que no se dejaba reducir a material de dominio. En pocas palabras, la Ilustración era totalitaria. Pero no se había tornado totalitaria con el paso del tiempo, cuando fue corrompida por su compromiso con el liberalismo y la burguesía. No fue el orden burgués el que funcionarizó la razón y pervirtió la Ilustración Según nuestros autores, la Ilustración padecía de un vicio propio; la criatura vino al mundo bajo el signo del dominio.

El dominio, el absurdo deseo de dominar todo, era el gran impulso de la Ilustración. Todo cuanto fuera capaz de convertirse en material de dominio lo sería bajo el programa totalizante de la Ilustración: todo, incluso la subjetividad. En la demostración de esa tesis, nuestros autores recurrieron a una explicación de la cultura. Según ellos, uno de los elementos más elocuentes del triunfo del dominio de la razón era la cultura misma. A su juicio, la cultura hoy está marcada sobre los rasgos de la semejanza. Toda la cultura de masas, plastificada, decadente y estandarizada es igual. El cine, la radio, y las revistas se vuelven negocio, ideología. Todo lo domina el impulso de la razón, de la Ilustración.

Desde luego, para nuestros autores, el dominio de la Ilustración al instaurar su hegemonía como la única forma válida para interpretar el mundo, no era un dominio coercitivo. El totalitarismo de la razón, que había moldeado previamente las conciencias de los individuos, se instauraba con el consenso y la alienación de las víctimas de su impronta, pues toda hegemonía implica un progreso para los individuos, a pesar de hacerlos, al mismo tiempo, víctimas de dicho proceso.

Para Adorno y Horkheimer el burgués o la clase burguesa fue el sujeto lógico y el agente ideal transmisor de la Ilustración. Cuando Kant aconsejaba la liberación de la tutela de la razón, endulzaba el oído de una clase particular, susurraba al burgués el beneficio de liberarse de la tutela de otros agentes exteriores, y así, la Ilustración, tan pronto como nació, se comprometió con el liberalismo. Esta línea de tiempo inaugurada por la filosofía del progreso es al mismo tiempo la línea de la civilización y la de la barbarie. He ahí la terrible dialéctica de la Ilustración.

En este periplo en busca de la manzana prohibida, los tripulantes rechazaron como compañero de viaje al marxismo, firme representante de una tradición de pensamiento capaz de poner toda la imaginación radical al servicio de la crítica de la Ilustración. Ahí quizá nosotros podamos encontrar el origen de las deficiencias de la crítica de la razón que hacen Adorno y Horkheimer. A pesar de que ellos proclamaban una genuina continuidad con la intención emancipatoria del marxismo, se distanciaron tratándolo como un perro viejo que había perdido todo su potencial revolucionario. El pesimismo de ya dar todo por perdido también constituye un acercamiento reaccionario al conocimiento.


Aquiles Celis es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Trivialidades con apariencia de filosofemas

Octubre 2022

Nuestro modo de pensar y de obrar están constantemente influenciados por trivialidades con apariencia de filosofemas. Tenemos que vérnoslas, por ejemplo, con frases tan sonoras como estas: “el fuego no se puede apagar con el fuego” o “no se debe combatir el mal con el mal”.

En estos casos, somos generalmente víctimas inconscientes de la lógica del sentido común. Aceptamos pasivamente que “el fuego no se puede apagar con el fuego” o que “no se debe combatir el mal con el mal” porque confiamos ciegamente en la infalibilidad nuestro sentido común, cuyo capital fundamental bien es verdad que proviene de conclusiones extraídas de la experiencia humana o incluso de nuestra propia experiencia, pero tan elementales como “no meter el dedo en el fuego”, “seguir de preferencia la línea recta” o “no molestar a los perros bravos”. En circunstancias extremadamente simples como esas, el sentido común resulta necesario y hasta suficiente. Por eso, puede ser una guía de confianza, siempre y cuando no exceda los límites de su competencia. No bien excede sus límites naturales para intervenir en el terreno de generalizaciones más complejas, el sentido común es básicamente impotente.

Cuando, por poner un caso, el gobierno actual fundamenta su política pacificadora con trivialidades como aquella de que “el fuego no se puede apagar con el fuego”, vemos precisamente que el sentido común es impotente si se trata no ya de situaciones simples, sino de tomar decisiones de gran trascendencia social.

El sentido común fracasa cuando se aplica en cuestiones complejas porque se aferra a la abstracción “o una cosa u otra”, a la fórmula “sí es sí, y no es no”, de donde resulta que el fuego es el fuego y que el mal es el mal, y sanseacabó; pero cuando se juzgan los problemas sociales desde este punto de vista se obtienen dictámenes abstractos, generales e insatisfactorios.

Frasecitas como aquella de que “el mal no se debe combatir con el mal” parten justamente de la abstracción “o una cosa u otra”, en este caso, se contrapone el “mal” absoluto con el bien también “absoluto”. Desde hace mucho tiempo se sabe sin embargo que la contraposición entre el bien y el mal, como todas las contraposiciones polares, no tiene validez absoluta sino para un terreno extremadamente limitado, y que cuando la aplicamos fuera de ese estrecho ámbito, la contraposición de mal y bien se hace relativa, hasta el punto de que, si se intenta seguir aplicando como absolutamente válida fuera de aquel terreno, los dos polos de esa contraposición mutan en su contrario, el mal se hace bien y el bien se hace mal.

Se ha replicado aun así que el bien no es el mal ni el mal el bien, y que si aplicamos aquí la “lógica de la contradicción”, terminaremos por confundir el bien y el mal suprimiendo toda moralidad y abriendo con ello la puerta a que cada cual pueda hacer lo le venga en gana. Pero la cuestión no es, desde luego, tan sencilla ni mucho menos. Si tan fácil fuera, si todos supiéramos realmente lo que son el bien y el mal no habría en primer lugar espacio ninguno para la discusión sobre el bien y el mal, y en segundo, ¿cómo es posible entonces que se quiera el mal y que todos, en toda circunstancia, no queramos solamente el bien? Vemos pues que aquello de que “el mal no se debe combatir con el mal” denota una vulgaridad supina en el modo como trata la contradicción entre el bien y el mal. Esta antítesis, como aquellas otras de lo verdadero y lo falso, lo idéntico y lo distinto, lo necesario y lo fortuito, sólo tiene un valor relativo. Las nociones de bien y mal han cambiado tanto de un pueblo a otro y de una época a otra que frecuentemente han llegado incluso a contradecirse.


Miguel Alejandro Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Futuro

Octubre 2022

¿Puede preverse el futuro? La reflexión precisa sobre este problema, es decir, la discusión en torno a la posibilidad de conocer el futuro, inició poco después de la muerte de Hegel, cosa que ocurrió en 1831. Por entonces, su filosofía constituía la filosofía definitiva o esa era, cuando menos, la opinión más general. Alguien comparó incluso la situación filosófica de aquellos momentos con la suerte postrera del Imperio de Alejandro Magno: “ningún sucesor podría subir al trono, sino que diversos sátrapas repartirían entre sí las provincias”. El desarrollo inmediato de la filosofía neohegeliana no hizo más que confirmar la exactitud de esa analogía. En efecto, como Carlos Marx y Federico Engels habrían de escribir casi quince años más tarde en la Ideología alemana, tras la muerte de Hegel sobrevino el proceso de putrefacción del Espíritu Absoluto, es decir, las diversas partes integrantes de ese caput mortuum entraron en descomposición. En estas circunstancias, los principales representantes de la crítica filosófica poshegeliana, a quienes Marx y Engels llamaron “industriales de la filosofía”, siguieron el lamentable ejemplo de los diádocos: desmembraron primero el sistema hegeliano; luego, cada uno escogió este o aquel aspecto del mismo; por último, cada cual se dedicó “afanosamente a explotar el negocio de la parcela que le había tocado en suerte”.

Esto supuso el principio de la disolución del sistema hegeliano. A este respecto, la tentativa quizá más promisoria, la que prometía los resultados más incisivos, fue la que se propuso la tarea de superar el carácter contemplativo de la filosofía hegeliana, en otras palabras, volver práctica a la dialéctica, tendencia a lo práctico que se hizo patente sobre todo en los jóvenes hegelianos de corte radical. Esa tendencia a lo práctico no estaba desligada, por lo demás, de los procesos político-sociales de esos años, en particular, de la influencia que los principios de la Revolución Francesa ejercían aun sobre los hombres de ese tiempo. Respondía en especial a la sensación general de que se estaba viviendo una época de transición que, por otra parte, representaba los pródromos de una era completamente nueva. “La vieja Europa está en el comienzo de su fin” —escribió Metternich en su Diario, “por otra parte, la nueva Europa está todavía en gestación; entre el comienzo y el fin sobrevendrá el caos”.

En este contexto se hizo mucho hincapié en el papel transformador de las ideas, depositándose una gran fe en el poder práctico de la teoría. Los hegelianos de izquierda decían que el pensamiento precedía a la acción como el relámpago al trueno. Para ellos, la teoría precedía siempre a la acción tal como Juan Bautista había precedido a Cristo. Argüían asimismo que el cristianismo, la Reforma y la Revolución habían sido teorías antes de convertirse en acciones. Todo esto representaba una transición del pensamiento a la acción, pero esa transición a la acción era siempre intelectual, puramente teórica. Por eso se comenzó a hablar de la necesidad de sustituir la filosofía especulativa con una filosofía que ofreciese la posibilidad de una acción práctica, argumentándose que no bastaba con descubrir las leyes de la historia pasada, sino que ese conocimiento debía ser usado para cambiar el mundo del futuro. Los hegelianos de izquierda reconocían en este sentido la importancia de la filosofía hegeliana, pero decían que la filosofía de Hegel sólo podía explicar la historia post factum: sólo podía estudiar lo que había ocurrido o lo que estaba ocurriendo, pero no podía proyectarse hasta una ordenación consciente del futuro. Hegel, en su filosofía de la historia, no había planteado la cuestión del conocimiento en relación con el futuro, y la mejor manera de conocer y determinar el futuro no podía ser otra que la acción práctica, la acción para deducir la esencia del futuro. La función de la filosofía era entonces la de convertirse en una filosofía práctica que desarrollara el futuro para que la historia fuera, de ahí en adelante, una historia de actos y no de hechos.


Miguel Alejandro Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Historia de los movimientos socialistas en EE.UU. (II/III)

Octubre 2022

La Gran Depresión

A finales de octubre de 1929, los llamados “Felices años veinte”, que fueron un periodo de aparente aceleración económica y relajación de las tensiones sociales, terminaron abrupta y devastadoramente cuando la Bolsa de Nueva York experimentó el colapso más grande de su historia, desvaneciendo millones de dólares en cuestión de días y desencadenando la recesión más grande en la historia de los Estados Unidos, hoy conocida como la Gran Depresión. En los años siguientes, miles de bancos cerraron, negocios quebraron en todo el país, y millones de trabajadores perdieron su empleo. El desempleo llegó a un dramático 20 por ciento. Grandes sectores de la población estadounidense, que aún no estaban en situación de pobreza, vieron desaparecer los ahorros de toda su vida y cualquier perspectiva laboral. A millones los desalojaron de sus casas, entre ellos a agricultores empobrecidos, dificultando aún más el acceso a la alimentación. La especulación financiera desenfrenada a cargo de las élites empresariales había impulsado el auge de la economía en la década de los veinte, y construido las fortunas masivas de los nuevos ultrarricos. Ésta era considerada por muchos la culpable de la desgracia global que ahora vivían. Así, la inestabilidad inherente al sistema capitalista creó, una vez más, condiciones maduras para la organización anticapitalista.

Las predicciones optimistas de una recuperación rápida al inicio de la recesión se mostraron falsas cuando la devastación económica se extendió por todo el país a principios de los años treinta. Entonces, la tensión y el malestar comenzar a aumentar rápidamente. La masa de pobres y hambrientos veía campos cultivables ociosos por falta de rentabilidad y fondos para los agricultores.  Cuando la crisis se agudizó, estallaron disturbios por alimentos y la población recurrió a la fuerza para resistir a los intentos de desalojo de la policía. Durante los años 1931-1933 la policía tuvo que sofocar a multitudes de cientos y, a veces, miles de personas, muchas de ellas armadas, que exigían comida y trabajo en ciudades como Arkansas, Detroit, Indiana Harbor, Boston, Nueva York, Seattle y más. En el verano de 1932, se necesitaron “cuatro tropas de caballería, cuatro compañías de infantería, un escuadrón de ametralladoras y seis tanques” para reprimir una marcha en Washington D.C. de 20.000 veteranos de la Primera Guerra Mundial que exigían el pago de bonos de guerra.[1]

El Partido Comunista de los Estados Unidos (CPUSA) rápidamente asumió un papel activo en la organización. En marzo de 1930, el CPUSA organizó un “Día Internacional del desempleo”, en el que más de un millón de trabajadores se manifestaron en EE. UU. bajo el lema “¡No mueras de hambre! ¡Lucha!”. Se crearon Concejos de Desempleados, que reclutaron a decenas de miles, organizaron protestas, y lucharon fervientemente contra los desalojos. Los comunistas fueron capaces de organizar a través de líneas raciales, a pesar de la persistencia de los antagonismos en este ámbito, y se convirtieron en líderes en la organización de huelgas de alquiler y en la resistencia local contra desalojos. Rápidamente se popularizó el eslogan: “¡Corre rápido y encuentra a los Rojos!”, que se utilizaba cuando la policía aparecía para desalojar a alguna familia de su vivienda. Cuando la policía arrojaba a la calle los muebles de los desalojados, multitudes de personas ayudaban a devolverlos a las casas y levantaban barricadas físicas hasta que la policía se veía obligada a irse. En un caso famoso en la ciudad de Nueva York en enero de 1932, conocido como la “Batalla del Bronx”, un consejo de desempleados votó a favor de apoyar una huelga de alquiler a gran escala y dispuso que miles de residentes resistieran físicamente los intentos de la policía por romper el Huelga. Cuando los propietarios de dieron por venidos y anunciaron el fin de los desalojos y una reducción del alquiler, la multitud estalló en cánticos de La Internacional mientras agitaban sus ejemplares del periódico del CPUSA.[2]

La insatisfacción con el estatus quo condujo a la elección del candidato populista del Partido Demócrata Franklin Roosevelt a la presidencia en noviembre de 1932. Roosevelt era una figura carismática, que prometía promulgar un conjunto de reformas para aliviar la situación de la clase trabajadora y lograr estabilidad económica, con la esperanza de un acuerdo múltiple entre las grandes empresas, los trabajadores y el estado. La Ley de Recuperación de la Industria Nacional, aprobada en 1993, autorizaba al estado regular salarios y precios, estableció un programa de obras públicas nacionales sin precedentes —movilizando directamente a millones de desempleados para trabajar— y proveía derechos de negociación colectiva a los sindicatos.  Un programa más radical de planificación y producción estatales llamado Tennessee Valley Authority, implementado en 1933, ganó popularidad inmediatamente al llevar desarrollo económico y modernizar la infraestructura en áreas rurales del sur, pero fue despreciado como un programa “socialista” por las élites gobernantes.

Al principio, las élites empresariales presionaron para aplastar las reformas de Roosevelt y, de hecho, obtuvieron un control significativo sobre la economía a través de sus posiciones en las asociaciones empresariales recién creadas, así como en la Cámara de Comercio. Sin embargo, conforme avanzaba su mandato, la creciente amenaza de disturbios y rebeliones empujó a Roosevelt mucho más allá de lo que esperaba o incluso de lo que quería lograr. Un ejemplo de esta amenaza es la “huelga de la costa oeste” de 1934, en la que decenas de miles de estibadores en todos los puertos de la costa oeste declararon una wildcat strike[3] a pesar de la reticencia y protesta de la dirigencia conservadora del sindicato; la huelga paró en seco la actividad económica. El paro culminó con una huelga general en San Francisco, después de que dos trabajadores murieran en enfrentamientos con la policía. El estado llamó a nuevas fuerzas policiales especiales y la guardia nacional, que llegaron con tanques, ametralladoras y artillería, amenazando con un gran enfrentamiento con los trabajadores de la ciudad. El periódico Los Angeles Times escribió: “La situación en San Francisco no se puede describir correctamente como una ‘huelga general’. Lo que realmente se está desenvolviendo allí es una insurrección, una revuelta de inspiración y dirección comunistas contra el gobierno. Solo hay una cosa por hacer: sofocar la revuelta con la fuerza que sea necesaria.”[4] Al mismo tiempo, una huelga de camioneros en Minneapolis, fuertemente influenciada por la Liga Comunista de Estados Unidos, declaró una huelga que inmovilizó la ciudad. Más tarde ese año, más de 300.000 trabajadores textiles en todo el sur se declararon en huelga, dirigida por las mismas bases obreras, lo que provocó más batallas mortales con las fuerzas policiales e incluso la extensión de la huelga al noreste. En última instancia, cada una de estas luchas terminó en acuerdos, pero el creciente temor a una revuelta de clase se incrustó en la conciencia nacional.

Para mitigar estas amenazas de rebelión y estabilizar las relaciones de clase, Roosevelt amplió su lista de reformas. Conocido popularmente como el “New Deal” (Nuevo Trato o Nuevo Acuerdo), la amplia gama de reformas aprobadas bajo el mandato de Roosevelt incluyó el establecimiento de seguridad social, seguro de desempleo, salario mínimo, regulaciones a la banca y actividad financiera, reforma fiscal progresiva, programas de obras públicas, reformas agrícolas para estabilizar los ingresos de los agricultores y la expansión de los derechos laborales y sindicales. A pesar de la persistencia de la depresión, Roosevelt se hizo muy popular entre la clase trabajadora, realineando dramáticamente el panorama político de los EE. UU. en las próximas décadas. El Partido Demócrata se convirtió en el partido de los obreros organizados y de los trabajadores pobres, y Roosevelt fue reelegido para cuatro mandatos presidenciales, algo sin precedentes en la historia de EE.UU. En total, ocupó este cargo desde 1933 hasta su muerte en 1945.

Al mismo tiempo, las políticas protectivas hacia los pobres y el aparente favoritismo de Roosevelt por la clase obrera le ganaron el resentimiento de las élites empresariales, quienes lo desdeñaban como un “traidor a su clase”. Durante el primer año de su presidencia, se reveló en el Congreso un supuesto complot para derrocar a Roosevelt e instalar una dictadura fascista dirigida por el general mayor Smedley Butler; un complot que hacía eco del ascenso del fascismo en Europa. Desafortunadamente para los golpistas, Smedley Butler, quien era en ese momento, el infante de marina más condecorado en la historia de los EE. UU., había evolucionado en su postura hasta convertirse en un crítico del capitalismo y un partidario del presidente Roosevelt. Tras décadas de servicio militar, Butler se dio cuenta de que sus acciones no servían a los intereses del estadounidense promedio, ni a los ciudadanos de los países que ayudó a invadir, sino a los de la clase capitalista. Declarando que durante décadas había servido sin saberlo como un “hombre musculoso de clase alta” para Wall Street y etiquetándose a sí mismo como un “mafioso del capitalismo” en un libro que escribió titulado War is a Racket, Butler testificó ante el Congreso contra los golpistas, y el golpe nunca se concretó. La seguridad de la que gozó Butler tras dar a conocer su testimonio, sin embargo, nunca llegó al cada vez más popular senador de Luisiana Huey Long, quien criticó a Roosevelt por no ir lo suficientemente lejos con sus reformas. Long amenazó a Roosevelt con competir contra él en las elecciones presidenciales, pero fue asesinado en 1935, en lo que muchos consideraron una conspiración.

Eventualmente, la clase dominante tuvo que aceptar a regañadientes la necesidad de las reformas de Roosevelt para salvarse de la amenaza de una revolución. El New Deal coincidió con la publicación de La Teoría General, del economista John Maynard Keynes, un texto innovador que desafió las ortodoxias económicas del capitalismo laissez faire (de libre mercado) y mostraba la necesidad de un papel muchísimo más activo del estado en la regulación de la economía. Las políticas de Roosevelt y el giro general en los estados de todo el mundo hacia una nueva era de participación estatal en asuntos económicos se asociaron con el “keynesianismo”, un término para este nuevo marco ideológico que se apoderó del mundo capitalista, reconociendo la necesidad de estabilización y coordinación económicas, que se consideraban indispensables para evitar que el conflicto de clases derrocase el orden existente.

La Segunda Guerra Mundial (WWII) y el Segundo Temor Rojo

A fines de la década de 1930, el futuro de los EE. UU. era incierto. La inestabilidad del sistema capitalista dio paso a la mayor crisis que jamás haya enfrentado el capitalismo estadounidense: la recesión económica más larga y profunda de su historia. La ira y el resentimiento aumentaron, mientras crecía la influencia del marxismo y el Partido Comunista. Huelgas masivas y enfrentamientos a gran escala con la policía e incluso con el ejército estallaban en ciudad tras ciudad. Un populista de izquierda fue elegido a la presidencia e inmediatamente casi fue derrocado y reemplazado por una dictadura fascista. Y mientras la amenaza de la revolución empujaba a Roosevelt a ampliar sus reformas, la depresión económica persistía y el temor a un levantamiento comunista masivo crecía. Si alguna vez hubo un momento en la historia de Estados Unidos en el que existió la posibilidad real de una revolución socialista, fue durante estos años. No es difícil imaginar un evento como la huelga general de San Francisco convirtiéndose en una revuelta obrera armada generalizada. Si el complot golpista contra Roosevelt hubiera tenido éxito, quizás EE. UU. se hubiese unido a las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial en lugar de a los Aliados, o quizás podría haber estallado a una guerra civil, como había ocurrido en España. En un mundo distinto, todos estos eventos pudieron haber llevado a un punto de inflexión y una historia completamente diferente para el siglo XX. Sin embargo, ese punto de inflexión para la revolución nunca llegó. El CPUSA, enfrentando represión permanente y una atmósfera anticomunista en el país promovida por las élites dirigentes, nunca logró tracción suficiente como para amenazar con una victoria electoral presidencial ni con una insurrección al estilo bolchevique.

Por el contrario, el inicio de la Segunda Guerra Mundial (WWII) alteró profundamente el panorama geopolítico y económico global. Al interior, la entrada de EE. UU. en la guerra después del ataque japonés a la base militar de Pearl Harbor en Hawái en 1942 condujo a una movilización masiva durante la guerra, lo que acabó rápidamente con el desempleo y provocó un aumento de los sentimientos patrióticos entre la población. Los sindicatos aceptaron restringir las huelgas durante la guerra, y el CPUSA incluso cambió su caracterización de ésta después de que la Alemania nazi invadiera la Unión Soviética, de una guerra imperialista a una lucha necesaria contra el fascismo. El hecho de que la guerra nunca tocara suelo estadounidense, con la única excepción del ataque a Pearl Harbor, significó que Estados Unidos se convirtió en la principal potencia hegemónica, reemplazando por fin al Imperio Británico, y colocándose a la cabeza para la reconstrucción de Europa.  La demanda agregada generada por esta reconstrucción, el poder sin paralelos y el acceso a los mercados alrededor del globo, y la poderosa lista de reformas de Roosevelt que proporcionó seguridad económica y estabilidad sin precedentes, todo se combinó para producir un auge económico de posguerra, en un periodo que hasta la fecha se le describe como la edad de oro del capitalismo estadounidense.

No obstante, el poder de negociación de los trabajadores organizados emergió de la guerra más grande que nunca, obteniendo un asiento no oficial en la mesa de gobierno. La clase obrera había ganado un enorme poder y protecciones a través de las reformas de Roosevelt, y el CPUSA, con su base de más de 75,000 miembros en 1947, amenazó con impulsar estas victorias más allá a medida que avanzaba la transición de una economía de tiempos de guerra a una de tiempos de paz. El temor de que la recesión pudiera volver a asomar la cabeza en cualquier momento y revitalizar el conflicto de clases de la década de 1930 perseguía a la clase dominante. Además, las victorias del socialismo en todo el mundo encendieron las alarmas en el núcleo capitalista. En 1949, la Unión Soviética probó con éxito su primera bomba nuclear, poniendo fin al breve reinado de supremacía nuclear unilateral estadounidense, y ese mismo año el Partido Comunista Chino salió victorioso de la Guerra Civil China, con el Kuomintang respaldado por Estados Unidos huyendo a Taiwán (anteriormente conocido como como Formosa). Los Partidos Comunistas llegaron al poder por toda Europa del Este, las ideas marxistas se extendieron por América Latina, el Medio Oriente, África y Asia, y los Partidos Comunistas se posicionaban para lograr victorias electorales en Europa Occidental. El presidente de EE. UU., Harry Truman, el vicepresidente más conservador de Roosevelt, que asumió el poder después de la repentina muerte de Roosevelt en 1945, respondió declarando una política de “contención” de la expansión del comunismo por cualquier medio necesario, sentando las bases para la Guerra Fría. Así, el orden de la posguerra creó las condiciones para una ola de represión anticomunista tanto en el país como en el extranjero.

La ola de represión interna comenzó con lo que ahora se conoce como el “Segundo Temor Rojo” a fines de la década de 1940. Al igual que el Primer Temor Rojo, el segundo también fue anticomunista, pero el foco estaba puesto en los riesgos de espionaje y subversión dentro del gobierno, la educación, el entretenimiento y los sindicatos. Este movimiento, cuyo objetivo declarado era erradicar públicamente a los estadounidenses potencialmente subversivos o desleales, la mayoría de las veces con poca o nula evidencia, fue encabezado por el senador Joseph McCarthy y se conoce comúnmente como macartismo. En 1947, el presidente Harry Truman emitió una orden de lealtad exigiendo que todos los empleados federales fueran investigados para determinar si eran leales al gobierno de los Estados Unidos. En 1950, el Congreso aprobó la Ley de Seguridad Interna McCarran que, entre otras cosas, convirtió en delito grave las acciones que pudieran contribuir al “establecimiento de una dictadura totalitaria” en los EE. UU. y autorizó al presidente a arrestar y detener a cualquier persona sospechosa de participar en espionaje o sabotaje en caso de emergencia. También creó la Junta de Control de Actividades Subversivas (SACB), que podría obligar a cualquier organización sospechosa de comunista a registrarse en el Departamento de Justicia y entregar información sobre membresía, finanzas y actividades del grupo. La ley fue enmendada en 1954 con la Ley de Control Comunista, que proscribió al CPUSA y prohibió a los miembros de organizaciones comunistas desempeñar funciones representativas; esta medida iba dirigida principalmente a los sindicatos, a quienes el gobierno ansiaba separar definitivamente de la influencia comunista. Al mismo tiempo, el Comité de Actividades Antiestadounidenses (HUAC), que fue fundado en 1938, cumplía su objetivo principal de exponer a los comunistas en el gobierno y Hollywood. En 1947, el HUAC interrogó a 29 personas acusadas de “inyectar” propaganda comunista en los filmes de Hollywood. De los 29, diez fueron acusados ​​de desacato al tribunal cuando se negaron a admitir sus creencias políticas o nombrar a otros comunistas. Estas diez personas, conocidas como los Diez de Hollywood, fueron multadas y sentenciadas a prisión. Después del juicio, los ejecutivos de películas en Hollywood crearon listas negras de presuntos radicales y prohibieron el empleo a más de 300 personas. Estas listas negras rápidamente se expandieron a otras industriales. Mientras tanto, el FBI, bajo la dirección de J Edgar Hoover, investigaba presuntos comportamientos subversivo con el uso de acciones que claramente violaban la libertad de expresión y organización, como escuchas telefónicas, vigilancia e infiltración en grupos de izquierda. Las personas homosexuales se vieron particularmente afectadas durante este periodo: se les concebía como un riesgo específico para la seguridad nacional en tanto, supuestamente, eran un grupo particularmente susceptible a la “manipulación” y propaganda comunista.

La membresía de los grupos de izquierda se redujo significativamente, ya que la participación en ellos podría tener graves consecuencias: cientos de personas fueron encarceladas y más de 10,000 perdieron sus trabajos, la mayoría de los cuales tenían conexión con el CPUSA. En 1949, el gobierno federal llevó a juicio a 12 líderes del CPUSA bajo el cargo de abogar por el derrocamiento violento del gobierno, lo que constituía una violación de la Ley Smith de 1940. A pesar de no presentar evidencia de que los líderes llamaron abiertamente a la violencia, o de que tomaron alguna medida hacia una revolución, más allá de la lectura de teoría revolucionaria, los 12 fueron declarados culpables o en desacato al tribunal. Más de 140 miembros del partido fueron procesados ​​y el funcionamiento del partido se tornó cada vez más difícil.

McCarthy era una figura polarizadora, y comenzó a perder credibilidad a mediados de la década de 1950 cuando acusó de subversión a héroes de guerra y miembros del ejército estadounidense. En 1957, la Corte Suprema exigió que, para ser declarado culpable de violar la Ley Smith, el gobierno debía demostrar que la persona acusada había tomado medidas concretas para derrocar al gobierno, más allá de defender esta postura en teoría. La Ley de Seguridad Interna y la Ley de Control Comunista fueron finalmente derogadas en la década de 1990.

A pesar de la ola de macartismo y el duro golpe que esto representa para las organizaciones de izquierda, en 1949 se fundó Monthly Review, que es la revista socialista que ha sido publicada durante más tiempo de forma continua en la historia de EE. UU. La revista fue editada inicialmente por el economista marxista Paul Sweezy y el historiador Leo Huberman, y contado con colaboradores de la talla de Albert Einstein, Samir Amin, W.E.B. Du Bois, Che Guevara y C. Wright Mills. El primer número, que incluía el famoso ensayo de Einstein “¿Por qué el socialismo?” solo tenía 450 suscriptores. Para 1950 ya eran 2,500 y para 1954, 6,000. Todo esto en el punto más álgido del macartismo. Tanto Sweezy como Huberman fueron atacados duramente en estos años, y el caso de Sweezy llegó a la Corte Suprema, donde ganó probando que sus acciones estaban en el marco de la libertad de expresión. Con el surgimiento de la Nueva Izquierda a mediados de la década de 1960, la membresía aumentó considerablemente. Para 1977, Monthly Review contaba ya con 11,500 suscriptores.

El movimiento por los derechos civiles y la nueva izquierda

Apenas extinto el Segundo Temor Rojo en las décadas de 1960 y 1970, EE. UU. vivió un periodo de numerosas protestas a gran escala por amplios movimientos sociales y políticos. Muchos de los involucrados eran parte de un movimiento todavía más abarcador llamado la Nueva Izquierda. La Nueva Izquierda fue un movimiento político de activistas jóvenes en su mayoría organizados en torno a gran diversidad de temas sociales, incluidos los derechos civiles, la política de drogas, la libertad de expresión, entre otras, todo esto enmarcado en el gran catalizador que fue la oposición a la guerra de Vietnam.

El sociólogo Charles Wright Mills popularizó el término en la ya famosa “Carta a la Nueva Izquierda”, que redactó en 1960 después de viajar al extranjero y conocer a los intelectuales de la Nueva Izquierda en Gran Bretaña. Mills, cuya atención principal estaba en la desigualdad de poder y no tanto en la económica, no veía en el proletariado el agente de transformación social. Para él, eran los intelectuales, y los intelectuales jóvenes en particular. En su carta, Mills se decanta abiertamente por la Nueva Izquierda, y llama a los jóvenes intelectuales a alejarse del enfoque tradicional de la “Vieja Izquierda” y su atención exclusiva a problemas laborales y de lucha de clases, y propone avanzar hacia ámbitos de oposición a las estructuras de autoridad prevalecientes en la sociedad. La Nueva Izquierda, de acuerdo con la carta de Mills, era fuertemente antisistema y se oponía al liberalismo. Su ideología también estuvo influenciada por varios avances intelectuales y eventos mundiales del momento, como lo fueron la publicación de “El Capital Monopolista” de Paul Sweezy y Paul Baran en 1966, el movimiento de derechos civiles, la Guerra de Vietnam y la Revolución Cultural China.

Antes de estudiar a los grupos de la Nueva Izquierda, primero es necesario discutir el movimiento por los derechos civiles, que precedió, influyó fuertemente y luego se fusionó parcialmente con la Nueva Izquierda. Si bien los afroamericanos tenían técnicamente los mismos derechos constitucionales que el resto de la ciudadanía estadounidense tras consumarse la Guerra Civil y la subsiguiente abolición de la esclavitud en 1865, en la práctica enfrentaron una discriminación extrema, que incluía la retención de sus derechos civiles y, por lo general, tuvieron que soportar la violencia permanente de los supremacistas blancos, especialmente en los estados del sur. Durante casi 100 años, las leyes estatales y locales impusieron la segregación racial en el Sur, conocidas como leyes Jim Crow. En 1954, la Corte Suprema declaró inconstitucional la segregación en las escuelas públicas con el histórico caso Brown vs Board of Education. Ese mismo año, la Corte Suprema declaró inconstitucionales otro conjunto de las leyes Jim Crow, incluida la segregación en los lugares públicos y la prohibición del matrimonio interracial.

Con estos antecedentes, el movimiento por los derechos civiles se consolidó como movimiento político en 1954. Duró hasta 1968, aunque la lucha contra el racismo aún continúa hoy. En ese momento, la atención se centró en otorgar a los afroamericanos los mismos derechos protegidos por la ley, incluida la abolición de la segregación racial institucional, la discriminación, la privación de derechos y la violencia. El movimiento enfatizó el uso exclusivo de métodos pacíficos en su lucha por justicia social, a pesar de que a menudo se enfrentó con la violencia de los sureños blancos, como el Ku Klux Klan, un grupo terrorista supremacista blanco, pero también de funcionarios estatales y locales.

Muchos eventos inspiraron indignación y manifestaciones durante este período. En 1955, Emmett Till, un afroamericano de catorce años, fue secuestrado, torturado y finalmente linchado en Mississippi después de ser acusado de violar a una mujer blanca, lo que provocó indignación nacional. De 1955 a 1956 Montgomery, Alabama, experimentó un boicot generalizado al sistema de autobuses, después de que dos mujeres negras fueran arrestadas por no ceder sus asientos a los pasajeros blancos en los autobuses públicos. El boicot no terminó sino hasta cuando la Corte Suprema declaró inconstitucional la segregación en los autobuses públicos. Como otra forma de protesta, esta vez contra la segregación en restaurantes, los estudiantes afroamericanos ocupaban todos los asientos disponibles en establecimientos que practicaban la segregación, y se negaban a irse cuando se les negaba el servicio. Esto comenzó en Greensboro, Carolina del Norte, en 1960, pero rápidamente se generalizó en todo el sur y tuvo una duración de dos años, incluyendo a más de 70,000 participantes, en lo que se conoció como el movimiento sit-in. Estos eventos trajeron tanto publicidad negativa como dificultades económicas para las empresas, ya que los participantes ocupaban espacios de los clientes regulares, y finalmente dieron como resultado la eliminación de la segregación en muchas empresas locales. En 1963, más de 5,000 estudiantes marcharon en Birmingham, Alabama, para unirse a las manifestaciones contra la segregación, en lo que se llamó la Cruzada de los Niños. Durante la manifestación, muchos estudiantes fueron arrestados y atacados violentamente por policías y perros policía. Además, se hizo un gran esfuerzo para organizar el registro de votantes, tras innumerables abusos sobre el derecho al voto de los afroamericanos. Muchos de estos esfuerzos culminaron en marzo de 1965, cuando, después de una serie de arrestos y asesinatos policiales de manifestantes en Selma, Alabama, más de 600 personas marcharon de Selma a Montgomery, la capital del estado. Los manifestantes fueron recibidos por agentes del orden, algunos a caballo, que atacaron a los manifestantes pacíficos con gases lacrimógenos, garrotes y otras armas. Esto provocó indignación en todo el país y llevó a que poco después se aprobara la legislación sobre el derecho al voto.

Algunos grupos del movimiento por los derechos civiles estuvieron, tanto individual como colectivamente, detrás de muchas de estas acciones. El Congreso por la Igualdad Racial, o CORE, fue una organización afroamericana fundada en Chicago en 1942, antes de que despegara el movimiento por los derechos civiles. CORE creía en la no-violencia como táctica contra la segregación. Los miembros participaron en Freedom Rides, donde los activistas viajaban en autobuses interestatales hacia los lugares del sur donde no se estaba cumpliendo el fallo de la Corte Suprema sobre la eliminación de la segregación en los autobuses públicos, a menudo siendo atacados brutalmente en el proceso. Su sección de Chicago desafió la segregación en las Escuelas Públicas de esa ciudad. Las secciones se organizaron de manera similar a un sindicato democrático. Llevaban a cabo reuniones mensuales de miembros, funcionarios elegidos y muchos comités de voluntarios.

La Conferencia Sur de Liderazgo Cristiano (SCLC) fue otra relevante organización afroamericana de la lucha por los derechos civiles, formada en Atlanta, Georgia, a raíz del boicot a los autobuses de Montgomery en 1957. Tenían el objetivo original de participar en acciones directas no violentas para acabar con la segregación en los sistemas de autobuses del Sur. Poco después, ampliaron este objetivo para centrarse en acabar con todas las formas de segregación. Entre sus muy diversas actividades, crearon “escuelas de ciudadanía” en donde enseñaban a los adultos negros a leer, con miras, entre otras cosas, a aprobar las pruebas de alfabetización para poder registrarse para votar, completar los exámenes de manejo y otras tareas esenciales. Gracias a este programa, más de 700.000 afroamericanos se registraron para votar. También jugaron un papel clave en eventos fundamentales como la campaña en Birmington, Alabama, la Marcha de 1963 en Washington y la marcha de Selma a Montgomery. El SCLC fue criticado por algunos miembros más jóvenes por su falta de militancia y se la considera menos radical que otros grupos del movimiento activos en ese momento.

El Comité Coordinador Estudiantil No Violento (SNCC) fue otro grupo con sede en Atlanta que surgió en 1960 a partir del movimiento de las sit-in estudiantiles. El SNCC se convirtió en el movimiento que aglutinó a la mayor cantidad de estudiantes involucrados en el movimiento por los derechos civiles. Practicaron la democracia participativa y evitaron la jerarquización de la organización, mientras que en la práctica se involucraban en tácticas no-violentas, ganando liderazgo y dirección participando y dando seguimiento a los acontecimientos más importantes del momento.

Con toda la importancia de estos movimientos y organizaciones, el movimiento por los derechos civiles en EE. UU. está indisolublemente asociado a los nombres de dos de sus líderes más importantes: Martin Luther King Jr. y Malcom X. Martin Luther King Jr. fue un líder eclesiástico afroamericano y presidente de la SCLC. Predicó la resistencia no-violenta, a menudo encabezando marchas por causas como el derecho al voto, la desegregación y los derechos laborales, siendo muchas veces encarcelado por hacerlo. Pronunció su histórico discurso “Tengo un sueño” (I have a dream), en donde exigía el fin del racismo frente a un público de entre 200 y 300 mil personas en la Marcha por el Trabajo y la Libertad en Washington en el año de 1963. En 1968, Martin Luther King, Jr. y la SCLC iniciaron la formación de la Campaña de los Pobres, con el objetivo de obtener justicia económica para los marginados de EE. UU. Esta campaña, que fue controvertida incluso dentro del movimiento de derechos civiles, tenía como objetivo viajar por el país para formar un “ejército multirracial de los pobres”. Esto incluía demandas concretas al gobierno federal tales como la creación un programa antipobreza de 30 mil millones de dólares, con medidas para crear pleno empleo (específicamente, “trabajo significativo con salario digno”), una forma de ingreso básico universal, vivienda asequible, acceso a la tierra y al capital para los pobres y las minorías, y oportunidades políticas para las masas. Sin embargo, Martin Luther King fue asesinado antes de que se llevara a cabo la campaña, que continuó bajo el liderazgo de Ralph Abernathy. Políticamente, Martin Luther King cuidó su lenguaje en público para evitar ser vinculado públicamente con el comunismo. De hecho, ésta era una tendencia general entre los activistas y grupos de derechos civiles, en un intento por obtener la base de apoyo más amplia posible. Se sugiere que esta es la razón por la cual la SCLC agregó “cristiano” a su nombre. Sin embargo, en privado, Martin Luther King Jr. leía y admiraba a Marx y apoyaba una forma de socialismo democrático. Más adelante en su vida, pasó de centrarse exclusivamente en los derechos civiles a incluir posturas anticapitalistas y contra la guerra. Luchó por un ingreso básico universal, la redistribución de la riqueza para promover la justicia racial y económica, la vivienda pública y la atención médica universal, entre otras cosas. A menudo fue examinado por el FBI bajo su programa para desbaratar las organizaciones políticas nacionales en ese momento, COINTELPRO (Programa de Contra-Inteligencia). El COINTELPRO se involucró en tácticas de espionaje contra MLK que incluían grabarlo en secreto, chantajearlo anónimamente, y difundir campañas de difamación en su contra. En 1968, Martin Luther King Jr. fue asesinado en Memphis, Tennessee. James Earl Ray, partidario del político supremacista blanco George Wallace, fue arrestado por el acto y se declaró culpable unas semanas después. Hasta el día de hoy, algunas personas, incluida la familia de King, creen que Ray es inocente y fue engañado para encubrir lo que fue un trabajo interno del gobierno.

La brecha entre la supuesta democracia estadounidense y la realidad de segregación y discriminación propició en este periodo el auge de las ideas del Nacionalismo Negro y el Separatismo Negro. El nacionalismo negro luchaba por la justicia política, social y económica para las comunidades y personas negras, manteniendo una identidad negra distintiva que se resiste a la asimilación a la cultura blanca. Algunos nacionalistas negros también son partidarios del separatismo negro, un movimiento político que busca crear instituciones independientes para los afrodescendientes. Los defensores de esta postura más radical la defienden sosteniendo que la experiencia ha demostrado que la igualdad no es posible de otra forma.

Malcom X, una de las figuras clave del movimiento por los derechos civiles, fue un importante defensor de estas ideas. Fue un ministro musulmán afroamericano y activista de derechos humanos que abogó por el empoderamiento de los negros y la promoción del islam en la comunidad negra. Hasta 1964, fue el portavoz público más importante de la Nación del Islam (NOI), una organización política religiosa y nacionalista negra que abogaba por la separación de los estadounidenses blancos y negros. Durante este tiempo, criticó a Martin Luther King Jr. y a la corriente principal del movimiento por los derechos civiles por su énfasis en la no-violencia y la integración racial. En 1964 renunció públicamente a la Nación del Islam y comenzó a centrar su activismo en los derechos humanos internacionales de los negros en lugar de los derechos civiles en los EE. UU. En este periodo, también, se convirtió en crítico del sistema capitalista. Un año más tarde, en 1965, fue asesinado. No hay consenso sobre quién es el responsable; pero lo que sí se sabe es que fue blanco del FBI, es decir, del COINTELPRO durante, toda su vida política activa. Si bien es una figura controvertida, la mayoría celebra a Malcolm X por su constante dedicación a la justicia racial, y se le describe como una de las personas más influyentes de la historia. Se le atribuye haber elevado la autoestima de los estadounidenses negros, conectándolos con su herencia y articulando sus quejas sobre la desigualdad. También inspiró a muchos futuros activistas negros radicales, como el movimiento Poder Negro (Black Power).

El movimiento por los derechos civiles tuvo gran influencia y se apuntó numerosas victorias políticas. La Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derechos Electorales de 1965 prohibieron la discriminación en las prácticas laborales, protegieron los derechos de voto y prohibieron la segregación racial en los centros de trabajo y lugares públicos, entre otras cosas. La aprobación de estas dos leyes básicamente eliminó lo que quedaba de las leyes Jim Crow. Aprobada en 1968, La Ley de Derechos Civiles prohibió la discriminación en la vivienda. Es importante señalar que muchos argumentan que, al impulsar estos cambios, el gobierno EE. UU. tomaba en cuenta las tensiones de la Guerra Fría y, en particular, la cobertura que los medios soviéticos daban a la discriminación racial en EE.UU., el supuesto modelo mundial de derechos humanos.

Y aunque estos cambios desmantelaron la base institucional de la discriminación y segregación raciales en el sur, otros procesos operaban en un sentido opuesto. Durante la Segunda Guerra Mundial, muchos afroamericanos emigraron del sur al norte y oeste del país en busca de empleos. Sin embargo, después de la guerra, la mayoría de los empleos se concentraron en áreas blancas, dejando a las poblaciones negras en condiciones de alto desempleo y malas condiciones de vivienda, muchas viviendo en guetos urbanos. Además, la población negra tenía desproporcionadamente poco o ningún acceso a oportunidades económicas y políticas, como se podía ver, entre otras cosas, por su falta de representación política y nula representación en las principales universidades del país. Del mismo modo, La represión y la violencia policial continuaron siendo una gran fuente de inconformidad en las comunidades negras. Así, a mediados de los años 60 surgió un nuevo movimiento que creía que las tácticas de no violencia o de desobediencia civil no eran suficientes para luchar contra estas condiciones: el movimiento Poder Negro. La lucha pasaba de buscar igualdad de derechos ciudadanos a luchar por el poder económico y político para los estadounidenses negros.

El movimiento Poder Negro estuvo muy influenciado por Malcolm X, y particularmente por su crítica a los métodos no violentos de Martin Luther King Jr. También estuvo influenciado por el Movimiento de Acción Revolucionaria (RAM), un grupo nacionalista negro revolucionario que operó en los EE. UU. entre 1962 y 1969. El objetivo del RAM era convertir el movimiento por los derechos civiles en una revolución negra internacional, y fue el primer grupo en aplicar el maoísmo a las condiciones de los negros en los EE. UU. En su apogeo, el RAM tenía secciones en todo el país, con varios niveles de militancia que iban desde cuadros de tiempo completo hasta miembros que solo colaboraban económicamente con la organización. Sintetizaron las ideas de Marx, Lenin, Mao y Malcolm X en lo que consideraban una teoría integral del nacionalismo negro revolucionario. Fue la única organización política secular a la que se unió Malcolm X antes de 1964, e influyeron profundamente en la política del movimiento Poder Negro. Como no podía ser de otra forma, el RAM también fue blanco de COINTELPRO. A pesar de sus inmensas contribuciones teóricas, el RAM fue criticado por “no practicar sus ideales revolucionarios”. Esto se debió en parte a que decidieron ser una organización clandestina para garantizar su seguridad y, por lo tanto, muchas de sus acciones se realizaron a espaldas de otras organizaciones. También se debió a que el RAM estaba formado, principalmente, por intelectuales con educación universitaria que, a su vez, organizaban principalmente a estudiantes o jóvenes “pequeño burgueses” negros, en lugar de a la clase trabajadora negra. Para 1969, debido en gran parte a la represión del gobierno, el RAM prácticamente se había disuelto: muchos de sus miembros se unieron al Partido de Liberación Negra u otros grupos por los derechos civiles.

El movimiento Poder Negro era enormemente diverso y numeroso, pero sus dos pilares filosóficos eran el nacionalismo negro y el socialismo. Las tácticas también variaban sustancialmente algunos grupos exigían acción violenta inmediata para luchar contra la supremacía blanca, otros creaban servicios para las comunidades negras, como librerías, cooperativas de alimentos, medios de comunicación, escuelas y clínicas y servicios médicos. Con mucho, el grupo más famoso y representativo del movimiento Poder Negro fue el Partido Pantera Negra (BPP). El BPP fue una organización política marxista-leninista fundada en 1966 en California por dos estudiantes universitarios, Bobby Seale y Huey Newton, y se mantuvo activa hasta 1982.

Seale y Newton se percataron de la furia extrema en los guetos que desencadenó un asesinato policial, y se dieron cuenta de que esta ira popular podría ser una entrada para ganar poder político. Así, inicialmente, el BPP concentró sus fuerzas en hacer frente a la brutalidad policial. Crearon una “patrulla de ciudadanos armados abiertos” para monitorear el comportamiento de la policía y desafiarla cuando fuera necesario. La recaudación de dinero para armas inició con la venta de libros de marxismo-leninismo en los campus universitarios. Este uso de la autodefensa armada asustó a los estadounidenses blancos, y en 1967 California aprobó una ley, firmada por Reagan, con el objetivo de desarmar a los miembros del BPP. El FBI, bajo el COINTELPRO, calificó al BPP de organización terrorista y trató de desacreditarlo y criminalizarlo. Esta represión resultó contraproducente, y la ira que generó llevó a un aumento en la membresía. Así, la membresía alcanzó su pico, con oficinas en más de 70 ciudades e incluso a nivel internacional y miles de miembros, con una circulación de más de 250 mil ejemplares de su periódico.

Posteriormente, el BPP abandonó el nacionalismo negro y abrazó el socialismo racialmente inclusivo. En 1968, cambiaron su enfoque sobre la brutalidad policial en los Estados Unidos para comprometerse con el movimiento revolucionario internacional, guiados por la teoría marxista-leninista y maoísta. Así, en 1969 ya habían adoptado la práctica de crear programas sociales comunitarios para aliviar la pobreza y mejorar la salud. Estos programas incluían la prestación de servicios gratuitos de atención médica, alimentos y educación para las masas. En todo momento, colocaban la lucha de clases como el núcleo de su acción política y afirmaban representar a la vanguardia proletaria.

Para 1970, la membresía había disminuido considerablemente debido en gran parte al sabotaje del FBI. El COINTELPRO se infiltró en el partido, envió a muchos de sus miembros a cumplir largas sentencias de prisión e incluso asesinó a muchos militantes clave, como el famoso líder Fred Hampton, a los 21 años.  El grupo se disolvió formalmente en 1982. Sin embargo, su legado prevalece hasta el día de hoy. A pesar de ser un grupo muy controvertido en ese momento, el partido influyó en muchos otros grupos militantes más pequeños pero similares. Entre sus principales contribuciones estuvo mostrar el vínculo entre la lucha de liberación negra y la oposición al imperialismo estadounidense, lo que valió a los miembros viajar y ser recibidos calurosamente en muchos países con los mismos objetivos, como Vietnam del Norte, Corea del Norte y China.

Durante el declive del BPP, comenzó a formarse el Ejército Negro de Liberación (BLA).  Esta organización clandestina nacionalista negra estuvo activa entre 1970 y 1981 y ganó más fuerza a medida que el BPP decaía. Estaba compuesto por exmiembros del BPP, así como por miembros de otras organizaciones del Poder Negro como el RAM, que creían que una organización clandestina era la más adecuada dadas las condiciones políticas actuales (es decir, la represión violenta del gobierno de los EE. UU.). El BLA rechazó el reformismo y sostuvo ideales anticapitalistas, antiimperialistas, antirracistas y anti-sexistas. Su programa era de lucha armada: “tomar las armas por la liberación y autodeterminación de los negros en los Estados Unidos”. En los hechos, su lucha armada consistió en una serie de bombardeos, asesinatos de policías, robos y fugas de prisión por parte de un conjunto descentralizado de organizaciones y colectivos que trabajaban juntos e independientemente unos de otros. Muchos activistas del BLA fueron arrestados y el grupo se desvaneció en 1981, y muchos de sus antiguos miembros se convirtieron en anarquistas declarados.

La Nueva Izquierda estadounidense de los años sesenta, como mencionamos anteriormente, estuvo fuertemente influenciada por los movimientos por los derechos civiles y el Poder Negro, tanto ideológica como organizativamente. Muchas protestas de la Nueva Izquierda giraron en torno a la justicia racial. Algunos grupos siguieron tácticas de desobediencia civil no violenta, mientras que otros se inspiraron en algunas tácticas más radicales del movimiento Poder Negro. En general, el cambio del enfoque tradicional del conflicto capital-trabajo hacia posturas “antisistema”, particularmente en el ámbito cultural, ciertamente estuvo influenciado por muchos jóvenes que crecieron y vieron innumerables abusos de los derechos civiles por parte de todo el aparato del estado.

Quizás el grupo de Nueva Izquierda más conocido fue Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS). SDS se formó originalmente en 1960 como una rama de la Liga para la Democracia Industrial (LID), un grupo compuesto principalmente por intelectuales de izquierda, pero se separó en 1965, se propusieron eliminar de su constitución una cláusula que prohibía la afiliación de comunistas. Ese mismo año, el Partido Laborista Progresista se fusionó con SDS. Su documento fundacional de 1962, la “Declaración de Port Huron”, pedía varias medidas progresistas, incluida la regulación de empresas privadas, la participación democrática en los centros de trabajo y en la elaboración de políticas públicas, el apoyo a los movimientos de descolonización y la promoción de los derechos civiles a través de la desobediencia civil no-violenta. En términos de organización, la declaración pedía una democracia participativa sin estructuras jerárquicas, y SDS, en efecto, nunca desarrolló una dirección central fuerte.

Para 1962, la SDS era el grupo radical más importante en los campus universitarios. En su punto de mayor relevancia tenía alrededor de 300 secciones y 30,000 miembros. Inicialmente, la mayoría de las actividades fueron en apoyo a la lucha por los derechos civiles. En 1963, empezaron a promover un Proyecto de Investigación y Acción Económicas (ERAP) con el propósito de organizar a los barrios en un movimiento interracial de los pobres para exigir al estado la mejora de los cheques de bienestar, guarderías, etc. Este movimiento no tuvo mucho éxito. Rápidamente SDS dirigió sus esfuerzos a la oposición a la Guerra de Vietnam, liderando el movimiento en la mayoría de campus universitarios, sosteniendo numerosas movilizaciones en el país. Esto se convirtió en la actividad principal de la SDS, el número de miembros aumentó y se volvieron más militantes; la SDS se volvió entonces bien conocida a nivel nacional. En 1967, abandonaron la Declaración de Puerto Huron. En 1968, promovieron por varios campus una movilización conocida como la Resistencia de los Diez Días que incluía mítines contra la guerra, marchas, sit-ins, teach-ins y un día de huelga estudiantil en la que millones de estudiantes no asistieron a clases.

Más tarde, a principios de 1969, SDS empezó a dividirse debido a conflictos internos en torno a la dirección y liderazgo nacional, visiones distintas sobre la Guerra de Vietnam, los movimientos de Poder Negro y la conversión de muchos de sus miembros al maoísmo. Muchos de los conflictos internos provenían de la confusión entre las metas de corto y largo plazo, en parte porque las actividades en contra de la guerra habían eclipsado la reflexión crítica y la discusión sobre el movimiento de largo alcance.

En esos momentos, en 1969, una fracción de SDS en la Universidad de Michigan se escindió para crear un nuevo grupo: la Organización Climática Clandestina (WUC) nombrada así por una canción lírica de Bob Dylan. Muchos miembros de la WUC se radicalizaron por su desacuerdo con el ERAP, del que concluyeron que el cambio social real no puede venir de la organización comunitaria y la política electoral, sino desde tácticas más radicales y disruptivas. El asesinato de Fred Hampton en 1969 provocó que la WUC declarara la guerra al gobierno de EE. UU. para hacer lo que fuera necesario para parar la violencia. Generalmente, sus posiciones se alineaban con las del movimiento Poder Negro, las del movimiento contra la guerra de Vietnam, y contra el imperialismo estadounidense. Su documento fundacional llamaba a formar una “fuerza de lucha blanca” para aliarse con los movimientos de liberación negros y otros antimperialistas para, eventualmente, formar una sociedad comunista sin clases. Su agente de cambio era el proletariado internacional. Organizacionalmente, crearon una serie de colectivos en las principales ciudades de EE. UU., dirigidos por un liderazgo central. Cada miembro practicaba la crítica y la autocrítica y no tenía propiedad o ingreso personales, sino que vivía como parte del colectivo. Rápidamente decidieron ser una organización clandestina y empezaron una lucha violenta contra el Estado, incluyendo campañas de bombardeos y provocación de disturbios a mediados de los 70s. En 1974, publicaron el manifiesto “Fuego de la pradera: la política del antiimperialismo revolucionario”, que fue ampliamente aplaudido por los grupos de izquierda. Mientras que públicamente eran etiquetados por el gobierno estadounidense como un grupo terrorista, los “hombres del clima” (Weathermen) fueron recibidos calurosamente en Cuba, donde se reunieron con representantes cubanos y de Vietnam del Norte para aprender de sus experiencias. Como muchos otros grupos nuevos de izquierda, empezaron a desintegrarse después de que EE. UU. se retiró de Vietnam en 1973. Esto, combinado con divisiones internas, provocó la disolución del grupo en 1977.

La Nueva Izquierda abarcaba varias subculturas, las más comunes eran la anarquista, los grupos de la contracultura y los hippies. La contracultura se convirtió en un fenómeno relevante en EE. UU. desde mediados de los 60s a mediados de los 70s orientado. El núcleo de la contracultura era fomentar la desconfianza del gobierno y tendencias antisistema. Esto ganó impulso con el movimiento por los derechos civiles, el movimiento por la libertad de expresión, contra la brutalidad policial y corrupción, la destrucción medio ambiental, la revolución sexual, la Guerra de Vietnam, la criminalización de drogas y otros problemas sociales generales a lo largo de las generaciones. El partido BPP, por ejemplo, es conocido como un ícono del movimiento de la contracultura. Muchos de estos grupos crearon y vivieron en comunas y otras comunidades con ese propósito, regularmente para vivir un estilo de vida clandestino sin la interferencia del gobierno para regular el uso de drogas u otras libertades personales. Por ejemplo, los hippies de mediados de los 60s crearon sus propias comunidades a las que algunos llamaron un resurgimiento del socialismo utópico. A principios de los 70s, aproximadamente 750,000 personas vivían en alrededor de 10,000 comunidades a lo largo de EE.UU. Estas fueron bien conocidas por el fenómeno cultural que incluyó la revolución sexual, la música rock psicodélica y el uso de drogas para explorar estados alterados de la consciencia que tuvieron un gran efecto en la música, el cine, la literatura y otras artes del tiempo. Aunque muchos hippies eran pacifistas y participaban en el movimiento por los derechos civiles y las manifestaciones contra la Guerra de Vietnam, en general no eran un grupo muy político.

Los otros dos grupos contraculturales famosos de ese tiempo fueron los Diggers y los Yippies, ambos activos en los 60s. Los Diggers se consideraron a sí mismos como “comunidad anarquista” y abrieron tiendas para donar comida, drogas y dinero. Ellos, como los hippies, trataron de crear una mini sociedad sin dinero, no capitalista. Los Yippies fueron otra rama del movimiento hippie lidereado por Abbie Hoffman y Jerry Rubin. Con enormes gestos dramáticos como nominar a un cerdo como candidato a la presidencia y otros gestos similares de carácter político, parodiaron a los partidos políticos. Los Yippies no tuvieron una membresía o jerarquía formal y se vieron a sí mismos como el ala política del movimiento hippie.

El movimiento contracultural terminó junto con el fin de la Guerra de Vietnam en 1973 y la renuncia de Nixon un año después. A menudo son criticados tanto por la izquierda como por la derecha por ser ingenuos y autoindulgentes. Muchos creen que la gran población joven que siguió a la Segunda Guerra Mundial no tuvo que concentrarse en la provisión de necesidades materiales como lo tuvieron que hacer las generaciones anteriores, por lo que se enfocaron más en las cuestiones sociales que en las económicas. En la izquierda, algunos creen que este movimiento tuvo un impacto positivo al impulsar el desarrollo del estado bienestar. Otros creen que su único impacto económico fue crear nuevos segmentos de marketing, especialmente en torno a la adopción de políticas de responsabilidad social por las corporaciones.

Hubo algunas ocasiones en que todos los grupos de la Nueva Izquierda se unieron para protestar o pelear contra algunos temas. Uno de esos eventos fue el Movimiento por la Libertad de Expresión (Freedom of Speech Movement) que tuvo lugar en la Universidad de California-Berkeley entre 1964 y 1965. La universidad había comenzado a exigir el cumplimiento estricto de las normas, como prohibir la defensa de causas o candidatos políticos, oradores políticos, reclutar miembros o recaudar fondos entre las organizaciones estudiantiles. Miles de estudiantes, incluyendo los representantes de CORE, SNCC y SDS participaron en las protestas en contra de esas medidas usando distintas tácticas de desobediencia civil. Las protestas culminaron con una ocupación en la que 4,000 estudiantes permanecieron en un edificio universitario para exigir a la administración reabrir las negociaciones sobre las restricciones políticas en el Campus. La ocupación fue completamente pacífica: los estudiantes, estudiaron, vieron películas, cantaron canciones folk y dieron clases unos a otros. Dos días después, la policía entró y arrestó a 800 estudiantes y levantó cargos contra los estudiantes organizados, lo que provocó protestas más grandes que casi cerraron la universidad. Un mes después, el nuevo rector estableció una nueva regulación que permitía la actividad política en el Campus. A pesar de este triunfo, hubo consecuencias contra los involucrados: en 1966, Ronald Reagan fue electo gobernador de California con una campaña que prometió “limpiar el desorden en Berkeley” (“cleaning up the mess in Berkeley”). Después de ser electo, Reagan, despidió a todos los que él creía que no habían sido suficientemente duros contra los manifestantes.

El movimiento culmen de todos los grupos de la Nueva Izquierda, sin embargo, fue el de las protestas contra la Guerra de Vietnam. El pico de este movimiento antiguerra fue a finales de los sesenta, liderado por gente joven de la Nueva Izquierda, opuestos al imperialismo estadounidense y al anticomunismo, y opuestos también a sorteo de guerra, que impactó mayoritariamente a las minorías y a la gente blanca de las clases más bajas. El movimiento continuó creciendo a medida que se hicieron público los informes de abusos de militares estadounidenses. El movimiento antiguerra consistió en muchas protestas pacíficas de alto perfil, y rápidamente se convirtió en un amplio movimiento social. Johnson y su administración rápidamente fueron rechazados en todos los campus universitarios del país. El movimiento antiguerra alcanzó su punto más álgido en la Convención Nacional Democrática de 1968 a finales de agosto en Chicago. El alcalde de Chicago dispuso a más de 23,000 policías y guardias nacionales para una protesta de solo 10,000 manifestantes. Las tensiones entre policías y protestantes rápidamente escalaron y estallaron disturbios con los manifestantes que coreaban “el mundo entero está mirando”. Ocho destacados activistas contra la guerra de distintas organizaciones, entre ellas los Yippies y el Partido Panteras Negras, fueron arrestados y procesados por conspiración para provocar disturbios. Conocidos como los Ocho de Chicago (Chicago Eight) originalmente y ahora como los Siete de Chicago (Chicago Seven), luego de que el juicio a Bobby Seale de los Panteras Negras se declaró nulo debido al trato particularmente injusto y, en ocasiones, violento por parte del tribunal, que se le negara asesoramiento legal y fuera atado y amordazado en su silla. El juicio fue ampliamente conocido por servir para fines políticos. Todas las condenas fueron posteriormente apeladas y revocadas después de que los siete pasaran largos años en prisión. Este juicio provocó una indignación masiva que creció después de que la Guardia Nacional disparara contra una manifestación por la paz de estudiantes desarmados en el estado de Kent en 1970, matando a cuatro estudiantes. En tres años, el porcentaje de estadounidenses que creían que EE. UU. se había equivocado al mandar tropas a Vietnam pasó de 30% a 70%.

Para 1968, la Nueva Izquierda empezó a fracturarse. La campaña presidencial democrática antiguerra trajo el tema de la Guerra de Vietnam al estado del pensamiento liberal dominantes, junto con otros movimientos sociales como los feministas y los movimientos por los derechos de los homosexuales. Esta institucionalización hizo que todos, con excepción de los más radicales de la Nueva Izquierda abandonaran el movimiento o que se convirtieron en actores centrales al Partido Demócrata. El resto de los sectores más radicales de la SDS se dividieron entre “los hombres del clima” y el BPP, y empezaron a desvanecerse rápidamente con la retirada de las tropas de Vietnam.

Al mismo tiempo que se desmantelaba la Nueva Izquierda, lo hicieron también algunas organizaciones gubernamentales anticomunistas clave. El Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara (The House Un-American Activities Committee) ya había comenzado a desaparecer gradualmente con la caída de McCarthy, pero rápidamente perdió el respeto popular después de que en 1967 y 1968 citara a los líderes Yippies, Jerry Rubin y Abbie Hoffman, quienes utilizaron a los medios para ridiculizar los procedimientos del comité. Intentaron renombrarse como Comité de Seguridad Interna en 1969 y, finalmente, terminó en 1975. Incluso más activo en tiempos de la Nueva Izquierda, fue el COINTELPRO. Con una vida en activo de 1956 a 1971, el COINTELPRO realizó una serie de proyectos encubiertos e ilegales del FBI para vigilar, infiltrar, desacreditar y desbaratar a las organizaciones políticas nacionales mediante la guerra psicológica, el hostigamiento del sistema legal, la fuerza ilegal, el asesinato y otras medidas. Apuntaron a cualquier grupo considerado subversivo por el FBI, organizaciones socialistas como el Movimiento de Derechos Civiles, los grupos de la Nueva Izquierda y los opositores a la Guerra de Vietnam o simpatizantes (como Albert Einstein). El COINTELPRO fue el organismo que interceptó y chantajeó a Martin Luther King Jr, el que drogó y mató al líder del BPP, Fred Hampton. El COINTELPRO terminó en 1971, luego de ser expuesto a los medios por la Comisión de Ciudadanos para investigar al FBI y la subsecuente indignación pública.

Si bien la influencia del Movimiento por los Derechos Civiles y la Nueva Izquierda comenzó a desvanecerse después de los setenta, se mantuvo durante y después de su punto más álgido; así, los demócratas comenzaron a adoptar posiciones más socialdemócratas tanto en materia de derechos civiles como de políticas de bienestar. La administración de Lyndon B. Johnson instrumentó un conjunto de programas nacionales a mediados de los sesenta llamados Gran Sociedad a fin de eliminar la pobreza y la injusticia racial. Johnson presentó uno de esos programas, coloquialmente conocido como “Guerra contra la pobreza”, en su discurso del estado de la unión de 1964, cuando la pobreza rondaba el 19%. El Congreso tomó medidas para combatir la pobreza a través de mejorar las condiciones de vida en los barrios de bajos ingresos y ayudando a que los pobres accedieran a oportunidades económicas. También se amplió el papel del gobierno en la educación y la salud como medios para la reducción de la pobreza. La mayoría de estos programas continuó durante los ochenta y noventa después de los cuales se impuso la desregulación y las críticas al estado del bienestar. Algunos de los programas permanecen hasta el día de hoy como el Medicare, Medicaid y el financiamiento federal de la educación.

En comparación con décadas anteriores, debido a la ruptura de la Nueva Izquierda con el movimiento obrero, hubo poca actividad sindical en esta época. Una excepción notable fue la Unión de Trabajadores Rurales de América (UFW, United Farm Workers of America) en 1962, liderada por los trabajadores Dolores Huerta y César Chávez en California, quienes notaron que los trabajadores agrícolas eran los más afectados por la pobreza y eran mayoritariamente inmigrantes ilegales. UFW se formó inicialmente como un movimiento social y actuó más como una organización mutualista que como un sindicato. Después de una gran huelga en 1965, la UFW se unió oficialmente a la AFL-CIO. La membresía actual de la UFW es de 10,000 miembros.

De la misma manera, los grupos socialistas o comunistas que se concentraron en el proletariado como único agente de cambio fueron menos comunes y más marginales en este periodo. Hubo muchas luchas internas entre estos grupos más pequeños basadas en las distintas posiciones sobre la política de entonces de la URSS. Los grupos más notorios de entonces incluyen: al Partido Laboristas Progresista, el Partido Socialista de los Trabajadores Trotskistas, el Nuevo Movimiento Comunista, el Partido Comunista de los Trabajadores y el Partido Comunista Revolucionario. Al Nuevo Movimiento Comunista se le considera como el nexo entre la Nueva Izquierda y los objetivos izquierdistas tradicionales. Entre los años setenta y ochenta fue muy popular y representó a un grupo diverso de marxistas, leninistas y maoístas, incluidos los Panteras Negras, los hombres del clima, la Liga de Octubre, el Partidos Comunista (Marxista-Leninista), el Partido Comunista Revolucionario de EE. UU. y Venceremos. En su punto de máxima influencia, tenía 10,000 miembros.

A pesar de no ser organizaciones tradicionalmente lideradas por los trabajadores, los sesenta y los primeros años de los setenta fueron testigos de una enorme ola de movimientos sociales de izquierda, especialmente entre los jóvenes estadounidenses. Para los setenta, la contrainteligencia del FBI, el fin de la Guerra de Vietnam y la absorción de los movimientos radicales en los partidos políticos, pusieron un alto a esos movimientos y, desde entonces y hasta estos días, no hemos visto una participación tan generalizada en movimientos políticos de izquierda semejante. De hecho, con la llegada de los setenta sobrevino la crisis económica y el inicio del giro al neoliberalismo que eliminaría cualquier resto de organización obrera en ese momento.


Bridget Diana y Evan Wasner son economistas por The University of Massachusetts Amherst.

[1] Zinn, H., & Arnove, A. (2015). A people’s history of the United States (Thirty-fifth anniversary edition). HarperPerennial, pp.  262.

[2]  McBrearty , M. R. (2020, September 7). Fighting evictions: The 1930s and now. Monthly Review. Retrieved August 24, 2022, from https://mronline.org/2020/09/02/fighting-evictions-the-1930s-and-now/

[3]  El término Wildcat Strike se refiere a una huelga que ocurre sin la autorización del sindicato correspondiente

[4]  Selvin, David F. 1996. A Terrible Anger: The 1934 Waterfront and General Strikes in San Francisco. Detroit: Wayne State University Press; Zinn, H., & Arnove, A. (2015). A people’s history of the United States (Thirty-fifth anniversary edition). HarperPerennial, pp.  291.

El recurso del bombardeo táctico y estratégico

Octubre 2022

El medio más letal descubierto y perfeccionado para destruir a un enemigo sin sufrir pérdidas es el bombardeo, que puede dividirse en dos clases, táctico y estratégico. De acuerdo con el historiador Thomas Hippler, el primero consiste en emplear aeronaves bombarderas en el marco de operaciones específicas, como la conquista de un territorio, la destrucción de alguna posición enemiga precisa, la invasión de un puerto, etc., en las que se emplean en conjunto las fuerzas aéreas, navales y terrestres. En cambio, el bombardeo estratégico es la doctrina del uso de la fuerza aérea por sí misma para derrotar al enemigo a través del bombardeo de puntos clave en su retaguardia, cuya supresión conduzca a domeñar con unos cuantos golpes la voluntad del atacado  (Hippler, Governing from the skies).

El táctico nació primero. Se utilizó en algunas campañas previas al conflicto mundial de 1914: en el bombardeo italiano sobre la ciudad libia de Ain Zara, durante las campañas de la guerra Italo-turca  de 1911; en 1912, en el marco de la Primera Guerra de los Balcanes, los búlgaros bombardearon la ciudad turca de Adrianópolis, y en mayo de 1914 durante la Revolución Mexicana, cuando Venustiano Carranza ordenó a un aeroplano el brevísimo bombardeo sobre Mazatlán, que serviría para asegurar ese puerto. En esos episodios, cada vez que se empleó el lanzamiento de explosivos desde las aeronaves se recogieron buenos frutos; por ello, el uso del bombardeo táctico fue extendiéndose y con la Primera y la Segunda Guerras mundiales se industrializó la fabricación de bombas y aeroplanos, cada vez más destructivos, en todos los países guerreristas. Así, en la primera mitad del siglo XX se popularizó el empleo progresivo de operaciones conjuntas, en las que los beligerantes mezclaban los proyectiles de sus zeppelines o aviones con sus fuerzas navales y terrestres.

Por otra parte, la teoría del bombardeo estratégico fue hija de las circunstancias de las guerras mundiales. Y es que la observación de los efectos destructivos, sin réplica inmediata, que provocaban las bombas inesperadas que caían del cielo sobre los combatientes y civiles de la primera guerra mundial, posibilitó la idea de librar una guerra prácticamente sin guerrear. Giulio Douhet (1869-1930), un militar italiano, notó el progreso que implicaba la combinación del avión con las bombas o las armas químicas, y se erigió como principal teórico del bombardeo. En su obra El dominio del aire (1921) sostuvo que una guerra podía ganarse de un solo golpe si se privilegiaba el empleo de la aviación; a su ver, el Estado debía intensificar la fabricación de bombarderos que, bien provistos con bombas explosivas e incendiarias y gas tóxico, fueran empleados masivamente en contra de “la infraestructura, la industria, y las ciudades del enemigo”. El lanzamiento masivo de explosivos se proyectaba, así, detrás de las líneas enemigas y, en teoría, esto paralizaría de manera abrumadora al contrincante en el frente: en la medida en que su país, su población, sus bases de financiamiento y abastecimiento quedaban en llamas, bajo los proyectiles enemigos, la nación incendiada quedaba reducida a la alternativa única de detener su guerra y firmar una paz cómoda para el enemigo incendiario. El pilar del bombardeo estratégico es, en resumen, la destrucción violenta y acelerada del país del otro desde el aire, desde un punto relativamente inalcanzable, lo cual permite al vencedor imponer su voluntad sin grandes pérdidas (Thomas Hippler, op. cit.).

Esta clase de bombardeo no fue implementada por el ejército italiano de los días de Douhet. Fueron más bien los contrincantes imperialistas de la Segunda Guerra Mundial, especialmente Alemania, Japón y Reino Unido, quienes pusieron en práctica por primera vez los puntos de vista de aquel teórico militar en contra de sus correspondientes enemigos. Pero el grado de destrucción se amplió aún más cuando los Estados Unidos adoptaron la doctrina del bombardeo estratégico entre 1944-1945. La primera experiencia norteamericana en este sentido fue la destrucción total de la ciudad industrial alemana de Dresde bajo los proyectiles de Inglaterra y Estados Unidos (13-15 de febrero de 1945). Si bien los cálculos iniciales hablaban de varias decenas y hasta centenas de miles de muertos, ahí se ha identificado la muerte de alrededor de 25,000 personas. Poco después, en ese mismo año, las tropas estadounidenses del océano Pacífico bombardearon (utilizando napalm, sobre todo) 64 ciudades japonesas. Comenzaron con Tokio, en donde desaparecieron 17 millas cuadradas de ciudad bajo las explosiones que cayeron durante la noche del 9 al 10 de marzo. No obstante, las coronas del bombardeo estratégico se vieron el 6 y el 9 de agosto, bajo la forma de un par de enormes champiñones de humo y fuego: las dos bombas atómicas que destruyeron las dos ciudades enteras de Hiroshima y Nagasaki, y exterminaron 250,000 vidas en esas dos jornadas y los lugares mantuvieron grados muy altos de radiación por décadas.

Esto marcó un nuevo umbral de la violencia. Por un lado, se alcanzó el escenario que teorizaba Douhet, porque Japón se rindió inmediatamente después de ese desastre.  Por otro lado, el resto de los Estados combatientes vieron con terror las capacidades de Estados Unidos y aquellos que tuvieron la energía suficiente, impulsaron programas de desarrollo de armas nucleares para defenderse –especialmente la Unión Soviética que necesitaba protegerse de Estados Unidos. El desarrollo de las armas nucleares, el arma perfecta del bombardeo estratégico, no se ha detenido desde 1945. Para 2022 se estima que Rusia posee alrededor de 5,977 cabezas nucleares (“nuclear warheads”), Estados Unidos 5,428, China 350, el Reino Unido 225, Francia 290, Pakistán 165, India 160, Israel 90 y Corea del Norte 20 (“Status of World Nuclear Forces”, en https://fas.org/issues/nuclear-weapons/status-world-nuclear-forces/). De la misma manera, el portal de 20minutos estima que con ese arsenal se podrían destruir al mismo tiempo todas las ciudades del mundo, lo que conllevaría la muerte inmediata de la mitad de la población mundial.  y aún sobrarían 1,500 bombas (en https://www.20minutos.es/noticia/4966328/0/esto-pasaria-todas-bombas-nucleares-estallaran-vez/). Precisamente esta destructividad de las nuevas bombas, así como el hecho de que las posean Estados enemigos, son las razones que explican su empleo limitado desde 1945. En las guerras posteriores a este año  se ha optado más por el bombardeo táctico, pero sin dejar de lado el bombardeo estratégico en cuanto el atacante lo considera necesario. Por ejemplo, entre 1965-1975 Estados Unidos y sus aliados dejaron caer más de 7 millones y medio de toneladas de bombas durante sus intervenciones en Vietnam, Laos y Camboya. Esto significó ¡más que el doble de bombas lanzadas en Europa y Asia durante toda la Segunda Guerra Mundial! (véase https://storymaps.arcgis.com/stories/2eae918ca40a4bd7a55390bba4735cdb)

Ahora bien, en la guerra Occidente por conservar la hegemonía mundial de Estados Unidos en contra de Rusia y China, los enfrentamientos directos se están librando en en el teatro de operaciones de Ucrania. Observamos combates en los que chocan sendas combinaciones enemigas de artillerías, infanterías, fuerzas navales y aéreas de la Federación Rusa y de Ucrania, en los cuales destacan principalmente los bombardeos tácticos sobre objetivos muy precisos, como el de conquistar las regiones prorrusas del Donbass, apoderarse de un puerto en el Mar Negro, etc. Pero las bombas nucleares siguen guardadas. A pesar de que los rusos poseen varios miles de ellas y pueden paralizar de un golpe único no ya al ejército ucraniano, sino a todo este país y a todos los estados que integran la Organización del Tratado del Atlántico Norte, no lo han hecho. El presidente Vladimir Putin sabe claramente cuáles son las implicaciones de ese medio y lo emplea como carta de disuasión amenazadora, pero no efectivamente. Desplegar un bombardeo nuclear en la conflagración de la actualidad significa el fin del mundo y la Federación Rusa no necesita hacerlo por la simple razón de que no está perdiendo (de hecho ya se anexó una parte de Ucrania). Ha cambiado el rostro del conflicto: la necesidad de recurrir al bombardeo estratégico nuclear para ganar esta guerra que Occidente pierde de manera acelerada está ahora en manos de la OTAN.


Anaximandro Pérez es Maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Somos una revolución, esa es nuestra bandera. Revueltas y el 68

Octubre 2022

El movimiento estudiantil popular de 1968 tomó por sorpresa a los miembros de las élites intelectuales mexicanas. La confusión fue mayúscula al tratar de entender y dimensionar los alcances y los límites del fenómeno, añadida a la necesidad inmediata de “teorizar el fenómeno”. Los semanarios culturales y las columnas políticas de los periódicos de la época son un testimonio fidedigno del estupor y la sorpresa que causó la escalada del conflicto, las manifestaciones estudiantiles y la represión policiaca. Otro testimonio inagotable de la confusión que causó 1968 fue la pluralidad y la variedad de interpretaciones y de posicionamientos que los intelectuales mexicanos hicieron en torno a su significado político y al impacto en la sociedad mexicana de la época.

Incluso la hemerografía más crítica con el gobierno como los semanarios Siempre!, dirigido por Manuel Marcué Pardiñas; La Cultura en México o Política, padecieron la enfermedad del confucionismo, la heterogeneidad y la incapacidad de asir y explicar el fenómeno. ¿Cómo explicar lo que pasaba frente a sus ojos?, ¿Qué significaban las movilizaciones estudiantiles en ese contexto específico?, ¿Por qué no pudo preverse el ascenso de una serie de manifestaciones de tal magnitud?, ¿Cómo tenía que actuar el Estado?, ¿y la sociedad?, ¿y los intelectuales?

Insatisfechos, pero con afán de dar respuestas a las preguntas que el proceso iba generando, muchos intelectuales se aventuraron a proponer hipótesis e interpretaciones, otros vertieron sus opiniones personales e incluso se elaboraron análisis políticos ex profeso que, al vapor, intentaban ser explicaciones abarcadoras sobre la inasible problemática. Como lo ha reseñado Jorge Volpi en su libro La imaginación y el poder, una historia intelectual de 1968, los titulares y los periódicos se inundaron de interpretaciones variopintas en tanto los acontecimientos se iban desarrollando.

De esta manera, entre el 22 de julio y el 2 de octubre de 1968, los intelectuales debatieron sobre la ética y la política del conflicto. Algunos intérpretes muy lúcidos de su tiempo, sorprendentemente, descalificaron a los estudiantes de ser imitadores e importadores de un conflicto que sencillamente no existía para desestabilizar el país. Vicente Lombardo Toledano, por ejemplo, sentenció: “Una burda imitación de París. La verdadera izquierda nada tuvo que ver en los disturbios y borlotes estudiantiles: la reacción y el imperialismo fueron los únicos favorecidos.” Francisco Martínez de la Vega señalaba con una mesura complaciente: “México tiene derecho a reclamar cordura de sus jóvenes inconformes”, y Roberto Blanco Moheno, combativo y furibundo enemigo del desorden, en una línea abiertamente contraria, acusaba: “De los detenidos por dirigir los alborotos, aunque casi ninguno me es conocido en lo personal, he visto las fotografías. Tienen cara de delincuentes o de fanáticos, y de fanáticos y delincuentes maduros, cuando no ya viejos (…) ¿Recordar aquí que hace dos años advertí la existencia de planes para sabotear la Olimpiada? Es una pena que siempre se reconozca que tengo razón.”

De hecho, Blanco Moheno, Martínez de la Vega y Lombardo Toledano (¡!) se montaban en la verdad histórica que estaba construyendo el Estado mexicano. Su versión caracterizaba al movimiento como una conjura comunista, como el intento de un golpe de estado mediante la formación de un contrapoder organizado en el Consejo Nacional de Huelga. Por eso, la actuación policiaca era justificada, pues al reprimir, perseguir y encarcelar manifestantes, se estaba persiguiendo a quienes atentaban contra la legitimidad del poder de la nación. Desde luego esta versión era una fantasía. Un delirio que servía para la represión.

En este marco de confusión por el proceso, emergió, sin embargo, José Revueltas, rara avis, intelectual revolucionario que pudo observar la capacidad de transformación del movimiento en un acontecimiento que trastocara los cimientos de la sociedad y reorganizara las jerarquías y las relaciones de explotación existentes; es decir, que se reelaborara el contrato social y se avanzara hacia un horizonte mucho más justo para las mayorías. Ese formidable potencial revolucionario que tenía en germen la movilización no fue apreciado de la misma manera por muchos intelectuales de su época.

En las distintas revistas y columnas en periódicos que se escribieron en agosto de 1968 hubo dentro de los intelectuales una crítica extendida a la falta de banderas, de objetivos precisos del movimiento. El pliego de los 6 puntos no convencía a la intelligetsia mexicana que lo calificaba de espontáneo e infantil, más parecido a una rabieta adolescente que a una movilización consciente y madura; como mencionó Rubén Salazar Mallén: “la falta de bandera hizo que los estudiantes depusieran la actitud que adoptaron durante los disturbios registrados. Los muchachos no supieron justificar su violencia ni definieron deseos de aspiraciones de magnitud suficiente para que su conducta fuera y pareciera adecuada a las circunstancias.” Evaluaciones similares fueron difundidas a la opinión pública.

La heterogeneidad ideológica del movimiento era verdad. Los intelectuales del CNH veían con mucho recelo los discursos partidistas o socialistas: ¡Queremos democracia a secas!, se escuchaba en las numerosas asambleas que se realizaban. No había espacio para el socialismo en una generación desencantada de la Unión Soviética en la cual no tenía mucha influencia el Partido Comunista Mexicano. Sin embargo, José Revueltas no se resignaba: buscó colar, por la rendija más amplia posible, la idea de transformar radicalmente la sociedad gracias al formidable potencial que las movilizaciones juveniles manifestaban y por qué no, la idea de que el movimiento deviniera socialista.

Para Revueltas el pliego de los seis puntos era una consigna del incipiente movimiento estudiantil, pero conforme se fue ampliando y madurando en el tiempo y el espacio, resultó insuficiente: “nuestra lucha es por una sociedad nueva, libre y justa, en la cual se pueda pensar, trabajar, crear, sin humillaciones, sobresaltos, angustias y mediatizaciones de toda especie.” La juventud, según él, tomaba en sus manos la estafeta de la revolución, puesto que la clase obrera y los campesinos se encontraban completamente enajenados y mediatizados a través del control estatal de los sindicatos, las organizaciones agrarias y los comités de los partidos políticos.

Pero la lucha estaba clara y los enemigos del movimiento también: el Estado y la burguesía, contra los cuales se luchaba en el seno del movimiento: “A los miembros de la oligarquía, a los satisfechos burgueses viejos y nuevos, a la clase dominante, no tenemos otra cosa que plantearles sino la obligación de pagar, y pagar cada vez más, en dinero, por lo pronto, en tanto que llega la hora en que paguen con su desaparición histórica del panorama humano.”

Lo anterior nos revela la sensación revueltiana de algo más profundo, subterráneo, no evidente que se escondía bajo la apariencia del pliego de los seis puntos, algo que luchaba por emerger y ascender a la superficie con fuerza propia. Una criatura que no terminaba por manifestarse y que, probablemente, la represión del 2 de octubre impidió que viera la luz. Para Revueltas esa criatura era, quizá, la revolución socialista, la revolución proletaria. Ocho años después, Revueltas continuaba quebrándose la cabeza buscando entender el carácter oculto de 1968: “El movimiento nunca modificó sus seis puntos y, no obstante, durante el movimiento había una lucha que iba más allá de los seis puntos. Pero los dirigentes no supieron recolectar esta opinión que quedó en volantes y quedó en impresos mimeográficos que son el mejor documento democrático.” Para Revueltas, una explicación de la derrota en 1968 fue que, en cierta medida, desde el mismo movimiento se impidió ir más allá, se prohibió la revolución y se cerró la puerta erróneamente, a la emergencia de una democracia radical, socialista.


Aquiles Celis es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

El camino de la guerra total

Septiembre 2022

La noción de “guerra total” nació con las Guerras Mundiales (1914-1945). Fue considerada primero en las obras homónimas del político francés Léon Daudet, La guerre totale (1918), y del general alemán Erich Ludendorff, Der Totale Krieg (1936). Daudet concebía como total la Gran Guerra de 1914 porque implicó para cada Estado participante “la extensión de la lucha, en sus fases agudas como en sus fases crónicas, sobre los dominios político, económico, comercial, industrial, intelectual, jurídico y financiero”. Ya no se batían únicamente ejércitos profesionales enemigos, sino también “las tradiciones, las instituciones, las costumbres, los códigos, los espíritus y sobre todo los bancos”. Ludendorff no difería de esa opinión, aunque puntualizaba que la nueva guerra se nutría de una fusión de los pueblos con sus ejércitos, cuyo objetivo consistía en someter a enemigos combatientes y civiles mediante el ejercicio de una violencia ilimitada, abrumadora y desmoralizante. Se trataba, decía, de un conflicto de “ojo por ojo, diente por diente”, que reunía todos los recursos existentes para pelear por “la conservación de la vida de un pueblo”.

Y así fueron precisamente las Guerras Mundiales: todos los organismos de ideologización (periódicos, panfletos, radiodifusoras), los hombres y las mujeres, los complejos industriales, los bancos y los instrumentos de destrucción de cada país participaron en los esfuerzos bélicos de sus gobiernos. Los Estados imperiales combatientes de 1914 y 1940 (Inglaterra, Francia, Japón, Italia, Austria-Hungría, Estados Unidos, etc.) lucharon para imponer con destrucción su voluntad sobre los demás pueblos. Pero también hubo casos excepcionales en que las sociedades se unieron con sus ejércitos para defender de hecho su derecho a la existencia, por ejemplo, la gran Guerra Patria de la Unión Soviética contra los nazis y la sangrienta guerra que libró China para sacar de su tierra al imperialismo japonés.

Ese periodo de violencias sin par terminó en 1945. En 1991 cayó la Unión Soviética, y Estados Unidos anunció una época de prosperidad sin guerras, de respeto a la soberanía de las naciones, en que la riqueza llegaría a todo el mundo con la expansión sin fronteras de su modelo económico, el capitalismo neoliberal. Sin embargo, el mundo neoliberal es más desigual que el mundo de ayer, las guerras han sido imparables en los últimos 30 años; las únicas fronteras que han desaparecido son las de los países pobres o desprotegidos, que se abren por la fuerza para las mercancías extranjeras de las grandes potencias. Se ha consolidado por las armas el dominio yanqui: tiene decidido el exterminio de cualquiera que se atreva a levantar la voz contra su hegemonía, por eso su objetivo actual es destruir a los rusos y los chinos, quienes proponen la necesidad de un mundo multipolar, sin el imperio mundial estadounidense. La Unión Americana quiere someter a esos pueblos, desmembrar sus territorios y apoderarse de sus riquezas, de ahí se desprende la enorme inversión de billones de dólares, la inyección múltiples recursos militares y la cero diplomacia del gobierno de Joseph Biden y de sus aliados occidentales en los conflictos de Ucrania y Taiwán. Esta política sólo se puede entender en un sentido: avanzamos aceleradamente por el camino de una nueva guerra total de eliminación absoluta del enemigo.

Para esterilizar la agresión, los gobiernos en peligro se entienden. Vladimir Putin y Xi Jinping han conversado sobre la crisis actual en varias ocasiones. Además, cada cual por su parte proyecta vías de fusión y entendimiento entre sus pueblos y sus ejércitos, y prepara los dispositivos de destrucción a su alcance para luchar por la existencia. Hacia esta dirección se orientó por ejemplo el presidente Putin cuando declaró ante los medios de difusión la movilización parcial de Rusia. Es una medida necesaria, dijo, para “defender la Patria, su soberanía e integridad territorial” y advirtió que están dispuestos a emplear “todos los medios disponibles” para defender a su país –esto incluye el vasto arsenal nuclear de la Federación Rusa– (Russia Today, 21 de septiembre de 2022). Por su parte, su homólogo chino está decidiendo en el mismo sentido, por eso ya “solicitó a las fuerzas armadas de su país que se preparen para la guerra” (voltairenet.org, 22 de septiembre de 2022). Los recursos de estas sociedades amenazadas se están reuniendo para resistir la guerra de exterminio preparada por el feroz imperialismo yanqui para seguir dominando el mundo. Y aunque “No es un bluff”, como dijo Putin, Biden y sus aliados no se detienen.


Anaximandro Pérez es Maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Historia ¿para qué y para quién?

Septiembre 2022

Es común que, en ciertas temporadas del año, debido a ciertos eventos históricos sobresalientes como la independencia de México o la Revolución mexicana emerjan a la superficie discusiones relativas a la función de la Historia, como ¿qué hacer con el pasado?, ¿para qué sirve la Historia? o ¿Para quién escribir Historia? En México se ha vuelto, pues, una tradición que en dichas temporadas se voltee a ver a la Historia como un objeto propio de ser llamado a la palestra mediática, cuando, precisamente “la historia es el desarrollo en el tiempo de todos los fenómenos de la realidad material. De manera que todo lo que existe tiene una historia.” Es por esa razón que la Historia –como objeto de estudio– no debiera merecer la atención de la opinión pública sólo en ocasiones muy específicas.

Entrando en materia y no sólo por la temporada sino, sobre todo, por la implementación del nuevo modelo educativo impulsado por la cuarta transformación vale la pena retomar tales cuestiones. En este nuevo modelo denominado la Nueva Escuela Mexicana, la enseñanza de la Historia en las escuelas de nivel medio superior pretende ser universal, es decir abarcar también a los bachilleratos tecnológicos, los cuales dejaron de recibir dicha asignatura con el plan de estudios de 2009. El objetivo en general es necesario y urgente porque el rezago educativo en materia de Historia durante estos años no se puede resarcir. Significa que más de 10 generaciones egresadas de bachilleratos tecnológicos conocen a medias o no conocen ni su propia historia.

Resulta, entonces, necesario que las futuras generaciones conozcan su historia. Pero ¿qué tipo de Historia pretende recetarles el flamante modelo de la llamada Nueva Escuela Mexicana? Ni más ni menos que las ocurrencias históricas que el presidente López Obrador ha repetido una y otra vez. A saber, el programa se fundamenta en su interpretación teleológica de la historia nacional, en cuya línea cronológica el pasado no tiene sentido propio, sino que este pasado nacional ha estado orientado a realizar algo más allá de sí mismo, es decir, el concepto de transformación final. El de la Cuarta Transformación, si no veamos. En el tercer semestre se les enseñará a los estudiantes “las luchas sociales para logras la Transformación”. De esta manera se ha creado una historia adulterada que, mediante una burda manipulación ideológica, convierte los sucesos históricos en peldaños que, de una u otra manera, satisfacen una finalidad trascendente que los impulsa, que los conduce de uno a otro hasta desembocar en la actualidad.

En suma, es necesario y urgente universalizar la historia en todos los niveles educativos, porque si la historia tiene una función social esa es la de transformar la realidad. Pero la visión de la Historia de este modelo educativo como la de los anteriores se sustenta en el principio general de conocer para comprender y, por si fuera poco, de manipular a los estudiantes por la vía de la Historia. El conocimiento debiera tratarse, en general, de transformar al mundo no sólo de entenderlo y menos de manipularlo.


Victoria Herrera es historiadora por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

El imperialismo de ayer y hoy

Septiembre 2022

El concepto de imperialismo, al igual que el concepto de capitalismo o el de lucha de clases, cayó en desuso durante las décadas anteriores dentro de los círculos académicos, así como entre los economistas, los políticos y los medios de comunicación. En nuestros días, afortunadamente, el término ha vuelto a insertarse en el vocabulario cotidiano y quizá gracias a que la categoría de imperialismo aún conserva la capacidad de describir el funcionamiento y las dinámicas que originalmente contribuyeron a su elaboración.

El imperialismo sigue vivo y coleando, hoy podemos observar, con mayor contundencia, por ejemplo, sus síntomas: la concentración de capital, el predominio de los monopolios y la obscena acumulación del 1%, el acrecentado papel del capital financiero, la explotación de capitales y el reparto del mundo en distintas esferas de influencia, siendo Estados Unidos la potencia mundial. Porque mientras unas pocas naciones capitalistas acapararon la concentración de los procesos productivos a escala mundial y la circulación de mercancías y servicios, la enorme mayoría de los países, los países pobres, tuvieron que hipotecar su soberanía en el afianzamiento de su dependencia externa a las metrópolis. 

Repetimos: en nuestro tiempo histórico, en el mundo actual, Estados Unidos ha ocupado el (des)honroso puesto de ser el guardián del mundo, la potencia mundial, en términos económicos, políticos e ideológicos. El mantenimiento de la hegemonía ha sido considerado un asunto interno y transpartidista, por lo que, a pesar de la alternancia de demócratas y republicanos en la política doméstica, los asuntos externos han sido tratado como asuntos de estado y se ha mantenido la misma política exterior, una política de dominación.

La hegemonía estadounidense, a pesar de contar con un consenso en las élites y en gran parte de las bases de las sociedades de otros pueblos, ha echado mano no solo de la seducción, sino también de la coerción, del intervencionismo militar y de las supuestas ayudas humanitarias. El memorial de agravios sufrido por las naciones dependientes y periféricas es extensísimo, puesto que la fuerza empeñada en mantener el dominio ha sido ejemplar y espectacular en algunos casos.

Pero el repunte de algunos países como Rusia o China y su colocación como actores estratégicos en el campo de la economía quizá nos ayude a dibujar un escenario nuevo, un mundo sin hegemonía, sin imperialismos, sin globalización que acompañado con la emergencia de un paradigma distinto, novedoso, seductor sea benéfico para las mayorías. Porque como fenómeno político, el imperialismo no sólo ha sido tortuoso para los países dependientes, sino también han acarreado cierto grado de malestar para los habitantes de las metrópolis, que, en nuestros tiempos, fueron testigos de los males que aquejaban a las extremidades del cuerpo. Ahora, en el corazón del imperio las desigualdades y los problemas de la periferia se agudizan creando malestar social, inconformidades y reclamos al sistema.

Con todo, sería aventurado pensar que el mundo se aproxima a una época revolucionaria, al estallido de las rebeliones sistemáticas y globales. En nuestro horizonte plomizo, como caracterizó Daniel Bensaid nuestro presente, no parece haber indicios de estallidos revolucionarios. Y sin embargo, el evidente debilitamiento de Estados Unidos como potencia mundial quizá sea una buena noticia, porque esto permitiría, en el mejor de los escenarios, la posibilidad de un desarrollo alternativo, que no esté basado en la explotación de la fuerza de trabajo y los recursos naturales.

Así, nos queda claro que hay otra alternativa u otras alternativas para los pueblos del mundo; en algún momento emergerá, porque tiene que emerger, una nueva forma de organizar la vida, la economía, las sociedades. Cuando llegue ese momento, parafraseando a Álvaro García Linera, esperemos que surja una nueva organización social deseada por las mayorías y que beneficie a todas las clases subalternas de ese mundo.


Aquiles Celis es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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