Por Betzy Bravo | Mayo 2023

La tiranía del mérito (2020) de Michael Sandel, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales y profesor de la Universidad de Harvard, es un ensayo sociopolítico que ofrece un detallado análisis de los problemas de la meritocracia, desde su concepción hasta sus efectos. Pese a que se centra en la meritocrática sociedad estadounidense, hay críticas esenciales que le vienen bien a México.

Sandel cuestiona el “sueño americano”, esa idea de que el talento y el esfuerzo conducen al éxito, una promesa ilusoria en una sociedad tan desigual como la estadounidense. El sueño americano descansa en el ideal meritocrático, éste afirma que el éxito es algo obtenido gracias a nuestro propio esfuerzo, de modo que creemos que merecemos lo que tenemos. Esto ocasiona que no haya empatía, pues si se afirma que cada persona es dueña de su propio destino, entonces se condena de alguna manera a quienes han tenido peores resultados sin reflexionar en cuestiones externas que sobrepasan el esfuerzo individual, como las crisis económicas, las enfermedades o las oportunidades heredadas. Sandel señala no solamente la falta de empatía o solidaridad debido al arraigado pensamiento meritocrático, sino que éste ha contribuido notablemente en una creciente desigualdad, pues la idea meritocrática va de la mano del mercado, que implica grandes desigualdades económicas y sociales.

Fue en los años ochenta, de acuerdo con Sandel, cuando se afianzó la visión de que el mercado otorga a cada persona lo que se merece. Así, el discurso meritocrático afirma que los mercados recompensan el mérito de cada persona. Esta ética meritocrática se fortaleció con los gobiernos de ‘centro-izquierda’ de Tony Blair y Bill Clinton, quienes pretendían posibilitar que las personas progresaran con base en su puro esfuerzo y talento. No obstante, Sandel cuestiona que haya posibilidades de establecer una meritocracia real en un país en donde la gente no tiene las mismas posibilidades de desarrollo, pues el 1% más rico de la población estadounidense absorbe más renta que el 50% más pobre. Además, ascender de la pobreza a la riqueza cuesta más que lo que dice la retórica del ascenso. Son pocas las personas que nacen pobres y logran escalar; la mayoría no logra incorporarse ni siquiera a la clase media. Sólo entre aproximadamente un 4% y un 7% asciende hasta el tramo más alto de la división de la sociedad (EEUU), y sólo un tercio llega a los tres tramos superiores. Sandel afirma que es más fácil que el discurso meritocrático se cumpla en China que en EEUU; en China hay una mayor movilidad intergeneracional que en EEUU: “China ha prosperado tan rápido que las probabilidades de que una persona mejore allí su posición social son considerablemente mayores que en Estados Unidos. Dado el crecimiento económico sin precedentes que ha vivido China desde 1980, esta conclusión no es tan sorprendente como parece.”

Esto indica que en la sociedad estadounidense no hay realmente una base sobre la cual se pueda establecer un esfuerzo que lleve a las personas a lograr lo que quieren, a diferencia de lo que Obama y Clinton proclamaban en sus discursos. Con esta desigualdad, el discurso de la meritocracia empieza “a sonar a hueco”, pues, por más que las personas se esfuercen, no tendrán los medios adecuados para ascender en los estratos sociales.

Por otro lado, el autor plantea que en una sociedad meritocrática, las personas ganadoras creen que han alcanzado el éxito gracias a su propio talento y esfuerzo, pero esto no significa que todo haya sido solo mérito suyo. ¿Qué hay de las madres, padres y profesores que las han apoyado? ¿Y de las instituciones estatales que garantizan conocimiento técnico y cultural? ¿Y de las cualidades y talentos innatos que no son producto exclusivo de su esfuerzo? ¿Y de la suerte de vivir en un ambiente que valora y recompensa las aptitudes que han demostrado tener? Estas reflexiones llevan a Sandel a destacar la importancia del bien común y a señalar que la sociedad debe fomentar dos sentimientos: gratitud y humildad, ambos difíciles de cultivar en una sociedad meritocrática como la actual. La humildad, para Sandel, “es el punto de partida del camino de vuelta desde la dura ética del éxito que hoy nos separa. Es una humildad que nos encamina, más allá de la tiranía del mérito, hacia una vida pública con menos rencores y más generosidad.”

A lo largo de su análisis, Sandel aborda más aspectos que ilustran los efectos perjudiciales de la meritocracia. Menciona que hace más de 60 años, el político laborista británico Michael Young escribió un relato en el que denunciaba la arrogancia meritocrática de las élites y su efecto corrosivo en el discurso público. Según Young, el sentimiento de frustración y las humillaciones experimentadas por los ciudadanos que se sienten desplazados por aquellos más sabios y capacitados llevarían inevitablemente a una revuelta populista contra la élite meritocrática. Según Michael Sandel, esto es exactamente lo que ocurrió cuando Reino Unido votó a favor del Brexit y los estadounidenses eligieron a Trump como presidente.

Hay muchos aspectos más que Sandel incorpora en su análisis, pero dado que ésta es una reseña y no un resumen, basta añadir que, en suma, el autor afirma que la igualdad de oportunidades no es real. Y que éste debiera ser el punto de partida para eliminar la meritocracia, es decir, que debieran brindarse oportunidades suficientes para toda la sociedad, así como valorar el esfuerzo de cada individuo. Su propuesta de solución no es concreta, pero su crítica es sólida; su llamado a valorar el bien común atañe a la sociedad entera, especialmente a la clase política.


Betzy Bravo es licenciada en filosofía por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Por Ollin Vázquez | Mayo 2023

En la primera semana de marzo del año en curso, se anunció que una planta de la empresa Tesla, que fabrica autos eléctricos de nueva generación, arribaría a Monterrey. Algunos expertos en la materia se mostraron entusiasmados ante las bondades que dicha inversión representaría para la economía mexicana; sobre todo, en la creación de puestos de trabajo, el aumento de la recaudación de impuestos y el incremento del número de coches de exportación “fabricados en México”. Por su parte, Martha Delgado, subsecretaria de Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos, enfatizó que la planta decidió situarse en México porque, a diferencia de Estados Unidos, no hay aranceles a la importación de insumos producidos en China, que son necesarios para el ensamblaje de esos vehículos; así también, por la cercanía que tendría con las instalaciones de la misma empresa en Texas; las facilidades que representa el Tratado Comercial entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC); entre otras razones[1]. Este suceso pone en evidencia la necesidad de una política industrial en nuestro país.  

El hecho se sitúa en un contexto donde los medios de comunicación y los estudiosos de la economía vislumbran un aumento de la inversión extranjera directa en México, a causa de (1) la preocupación de Estados Unidos por rehacer su industria para hacer frente a la amenaza a su hegemonía mundial por parte de China (y las políticas económicas proteccionistas que se llevaron a cabo con el mismo objetivo); y (2) la preocupación de los empresarios por crear resiliencia en las cadenas globales de valor, cuya necesidad se hizo evidente a raíz del Covid-19 y las fricciones comerciales entre Estados Unidos y otros países. En el primer caso, ya desde principios de 2012 se hizo presente la preocupación del gobierno de Obama por repatriar las empresas que se habían ido de dicho país en busca de menores costos productivos. En 2012, el mandatario estadounidense anunció en el foro Insourcing American Jobs que se llevarían a cabo una serie de medidas para incentivar a las empresas norteamericanas a regresar a su país para aumentar la inversión nacional; estas medidas comprendían incentivos fiscales, así como aumentos presupuestarios en el programa federal SelectUSA, destinado a aumentar la inversión nacional[2]. Más tarde, con la llegada de Donald Trump a la presidencia de EUA, abanderando el lema America first y diciendo abiertamente que en su gobierno se buscaría el re engrandecimiento de la manufactura norteamericana y la disminución del déficit comercial, se impusieron aranceles a China y  se renegoció el TLCAN (ahora T-MEC). Con ésta última medida se buscaba incentivar a las empresas que habían venido a México en busca de mano de obra barata, para que regresaran a su nación. En el segundo caso, ante el paro de las cadenas de suministro a causa de la pandemia de Covid-19 y la guerra en Ucrania, las empresas y los mismos gobiernos nacionales cambiaron sus objetivos de inversión, pasando de la búsqueda de menores costos productivos, a mayor estabilidad y acortamiento de las cadenas de suministro dentro de un mismo país o en lugares cerca de su mercado. Así lo expresó, por ejemplo, el presidente de la empresa Bosch en Estados Unidos, Mike Mansuetti, así como el aumento del número de empresas que anunciaron relocalizarse en Estados Unidos. Esto se hace más importante en la medida en que las interrupciones generan pérdidas de ganancias; se estima que las interrupciones en las cadenas de suministro durante la última década consumieron alrededor del 45% de los beneficios anuales de la empresa promedio[3].

En la literatura académica se suele creer que las empresas extranjeras que arriban a países subdesarrollados tienen el potencial de incrementar la productividad laboral y el PIB del país de acogida, gracias a (1) la irradiación de tecnología y conocimientos emanados de ese tipo de empresas; y (2) a las “externalidades positivas” que se generan por (a) los encadenamientos productivos de dicha empresa con la industria local que le puede proveer de insumos, o (b) por el aumento de la competencia en el sector en que se inserta la nueva empresa y en los sectores que proveen de insumos a dichas empresas. Sin embargo, este panorama nos muestra que es poco probable que la empresa Tesla genere encadenamientos productivos con las empresas nacionales, puesto que desde un inicio se situó en México por la facilidad para importar insumos más baratos de otros países y por la facilidad de comerciar con Estados Unidos sin restricciones arancelarias o comerciales de otro tipo. Es decir, no es tan apropiado decir que se “producirán carros” en México, sino que se ensamblarán las partes del carro como las maquiladoras de autopartes que ya existen en el país. De hecho, se estima que solo el 20% de los componentes por coche serán producidos en México[4]. Además, queda claro que la decisión de la empresa Tesla de arribar a México no es fruto de una política económica nacional, sino de las políticas proteccionistas de Estados Unidos y de la necesidad de acortar geográficamente las cadenas globales de suministro. Por tanto, puede decirse que al igual que las otras plantas ensambladoras de autopartes que existen en México, la empresa Tesla no generará beneficios en la economía mexicana más allá de los empleos que se generen con su apertura y los impuestos que se puedan recaudar de dicha empresa; en particular, no habrá incrementos en la productividad laboral a nivel nacional, que es un indicador de competitividad de la industria, ni habrá repercusiones directas en el crecimiento acelerado del PIB.

La economía mexicana, de acuerdo con datos del INEGI, ha tenido una trayectoria penosa al menos en los últimos doce años. De 2009 a 2021, la tasa de crecimiento del PIB en promedio fue de 1.8% y la tasa de crecimiento del PIB per cápita, de 0.3%. La productividad ha evolucionado de manera similar: de 1991 hasta 2020 tuvo una tasa de crecimiento promedio anual de -0.45% y entre los países de la OCDE, México se encuentra en el penúltimo lugar en productividad laboral, solo por encima de Sudáfrica. Como apuntan varios investigadores, este desempeño se explica por la falta de políticas diseñadas para modificar la estructura económica y reforzar la eficiencia, escala y competitividad de la industria nacional, es decir, por la falta de una política industrial que eleve el nivel de competitividad nacional. Esto tiene repercusiones importantes en la vida de la población mexicana porque también es causa de la escasez de empleo, ya no digamos bien remunerado, sino, incluso, solo aquél para absorber a la población mexicana que está en edad de trabajar y quiere laborar; así se explica que más de la mitad de la población ocupada esté laborando en el sector informal, con empleos mal remunerados y sin prestaciones sociales.

Desde la adopción de las políticas neoliberales, obligadas por el FMI, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de EUA (conocidas como el Consenso de Washington), México y la mayoría de los países latinoamericanos renegaron de la necesidad de realizar una política industrial activa. Mientras tanto, los países del sureste asiático emprendieron una serie de medidas impulsadas por el Estado para desarrollar su economía. De acuerdo con el reporte Building resilent supply chains, revitalizing american manufacturing, and fostering broad-base growth[5] publicado por La Casa Blanca, China ha empleado estrategias importantes para estimular su producción nacional e insertarse en eslabones de las cadenas globales de valor estratégicas, con mayor producción de tecnologías de avanzada y donde se tienen niveles más altos de productividad. Algunas de estas son, por ejemplo, la inversión pública en I+D, incentivos a la demanda interna, las asociaciones internacionales estratégicas y el apoyo a empresas nacionales en sectores estratégicos para que no sean eliminadas por la competencia mientras están madurando. Otro ejemplo es el de Taiwán en la producción de chips semiconductores, donde el Estado, además de invertir en I+D e infraestructura, dio subsidios para la instalación de empresas, que incluyeron 50% de los costos del terreno, el 45% de la construcción de instalaciones y el 25% en la producción. Algo similar ha ocurrido con Corea del Sur y Singapur.

El problema de no ponerle atención al desarrollo de la industria nacional es que México se ha vuelto dependiente y, al mismo tiempo, vulnerable a los capitales extranjeros. El gobierno se ha atado de brazos y es incapaz de realizar alguna política que afecte directamente los intereses del capital extranjero en México por miedo a que éstos se retiren; así, por ejemplo, se ha aplazado la aplicación de políticas impositivas de mayor trascendencia, se dan concesiones de tierras y otras condiciones, rogando al capital extranjero para que venga a invertir en México. El gobierno en turno no ha sido la excepción; de hecho, desde un inicio se menospreció el crecimiento económico y se prefirió una política de dádivas para comprar votos, por encima de la creación de políticas encaminadas a impulsar la industria nacional y el empleo bien remunerado y dignificante, lo que se tradujo en una disminución de la inversión pública del 19.8% del 2018 al 2023. Fue hasta la última semana de enero de 2023 que la Secretaría de Economía instó a cada Entidad Federativa a realizar su propio plan de trabajo para aprovechar las “oportunidades” que ofrecía la relocalización de algunas empresas extranjeras, principalmente asiáticas, por los problemas que enunciamos ya en párrafos anteriores: las políticas proteccionistas de Estados Unidos y la búsqueda de mayor resiliencia en las cadenas de suministro. Pero de apoyo a la industria nacional, a la micro y pequeña empresa, no se ha hablado. En 2020 se presupuestaron recursos para apoyarlas en dinero contante y sonante, sin embargo, se recortaron recursos dirigidos a mejorar la productividad (como el Programa para la Productividad y Competitividad, con un recorte de más del 95%), al desarrollo tecnológico de software (hubo subejercicio de más del 90% del programa PROSOFT) y activación del empleo (se redujo en 92% el programa de Apoyo al Empleo)[6]. Además, en 2021 se recortó el Programa Microcréditos para el Bienestar en 42% en términos reales.

México debe aprender de procesos de desarrollo exitosos como China, Corea del Sur, Singapur y Taiwán. Aunque es verdad que el marco institucional mundial no ayuda mucho para seguir un proceso similar al de estos países y puede generar hasta trabas, es mejor intentar aplicar una política industrial activa. Pero para ello se tiene que involucrar al pueblo organizado que respalde ese proyecto, que dicho sea de paso, es lo que los políticos y empresarios que gobiernan no quieren. De no ser así, las consecuencias de apegarse al Consenso de Washington, que se expresaron en la desindustrialización del país, las seguirán sufriendo el pueblo pobre de México. 


Ollin Vázquez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] https://cnnespanol.cnn.com/video/tesla-planta-monterrey-nuevo-leon-elon-musk-gobierno-redaccion-mexico/

[2] International Business Times. (Wed, 11 de January de 2012). Obama Proposes ‘Insourcing’ Jobs Back to U.S. International Business Times.

[3] Moser, H. (2022). Companies Ramp Up U.S. Investment and Reshoring Amid Continued Global Supply Chain Crisis: The latest manufacturing industry investments and business strategies point to a sustaining trend toward bolstering the North American supply chain. Applied Science & Technology Source Ultimate, 112(10), 34-37.

[4] https://www.clusterindustrial.com.mx/noticia/5919/todo-sobre-gigafactory-mexico-de-tesla-ubicacion-exacta-superficie-y-proveedores?fbclid=IwAR3REAp4jvkV9jTx3rThFTwGWEa-bpDh0fTtvvmHqpUvIwS1tbtG3Uc8ToY

[5] The White House. (January de 2021). Building resilent supply chains, revitalizing american manufacturing, and fostering broad-based growth. Report.

[6] https://businessinsider.mx/amlo-apoyos-mipymes-empresas-mexico-presupuesto-2021/

Mayo 2023

Todas las personas que habitan el estado de Guerrero son conscientes de que existe, de manera soterrada, una guerra cotidiana. Aunque las explicaciones de la existencia de esa guerra permanente puedan ser diversas, la guerra existe y se manifiesta de formas concretas. Enfrentamientos cotidianos, desapariciones de estudiantes, crimen organizado, policías comunitarias o violencia exacerbada, son únicamente botones de muestra que confirman el estado de excepción que se vive en este sitio.

Indagar en los orígenes y las causas históricas de la violencia excepcional en el Estado es una tarea, desde luego, complicada. Y pasa por entender la existencia de una violencia social particular y distinta al resto de los estados de la República puesto que en la región existe una inmensa red de caciques, acaparadores e intermediarios que han formado una élite, o una oligarquía, si se quiere, que ha controlado el estado bajo la moral de las armas.

Si la violencia social y política dentro de Guerrero no es endémica, es, por lo menos, histórica y tiene causas históricas que deben tratarse (y apuntar a su resolución) como tales. También es histórica la falta de oportunidades, la pobreza, la marginación, el dominio, el control y el desprecio de las élites por el pueblo; lo que conforma un escenario sumamente problemático en donde la ingobernabilidad y la inestabilidad son cotidianos ya que las relaciones entre los representantes de las oligarquías regionales no son siempre armónicas.

A pesar de la socorrida versión de la violencia en Guerrero como parte de la sociabilidad de los guerrerenses; es decir, de la existencia de un Guerrero bronco habitado por gente inclinada naturalmente a ser de armas tomar, valiente, aguerrida y sin miedo a la muerte; intempestiva e irresponsable, dominada por impulsos vesánicos, lo cierto es que hay variables más contundentes para explicar de cierta manera, la situación de violencia imperante desde hace muchas décadas.

Hay factores históricos mucho más contundentes que pueden explicar de mejor manera violencia en Guerrero. Uno de ellos es, sin duda, la guerra que el Estado empleó contra la insurgencia a partir de la década de 1970 y que comúnmente fue denominada como guerra sucia. La región del estado de Guerrero, debido a las condiciones sociales de la época, fue semillero de guerrilleros que optaron por la vía armada para tomar el poder durante esa década. Cuna del Partido de los Pobres y de las guerrillas rurales de Lucio Cabañas o Genaro Vázquez, los rebeldes de ese estado reivindicaron el reparto agrario, la autonomía de la comunidad y la lucha contra el caciquismo familiar que ejercieron las élites posrevolucionarias.

Las rebeliones populares impulsaron cierto tipo de violencia que puede leerse como la violencia ejercida de abajo hacia arriba, como respuesta a la opresión de los grupos dominantes. Sin embargo, como han estudiado Adela Cedilla o Carlos Illades, ninguna organización guerrillera pudo plantear realmente una revolución, ni siquiera planear una insurrección y nunca lograron conformarse como una amenaza real para la seguridad nacional.

Empero, la respuesta del estado para combatir a los focos guerrilleros rurales fue totalmente desmedida. La represión descarnada contra la guerrilla y contra el Partido de los Pobres fue la creación y el combate con cuerpos especializados, para terminar con ella mediante un ejercicio de despliegue militar sin precedentes que, como señala Carlos Illades, explica en buena medida la violencia de hoy.

Desde ese entonces, los aparatos estatales de represión no han cedido un palmo en su dominio y su control para evitar la emergencia de grupos guerrilleros radicales u alternativas políticas pacíficas, en una atmósfera irrespirable que ha costado y sigue costando vidas. Vidas como las de los luchadores sociales Conrado, Mercedes y su pequeño hijo Vladimir, asesinados cobardemente por los grupos delictivos insertos en una dinámica de violencia que parece no tener freno. Terminar con la violencia en el estado no es cosa fácil y no involucra solo al “crimen organizado”. Pasa por reformar las instituciones que “imparten” justicia, principal semillero de impunidad y criminalidad.


Aquiles Celis es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Mayo 2023

En una reciente entrevista realizada por Carmen Aristegui a José Manuel Salazar-Xirinachs, secretario ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el secretario expuso a grandes rasgos el programa económico que la CEPAL propone para la región Latinoamericana en respuesta a sus problemas crónicos de crecimiento, y, por ende, de informalidad, pobreza, y desigualdad. El programa, como bien dice el secretario, es bastante ambicioso en sus objetivos, puesto que conjuga medidas para atacar dos problemas en extremo importantes e impostergables, el cuidado del medio ambiente y la desigualdad y la pobreza. Las propuestas de la CEPAL bien merecen una revisión más detenida, puesto que esta institución, desde su origen en 1948, se ha dedicado a estudiar y atender los problemas económicos de la región, acumulando prestigio, rigor, experiencia y conocimientos invaluables.

No deja de llamar la atención, sin embargo, la vía que la CEPAL formula para materializar este ambicioso proyecto económico. La clave está, de acuerdo con el secretario, en las instituciones y la implementación pragmática de políticas económicas. “Tenemos que dejarnos de esos debates ideológicos de que, si esto es el mercado o el estado, o si es el sector público o el privado, y saber que son los arreglos institucionales los que importan, tenemos que creer en la magia de los buenos procesos, procesos bien diseñados de colaboración”-dijo el secretario en su reflexión final. Se trata pues, de encontrar las vías institucionales que pongan en contacto al sector público, privado, civil, y académico, para debatir problemas comunes, y consensuar las soluciones. Y no solo eso, sino que también hay que apelar al sentido pragmático, operando bajo las normas establecidas y con los medios al alcance. Solo por esta vía, se nos dice, es posible, por un lado, implementar medidas que reduzcan la desigualdad y la pobreza sin lastimar el crecimiento, y por el otro, asegurar que todos los sectores de la sociedad se beneficien.

Así pues, a una estrategia que se presenta como el punto de quiebre en el modelo de desarrollo de la región latinoamericana, se le conduce por la gastada vía de los arreglos institucionales, de la colaboración entre “sectores”, por no decir “clases”. Es una vía que continúa propugnando por no ir más allá de lo que pueda enturbiar el “clima de inversiones”. Que nos llama a evitar a toda costa hacer política que destruya la economía. Que enfatiza que no puede haber avances en la disminución en la pobreza si no se crea riqueza.

A pesar de sus intentos de depurarse de ideología, la CEPAL no puede escapar a ella. ¿Qué significa destruir la economía? Significa poner restricciones a las decisiones empresariales de las grandes corporaciones supranacionales que hoy por hoy rigen los designios de los países. ¿Y qué política destruye la economía? Aquella que no entienda ni atiendan las necesidades de la “economía”, que no son mas que las necesidades de los dueños del dinero. Lo políticamente viable, pragmático, es presentar a los dueños del dinero oportunidades atractivas de inversión, para que se produzca riqueza, se cree empleo, se reduzca la informalidad, y así aumente el bienestar. Se habla así de fomentar “alianzas innovadoras” y una “renovada cooperación internacional”. En fin, renovar el contrato social, incorporando a los imperativos “económicos” las necesidades de “sectores mayoritarios”. El mismo lenguaje se muestra escurridizo. 

Pero ¿puede un sistema cuya preocupación es la ganancia y no el bienestar humano, en el que vale más el producto del trabajo y no la reproducción de su creador, que bien podría continuar produciendo y acaparando riqueza sin temor de acabar con el planeta y la especie humana, ofrecernos también la panacea de políticas públicas capaces de domar su ansia de ganancia en pro de la humanidad y el ecosistema? Este camino ya lo hemos recorrido. Se trata de las manidas “transformaciones desde arriba” o “revoluciones cupulares” que nunca faltan pero que siempre fallan.


Tania Rojas es economista por El Colegio de México e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Por Jesús Lara | Mayo 2023

¿Vale la pena seguir estudiando y debatiendo la naturaleza de la llamada globalización neoliberal a más de cuatro décadas de su afianzamiento en el mundo? A la luz de los eventos más recientes, cuando todos los días se habla de “desglobalización”, y se avizora un nuevo protagonismo del estado en la economía, parecería que no. Y, de hecho, esto sería correcto si definimos a la globalización neoliberal como “capitalismo de libre mercado y desregulado”. Desde esta concepción, los límites que el estado pone al capital y su libre funcionamiento son lo determinante.

Sin embargo, un análisis más profundo revela que, aunque importante, el papel y la actitud del estado ante el capital son secundarios, y que lo primordial en cada transformación del capitalismo son los cambios que se operan en el proceso material de producción y su relación con las tendencias objetivas del sistema capitalista, así como su expresión en el terreno de la lucha de clases. En otras palabras, lo que se argumenta en este trabajo es que el neoliberalismo globalizado se sostiene sobre una forma específica de organizar la producción, que responde a las posibilidades tecnológicas y a las necesidades impuestas por la competencia capitalista a escala global.

Esto permitiría explicar por qué no basta la llegada de gobiernos progresistas para eliminar al neoliberalismo, o que, como vemos en la actualidad, el gobierno de Estados Unidos, el más poderoso del mundo, a pesar de su nueva retórica nacionalista, industrialista y anti-china, sea absolutamente incapaz de relocalizar todas las cadenas de producción o al menos una parte considerable de ellas en su país: en el fondo saben que de intentarlo de verdad sus nuevos esfuerzos imperialistas estarían condenados a un fracaso rotundo. Así, pues, como la base material del neoliberalismo no se ha transformado totalmente, es necesario seguir estudiando la naturaleza del mismo y sus constantes transformaciones.

¿Ahora bien, cuál es esa base material y cómo surgió? El contexto es la crisis capitalista de los años setenta del siglo pasado: el modelo fordista, que se basaba en la producción en serie de mercancías estandarizadas para el mercado interno y con una fuerza de trabajo estable y sindicalizada, comenzó a mostrar sus límites: por un lado, la clase obrera, bien organizada en torno a demandas económicas en un contexto de bajo desempleo, provocó un descenso en la tasa de ganancia en los países capitalistas centrales. Por otro lado, la emergencia de Japón, Alemania y otros países de Europa occidental como potencias exportadoras industriales implicó un aumento importante de la competencia entre los países centrales, que hizo cada vez más difícil a los capitales individuales ceder antes las demandas de los trabajadores.

Así, ante crecientes costos laborales e intensificación de la competencia internacional, los grandes capitales de los países centrales comenzaron a buscar formas de aprovechar las inmensas reservas de fuerza de trabajo barata y disciplinada disponible en los países de la periferia capitalista. Pero esto no fue todo: tal relocalización de la producción y su organización en complejas redes globales hubiera sido imposible sin los cambios tecnológicos que en esos años alteraron radicalmente el proceso capitalista de producción: nos referimos a los avances provocados por la revolución microelectrónica, que aceleró los procesos de computarización y robotización en la producción industrial, así como el desarrollo de las tecnologías de la información y la reducción en los costos de transporte, que facilitaron la coordinación de actividades productivas localizadas a miles de kilómetros de distancia unas de otras (Starosta, 2016).

A grandes rasgos, estos cambios tecnológicos aumentaron enormemente la diversidad de tipos de trabajo concreto necesarios para la producción de cada mercancía. Por un lado, el trabajo más calificado, encargado de codificar en la máquina herramienta el conocimiento y las acciones que previamente poseía y realizaba el trabajador manual, se elevó enormemente en importancia. Del mismo modo, el trabajo propiamente intelectual, dedicado a la investigación y desarrollo (I+D), era indispensable para realizar las potencias de la automatización contenidas en la revolución microelectrónica. Por otro lado, estos cambios implicaron la reducción importante del trabajo propiamente manual; pero esto no fue ni ha sido uniforme: muchas etapas de los procesos de producción se resistieron y resisten, en menor o mayor medida, a la mecanización: el trabajo manual sigue siendo necesario completar los valores de uso, pero es un trabajo cada vez más simple y repetitivo. La consecuencia de esto fue que la clase obrera del período “fordista”, más o menos homogénea, en la que las diferencias entre trabajadores “calificados y no calificados” no eran suficientes para estratificar sustancialmente a la clase, dejaba lugar a una clase obrera enormemente segmentada en virtud de las crecientes diferencias cualitativas en los procesos industriales de producción.

Esto llevó al capital global, en palabras de Guido Starosta (2016:87), “a dispersar las diferentes partes del proceso de trabajo de acuerdo con las combinaciones de costos relativos más rentables y los atributos productivos de los fragmentos nacionales de la clase obrera global, dando origen a la [Nueva División Internacional del Trabajo] NDIT”. En otras palabras, no solo el diferencial de salarios entre los países industriales y el resto del mundo fue fundamental, sino las diferentes cualidades de las clases trabajadoras nacionales: desde su preparación educativa-científica y experiencia industrial, hasta su disciplina con respecto al capital: todo esto resultado del proceso histórico de formación y desarrollo de las distintas clases obreras nacionales, colectivamente explotadas por el capital global. Este, pues, fue el origen de la última gran etapa de globalización capitalista.

¿Y bien, qué tiene que ver todo esto con el neoliberalismo? La clave es que, aunque el cambio tecnológico hacía necesaria la dispersión de la producción a diversas partes del mundo, para realizarse era necesario primero barrer con todas las resistencias nacionales a esta dispersión. Tales obstáculos eran las restricciones a la libre movilidad de mercancías y capitales, así como la oposición de las clases trabajadoras nacionales. Los programas de liberalización comercial y financiera, así como la austeridad, piedras angulares del Consenso de Washington, fueron los mecanismos por medio de los cuáles se eliminaron definitivamente esas  limitaciones. Por lo tanto, globalización y neoliberalismo no son dos cosas distintas, sino dos procesos históricos que resultaron de las transformaciones materiales del proceso de producción encaminadas a aumentar la producción de plusvalor por parte del capital total global.

Y, por el momento, esta base material aún no ha cambiado: esto se puede observar claramente, como se mencionó al inicio de este artículo, en la esterilidad de las medidas norteamericanas para recuperar la producción industrial-manual que abandonó su país y se desarrolló fuera de él en las últimas cuatro décadas. Los grandes capitales globales no se pueden dar el lujo de renunciar a las combinaciones de fuerza de trabajo nacionales que les permitan minimizar sus costos, so pena de reducir su capacidad de valorización y, eventualmente, sucumbir en la competencia contra otros capitales.

Este enfoque también sirve para aproximarse sobre una base más rigurosa a coyunturas tan importantes como el llamado nearshoring: ¿por qué México, en lugar de experimentar una desarrollo industrial acelerado (como Vietnam), reproduce su patrón de economía maquiladora que se dedica ahora a ensamblar productos semiterminados provenientes de China? De forma más general, este enfoque, que se centra en el estudio del proceso de trabajo y las características de la clase obrera, permite aproximarse sobre bases sólidas al estudio de la estratificación de las unidades productivas en el capitalismo neoliberal, que se captura en el concepto de Cadena Global de Valor (CGV) o de Suministro (GCS): ¿qué determina los patrones de especialización de determinado país o región y, por lo tanto, la dirección de su desarrollo capitalista?

En conclusión, desde una perspectiva marxista podemos sostener que ni la globalización ni el neoliberalismo pueden darse por muertos a pesar del giro estatista y nacionalista en los países imperialistas. Más aún: se vuelve indispensable aproximarse al capitalismo contemporáneo estudiando la evolución de los procesos globales de producción de la forma más concreta posible. Solo así será posible captar tanto las posibilidades de desarrollo a escala nacional como el papel que desempeña cada fragmento nacional de la clase obrera mundial y, por lo tanto, las principales limitaciones o potencialidades para su organización, educación y lucha. La globalización de la producción llegó para quedarse, pero su gestión no puede quedarse a cargo de los centros del imperialismo global: la formación de un mundo multipolar con China a la cabeza puede representar la señal de una transformación progresista en este sentido.


Jesús Lara es economista por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Referencias

Starosta, G. (2016). Revisiting the new international division of labour thesis. The new international division of labour: Global transformation and uneven development, 79-103.

Por Betzy Bravo | Mayo 2023

La caza de brujas es una trágica realidad histórica en la que miles de mujeres han sido víctimas. En dicho proceso se ha asesinado a más de cien mil mujeres. A pesar de ser un crimen atroz, no ha recibido tal veredicto, se representa a través de leyendas y mitos que, si bien perpetúan la imagen de la caza, no valoran el hecho desde la crítica. La caza de brujas fue una persecución impulsada por el Estado y la Iglesia en muchas comunidades de Europa occidental entre los siglos XV y XVIII. A partir del siglo XVI, esta práctica se trasladó a Brasil, Colombia y Perú, donde se utilizó como instrumento de conquista y expropiación.

El suceso fue registrado magistralmente por Silvia Federici en su libro Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria, en donde analiza la persecución y el asesinato de decenas de miles de mujeres acusadas de brujería durante los siglos XVI y XVII en Europa. La metodología de la filósofa está basada en la crítica de la economía política de Karl Marx; en la base de las matanzas y las torturas Federici encuentra relaciones económicas: la transición del feudalismo al capitalismo y la consolidación de éste. Las mujeres representaban, para los señores burgueses, un impedimento para el afianzamiento del capitalismo, pues eran quienes mayormente se resistían a que sus esposos o sus hijos dejaran su propiedad privada personal y familiar en pos de vender su fuerza de trabajo a la burguesía naciente. La caza de brujas sirvió entonces para afianzar la disciplina en las relaciones laborales del emergente sistema económico.

Se trató de un ataque directo a la autonomía de las mujeres y a su capacidad de controlar sus vidas y sus cuerpos. Las mujeres eran acusadas de brujería y sometidas a torturas extremadamente crueles para obtener confesiones que, por lo regular, eran falsas. Los métodos de torturas se perfeccionaban con el tiempo y contribuyeron al desarrollo de técnicas en la medicina. Las torturas podían consistir en el pinchamiento con largas agujas por todo el cuerpo, en busca de “marcas del diablo”, en violaciones para verificar su virginidad, en el desmembramiento de partes íntimas y el rompimiento de huesos.

La caza de brujas ha resurgido. Durante los años 90, en África e India se registró un aumento sin precedentes en las acusaciones y ataques a mujeres acusadas de brujería. Se estima que, en África, al menos 23 mil mujeres acusadas de brujería fueron asesinadas entre 1991 y 2001. Desde 2008, en Tanzania, el número de asesinatos por supuesta brujería se ha disparado, se estima que 5 mil mujeres fueron acusadas y asesinadas. Actualmente, unas 3 mil mujeres se encuentran exiliadas en campamentos de brujas al norte de Ghana, obligadas a huir de sus comunidades dadas las amenazas de muerte y las acusaciones infundadas. Los movimientos contra las brujas en África comenzaron durante la época colonial, cuando se introdujeron las economías monetarias que crearon nuevas formas de desigualdad.

Según Silvia Federici, la caza de brujas ha reaparecido debido a la desintegración de la solidaridad comunitaria y a la creencia de que la pobreza es causada por los defectos personales o la acción maligna de las “brujas”. Sin embargo, la verdadera causa de la pobreza en África no son las “brujas”, sino la campaña contra la agricultura de subsistencia, promovida por el Banco Mundial. Federici sostiene que, en lugar de responsabilizar a las “brujas” por la pobreza, se debe trabajar en conjunto para abordar las verdaderas causas de la desigualdad y la injusticia en nuestras sociedades.   


Betzy Bravo es licenciada en filosofía por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Mayo 2023

Después de que el 16 de mayo se llevara a cabo el juicio político contra el presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, en el que se le acusaba de peculado (malversación de recursos públicos), el ejecutivo tomó la decisión de hacer uso de una figura legal establecida en la constitución ecuatoriana conocida como “muerte cruzada”. Esta permite al jefe de Estado disolver la Asamblea Nacional si considera que está obstaculizando su capacidad de gobernar, aunque como contraparte el presidente tiene la obligación de convocar a nuevas elecciones generales (se elige presidente, vicepresidente y legisladores), misma que tiene un plazo máximo de 90 días para llevarse a cabo a partir del decreto de la muerte cruzada. La oposición, por su parte, asegura que es inconstitucional la medida que ha tomado el presidente, que ha usado la muerte cruzada como escudo para no afrontar el juicio que el Congreso realizó en su contra, y que en caso de perder habría significado su destitución directa. Lo cierto es que, a pesar de ello, el pueblo ecuatoriano ha recibido la muerte cruzada con los brazos abiertos, pues, aunque de modo diferente, también implica la revocación de mandato del presidente.

En este sentido, surge la pregunta ¿por qué pareciera que, aunque no hubiera existido juicio alguno, el pueblo y la oposición habrían estado dispuesto a llegar muy lejos con tal de presenciar la retirada de Lasso? La respuesta es que el caso por el que se le acusa solo representa la forma más acabada, más visible, de un periodo presidencial manchado de sangre, corrupción y pobreza. Son las muertes y la desgracia en la que vive el país, el verdadero caso de corrupción, el delito de fondo por el que, de acuerdo al pueblo ecuatoriano, Lasso debe pagar. Ese es el sentimiento popular, el más general, el que está detrás de un juicio que en apariencia se definió en las altas esferas de la política. Así, pues, ver a Lasso fuera del gobierno significa una verdadera victoria para una sociedad que, como veremos a continuación, ha sufrido mucho con este gobierno.

Sin duda lo que más ha llamado la atención de este gobierno, es el nivel de violencia que ha alcanzado en menos de dos años de gestión. De acuerdo con el portal InSight Crime Ecuador cerró el 2022 con el índice de violencia criminal más alto desde que hay registro. En ese año el país reportó 4 mil 603 muertes violentas, lo que significa una tasa de 25.9 casos por cada 100 mil habitantes, un aumento de 82.5 por ciento si se compara con las 13.7 muertes violentas del año previo (2021) y 500 por ciento más si se compara con 2017, último año de gobierno de Rafael Correa. Estos datos ubicaron a Ecuador como el país con mayor crecimiento de violencia criminal en 2022 en América Latina (Primicias, 2023).

Por su parte, el gobierno ecuatoriano, en un intento por quitarse responsabilidad, ha mencionado que el principal causante de las olas de violencia es el narcotráfico, y aunque en parte esto es cierto, no hay que olvidar que el narcotráfico no es un problema exógeno al marco de las políticas públicas. Así lo ratifica Mario Pazmiño, exdirector de Inteligencia de Ecuador, quien menciona que ante el problema del narcotráfico “el principal problema es que hay falta de decisión política del Estado para hacer frente directamente al fenómeno”. Pone énfasis en la inexistencia de políticas que garanticen la cobertura de las fronteras norte y sur del país (compartidas con Colombia y Perú, respectivamente)[1] que es por donde ingresa la cocaína que posteriormente se exporta desde Ecuador[2]; además, menciona la falta de control en las cárceles ecuatorianas, que se han convertido en centros donde se dirimen guerras por el control de mercados para el narcotráfico.  

El problema de violencia ha permeado en los diferentes sectores de la economía y en las perspectivas de los inversores. En Esmeraldas, por ejemplo, una de las provincias más afectadas por este fenómeno, 10 de las principales actividades económicas registraron contracciones en las ventas y exportaciones. De acuerdo con Jorge Benítez, presidente de la Cámara de Turismo de la provincia de Esmeraldas, el impacto de la violencia ha sido mayor que el de la pandemia por Covid-19. Las actividades profesionales son las que presentan el mayor perjuicio. Entre enero y agosto de 2022 los ingresos de este rubro fueron de 24 millones, 20 por ciento menos (7 millones de dólares) con relación al mismo periodo en 2021 (Primicias, 2022). Otros sectores que han sufrido contracciones en su facturación son la manufactura, servicios administrativos, enseñanza, actividades inmobiliarias y turismo. La reducción de las ventas y exportaciones de estas actividades se debe a que los negocios afrontan amenazas y extorsiones. Según Benítez, 70 por ciento de los negocios han sido extorsionados, lo que implica pagos de cuotas semanales, así como cerrar los negocios hasta cuatro horas antes del horario habitual.

Lo descrito ha llevado a que el riesgo país de Ecuador llegue a 1 mil 950 unidades en marzo del año presente, 705 puntos más que enero del mismo año donde había alcanzado los 1 mil 245 puntos, siendo el segundo país con peor puntuación en Latinoamérica[3]. Por esta razón, a diferencia de las expectativas del presidente Lasso en su Plan de Creación de Oportunidades donde avizoraba un crecimiento de la Inversión extranjera directa (IED) de 1 mil 500 millones de dólares al año, en 2022 apenas llegó a 51 millones de dólares, una contracción del 67 por ciento respecto al 2021, de acuerdo al Banco Central del Ecuador.

La mala situación económica y de seguridad que atraviesa Ecuador ha condicionado el bienestar de la sociedad en general, reflejándose en otros indicadores sociales como la desigualdad. A partir del 2021 el país ocupa el tercer lugar de los países más desiguales de la región, solo detrás de Colombia y Brasil. La corrupción también es otro elemento para tomar en cuenta. En el gobierno de Lasso, Ecuador pasó del lugar 93 al 101 en la lista de países más corruptos, a pesar de que al inicio de su gobierno prometió llevar al país al puesto 50 (Datosmacro, 2023).

Como se ha observado son muchos los factores que condenan la gestión política de Lasso, un gobierno neoliberal que, como es propio de estos, ha antepuesto el equilibrio fiscal y el pago de la deuda externa a las demandas de salud, educación, servicios básicos, infraestructura y seguridad, que han sido exigidas a lo largo de su gestión. De ahí se explica la contundente derrota que sufrió en la Consulta Popular que realizó en febrero del presente año, que tenía como propósito darle una bocanada de oxígeno a un gobierno en franco declive, con apenas 13.9 por ciento de aprobación (Razón, 2023). Seguramente ese hubiera sido el mejor momento para darse cuenta de su incapacidad para liderar un país y renunciar, tal como se lo exigía el país, sin embargo, su vanidad y deseo de poder pudieron más. Hoy el pueblo ecuatoriano se la cobra doble y deja constancia, como lo ha hecho en otras jornadas, del alcance que tienen las masas cuando tienen el poder en sus manos[4].


Christian Damián Jaramillo Reinoso es economista por la UNAM. Opinión invitada.

[1] De acuerdo a la Oficina de la Política Nacional para el Control de Drogas de Estados Unidos (ONDCP) al día de hoy Colombia y Perú son los mayores productores de cocaína en el mundo.

[2] De acuerdo a la Oficina de Drogas y Crimen de las Naciones Unidas (UNODC) Ecuador se ha convertido en el principal exportador de cocaína hacia Europa.

[3] El riesgo país es un indicador que los inversionistas toman en cuenta a la hora de colocar su capital, le indica el nivel de confianza de los mercados, a mayor riesgo menos confianza y viceversa.

[4] La Asamblea Nacional ecuatoriana, quien interpuso el juicio político contra Lasso, estaba conformada mayoritariamente por el partido de La Revolución Ciudadana, mismo que representa los intereses de las clases populares.

Referencias

Datosmacro. (20 de enero de 2023). Obtenido de https://datosmacro.expansion.com/estado/indice-percepcion-corrupcion/ecuador

Primicias. (7 de noviembre de 2022). Obtenido de https://www.primicias.ec/noticias/economia/esmeraldas-caida-ventas-exportaciones/

Primicias. (16 de enero de 2023). Primicias. Obtenido de https://www.primicias.ec/noticias/en-exclusiva/ecuador-incremento-muertes-violentas-latinoamerica/

Razón, L. (08 de mayo de 2023). Obtenido de https://www.la-razon.com/mundo/2023/05/08/ecuador-guillermo-lasso-recibe-record-bajo-de-aprobacion-en-ultimo-ano/

Mayo 2023

Quizás uno de los elementos que nos permiten distinguir con claridad a la música popular de la que no es popular se encuentra en la creación. Aunque parezca obvio, es importante subrayar que la música popular, en cualquiera de sus expresiones, fue creada por el pueblo o para el pueblo. No estoy de acuerdo con los que afirman que la diferencia está en la calidad: “si es popular, entonces su calidad es deficiente”. Lo más común es generalizar; “todo lo que no es popular es inteligente, sano y loable”. Esto es una verdad a medias. Es cierto que la música que ha fomentado las clases altas, incluido en algunos momentos la de la burguesía, tiene la cualidad de la especialización, su profesionalización; es decir, generó condiciones para formar artistas de tiempo completo. Pero también es cierto que no toda la música auspiciada en estas circunstancias puede ser considerada siempre como superior en términos morales o de alta cultura. Mozart también se divertía y creó: “Leck mich im Arsch”, que algunos muy propios traducen como “bésame el trasero”. Se trata de un canon de una serie de al menos seis, escritos en Viena en 1782. Compuesto para ser cantado por seis voces como una ronda en tres partes, se cree que es una pieza escrita para sus amigos. El título lo dice todo. Agreguemos que existe música académica que tampoco alcanza las “grandezas espirituales” a las que normalmente llega una buena parte de ella.

Y esto mismo ocurre con la música popular. Generalizar es un error muy común. Aunque el género popular es un universo por sí mismo, histórica y geográficamente hablando, su génesis es común: informal, espontáneo, divertido, burlesco, pícaro, procaz, frenético… popular, pues, en el sentido amplio de la palabra, pero también artístico. Acaso sin proponérselo varias expresiones de música popular alcanzan la misma grandeza poética —en el caso de la música con letra— y técnica que la música de concierto. Algunos icónicos compositores han aceptado abiertamente influencias de la música popular. Aún más, no existe casi ningún género que no haya asimilado otros, lo más común es que la influencia de unos géneros de luz a otros más. En eso consiste, a fe mía, la cultura: en la amplitud, en la variedad de degustación. Esto tiene que ver, irremediablemente, con los alcances educativos y, desde luego, los medios económicos que tengan los individuos.

Ahora bien, dejemos sentado que la música académica busca por sí misma la calidad, en varios sentidos. La popular, no, aunque, como dijimos, puede conseguirla. La razón es que la música popular es expresión inmediata de la alegría, tristeza, temor… un sinfín de sensaciones y sentimientos. En la mayoría de las ocasiones, la monotonía del trabajo de las clases populares les conlleva a crear música bailable, que estalle en jolgorio, en lo dionisíaco para romper con lo rutinario de las jornadas laborales.  

Por otra parte, es casi una obviedad decir que la inspiración de los artistas populares la obtendrán de su propio medio social. Los temas de la música popular, por ejemplo, del cine de oro mexicano (1936-1956) serán muy diferentes a las de música de nuestros días. Las causas son evidentes: en aquella época no existía una sociedad inundada de narcóticos. Como se sabe, la cultura es, en última instancia, reflejo de la sociedad.

En este sentido, la polémica se ha abierto por el sorprendente ascenso en las listas de popularidad del corrido tumbado, género auténticamente popular censurado por su excesiva preferencia por temas relacionados con las actividades del narcotráfico, su normalización. Pero, justamente, esta normalización ocurre porque en la vida social así pasa. En varias regiones del país coexistimos con esta problemática cotidianamente. Su popularidad nacional e internacional obedece a eso y también a que las aspiraciones que se proyectan en aquellas letras son idénticas a las que anhelan todas las clases sociales bajas de este y otros países donde impera una asfixiante desigualdad: “para salir de la miseria y gozar el despilfarro, ser temido y amado, sólo en el narcotráfico”, fuera de eso, las opciones parecen muy estrechas y adversas.

He sostenido en otros espacios que “la censura” generalizada que promueven algunos sectores considerados a sí mismos como “ilustrados” no es consecuente; se escandalizan por la trivialidad de los temas, sin decir una sola palabra sobre el contexto que los genera. En el fondo, esa condena esconde el más descarado de los clasismos, y es posible que no tengan ningún interés ni por la cultura ni por la sociedad. Reproducen fielmente el individualismo influido por la lógica del capitalismo: la burguesía y sus políticos peleles monetizan la cultura popular para jugosas ganancias individuales.

Una genuina preocupación por romper este posible estancamiento cultural pasa por el cultivo generalizado de las bellas artes entre las clases trabajadoras marginadas, con la implicación, desde luego, de combatir sus rezagos económicos y sociales. Hasta entonces, solo quejarse por lo bélico de la música popular es sobradamente inútil.


Marco Antonio Aquiáhuatl es historiador por la Universidad Autónoma de Tlaxcala.

Por Arnulfo Alberto | Mayo 2023

He leído entre los economistas dominantes y entre los intelectuales orgánicos del sistema que el capitalismo mexicano no está lo suficientemente desarrollado. También he escuchado esta idea entre el pueblo que a veces, acríticamente, repite la expresión. Pero ¿qué de verdad hay en esto?

En este breve texto, quiero cambiar un poco la perspectiva dominante y argumentar que el capitalismo en su forma neoliberal ya dio lo que tenía que dar. En otras palabras, el neoliberalismo más rapaz en México ya alcanzó el grado de madurez que debió alcanzar históricamente, considerando todas las restricciones internas y externas. Me atrevo a hacer esta afirmación porque sé que el neoliberalismo aún puede ser profundizado en mayor grado, pero los efectos no serán diferentes. En una definición que se atribuye al físico Albert Einstein, estupidez es seguir haciendo lo mismo y esperar resultados distintos.

Marx elaboró en su obra cumbre, El Capital, una poderosa teoría del modo de producción capitalista. Está teoría se concibió para entender el proceso de desarrollo de las contradicciones capitalistas principalmente en Inglaterra, el centro del capitalismo mundial de la época, y quizá para el caso de los países de Europa Occidental. Sin embargo, este marco teórico, aunque sirve para explicar en términos muy generales otros contextos en ciertos momentos, hay especificidades en algunos lugares y regiones que no atrapa y para las que tenemos que relajar algunos de los supuestos más fuertes que se hacen en El Capital. Veamos el caso mexicano.

En El Capital se asume una relación solo entre trabajador asalariado y dueño de los medios de producción. También se asume que el salario del trabajador es el prevalente en el mercado. Sin embargo, en el contexto mexicano, el 23% de la población ocupada no recibe una remuneración por su trabajo de acuerdo a datos de INEGI. La población ocupada en el sector informal, es decir, aquel sector que no cumple con las regulaciones laborales es de 56.2%. Además, aun asumiendo cierto grado de centralización y concentración de capitales en la economía, es difícil ignorar que el 95% de las unidades económicas son microchangarros, es decir, que emplean a menos de 10 trabajadores, según datos de los Censos Económicos 2019. En estas unidades se encuentra ocupado al menos un tercio de los trabajadores. Todos vemos en nuestras ciudades y pueblos, calles repletas de tianguis y puestos en las calles que permanecen igual así pasen 5 o 10 años. Es decir, aun considerando que hay acumulación de capital en la economía, hay reproducción del “changarrismo”.

¿Significa esto que México no es un país capitalista o que el capitalismo no está lo suficientemente desarrollado? Para nada, mi tesis es que México es un país capitalista, porque la lógica de producción por la ganancia es la dominante, pero no es la única lógica. Para millones de personas, la lógica es sobrevivir, llevar el pan a la mesa sin importar el medio o la vía. Eso explica la reproducción no sólo de las actividades de subsistencia, sino también, la reproducción de la violencia y la delincuencia como mecanismos de sobrevivencia.

Es claro que el capitalismo mexicano no es el del libro de texto. Más bien es un neoliberalismo que, como lo han descrito recientemente algunos teóricos de países pobres, racional o irracionalmente combina, por un lado, industrias altamente tecnificadas y conectadas con el resto del mundo y por el otro, reproduce un sector de subsistencia que apenas y sobrevive. Al final de cuentas el capitalismo periférico es el dominante en el mundo. Los capitalismos “sin changarros” son los menos; solo los podemos encontrar si acaso en Norteamérica, en Europa y algunos países de Asia en un mar de neoliberalismos de changarro, capitalismos incapaces de crear empleo para su población, ya no digamos explotarlos. Ya incluso la ONU alertó de los peligros de la informalidad laboral como desafío en el siglo XXI. Una población excedente sin empleo ni medios de subsistencia representa una amenaza para las clases privilegiadas.

Para entender mejor nuestra realidad, quizá sirva apoyarnos en otros desarrollos teóricos a partir de la teoría marxista en países del mundo pobre. En India, donde el sector informal representa al 80% de la población no agrícola, se han venido retomando los conceptos de producción capitalista y no capitalista. La primera opera bajo la lógica de la ganancia y la acumulación y la segunda, bajo una lógica de subsistencia.

En esta concepción, que también puede encontrarse en el mismo Marx una vez que relajamos los supuestos más fuertes, el capitalismo reproduce no sólo a las actividades de acumulación o que buscan la ganancia sino también a las actividades de subsistencia. Las reproduce al reproducir una población excedente que no halla cabida en las empresas capitalistas, pero aquí no solo me refiero al ejército industrial de reserva sino también a una población sobrante que no es funcional al propio capital, más bien representa un amenaza para su estabilidad.

Acumulación y subsistencia son dos caras de la misma moneda, de la misma realidad. Estas categorías no son rígidas, es decir, una persona o empresa puede operar bajo una lógica de búsqueda de ganancia y en otro periodo de tiempo puede caer en la economía de subsistencia, acorde con las cambiantes condiciones del mercado. O puede permanecer durante toda su vida en la economía de la subsistencia, como muchos campesinos o vendedores ambulantes, a quienes la muerte encuentra primero antes que un empleo formal en una empresa capitalista. El capitalismo reproduce la producción de subsistencia por dos vías muy generales. Una, por medio de la continua desposesión de la población de sus medios de trabajo, es decir, la apropiación legal o no de tierra, recursos naturales, recursos monetarios, etc. Y por otro lado, por la provisión de programas sociales como transferencias monetarias y, en general, la redistribución que el estado hace hacia las capas más empobrecidas. Marx habló en El Capital de la acumulación primitiva como condición necesaria para el surgimiento del capitalismo en Inglaterra. En esta nueva concepción, la acumulación primitiva no es cosa del pasado, sino que sigue ocurriendo a día de hoy, pues el capitalismo no se concibe sin el despojo continuo de poblaciones enteras. Lo trágico es que el capitalismo sigue separando a los productores directos de sus medios de trabajo, pero no les ofrece trabajo a cambio, generando una población excedente que tiene que arreglárselas para sobrevivir.

Las administraciones neoliberales, incluida la de Andrés Manuel López Obrador, han operado y operan bajo esta lógica de querer acelerar el desarrollo capitalista, pero la historia ha comprobado que el capitalismo neoliberal ya dio lo que tenía que dar. El modelo neoliberal se implanta en México en la década de los ochenta. A partir de ahí se viene ola tras ola de las llamadas reformas estructurales, liberalizando la economía, abriendo la competencia a prácticamente todos los sectores, firmando tratados comerciales con cuanto país existe en el mundo. Todo esto para llegar a la nueva conclusión de que se requieren aún más reformas estructurales, aún más competencia, aún más apertura con el mundo, y así ad infinitum. Algún observador crítico alguna vez dijo que, si el libre mercado hacía rico a los países, México debería ser un país rico pues tiene firmados tratados comerciales con 50 países en el mundo y es reconocido como una de las economías más abiertas del planeta. El geógrafo Jamie Peck lo resume así: el neoliberalismo fracasa hacia adelante, es decir, con más liberalización, con más flexibilización, en suma, con más capitalismo.

Lo cierto es que el desarrollo histórico de los países no es unilineal. Esto es, hay muchas vías de desarrollo capitalistas y no capitalistas. Trotsky desarrolló una teoría muy influyente de desarrollo desigual que trataba de explicar las diferencias en el “progreso” que tomaban los distintos países en su ruta por la historia. Hoy contamos con la experiencia soviética, que nos muestra que no tenemos que pasar necesariamente por ciertas etapas para alcanzar el tan anhelado desarrollo económico. Ellos pasaron de un “protocapitalismo” a un socialismo avanzado económicamente en cuestión de generaciones. No estoy afirmando que repitamos la experiencia soviética, sino más bien que hay muchos caminos al futuro y que no hay nada que esperar, más que prepararnos intelectualmente y conocer la realidad lo mejor posible. Al final de cuentas, es el pueblo consciente política y científicamente el que debe tomar en sus manos la construcción de su propio destino.


Arnulfo Alberto es maestro en economía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Referencias

Marx, K. (1979). El capital: Libro I (7a. ed.–.). México D.F.: Siglo veintiuno.

Peck, Jamie, 2010. “Constructions of Neoliberal Reason,” OUP Catalogue, Oxford University Press, number 9780199580576.

Sanyal, K. (2007). Rethinking Capitalist Development: Primitive Accumulation, Governmentality and Post-Colonial Capitalism (1st ed.)

Por Jesús Lara | Mayo 2023

La realidad tarde o temprano alcanza a todas las promesas, y aquellas relacionadas con el nearshoring no son la excepción.  A casi dos años de que los medios y el gobierno federal anunciaran emocionados la gran época de prosperidad que se avecinaba para nuestro país en la nueva coyuntura internacional, podemos comenzar a caracterizar al nearshoring por sus consecuencias reales.

La idea central es que la guerra tecnológica-comercial desencadenada por el gobierno norteamericano contra China, así como la búsqueda de mayor certidumbre en las inversiones internacionales, provocaría una relocalización masiva de la producción industrial mundial de China a países aliados de Estados Unidos y cercanos geográficamente al mismo. Para México, esto significaría enormes inversiones industriales y con ellas generación de empleos y crecimiento económico. En medio de la euforia o el oportunismo descarado, varios llegaron a decir que México estaba en condiciones de convertirse en una “potencia mundial”.

En los hechos, las cosas son muy distintas, y bastaría con preguntarle al mexicano de a pie si está viviendo esa prometida prosperidad para comprobarlo. Primero: es cierto que las exportaciones de México a EE. UU. aumentaron considerablemente de 2020 a 2022, pero desde entonces se estancaron. Sin embargo, esto no es lo más importante, sino la naturaleza de este crecimiento de las exportaciones mexicanas.

Un estudio del Asian Times (04/06/2023) documenta la tendencia principal, que consiste en que las empresas localizadas en China que exportan a EE.UU. comienzan a mudar a otros países las operaciones de ensamblaje del producto final, pero no toda la producción. Así, aunque una mercancía haya sido producida fundamentalmente en China, al ser terminada en otro país, aparece como venta de este último (de México, Vietnam o India, por ejemplo). A las empresas norteamericanas esta operación les permite sostener frente al gobierno y al congreso de su país que están comprometidas con la cruzada “patriótica” de separar a las economías estadounidense y china, aunque en los hechos la dependencia norteamericana del poder industrial chino siga aumentando. En nuestro país, este fenómeno se observa en que, simultáneo al aumento de las exportaciones mexicanas a Estados Unidos, se da un aumento igual o mayor en las importaciones provenientes de China, es decir de los insumos que se ensamblan en México para después exportarse a EE. UU.

Por lo tanto, el nuevo “Hecho en México” que emerge del nearshoring debe verse con mucha suspicacia. El nearshoring se trataría, en realidad, de un nuevo episodio de maquila redoblada, es decir de procesos de producción basados en el ensamblaje de insumos importados y de bajo valor agregado. Los nuevos empleos que resulten de este proceso, por supuesto, son bienvenidos, pero, ¿a caso alguien puede afirmar que serán suficientes para si quiera aminorar el problema del desempleo y el empleo precario en México?

Finalmente, los acontecimientos actuales permiten obtener enseñanzas importantes. China, que inició su proceso de apertura al comercio internacional con el equivalente de las “maquilas” mexicanas, rápidamente construyó una base industrial doméstica que era y es hasta la fecha el verdadero motor del desarrollo en ese país, y convirtió a muchas de esas maquilas en poderosas unidades productivas capaces de realizar procesos más complejos y reducir su dependencia del capital y los mercados internacionales. Esto, claro está, no fue el resultado del juego de “las fuerzas del mercado”, sino del ambicioso plan del Partido Comunista Chino que, sin renunciar a los posibles beneficios de la participación en la economía internacional, se negaba a dar a la economía de su país un papel pasivo y subordinado en la misma.

En México, pasan las décadas y después del fracaso de la “primera” globalización en los noventa no parece que las clases gobernantes aprendan la lección, o que les interese obtener resultados distintos. El gobierno de la 4T, fiel al dogma neoliberal del que tanto reniega, deja a México como tierra libre para que la inversión extranjera hoy inunde los parques industriales y mañana los abandone cuando encuentren una ubicación más ventajosa. En contraste, la experiencia china demuestra que construir una economía doméstica fuerte e independiente es también la mejor defensa contra esos vaivenes del mercado capitalista, e incluso contra un intento de sabotaje imperialista a la economía.


Jesús Lara es economista por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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