Pandemia: efecto colateral del capitalismo

| Por Abentofail Pérez

Ante la crisis social que hoy atraviesa el mundo entero conviene revisar, más allá de sus efectos, las causas que la han provocado. La crisis que hoy tiene a la humanidad en vilo no surge de la nada, porque, como ya planteara Demócrito, el más grande materialista de la antigüedad: nada puede salir de la nada. No es producto de la ira divina; tampoco de la casualidad y el azar; es efecto de una ley de necesidad inmanente al sistema económico en que vivimos.

Las crisis en el capitalismo no son sólo de carácter económico, tienen tantas formas aparejadas al desarrollo del sistema mismo. Por esa razón nos enfrentamos, cada vez con mayor asiduidad a crisis de diversos tipos: ecológicas, sanitarias, sociales, etc. Este siglo se ha caracterizado, en apenas dos décadas de vida, por más tragedias ambientales que ningún otro en la historia humana: incendios forestales, calentamiento global, contaminación atmosférica, etc. A su vez, las calamidades sociales se incrementan, siendo el mayor reflejo de éstas la crisis alimentaria que, ya antes de la pandemia, padecían más de 821 millones de personas el mundo, quienes sufren “hambre crónica”, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.

El progreso que el capitalismo y la modernidad presumían en sus orígenes hoy se traduce en fatalidad. Este sistema, que ha superado en diversos campos a todos los que le precedieron: ciencia, tecnología, industria etc., lo ha superado también en lo irracional y destructivo. Nunca, como ahora, la humanidad había padecido tantos dolores. La causa de este sufrimiento no debemos buscarla en el desarrollo de la ciencia y la industria per se. Cada paso que en este sentido da el hombre debe ser aplaudido y celebrado. Su verdadera naturaleza se descubre en los fines que se persiguen bajo la bandera del progreso y la “libertad”.

El capital, desde que vino al mundo, lo hizo “chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza”. Sus intereses no estuvieron nunca puestos en la mejora de las condiciones de vida del hombre. La felicidad de las mayorías debía sacrificarse en aras del progreso, de la industria y de la ciencia enfocadas en aumentar las ganancias del gran capital a costa de los trabajadores. Para muestra, un botón.

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Nuestros propios puntos de vista en la discusión e interpretación de algunos temas relevantes para el contexto social y político de nuestro tiempo

Estados Unidos, corazón del capitalismo mundial, presentó, para el año 2020, un presupuesto de 4.8 billones de dólares, de los cuales 750,000 millones estarán destinados al gasto en defensa, es decir, gasto militar. Para sufragar el aumento en defensa, la administración Trump decidió recortar: 21% en “ayuda al exterior”, 15% en “vivienda” y 26% en “protección al medio ambiente” (Fuente: El País).

Los intereses del gran adalid del capitalismo quedan claros: la conquista de mercados a nivel mundial es la prioridad; la pérdida de cientos de miles de vidas humanas por los efectos de las guerras de conquista, el hambre y la enfermedad, son sólo daños colaterales que es necesario aceptar.

Hoy es Estados Unidos el país donde mayores estragos ha causado la pandemia y, a pesar de esta terrible fatalidad, el presidente llama a la ciudadanía a incorporarse al trabajo inmediatamente. No es que le falte a Donald Trump humanismo, no sólo son la locura y la perfidia las que lo impelen a este acto monstruoso: es el capitalismo que, como el Minotauro de Creta, exige diariamente su cuota de víctimas. Trump es sólo la forma, la apariencia humana, que ha adquirido la bestialidad del capitalismo moderno a nivel mundial. Lamentablemente nuestro país no va a la zaga y tiene también en Obrador al inquisidor del capital que hoy, a pesar de los más y los contagiados de coronavirus, exige a la ciudadanía que regrese al trabajo, postrándose ante la voraz monstruosidad del capitalismo.

No es sólo el verdugo el culpable de la crisis que hoy vivimos; es el sistema económico el verdadero artífice de la tragedia. Si algo en claro debemos sacar de esta pandemia es que, mientras este sistema continúe con vida, seguirá pariendo engendros como estos. Las crisis, de todo tipo, continuarán y se multiplicarán a pasos cada vez más acelerados. No es posible humanizar a un sistema que es, por definición, inhumano. Es preciso cambiarlo por uno menos agresivo al hombre, por un sistema que no tenga al capital en el centro de sus preocupaciones, sino a los seres humanos; por un sistema donde la administración pública esté orientada a la felicidad de las personas.


Abentofail Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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