En medio de la tormenta y con el timón roto

| Por Abentofail Pérez

Desde que Morena se erigió como partido, las dudas sobre su orientación política y filosófica, así como de una táctica y una estrategia claras, quedaron al descubierto. El “Movimiento de regeneración nacional” no parecía ceñirse  a un plan de trabajo claro y específico. Con el paso del tiempo y al observar la calidad de cada uno de sus integrantes, las dudas no solo se multiplicaron, sino se confirmaron las expectativas más fatídicas al respecto. A pesar de ello, el ansia y la necesidad de cambiar su realidad llevó a una parte del pueblo mexicano a otorgar su confianza a este partido. La gente que les creyó y votó por sus candidatos no se preguntaba por la estructura ideológica del nuevo partido, ni por la estrategia a seguir una vez que alcanzaran el poder de la nación. Solo querían un cambio viniera de donde viniera y si eso se les prometía, era suficiente; no importaba que ese cambio pudiera ser a peor. El discurso populista encabezada por AMLO, quien se cobijó con el manto de la “izquierda”, roído por el uso, y sucio ya por la ingente cantidad de manos que le había consumido, fue suficiente en un principio para ganarse la simpatía de los desesperados. 

Posiblemente en otra época, sobre todo antes de la caída del muro de Berlín y la desaparición del bloque socialista, el autoproclamarse partido de izquierda significaba algo, tenía algún sentido. Era natural asociar este tipo de partidos al pensamiento marxista o, en términos muy generales, a la política implementada por la socialdemocracia en Europa. Sin embargo, una vez desaparecida la Unión Soviética, los llamados partidos de izquierda tardaron muy poco en negar sus orígenes, sus principios y su propia filosofía; efecto natural en grupos políticos en los que la ideología se aprendía superficialmente y sobre la que privaban los intereses personales que inmediatamente se pusieron al servicio de la corriente triunfante, el neoliberalismo.

Tal y como Pedro negara a Jesús al verlo ya sobre la cruz, sintiendo su causa perdida y visto en peligro su propia vida, la izquierda mundial negó a Marx; no lo negó tres veces como Pedro, lo negó hasta el cansancio para demostrarle a sus nuevos amos que estaba ahora completamente a su servicio. El primero se arrepintió casi de manera inmediata, una vez oído el “canto del gallo” que premonitoriamente le advirtiera su mentor; los segundos, hasta ahora, no han entendido que por más cruces que levantaran sobre el marxismo, su vigencia como filosofía de la historia está supeditada a la existencia misma del hombre.

Así pues, la izquierda fue despojada de su sustancia, el elemento activo que la volvía realmente revolucionaria y transformadora. Al arrancarle el marxismo quedó solo un cascarón vacío que sirvió para aglutinar intereses muchas de las veces contradictorios entre sí. Sin marxismo y sin leninismo, es decir, sin estrategia ni táctica, el concepto de izquierda quedó vacío, hueco e inservible; útil solamente para quienes buscaban disfrazar intereses personales de intereses sociales.

“Los ilustres filósofos de la cuarta se muestran sorprendidos por el fracaso de su partido y reniegan de él”

De esta forma, y posiblemente de manera mucho más cínica y desvergonzada que en otras partes del mundo, la llamada izquierda mexicana se fue convirtiendo en un espectro, en un fantasma que utilizaba cualquier cuerpo que le ofreciera asilo, llegando así a recalar en la ideología del nuevo partido en el poder. Los ideólogos de Morena pretendieron descubrir una nueva teoría que representara sus intereses y que llenara el vacío ideológico de su partido con las ideas de “intelectuales” como Paco Ignacio Taibo II, John Ackerman, Elena Poniatowska, entre otros. Se construyó así un revoltijo de distintas teorías económicas, filosóficas, religiosas y políticas. En ellas se veía sobresalir una especie de marxismo tergiversado, ideas emanadas de la llamada “teoría de la liberación”, barruntos de “filosofía” indígena-zapatista y, finalmente, llamados moralizantes cuyos orígenes recalaban en la doctrina evangelista.

No analizaremos aquí las diferencias y contradicciones que estas visiones del mundo tienen entre sí; es suficiente con escuchar una de las misas de siete encabezadas por el presidente, para observar la capirotada ideológica que se ha formado en la mente del hombre que pretende dirigir el rumbo del país. Lo más llamativo y desconcertante ahora, es que los insignes teóricos de la 4T, apenas pasados siete meses de puesta en práctica su teoría, han pegado el grito en cielo desencantados por el fracaso rotundo de la misma.

Muestra de ello es el chillido desesperado de uno de sus gurús ideológicos: Taibo II, sobre la descomposición en su partido: “Morena se ha convertido cada vez más en un partido blandengue, burocrático, electoralista, perdió su esencia social, se volvió un partido de busca chambas, de ascenso de la pirámide, no su base, sorprendentemente, la base de Morena, sigue siendo de izquierda, pero todas sus estructuras de mando, al grado de llegar a su dirección, que parece la dirección de Lotería Nacional, y no la de un partido político”.

Los ilustres filósofos de la cuarta se muestran sorprendidos por el fracaso de su partido y reniegan de él. Les sorprende que la criatura que nació muerta no camine y corra como ellos esperaban y, naturalmente, al ver a su Frankenstein moreno despedazar al país, se llevan las manos a la cabeza escandalizados, olvidándose que fueron ellos quienes le infundieron vida y fuerza, como el doctor Víctor Frankenstein lo hiciera con su monstruo. Su creación corre ya descontrolada destruyendo todo lo que a su paso encuentra; y si antes era un peligro por la ausencia de una estrategia que correspondiera con las necesidades de un país agonizante, ahora, que abiertamente reconocen que el timón se ha roto, es más que probable que el barco naufrague en la tormenta que ellos mismos ocasionaron.

Abentofail Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
abenperon@gmail.com

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