Internacional

China, país clave para la paz mundial

Marzo 2023

Estados Unidos ha convertido a China en su principal enemigo. De acuerdo con la estrategia de defensa nacional estadounidense de 2022, China es “el desafío más serio y completo” para su seguridad nacional. Países del norte global, como Canadá, Australia, Japón, Reino Unido, etc., se han unido a esta narrativa y señalan a China como un peligroso enemigo de la paz, la democracia y los derechos humanos. Pero este discurso agresivo dista mucho de la realidad. Si buscamos la verdad en los hechos, es claro que la realidad es la opuesta: China es una potencia que ejerce una influencia pacífica en el mundo, mientras Estados Unidos y sus aliados alimentan nuevas guerras. Veamos.

China necesita un ambiente de paz para seguir desarrollándose. Su sorprendente crecimiento económico de los últimos cuarenta años no es resultado de invadir y saquear a otros países, sino del comercio y la innovación tecnológica. La Iniciativa de la Franja y la Ruta, por ejemplo, necesita un ambiente pacífico para llevarse a cabo, pues de otra manera se interrumpen las rutas comerciales. Desde 1980, China no ha participado en ningún conflicto armado y únicamente tiene una base militar fuera de su territorio, en Yibuti, donde los militares chinos realizan labores de vigilancia marítima junto a militares estadounidenses, japoneses, italianos y franceses.

Ante la guerra de Ucrania, China ha asumido una posición pacífica. Después de un año de iniciado el conflicto, solo China ha presentado una iniciativa de negociaciones para alcanzar la paz. Curiosamente, tanto la parte rusa como la ucraniana saludaron la iniciativa china, mientras Estados Unidos y sus aliados la rechazaron por considerarla pro-rusa. A diferencia de los países que suministran armas a Ucrania para continuar el conflicto, China se ha mantenido al margen y ha insistido en resolver las diferencias a través del diálogo.

Donde mejor se expresa el interés de China por mantener la paz en el mundo es en la Iniciativa de Seguridad Global. Esta fue presentada por Xi Jinping en abril de 2022 y en febrero de 2023 el gobierno chino emitió un documento para detallar el contenido de la iniciativa. La Iniciativa de Seguridad Global busca “eliminar las causas de los conflictos internacionales y mejorar la gobernanza de la seguridad global”. Para ello, sostiene los principios de mantener el compromiso con la visión de una seguridad común, respetar la soberanía e integridad territorial de todos los países, cumplir los objetivos y propósitos de la Carta de las Naciones Unidas, tomar en serio las preocupaciones legítimas de seguridad de todos los países y resolver pacíficamente las diferencias y disputas entre países a través del diálogo y la consulta.

Al mismo tiempo que China lanza iniciativas que buscan la paz y el desarrollo, Estados Unidos viola la soberanía china mediante el envío de armas y las visitas oficiales a Taiwán. La isla de Taiwán es un territorio que Japón le arrebató a China en 1895; en 1945, con la derrota de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial, la isla volvió a ser territorio chino; y en 1949 Chiang Kaishek, perdedor de la guerra civil, se refugió en Taiwán. Desde 1950 hasta la fecha, Estados Unidos ha impedido la reunificación de la isla con China continental y alienta a los movimientos que buscan la independencia de Taiwán. Para China, la independencia de Taiwán es una línea roja que nadie debe cruzar. China defiende la paz, pero ha advertido que usará la fuerza para defender su soberanía e integridad territorial si las condiciones lo demandan.

Cade vez más países reconocen a China como una influencia pacífica. Así lo prueba el acuerdo alcanzado por Irán y Arabia Saudí para restablecer relaciones diplomáticas. Desde 2016, ambos países mantenían un conflicto que complejizó más las tensiones políticas de Medio Oriente. Gracias a la intermediación de China para alcanzar acuerdos de paz, en marzo de 2023, finalmente Irán y Arabia Saudí aceptaron abrir sus embajadas y normalizar sus relaciones.

A diferencia de Estados Unidos, China no necesita la guerra para que su economía se desarrolle; de hecho, las guerras afectan su desarrollo económico, por eso busca evitarlas. Por otro lado, China no busca imponer a otros países sus valores, su organización política ni su modelo económico; acepta que cada país tiene derecho a desarrollarse de acuerdo con su propia cultura e historia. Queda claro que China no es una amenaza para la paz mundial, más bien es un país clave para terminar con las guerras actuales y construir un mundo multipolar y pacífico donde todos los países se desarrollen libremente.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.

La tecnocracia tiránica. Nayib Bukele y la guerra contra las maras

Marzo 2023

El Salvador es un país que se forjó entre la contradicción de un pueblo trabajador súper explotado y una élite depredadora que concentraba obscenamente la mayor parte de la riqueza. Para 1970, las llamadas cuarenta familias, es decir, el dos por ciento de una población de tres millones de ciudadanos, poseían y usufructuaban la mayor parte de la tierra fértil dedicada al cultivo del café. La campiña extensa, apacible y reverdecida por el color del arbusto, era en realidad, para las mayorías, un campo de muerte puesto que, a mayor tierra destinada para la cafeticultura, menos tierra disponible para los campesinos de El Salvador. Los salvadoreños pasaban su tiempo trabajando entre sus pequeñas parcelas, insuficientes para alimentar a sus familias y las grandes plantaciones de café, incapaces para emplearlos todo el año como jornaleros. Tanto trabajo les sirvió para muy poco.

La polarización política y económica y la terrible desigualdad y explotación de los trabajadores agrícolas, acompañada por el arribo de la ideología revolucionaria del marxismo leninismo y la conformación de guerrillas para combatir a la oligarquía económica y al ejército salvadoreño, condujeron en 1980 a una guerra civil con más de 75,000 personas asesinadas y medio millón de ciudadanos desplazados, víctimas, en mayor medida, de los escuadrones de la muerte, el ejército y la ayuda de Estados Unidos.

En los primeros años de la década de 1990, una coalición política amplia, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMNL), conformado por organizaciones guerrilleras inspiradas en el modelo de organización leninista, activas desde la década de los setenta, intentó poner freno a la ambición predatoria de las élites salvadoreñas, insertándose en el sistema democrático para conseguir, por medio de las elecciones, la representación de muchos ciudadanos que se encontraban excluidos del sistema político. Desde esa fecha hasta 2019, el país se movió entre los representantes de la oligarquía salvadoreña y gobiernos emanados del FMLN con poco éxito en la elevación del nivel de vida de los pobres, la repartición equitativa de la riqueza o la promoción de la movilidad social.

En 2019, luego de 30 años de bipartidismo, arribó al poder Nayib Bukele, un outsider de la política, cortado con el mismo molde que Javier Milei, Volodymir Zelensky o Samuel García; joven, desenfadado, apolítico, con fuerte presencia en las redes sociales, cool, irreverente. Se le llegó a denominar el presidente de Twitter debido a que algunas acciones, como la remoción de sus colaboradores de gabinete, las despachaba desde el espacio virtual, con una actitud azas bromista y ligera. Para la opinión pública, el perfil de Bukele era el de un político joven, un neutral gestor del Estado sin la desventaja y el peso de adherirse a alguna ideología concreta, trabajador, y con un discurso contra la corrupción y a favor del combate a las maras y a la delincuencia del país.

La llegada de Bukele, con un amplio grado de aprobación popular, gracias en parte a los errores políticos y las promesas incumplidas del FMLN, a la proliferación de grupos delictivos y la continuación de la pobreza se celebró en la prensa internacional. El presidente de moda, lo llegaron a llamar. Sin embargo, esta no es la gran noticia que se nos ha querido vender. Bukele ha abierto paso a un tipo de liderazgo muy peligroso para todos los países de América Latina.

Lo cierto es que, ya afianzado en el poder, su discurso ha cambiado y se ha adaptado y lo que en la campaña presidencial parecía aséptico se ha llenado de un contenido sumamente turbio. Quizá lo más notorio sea su postura frente a la religión. De ascendencia palestina y raíces musulmanas –su padre fue el líder de la comunidad islámica en El Salvador–, las creencias religiosas de Bukele no fueron parte fundamental de su ascenso al poder. De hecho, durante su campaña electoral manifestó que no profesaba ninguna religión en concreto. Pero una vez en el poder, la figura de Dios en su discurso ha tenido un papel clave. Esta asociación no es inocente y ha resultado peligrosa. En un país sumamente creyente, el discurso de la presencia de Dios en el Estado es un elemento altamente legitimador que dispensa a la autoridad estatal de cualquier responsabilidad y de rendición de cuentas. De repente, El Salvador tiene una misión histórica: la lucha contra la delincuencia; y Bukele es una herramienta de Dios pues a través de él se revela la voluntad divina.

La acción estrella de su gobierno, que, por cierto, le ha reportado un alto grado de aprobación popular en las encuestas, ha sido la guerra contra las pandillas. Desde hace ya varios meses, después de varios guiños autoritarios y antidemocráticos, Bukele decretó un estado de excepción que le permitió sacar al ejército a las calles, perseguir y detener a individuos sin respetar los derechos humanos y las garantías constitucionales y detener masivamente a ciudadanos sospechosos de participar en las maras y en el pandillerismo. Todo un caso de eugenesia y de limpieza social. En apenas unos años, el CEO de El Salvador, el impulsor de la economía de las criptomonedas ha devenido de joven tecnócrata a serio aspirante de dictador. Todo esto sin consecuencias aparentes. Lo curioso es que, al contrario de lo que sucede con otros líderes populares del cono sur, sus excesos antidemocráticos pasan sigilosamente por debajo del radar.

Dominado por un populismo punitivista y un mesianismo descarado, el presidente Nayib Bukele ha declarado la guerra a las maras para reducir el número de homicidios y la ola de violencia que se ha instaurado en El Salvador desde hace algunas décadas. Las imágenes de la guerra contra el crimen son bastante explícitas, y el sadismo irónico y triunfalista con que el presidente Bukele se refiere a lo anterior contorna una práctica belicista que termina por deshumanizar a los supuestos criminales; que atenta contra los derechos humanos, las garantías individuales y la dignidad de las personas; que contraviene los mínimos de un Estado de derecho, impide el derecho a la reinserción social y no repara los daños a las verdaderas víctimas de la delincuencia. En cambio, ofrece un obsceno, grandilocuente y terrible espectáculo de poder omnímodo del Estado, dominado por un hombre fuerte, que somete y humilla a los delincuentes.

Es evidente que esta imagen que ha ofrecido Bukele y la política de mano dura o de guerra sin tregua contra la delincuencia, a menudo es bien apreciada por la mayoría de votantes y la opinión internacional. De hecho, la reducción, la deshumanización y la invisibilización del enemigo ha suscitado muestras de apoyo. Pero, de nuevo, esta no es la gran noticia que nos intentan vender. ¿Quiénes son los pandilleros? La respuesta sencilla sería delincuentes que necesitan ser perseguidos, encerrados, y, si se puede, destruidos. Sin embargo, en un análisis histórico, los pobres globales, excluidos y hacinados en las grandes barriadas, convertidos en criminales peligrosos, no son sino víctimas de un sistema de exclusión, segregación y persecución que ahora son vistos como indignos y responsables de su propia condición.

No se trata de condonar la criminalidad, sino de denunciar un sistema que asfixia a los desposeídos y luchar por cambiarlo de raíz. De cualquier forma, la estrategia de seguridad de Bukele es, entre otras cosas, un gran operativo de limpieza social que busca la seguridad de las clases dominantes ante la preocupación de la defensa de su propiedad privada y sus privilegios frente el descontento de las masas cada vez más empobrecidas, una forma nueva de apartheid social.

Finalmente, Bukele está dando pasos firmes hacia la constitución de un gobierno dictatorial en El Salvador. Recientemente ha logrado que sus magistrados leales de la Sala Constitucional reinterpreten la Constitución para permitirle la reelección sin llevar el debate al parlamento. Y la reelección parece segura. La falta de alternativas reales para combatir dentro de El Salvador el nuevo bukelismo, aprendiz de Trump o Bolsonaro, hace que el panorama se vislumbre más peligroso de lo que podríamos imaginar. Y es que, como decía Marx sobre Thiers, “no hay nada más peligroso que un mono, a quien le fue permitido durante algún tiempo, dar rienda suelta a sus instintos de tigre.”


Aquiles Celis es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Algunas reflexiones sobre multipolarismo y socialismo (II/II)

Febrero 2023

En la primera parte de este trabajo concluimos que:

  1. Para que el multipolarismo sea distinto del imperialismo con múltiples potencias rivales, los nuevos polos emergentes deben ser no-imperialistas. Este carácter no-imperialista se puede desprender del carácter periférico o dependiente de los nuevos polos emergentes o de su estructura económica y política con contenido socialista.
  2. El mutipolarismo no es socialismo, pero sí crea mejores condiciones para una eventual transición a éste. La razón es que la existencia de polos de desarrollo no-imperialistas limita la coerción que las potencias capitalistas pueden ejercer sobre proyectos socialistas.

En este trabajo vamos a analizar críticamente esta segunda conclusión. El punto de partida es que, aunque no siempre se reconozca abiertamente, la posición multipolarista asume que los cambios revolucionarios ocurren dispersos en el tiempo entre los países.  O, en otras palabras, que las revoluciones, o la llegada al poder de proyectos políticos antiimperialistas con potencial socialista, ocurren “de país en país”, como resultado de condiciones que no se suelen presentar en más de un país al mismo tiempo. Y, si ese es el caso, en un mundo unipolar el proyecto emancipador triunfante quedaría aislado ante un mundo imperialista hostil, frustrando sus capacidades revolucionarias y transformadoras en los ámbitos económico y político.

Esta formulación, sin embargo, choca directamente con la concepción marxista clásica dominante hasta los años posteriores a la Revolución Rusa de 1917. Y es que, la obra de Marx, Engels, Trotski, Lenin hasta poco antes de su muerte, y un sin fin de teóricos y revolucionarios marxistas, está atravesada por un supuesto distinto al expuesto en el párrafo anterior. Este es que la revolución socialista sería internacional y simultánea. Esto no quiere decir que, de la noche a la mañana, la clase obrera de todas las naciones y colonias del mundo se haría con el poder del Estado para construir el socialismo. Pero se vislumbraba que, al menos en los países capitalistas avanzados, el estallido revolucionario en uno de ellos contagiaría rápidamente a los demás, colocando a la clase obrera de estos países a la cabeza de la transición socialista internacional. La idea de “el socialismo en un solo país” jamás atravesó la obra de Marx y Engels, porque incluso cuando la experiencia de la Comuna de París demostró la vulnerabilidad de las revoluciones triunfantes ante agresiones militares locales e internacionales, se mantuvieron firmes en la idea y en la práctica política de que la crisis del capitalismo generaría una revolución más o menos simultánea en los países de Europa Occidental.

Esta concepción, incluso, fue llevada al extremo por las alas más radicales del Partido Socialdemócrata Alemán y otros, quienes defendían la “teoría del derrumbe” del capitalismo, según la cual el sistema llegaría eventualmente a una crisis tan devastadora de la que sería imposible recuperarse. En esta perspectiva, la situación revolucionaria llegaría uniformemente en todos los países capitalistas avanzados y la tarea de los revolucionarios era preparar las condiciones subjetivas para ese momento, que vendría dado por la crisis económica terminal del capitalismo. Por otro lado, la teoría clásica del imperialismo de Lenin y Bujarin, aunque no se adhería a la teoría del derrumbe, mantenía la perspectiva de una situación revolucionaria simultánea a nivel internacional. Esta coyuntura sería el resultado de la crisis capitalista en la etapa del capital monopolista, caracterizada por la guerra entre estados imperialistas, que colocaría a la clase obrera de cada país directamente en contra de sus burguesías nacionales y en alianza por el fin de la guerra y la construcción del socialismo.

Cabe señalar que, aunque, efectivamente, la realidad tomó un camino distinto, el desarrollo de los hechos parecía sustentar la perspectiva de la revolución socialista internacional y simultánea. A la Revolución de Octubre en Rusia siguieron la revolución soviética en Hungría y Baviera, mientras que todo el continente europeo ardía en agitación y radicalismos revolucionarios. Un libro reciente titulado “Reformar para sobrevivir: los orígenes bolcheviques de las políticas sociales” muestra que las clases dominantes de los países nórdicos, y de Noruega en particular, veían a la revolución socialista como algo inminente, lo que precipitó la formación de su estado de bienestar.

Pero las revoluciones húngara y alemana fueron aplastadas y la revolución europea nunca se concretó. Así, cuando fue aplastado el levantamiento comunista alemán en 1923, los bolcheviques, con Lenin a la cabeza, comenzaron a asumir que, por un periodo de tiempo prolongado, y contra su voluntad, Rusia permanecería como la única nación del mundo con un gobierno obrero. La posibilidad nunca contemplada en la teoría se hacía realidad en la práctica; las condiciones fueron tan duras que los bolcheviques tuvieron que hacer una “retirada táctica” y restablecer las relaciones mercantiles en la agricultura para evitar el colapso económico, ganar tiempo, y recuperar fuerzas para avanzar. La revolución había triunfado en Rusia porque era “el eslabón más débil de la cadena imperialista” donde se conjugaban con mayor fuerza las contradicciones del capitalismo global y estaba listo el partido de vanguardia más avanzado del mundo. El capitalismo, como demostró Marx, genera crisis recurrentes, cada vez más violentas, pero esto no era suficiente para provocar una revolución; y aunque se prepararan las fuerzas para aprovechar esa coyuntura en el futuro, los revolucionarios no podían asumir que tal coyuntura se presentaría al día siguiente en el resto de los países. Por primera vez, los bolcheviques dejaron de anclar sus planes y acciones en la perspectiva de una inminente revolución europea. 

En estas durísimas condiciones emergió el debate sobre “el socialismo en un solo país”, encabezado por Stalin y Trotski. Este debate no era, como podría interpretarse por el título del mismo, acerca de si habría que fortalecer a la URSS o apoyar a la revolución internacional. Ambos coincidían en la necesidad de hacer ambas cosas. El debate se planteaba en términos de si la revolución internacional era condición necesaria para la construcción del socialismo en la URSS: Trotski afirmaba que sí, Stalin que no. La centralidad política de este debate era que de su resolución se desprendían prioridades políticas distintas: ¿debía el Partido canalizar todas sus fuerzas al fortalecimiento de la URSS y la construcción del socialismo internamente o a apoyar la revolución internacional? El resultado final es bien conocido por todos.  

Resultó, a fin de cuentas, que sí fue posible construir una forma de socialismo en la URSS: una forma que, ni más ni menos, convirtió al país en la segunda potencia económica mundial y eventualmente le permitió derrotar al ejército Nazi en la guerra más brutal y trascendental de la historia. Este desarrollo, además, provocó el fin del aislamiento soviético y la formación de un campo socialista en Europa del Este y China, que posteriormente se expandió a Asia, África y América Latina: el unipolarismo imperialista había desaparecido y los pueblos del mundo estaban en condiciones incomparablemente mejores para luchar tanto por su liberación nacional del yugo colonial, como por la construcción de una sociedad socialista adecuada a sus propias circunstancias.

Sin embargo, las condiciones en que se encontraba la URSS en los veintes, cuando se realizó el viraje al socialismo en un solo país, son radicalmente distintas a las de la mayoría de los países del mundo, en ese entonces y ahora. La URSS era un conjunto de repúblicas, pero por su magnitud bien podríamos referirnos a su caso como “el socialismo en un solo continente”; un continente rico en tierras cultivables, recursos naturales y con una población que llegaba a los 150 millones en 1927. Además, aunque las potencias capitalistas trataron de evitar el desarrollo económico soviético por múltiples vías, la URSS fue capaz de importar masivamente la tecnología occidental e incluso mantener enormes flujos comerciales con la mayoría de estos países. Con todo y esto, la construcción del socialismo en un solo continente, bajo el peso del subdesarrollo interno, la maquinaria estatal zarista heredada, y el asedio imperialista, tuvo dramáticos costos que afectaron radicalmente la forma del socialismo en la URSS. La colectivización forzosa de la agricultura, la industrialización a marchas forzadas y la ultra-centralización del político fueron fenómenos que dejaron una huella permanente en el primer estado obrero-campesino.

Hoy, el mundo está profundamente más interconectado y, para la mayoría de los países, su subordinación a los centros imperialistas es muchísimo mayor que el de la URSS en los años veinte. Más aún, el colapso del bloque socialista y la reacción política e ideológica que conllevó, hacen muy difícil pensar en oleadas revolucionarias socialistas que sacudan a numerosos países simultáneamente. Los procesos revolucionarios siguen estallando “en los eslabones más débiles de la cadena”, y el multipolarismo es la configuración del capitalismo global que crea las mejores oportunidades para que los pueblos del mundo avancen en sus luchas con un margen de maniobra mayor y, por lo tanto, con mayores oportunidades de éxito. Por eso, y por muchas otras razones, el combate al unipolarismo imperialista es la bandera estratégica válida para las fuerzas socialistas internacionales.

Sin embargo, con respecto a esta postura se abren diversas posibilidades; analizar los dos extremos puede ser útil para entender cómo los razonamientos esquemáticos y basados en fórmulas abstractas son absolutamente insuficientes. Por un lado, a “la izquierda”, está el rechazo absoluto a la multipolaridad como objetivo de los socialistas en virtud de que, con contrapesos o sin ellos, el mundo sigue siendo capitalista. Esta posición la mantienen las formas más recalcitrantes de trotskismo en países ricos e incluso en países periféricos. Desde esta perspectiva, las relaciones de producción al interior de los países lo son todo, y mientras un proyecto político nacional no las transforme en un sentido socialista, ese mismo proyecto no merece apoyo y solidaridad de ningún tipo. Así, esta postura, llevada a sus consecuencias lógicas, cae en extremos tan lamentables y reaccionarios como el apoyo a las intervenciones militares de Estados Unidos y la OTAN -como en Libia, Afganistán y Siria- y suele sumarse a la condena de China, Venezuela, Corea del Norte, Cuba y Vietnam, calificándolos de “dictaduras”, “regímenes bonapartistas” o “colectivismos burocráticos” que reprimen a la clase obrera o cometen el “crimen” de querer construir el socialismo en un solo país, guiados por una “dictadura burocrática”. Estas posiciones, como mencionamos al inicio, no ven más allá de las dinámicas capitalistas al interior de los países, y rara vez se cuestionan las implicaciones geopolíticas de sucesos que ocurren a escala nacional. Siguen asumiendo que la revolución debe ser y será internacional y simultánea y, cuando eso no sucede, culpan y acusan a todos los que no siguen su esquema sobre cómo se cambia al mundo. 

Y, en el extremo opuesto, se encuentra una forma de antiimperialismo que absolutiza a la geopolítica; aquí se colocan quienes, al posicionarse contra la unipolaridad imperialista en cada coyuntura internacional, ignoran todos los demás aspectos del problema, siendo la lucha de clases al interior de las naciones el más importante de ellos. Así como la posición anterior asume la revolución internacional y simultánea pero no lo dice, desde estas posiciones se suele presuponer que, si un régimen político se posiciona en contra de Estados Unidos en algún tema en particular, es porque persigue objetivos de tipo antiimperialista o incluso socialistas. Así, se ignoran por completo las contradicciones de clase en el seno de las naciones y su expresión en el terreno político. Se omite que la dirigencia política de un determinado país, aliada con la burguesía nacional, puede, en determinadas coyunturas, ver en la oposición a la triada la estrategia que mejor avance sus intereses de grupo y de clase, y no la que sirva para elevar la situación material de las masas y avanzar en objetivos antiimperialistas. Se omite pues, que, aunque un régimen político contribuya con sus acciones a la multipolaridad, sigue siendo un proyecto capitalista -con todo lo que ello implica- y que las masas populares de ese país no solo están en su derecho de ajustar cuentas contra quienes defienden un sistema que los explota y oprime, sino que merecen la solidaridad de la clase obrera mundial.

En síntesis, esta última postura sustituye la lucha de clases por la lucha entre estados nacionales -acercándose mucho a la concepción liberal-realista de las relaciones internacionales, mientras que la primera absolutiza la lucha de clases e ignora las implicaciones de distintas configuraciones geopolíticas. Desde el punto de vista marxista, no se puede aceptar ninguno de estos dos extremos: ambos son formulaciones abstractas de la problemática real que enfrentan los pueblos del mundo que luchan por su emancipación.

Pero la solución no está en otro igualmente abstracto “justo medio” entre esos dos extremos, que termine por nunca posicionarse contundentemente y actuar en consecuencia. Urge un mundo multipolar y el primer paso para alcanzarlo es, sin lugar a dudas, frustrar el proyecto de dominación económico-militar de Washington. Ya no solo por las consideraciones de largo plazo que se han expuesto en este trabajo, sino porque la existencia misma de la civilización depende de ello. Pero para que este posicionamiento sea verdaderamente consciente y, por lo tanto, se traduzca en acciones correctas por parte de quienes lo asumen, debe partir de un análisis científico de cada situación concreta. Así, quedará claro que la toma de posiciones contundentes no está en conflicto con el reconocimiento de la complejidad y contradicciones inherentes a cada fenómeno. Solo así podremos dejar de ser agentes pasivos de los acontecimientos que estremecen al mundo, y estaremos en mejores condiciones para construir la multipolaridad que mejor responda a los intereses de largo plazo de las masas trabajadoras.


Jesús Lara es economista por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

AMLO, escudero de EEUU en lucha contra China

Febrero 2023

China es el motor de la economía mundial desde la década de 1990. Gracias a su crecimiento económico sostenido, en 2010 desbancó a Japón como la segunda economía más grande del mundo, en 2020 superó el crecimiento económico de toda la Unión Europea y desde 2014 supera a la economía de Estados Unidos si calculamos el PIB con base en la paridad de poder de compra. Este crecimiento se ha reflejado internamente en la erradicación de la pobreza extrema y el surgimiento de megamillonarios; externamente, se ha reflejado en iniciativas como “La Franja y la Ruta”, la cual busca invertir en proyectos de infraestructura de otros países para potenciar el comercio internacional.

Estados Unidos percibió el crecimiento económico de China como una amenaza a su hegemonía mundial. Como parte de su política exterior, en su segundo mandato presidencial, Obama impulsó la creación de un bloque comercial transpacífico denominado TPP, con el objetivo de frenar a China; Trump cambió la estrategia y sacó a EEUU de ese bloque, pero a cambio inició una guerra comercial y tecnológica contra China; Biden continúa la estrategia de Trump, solo que añadiéndole tintes más militaristas. Pero, a pesar de los esfuerzos por detener a China, Estados Unidos ha sido incapaz de reactivar su crecimiento económico.

Ante esta realidad, AMLO ha optado por asociarse con EEUU para frenar a China. Esta posición la hizo pública en 2021 y desde entonces la ha sostenido en múltiples foros. En esencia, AMLO propone crear un bloque económico de todo el continente americano para fortalecer la economía continental y contrarrestar el crecimiento económico de China, pues sostiene que este sería peligroso para América. Para coronar su propuesta, plantea que EEUU lidere la coalición.

En América Latina están muy lejos de estas posiciones filo estadounidenses. En las últimas dos décadas, China no solo ha aumentado sus inversiones y sus préstamos en los países de la región, sino que ya se convirtió en el segundo socio comercial. Visto más de cerca, México, Centroamérica y el Caribe (salvo Cuba) siguen teniendo como principal socio comercial a EEUU, pero toda América del Sur (salvo Colombia y Ecuador) ya comercia más con China. Hasta la fecha, 20 países latinoamericanos han firmado el memorándum para participar en la iniciativa de “La Franja y la Ruta” (entre ellos Brasil, Argentina, Chile, Perú, etc.), Ecuador firmó un tratado de libre comercio con China este 2023 y Uruguay está en negociaciones para conseguir un tratado similar.

El comercio con China no solo les da más margen de soberanía a los países latinoamericanos respecto a la histórica dominación estadounidense, sino que China practica una política exterior más respetuosa al no intervenir en los asuntos internos de los diferentes Estados. Esta realidad ha llevado a mandatarios latinoamericanos como Gustavo Petro, Alberto Fernández, Lula da Silva, Luis Arce, entre otros, ha expresar públicamente el deseo de estrechar más sus lazos con China. Otros han ido más lejos, como Nicolás Maduro, quien llama a crear un bloque internacional alineado política y estratégicamente con China y Rusia, los principales rivales de EEUU.

En la coyuntura actual, EEUU busca recuperar su hegemonía sobre América Latina para cerrarle el paso a China, los países latinoamericanos buscan aprovechar el ascenso del gigante asiático para su propio desarrollo nacional, y solo México sigue llamando a la unidad continental bajo la égida estadounidense. AMLO se ha quedado solo en su defensa de EEUU.

Algunos análisis, marcados por el determinismo geográfico, sostienen que México está fatalmente atado a la economía de EEUU por nuestra vecindad, pero este argumento es debatible. Antes de la instauración del modelo neoliberal y la firma del TLCAN (ahora TMEC) la economía mexicana estaba menos integrada a la estadounidense y por lo tanto el país era menos dependiente de la superpotencia.

A México le conviene fortalecer su relación económica con China (ya es nuestro segundo socio comercial) para disminuir su dependencia de EEUU e impulsar un proyecto de desarrollo centrado en las necesidades nacionales y no en las del capital estadounidense. Pensar que México puede alcanzar esos objetivos fortaleciendo su dependencia respecto a EEUU es ignorar nuestra historia y desconocer los fundamentos económicos del imperialismo. México necesita un gobierno que sepa aprovechar la coyuntura internacional inteligentemente y no uno que se asuma como escudero de la decadente hegemonía estadounidense.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.

Los tanques de 2023: un paso más hacia los extremos

Enero 2023

A la luz de los recientes compromisos militares por parte de Alemania y Estados Unidos, de enviar tanques de guerra Leopard 2 y Abrams para Volodimir Zelensky, en Francia se abrió el debate sobre la correspondiente remisión de tanques Leclerc para Ucrania. En ese sentido Marc Fauvelle, conductor del noticiero Franceinfo, entrevistó al diputado francés de oposición Manuel Bompard. Fauvelle, lanzó varias preguntas relativas al asunto.  “¿Es necesario”, cuestionó, “hacer todo para que Ucrania gane esta guerra?”. Con un tono de circunspección, adecuada en estos tiempos agitados, el diputado señaló que para responder a esa pregunta se imponía de antemano otra, a saber, “¿cuáles son los objetivos militares, estratégicos que nosotros [Francia] tenemos en Ucrania?… ¿Acaso se piensa que la victoria y la paz serán el resultado de una victoria militar frente a una potencia que es una potencia nuclear? Personalmente, yo no lo creo”.[1]

Segundos adelante, Fauvelle volvió al ataque preguntando a Bompard si él no quería que Ucrania ganara la guerra. La respuesta del diputado fue nuevamente cautelosa: en ese caso, dijo, cabría “preguntarse qué quiere decir ‘ganar’… ¿Quiere decir expulsar a las tropas rusas del territorio ucraniano?… Rusia, potencia militar y potencia nuclear, ¿es capaz de aceptar una derrota militar? Yo no estoy seguro”. Además, agregó, “yo creo que nuestra responsabilidad, evidentemente, es ayudar a los ucranianos a defenderse”, e insistió que al mismo tiempo “debe trabajarse en la formación  de una solución diplomática para llegar a la paz en el tiempo más corto posible”.[2]

Más allá de las discusiones posiblemente infértiles que habrá entre los representantes de los poderes del Estado francés, sobre si los carros galos serán conducidos o no por aurigas eslavos, etc., me parece que los cuestionamientos de Bompard son muy válidos en las circunstancias actuales. ¿Aceptará Rusia que le planten enfrente varias decenas o cientos de tanques pesados de casi última generación, cuyas capacidades destructivas están acreditadas en los conflictos más recientes de la historia? ¿Permitirán los rusos que se les apunte con estos compromisos militares, los más agresivos y directos que han tomado los países aliados de Estados Unidos hasta la fecha? ¿Permitirá el Estado Ruso que Occidente le gane la partida por su supervivencia sin mover previamente sus piezas, por no decir su poderoso arsenal bélico? Yo pienso, como aquel diputado, que no. La Federación Rusa no dejará pasar esta afrenta y para suprimirla dará una réplica militar más vigorosa. Acaso esto implique simplemente, al inicio, el empleo de más tanques y aviones por parte del ejército ruso; pero también se encuentra abierta la posibilidad de que se empleen pequeñas bombas nucleares (conocidas como tácticas) o las grandes bombas nucleares estratégicas, que pueden destruir ciudades o, incluso, a Europa entera de un sólo golpe. Esta vía hacia la destrucción masiva y absoluta, hacia el extremo último de la violencia, es un paso lógico en toda gran guerra: así lo pueden atestiguar la teoría militar clásica, sus derivados y prácticamente toda la historia entre las guerras de Napoleón y las guerras estadounidenses del siglo XXI. 

Aquí se pueden abrir más interrogantes: si lo último es cosa conocida y sistematizada en la teoría, ¿ignoraban los Estados Unidos, Alemania, Francia y el resto de aliados imperialistas del Atlántico Norte que Rusia puede responder de maneras extremas?, asimismo Zelensky, sus militares y sus asesores, ¿no están conscientes de que en cuanto Rusia ejerza su réplica, los primeros afectados por las explosiones nucleares o de otro género –las bombas no suelen saber discriminar qué gente debe explotar y qué gente no– serán los Ucranianos y no los occidentales que les envían nuevas armas? Yo creo que si no lo sabían, lo supieron por experiencia al menos desde el momento mismo en que iniciaron las hostilidades, hace ya casi exactamente un año. Pero en realidad todo el mundo lo podía saber, al menos desde que Carl von Clausewitz se hizo popular por su reflexión De la guerra (1832-1837). El incremento de los niveles de virulencia en un conflicto armado, apuntaba este destacado comandante prusiano, se debe en gran medida al incremento de los elementos de destrucción en manos de cada contrincante: los hombres, las armas, las bombas, los tanques, etc., que participan en la matazón. Es una cuestión elemental. Si un combatiente desea salir victorioso debe estar dispuesto a utilizar progresivamente todo lo que esté a su alcance (inclusas las bombas nucleares), pues esto le permitiría superar todos los recursos de su enemigo, neutralizarlo, someterlo o erradicarlo.

Desde febrero de 2022 los pasos de la guerra que comenzó Occidente han sido irracionales en el sentido más humano posible, el sentido de conservar vidas humanas. Las respuestas cada vez más agresivas de Rusia aparecen siempre contra los retos militares que le imponen primero Estados Unidos y sus satélites: el apoyo del bombardeo del Donbass que inició Zelensky en febrero pasado, el envío de armas y mercenarios para Ucrania, y el abandono de la vía diplomática por parte de Occidente (porque fueron los europeos, mas no Putin, quienes cerraron este camino): todos esos pasos han llevado al Estado ruso a responder de maneras cada vez más violentas. Si no hay salida diplomática, la única conclusión que puede resultar de esta dinámica alimentada por los señores del Atlántico Norte es la respuesta última: la guerra nuclear.

Aunque suene irracional, la naturaleza del conflicto en Ucrania deja ver que la destrucción total es el principal fin de la superpotencia nuclear que constituyen los Estados Unidos, así como el objetivo del Estado alemán y de los que sigan esa ruta. Tal vez los halcones “noratlantistas” han calculado que su imperio moriría si gana la vía más humana en estas circunstancias, la opción diplomática por la conservación del mundo. Tal vez han calculado que su supremacía sobrevivirá a la catástrofe nuclear, incluso si muriera una parte muy importante de la humanidad, entre ella muchos millones de estadounidenses y europeos inocentes. En todo caso, la remisión de tanques provocará un nuevo avance en esa dirección. Es muy probable que la respuesta rusa será la más violenta hasta este momento. Estamos más cerca de una experiencia nuclear.


Anaximandro Pérez es Maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] La entrevista se realizó en el noticiero de las 8:30 am del viernes 27 de enero de 2023. Se puede consultar en (https://www.francetvinfo.fr/replay-radio/8h30-fauvelle-dely/ukraine-retraites-partage-des-richesses-melenchon-quatennens-ce-qu-il-faut-retenir-de-l-interview-de-manuel-bompard_5597825.html). La traducción y las paráfrasis son mías

[2] Ibídem.

Cañones para Ucrania, guerra sin fin

Enero 2023

El notable oficial de Prusia Carl von Clausewitz, pilar del pensamiento militar moderno, advertía que en todo enfrentamiento bélico las hostilidades tienden hacia los extremos, lo que en la teoría puede traducirse como la tendencia al empleo progresivo de todos los recursos de todo tipo que el beligerante tenga a mano para someter a su enemigo y hacer valer su voluntad. Pienso que es pertinente recordar esto ahora que inicia el año 2023, marcado por una ampliación de los límites de la violencia en el conflicto de Ucrania. Y es que las recientes remisiones de dinero y armas occidentales para repuesto del ejército ucraniano de Volodimir Zelensky, fortifican sus capacidades para continuar la guerra contra Rusia. En otras palabras, reflexionar el asunto desde algunos puntos de la teoría del autor prusiano permite ver que ese dinero y ese armamento no servirán para hacer la paz y traer el bienestar para los ucranianos, sino todo lo contrario, para prolongar el caos y la incertidumbre de una guerra que no es de ese pueblo.

La guerra no es un acto de bondad y, decía Clausewitz, aquel que se sirve de la violencia “sin reparar en sangre tendrá que tener la ventaja si el adversario no lo hace”. En la guerra se establece por eso una primera interacción que conduce a un primer extremo: esto consiste en las dinámicas del desenvolvimiento de la relación mutua entre los contrincantes, en la cual “cada uno marca la ley al otro”.[1] Es decir, cuando un beligerante emplea 100 hombres, por ejemplo, esto obliga a su enemigo a tener 100 o más hombres para poder sobreponerse. Cuando las victorias del imperio napoleónico se fundaban sobre la circunstancia de que en Francia podían movilizarse de un solo golpe decenas o centenas de miles de soldados, sus enemigos tuvieron que acercarse a esa “ley”: el emperador ruso concurrió con más o menos 84,000 hombres para enfrentar a los 65,000 de Napoleón en la sangrienta batalla de Eylau (1807). Algo muy similar ocurrió después de que Estados Unidos empleó la bomba atómica contra Japón en 1945, pues sus enemigos por principio, la Unión Soviética, desplegaron inmediatamente esfuerzos para crear un arma similar que permitiera responder con la misma fuerza cualquier ataque contra ellos que tuviera las dimensiones de la destrucción de Hiroshima y Nagasaki. La primera bomba soviética se puso a prueba en 1949.

También, decía ese autor, “la peor situación a la que puede llegar un beligerante es la indefensión”, pues esto significaría su derrota. Este principio, así como la posibilidad de su verificación, está siempre en el pensamiento de las dos partes en pugna; por eso mientras los combatientes no han derrotado totalmente a su adversario existe la posibilidad aterradora de que éste se sobreponga y, superando los recursos de sus enemigos, los someta. Entonces la ley que marca uno de los contrincantes se adueña de la mente del enemigo y orienta sus actividades bélicas: esta es una segunda interacción que constituye un segundo extremo.[2] En ese sentido, por ejemplo, la entrada de Napoleón a España en 1808 parecía ser la derrota de la monarquía hispánica. Pero eso no ocurrió. La invasión provocó una adaptación de las fuerzas españolas que parecían derrotadas como una resistencia guerrillera que se prolongó hasta 1814. A su vez, la ley de las guerrillas obligó a los oficiales franceses a reorientar su violencia, de manera que las fuerzas regulares napoleónicas tuvieron que readaptarse como fuerzas irregulares contrainsurgentes, que pudieran perseguir a las partidas guerrilleras, cuidar las líneas de comunicación y reprimir a todo aquel que pareciera rebelde o que colaborara con los guerrilleros.

También en 1941, al inicio de la invasión nazi sobre la Unión Soviética, todo apuntaba a que ésta sería sometida fácilmente, pues Hitler llegó a concentrar contra ella más del 70% de su poder militar, tal vez el más moderno y competente de la época. Los soldados alemanes entraron a Rusia bajo el principio de exterminar a los pueblos eslavos y mataron a muchos millones de inocentes; pero, aun así, no triunfaron. La imperiosa necesidad de expulsar a los nazis se apoderó absolutamente del interés del gobierno de Stalin, y gracias a su gestión el Ejército Rojo superó el reto alemán, derrotó a los invasores en 1943 y avanzó victorioso hacia Berlín desde 1944.

Clausewitz señalaba, asimismo, que si se desea derrotar al enemigo, el esfuerzo desplegado en un combate debe medirse por la “capacidad de resistencia” del oponente. Esta capacidad está compuesta por dos elementos: las dimensiones de los recursos con que cuenta el beligerante y “la fuerza de voluntad”. El primero puede precisarse o medirse matemáticamente, a través de la consideración de las cifras de la economía, las armas, las fuerzas armadas, etc., del adversario; el segundo, en cambio, apenas puede estimarse medianamente en cuanto se comprende “la fuerza de las motivaciones” que mueven la hostilidad del enemigo. Sólo en la medida en que sean bien ponderados esos dos elementos se podría constituir una respuesta formidable; aunque el enemigo actuaría en el mismo sentido. Esto constituye la tercera interacción, que orienta las hostilidades hacia un tercer extremo.[3] Esto ocurrió cuando los ejércitos de las monarquías europeas intentaron apagar la Revolución Francesa. Los combates iniciales contra los gobiernos revolucionarios estaban proyectados bajo el paradigma bélico de los reyes de Antiguo Régimen (siglo XVIII), esto es, bajo un modelo que concebía las guerras como conflictos limitados, en los que combatían ejércitos medianos con el objetivo de subsanar una ofensa concreta cometida por un agresor determinado; en cuanto la ofensa quedaba pagada, la guerra terminaba. Pero las motivaciones de la República de Francia habían cambiado: las motivaciones de su violencia no buscaban cobrar una ofensa; ahora se trataba de la expansión de los principios revolucionarios por todo el mundo y del exterminio de todos los agentes no revolucionarios o monárquicos de Europa. También los recursos de guerra franceses crecieron, porque ahora las fuerzas revolucionarias se constituían por todos los franceses capaces de empuñar un arma. Esto superaba por mucho los alcances de cualquier otro ejército de las monarquías europeas y permitió el triunfo de la Revolución y, posteriormente, la expansión de las reformas revolucionarias y del primer imperio francés sobre todo el continente.

Igualmente, la guerra Franco-Prusiana de 1870 demostró que los franceses subestimaron las capacidades de Bismarck para movilizar tropas hacia la frontera y humillar ágilmente al ejército de Luis Bonaparte. Éste, confiando en la “superioridad” de sus fuerzas armadas, declaró la guerra a los alemanes en julio, pero los prusianos explotaron el sentimiento generalizado de protonacionalismo alemán que desataron las ambiciones francesas para reunir y alentar a sus fuerzas; de la misma manera, explotaron todas las facilidades que ofrecían las líneas férreas que intercomunicaban las provincias alemanas para acelerar su embestida contra Francia, la cual no contaba con un sistema ferrocarrilero tan moderno y tardó mucho en responder a ese golpe fatal.

Ahora bien, con todos esos elementos en mente, regresemos a la actualidad. Recordemos que el conflicto de hoy es el resultado de la prolongada persistencia de Estados Unidos en dotar de una mayor extensión a su organización militar, la OTAN. Se trata de una vieja tentativa por ceñir por las armas a Rusia. Desde el final de la guerra fría esa organización avanzó rápidamente sobre los países antiguamente soviéticos, o de influencia soviética, del este Europeo, procurando establecer bases militares controladas por Estados Unidos y cada vez más próximas de Moscú. Más adelante, en 2008, la administración de George Bush jr., intentó expandir las fronteras de la OTAN hasta Georgia. Vladimir Putin no cedió entonces, ni cedió cuando se verificó una proyección norteamericana más: el golpe de estado contra el gobierno legítimo ucraniano en 2014, auspiciado por la administración Obama. Este capítulo de la violencia imperialista americana quedó cerrado bajo la administración Trump, durante la cual se detuvo el expansionismo estadounidense que apuntaba rumbo a Rusia. Pero la guerra de 2022 dio inicio a uno nuevo y la administración Biden, ha escrito las primeras líneas con sangre ucraniana. En pocas palabras, las interacciones de las administraciones Putin y Zelenski no han constituido nunca realmente una guerra abusiva contra Ucrania, por el control ruso sobre este país; más bien nos encontramos frente a un conflicto abusivo de Occidente (léase Estados Unidos) contra la Federación Rusa, por el control de Rusia, que se libra en el territorio de Ucrania a costa de la sangre de los ucranianos.

Si ponemos atención a su desarrollo es evidente que la conflagración está tendiendo hacia el extremo en los tres sentidos que señalaba Clausewitz: cada movimiento ha engendrado una respuesta equivalente o superior por parte del adversario; cada decisión está dominada por proyecciones sobre las capacidades de reacción de cada contrincante, y cada política de guerra nace de cálculos hechos sobre el poder de resiliencia del enemigo: los ataques de Ucrania sobre el Donbass al inicio de 2022, continuación de lo empezado en 2014, dieron pie a la Operación Especial del presidente Vladimir Putin. La potencia de esta respuesta inicial de Rusia resquebrajó inmediatamente gran parte de la infraestructura ucraniana, pero pudo resistirse por medio del crecimiento de las capacidades guerreras del ejército de Zelenski: llegaron decenas de miles de mercenarios occidentales, se abrió la asistencia logística desde Europa y la OTAN se comprometió con el abastecimiento militar de Ucrania. Rusia modificó su táctica, estableciendo su centro de operaciones en el Donbass y varió sus medidas de guerra hacia el agotamiento progresivo de las posiciones militares ucranianas y las líneas de abastecimiento occidentales. Estados Unidos y sus satélites intentaron asfixiar al mismo tiempo a Rusia y desmoronar su esfuerzo bélico a través de sus famosas sanciones económicas, pero la economía de la Federación se adaptó, se independizó de las producciones occidentales y así nulificó el acoso. En contrapartida, Putin tomó medidas sobre los precios de los combustibles que afectan directamente a Europa, reforzó sus posiciones con el reconocimiento y anexión de las repúblicas separatistas del oriente ucraniano… etc., etc. Las tensiones escalaron y continúan escalando progresivamente; cada contrincante marca una nueva ley a su enemigo, éste responde con contundencia y abre la vía para una contrarespuesta, aún más violenta. Los contrincantes se enzarzan en una dinámica interminable hacia los extremos, cual si fuera el cuento de nunca acabar.

En todo ese contínuum de violencia, los países occidentales no han sufrido bajas. Estados Unidos se localiza en América, después de cruzar el océano Atlántico; los países de la Unión Europea y la OTAN, aunque están sumidos en la crisis de energía, mantienen a sus militares detrás de las fronteras del Este. Por su parte, los rusos han sufrido numerosas bajas, pero el territorio de la Federación Rusa se ha mantenido prácticamente intacto; gracias a la buena gestión de su gobierno, el país ha logrado sortear con éxito cada ley que le han impuesto sistemáticamente los occidentales. Ucrania, en cambio, es quien ha sufrido más bajas militares y civiles durante la guerra: el país está prácticamente en ruinas, su infraestructura bombardeada no promete una pronta recuperación, una porción importante de sus habitantes se encuentra huida y una porción considerable de su territorio forma ahora parte de Rusia. Sin embargo, a pesar de la destrucción sistemática de su ejército, las bajas en el seno de su pueblo y el desmoronamiento de su país, el gobierno de Zelensky no cede. En las peores condiciones, ha decidido proseguir el suicidio que es esta guerra, decidido a sacrificar hasta el último ucraniano en este conflicto, para satisfacer a Estados Unidos y sus ambiciones expansionistas.

Los medios de destrucción en manos del ejército ucraniano se han engrosado y parece que seguirán engrosándose durante un buen tiempo. En los primeros días de 2023 Estados Unidos anunció una “ayuda” que se calcula en 3 mil millones de dólares, “50 blindados de infantería tipo Bradley” y varias decenas más de otros vehículos militares; Alemania enviará 40 blindados para “transporte de tropas” y una batería antiaérea Patriot, y Francia prometió enviar una cifra aún no precisada de tanques tipo AMX-10 RC. También parece que el Reino Unido podría proponer en algunos días envío de tanques Challenger 2.[4] Es decir, con el envío de más dispositivos para la matanza quiere marcarse un nuevo umbral de la violencia para contener a Rusia. En pocas palabras, Occidente está tendiendo nuevamente hacia el extremo; los aliados desean marcar una nueva ley al ejército de Putin.

Como es natural, si los rusos no quieren ser sobrepasados, habrán de ofrecer una respuesta adecuada. Es decir, deberán contratacar con mayor fuerza y buscar soluciones para neutralizar de manera eficaz las posibilidades que se abren a Ucrania con la nueva participación, más directa que antes, de las potencias occidentales en la guerra. Por eso el 9 de enero todos los medios pro-occidentales difundieron que el portavoces del Kremlin Dimitri Peskov declaró que los envíos de armamentos prolongarán el sufrimiento de los ucranianos y no cambiarán el curso de las hostilidades.[5] En pocas palabras, el fin del conflicto quedará todavía más lejano en el porvenir.


Anaximandro Pérez es Maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] Carl von Clausewitz, De la guerra, Madrid, Madrid, La esfera de los libros, 2014, pp. 18-19.

[2] Ibídem, pp. 19-20.

[3] Ibídem, p. 20.

[4] « Les livraisons de Chars Occidentaux vont “prolonger les souffrances” des Ukrainiens », Le Point, 9 de enero de 2023, (consultado el 10 de enero de 2023, en lepoint.fr); sobre los tanques del reino unido informó Russia Today en su nota « Bloomberg: el Reino Unido contempla la posibilidad de suministrar tanques Challenger a Ucania », Russia Today, 9 de enero de 2023 (consultado el 10 de enero en actualidad-rt.com).

[5] Esto puede observarse, por ejemplo en el artículo de Le Point supracitado y en la nota de Reuters “Kremlin says new Western armoured vehicles for Ukraine will ‘deepen suffering’”, del mismo 9 de enero de 2023 (consultado el 10 de enero de 2023 en reuters.com).

El Movimiento de Rectificación y el triunfo de Mao dentro del Partido Comunista de China

Diciembre 2022

Mao Zedong es considerado el líder máximo del Partido Comunista de China. Incluso en la actualidad, cuando otros líderes, como Deng Xiaoping, gozan de muy buena reputación en el Partido y en la sociedad china, Mao sigue estando a una altura superior. En la plaza de Tiananmen cuelga solitario el retrato de Mao, no hay nadie más. Mao es presentado como el fundador del Partido, el líder guerrero que guio al pueblo chino para derrotar al Kuomintang y a los invasores japoneses, el teórico genial que sinizó el marxismo y sentó las bases del socialismo con características chinas, y el estadista que fundó la nueva China. Su impronta fue tan abarcadora que originó una corriente al interior del movimiento comunista internacional, presente hasta la actualidad: el maoísmo. Cuando murió, el Partido decidió que su imagen era muy importante como para dejarla desvanecer y erigieron un mausoleo donde resguardaron su cuerpo embalsamado.

Pero no siempre fue así. Si bien Mao fue uno de los asistentes al congreso fundacional del Partido, en 1921, en ese momento no era considerado como un elemento especialmente valioso. Para que Mao se convirtiera en el líder máximo tuvo que enfrentar a otros líderes del Partido, los cuales muchas veces tenían más autoridad que él. La rivalidad política trascendía los límites del Partido, pues desde Moscú Stalin seguía de cerca los movimientos de los comunistas chinos y a través de la Comintern ponía y quitaba dirigentes según fluctuaban sus intereses. Mao comenzó a destacar como uno de los principales líderes en 1935, en plena Larga Marcha, y alcanzó el nivel de máximo dirigente en 1944, con el Movimiento de Rectificación, en Yan’an. El VII Congreso del Partido, celebrado en 1945, consagró a Mao como líder indiscutible y plasmó en sus estatutos al Pensamiento Mao Zedong, al lado del marxismo-leninismo, como la principal guía teórica para la acción revolucionaria.

En este ensayo reviso la trayectoria política de Mao Zedong desde su juventud hasta su transformación en líder máximo del Partido Comunista de China, poniendo especial énfasis en la evolución de su pensamiento. En la primera parte analizo la juventud de Mao, su incorporación al Partido y su participación en la lucha revolucionaria; este periodo abarca del Movimiento del 4 de mayo de 1919 a la Conferencia de Zunyi, en 1935. En la segunda parte examino el periodo de ascenso de Mao dentro del Partido; de la Conferencia de Zunyi, en 1935, al inicio del Movimiento de Rectificación, en 1942. Posteriormente, estudio el triunfo de Mao dentro del Partido; del inicio del Movimiento de Rectificación, en 1942, al VII Congreso del Partido, en 1945. Por último, apunto algunas consideraciones finales a manera de conclusión.

Mao empieza

Mao comenzó a luchar por la transformación de China desde antes de conocer al comunismo  (Schram 2022). Se encontraba estudiando en Changsha, capital de su provincia natal, Hunan, cuando estalló el levantamiento de Wuchang de 1911, con el cual la etapa imperial de China llegó a su fin. En esa coyuntura, un Mao de 18 años se enlistó como soldado del ejército revolucionario en Hunan. Pero su participación en el ejército fue breve. Al cabo de seis meses retomó su vida como estudiante y en 1918 egresó de la Primera Escuela Normal de Changsha, donde había fundado varias organizaciones estudiantiles. Mao se trasladó a la Universidad de Beijing ese mismo año y trabajó como ayudante en la biblioteca de la universidad. Ese periodo en Beijing fue especialmente importante para el rumbo que tomó su vida.

En la universidad, Mao conoció el marxismo. Li Dazhao, el bibliotecario con el cual trabajaba, era uno de los principales intelectuales del momento. Li Dazhao y Chen Duxiu fueron de los primeros intelectuales chinos que comenzaron a mostrar especial interés por el marxismo y por los acontecimientos de la Revolución Rusa de 1917. Mao los conoció a los dos y ellos fueron quienes lo introdujeron al marxismo. En ese mismo periodo, Mao vivió el Movimiento de 4 de mayo de 1919, el cual tuvo como epicentro la Universidad de Beijing. Ese año, jóvenes estudiantes de Beijing protestaron contra el trato injusto que las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial le dispensaron a China, al pactar con Japón para que se quedara las posesiones chinas de Alemania, en lugar de regresárselas directamente a China. Políticamente, el movimiento significó el rechazo de la intelectualidad china a la democracia liberal y la condena del imperialismo encarnado en las potencias occidentales. En contra parte, los intelectuales nacionalistas chinos encontraron en la Unión Soviética a un país que hablaba de antiimperialismo y ofrecía su ayuda para liberar a China. En ese contexto Mao abrazó el comunismo.

Después de seis meses en Beijing, Mao volvió a Changsha y organizó una rama de la Liga de la Juventud Socialista. Como representante de esa organización, Mao asistió, en 1921, al congreso fundacional del Partido Comunista de China, realizado en Shanghái bajo el impulso de la Comintern (Connelly 2022). Comparado con los otros asistentes, Mao no representaba una autoridad política ni intelectual. El Congreso eligió a Chen Duxiu como secretario general del Partido, a Zhang Guotao como director de organización y a Li Da como director de propaganda. Mientras Mao apenas empezaba su carrera como comunista, otros miembros del naciente Partido ya tenían años de trayectoria.

Impulsado por la Comintern, en 1923 el Partido formó un frente unido con el Kuomintang de Sun Yatsen para derrotar a los caudillos militares y unificar a toda China. Mao participó activamente en las tareas del frente unido, entre las cuales estaba la de ser el jefe de propaganda, pero a raíz de la muerte de Sun Yatsen y el ascenso de Chiang Kaishek como jefe del Kuomintang, los comunistas comenzaron a ser excluidos de los principales órganos de dirigencia. Mao tuvo que abandonar Shanghái y se trasladó a su natal Hunan, donde descubrió el potencial revolucionario de los campesinos y comenzó a formar organizaciones campesinas para engrosar las filas comunistas. La alianza entre comunistas y nacionalistas terminó en 1927, cuando Chiang Kaishek ordenó la masacre de comunistas en Shanghái. En ese momento, el Partido encabezó insurrecciones armadas contra el Kuomintang en Cantón, Nanchang y otros lugares. Mao dirigió el levantamiento de la Cosecha de Otoño, un movimiento campesino armado que se proponía tomar Changsha. Todos los levantamientos fracasaron y los comunistas fueron expulsados de las ciudades (Wilbur 1983).

El levantamiento de la Cosecha de Otoño es importante en la evolución política e ideológica de Mao porque muestra dos aspectos centrales en su trayectoria posterior: el trabajo organizativo entre el campesinado y la dirección militar. Tras la derrota, Mao y Zhu De reúnen sus fuerzas y crean el Ejército Rojo. Tanto los jefes del Partido como los cuadros medios coincidían en la necesidad de tener un instrumento militar para protegerse de la persecución nacionalista, pero había discrepancias acerca del uso que debían darle. Por un lado, Mao insistía en que el Ejército Rojo debía crear y proteger áreas base en el campo para tener espacios seguros desde los cuales los comunistas pudieran impulsar su lucha por el poder. Por el otro, el secretario general de Partido, Li Lisan, sostenía que el Ejército Rojo debía conquistar ciudades de mediana importancia para hacer de ellas fortalezas comunistas y desde ahí impulsar la lucha.

La Comintern responsabilizó a Chen Duxiu por los fracasados levantamientos armados de 1927 y fue destituido como secretario general del Partido en 1928. Su lugar fue ocupado por Li Lisan (Ch’en 1983). Li Lisan, siguiendo las directrices de la Comintern, sostenía que la situación económica en Norteamérica y la política en Europa darían paso a una coyuntura crítica en China que debía ser aprovechada por los comunistas para tomar el poder. Debían pasar de la defensa al ataque. Bajo esa argumentación, Li Lisan ordenó que el Ejército Rojo tomara algunas ciudades de mediana importancia. El ataque fracasó y las tropas nacionalistas repelieron a las comunistas. Aunque Mao no estaba convencido de la posición de Li Lisan, aceptó las órdenes y dispuso que sus fuerzas participaran en las operaciones.

Las diferencias tácticas entre Mao y Li Lisan tenían de fondo diferencias ideológicas. Li Lisan defendía la centralidad del proletariado urbano como principal elemento para el triunfo de la revolución. De acuerdo con su posición, los comunistas debían volver a las ciudades cuanto antes para organizar a los obreros y formar grandes destacamentos comunistas en las fábricas. En la teoría marxista-leninista los obreros son el sujeto revolucionario por antonomasia y, por ello mismo, son la vanguardia de la revolución. El proletariado urbano debe dirigir la lucha por la destrucción del capitalismo y la construcción del socialismo; las otras clases sociales pueden ser aliadas (campesinos, intelectuales, estudiantes, etc.), pero siempre guiadas por la vanguardia proletaria. Alejarse de las ciudades, para Li Lisan, equivalía a alejarse del principal medio en el que los comunistas debían ejercer sus labores.

Mao tenía una visión diferente. En principio, aceptaba la centralidad del proletariado urbano y su papel de vanguardia respecto a todas las demás clases revolucionarias, pero le daba al campesinado una importancia diferente a la de Li Lisan. Ya en 1926, Mao había escrito un reporte al Comité Central del Partido, en el cual señalaba que se habían concentrado demasiado en las ciudades y habían ignorado a los campesinos (S. Schram 1986). Ese mismo año Mao escribió un artículo titulado “La revolución nacional y el movimiento campesino”, en el cual sostenía que la cuestión campesina era la cuestión central de la revolución nacional. Por la posición que tenían el proletariado fabril y el campesinado en la sociedad china, el campesinado podía jugar un papel más revolucionario, pues para liberarse debía liberar a todas las clases oprimidas en China, mientras las demandas de los obreros eran más reformistas. Para no ir frontalmente contra la ortodoxia del marxismo-leninismo, Mao matizaba su postura y decía que el proletariado urbano era la vanguardia de la revolución, pero si los campesinos no se levantaban no podrían derrocar al feudalismo y al imperialismo imperantes en China.

En “Análisis de las clases de la sociedad china”, de 1926, y “Reporte sobre una investigación del movimiento campesino en Hunan”, de 1927, Mao aportó más elementos acerca de la importancia que tenía el campesinado para la revolución. Mao no negaba los planteamientos de Li Lisan en torno a la centralidad de la clase obrera urbana, pero sostenía que la organización y el levantamiento de los campesinos era fundamental para que triunfara la revolución, algo que Li Lisan no compartía. De ahí que para uno mantenerse en el campo representara un periodo estéril mientras para el otro significara una oportunidad de organizar a uno de los grupos más importantes y menos atendidos por los comunistas: las masas campesinas. Esta posición de Mao no hizo sino consolidarse en los siguientes años.

El siguiente paso de Mao fue la formación del soviet de Jiangxi, en 1931. Mientras Mao y otros se lanzaron a crear áreas base en la China interior, el Comité Central del Partido permaneció en Shanghái, de modo clandestino. La persecución contra los comunistas en las ciudades era tan intensa que en 1931 el entonces secretario general del Partido, Xiang Zhongfa, fue capturado y ejecutado por las fuerzas nacionalistas. Eso llevó a la cúpula del partido a los 28 bolcheviques, un grupo de comunistas chinos que habían estudiado en la Unión Soviética y que se adherían completamente a los dictados de la Comintern. Políticamente, eran incondicionales a Moscú y teóricamente eran partidarios de la ortodoxia marxista-leninista. Wang Ming y Bo Gu, quienes fungieron como dirigentes del partido entre 1931 y 1935 pertenecían a ese grupo.

Por las condiciones de inseguridad y la falta de redes de comunicación, la relación entre el soviet de Jiangxi y el Comité Central del Partido era mínima. Obediencia externa y desobediencia interna era la actitud de Mao hacia los 28 bolcheviques radicados en Shanghái (Hsu 2012). En 1931 Mao ganó estatura política mediante la realización del Primer Congreso de los Soviets de China, en el cual fue elegido presidente del gobierno soviético de China. Son años difíciles para los comunistas: tienen que gobernar el soviet, aumentar las filas de su Partido, mejorar la cantidad y calidad de las tropas del Ejército Rojo, y defenderse de las campañas de aniquilación enviadas por Chiang Kaishek contra el soviet. En 1931 y 1932 Mao es el principal dirigente del soviet y tiene éxito en sus tareas: el gobierno que instaura tiene aceptación de los campesinos, hay estabilidad social, los campesinos se unen al Partido y al Ejército Rojo, y, con Zhu De, derrota las primeras tres campañas de aniquilación.

En 1933, el Comité Central del Partido abandona Shanghái por el recrudecimiento de la represión y llega al soviet de Jiangxi. Ahí, desplazan a Mao como principal líder político. Bo Gu toma las riendas políticas y Otto Braun, asesor militar enviado por la Comintern, sustituye a Zhu De como jefe militar. La nueva dirigencia aplica políticas radicales que enemistan a los campesinos ricos, debilitando la solidez del soviet. Militarmente, derrota a la cuarta campaña de aniquilación, pero es incapaz de defenderse contra la quinta campaña de Chiang Kaishek, en 1934. Sitiados totalmente por las fuerzas nacionalistas, los comunistas abandonan la defensa del soviet y rompen el cerco para retirarse hacia el oeste. 85 mil soldados y 15 mil funcionarios emprendieron la Larga Marcha, dejando atrás el área base donde se habían refugiado durante cuatro años.

Durante este primer periodo, Mao gana estatura política al interior del Partido por los resultados obtenidos en su trabajo de masas. El soviet de Jiangxi, que si bien no era el único soviet en China sí era el más grande e importante, lo habían fundado Mao y Zhu De. Militarmente, su estrategia de guerra de guerrillas le había permitido derrotar tres campañas de aniquilación de las fuerzas nacionalistas a pesar de su inferioridad numérica y armamentista. Había escrito varios textos en este periodo, pero su conocimiento del marxismo-leninismo todavía no era suficiente para competir en el terreno ideológico con los 28 bolcheviques, quienes podían presumir de leer a Lenin en el original y haber estudiado en la Unión Soviética, mientras Mao no hablaba ruso ni alemán, además de que nunca había salido de China. Un cuarto factor es que Mao no tenía respaldo de la Comintern, lo cual debilitaba su posición respecto a Wang Ming y Bo Gu.

Mao asciende

El ascenso político de Mao comienza en la conferencia de Zunyi, en 1935. Después de huir de las tropas de Chiang Kaishek, finalmente los comunistas tienen un momento de tranquilidad cuando toman la ciudad de Zunyi, en la provincia Guizhou (Ch’en 1983). Ahí la cúpula del Partido realiza una conferencia para analizar los acontecimientos de Jiangxi y tomar decisiones al respecto. Los grupos políticos dentro del Partido eran dos: aquellos que defendían la línea teórica y estratégica de los 28 bolcheviques, y por lo tanto de la Comintern, y los que defendían la estrategia de Mao. En la conferencia, Mao señaló a Bo Gu, el líder político, y a Otto Braun, el líder militar, como responsables de las derrotas del soviet de Jiangxi. Había pocos elementos para refutar las acusaciones de Mao, puesto que él había sido desplazado de la toma de decisiones con la llegada del Comité Central y era claro quiénes habían asumido la dirección desde 1933. En la conferencia, Mao contó con el respaldo de Zhou Enlai, Zhu De, Zhang Wentian, entre otros que se manifestaron para apoyarlo. El resultado fue la defenestración de la línea estratégica y política de Bo Gu y Otto Braun, mientras Mao fue ascendido al comité permanente del Comité Central del Partido.

Pero la conferencia de Zunyi no colocó a Mao como máximo dirigente del Partido. En términos de la institucionalidad partidaria, los cambios realizados en la conferencia no tenían ningún sustento, pues habían ascendido al Politburó personas que no habían sido electas como miembros del Comité Central en el último congreso, el VI, realizado en Moscú en 1928. En términos políticos, había rivales fuertes con los cuales Mao tenía que medirse todavía, como Zhang Guotao y Wang Ming. El primero tenía prestigio político por haber sido miembro fundador del Partido, y tenía buena reputación militar por haber salvado a las tropas de su propio soviet retirándose a la provincia de Sichuan cuando las tropas de Chiang trataron de aniquilarlo. Por su parte, Wang Ming, el máximo representante de los 28 bolcheviques, se encontraba en la Unión Soviética fungiendo como conexión entre el Partido y la Comintern.

El Ejército Rojo de Mao continuó su marcha hacia la provincia de Sichuan para encontrarse con las tropas de Zhang Guotao. En junio y agosto de 1935 se celebraron sendas reuniones entre el grupo encabezado por Mao y el de Zhang. Ahí se confrontaron dos análisis sobre la estrategia seguida hasta ese momento y dos visiones sobre el futuro que debía seguir el Partido. Para Zhang, la Larga Marcha y la expulsión de los comunistas hacia el oeste y el norte de China demostraba el fracaso de la estrategia de los soviets. De acuerdo con él, el Partido debía aprender de su experiencia y no insistir en seguir fundando esas áreas base. Mao se oponía. Para él los soviets no solo eran la mejor forma de organización en las condiciones del momento, sino la única, ya que las ciudades les estaban vedadas por el Kuomintang. Zhang sostenía que las tropas comunistas debían dirigirse a Xinjiang y fundar ahí su propio Estado, convirtiendo al Partido en un partido de minorías étnicas. Para Mao eso era inadmisible, pues significaba renunciar a los principios del comunismo y a la lucha por el poder político en China.

La disputa estratégica tenía de fondo una rivalidad política entre los dos jefes. Zhang se pensaba como un líder con los mismos o más méritos que Mao y se negaba a ser su subordinado. Mao insistía en integrar a Zhang y sus tropas para que juntos marcharan hacia el norte, hacia el soviet de Shaanxi. Las negociaciones no lograron conciliar las dos posiciones y al final Mao partió con sus tropas hacia el norte, mientras Zhang permaneció con sus fuerzas en Sichuan. Al llevar su ejército a la provincia de Gansu, en 1936, Zhang fue atacado por las tropas del Kuomintang y sufrió una derrota tan grande que quedó nulificado militarmente. Ante la falta de opciones, Zhang tuvo que dirigirse a Shaanxi y reunirse con Mao. Sin tropas ni masas que lo respaldaran, Zhang perdió la fuerza que tenía y en 1938 desertó del Partido para integrarse al Kuomintang.

El otro rival político era Wang Ming. En 1927 Wang llegó de Moscú a Yan’an, el soviet de Shaanxi donde finalmente Mao y los demás jefes comunistas habían comenzado a construir su nueva área base principal. Conocedor de los clásicos del marxismo-leninismo, y respaldado por la Comintern, Wang tenía un peso político importante dentro del Partido. Hombres como Zhou Enlai y Peng Dehuai lo tenían en alta estima y respetaban su preparación ideológica. Wang llegó a Yan’an como enviado de la Comintern para asegurarse de que el segundo frente unido entre comunistas y nacionalistas funcionara. Apenas en diciembre de 1936 había tenido lugar el incidente de Xi’an en el cual Chiang Kaishek había sido secuestrado por sus propios generales para obligarlo a pactar con los comunistas y sumar fuerzas contra la invasión japonesa. La cuestión del frente unido entre el Partido y el Kuomintang era central para la Comintern.

La posición de Wang Ming sobre cómo debía darse la alianza entre comunistas y nacionalistas era diferente de la posición de Mao (Slyke 1986). Wang Ming insistía en realizar una alianza militar casi total, muy cerca de las condiciones que ponía Chiang Kishek a los comunistas para poder concretar el frente. Mao se negaba. Él sostenía que no debían repetir los errores del primer frente unido con los nacionalistas, en la década de 1920, y debían conservar su independencia militar y política, aunque sí debían mantenerse coordinados con el Kuomintang para atacar al enemigo japonés.

Esta diferencia entre los dos líderes probablemente esté relacionada con los principales objetivos que perseguía cada uno. Wang Ming, representante de la Comintern y muy cercano al comunismo ruso, ponía como objetivo principal la derrota de los japoneses antes que el fortalecimiento de los comunistas chinos. Esto era así porque para Stalin era fundamental que China contuviera el avance militar japonés, ya que el poder de Hitler estaba creciendo en Europa y la Unión Soviética sería incapaz de enfrentar simultáneamente a dos enemigos poderosos como Alemania y Japón en dos frentes distintos. Por eso, Wang defendía la unión con los nacionalistas, incluso a costa de perder momentáneamente la independencia política y militar de los comunistas. Las prioridades de Mao eran otras. Mao no solo tenía mucha menos relación con la Comintern, sino que era incapaz de pensar en renunciar voluntariamente a la fuerza que habían logrado construir en esos años. Personalmente, Mao rechazaba una alianza con Chiang Kaishek por la persecución que este había desatado contra los comunistas desde 1927, pero al final aceptó formar la alianza.

A partir de 1937, el año en que inició la invasión japonesa a China, Wang Ming se concentró en Wuhan para coordinar los esfuerzos militares de los comunistas y los nacionalistas. Con las derrotas del Kuomintang ante Japón, Wang Ming tuvo que retornar a Yan’an. Mao había permanecido en Yan’an todo ese tiempo y había fortalecido su posición política y militar, pues en ese primer periodo de la guerra, los japoneses casi no atacaron a la base comunista, mientras los comunistas emplearon contra los japoneses la guerra de guerrillas.

El periodo de la Larga Marcha y los primeros años en Yan’an fueron importantes para la elevación política de Mao. Zhang Guotao quedó suprimido como rival y se pasó al bando nacionalista. Wang Ming prácticamente se había desconectado del comunismo chino entre 1931 y 1937, periodo en el cual vivió en Moscú; al volver a China, fue incapaz de reconectarse con el partido y las masas, mientras Mao ya había ganado el respaldo de los demás miembros de los 28 bolcheviques. En términos políticos y militares, Mao ya se había erigido como el principal líder, pero todavía le faltaba alcanzar la superioridad teórica sobre los demás dirigentes.

El periodo de Yan’an fue especialmente importante para Mao en este terreno. Después de años de luchar por la supervivencia y de resistir los ataques de Chiang Kishek, finalmente encontró el tiempo para adentrarse en el estudio sistemático del marxismo-leninismo. El periodista estadounidense Edgar Snow, que entrevistó a Mao en Yan’an en 1936, lo describió como un lector omnívoro. En esos primeros años, Mao buscaba llevar a cabo la nacionalización del marxismo, es decir, su adaptación a las condiciones específicas de la China del siglo XX, pues solo así podría explotarse todo su potencial revolucionario. El propio Engels había afirmado que el marxismo no era un dogma sino una guía para la acción. Para Mao, la sinización del marxismo era una tarea pendiente y él asumió la misión de realizarla. Resultado de sus esfuerzos intelectuales en esta coyuntura son sus ensayos titulados “Sobre la práctica”, “Sobre la contradicción” y “Contra el liberalismo”, escritos en 1937. Este es un momento crítico en el que Mao sienta las bases teóricas de lo que más tarde se llamaría Pensamiento Mao Zedong.

Mao triunfa

Los años de la invasión japonesa fueron fundamentales para el triunfo político de Mao al interior del Partido. Entre 1937 y 1945, los japoneses se concentraron en conquistar el norte y la costa de China; el Kuomintang se enfrentó a los japoneses en Shanghái y Nanjing, y luego huyó a Chongqing, donde se esforzó por sobrevivir; los soviéticos se ocuparon en combatir los ejércitos de Hitler en Europa; y los comunistas aprovecharon las circunstancias de la guerra para ampliar sus áreas base y consolidar su gobierno en el soviet de Yan’an, además de combatir a los japoneses a través de la guerra de guerrillas. En ese contexto tuvo lugar el Movimiento de Rectificación, ocurrido entre 1942 y 1944.

Desde su fundación hasta la llegada a Yan’an, el partido había vivido altibajos en lo que se refiere a su membresía. Cuando comenzó la Larga Marcha, en 1934, la columna del Ejército Rojo que salió de Jiangxi tenía aproximadamente 85 mil elementos; luego de caminar más de 12 mil kilómetros, enfrentando la adversidad climatológica y la persecución de Chiang Kaishek, a Yan’an llegaron solo 8 mil. En el nuevo soviet el Partido comenzó a reorganizarse y poco a poco su área de influencia comenzó a crecer más hasta consolidarse. No solo creció el soviet, sino también el Partido. Prácticamente todos los nuevos integrantes se habían sumado por las condiciones que vivía el país: huyendo de las zonas ocupadas por los japoneses o de las zonas nacionalistas, donde las políticas de Chiang Kaishek condujeron a una crisis política y económica. Casi todos desconocían los principios teóricos del marxismo-leninismo.

Movida por la necesidad de educar ideológicamente a los miembros recién integrados, y por terminar con las concepciones equivocadas al interior del Partido, la cúpula decidió lanzar un Movimiento de Rectificación (S. Schram 1986). Este movimiento recibió su nombre de dos discursos pronunciado por Mao los días 6 y 8 de febrero de 1942, en los cuales insistió en la necesidad de rectificar el estilo de trabajo del Partido. En concreto, llamó a desterrar al subjetivismo en el estudio, al sectarismo en el trabajo organizativo y al formalismo en la propaganda y el trabajo literario (Zedong 1942). Mao identificó a algunos miembros del Partido con los errores que él criticaba.

De acuerdo con Mao, dentro del Partido el subjetivismo estaba muy extendido. Este se presentaba bajo dos formas: como dogmatismo y como empirismo. El dogmatismo consistía en estudiar el marxismo-leninismo sin buscar aplicar a la realidad china las enseñanzas de los maestros del comunismo mundial. Tomar al pie de la letra los planteamientos de Marx y Lenin, memorizarlos y repetirlos acríticamente, no tenía ninguna utilidad para la transformación revolucionaria. Para Mao, lo que los comunistas chinos debían hacer era tomar la posición, el punto de vista y el método del marxismo-leninismo y aplicarlos a China. Wang Ming y los 28 bolcheviques fueron caracterizados como los principales representantes de ese dogmatismo.

El empirismo era la posición totalmente contraria al dogmatismo. Si el dogmatismo favorecía el estudio y aprendizaje del marxismo-leninismo, pero no lo aplicaba creadoramente a la realidad china, el empirismo favorecía el trabajo directo sobre la realidad china y daba poca o nula importancia al estudio teórico del marxismo-leninismo. Tanto una posición como la otra eran incorrectas, decía Mao, siguiendo la máxima leninista de que sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria y sin práctica revolucionaria no hay teoría revolucionaria. En este sentido, llamaba a unir indisolublemente la práctica y la teoría para poder sinizar adecuadamente el marxismo.

El sectarismo en el trabajo organizativo se refería al rechazo de algunos miembros al centralismo democrático. El centralismo democrático era el sistema de funcionamiento con el cual se había fundado el Partido, siguiendo la teoría de Lenin. De acuerdo con este sistema, la estructura partidaria debe practicar la discusión y toma democrática de decisiones en todos los niveles, pero al mismo tiempo existe una autoridad que radica en los órganos centrales, como el Comité Central. No respetar el centralismo democrático, ser excesivamente democrático hasta el punto de actuar de forma independiente, desacatando las indicaciones de los órganos centrales, es lo que Mao llama sectarismo. Otra manifestación del sectarismo es considerar que los cuadros y las masas con las que trabajan los dirigentes son “suyos”, pues esto da pie a que cada dirigente cree su propio grupo y se fracture la organización. Mao pone como ejemplos de sectarismo a Zhang Guotao y Chen Duxiu, pero insiste en que todavía existe en el Partido y en que debe combatirse.

El formalismo en la escritura se refiere al uso de palabras y fórmulas que son de difícil entendimiento para las masas y los cuadros del partido. Mao insistía en que los miembros del Partido debían usar un lenguaje que fuera accesible para las masas y con el cual estas pudieran identificarse. Llama a terminar con los estereotipos, con los formalismos hueros, que no le dicen nada a la gente, para desarrollar un estilo de escritura vivo y fresco, que interpele directamente a las masas chinas.

El Movimiento de Rectificación se trataba de una campaña para corregir los errores y vicios que el Partido había mantenido hasta ese momento. El objetivo no solo era educar ideológicamente a los nuevos miembros del Partido, sino también corregir a los cuadros más antiguos con la finalidad de que adoptaran nuevos métodos de estudio, trabajo y escritura. Ideológicamente, este movimiento significó el fin de la subordinación teórica del Partido Comunista de China respecto al Partido Comunista de la Unión Soviética. Mao lo planteó abiertamente de la siguiente manera:

“Un comunista es un marxista internacionalista, pero el marxismo debe tomar una forma nacional para que pueda tener algún efecto práctico. No hay algo así como el marxismo abstracto, solo existe el marxismo concreto. Lo que llamamos marxismo concreto es el marxismo que ha tomado una forma nacional, es decir, el marxismo aplicado a la lucha concreta en las condiciones concretas existentes en China y no el marxismo usado abstractamente. La sinificación del marxismo -o sea, un marxismo que en todas sus manifestaciones está imbuido de características chinas, usándolo según las peculiaridades chinas- es un problema que debe ser entendido y resuelto por todo el partido sin demora” (S. Schram 1986, 846)

Estas ideas sobre la necesidad de sinizar el marxismo habían sido expresadas por Mao en octubre de 1938. Entre 1937, cuando escribió sus ensayos “Sobre la práctica”, “Sobre la contradicción” y “Contra el liberalismo”, y 1944, cuando terminó el Movimiento de Rectificación, Mao trabajó en realizar esa sinización de la que hablaba.

El Movimiento de Rectificación fue más que solo el pronunciamiento por parte de Mao de algunos discursos. Se compiló una serie de documentos que todos los nuevos y viejos miembros del partido debían estudiar de forma colectiva, en círculos de estudio, para erradicar las antiguas formas de trabajo. Una característica de esta campaña fueron las sesiones de crítica y autocrítica, a través de las cuales los elementos del Partido buscaban identificar sus vicios para combatirlos conjuntamente y así avanzar en la adopción teórica y práctica de la nueva línea del Partido. Además de los problemas propiamente partidarios, Mao habló en otras ocasiones sobre el papel del arte y la literatura en la lucha revolucionaria, con lo cual pretendía orientar a los intelectuales que constantemente llegaban de las ciudades a Yan’an para integrarse a la lucha comunista.

El Movimiento de Rectificación significó el triunfo ideológico de Mao sobre Wang Ming, sobre los demás dirigentes comunistas chinos y sobre la línea ideológica de la Unión Soviética. El triunfo ideológico no solo tenía una base teórica, sino también un sustrato político. Entre 1942 y 1944 Wang Ming ya había perdido el poder que tenía cuando llegó a China procedente de la Unión Soviética y no tenía ninguna fuerza de masas para competir con Mao. Los demás dirigentes comunistas de nivel medio aceptaban la superioridad política de Mao por los resultados prácticos y militares que había mostrado desde la formación del soviet de Jiangxi, luego con la Larga Marcha y posteriormente con la consolidación del soviet de Yan’an. Internacionalmente, la Unión Soviética estaba preocupada por expulsar a los nazis de su territorio y ya en 1943 había declarado la disolución de la Comintern.

El triunfo ideológico y político de Mao se institucionalizó con el VII Congreso del Partido, celebrado en Yan’an entre abril y junio de 1945. En ese Congreso Mao fue electo como presidente del Comité Central del Partido, un cargo que no existía antes y que se creó en ese contexto. El Politburó quedó integrado por dirigentes que habían sido cercanos a Mao desde años anteriores o que habían aceptado abiertamente la superioridad de su línea: Zhu De, Zhou Enlai, Peng Dehuai, Zhang Wentian, Liu Shaoqi, entre otros, se convirtieron en la cúpula del Partido. Ese Congreso terminó totalmente con la influencia política de los 28 bolcheviques y de la Comintern.

Ideológicamente, el Congreso elevó los aportes teóricos de Mao a un nivel superior. Los asistentes consideraron que la sinificación del marxismo por parte de Mao ya había cobrado rasgos propios como para darle un nuevo nombre y plasmarlo en los estatutos del Partido. De esta manera, el Pensamiento Mao Zedong fue elevado al nivel del marxismo-leninismo como guía teórica para la acción revolucionaria de los comunistas chinos. En este proceso fue importante el papel de Liu Shaoqi, quien ya en 1943 había escrito un artículo celebrando los logros de la nacionalización del marxismo alcanzados por Mao.

El VII Congreso elevó a Mao al máximo grado de responsabilidad dentro del Partido, admitiendo su superioridad política, ideológica y militar. Su consagración como figura suprema de la historia china llegaría cuatro años después, con la derrota del Kuomintang, la huida de Chiang Kaishek a Taiwán y la fundación de la República Popular China, en 1949.

Conclusiones

El triunfo de Mao dentro del Partido Comunista de China le tomó 24 años. Fue un periodo de lucha constante tanto con fuerzas políticas externas al Partido como con fuerzas políticas internas. En el primer periodo, de 1921 a 1935, luchó contra el Kuomintang como fuerza externa y contra el liderazgo de Li Lisan y los 28 bolcheviques como fuerza interna. El Kuomintang buscaba aniquilar a los comunistas, mientras el liderazgo central del Partido buscaba terminar con la línea campesinista de Mao para volver a las ciudades. En el segundo periodo, de 1935 a 1942, la lucha externa fue contra los japoneses y el Kuomintang, y la lucha interna con Zhang Guotao y Wang Ming. En el tercer periodo, de 1942 a 1935, la lucha externa fue contra los japoneses y el Kuomintang, y la interna con un debilitado Wang Ming.

Si bien los resultados de la lucha de Mao se expresaron en términos políticos, no pueden excluirse los componentes militares e ideológicos de la lucha. La guerra de guerrillas practicada por Mao desde los primeros años le funcionó para derrotar las primeras tres campañas de aniquilación de Chiang Kaishek contra el soviet de Jiangxi, para sobrevivir en la Larga Marcha, para defender la existencia del soviet de Yan’an y para derrotar al Kuomintang tras la rendición japonesa. Ideológicamente, la línea de masas, la importancia del campesinado para la revolución china, la sinización del marxismo en el periodo de Yan’an y la conformación de una teoría propia, le permitieron a Mao ganar superioridad sobre los demás dirigentes y ganar independencia respecto a la Unión Soviética.

Las primeras dos etapas, hasta el inicio del Movimiento de Rectificación, fueron periodos de ascenso para Mao, de formación y defensa de su línea, y de confrontación con los demás. A partir del Movimiento de Rectificación, Mao ya tenía una autoridad política importante. Considerando el historial de lucha de Mao, los resultados de sus decisiones, sus análisis de los problemas de China y del partido, así como sus aportes teóricos, en 1945 sus compañeros dejaron de ver a Mao como un primus inter pares y lo elevaron a un nivel superior. Finalmente, fue bajo su dirigencia que los comunistas tomaron el poder y fundaron el nuevo Estado.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.

REFERENCIAS

Ch’en, Jerome. «The communist movement, 1927-1937.» En The Cambridge History of China, de John K. Fairbank, 168–229. Cambridge: Cambridge University Press, 1983.

Connelly, Marisela. «La revolución china y el triunfo del Partido Comunista Chino.» En Setenta años de existencia de la República Popular China, 1949-2019, de Connelly y Tzili-Apango, 686. México: El Colegio de México, 2022.

Hsu, Immanuel C. Y. «El Partido Comunista: 1921-1949.» En China de los Xia a la República Popular, de Eugenio Anguiano y Ugo Pipitone, 393-412. México: CIDE, 2012.

Schram, S. Reynolds. Encyclopedia Britannica. 5 de Septiembre de 2022. https://www.britannica.com/biography/Mao-Zedong (último acceso: 6 de Diciembre de 2022).

Schram, Stuart. «Mao Tse-Tung’s Thought to 1949.» En The Cambridge History of China, de John K. Fairbank and Albert Feuerwerker, 789–870. Cambridge : Cambridge University Press, 1986.

Slyke, Lyman Van. «The Chinese Communist Movement during the Sino-Japanese War 1937–1945.» En The Cambridge History of China, de John K. Fairbank and Albert Feuerwerker, 609–722. Cambridge : Cambridge University Press, 1986.

Wilbur, C. Martin. «The Nationalist Revolution: from Canton to Nanking, 1923–28.» En The Cambridge History of China, de John K. Fairbank, 527-720. Cambridge: Cambridge University Press, 1983.

Zedong, Mao. Marxist. 1942. https://www.marxists.org/reference/archive/mao/selected-works/volume-3/mswv3_06.htm (último acceso: 2022).

Por la reconquista de Eurasia

Diciembre 2022

La lectura del imperialismo estadounidense de la Guerra Fría del siglo XX que hacía uno de sus halcones más conspicuos, el consejero Zbigniew Brzezinski (1928-2017), parece adquirir nuevo vigor en la geopolítica, es decir en las decisiones e implicaciones de carácter global, que actualmente ejecuta el gobierno Estados Unidos (EE. UU.). Las pugnas del presidente Joe Biden en Ucrania y en Taiwan, tanto en el océano Atlántico como en el Pacífico, buscan una reconquista del continente euroasiático; es decir, el sometimiento de las naciones que componen Europa y Asia en favor la hegemonía del imperio americano. Sin embargo, los elementos de poder que le permitieron ser “única potencia global” después de la caída de la Unión Soviética y la política guerrerista está chocando con un bloque continental bastante potente, la alianza ruso-china.

Los “dominios clave” que hicieron posible la llegada de ese país al trono mundial, dice Brzezinski en su obra principal (El gran tablero mundial, 1997), eran cuatro: la superioridad mundial militar, económica, tecnológica y cultural que adquirió EE. UU. a lo largo del siglo XX. Esa preeminencia absoluta se produjo gracias a la conquista de Eurasia, el territorio más poblado y rico del mundo, base histórica de los imperios más poderosos de la humanidad. Después de las guerras mundiales (1914-1945), la situación aislada e imperial que conservaba desde el siglo XIX a través del dominio completo que los estadounidenses tenían sobre el continente americano, les permitía ser la primera potencia económica. El país representaba entonces el 50% del producto mundial bruto (Brzezinski, p.47), y sus marines surcaban todos los mares, siendo desde entonces dueños únicos de ese inmenso espacio vital. No dominaban, en cambio, el territorio euroasiático: sus vasallos en esa masa continental solo eran los países occidentales de Europa, algunos países del sudoeste asiático, así como las islas japonesas y Taiwán, por el lado oriental. La mayor parte de esa inmensa superficie estaba bajo el dominio de la poderosa alianza estratégica sino-soviética, que acordaron los gobiernos comunistas de Stalin y Mao (Ibid, pp. 31-32).

Frente a este obstáculo, indica el autor, los gobiernos consecutivos de Estados Unidos emprendieron una política general de desestabilización sobre Eurasia, tratando de sacudirle de encima a la potencia comunista bicéfala. Las medidas fueron drásticas. Por un lado, frentes de verdadera conquista territorial e ideológica en Indochina, Corea y, ulteriormente, en Golfo Pérsico y en Afganistán; por otro lado, con el objetivo de desestabilizar a los aliados comunistas de la Unión Soviética, abrieron brechas de conquista ideológica –mediada por la intimidación nuclear de la amenazante Organización del Tratado del Atlántico Norte– desde las fronteras imperiales de occidente. La pujanza económica de los estadounidenses y la propaganda apabullante que desarrollaron a través del cine, los periódicos, la televisión, las radiodifusoras, etc., hicieron posible que la tecnología, el modo de vida y el sistema bipartidista, “democrático”, de los americanos se impusieran en todo el planeta como los paradigmas de civilización y desarrollo mundial.

La conquista efectiva de Europa y Asia ocurrió de manera paulatina tras la muerte de Stalin (1953). La república China y la Unión Soviética enfriaron sus relaciones con el ascenso de Nikita Jrushchov. El vacío entre estos dos gigantes comunistas fortaleció las posiciones euroasiáticas estadounidenses y finalmente, el imperio mundial americano se entronizó cuando Mijaíl Gorbachov tiró la bandera de la hoz y el martillo en 1991. Por eso las perspectivas de la gestión imperial norteamericana parecían positivas en el año en que Brzezinski escribió su libro. En la década de los 90 del siglo XX la economía estadounidense representaba 30% del PMB, su modelo cultural era copiado por sus vasallos, su tecnología ocupaba los primeros lugares en ventas en todos los mercados y sus “legiones” tenían destinos en todo el mundo, preparadas para saltar contra los impulsos antiimperialistas. Cualquier intento de retorno a la multipolaridad parecía neutralizado. De hecho, el nuevo gobierno ruso de Boris Yeltsin y el gobierno chino establecieron negociaciones con esa “potencia global”, la primera de su especie en la historia (p. 49).

No obstante, la historia no terminó ahí. A unas décadas de los cantos triunfales que interpretaba Brzezinski, el mundo se halla trastocado. Por un lado, China está convirtiéndose aceleradamente en la primera potencia económica y tecnológica del mundo: de acuerdo con la información ofrecida en el sitio de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE; https://data.oecd.org/gdp/gross-domestic-product-gdp.htm), en 2021 el producto interno bruto (PIB) de ese país alcanzó los 24,313,685 millones de dólares (mdd). Esta cifra es superior al PIB de Estados Unidos (23,315,085 mdd), así como al de la Unión Europea (21,759,094 mdd). Además, por lo menos desde 2013 el vigor económico chino se proyecta de manera abierta sobre toda Eurasia; pero a diferencia del estadounidense que somete a los países a sus condiciones, China ofrece al mundo un verdadero proyecto alternativo, de cooperación económica y de beneficio mutuo entre los países de toda esa masa continental: se trata de la Nueva Ruta de la Seda o, por su nombre oficial, la Iniciativa de la Franja y la Ruta (“Belt and Road Initiative” BRI), cuyas características positivas para el progreso económico intracontinental común han sido detalladas por la propia OCDE, en su “China’s Belt and Road Initiative in the Global Trade, Investment and Finance Landscape” (documento publicado en 2018, disponible en línea). La atracción que genera una alternativa económica de ese género ha permitido afianzar progresivamente las relaciones económicas de los países de Asia y de Europa con China. El crecimiento chino está vigente. De ahí que en la primera mitad de 2022 las exportaciones de ese país se multiplicaran hacia los mercados de sus principales socios: EE. UU., la Unión Europea y los países del sudeste asiático (https://espanol.cgtn.com). Los pilares económico y tecnológico del imperio están en cuestión; a menos de medio siglo de su entronización, se desmoronan frente a la alternativa asiática.

Por regla general, el destino que pesa sobre aquellos pueblos que han osado resistirlo está marcado por la destrucción absoluta, el despliegue de las legiones imperiales: Yugoslavia, Afganistán, Irak, Siria, Libia, entre otros, pueden ilustrar el trato de la nación que se cree soberana del mundo.  Pero también esto se acabó. Aquellos “socios” que se doblaron ante Estados Unidos cada vez inclinan menos la cabeza. Rusia, el país que Brzezinski consideraba “socio” arrodillado bajo el mandato de Yeltsin, se rebeló: su gobierno detuvo esa política de servilismo y ha exigido respeto desde la primera década del siglo XXI. Recordemos, en ese sentido, el intento fallido norteamericano de crear un escenario a lo ucraniano en Georgia, en 2008 bajo el Gobierno de George W. Bush. El presidente Vladimir Putin no está dispuesto a dejar mancillar su país: por eso ha desarrollado su tecnología militar desde hace mucho tiempo y conserva el vasto arsenal nuclear que heredó de los soviéticos, lo que convierte a Rusia en la segunda potencia militar del mundo. Las capacidades bélicas de este país fueron probadas muy recientemente, durante las prácticamente imparables operaciones rusas en Siria, únicas que destruyeron al ya fallecido Estado Islámico. La Operación Especial de 2022 también evidencia esas cualidades rusas: aunque todas las armas, la inteligencia y asistencia logística de la OTAN llegan a granel a Ucrania, Rusia sigue de pie: incluso domina ya todo el Donbass y mantiene a raya las capacidades ucranianas. Recientemente, Zelensky anunció que las pérdidas militares ucranianas ascendían hasta ahora a 13,000 bajas; sin embargo, la radiodifusora Franceinfo señaló que Washington estimaba que la cifra real era al menos 10 veces más grande, 130,000 muertos (noticia dada durante la programación matutina de Franceinfo el 2 de diciembre de 2022). China también ha desarrollado sus arsenales, de manera que es la tercera potencia militar del mundo, con un ejército y marina altamente tecnologizados, y con un importante arsenal nuclear. Tampoco está dispuesta a que se le amenace desde Taiwan, que Estados Unidos viole el principio de una sola China que respetaba hasta hace algún tiempo. Por eso el presidente Xi Jinping pidió a sus fuerzas armadas que estuvieran listas para la guerra cuando el gobierno de Biden visitó esa isla.

En ese sentido, el imperio americano ya no se sostiene sólidamente sobre aquellos cuatro “dominios clave” de Brzezinski. Actualmente son dominios en disputa. La alianza de la Federación Rusa y de la República Popular de China constituye una nueva potencia antiimperialista euroasiática. Los lazos económicos de esos países, que proponen el fin del imperio universal, eran conocidos desde hace mucho, pero sus compromisos de asistencia y colaboración mutuas se reafirman prácticamente cada día en medio de las amenazas de Ucrania y Taiwán. El 28 de noviembre de 2022, por ejemplo, el sitio de noticias Infobae –que no puede ser acusado de publicar cosas prorrusas– comenzaba una nota así: “El canciller del gigante asiático”, China, “se reunió con el embajador ruso y dijo que la relación de ambos países será impulsada ‘sin importar cómo evolucione la situación internacional’” (infobae.com). En esas circunstancias, la única salida que ve Estados Unidos para reconquistar su hegemonía es la vía de reconquistar Eurasia por la fuerza. En la medida  en que su forma de imperio por subyugación inapelable ya no es opción atractiva para buena parte de los pueblos del continente –aquellos que prefieren una cooperación pacífica–, únicamente queda en sus manos el camino bélico. Es decir, promover la destrucción de aquel bloque de resistencia euroasiática desde los dos frentes guerreristas de Ucrania y Taiwán. La hora de la guerra ha llegado: se enfrentan el modelo de imperio por sometimiento de EE. UU. y el modelo de colaboración honesta y equitativa entre naciones de la alianza de China y Rusia. Los países del mundo deberíamos elegir el derrocamiento de la unipolaridad norteamericana.


Anaximandro Pérez es Maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Mundial de Catar: críticas de doble rasero

Noviembre 2022

Desde que Catar fue elegida en 2010 como sede de la Copa Mundial de Fútbol 2022, las críticas alrededor de esta decisión se hicieron evidentes en todo el mundo. La mayoría de ellas tenían que ver con temas de no mayor relevancia como si era correcto asignar este evento a un país con poca o nula tradición futbolística, que el clima de este territorio no era propicio para que se pueda desarrollar un partido de fútbol o si un país tan pequeño podría acoger a más de un millón de visitantes -como lo estima Fátima Fakhroo, vicepresidente de operaciones del Comité de Organización y Legado del Mundial Catar 2022-. Se podría decir que eran críticas propias de un evento tan masivo como este y que incluso otros países organizadores ya las habían recibido, como es el caso del Mundial de Fútbol de 1994 en Estados Unidos (por su escasa historia en este deporte). Sin embargo, en los últimos meses las críticas han alcanzado niveles sin precedentes. El mismo emir de Catar, Tamim bin Hamad al Thani, en un discurso pronunciado hace menos de un mes ante el Consejo Legislativo de su país, mencionó que “desde que ganamos el honor de organizar la Copa del Mundo, Catar ha estado sujeto a una campaña en contra sin precedentes que ningún país organizador ha enfrentado”[1].

Las críticas al Mundial de Catar han sufrido una escalada a nivel mundial, no solo en un sentido cuantitativo sino cualitativo. A diferencia de las primeras censuras públicas que se le hicieron al mundial, actualmente no existe persona informada que no haya escuchado o leído sobre los infames tratos que han recibido los trabajadores en torno a la construcción de la infraestructura de este evento y que, en algunos casos, han llegado hasta la muerte. Esta información que surge de las oenegés Human Rights Watch (HRW) y Amnistía Internacional (AI) también se ha referido a la represión que sufren los homosexuales o cualquier tipo de persona que no se alinee a los cánones heterosexuales de la constitución catarí. Estos organismos se han encargado de alertar al mundo de las riesgosas condiciones en que vive parte de la población catarí, y que podría ser igual o peor para cualquier aficionado visitante.  

De primera mano, parece plausible que haya instituciones independientes en el mundo que se preocupen por el bienestar de los sectores expoliados de la sociedad. No obstante, conociendo la parcialidad con la que se han dirigido desde sus inicios las organizaciones mencionadas, resulta imprescindible ver más de cerca cuáles son las verdaderas intenciones detrás de la realidad que muestran. Nadie que tenga básicos principios humanistas podría estar en desacuerdo en que se apoye una causa justa como es exigir que se vele por el bienestar de los trabajadores o por el esclarecimiento de las aparentes muertes de los obreros de la construcción. Según precisó The Guardian[2] citado por La Nación- desde 2010, al menos 6,500 trabajadores involucrados en la cimentación de los recintos han muerto. Por su parte, Nasser Al Khater, director ejecutivo del comité organizador del torneo, desmintió tales cifras, admitiendo oficialmente la muerte de tres personas relacionadas con la organización del mundial y otras 30 por causas varias.

En este mismo sentido, es claro que también se reprueba el trato que sufre y que podría sufrir la comunidad LGBT que visite Catar. De acuerdo con la constitución catarí ese “daño mental”[3] de la homosexualidad -como lo mencionó Khalid Salman, uno de los embajadores del mundial de Catar- tiene una condena de hasta siete años de cárcel. Aunque la pena de muerte no es un castigo aplicable para este caso, según las normas cataríes, muchos turistas e incluso deportistas de esta comunidad se han pronunciado sobre el temor de lo que pudiera suceder con sus vidas. Está por demás decir que todos estos actos son condenables. Sin embargo, causa asombro que estas agencias (HRW y AI) que tanto han atacado a la organización del mundial de Catar no usen el mismo nivel de crítica o simplemente se hagan de la vista gorda cuando estos mismos atropellos a los derechos humanos suceden en Estados Unidos y sus países amigos o en empresas de estos países localizadas al rededor del mundo.

Por ejemplo, de acuerdo con la oenegé Slave Footprint, al día de hoy aún existen empresas que albergan a sus empleados en condición de esclavitud y que, además, la remuneración que les ofrecen no alcanza para cubrir sus necesidades más básicas. Entre estas empresas destacan Apple, Coca Cola, Nike, Hershey´s y Victoria Secrets; todas ellas, empresas con su matriz principal en Estados Unidos. Sin embargo, no hay registro alguno donde HWR y AI se pronuncien sobre el tema. De igual manera, ninguna de estas agencias se expresó cuando Texaco, petrolera estadounidense -hoy en día Chevrón- faltó al acuerdo de los métodos con los que debía extraer petróleo de la amazonia ecuatoriana durante su periodo de operación (1964-1990), ocasionando un desastre ecológico irremediable. Se calcula, de acuerdo con la cancillería ecuatoriana, que el área del territorio perjudicado es del tamaño de todo El Salvador. Miles de especies endémicas desaparecieron, miles de familias tuvieron que ser recolocadas, pero estas agencias que dicen luchar por los derechos humanos simplemente callaron, como lo han hecho otras tantas veces.

De ahí que resulte al menos dudosa la independencia de estas oenegés, sobre todo cuando “por coincidencia” sus acciones concuerdan con la agenda del capital estadounidense. No hay que olvidar que, aunque se dicen independientes, reciben “donaciones” de empresarios como es el caso de George Soros, multimillonario inversionista estadounidense, que en 2010 entregó 100 millones de dólares a HRW, y que, además, según Aurora Ferrer y Juan A. De Castro (analistas de inteligencia privados), financió los intentos de separación de Cataluña de España en 2017[4]. Caso similar ha sucedido con AI, que se ha encargado de denunciar por años al Estado cubano por supuestamente tener encarcelados inocentes a los que ha denominado “los 69 presos de conciencia”. Si bien la oenegé ha mencionado que el único delito de estas personas es “haber ejercido pacíficamente sus libertades fundamentales”, lo cierto es que todos ellos fueron encontrados culpables por “actos contra la independencia del Estado cubano”. Más precisamente: “por haber recibido fondos o materiales del gobierno estadounidense para realizar actividades que las autoridades consideran subversivas y perjudiciales para Cuba”. Para convencerse de tal realidad, basta con consultar algunos documentos parcialmente desclasificados, como la sección 1705 de la ley Torricelli, donde se estipuló que “Estados Unidos proporcionará asistencia a las organizaciones no gubernamentales adecuadas para apoyar a individuos y organizaciones que promueven un cambio democrático no violento en Cuba”[5]. Es decir, es evidente que el proceder de estos organismos poco tiene que ver con una posición neutral, independiente y humanitaria; por el contrario, tienen un carácter claramente político y económico en favor de sus mecenas.

Entonces, ¿qué hay realmente detrás de las fervientes críticas de HRW y AI hacia el mundial de Catar? Según parece, todo el asunto estaría relacionado con el actual conflicto entre Rusia y Ucrania. Como se sabe, una de las represalias que dispuso Rusia a varios de sus clientes europeos de gas, como respuesta a una serie de sanciones económicas que estos le impusieron, fue el cierre o la disminución del suministro de este bien. Esta reacción de Rusia no solo provocó escasez y sobredemanda de gas en el mercado mundial, sino que presionó hacia el alza de su precio. De acuerdo con el periódico El Economista[6], el precio de los futuros de gas natural en Europa se ha disparado 342.96% en lo que va de 2022.  

Es aquí donde Catar entra en escena. Al ser el quinto productor de gas en el mundo, Estados Unidos, según el portal CNN[7], le solicitó a este país que aumentara la producción de gas para disminuir su precio internacional y que, además, parte de ese incremento se destine a nuevos mercados -Europa-, ya que prácticamente todo el gas de Catar se destina a los mercados de la India, China, Corea del Sur, Japón y Taiwán. Sin embargo, El 22 de febrero, dos días antes de que iniciara el conflicto entre Rusia y Ucrania, el ministro de Energía de Catar, Saad al-Kaabi, dijo que era “casi imposible” que su país pudiera reemplazar los envíos de gas de Rusia a Europa, debido a que casi toda su producción estaba atada por contratos a largo plazo con países asiáticos. Además, Saad Sherida al Kaabi, viceministro de Asuntos Energéticos de Catar, mencionó que no era posible aumentar la producción ya que el mundo se encuentra en un proceso de transición energética y eso está forzando a las empresas a no invertir en petróleo y sus derivados. Esta situación ha provocado, según la misma persona, que no se renueve la tecnología de las empresas petroleras, condición que no ayudaría a aumentar la producción[8].

Como se deduce, Estados Unidos y todos aquellos países que no se vieron beneficiados de la respuesta de Catar, han decidido castigar a este país boicoteando su Mundial de Fútbol. Y para lograrlo, no han encontrado mejor forma que valerse de la sensibilidad de la población mundial que, a través de HRW y AI, se ha alarmado de los supuestos daños sociales sobre los que se ha montado la organización del mundial de fútbol.

El propósito de este escrito no es negar, a priori, las imputaciones que se le hace a la organización del mundial, ni disminuir su importancia. De ser corroboradas las acusaciones, es importante que se exijan respuestas y soluciones para los casos en cuestión. El objetivo ha sido demostrar que las oenegés que están detrás de este alboroto tienen un historial que exige mirar con lupa la verdadera intención que hay detrás de sus nobles demandas, así como de observar cuánto hay de verdad en lo que dicen (si hay verdad) y cuánto ha sido añadido para armar su perfecta pantomima.


Christian Damián Jaramillo Reinoso y Ollin Vázquez son economistas por la UNAM.

[1] https://www.jornada.com.mx/notas/2022/10/25/deportes/qatar-acusa-campana-de-criticas-sin-precedentes-por-el-mundial/

[2] https://www.lanacion.com.ar/deportes/futbol/mundial-qatar-2022-la-polemica-cantidad-de-muertos-y-heridos-que-dejo-la-construccion-de-los-nid05112022/

[3] https://www.vozpopuli.com/deportes/mundial-qatar/ser-homosexual-mundial-qatar-dano-mental-castigado-hasta-siete-anos-carcel.html

[4] https://confilegal.com/20190320-soros-esta-detras-del-movimiento-separatista-catalan-segun-los-autores-del-libro-soros-rompiendo-espana/

[5] https://rebelion.org/las-contradicciones-de-amnistia-internacional/

[6] https://www.eleconomista.com.mx/mercados/Gas-natural-en-Europa-ha-subido-343-en-lo-que-va-del-2022-20220825-0121.html

[7] https://cnnespanol.cnn.com/2022/11/02/paises-qatar-vende-gas-natural-petroleo-orix/

[8] https://elperiodicodelaenergia.com/catar-dice-que-los-altos-precios-del-gas-reflejan-una-ausencia-de-inversiones/

Xi Jinping y la reivindicación del marxismo-leninismo en China

Noviembre 2022

Xi Jinping fue electo por primera vez para el cargo de secretario general del Partido Comunista de China en el XVIII Congreso (2012); eso lo colocó en la posición necesaria para llegar a la presidencia de la República Popular China (2013). En el XIX Congreso (2017) el partido volvió a elegir a Xi como secretario general para otros cinco años. Este 2022, la realización del XX Congreso reafirmó el liderazgo de Xi Jinping y le extendió el cargo de secretario general hasta la realización del siguiente congreso. Xi ya cumplió una década como timonel del partido y de toda China.

Su periodo como secretario general del partido y como presidente de China ha estado marcado por iniciativas económicas, sociales, geopolíticas e ideológicas. En 2013 lanzó la Iniciativa de la Franja y la Ruta, en 2020 declaró erradicada la pobreza extrema en China, el mismo año señaló a la economía dual como el nuevo modelo para la economía china, entre otras muchas políticas importantes. En el terreno ideológico, Xi Jinping ha destacado por su notable reivindicación del marxismo-leninismo como guía del partido y como elemento indispensable para el futuro de China.

Desde la fundación del partido (1921) el marxismo-leninismo fue la guía para la acción del entonces pequeño grupo de revolucionarios decididos a liberar a China de la opresión colonial y la pobreza. En su lucha contra el Kuomintang y contra los invasores japoneses, los comunistas trabajaron siempre bajo las máximas del marxismo-leninismo, procurando la unidad de las clases trabajadoras para construir un país más justo. Así alcanzaron el poder en 1949.

Hasta 1976, año de su muerte, Mao Zedong fue el principal ideólogo del partido y el más interesado en mantener alto el estandarte de Marx y Lenin. La llegada de Deng Xiaoping al poder (1978) implicó una transformación ideológica del partido. Deng sustituyó a Mao como principal ideólogo. Aunque Deng se mantuvo firme en los principios del marxismo-leninismo y nunca renunció a las banderas del comunismo, realizó operaciones ideológicas para justificar la aplicación de relaciones sociales capitalistas entre el pueblo chino. La propiedad privada de los medios de producción, las relaciones asalariadas entre patrones y trabajadores, el mercado como principal espacio de distribución de la riqueza, fueron algunas de las medidas instauradas por Deng.

Deng insistió en la necesidad de desarrollar las fuerzas productivas como un paso previo a la construcción del socialismo, pues China era un país semifeudal y era imposible pasar directamente de esa etapa del desarrollo al socialismo. Así justificó el enriquecimiento de unos, el empobrecimiento de otros, la privatización de empresas estatales y la llegada de capitales occidentales a China. Esa fue la base ideológica de Jiang Zemin (1989 – 2002) y Hu Jintao (2002 – 2012), los dos secretarios generales antecesores de Xi.

Bajo los gobiernos de Jiang y Hu, la economía china creció a ritmos sin precedentes y el país se convirtió en uno de los motores del crecimiento económico mundial. Sin embargo, al interior la desigualdad creció como nunca, el culto al dinero y a la máxima ganancia se instalaron en varios grupos sociales y los objetivos originales del partido se debilitaron mientras la burguesía fortalecía su capacidad económica y ganaba posiciones al interior del partido. En ese contexto llegó Xi Jinping.

Xi ha insistido en volver a los objetivos originales del partido, a la construcción del socialismo. Ha llamado al partido a colocar nuevamente al marxismo-leninismo como la principal guía para la transformación revolucionaria de la sociedad china. Después de generar riqueza y desarrollar las fuerzas productivas durante cuarenta años, es tiempo de que el partido se enfoque nuevamente en sus objetivos fundacionales.

Teóricamente, el giro imprimido por Xi al partido se refleja en lo que él identifica como la principal contradicción de la sociedad china. Mao señaló que la principal contradicción estaba entre el proletariado y la burguesía; Deng dijo que estaba entre las necesidades del pueblo de una vida mejor y las atrasadas fuerzas productivas; Xi ubica la contradicción principal ente las necesidades del pueblo de una vida mejor y el desarrollo inadecuado y desequilibrado de las fuerzas productivas. Xi no llama solo a terminar con la pobreza, sino también con la desigualdad.

Quizá por eso sea tan significativo que el primer lugar que visitó Xi, después de ser reelecto como secretario general, fuera Yan’an, la mítica localidad donde Mao se erigió en líder máximo del partido y desde donde los comunistas lanzaron la ofensiva militar para derrotar al Kuomintang en la guerra civil. Es el momento de la reivindicación del marxismo-leninismo en China.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.

¿Hacia dónde va la guerra de Ucrania?

Noviembre 2022

Sin duda se trata de un conflicto convencional, en el que se enfrentan dos ejércitos profesionales respaldados por dos grupos antagónicos plurinacionales. Por un lado están las fuerzas armadas ucranianas, asistidas por los gobiernos occidentales de Europa y América, principalmente, encabezados por la mayor potencia militar mundial, los Estados Unidos. Por otro lado están las fuerzas armadas rusas, sostenidas por la alianza Ruso-China y asistidas por los aliados de estos países. El bloque ucraniano desea conservar el mundo como está, sometido bajo la bota norteamericana ante la que se reúnen los imperialistas tradicionales de Inglaterra, Francia, Alemania y otros países satélites del imperialismo. El bloque ruso, en cambio, ha manifestado la necesidad de establecer un mundo multipolar, en el que las naciones se relacionen libremente, sin la tutela del gran carcelero mundial que es Estados Unidos.

A más de 8 meses de su inicio, la guerra de Ucrania no ha amainado, y conforme pasa el tiempo las tensiones entre los bloques se están recrudeciendo. No se conoce cuándo terminará el conflicto, pero hay elementos que permiten aventurar algunas hipótesis sobre las posibles salidas de la guerra. En ese sentido, es útil ver el desarrollo de la conflagración desde la propuesta del teórico Carl von Clausewitz, desde los tres factores fundamentales de su teoría de la guerra: el primer factor lo componen los ejércitos, la herramienta de los bloques enfrentados; el segundo, la cohesión política de los gobiernos enfrentados, y el tercero, las voluntades de los pueblos para sostener los esfuerzos bélicos de sus gobernantes. De acuerdo con Clausewitz, el mejor escenario para ganar una guerra es lograr una buena complementariedad entre esos tres elementos. Veamos.

Las fuerzas armadas que participan en este conflicto han de considerarse desde dos perspectivas, por un lado, a partir del terreno de táctico, es decir, estableciendo cuáles ejércitos participan en el teatro de operaciones militares; por otro lado, a partir de las capacidades de los beligerantes para nutrir constantemente a sus frentes con dispositivos de destrucción. Sobre las tropas, se sabe bien que están en combate los ejércitos nacionales de Ucrania y el ejército de Rusia; el ejército de Rusia es muy superior al de Ucrania en este aspecto, pues de acuerdo con el portal Global Fire Power que se dedica al análisis de la potencia militar de los países, Rusia es la segunda fuerza del mundo mientras que Ucrania ocupa el lugar 22.[1]

Sin embargo a esa información más o menos precisa, habría que agregar la potencia de otras fuerzas armadas que están combatiendo, los mercenarios o empresas privadas de contratistas militares que trabajan para uno y otro bloque, cuyo peso en la guerra es divulgado muy escasamente. Los medios del bloque ruso han alertado desde hace tiempo que las empresas contratistas norteamericanas Forward Observations Group y Academi (antes Black Water) se encontraban en Ucrania desde antes del estallido de la guerra, entrenando a las milicias nacionalistas de Ucrania.[2] Asimismo, cuando comenzó la guerra, en marzo de 2022, Zelensky anunció la llegada de 16,000 combatientes extranjeros que pelearían por Ucrania.[3] Hasta el momento los mercenarios de Zelensky no han salido de Ucrania. Por su parte, los medios occidentales dan amplia difusión a las noticias sobre la presencia de combatientes del grupo contratista ruso Wagner, así como sobre otros supuestos contratistas Sirios, que actúan en favor del frente ruso en los frentes del Donbass.[4]

Respecto a la segunda perspectiva, cuando se observan las capacidades para suministrar dispositivos militares que tiene cada partido, Rusia se encuentra en gran desventaja. Su aliado más poderoso es China, que ocupa el tercer lugar entre las potencias militares del mundo, pero el bloque Ucraniano cuenta con más recursos que la alianza ruso-china gracias a la injerencia de Estados Unidos. Tan sólo en términos de “presupuesto de defensa” el erario de EE. UU. destina 770 mil millones de dólares; Rusia destina 154 mil millones de dólares, y China 230 mil millones de dólares.[5] Es decir, sumando los presupuestos de defensa de China y Rusia estos países apenas pueden reunir el 50% del financiamiento militar que tienen los estadounidenses. Pero el poder de fuego que sostiene las líneas ucranianas también lo componen otras bases, es decir, Zelensky cuenta con las  potencias nucleares Francia, Reino Unido e Israel y con el resto de los ejércitos que componen la OTAN. En todo caso, lo único que mantiene a raya la intervención directa de ese conglomerado occidental prácticamente imparable es el hecho de que, si bien ellos tienen más de 7,000 bombas nucleares estratégicas, es decir bombas que pueden arrasar con ciudades enteras, la alianza ruso-china cuenta con una cifra muy parecida de éstas superbombas y está dispuesta a emplearlas si el bloque de Occidente amenaza su existencia.[6]

Viendo simplemente el asunto de las fuerzas armadas enfrentadas, pareciera que la balanza se inclina en favor del bando occidental. Sin embargo, los otros dos factores hacen un contrapeso importante. Y es que a diferencia de los gobiernos de Rusia y China, que se han mostrado sólidos en sus posiciones, sin disidencias internas en el seno de sus filas políticas, los gobiernos que sostienen el esfuerzo ucraniano están comenzando a vacilar. Con esto no me refiero únicamente a los gobiernos Europeos, en donde hallamos eventos como la dimisión de Liz Truss en Reino Unido debido a la incapacidad del partido conservador para gobernar las crisis británicas,[7] sino a las propias disidencias internas en el seno del mayor interesado en la guerra contra Rusia, Estados Unidos. El pasado 24 de octubre un grupo de 30 congresistas del partido demócrata, es decir, el partido del presidente Joe Biden, firmaron una carta para instar al Ejecutivo norteamericano a detener su asistencia militar y financiera para Ucrania y a establecer “esfuerzos diplomáticos vigorosos” para negociar un armisticio. Asimismo invitaban a Biden a establecer “pláticas directas con Rusia” y a establecer un acuerdo de seguridad europea conveniente para todas las partes en conflicto que permita la existencia de una Ucrania independiente.[8] Esta carta fue puesta en circulación en internet, pero inmediatamente después fue criticada por el resto de congresistas demócratas y unas horas más tarde, algunos de los firmantes escribieron su retractación en sus redes sociales.[9] La publicación del documento ilustra que el mayor soporte político del partido occidental se está resquebrajando internamente, pues no todos los políticos estadounidenses están a favor de la continuación de la guerra que promueve su ejecutivo.

Finalmente, el tercer elemento de la trinidad de Clausewitz, el favor de los pueblos para sostener los esfuerzos bélicos de los Estados en conflicto, deja mucho que desear respecto de la sustentabilidad de la guerra de Occidente contra Rusia. El pueblo de ruso ha respondido de manera positiva frente las decisiones de su ejecutivo. De acuerdo con el portal de estadísticas Statista, la popularidad del presidente Putin ha oscilado entre el 83 y el 77% entre abril y agosto de 2022.[10] Y es que a pesar de todas las sanciones impuestas contra Rusia, la buena administración de Putin ha garantizado que su economía se mantenga a flote mientras occidente se hunde en la inflación. Las calificaciones del ejecutivo ruso contrasta con las que tienen, por ejemplo, las administraciones de Biden en Estados Unidos, de Emmanuel Macron en Francia y de Olaf Sholz en Alemania: en la primera mitad del año, la aceptación de Biden por el pueblo norteamericano ha oscilado entre el 38 y el 44%; en octubre, en el caso de Francia, sólo el 36% de los franceses consideran positiva la gestión presidencial de Macron, y hacia mediados de este año la popularidad del canciller alemán ha oscilado entre el 46 y 48%.[11]

Eso es en términos porcentuales. Sin embargo, varios eventos demuestran que la guerra está afectando más directamente a los pueblos de Europa y que esto genera una gran efervescencia entre la población. A partir de octubre de 2022 en el Reino Unido se ha fijado un precio tope del costo de la energía para los hogares en 3.549 libras esterlinas, lo que significa un aumento del 80% frente al límite de 1,971 libras esterlinas que se tenía en agosto; en Francia, el gobierno reprimió una serie de manifestaciones “contra la vida cara” que se desarrollaron en París el 16 de octubre, y este tipo de movimientos se han extendido por Italia, Reino Unido, República Checa y Alemania.[12] Las voces de protesta cuestionan el envío de armas a Ucrania, se levantan contra la disponibilidad de fondos para financiar una guerra ajena en Ucrania y la nula solución de las carencias que la guerra está provocando. Parece que la causa de los gobiernos de Occidente ya no es vista como causa de sus pueblos; sólo las élites se mantienen fieles al gran diseñador de la guerra que es Estados Unidos.

En resumen, la única superioridad del bloque pro-Ucrania, que sostienen Estados Unidos y sus satélites, es la posesión de más armas y ejércitos. No obstante, esta superioridad se encuentra retenida por la paridad nuclear que existe entre los dos bloques. Por otro lado, mientras las naciones y gobierno de Rusia se encuentran intactos y asistidos por el gigante asiático que es China, los principales gobiernos de Occidente no se encuentran cohesionados políticamente y sus pueblos no están de acuerdo con la continuación de la guerra, ni ven con aprobación las gestiones gubernamentales de sus jefes de Estado. En ese sentido se puede concluir que en el horizonte hay dos salidas posibles: la primera no dejaría ganador, sería la vía de hacer valer la superioridad militar de occidente lanzando todo el poder nuclear contra Rusia, lo que desencadenaría una contraofensiva de proporciones similares y desataría un infierno nuclear que destruiría el planeta. La segunda, la más positiva para el planeta, es la derrota de Occidente a través de la paz con Rusia y China. Esta salida del conflicto está siendo auspiciada gracias a la rebeldía creciente de los pueblos de Europa. Esta rebeldía puede obligar una marcha atrás de las élites que gobiernan Europa, forzar la eliminación de la bota norteamericana de la OTAN y la desaparición del peligro del infierno nuclear que impulsa Joe Biden con sus políticas guerreristas. Pero esta salida de guerra supondría el fin del imperio estadounidense y el nacimiento de un mundo multipolar.


Anaximandro Pérez es Maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] https://www.globalfirepower.com/countries-listing.php.

[2] https://morningstaronline.co.uk/article/blackwater-mercenaries-training-far-right-militia-ukraine-donetsk-military-commander-claims

[3] https://www.rt.com/russia/551149-zelensky-ukraine-foreign-fighters/

[4] https://www.20minutes.fr/monde/ukraine/4006165-20221019-guerre-ukraine-groupe-wagner-dit-construire-ligne-defense-region-lougansk

[5] https://www.globalfirepower.com/countries-listing.php.

[6] cfr. Pedro Baños, El dominio mundial… (2018), pp.31-36.

[7] https://unamglobal.unam.mx/por-que-cayo-liz-truss-primera-ministra-britanica/

[8] Carta de los 30 congresistas, 24 de Octubre de 2022.

[9] https://www.elconfidencial.com/mundo/2022-10-25/grietas-eeuu-democratas-piden-biden-negociar-putin_3512367/

[10] https://es.statista.com/estadisticas/1293686/indice-de-aprobacion-de-vladimir-putin-en-rusia-mensualmente/.

[11] Cfr. con https://elpais.com/internacional/2022-08-29/la-popularidad-de-biden-se-recupera-hasta-su-maximo-en-un-ano.html, para EE. UU.; https://www.bva-group.com/sondages/observatoire-de-politique-nationale-bva-orange-rtl-octobre-2022/?utm_source=LinkedIn, para Francia, y https://www.rfi.fr/es/europa/20220822-r%C3%A9cord-de-impopularidad-para-olaf-scholz-en-alemania, para Alemania.

[12] https://www.lainformacion.com/mundo/reino-unido-sube-precio-energia-hogares/2872767/; https://www.france24.com/fr/france/20221016-manifestation-contre-la-vie-ch%C3%A8re-%C3%A0-paris-taxer-les-riches-ce-serait-d%C3%A9j%C3%A0-pas-mal; https://www.elmundo.es/internacional/2022/10/23/63528440e4d4d8634c8b458e.html.

La revolución de Xinhai y el origen de la modernidad política en China

Octubre 2022

La Revolución de Xinhai de 1911 es uno de los acontecimientos más trascendentes de la historia política china. Este levantamiento armado derrocó a la dinastía Qing, la casa gobernante entre 1644 y 1912, y puso fin a un sistema imperial de más de dos mil años de antigüedad.

En la primera década del siglo XX, los principales grupos de la escena política china eran tres. Los defensores del emperador provenían de los estratos más altos del ejército y la burocracia, y buscaban mantener el régimen dinástico tradicional con un emperador que concentrara todo el poder político. Los reformistas eran intelectuales y antiguos burócratas convencidos de mantener el marco general del sistema imperial, pero también proponían aplicar reformas políticas que restaran poder al emperador. Los revolucionarios eran intelectuales, mercaderes y miembros de sociedades secretas que planteaban el derrocamiento del emperador y el establecimiento de un sistema político diferente. En pocas palabras, los defensores del emperador luchaban por mantener el sistema imperial, los reformistas buscaban una monarquía constitucional y los revolucionarios planteaban una república.

Los reformistas y los revolucionarios surgieron como resultado de la crónica debilidad de China respecto a las potencias extranjeras. Al perder la Guerra del Opio y firmar el Tratade de Nanjing de 1842, China se convirtió en un botín muy deseado por las potencias europeas y norteamericanas, quienes obligaron al país asiático a firmar tratados altamente lesivos para la economía china. Esta situación generó entre la población un gran descontento contra la dinastía Qing, pues con cada nueva derrota demostraba que no podía defender ni el territorio del imperio ni a sus súbditos.

Por otro lado, el fortalecimiento de Japón y su victoria en la guerra ruso – japonesa de 1905 fueron interpretados por la intelectualidad china como muestras de la superioridad de la monarquía constitucional (Japón) respecto a la monarquía absoluta (Rusia). Con base en esas conclusiones, varios intelectuales, mercaderes y miembros de las élites provinciales comenzaron a demandar la aplicación de reformas que dieran paso a una monarquía constitucional. Pedían la instalación de una asamblea en cada provincia, el establecimiento de una asamblea nacional y la redacción de una constitución que sentara las bases del nuevo sistema político.

En vista de su debilidad, la dinastía no tenía más opción que aceptar las reformas. Sin embargo, el emperador veía cómo las élites provinciales adquirían más poder y sentía amenazada su posición histórica. En una medida desesperada por reconcentrar el poder en sus manos, el emperador disolvió las asambleas y trató de frenar el proceso de reformas. Esta medida llevó a las élites provinciales y a los reformistas a retirarle su apoyo al emperador. A partir de ese momento, sus intereses se alinearon con los de los revolucionarios.

Los revolucionarios, cuyo principal representante era Sun Yatsen, habían impulsado levantamientos armados en el sur del país por más de 15 años, pero ninguno había prosperado. Para impulsar la lucha armada, los revolucionarios habían establecido una alianza con las sociedades secretas, pues estas tenían organizado un número relativamente grande de personas dispuestas a alzarse contra los Qing, mientras los revolucionarios prácticamente no tenían ninguna conexión con el pueblo chino. Al fracasar los levantamientos de las sociedades secretas, los revolucionarios cambiaron su estrategia y optaron por favorecer el trabajo propagandístico en el interior del ejército. Fueron los oficiales educados en Japón quienes mejor recibieron esta influencia.

En 1911 los militares revolucionarios decidieron alzarse contra el ejército imperial en la ciudad de Wuchang (actualmente Wuhan) y declararon la independencia de la provincia de Hunan. Las élites de las demás provincias aprovecharon la crisis política y también declararon su independencia. La dinastía reconoció su incapacidad para derrotar a los ejércitos provinciales y el emperador tuvo que capitular. En 1912, en Nanjing, los revolucionarios declararon la fundación de la República de China y eligieron a Sun Yatsen como presidente. En cuestión de meses Sun cedió la presidencia al general Yuan Shikai, quien se convirtió en el hombre fuerte de China hasta 1916.

La Revolución de Xinhai terminó con un sistema imperial de dos milenios y dio origen al sistema republicano, pero al mismo tiempo inauguró un periodo de inestabilidad política y fragmentación territorial. Sin el emperador, los generales de cada región se erigieron como hombres fuertes y desconocieron a la autoridad política central. Fue necesario que terminara la invasión japonesa y la guerra civil para que China volviera a tener unidad territorial y un poder centralizado.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.

El camino de la guerra total

Septiembre 2022

La noción de “guerra total” nació con las Guerras Mundiales (1914-1945). Fue considerada primero en las obras homónimas del político francés Léon Daudet, La guerre totale (1918), y del general alemán Erich Ludendorff, Der Totale Krieg (1936). Daudet concebía como total la Gran Guerra de 1914 porque implicó para cada Estado participante “la extensión de la lucha, en sus fases agudas como en sus fases crónicas, sobre los dominios político, económico, comercial, industrial, intelectual, jurídico y financiero”. Ya no se batían únicamente ejércitos profesionales enemigos, sino también “las tradiciones, las instituciones, las costumbres, los códigos, los espíritus y sobre todo los bancos”. Ludendorff no difería de esa opinión, aunque puntualizaba que la nueva guerra se nutría de una fusión de los pueblos con sus ejércitos, cuyo objetivo consistía en someter a enemigos combatientes y civiles mediante el ejercicio de una violencia ilimitada, abrumadora y desmoralizante. Se trataba, decía, de un conflicto de “ojo por ojo, diente por diente”, que reunía todos los recursos existentes para pelear por “la conservación de la vida de un pueblo”.

Y así fueron precisamente las Guerras Mundiales: todos los organismos de ideologización (periódicos, panfletos, radiodifusoras), los hombres y las mujeres, los complejos industriales, los bancos y los instrumentos de destrucción de cada país participaron en los esfuerzos bélicos de sus gobiernos. Los Estados imperiales combatientes de 1914 y 1940 (Inglaterra, Francia, Japón, Italia, Austria-Hungría, Estados Unidos, etc.) lucharon para imponer con destrucción su voluntad sobre los demás pueblos. Pero también hubo casos excepcionales en que las sociedades se unieron con sus ejércitos para defender de hecho su derecho a la existencia, por ejemplo, la gran Guerra Patria de la Unión Soviética contra los nazis y la sangrienta guerra que libró China para sacar de su tierra al imperialismo japonés.

Ese periodo de violencias sin par terminó en 1945. En 1991 cayó la Unión Soviética, y Estados Unidos anunció una época de prosperidad sin guerras, de respeto a la soberanía de las naciones, en que la riqueza llegaría a todo el mundo con la expansión sin fronteras de su modelo económico, el capitalismo neoliberal. Sin embargo, el mundo neoliberal es más desigual que el mundo de ayer, las guerras han sido imparables en los últimos 30 años; las únicas fronteras que han desaparecido son las de los países pobres o desprotegidos, que se abren por la fuerza para las mercancías extranjeras de las grandes potencias. Se ha consolidado por las armas el dominio yanqui: tiene decidido el exterminio de cualquiera que se atreva a levantar la voz contra su hegemonía, por eso su objetivo actual es destruir a los rusos y los chinos, quienes proponen la necesidad de un mundo multipolar, sin el imperio mundial estadounidense. La Unión Americana quiere someter a esos pueblos, desmembrar sus territorios y apoderarse de sus riquezas, de ahí se desprende la enorme inversión de billones de dólares, la inyección múltiples recursos militares y la cero diplomacia del gobierno de Joseph Biden y de sus aliados occidentales en los conflictos de Ucrania y Taiwán. Esta política sólo se puede entender en un sentido: avanzamos aceleradamente por el camino de una nueva guerra total de eliminación absoluta del enemigo.

Para esterilizar la agresión, los gobiernos en peligro se entienden. Vladimir Putin y Xi Jinping han conversado sobre la crisis actual en varias ocasiones. Además, cada cual por su parte proyecta vías de fusión y entendimiento entre sus pueblos y sus ejércitos, y prepara los dispositivos de destrucción a su alcance para luchar por la existencia. Hacia esta dirección se orientó por ejemplo el presidente Putin cuando declaró ante los medios de difusión la movilización parcial de Rusia. Es una medida necesaria, dijo, para “defender la Patria, su soberanía e integridad territorial” y advirtió que están dispuestos a emplear “todos los medios disponibles” para defender a su país –esto incluye el vasto arsenal nuclear de la Federación Rusa– (Russia Today, 21 de septiembre de 2022). Por su parte, su homólogo chino está decidiendo en el mismo sentido, por eso ya “solicitó a las fuerzas armadas de su país que se preparen para la guerra” (voltairenet.org, 22 de septiembre de 2022). Los recursos de estas sociedades amenazadas se están reuniendo para resistir la guerra de exterminio preparada por el feroz imperialismo yanqui para seguir dominando el mundo. Y aunque “No es un bluff”, como dijo Putin, Biden y sus aliados no se detienen.


Anaximandro Pérez es Maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

El imperialismo se arma. Implicaciones para México

Septiembre 2022

Desde la Segunda Guerra Mundial, el militarismo norteamericano, en sus aspectos bélico y tecnológico-industrial, nunca tuvo tregua. Pero, en la coyuntura actual, se intensifica peligrosamente y demanda nuevas estrategias con importantes implicaciones para el resto del mundo. Esta coyuntura es la agudización en la confrontación con Rusia en el ámbito militar y con China en el económico. Y es que, contrario a la proyección de superioridad absoluta que se proyecta en los medios dominantes, EE. UU. no tiene la victoria asegurada en los conflictos específicos en que se manifiesta su rivalidad con estas dos naciones.

Algunos ejemplos de esto los provee David P. Goldman, un ferviente defensor del imperialismo estadounidense que llama a la élite norteamericana a hacer un análisis realista de la situación actual.  Con respecto a la guerra en Ucrania, Goldman reconoce que hay un desfase entre la cobertura de los medios occidentales y la realidad: los efectos de las sanciones económicas no han sido de la magnitud esperada (y en algunos casos han tenido el sentido contrario); Rusia ha tomado ciudades clave (como Mariupol y Severodonetsk) con el uso de artillería masiva con la que Ucrania no puede competir, ni siquiera con la máxima ayuda de EE. UU.[1]

Acerca del conflicto entre China y Taiwán-Estados Unidos, se documenta la superioridad de China en cuanto a misiles (capaz de neutralizar los portaaviones norteamericanos), además de un arsenal de “sesenta submarinos, mil aviones interceptores y 1,300 misiles de medio y largo alcance,” lo que limita la capacidad militar área de EE. UU. quienes, a pesar de tener los aviones militares más modernos, cuenta con solo dos bases aéreas en las inmediaciones del posible conflicto. Estos ejemplos ilustran que ni la guerra proxy con Rusia que se desempeña en Ucrania, ni un posible conflicto contra China por Taiwán, daría como resultado una victoria clara y definitiva para EE. UU. Por consiguiente, la única alternativa por el momento, argumentan los llamados realistas (desde Henry Kissinger hasta el historiador Neil Ferguson) es una solución negociada con Rusia y evitar escalar las tensiones con China. Esto, o acercarse peligrosamente a la guerra nuclear. 

Esta salida negociada –que durante la guerra fría se llamó deténte– no se presenta como el abandono definitivo del conflicto, como la renuncia de EE. UU. a la hegemonía global: se trataría solo de buscar un respiro durante el cual EE. UU. debería hacer un esfuerzo masivo en el terreno tecnológico y militar para, una vez superadas las desventajas estratégicas clave, dar el zarpazo definitivo. Esto mismo, argumentan los realistas, sucedió durante la guerra fría. En ese entonces, bajo la fachada de la deténte, EE. UU. se embarcó en uno de los esfuerzos tecnológicos y militares más grandes de la historia, lo que se puede ver, entre otras cosas, en que el gasto federal en I+D para defensa alcanzó el 0.8% del PIB, el máximo histórico. Como resultado, EE. UU., con el uso de la computación más moderna en ese entonces, desarrolló sistemas de misiles y aviones que lo volvieron a colocar como los amos del aire, tras décadas de paridad o incluso inferioridad con respecto a la URSS; en el proceso, también obligó a la URSS a canalizar ingentes cantidades de recursos al sector militar a despecho del resto de la economía. Este giro fue clave para el desenlace de la guerra fría. 

Hoy, no es claro que se avecine una nueva deténte con Rusia y China; pero sí lo son los esfuerzos masivos por parte del estado y el complejo-militar industrial para aceitar y modernizar a la máquina de guerra norteamericana. Todos los discursos y eslóganes que enfatizan la importancia de lo “hecho en América”, aumentar la “resiliencia” de las cadenas globales de suministros norteamericanas, la batalla por la producción de microchips y semiconductores, entre otros, deben entenderse como parte de la estrategia de Washington por conquistar superioridad definitiva en los aspectos tecnológicos y militares estratégicos para los conflictos actuales y los que se avecinan. Un ejemplo palpable de esto es que la política industrial, término que se convirtió en mala palabra en los ochenta del siglo pasado por considerarse antagónica al libre comercio, vuelve al discurso y a las acciones del gobierno actual. Por poner un ejemplo, recientemente, el Senado aprobó un paquete de 280 mil millones de dólares de política industrial dedicada a los sectores de tecnología de punta, en el contexto de la creciente rivalidad con China. Esto incluye subsidios y exenciones de impuestos millonarios para empresas tecnológicas, así como el proyecto de creación de “20 hubs tecnológicos regionales”. Y esto es solo lo que se vuelve público: los planes estrictamente militares son una caja negra inaccesible para la mayoría. 

Pero este relanzamiento tecnológico-militar en Estados unidos (y otros países europeos) tiene importantes implicaciones para la periferia del capitalismo mundial y para México en particular. En términos generales, estos esfuerzos gigantescos en ciencia y tecnología tienden a agravar aún más la enorme brecha entre las capacidades tecnológicas y militares de los países ricos con respecto a los países pobres; en ausencia de iniciativas similares por parte de los gobiernos de los países subdesarrollados -que, en muchos casos son imposibles- la tendencia es hacia el agravamiento de la dependencia tecnológica entre países. 

Sin embargo, hay un aspecto adicional. En contraste con periodos de militarismo anteriores, este esfuerzo no puede tener ahora un carácter estrictamente nacional. Detrás de la retórica del hecho en América está la realidad inobjetable de que este esfuerzo no puede ser exitoso si no aprovecha los menores costos que ofrecen los países periféricos para ciertas etapas de los procesos productivos. En el discurso ya citado sobre política industrial, esto se hace explícito:

“Necesitamos trabajar con nuestros aliados y socios. No es posible ni recomendable relocalizar todas las cadenas de suministro a Estados Unidos; es esencial que formemos sociedades con los aliados que promuevan el acceso más estable a insumos clave al tiempo que mejoran la sustentabilidad ambiental y los derechos de los trabajadores (énfasis puesto por el autor,  JL)”

Es claro que, uno de esos aliados, clave por su localización geográfica, el costo de su fuerza de trabajo, y la enorme integración que ya existe entre ambas economías, es México. El papel fundamental que desempeña nuestro país para la industria militar norteamericana se hizo evidente, quizás por primera vez, durante el primer confinamiento por el Covid-19 en la primera mitad del 2020. Como todo lo relacionado con la industria militar, es extremadamente difícil conocer la magnitud de esta relación: en las estadísticas oficiales, la producción de armamento bélico está agregada en categorías más amplias como “equipo de transporte”, “maquinaria y equipo”, “productos metálicos”, entre otros. Pero la respuesta del gobierno norteamericano ante el cierre de actividades en muchos centros fabriles en México sacó a la luz la existencia de esa relación. En esa ocasión, el Pentágono y Washington presionaron para que el gobierno mexicano declarara estas fábricas “actividades esenciales” y por lo tanto exentas del paro de labores por la emergencia sanitaria; pronto esto se volvió innecesario con la declaración de una “nueva normalidad” por Hugo López-Gatell y AMLO. 

En ese contexto, se habló, por ejemplo, de la relación entre el boom del sector aeroespacial mexicano y la industria militar y de defensa estadounidense; en ese entonces el Departamento de Defensa declaró:

“Miles de mexicanos trabajan día a día en la industria aeroespacial no solo para alimentar líneas aéreas comerciales, sino para sostener los intereses estratégicos de Washington en sitios como el Medio Oriente, los Balcanes o Asia (Clarín, 24/05/2020)”.

Además de esto, se reveló a al público la dimensión en que los gigantes armamentísticas de EE.UU. abrían subsidiarias y subcontrataban parte de la producción en México, de tal forma que, de acuerdo con Luis Lizano, presidente de la Federación Mexicana de la Industria Aeroespacial (FEMIA) México estaba, antes de la pandemia, en el top 10 de proveedores del sector aeroespacial y de defensa de Estados Unidos

Estos factores apuntan a que México aumentará su integración y colaboración con la industria de EE.UU. en general, y la militar en particular. La élite política, mediática e intelectual de México celebra esto como una gran oportunidad. Porque, ¿qué podría ser mejor que, sin hacer nada, nos caigan del cielo millones en inversiones en sectores de alta tecnología y de exportación? No se dan cuenta que, así como Washington no se tentó el corazón para hacer que México reabriera sus fábricas con el costo de miles de vidas humanas, no lo hará para nada que ponga en riesgo su “seguridad nacional”, es decir los intereses del complejo militar-industrial y del capital financiero que gobiernan Estados Unidos. Lo que se viene, pues, es una mayor subordinación a la estrategia imperialista de Washington y una creciente brecha en capacidades científicas y tecnológicas. Si a esto sumamos el desastre total que un escalamiento en el conflicto de con Rusia y China tendría para todo el mundo, sobran los elementos para que los mexicanos se opongan a seguir haciendo de nuestra economía un apéndice de la máquina de guerra norteamericana.


Jesús Lara es economista por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] Goldman cita a un think-tank británico que afirma que, con la intensidad actual del combate, la producción de artillería estadounidense de un año le alcanzaría para diez días a Ucrania. 

¿Por qué Japón se modernizó antes que China?

Septiembre 2022

China fue la economía más grande del mundo hasta mediados del siglo XIX. Esta preponderancia económica tenía su reflejo diplomático en el sistema tributario, un sistema de relaciones internacionales en el que China se asumía como centro político, cultural y económico, y los demás países reconocían su superioridad mediante el envío de delegaciones que presentaban tributos a las autoridades chinas. Durante catorce siglos Japón formó parte de este sistema. Sin embargo, la llegada de los occidentales lo cambió todo.

Al no poder penetrar el mercado chino por medio de mecanismos estrictamente económicos, los británicos iniciaron una guerra para obligar a China a abrir sus puertos a los comerciantes europeos. Esto marcó el inicio del declive de China. Pronto perdió su lugar como economía más grande del mundo, fue derrotada militarmente por las potencias occidentales, cedió algunos territorios y firmó una serie de tratados que iban en contra de sus intereses económicos. También en Japón el mercado fue abierto con las armas en la mano, aunque en ese caso fueron los estadounidenses, no los británicos, quienes les impusieron acuerdos económicos nocivos para sus intereses.

Chinos y japoneses aceptaron que estaba ante enemigos más poderosos que ellos y reconocieron la inferioridad de sus ejércitos respecto a los occidentales. ¿Qué hacer? En 1860, en China se inició un proceso de modernización conocido como Restauración Tongzhi (por el nombre del emperador), que tenía como objetivo principal mejorar las capacidades militares para expulsar a los occidentales; en Japón, la Revolución Meiji de 1868 también marcó el inicio de un proceso de modernización, aunque en este caso no solo se buscaba fortalecer al ejército, sino modernizar los ámbitos político, social, económico y cultural. Los resultados fueron muy diferentes. Para 1900, China seguía dominada por las potencias occidentales, con una economía raquítica y alta inestabilidad política; en cambio, Japón ya se había convertido en una potencia económica con un ejército poderoso que incluso había derrotado a China y la había obligado a ceder el territorio de Taiwán. Fue ese desarrollo acelerado el que más tarde llevó a Japón a chocar con otras potencias imperialistas durante la Segunda Guerra Mundial.

El éxito japonés y el fracaso chino en sus respectivos movimientos modernizadores tienen explicaciones de carácter geográfico, demográfico, filosófico y político. Aquí me limitaré a comentar el aspecto político, que fue, desde mi punto de vista, el más determinante.

En Japón, el Shogunato Tokugawa mantuvo su gobierno desde 1603 hasta 1868. Al interior, el periodo se caracterizó por mantener una economía tradicional y por una organización política semifeudal donde cada jefe tenía su propio ejército (samuráis) y su propio territorio; al exterior, Japón se cerró totalmente para evitar que los occidentales pudieran penetrar. Cuando las naves estadounidenses llegaron y demostraron su superioridad, algunos shoguns (jefes feudales) comenzaron a exigir la necesidad de modernizar Japón para poder competir con Estados Unidos y las demás potencias, pero los Tokugawa sostenían una posición más conservadora y buscaban proteger a Japón de la influencia extranjera. Entonces ocurrió la Revolución Meiji. Dos shoguns lideraron un movimiento armado para derrocar a los Tokugawa e instalar al emperador Meiji Tenno. Basándose en la autoridad central del emperador, se inició un proceso de modernización acelerada que implicó la unificación nacional, la industrialización económica, el establecimiento de un sistema educativo, la formación de una clase empresarial, la modificación del sistema político, la adaptación de costumbres occidentales, etc. Con el nuevo liderazgo, en treinta años Japón se convirtió en un país moderno y poderoso.

En China, la dinastía Qing gobernó desde 1644 basándose en los preceptos confucianos y respetando la antigua tradición política imperial, hasta que estalló la Guerra del Opio (1839) y el país entró en crisis. La dinastía se dividió en dos fracciones: por un lado, aquellos que buscaban una modernización completa de China para enfrentar a los extranjeros y, por el otro, aquellos que únicamente querían fortalecer el ejército, pero manteniendo las estructuras económicas, políticas y sociales de antaño. Las disputas internas y la falta de una autoridad central fuerte fueron obstáculos insalvables para China. La Restauración Tongzhi no pasó de ser un esfuerzo modernizador mal planeado y peor ejecutado: ni siquiera en el aspecto militar se llevaron a cabo reformas exitosas.

En conclusión, uno de los factores que más influyeron en la temprana modernización de Japón fue el establecimiento de un proyecto modernizador impulsado por una fuerza política central que se cohesionó alrededor de la figura del emperador. En China, la debilidad de la dinastía y las pugnas internas impidieron que el país se enrumbara hacia la modernización y las potencias extranjeras siguieron explotándola sistemáticamente. China tuvo que esperar hasta 1949, con el triunfo de los comunistas, para expulsar a las potencias occidentales, unificar al país, terminar con las rebeliones armadas y emprender su propio proceso de modernización.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.

La “trampa de la deuda china”, una mentira más del imperialismo estadounidense

Agosto 2022

Los días 8, 9 y 10 de agosto, el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, realizó una visita oficial por tres países del continente africano: Sudáfrica, República Democrática del Congo y Ruanda. La visita tuvo como finalidad estrechar las relaciones entre Estados Unidos y África, en un momento geopolítico en el que el continente africano ha cobrado una importancia renovada. Blinken no solo realizó algunos ofrecimientos a los países que visitó, sino que también les advirtió sobre los problemas que les podían traer los préstamos provenientes de China. De esta manera, aunque no la mencionó por su nombre, Blinken hizo referencia a la llamada “trampa de la deuda china”.

La “trampa de la deuda china” se refiere a una supuesta política de Estado diseñada en Beijing para expandir su influencia en el mundo a través del sometimiento de los países pobres y de medianos ingresos. La tesis básica es la siguiente: 1) la mayoría de los países de Asia, África y América Latina necesitan inversiones jugosas para que sus economías puedan desarrollarse; 2) China aprovecha la necesidad de estos países y les otorga préstamos muy grandes; 3) los contratos de los préstamos señalan que si el país receptor no cumple con el pago de la deuda, entonces China podrá cobrarse tomando algún bien estratégico de este país; 4) China diseña alevosamente su política de préstamos para que el país receptor no pueda pagar y sea despojado de sus ferrocarriles, puertos, aeropuertos o carreteras. En teoría, así funciona “la trampa de la deuda china”.

Esta acusación contra China comenzó a llegar a la prensa durante el gobierno de Donald Trump. A partir de 2018, el secretario de Estado, Mike Pompeo, empezó a realizar numerosos viajes a países de América Latina, África, Asia y Europa para advertirles contra la “trampa de la deuda china” y para llamarlos a que, por su propio bien, no establecieran relaciones con el país asiático. El gobierno de Joe Biden modificó algunos aspectos de la política exterior estadounidense, pero el ataque contra China que había comenzado con Trump se mantuvo.

Durante algunos años, la “trampa de la deuda china” gozó de buena salud como concepto y tuvo un amplio eco en la prensa y la academia. Pero bastaron pocos años para que la verdad se abriera camino y la famosa “trampa de la deuda china” empezara a caer por su propio peso. Desde China siempre negaron las acusaciones provenientes de Estados Unidos, pero al cabo de un tiempo incluso algunos medios occidentales (y no precisamente de izquierda) comenzaron a cuestionar la validez de esta acusación. El think tank británico Chatham House, el medio estadounidense Bloomberg, algunos medios estadounidenses críticos como The Atlantic y el periódico hongkonés South China Morning Post (tenaz crítico de Beijing), han publicado documentos en los que desenmascaran la narrativa del gobierno estadounidense y califican a la supuesta “trampa de la deuda china” como un mito.

La verdad es que las relaciones económicas de China con los países pobres tienen una explicación muy sencilla. En primer lugar, China se ha convertido en una gran potencia económica que necesita importar ingentes cantidades de materias primas para la elaboración de sus mercancías, al mismo tiempo que necesita mercados donde vender toda su producción; esto ha llevado a China a estrechar las relaciones comerciales tanto con los países pobres como con los países ricos, convirtiéndose en el principal socio comercial del mundo. En segundo lugar, la vertiginosa acumulación de capital que ha experimentado China en las últimas décadas ha dado lugar a sobrecapacidades financieras y empresariales que ya no encuentran aplicación en el mercado chino, por lo que buscan invertirse en otros mercados; de ahí el interés de China por lanzar la Iniciativa de la Franja y la Ruta, un proyecto por medio del cual China usará sus sobrecapacidades para construir proyectos de infraestructura en más de 60 países de todo el mundo. En tercer lugar, al identificarse con los países pobres de Asia y África (hace treinta años China tenía los mismos problemas económicos) los préstamos e inversiones de China están menos guiados por la búsqueda de ganancias que por el interés de contribuir al desarrollo de esos países; así se entiende que recientemente China haya renunciado a 23 préstamos vencidos en 2021 y que tenían que ser pagados por 17 países africanos.

La “trampa de la deuda china” es en realidad un discurso acuñado y difundido por el imperialismo estadounidense para hacerle frente al pujante avance de China en la economía y la geopolítica mundial. Es un intento de contener a China generando miedo entre los países pobres. En otra época este tipo de discursos tenían la capacidad de modificar efectivamente las relaciones entre países, pero ese tiempo ya es historia. En el naciente mundo multipolar, las mentiras fabricadas por el imperialismo estadounidense se estrellan contra el muro de la dura realidad.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.

Banalizar la valentía

Agosto 2022

La revista Vogue se ha caracterizado, desde sus primeros números, por ser la revista de la banalidad. Sus páginas están mayormente dedicadas a presentar colecciones de moda, ropa, accesorios, zapatos, casas, coches, en fin, el lujo desmedido de los sectores más acomodados de la sociedad, a los que los trabajadores solo pueden aspirar en sueños. Es, sin duda, uno de los medios del capitalismo que contribuyen a la formación de aspiraciones irrealizables para las condiciones materiales del proletariado, pero que son constante fuente, aunque irreal, de inspiración para el esfuerzo continuo: trabajo porque aspiro a tener lo que veo en la revista.

Pero la labor ideológica de Vogue ha alcanzado un nuevo límite con su última portada. En ella aparece Olena Zelenska, la primera dama ucraniana. Antes de que su marido fuera presidente de Ucrania, Olena era guionista de tramas cómicos; la llegada de Zelensky al poder la sacó de ese contexto y la guerra con Rusia la llevó a pisar escenarios que bajo cualquier otro contexto se hubieran mantenidos cerrados para el. Así como Zelensky, actor olvidado de comedia, tuvo la oportunidad de presentarse en Cannes, Zelenska pudo ir a la Casa Blanca a hablar de cómo las mujeres ucranianas viven la guerra (sic).

Precisamente en ese sentido va la edición que Vogue le dedica. La sesión de fotos se llama “Retrato de valentía” y tiene la intención de mostrar la valentía con que Zelenska y Zelensky han afrontado la guerra. ¿El problema? Lo transmitido por la sesión es completamente lo contrario, pero solo porque reflejar fielmente el contenido real de lo que la guerra ha representado para la pareja de “valientes”. Los escenarios de la “guerra” que se usaron en la sesión son demasiado lujosos para creer que en ellos han atacados los rusos, la vestimenta de Zelenska rodeada de soldadas ucranianas está a la altura de las pasarelas de moda; las caras que reflejan el sufrimiento de los ucranianos, reflejan más bien la banalidad de un escenario completamente montado para la “sensibilización del mundo”, y antes que lograr la simpatía de occidente hacia la causa Ucraniana, logran la repulsión que lo falso provoca ante cualquiera que lo observe. Esto no significa que el pueblo ucraniano no sufra por la situación de guerra; sin embargo, sí muestra la astucia con que Zelensky y los altos mandos ucranianos han “enfrentado” la guerra.

Pero no solo la sesión es una farsa, también el contenido de la entrevista que mostraría la valentía y sufrimiento de Zelenska y Zelensky. A Olena Zelenska se le presenta como un estandarte de las voces femeninas de la guerra, del sufrimiento que las mujeres ucranianas viven con la guerra; Vogue la presenta como la imagen de la “carga emocional” que las ucranianas llevan en esas circunstancias, ensalza la petición de armas que Zelenska hizo al congreso de Estados Unidos, y alaba una iniciativa de la primera dama ucraniana para brindar salud emocional a los ucranianos que viven la guerra, señalando a esta última como una “respuesta moderna a una agresión bélica a la antigua usanza”. ¿De verdad alguien cree que la salud emocional es la respuesta a la guerra? ¿No es esto un uso distinto del discurso de “cuidado personal y emocional” aún y cuando las condiciones materiales sean adversas para esa salud mental y emocional? Considerar a Zelenska como portavoz de las mujeres ucranianas es olvidar que dentro del universal mujeres ucranianas hay subgrupos que viven la guerra y la cotidianidad de formas distintas, que las mujeres ucranianas de Donest y Lugansk no pueden ser representadas por el mismo gobierno que causó en ellas los pesares de que ahora se queja Zelenska y su grupo privilegiado de mujeres ucranianas —que pueden vivir en una zona de guerra mientras consumen ropa de diseñador—.

Bajo otras circunstancias hablar de la portada de Vogue sería una pérdida de tiempo y pluma, pero cuando es esa la trinchera desde la que se lanzan bombas ideológicas para justificar y borrar los horrores a que el gobierno ucraniano sometió a la población ruso descendiente de su mismo país, es necesario contribuir a desenmascarar la banalidad e hipocresía que se busca ensalzar.


Jenny Acosta es licenciada en filosofía por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

AMLO fortalece dependencia de México respecto a EEUU

Julio 2022

La política exterior del gobierno de López Obrador se presenta como una serie de contradicciones: 1) exige el fin del intervencionismo de Estados Unidos en los países de América Latina, pero llama a los países de América Latina a someterse al liderazgo de Estados Unidos para enfrentar a China; 2) boicotea la Cumbre de las Américas organizada por Estados Unidos, pero realiza ejercicios militares conjuntos con Estados Unidos en territorio mexicano; 3) defiende la soberanía de México frente a Estados Unidos, pero emplea a las fuerzas armadas mexicanas como patrulla fronteriza al servicio de la política migratoria estadounidense.

En realidad, estas contradicciones en la política exterior no son sino el correlato de la política interior. Por definición, la política exterior es un instrumento que poseen los Estados para alcanzar aquellos objetivos que consideren prioritarios, siendo estos la supervivencia y la integridad territorial. Pero la política exterior también obedece a otros planes de corto, mediano y largo plazo, según las metas de Estado. En el caso de China, por ejemplo, su objetivo de convertirse en “un país socialista desarrollado, fuerte, democrático, culturalmente avanzado y armonioso para 2049”, orienta y da coherencia tanto a la política interior como a la política exterior. Desde este punto de vista, la política exterior contradictoria y errática de López Obrador refleja una política interior con las mismas características.

Un caso concreto que ilustra esta relación es el T-MEC. El nuevo acuerdo comercial que sustituyó al TLCAN fue firmado en 2018 y entró en vigor en 2020. El gobierno de López Obrador lo celebró pomposamente como un mecanismo que no solo llegaría a salvar a México de la penosa situación económica que padecía en 2019 y 2020 (con la pandemia empeoraría más) sino que se convertiría en un permanente motor del crecimiento económico. Si bien el TMEC facilita la exportación a Estados Unidos de productos hechos en México, el acuerdo es un mero tratado comercial. El desarrollo económico de México no puede descansar en un acuerdo de esta naturaleza, sobre todo si miramos los resultados mediocres que arrojó su antecesor, el TLCAN, después de casi treinta años de operación.

Dos años después de haberle dado la bienvenida al TMEC, López Obrador asume la posición contraria y declara que su gobierno está dispuesto a abandonar el acuerdo con tal de defender la soberanía de México. Esto ocurre en el contexto de las controversias generadas por la reforma eléctrica, la cual afectó a algunas empresas estadounidenses y canadienses que ya habían hecho inversiones en el ramo de la electricidad en México. Si la reforma eléctrica viola o no las cláusulas del TMEC, es algo que todavía está en litigio, lo cierto es que tanto el gobierno de Estados Unidos como el de Canadá ya están defendiendo a sus empresas y han llamado al gobierno de México a respetar sus intereses en México, so pena de sancionar al país imponiéndole aranceles a sus productos. Una imposición de aranceles a México sería un duro golpe a la economía nacional, pero la salida de México del TMEC sería una catástrofe para el país.

En realidad, lo que refleja la posición contradictoria del gobierno de López Obrador respecto al TMEC es la ausencia de un proyecto de desarrollo nacional: por un lado le apuesta todo al empuje económico que puede traer el TMEC al país y por el otro atenta contra ese mismo empuje al llevar adelante una reforma que hiere los intereses de los verdaderos mandamases de ese acuerdo comercial. Y esto es algo que atraviesa a toda la política interior: un día golpea a los empresarios y otro día los invita a Palacio Nacional a celebrar su amistad, un día le exige a Salinas Pliego que pague sus impuestos y otro día le da los contratos para distribuir los programas del bienestar, un día lanza una diatriba contra la corrupción y otro día otorga contratos por asignaciones directas, un día reparte dinero entre el pueblo para incrementar su nivel de vida y otro día reprime a las organizaciones populares que se movilizan para mejorar su condición de vida, un día declara que el sistema de salud será como el de Dinamarca y otro día le aplica tantos recortes presupuestales que sufre desabasto de medicinas.

En la medida en que México no cuenta con un proyecto de desarrollo correctamente planeado y ejecutado, en esa medida el país sigue dependiendo de las necesidades económicas de los demás países con los que nos relacionamos. López Obrador puede desgañitarse cuanto quiera defendiendo la soberanía nacional, pero mientras su gobierno no aplique un proyecto de desarrollo nacional coherente y científicamente elaborado, en los hechos estará fortaleciendo la dependencia de México respecto a Estados Unidos. Solo cuando hayamos puesto en marcha un proyecto con estas características, entonces podremos considerar si es conveniente o no enfrentarse económicamente a Estados Unidos. De otra manera es mejor no hacerlo, por muy soberanos e independientes que nos digamos.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.

¿Quién está ganando la guerra de Ucrania?

Julio 2022

Los medios que sostienen a la OTAN y al gobierno de Volodimir Zelensky presentan ambigüedades cuando se trata de responder ese cuestionamiento. Por un lado ofrecen análisis militares, políticos y sociales que no sólo nos inundan con “sus datos” sobre el supuesto fracaso de la operación rusa en Ucrania, sino que incluso llegan a explorar la “masculinidad tóxica” de Putin. Pero, por otro lado, dejan escapar destellos que contradicen el triunfalismo occidental: se informa que el único ejército que está ganando terreno en Ucrania sin grandes pérdidas no es el de Zelensky, sino el de la Federación Rusa, y se registra que las posiciones de los rusos no están flaqueando en lo más mínimo.

Uno de esos destellos es un análisis del historiador militar israelí Martin van Creveld publicado en la revista alemana Welt a finales de junio.  Ese autor es todo menos Prorruso y en su colaboración dice que en febrero de este año, tal como otros “observadores occidentales”, esto es “jefes de Estado, ministros, militares, servicios secretos y medios de comunicación”, él pensaba que Rusia perdería la guerra por dos situaciones hipotéticas:

1) los ucranianos se levantarían contra la operación especial de Putin en una imparable guerra nacional de guerrillas,

2) los rusos no podrían cubrir las operaciones en un territorio tan vasto como Ucrania.

Sin embargo, van Creveld señala que el asunto se ve muy diferente después de los cuatro meses que ha durado el conflicto por cinco razones:

1) no hay un movimiento popular de guerrillas y, por las armas que se han solicitado a Occidente, es claro que Zelensky está apostando por una guerra convencional entre ejércitos profesionales, es decir, un tipo de enfrentamiento en que el ejército ruso es muy superior;

2) los rusos han cambiado su táctica: pues no se trata, como en febrero, de dominar toda Ucrania de una sola vez, sino de una guerra prolongada de resistencia con un avance territorial progresivo basado en el uso de su arma más importante, la artillería, que causa entre 100 y 200 bajas diarias entre los mejores combatientes ucranianos;

3) el equipo y profesionalismo de las tropas ucranianas no son fáciles de reponer, porque no hay reservas nacionales suficientes y porque es casi imposible pasar las kilométricas llanuras ucranianas sin toparse con la aviación rusa;

4) La economía rusa está resistiendo más que las de Occidente: Putin vinculó su moneda al oro y el rublo se ha recuperado como no lo había hecho desde hace 7 años, además, su intercambio de energía y materias primas contra los productos industriales de China e India está favoreciendo mucho a los rusos, y

5) las consecuencias sobre las economías occidentales son muy graves, porque Rusia les está negando el suministro de energía para el funcionamiento de las industrias europeas (esto último afecta directamente a Alemania, el motor de la economía de Europa).

En resumen, siguiendo los elementos que expone van Creveld, se puede considerar que las circunstancias están orillando a Occidente a tomar una de dos salidas posibles: 1) perder la guerra, cediendo a las demandas de Rusia y respetando la existencia de un mundo multipolar opuesto a la visión unipolar de hegemonía de Estados Unidos, o 2) ganar la guerra aplastando a Rusia con armas nucleares, lo que implicaría una respuesta similar por parte de los rusos, una catástrofe sin parangón para la humanidad y la destrucción de buena parte de la vida sobre el planeta. Así, la salida del conflicto, la respuesta de quién va a ganar la guerra está en manos de quienes defienden el predominio de la OTAN sobre Ucrania.


Anaximandro Pérez es Maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

BRICS: la puerta de entrada al mundo multipolar

Julio 2022

Los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) representan un mecanismo innovador que puede significar la puerta de entrada del mundo a una era multipolar. El grupo fue fundado en 2009, en la ciudad de Ekaterimburgo, a donde asistieron los jefes de Estado de los países miembros: de Brasil, Lula da Silva; de Rusia, Dimitri Medvedev; de India, Manmohan Singh; y de China, Hu Jintao. Sudáfrica se integró en 2011. El grupo no solo es relevante por sus dimensiones demográficas (40% de la población mundial) o económicas (20% del PIB mundial), sino por lo que representa en términos geopolíticos.

Los BRICS se diferencian notablemente de los otros grupos de países que se formaron a finales del siglo XX y que siguen funcionando en la actualidad. El G7, por ejemplo, está integrado únicamente por las potencias norteamericanas y europeas; mientras que el G20 incluye a las grandes potencias capitalistas más algunos países de medianos ingresos de América Latina, Asia y África. En contraste con esta composición, los BRICS se conforman exclusivamente por países que se identifican como parte de ese mundo rechazado, colonizado y explotado por el capitalismo occidental. Estos países, inconformes con el orden mundial comandado desde los centros capitalistas, se propusieron crear un grupo que impulsara los cambios necesarios para crear un mundo multipolar y sin hegemonías.

En sus inicios, coincidentes con la crisis económica de 2008 en Estados Unidos, los BRICS fueron recibidos como una alternativa que podía ofrecer nuevas vías de desarrollo para los países periféricos. Pero el entusiasmo fue breve, pues los países miembros se enfrentaron a problemas internos que impidieron profundizar la cooperación entre las partes. Rusia tuvo que hacerle frente a la desestabilización que surgió en su frontera occidental luego del golpe de Estado de 2014 en Ucrania; Brasil se vio envuelto en una crisis política que llevó a un golpe suave contra Dilma Rousseff; India comenzó a tener varios acercamientos con Estados Unidos como consecuencia de la política del “Pivote a Asia” que implementó la administración Obama; China fue el único país del grupo que siguió ampliando la cooperación con el resto del mundo, lanzando la iniciativa de La Franja y La Ruta, y acercándose más a los países asiáticos, africanos y latinoamericanos.

Este impasse en los BRICS llegó a su final con la guerra en Ucrania. El conflicto provocado por Estados Unidos a través de la OTAN, llevó a los países del mundo a definir su posición en el tablero geopolítico global. Por un lado, los países europeos cerraron filas en torno a Estados Unidos, revitalizaron la OTAN e iniciaron el proceso para integrar a Suecia y Finlandia a la organización militar. Por el otro, la mayoría de los países asiáticos (excepto Japón y Corea del Sur), africanos y latinoamericanos, se negaron a apoyar las sanciones económicas encabezadas por Estados Unidos y optaron por asumir un rol de neutralidad ante el conflicto. En esta coyuntura de galvanización de la política internacional ocurrió la 14 cumbre de los BRICS.

La cumbre le inyectó nueva vida a los BRICS después de un largo periodo de calma. El grupo no solo ha cerrado filas en su negativa a obedecer las órdenes de Washington respecto a Rusia, sino que se ha abierto la posibilidad de que nuevos países se integren en el corto plazo a esta iniciativa. Argentina e Irán ya han expresado el deseo de sumarse al grupo y se espera que en la próxima cumbre el país latinoamericano y el árabe ya participen en la toma de decisiones.

La fortaleza de los BRICS no radica en que los países compartan la misma identidad cultural o ideológica (Bolsonaro, Putin, Modi y Xi Jinping tienen perfiles muy diferentes) sino en que todos los miembros buscan una mayor soberanía para sus países. Esta agenda básica los ha llevado a unirse y a cerrar filas para resistir mejor los ataques que lanza la potencia norteamericana. Los BRICS no rechazan la hegemonía de Estados Unidos para imponer la hegemonía de China, Rusia, Brasil u otro país, sino que buscan un mundo más multipolar, sin hegemonías, que les permita a todos los países elegir soberanamente sus formas de vida (culturales, políticas, religiosas, ideológicas, etc.) sin que se vean constantemente amenazados por una potencia extranjera. Es del interés de los países periféricos del mundo contribuir a la causa justa de los BRICS para que el mundo multipolar que defienden se vuelva una realidad en el mediano plazo. A México le convendría acercarse más a ese grupo.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.

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