Por Ehécatl Lázaro | Octubre 2023

Desde que la marina estadounidense abrió Japón a cañonazos, en 1852, el país tuvo un aceleradísimo proceso de modernización. Para finales de siglo, Japón se lanzó a conquistar territorios de otros países para satisfacer las necesidades de su creciente economía. Así, en 1895 le arrebató Taiwán y otras islas a China, en 1905 derrotó al ejército zarista en la disputa por Manchuria y en 1910 ocupó la península coreana. Pero Japón todavía se podía expandir más.

En el gabinete imperial se desarrollaron dos planes de ampliación orientados a satisfacer la necesidad de recursos petroleros. Un plan indicaba que Japón debía avanzar hacia el norte, conquistando Corea, Manchuria, la parte norte de China, Mongolia y la región oriental de la Unión Soviética. La propuesta era conquistar todo el territorio entre Japón y el lago Baikal. El otro plan señalaba que el avance debía ser hacia el sur, conquistando todas las islas del Pacífico oriental hasta Indonesia. El plan del norte era apoyado por el ejército, el del sur por la marina imperial.

En la discusión inicial, el plan del norte triunfó. Conquistar el territorio soviético no solo garantizaba el aprovisionamiento de recursos, sino también significaba combatir contra el comunismo, un enemigo mortal para el imperio japonés. El ejército conquistó todo el norte de China y en 1932 fundó el Estado títere de Manchukuo. Esa sería su base para lanzar los siguientes ataques. Al mismo tiempo, en 1937 tomó las ciudades costeras del norte de China, para asegurar el control del litoral.

En 1939 el plan del norte fracasó estrepitosamente. Ese año, las tropas soviéticas y japonesas se enfrentaron en la batalla de Jaljin Gol, en Mongolia. Stalin envió al entonces comandante Gueorgui Zhúkov para detener la ofensiva japonesa, mientras del lado japonés combatió el ejército de Kwantung, las tropas más preparadas y experimentadas del imperio japonés. La batalla duró cuatro meses, al cabo de los cuales los soviéticos salieron victoriosos. Ese descalabro llevó a Japón a cancelar su plan del norte y a volcarse hacia el plan del sur.

La victoria soviética en la batalla de Jaljin Gol tuvo implicaciones estratégicas. La firma del pacto de no agresión Ribbentrop-Mólotov ente soviéticos y alemanes, en 1939, le permitió a Stalin ganar tiempo para seguir preparando a su ejército. Los japoneses vieron en ese tratado una traición, no solo porque los alemanes renegaban del pacto anticomunista que en 1936 habían firmado el Japón imperial y la Alemania nazi, sino también porque la neutralidad alemana ante los soviéticos permitía que Stalin reforzara el frente oriental, donde los japoneses estaban siendo derrotados. En virtud de los hechos, Tokio negoció exitosamente con Moscú para alcanzar una declaración de alto al fuego.

En 1941 Hitler rompió el pacto de no agresión con la Unión Soviética y lanzó la Operación Barbarroja, avanzando hasta Leningrado, en el norte, Moscú, en el centro, y Stalingrado, en el sur. Los soviéticos enfrentaron la ofensiva nazi, estabilizaron el frente y la estrategia hitleriana de guerra relámpago fracasó. La guerra se empantanó. Resistir la Operación Barbarroja fue una proeza única en la guerra, pues en ella Hitler empleó el grueso de su poder de fuego. Pero iniciar la contraofensiva soviética no solo requería heroísmo, sino también tropas.

Para implementar su plan del sur, los japoneses necesitaban garantías de que los soviéticos no los atacarían. Por ello, en 1941 Japón y la Unión Soviética firmaron un tratado de neutralidad que finalizó por completo los roces militares. Eso permitió que los japoneses se enfocaran en la conquista de China y el Pacífico. Los soviéticos, por su parte, pudieron movilizar sus tropas del frente oriental al europeo, donde la ofensiva nazi avanzaba con fuerza arrolladora. Entre otras cosas, la llegada de las tropas que luchaban en el frente oriental fue decisiva en el cambio de correlación de fuerzas respecto a los nazis. Moscú fue liberada en enero de 1942, Leningrado en enero de 1943 y Stalingrado en febrero del mismo año.

Las tropas soviéticas bajo el mando del mariscal Gueorgui Zhúkov tomaron Berlín y en mayo de 1945 los nazis firmaron su rendición. Tres meses después, en agosto, cumpliendo con los acuerdos de Yalta, Stalin rompió el pacto de neutralidad con Japón y lanzó una ofensiva militar que barrió a las tropas japonesas acantonadas en Manchuria y Corea. Días después, Japón se rindió. De esta manera, el Ejército Rojo de la Unión Soviética no solo derrotó a lo nazis, sino también, y dos veces, a los japoneses.


Ehécatl Lázaro es maestro en Estudios de Asia y África, especialidad China, por El Colegio de México.

Por Arián Laguna
Septiembre 2023

Resumen: El hecho clave de la política boliviana actual es el fraccionamiento del Movimiento al Socialismo (MAS) entre un ala “evista” y otra alineada con el presidente Luis Arce y el vicepresidente David Choquehuanca. A diferencia de otros países – como Ecuador – en los que la lucha entre el líder del partido y el jefe del Ejecutivo llevó a una diferenciación de proyectos ideológicos, esto no ha ocurrido en el caso del MAS; por esto, la lectura generalizada es que el partido se encuentra atravesado por una pugna por liderazgos y cargos políticos. Este artículo propone una idea diferente, y ésta es que tanto esta lucha faccional actual como la propia salida de Evo en 2019 son evidencia de una crisis no solamente de su liderazgo individual, sino de la forma en la que el MAS articuló durante 15 años de gobierno a las organizaciones sindicales que lo componen. Por tanto, proponemos que, en el fondo, la crisis actual es una consecuencia del desajuste entre esta “forma articulatoria” política y las transformaciones sociales y económicas del mundo popular que el MAS representa.

La división faccional que hoy atraviesa al Movimiento al Socialismo (MAS) es el centro de las preocupaciones en el mundo político boliviano popular y de izquierda. Los análisis actuales diagnostican, de forma muy lógica, que, de ir dividido a las elecciones del 2025, el MAS abriría las puertas para una posible victoria de la derecha. La preocupación central de estos análisis son estas pugnas, el faccionalismo y el divisionismo interno; el correlato de estas preocupaciones ha sido comenzar a pensar y proponer cómo puede solucionarse esa fractura (han propuesto la unificación ya sea a través de la imposición de uno de los liderazgos, de medios institucionales o de una negociación personal). Sin embargo, creemos que la urgencia política ha hecho que se confunda el síntoma con la causa: la pregunta clave que se debe responder no es cómo solucionar la división, sino por qué el MAS está dividido.

Nuestra primera propuesta consiste en entender al evismo no como el poder de un individuo sino como un modo de articulación política de una diversidad de sectores sociales (sindicatos campesinos, mineros, obreros, maestros, juntas vecinales); siguiendo esta lógica, argumentamos que la actual crisis del evismo expresa el desfase entre esta forma de articulación política y aquello que articulaba. Nuestra segunda propuesta es que esta forma de articulación fue posible entre 2005 y 2019 por la predominancia de la forma sindicato en el mundo popular. El fundamento de su crisis radica no sólo en la siempre presente aspiración de las organizaciones sociales de ocupar el poder político, sino en la complejización de las formas de vida materiales, organizativas e ideológicas del bloque popular durante los 15 años del evismo, la cual hace necesaria una nueva forma de articulación política. Así, proponemos que el trasfondo de la división del MAS radica en la creciente contradicción entre la composición social e ideológica del bloque popular y la articulación “evista” bajo la cual el MAS ejerció el poder durante los últimos 15 años.

Evo Morales fue durante casi dos décadas el gran articulador de los “movimientos sociales”; su rol histórico fue el de ser una manera específica de organizar la aspiración histórica de los sectores populares a ocupar el poder. Uno de sus primeros éxitos fue lograr distribuir espacios a un gran número de organizaciones sociales que en muchos casos competían entre sí por los mismos espacios de poder. Esas formas de distribución incluyeron la combinación de sistemas de rotación[1] con el establecimiento de reductos apropiados por ciertas organizaciones; pero también incluyeron la aplicación de una serie de frenos sobre los intereses sectoriales de las organizaciones a través de un permanente tira y afloja entre el líder y las organizaciones.

Sin embargo, este modelo fue sufriendo una sutil pero importante transformación. En sus primeros años como presidente, Evo combinó en la primera línea del poder estatal tanto a dirigentes de las organizaciones sociales como a intelectuales de clase media; sin embargo, su experiencia durante esos primeros años lo llevó a interpretar que los dirigentes de las organizaciones eran más proclives a la corrupción y más ineficientes que los intelectuales de clase media – los denominados “invitados”. Como consecuencia de esta lectura, fue llenando esa primera línea del poder con estos “invitados” – tanto en los principales espacios del Ejecutivo como de la Asamblea Legislativa[2]. La clave de la articulación política está en que canaliza ciertas aspiraciones y formas de lo social, pero al mismo tiempo reprime y niega otras. En este caso, el modelo de articulación evista se asentó en la aspiración de las organizaciones sociales de ocupar el poder estatal, pero al mismo tiempo las fue relegando progresivamente a espacios de representación e intermediación sectorial, mientras que llenaba los puntos nodales de dirección de lo estatal con intelectuales de clase media vinculados personalmente a él (y sin ningún vínculo directo con las organizaciones sociales).

Durante casi 14 años, esta fórmula fue exitosa en el ordenamiento no sólo de esta complejísima “federación de federaciones”, sino también en su legitimación ante los sectores sociales externos al MAS. Sin embargo, este modelo hegemónico se fue resquebrajando interna y externamente. Aquí nos centraremos en las causas de su crisis interna.

Tras las denuncias de fraude electoral en octubre de 2019 y las movilizaciones de las clases medias en las ciudades bolivianas, y al percibir que las fuerzas externas al partido se estaban movilizando en contra suya, Evo acudió a las organizaciones sociales pues creyó que, al igual que en el año 2008, ellas se movilizarían para defender al MAS. Por ello, al día siguiente del inicio de las protestas se trasladó a su bastión – Cochabamba – y desde el balcón de la Prefectura, en un emotivo discurso, pidió a las “masas” que lo defendieran pues al hacerlo, se estaban defendiendo ellas mismas y a su proceso político. Sin embargo, la respuesta popular fue mínima; algo había cambiado, pero aún no se sabía qué.

Durante esos días Morales oyó las falsas excusas de los altos dirigentes sindicales para explicar la falta de respaldo y no las versiones bastante más honestas de los dirigentes de base: “que primero renuncie su entorno q´ara [blanco], y luego vamos a ir a La Paz”. Ese comentario sintetizaba con enorme brutalidad una tensión estructural del MAS – esa especie de división colonial del poder político – pero aún no se estaba en condiciones de interpretarla plenamente.

No es que la aspiración del bloque popular a ocupar la primera línea del poder estatal no hubiese estado presente, sino que había estado reprimida. Con la salida de Evo y su entorno intelectual de clase media en noviembre de 2019 quienes quedaron al mando de forma tácita en el MAS y en la Asamblea Legislativa fueron los dirigentes sindicales y nuevos intelectuales de origen popular cercanos a ellos. Pese a las llamadas de Evo desde Argentina, la cadena de mando se había roto y ahora había otro bloque con la aspiración de ocupar el protagonismo en el MAS. Aquí fue paradigmática la figura de Eva Copa – senadora y ex dirigente de la Universidad Pública de El Alto – quien de ser una figura desconocida se convirtió en una de las principales figuras del nuevo MAS. Durante los meses de la crisis ella sintetizó el problema estructural que había atravesado el poder del MAS durante casi 15 años en pocas palabras: “ellos en la Asamblea [Legislativa] no nos dejaban ni hablar”. Se refería no a los parlamentarios de la derecha boliviana, sino al liderazgo de clase media del MAS en la Asamblea Legislativa que habría marginado sutilmente por años a los parlamentarios de origen popular y sindical.

Esta tensión interna se expresó con más claridad en las disputas en torno a las listas de candidatos tanto a presidente y vicepresidente como a asambleístas para las elecciones nacionales de 2020. Las organizaciones sociales seleccionaron a David Choquehuanca y Andrónico Rodríguez como candidatos a presidente y vicepresidente; sin embargo, esa decisión fue resistida por Evo Morales, quien anticipaba una pérdida total de su poder en caso de que Choquehuanca fuese presidente, por lo que propuso a Luis Arce como candidato. Ante la resistencia de las organizaciones sociales, se produjo un pacto: se impuso el candidato de Evo Morales (Luis Arce), pero a cambio se incluyó a Choquehuanca como candidato vicepresidencial; asimismo, las organizaciones sociales tuvieron control total en la elección de candidatos a diputados y senadores, con lo que los intelectuales de clase media quedaron totalmente relegados y las organizaciones sociales pasaron a dominar totalmente la representación masista en la nueva Asamblea Legislativa. Así, la primera pugna faccional en el MAS se estructuró en torno a la oposición entre el liderazgo de Evo Morales y su antiguo modelo articulatorio, y una nueva camada de dirigentes, con especial asiento entre los aymaras del departamento de La Paz e – inesperadamente – organizaciones sociales de Santa Cruz, quienes portan y expresan las tensiones contenidas en el MAS, pero que aún no las han traducido en un nuevo modelo articulatorio con potencial hegemónico.

Uno de los errores de Evo – imposible de prever en su momento – fue justamente pensar que su poder era un poder personal; por ello, pensó que seleccionando a un hombre de su confianza como presidente garantizaba su poder en el Estado y en el bloque popular. Durante los primeros meses, Arce gobernó de forma relativamente fiel a Evo; sin embargo, al mismo tiempo todo el sistema articulatorio se iba desplazando en otras direcciones. Mientras Evo creía su control de la punta del iceberg, todo lo que estaba por debajo se continuaba moviendo: una nueva capa de dirigentes sociales se posicionaba tanto a la cabeza de las organizaciones sociales como del Estado. Asimismo, las propias correlaciones de fuerza entre las organizaciones se modificaban: las de El Alto, el altiplano de La Paz y de Santa Cruz fueron adquiriendo una posición protagónica en el Estado, en desmedro de los sectores más fieles a Evo (fundamentalmente el Chapare y regiones de Potosí). Así, no sólo se modificó la posición de poder de los líderes de las organizaciones sociales y sus intelectuales, sino la posición relativa de las organizaciones sociales en el esquema general de poder. La posterior fractura entre Arce y Evo hizo visible ese movimiento estructural.

Esta pugna entre el modelo de articulación evista y el de las organizaciones sociales ha tomado el peculiar nombre de la lucha entre “radicales” y “renovadores” ¿Expresan “radicales” y “renovadores” alguna división ideológica o modelo alternativo de desarrollo económico? A nivel explícito, aparentemente no, pero la idea que defendemos es que en esa pugna se expresan dos tensiones estructurales. La primera es entre la aspiración de las organizaciones sociales de ocupar el poder estatal y el modelo evista que, aunque les otorgó importantes espacios de poder, al mismo tiempo fungió como principal dique de contención. Los “renovadores” son esa capa de dirigentes de organizaciones sociales y de intelectuales – directamente vinculados a ellos por relaciones en muchos casos de parentesco o de largas trayectorias de apoyo técnico a sus organizaciones – demandando el control de las principales posiciones de poder. Si uno observa hoy la camada de individuos que controlan los ministerios, viceministerios y direcciones en el Estado – y ni que decir de la Asamblea Legislativa – no hay duda de que (paradójicamente cuando ya nadie habla del tema) ahora sí se trata del “gobierno de las organizaciones sociales”, o al menos más que en cualquier otro momento de la historia reciente. Antes en los seminarios indianistas y kataristas se denunciaba que el supuesto Estado indígena estaba gobernado por q´aras; ahora varios indianistas y kataristas han reconocido que los aymaras están controlando importantes posiciones estatales. Lo cierto es que, de una forma sutil y reticular, hoy el Estado está siendo controlado por centenares de individuos aymaras y quechuas vinculados al mundo de las organizaciones sociales.

Sin embargo, los “renovadores” no son los mismos de 2005, y aquí radica la segunda tensión contenida en esta pugna. El propio proceso de transformación material y simbólica llevado a cabo por el MAS transformó la composición social de este grupo. Hoy en día las organizaciones sociales ya no responden solamente a la estructura puramente sindical jerárquica (sindicato – subcentral – central – federación); si bien el sindicato continúa siendo el eje de la organización popular, la urbanización y la diversificación económica de los sectores populares han llevado al desarrollo de ramificaciones y redes de figuras individuales por fuera de los sindicatos que, aunque vinculadas a ellos, no necesariamente les responden orgánicamente. Esto se vincula con una complejización de la representación de las organizaciones sociales en el Estado: si en el 2005 las opciones principales para ocupar los altos puestos del Estado eran los dirigentes sindicales o intelectuales tradicionales, hoy décadas de formación de cuadros intelectuales y técnicos indígenas han hecho que tanto las organizaciones como los líderes estatales opten cada vez más por estos sujetos que provienen del propio mundo popular para la ocupación de cargos públicos (esto no significa que la escalera sindical haya desaparecido, sino que se ha combinado con esta nueva fórmula).

Así, nuestra hipótesis central es que la forma organizativa del mundo popular que Evo Morales pudo controlar, articular y representar de gran manera fue la que en última instancia radica en la forma sindicato[3] y en su expresión corporativa. Evo distribuyó espacios, limitó demandas – y además legitimó esos intereses sectoriales a través del uso de los intelectuales de clase media como cariz hegemónico del Movimiento al Socialismo – basado justamente en un mundo popular organizado bajo un esquema sindical de jerarquías y representación sectorial. En ese sentido, fue el gran articulador de la forma sindicato. Sin embargo, lo que no pudo ser controlado por esa forma de articulación – y que hoy implosiona y la desespera – es la forma civil[4] del poder de esas clases populares, y especialmente de los sectores que cada vez expresan sus intereses de forma preponderante bajo esa forma. Aunque esta otra forma del poder social ya estaba presente en 2005, nuestro argumento es que su importancia se ha ampliado enormemente como consecuencia de los procesos de complejización social que esbozaremos brevemente. 

El primero es la simbiosis rural – urbana. Más que un proceso de llana urbanización, como ocurre en otros países, en Bolivia lo que se ha producido es una simbiosis urbano – rural puesto que la fuerza organizativa y emotiva de las comunidades rurales ha hecho que, inclusive contra una racionalidad puramente económica, los migrantes mantengan fuertes y permanentes vínculos sociales y culturales entre la ciudad y las comunidades rurales de las que provienen ellos o sus familias. La sociedad aymara destaca en Bolivia porque es la que produjo la simbiosis rural-urbana más precoz desde la década de 1960. A nivel estructural, esto se tradujo en una rápida complejización social pues la vida económica y cultural ya no se desarrolla únicamente en la comunidad rural, sino que está distribuida entre la comunidad rural, la junta vecinal urbana, la fábrica y la universidad; en términos económicos, se cosecha y siembra, pero también se trabaja en una fábrica en El Alto o en el comercio informal; en términos culturales, se reciben marcos de interpretación tradicionales de la comunidad rural, pero también marcos occidentales en la universidad. Esta complejización y simbiosis social vividas con mayor claridad en el mundo aymara tuvo en el katarismo y el indianismo sus primeras y más potentes expresiones tanto intelectuales como políticas en las que lejos de rechazar el mundo rural y tradicional aymara, lo mistificaron y ensalzaron como sostén de un proyecto político en el que no sólo se reclamaban mejoras materiales, sino que se canalizaba una aspiración – con la que Evo Morales nunca pudo lidiar plenamente – al liderazgo tanto político como intelectual. Así, se combinaron las potencialidades de la ruralidad y la urbanidad sin abandonar ninguna de ellas. Sin embargo, este fenómeno no es exclusivo de los aymaras; esa simbiosis de lo urbano y lo rural – que se produjo tempranamente en el mundo aymara del altiplano – se ha desarrollado de forma acelerada en una diversidad de regiones durante los gobiernos del MAS debido al acelerado movimiento económico que este partido propició en regiones rurales y sectores populares. 

Este proceso ha tenido como correlato la emergencia de capas de intelectuales y técnicos vinculados por redes de parentesco con los sindicatos, pero que ya no responden orgánicamente a ellos. Esto generó dos problemas para las formas articulatorias evistas pues la lógica de estos nuevos intelectuales orgánicos y sus aspiraciones de dirección intelectual y política 1) entran en conflicto con el modelo evista que prefirió asentarse en la obediencia de la intelectualidad tradicional de clase media y 2) son menos controlables que el mundo sindical puesto que no responden a una estructura orgánica, sino reticular.

La segunda transformación es la complejización económica popular. Los procesos de complejización productiva y acumulación económica en sectores populares han aparecido en casi todas las regiones, y aquellos que las han experimentado con mayor densidad difieren enormemente en sus aspiraciones políticas y formas organizativas respecto a la sindical. Se ha producido una dualidad en la vida política popular. Por una parte, está la representación sindical, bajo la cual un propietario/trabajador = un voto. Sin embargo, cuando surgen las capas empresariales populares, esa voz empresarial está presente en el sindicato, pero también construye otras redes de canalización de intereses porque obviamente su poder económico y político excede esa representación sindical. Así, además de una creciente presencia de esos actores en el mundo sindical, han emergido otros circuitos de influencia a través de estas nuevas formas de organización social (invisibles para la opinión pública) y que también se dan a través de redes personales.

La complejización de la vida social produce una necesaria complejización en las formas de la representación. Una vida social y productiva concentrada principalmente en el espacio rural o en el enclave minero puede canalizar sus intereses y demandas de forma bastante eficiente a través del sindicato, pues éste puede sintetizar las demandas económicas, sociales y políticas de ese espacio social. Sin embargo, la diversificación de los espacios y formas de reproducción de la vida social complejiza la representación de intereses, y hace necesarias nuevas y más complejas formas de representación y mediación de lo social (de hecho, no cabe dudas de que el propio nacimiento del MAS es una primera expresión de esa necesidad estructural de expresar políticamente la simbiosis urbano – rural pero que aún no ha podido ir más allá de la representación sectorial-sindical).

Los lugares en los que este proceso de transformación social está más desarrollado – el mundo aymara de La Paz y los sectores migrantes y populares de Santa Cruz – se han convertido, en distintas versiones, en la vanguardia por cambiar la fórmula de poder del MAS. Son quienes desde hace tiempo reclaman sustituir el poder piramidal y corporativista del partido – en el que los sectores populares ocupan un rol de representación sectorial – por uno en el que ellos ocupen no sólo los espacios sectoriales, sino los generales o universales (una aspiración especialmente presente en las redes intelectuales aymaras), pero también los vínculos claves que organizan el rol del Estado en el potenciamiento de ciertos sectores empresariales. En el caso del mundo aymara, esto viene de una precoz formación de cuadros intelectuales que se hizo totalmente evidente con el katarismo ya en la década de 1970; en el caso de Santa Cruz, el proceso está mucho más vinculado a una aceleradísima transformación económica en la que se han articulado intereses campesinos, urbanos y de un emergente capitalismo rural de matriz popular.

Esta transformación estructural por ahora se ha evidenciado en sillazos y un cruce de fuego en la Asamblea Legislativa que los sectores intelectuales tradicionales han caracterizado como “vulgares”. Efectivamente, por ahora las nuevas vanguardias de origen popular están utilizando las formas con las que desplegaban sus luchas políticas (muchas de ellas en el mundo sindical). Sin duda están desprovistos de los altos capitales lingüísticos y simbólicos de la tradicional izquierda boliviana. Sin embargo, más allá de un refinamiento intelectual puramente formal – lo cual es simplemente una decadente expectativa señorial – lo cierto es que el nivel de la representación política – el MAS – requiere de una metamorfosis. El MAS del 2005 expresó el avance y creciente hegemonía del campesinado en el ámbito rural, representado bajo la forma sindical, y su lucha contra el neoliberalismo, multiplicando esa fórmula para una diversidad de sectores. Como hemos intentado esbozar, el MAS del 2023 contiene – y necesita articular – a una base social en la que las propias distinciones urbano rurales se han relativizado, y en la que el mundo indígena ha cooptado ya no sólo el ámbito rural, sino amplios circuitos urbanos, particularmente el comercial, del transporte, el educativo e inclusive el técnico e intelectual; por tanto, requiere una estructura que pueda expresar la coexistencia de las formas sindicales y comunales, y aquellas emergentes que hemos denominado “civiles”. El MAS del 2005 revistió esa base social y esa lucha por la transformación con un discurso intelectual amplio y universalista; el problema hoy en día es que están enfrentadas una fórmula articulatoria que vive del recuerdo de glorias pasadas, y otra que en realidad aún no es una forma articulatoria, sino que simplemente levantó el dique y permitió la toma de diversos espacios estatales por las organizaciones y sus intelectuales orgánicos. Sin embargo, eso no es una articulación con potencial hegemónico puesto que ésta requiere no sólo la construcción de discursos universalistas e interpelantes, sino de una nueva infraestructura política que justamente pueda reorganizar, canalizar y sintetizar las nuevas necesidades y composición de la base social del MAS. Sin entrar en fórmulas ni recetas – que no es para nada el objetivo de este texto – probablemente esa metamorfosis implique una ampliación de los espacios complejos de organización y mediación entre sociedad, partido y Estado que el MAS desdeñó durante décadas y que hoy parecen ser imprescindibles.


Arián Laguna es maestro en Ciencias Sociales por El Colegio de México.

[1] Véase Hervè Do Alto y Pablo Stefanoni, “El MAS: las ambivalencias de la democracia corporativa”, en Luis Alberto García Orellana y Fernando Luis García Yapur (coords.), Mutaciones del campo político en Bolivia, PNUD, La Paz, 2010, pp. 303-363.

[2] Por ejemplo, la proporción de ministros provenientes de organizaciones sociales bajó del 56% en 2006 al 15% en 2013 y no se elevó considerablemente hasta la salida de Evo en 2019 (cálculo propio con base en Fran Espinoza, Bolivia: La circulación de sus élites (2006-2014), Santa Cruz, El País, 2015, pp. 144-6).

[3] La “forma sindicato” fue trabajado por Álvaro García, pero específicamente para la condición obrera (“Sindicato, multitud y comunidad. Movimientos sociales y formas de autonomía política en Bolivia”, en Álvaro García Linera et al. Tiempos de rebelión, La Paz, Comuna y Muela del Diablo, 2001). Sin embargo, además de no sólo pensarla como una forma de organización obrera, sino campesina, gremial, magisterial, etc., también la planteamos no como simple forma organizativa, sino como una ideología que luego se expresa en una forma de organización social. Esta ideología tiene como núcleo la creencia de que el poder en Bolivia no puede darse sin la presencia de lo indio y lo popular. En su versión externa, se ha dado como un permanente asedio popular al Estado, bloqueando e inviabilizando su poder a través de movilizaciones, cercos y asedio; en su versión interna, es decir cuando el movimiento popular ha sido parte del Estado, se ha desplegado bajo la forma de un “asedio interno”: permanente demanda de obras sociales, espacios y puestos de poder a quienes detentan el poder central. Sin embargo, y aquí está la clave en el engranaje entre el evismo y la forma sindicato, ésta es una ideología en la que el movimiento popular se autoconcibe como asedio al poder, pero no como poder en sí mismo. Por ello, el evismo se asentó en la lógica de la forma sindicato que constituye a los sectores sindicales y populares como potentes contestatarios y receptores de recursos, pero no como dirigentes de la totalidad. 

[4] Las teorías sobre sociedad civil son un diagnóstico sobre el proceso específicamente moderno de separación de la política respecto a la sociedad, su concentración (e intento de monopolio) por parte del Estado y la autonomización de “lo social”. La lectura progresista liberal plantea que las organizaciones de la sociedad civil (partidos, ONGs, movimientos sociales, medios de comunicación, etc.) son una consecuencia de la libertad social, o sea un producto relativamente “natural” de las sociedades modernas con libre mercado y democracia liberal, y defienden esa separación de la esfera social, su autonomía y su rol como reguladora y supervisora externa tanto del Estado como del ámbito económico (la sociedad civil encarnaría así lo más puro en términos éticos pues estaría abstraída de los intereses privados). En cambio, la teoría marxista, especialmente a partir de la lectura que Gramsci hizo de Hegel (que es la que aquí retomamos) plantea que si bien la sociedad civil emergió como consecuencia de procesos de complejización socioeconómica y política, no es la simple consecuencia de la libertad social en su forma organizada ni está esencialmente separada del Estado o la economía, sino que es parte de la infraestructura política de las clases sociales y, por tanto, un espacio clave de lucha política. Aunque el campo de discusión es enorme, los textos clásicos son Friedrich Hegel, Filosofía del derecho, Buenos Aires, Editorial Claridad, [1821] 1968; Antonio Gramsci, 2023, Cuadernos de la cárcel (Vols. 1-3), especialmente C2N5 C3N16 C6N24 C6N87; Jürgen Habermas, Historia y crítica de la opinión pública: la transformación estructural de la vida pública, Barcelona, Gustavo Gili, 1981; Jean Cohen y Andrew Arato, Sociedad civil y teoría política, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2000.

Por Anaximandro Pérez | Septiembre 2023

Un conflicto de tal tipo sería hoy una guerra con las armas más avanzadas, las que aseguran la destrucción más rápida del enemigo: los proyectiles. Implicaría una lluvia internacional de cohetes y misiles con diversas capacidades de alcance y destrucción; sus trayectorias, aéreas o submarinas, sobrepasarían las líneas de combate de los ejércitos de tierra, esquivarían muchas defensas continentales, navales y aéreas, para llegar a borrar de un solo golpe sus posibles objetivos. En unos cuantos minutos quedarían reducidas a polvo ciudades enteras, regiones económicas o centros de toma de decisiones en el territorio atacado. Frente a este tipo de escenario, muy pocas personas en el mundo han de poder decir con acierto cuáles serían las capacidades de nuestro vecino del Norte: es un asunto que normalmente no trasciende el secreto de Estado.

Por eso la pregunta que lanzo es difícil de contestar. Yo solo puedo hacer una aproximación desde algunas de las escasas noticias que llegan el público en general. Entre otras cosas, algo que sí puede saberse es que Estados Unidos cuenta, al menos visiblemente, con las fuerzas de guerra más poderosas del mundo. La información es recabada todos los años por el sitio de estadísticas militares Global Fire Power (GFP), dedicado a medir y comparar la potencia bélica de 145 naciones del mundo.[1] Siguiendo algunos detalles sobre las fuerzas armadas estadounidenses que ofrece esta página web para 2023, pueden destacarse varias cosas. Primero, el gobierno norteamericano tiene asignado un presupuesto de defensa $762,681,000,000 dólares, el más alto del mundo (el número dos en el ranking de dineros es China, con su presupuesto de $230,000,000,000 dólares). En segundo lugar, GFP estima un personal total de 2,402,207 individuos al servicio de la fuerza aérea (660,107), del ejército de tierra (1,010,500) y de la fuerza naval (731,600); de ellos, 1,832,000 constituirían el personal militar total. Además, el 36.5% de la población de la Unión Americana (alrededor de 123 millones de habitantes) está “lista” para el servicio militar. En tercer lugar, las estadísticas arrojan que el país poseería alrededor de 13,300 vehículos aéreos, de los cuales el 32.4% son aviones o helicópteros para hacer fuego o bombardear; asimismo, tendría 303,553 vehículos blindados de combate, 5,500 tanques de guerra y 4,055 vehículos o dispositivos más de artillería pesada, lanzamisiles, entre otras cosas, y contaría con una cifra adicional de 484 barcos, botes y submarinos de guerra, entre los cuales destacan por su importancia 92 destructores, 68 submarinos y 22 corbetas y 11 portaviones.[2]

Además de todo lo anterior, es sabido que los norteamericanos poseen uno de los arsenales nucleares más grandes del mundo. Ciertamente, los números reales de las potencias nucleares no son públicamente conocidos; jamás ha sido expuesto en toda su amplitud ese tipo de armamento por ninguno de los países que lo poseen. Aunque hay algunas evaluaciones que permiten aproximarse el asunto. En concreto, me refiero a los estudios estadísticos que publican organismos como el Instituto Internacional de Estudios sobre la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés). Este instituto publicó en su sitio web que en este 2023 el arsenal nuclear destinado al uso militar se compondría por 9,576 ojivas o cabezas nucleares, de las cuales el 86% están en manos de Rusia (4,489) y EE.UU. (3,708). Al mismo tiempo, el SIPRI estima que los estadounidenses tienen listas para ser empleadas inmediatamente 1,770 cabezas nucleares, instaladas en misiles o en manos de sus fuerzas operacionales. Rusia tiene 1,674 ojivas distribuidas, para ese mismo efecto guerrero, en misiles o entre sus ejércitos.[3] Evidentemente, estas armas estás emplazadas en los lugares que cada potencia considera interesantes para sus fines estratégicos.

En resumen, en notable que el poderío militar y nuclear de los yanquis que resumen GFP y el SIPRI les permitiría desplegar una ofensiva multifacética contra cualquier enemigo singular o grupal. Incluso, por sus números podría presumirse que podrían lanzar ataques simultáneos contra Rusia, China, Europa y varios países más, haciendo matazones con su personal, sus vehículos, sus proyectiles, y erradicando a algunos contrincantes mediante sus cabezas nucleares. Pero incluso con esas estadísticas tan detalladas queda sin solución la pregunta inicial. ¿Qué haría EE.UU. si por ejemplo Rusia, segunda potencia militar, decidiera enviar sus modernos misiles balísticos intercontinentales, equipados con sendas cargas nucleares, en contra de su territorio continental, en contra de Nueva York, Los Ángeles y Washington, por imaginar algunos objetivos en concreto? ¿Puede defenderse nuestro vecino?

Es posible que los elementos resumidos anteriormente lleven al lector a pensar que los aparatos militares estadounidenses, superiores en número, podrían repeler un ataque de esa naturaleza. Sin embargo, el coronel Douglas MacGregor, quien fuera asesor militar de defensa bajo del gobierno de Donald Trump, es decir, un conocedor nada improvisado de las capacidades militares reales norteamericanas, piensa diferente. Opina que tal capacidad militar es únicamente visible, pues su nación no tiene hoy la potencia suficiente para someter los alcances militares de la Federación Rusa (ni los de China). Lo expuso largamente el 21 de agosto de 2023, cuando lo entrevistó en Twitter (o X) un antiguo presentador estrella de Fox News, Tucker Carlson.[4] La plática profundiza en varios asuntos de gran interés, pero aquí me limitaré a recuperar algunas de las cosas dichas sobre el medio militar.

En primer lugar, el coronel declara ante su interlocutor que Rusia, obligada a avanzar hacia Europa por la cerrazón de Occidente, está lista desde hace tiempo en Ucrania para rechazar, o enfrentar de igual a igual, cualquier ataque directo por parte de tropas de EE.UU. (ya sea solas o combinadas con los demás miembros de la OTAN). En cambio, “nosotros”, acepta Macgregor, “no estamos listos para combatir a los rusos”. Carlson pregunta, entonces, “¿Por qué?” y el coronel expone a continuación varias razones que asisten su aseveración. Dice, por ejemplo, que el ejército de la Unión Americana (al igual que los que componen la OTAN) no está disciplinado, ni suficientemente cohesionado, y tampoco está acostumbrado a combatir a un enemigo de igual a igual en un conflicto a gran escala. Más bien, los marines y demás soldados han dedicado sus días a enfrentarse contra fuerzas muy inferiores, contra países débiles (como Irak), contra guerrillas cuya mayor efectividad consiste en pequeñas explosiones. En una palabra, el ejército estadounidense ha marchado contra combatientes que “corren en sandalias con un AK-47”.[5]

Asimismo, señala el coronel, el americano no es un ejército moderno. En su opinión, ha envejecido –acaso en la confianza imperial del final de la Guerra Fría– como un motor de 500 caballos de fuerza que degenera progresivamente hasta convertirse en un motor de 100 caballos de fuerza. En ese sentido, ilustra, los tanques estadounidenses que en 1990 eran el paradigma mundial de la tecnología siguen siendo empleados en combate hoy, a pesar de que están desfasados y no son capaces de eludir los modernos sistemas de detección espacial –como los que emplean los rusos para dominar toda la superficie y el espacio aéreo de Ucrania. En términos tácticos, reconoce el entrevistado, nuestra capacidad “se ve mucho como se veía en la Primera Guerra Mundial, porque cualquiera que se mueva” con armamentos sin actualizar “puede ser identificado y asesinado”.[6]

Frente al desfase tecnológico de su nación, admite que Rusia tiene sus industrias y sistemas militares funcionando las 24 horas de los 7 días de cada semana, produciendo y empleando tecnología de punta en el terreno. De ahí que para EE.UU. constituya una complicación mayúscula –por no decir una locura– tomar la decisión de entrar ahora en una guerra convencional contra los rusos. Si su país se viera en tal aprieto en Ucrania “tendríamos” la salida, razona Macgregor, de la “disuasión nuclear” o lo que es lo mismo, la necesidad de emplear “un arma nuclear táctica”, una pequeña “nuke”, que advierta a los rusos que, si no quieren una bomba más grande, no han de avanzar más hacia Occidente. No obstante, cumplir tal necesidad sólo causaría una escalada que terminaría en la guerra nuclear total, lo que en realidad, concluye el coronel, deja como la única salida razonable para el gobierno norteamericano actual la de “terminar esta guerra”.[7]

Esto me permite regresar a la guerra de misiles. Sobre este particular, Macgregor recupera que Rusia es la campeona en este dominio desde hace décadas. Los rusos “fueron los primeros, en los 1970, en entender lo crítico que era enlazar inteligencia, vigilancia, reconocimiento en el espacio, así como en la tierra y en el mar, con las armas de ataque” (strike weapons), esto es, “con cohetes, misiles, artillería guiada para precisión (for precision). Ellos hicieron eso extremadamente bien”. Por eso, añade, Rusia cuenta “con miles de armas de ataque, cientos de lanzacohetes, cientos de lanzamisiles, cientos de lanzadores balísticos, misiles de crucero, etc.” Todo ese aparato de bombardeo táctico y estratégico está conectado instantáneamente con los sistemas de reconocimiento espacial rusos, de manera que cualquiera de sus lanzamientos alcanza en algunos minutos, con precisión, su objetivo.[8]

Ahora bien, si ese sistema de lanzamientosreconocimiento espacial es proyectado directamente sobre EE.UU., a miles de kilómetros de distancia de las plataformas de lanzamiento de Rusia, ¿qué podría pasar? Macgregor lo resume muy bien: tal vez Norteamérica tiene más personal, más vehículos, barcos y submarinos, pero eso sólo es cuestión de un número alcanzable de objetivos concretos, que ha de destruir el rival tecnologizado; asimismo señala, “podremos tener mejores vehículos aéreos, pero no tenemos muy buenas defensas aéreas. Hemos dejado de lado las defensas aéreas y antimisiles por años. En el ejército siempre trataron el teatro y las defensas aéreas como una especie de hijastro pelirrojo [sic], porque no hemos combatido con alguien que nos obligue a defendernos de ataques aéreos o de misiles. Bueno, esos días se acabaron”.[9]

En otras palabras, dice, si el gobierno de Joe Biden insiste en hacerle la guerra a Rusia en Europa centro-oriental, la guerra “nos va alcanzar aquí, en los Estados Unidos. La gente no está pensando en eso”.[10] Es decir, Rusia no va a arder sin antes dejar destruido a su enemigo americano. En otras palabras, ensayando una respuesta a la pregunta puedo decir que a pesar de sus números impactantes y la incansable propaganda de superioridad militar estadounidense que invade nuestras cabezas, nuestro vecino del Norte no está preparado para ganar esta guerra. En ningún escenario inmediato podría ganar un conflicto nuclear contra Rusia. Si el choque ocurre, EE.UU perdería o su participación provocaría la destrucción del mundo entero.


Anaximandro Pérez es maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] https://www.globalfirepower.com/

[2] Todo eso puede verse en la página dedicada a Estados Unidos por GFP, en ibidem.

[3] Todo esto puede observarse en el artículo del SIPRI del pasado 12 de junio, publicado en su sitio: https://www.sipri.org/media/press-release/2023/states-invest-nuclear-arsenals-geopolitical-relations-deteriorate-new-sipri-yearbook-out-now. En realidad no es lo mismo el arsenal destinado al uso militar que arsenal total; la estimación de este último en realidad alcanzaría hoy las 12,512 ojivas y sus mayores propietarios serían Estados Unidos (5,244) y Rusia (5,889). Esto se encuentra en la misma fuente. 

[4] Véase en https://twitter.com/TuckerCarlson/status/1693761723230990509?s=20.

[5] Cfr. con Ibidem.

[6] Ibidem.

[7] Ibidem.

[8] Ibidem.

[9] Ibidem.

[10] Ibidem.

Por Ehécatl Lázaro | Agosto 2023

La celebración de la XV cumbre del BRICS terminó con una noticia espectacular: a partir de 2024, Irán, Argentina, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Etiopía pasarán a ser miembros de pleno derecho del grupo. El grupo tendrá ahora once miembros en lugar de cinco, lo que representa al 46% de la población mundial y al 37% del PIB global. Pero, más allá de los números, ¿para qué sirve el BRICS? ¿Es un bloque económico, político, de otro tipo? ¿Cuáles han sido sus avances hasta ahora?


El BRICS nació sin Sudáfrica. En la primera cumbre, celebrada en 2009 en Ekaterimburgo, y en la segunda, realizada en Brasilia en 2010, solo asistieron representantes de Brasil, Rusia, India y China. Fue hasta la cumbre de 2011, en Hainan, cuando hubo una representación sudafricana en la cumbre y el BRIC pasó a llamarse BRICS. El nombre del grupo original de cuatro miembros había sido acuñado por un economista del banco estadounidense Goldman Sachs para identificar a las cuatro economías que más rápido crecían a inicios de siglo; eran países que en el mediano plazo podían desafiar la dominación del G7 y a mediados de siglo podían incluso dominar la economía mundial. Pero Sudáfrica no comparte ese perfil. Su economía es pequeña y no crece rápido. ¿Por qué fue integrado el país al grupo original? Porque los BRICS no son, fundamentalmente, un grupo económico, sino político.


La decisión de integrar a Sudáfrica se tomó con base en el objetivo principal del grupo, es decir, impulsar un nuevo orden multipolar. Para ser un grupo que verdaderamente representara esta aspiración incluyente hacía falta un país del continente africano. Con Sudáfrica, ese requisito fue cumplido. Así, pues, el BRICS es un bloque con objetivos más políticos que económicos. Las metas son: 1) acabar con la hegemonía de Estados Unidos y sus secuaces para que los países periféricos tengan una soberanía más real y, por lo tanto, más libertad para desarrollarse; y 2) reformar la ONU para que las instituciones de gobernanza global representen mejor los intereses de todos los países y no solo los de unos cuantos.


Quizá por eso, porque al grupo lo cohesiona precisamente su posición política respecto al orden mundial unipolar, las iniciativas económicas dentro del grupo hasta ahora no han tenido buena fortuna. Por un lado, el Nuevo Banco de Desarrollo, lanzado en 2015 como un mecanismo de financiamiento alterno al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional, sigue sin posicionarse como un verdadero competidor de nivel global. Por el otro, las propuestas de acuñar una moneda común para realizar transacciones económicas y avanzar en la desdolarización hasta ahora no se han materializado. Los avances que ha habido en el terreno económico se dan por fuera del grupo, por iniciativa de cada país o por acuerdos bilaterales. Ejemplo de ello es el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, lanzado por China como parte de la Iniciativa de la Franja y la Ruta en 2014, y las transacciones en monedas nacionales entre China y países como Rusia, Arabia Saudita, Brasil, Argentina, etc.


¿Cuáles han sido los avances del BRICS respecto a sus objetivos políticos? La coyuntura de la guerra en Ucrania los muestra con una nitidez pocas veces vista. El hecho de que Rusia no se quedara aislada después de todas las sanciones impuestas por Estados Unidos y sus aliados se debe más a la voluntad política de China, India, Brasil, entre otros, de seguir comerciando con Rusia que a la genialidad de Putin. La misma realización de las dos cumbres del BRICS que han tenido lugar en 2022 y 2023 son una muestra de apoyo del grupo a Rusia en contra de los intereses de Estados Unidos. Es esta red de apoyo mutuo la que ha convertido al grupo en un atractivo importante. Algunos críticos han señalado que el BRICS en realidad no se materializa en nada más allá del discurso y el simbolismo. La coyuntura de la guerra en Ucrania precisamente muestra que no es así. Por otro lado, si el BRICS no sirviera para nada, no habría una lista de más de veinte países interesados en sumarse al grupo.


En resumen, y respondiendo a la pregunta que da nombre a este escrito, el BRICS sirve para dos cosas: para debilitar la hegemonía del imperialismo estadounidense y para dar a los países sometidos del mundo una alternativa real de soberanía y desarrollo. El BRICS es la piedra angular sobre la que se construye una nueva era para los pueblos del mundo.


Ehécatl Lázaro es maestro en Estudios de Asia y África, especialidad China, por El Colegio de México.

Por Ehécatl Lázaro | Julio 2023

¿Cómo podemos clasificar a un país en el escenario geopolítico actual, con base en los intereses de los movimientos revolucionarios? ¿Cómo saber si un país contribuye a la liberación u opresión de los pueblos? Podemos clasificar a un país como revolucionario o no a partir de un análisis diferenciado de los planos internacional y nacional. En el plano internacional, basta que los países luchen por su independencia y se opongan a la dominación del imperialismo estadounidense para que desempeñen un papel revolucionario. En el plano interno, para que un país pueda ser identificado como revolucionario es necesario que su gobierno deliberadamente aplique políticas orientadas a superar el sistema capitalista.

Tomemos por ejemplo a Rusia. ¿La Rusia de Putin es revolucionaria o reaccionaria? En el plano internacional, Rusia juega un papel revolucionario. Al defender su seguridad nacional, lucha contra el imperialismo de Estados Unidos y contra la dominación económica, militar y cultural de Occidente; ello ha llevado al país a impulsar el multipolarismo y a estrechar relaciones con los países del Sur Global.

En el plano interno, Putin juega un papel reaccionario. Reaccionario, porque detesta al comunismo, responsabiliza a los comunistas por la derrota que sufrió Rusia en la Primera Guerra Mundial, culpa a Lenin por haber liberado a las naciones oprimidas por el imperio de los zares, aboga por un sistema capitalista que fortalezca al Estado, eleva a la iglesia ortodoxa rusa a niveles que solo tenía con los zares y abandera los llamados “valores tradicionales”: “Dios, patria y familia”, el viejo lema enarbolado por organizaciones reaccionarias de Europa y América. No es gratuito que el líder ruso sea altamente valorado por figuras como Trump en Estados Unidos, Le Pen en Francia, Berlusconi en Italia, Orbán en Hungría y el partido Vox en España. Si considera a la disolución de la Unión Soviética como la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX no es por lo que significó para el movimiento socialista mundial, sino por el debilitamiento que significó para Rusia. A esto, Lenin lo llamó “chovinismo gran ruso”. Podríamos decir que Putin es el representante de una burguesía rusa nacionalista con un perfil social reaccionario.

Pasemos a otro ejemplo: Irán. En el terreno internacional, el país persa desempeña un papel revolucionario, pues para defender su soberanía combate al imperialismo estadounidense y a sus aliados, como Israel, al mismo tiempo que mantiene una estrecha cooperación política, económica y militar con países como Rusia, China y Venezuela. Al interior, Irán registra tendencias positivas en indicadores como la esperanza de vida, pero al mismo tiempo no se plantea de ninguna forma superar el capitalismo, están prohibidas las organizaciones comunistas y su sistema político-religioso mantiene a las mujeres en un lugar inferior al hombre, como ocurre con otros países donde el islam es la religión oficial.

China juega un papel revolucionario en el plano internacional y en el nacional. En el internacional, su fortalecimiento económico ha repercutido en el debilitamiento del imperialismo estadounidense y en la apertura de oportunidades para países económicamente asfixiados por Estados Unidos, como Cuba y Venezuela. En el terreno nacional, China ha terminado con la pobreza extrema en su territorio, ha combatido eficazmente la pobreza moderada y ha mejorado todos los indicadores sociales relevantes, liberando a su población de formas de opresión milenarias. Los avances logrados no implican que no pueda hacerse más, pero demuestran que la dirección seguida hasta ahora, la construcción del socialismo con características chinas, es la correcta.

Con este criterio, no solo Rusia, Irán o China cumplen un papel revolucionario en el plano internacional, sino también lo hacen países tan disímiles como Nicaragua, India, Bielorrusia o Afganistán. En el plano interno, países que en el plano internacional parecen revolucionarios, se revelan como reaccionarios: Rusia, Irán, India, Afganistán, etc.

Aunque así lo parezca, en realidad no hay una disociación total entre la caracterización nacional e internacional de los países. Lo que pasa es que aquellos países que al interior desempeñan un papel reaccionario solo desempeñan un rol revolucionario en el exterior por la coyuntura histórica actual, por instinto de supervivencia ante el avasallamiento estadounidense. Son aliados internacionales de los movimientos revolucionarios, aunque simultáneamente, al interior, sean enemigos.

El criterio de mayor peso es el interior, pues un gobierno que en el plano nacional lucha por la superación del capitalismo lo hará también en sus relaciones internacionales, mientras que un gobierno que en el plano externo combate al imperialismo estadounidense no necesariamente está en contra del capitalismo, sino que puede solo perseguir otro capitalismo más conveniente para su propia burguesía.


Ehécatl Lázaro es maestro en Estudios de Asia y África, especialidad China, por El Colegio de México.

Por Ehécatl Lázaro | Julio 2023

El término “Comunidad de Futuro Compartido para la Humanidad” fue introducido por Hu Jintao en su informe del XVIII Congreso del Partido Comunista de China, en 2012, donde señaló: “Por cooperación y ganar-ganar se entiende preconizar la concientización sobre la comunidad de destino de la humanidad; tener en cuenta las preocupaciones razonables de otros al tiempo de buscar intereses para el propio país, y promover el desarrollo conjunto de todos los países en el proceso de procurar el desarrollo propio; establecer un nuevo tipo de relaciones de asociación más igualitarias y equilibradas, en aras del desarrollo global”.

Xi Jinping retomó el término y lo volvió parte central de su política exterior. En 2015, Xi invitó a la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas a “renovar su compromiso con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas, construir un nuevo modelo de relaciones internacionales caracterizada por la cooperación mutuamente benéfica, y crear una comunidad de futuro compartido para la humanidad”.

Para ello, Xi Jinping señaló que los Estados debían: 1) crear asociaciones donde los países se trataran los unos a otros como iguales; 2) crear un ambiente de seguridad justo que reflejara intereses compartidos; 3) promover un desarrollo abierto, inclusivo e innovador que beneficie a todos; 4) aumentar los intercambios entre culturas para promover la armonía, inclusividad y respeto a la diferencia; y 5) construir un ecosistema que ponga primero a la madre naturaleza y al desarrollo verde.

Al plantear la Comunidad de Futuro Compartido para la Humanidad, China se presenta a sí misma como un Estado que no pretende disputarle a Estados Unidos la hegemonía mundial, sino que busca un nuevo orden internacional multipolar, sin hegemonismos y donde todos los Estados tengan el mismo peso en la toma de decisiones. China ha dado pasos importantes en esa dirección con el grupo de los BRICS (Brasil, India, Rusia, China y Sudáfrica) y con la Iniciativa de la Franja y la Ruta, pero en los últimos tres años le ha imprimido más fuerza mediante tres nuevas iniciativas: la Iniciativa de Desarrollo Global, la Iniciativa de Seguridad Global y la Iniciativa de Civilización Global.

La Iniciativa de Desarrollo Global fue lanzada por Xi Jinping en septiembre de 2021, en el marco de las afectaciones económicas, sociales y sanitarias causadas por la pandemia de Covid-19. La iniciativa plantea la necesidad de revitalizar la economía mundial y de buscar un desarrollo global más robusto, ecológico y equilibrado. Asimismo, llama a promover la cooperación en ámbitos como el alivio de la pobreza, la seguridad alimentaria, la industrialización, el cambio climático, entre otros. Cabe destacar que China es el único país que ha cumplido con el objetivo de la Agenda 2030 de la ONU relativo a la eliminación de la pobreza extrema.

La Iniciativa de Seguridad Global fue presentada por Xi Jinping en abril de 2022, en el contexto del militarismo de la OTAN y la Unión Europea, y la operación militar rusa iniciada en febrero de ese año. Esta iniciativa plantea persistir en la visión de seguridad común, respetar la soberanía e integridad territorial de todos los países, abandonar la mentalidad de Guerra Fría, oponerse al unilateralismo, tomar en serio las preocupaciones de seguridad de todos los países y solucionar las discrepancias entre países mediante diálogos. A la par de esta iniciativa, China ha aumentado su participación en la resolución de conflictos internacionales. Intervino exitosamente para reestablecer las relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudita, en abril de 2023, y encabeza los esfuerzos por encontrar la paz en Ucrania.

La Iniciativa de Civilización Global fue presentada por Xi Jinping en marzo de 2023, en la reunión del Partido Comunista de China con otros partidos de todo el mundo. El presidente de China señaló que el principio de independencia debe permitir diversas vías de modernización, según las condiciones y necesidades de cada país. Esta iniciativa desarrolla la idea de que “modernizar no significa occidentalizar”, es decir, que los países no necesariamente deben seguir los patrones políticos, sociales y culturales de Occidente para modernizarse. La civilización global sería una civilización de civilizaciones que coexisten y se respetan entre sí.

Las tres nuevas iniciativas lanzadas por Xi Jinping vienen a darle mayor densidad al concepto de Comunidad de Futuro Compartido para la Humanidad. Con ello, China avanza en la superación del hegemonismo estadounidense y en la construcción de un mundo multipolar más justo y democrático que facilite el desarrollo de todos los países y no solo de algunos.


Ehécatl Lázaro es maestro en Estudios de Asia y África, especialidad China, por El Colegio de México.

Por Ehécatl Lázaro | Julio 2023

En las últimas décadas, la República Popular China (en adelante China) se ha convertido en un actor determinante del sistema internacional. Sus capacidades económicas, demográficas, territoriales, militares y tecnológicas la colocan como una de las potencias más importantes del mundo, solo por detrás de Estados Unidos. Si bien China ha sido gobernada, desde 1949, por el Partido Comunista, la trayectoria seguida por el país ha suscitado cuestionamientos en torno al papel que ejerce en el ámbito internacional. ¿Puede China ser considerada como un aliado por las clases populares del mundo que aspiran a subvertir el sistema capitalista? Las respuestas a esta interrogante pueden ser divididas en dos grupos: aquellas que responden afirmativamente, partiendo del hecho de que el país es gobernado por el Partido Comunista, una formación política que enarbola el ideario marxista-leninista; y aquellas que niegan tal afirmación, por considerar que en los hechos China es un país capitalista que ejerce una política exterior imperialista, reproduciendo el comportamiento de las potencias capitalistas tradicionales.

Si partimos de la premisa de que el imperialismo es el principal enemigo de las luchas revolucionarias, la discusión en torno a si China es o no una potencia imperialista es más que un mero ejercicio teórico, pues conlleva un posicionamiento político. Caracterizar a China como una potencia imperialista implica identificarla como un enemigo de las luchas populares que aspiran a superar el capitalismo; caracterizarla como no imperialista, no necesariamente implica señalarla como aliada de las luchas por el socialismo, pero abre la puerta para pensar en un papel más progresista y no reaccionario. En este ensayo defiendo la tesis de que China es una potencia no imperialista. La primera parte contiene una breve discusión sobre el concepto de imperialismo, partiendo de la obra canónica de Lenin; posteriormente, explico las peculiaridades del capitalismo chino y cuáles son sus diferencias fundamentales respecto a otros capitalismos; después, analizo la política exterior de China tomando como casos puntuales América Latina, la Unión Europea y Rusia; finalmente, presento algunas reflexiones a manera de conclusión.

El concepto de imperialismo

Dentro del campo socialista, la obra de Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, sentó las bases para entender el imperialismo durante el siglo XX. El revolucionario ruso definió al imperialismo como un momento necesario en el desarrollo de los países capitalistas industrializados. De acuerdo con Lenin, primero, se conforman grandes monopolios que dominan los mercados nacionales, después, el capital industrial se fusiona con el capital bancario (originando el capital financiero), posteriormente, dichos países comienzan a exportar más capitales que mercancías a los países no industrializados, y finalmente se forman grupos monopólicos que se reparten el mundo. Con base en este análisis, Lenin (1972) caracterizó a la Primera Guerra Mundial como una guerra inter imperialista. Las burguesías de los países capitalistas más avanzados (Inglaterra, Francia, Alemania y Estados Unidos) ya se habían repartido todo el mundo y la única forma de resolver las contradicciones existentes era la guerra.

Si el criterio para clasificar a un país como imperialista son solo las cuatro condiciones planteadas por Lenin, entonces China cae dentro de esa clasificación. Actualmente, China funciona bajo las relaciones de producción propias del capitalismo: existe propiedad privada de los medios de producción, la fuerza de trabajo es libre de medios de producción y libre de venderse a cualquier capitalista, y hay producción de plusvalor por parte de los trabajadores y apropiación de este por parte de la burguesía. Estas relaciones sociales de producción sientan las bases para que en China, como en todos los países capitalistas avanzados, se conformen monopolios nacionales, para que se fusionen el capital bancario y el industrial, para que China comience a exportar capitales a otros países y para que ocupe cada vez más mercados en todo el mundo.

Es verdad que Lenin define al imperialismo como “la época del capital financiero y de los monopolios”, lo cual es una definición eminentemente económica, pero el imperialismo no es solamente un fenómeno económico, sino también político. Siguiendo a David Kotz y Zhongjin Li (2021), en realidad el propio Lenin define al imperialismo como un fenómeno económico-político. Usando la definición de Kotz y Li, el imperialismo sería “la dominación económica y política de un país por la clase dominante de otro país realizada con el objetivo de extraer beneficios económicos para esa clase dominante”. La dominación política se entiende aquí de la siguiente manera: las clases capitalistas pueden establecer relaciones de dominación económica en otros países mediante el establecimiento de sus empresas, pero solo pueden establecer relaciones de dominación política a través del Estado.

De acuerdo con la teoría marxista, la clase social económicamente dominante es también la clase que domina al Estado y, por tanto, se espera que en una sociedad económicamente dominada por la clase capitalista esa clase también controle al Estado. La burguesía de cada país no solo gestiona sus negocios, sino también el aparato de Estado. Desde este punto de vista, la política exterior de un país es también diseñada y aplicada por las burguesías nacionales. Al convertirse en un guardián de los intereses de la burguesía, el Estado garantiza por medios económicos, políticos y militares el bienestar de dichos intereses en el mundo. Como es lógico, una burguesía poderosa, que ha exportado capitales a diferentes partes del mundo, exige también unas fuerzas armadas desarrolladas, capaces de salvaguardar sus intereses en donde sean requeridas.

Para Kotz y Li no bastan los cuatro parámetros económicos de Lenin para clasificar a un país como imperialista. Es necesario verificar que la burguesía se haya apoderado del Estado. Si bien esto ocurrió “naturalmente” durante las revoluciones burguesas en Europa y Norteamérica, y después en Japón, Corea del Sur, etc., no es el caso de China, donde la burguesía jamás ha controlado efectivamente el aparato de Estado. Esta idea es desarrollada en la segunda parte del presente ensayo.

Claudio Katz (2022) pone el foco en otro ámbito para definir el concepto de imperialismo. Según el economista argentino, “el lugar de cada potencia en la economía mundial no esclarece su papel como imperio, ese rol se dilucida evaluando la política exterior, la intervención foránea y las acciones geopolítico-militares en el tablero global”. Katz sostiene que en la actualidad existe un sistema imperial inaugurado con el fin de la Segunda Guerra Mundial. Este sistema es caracterizado por el surgimiento de un fenómeno similar al ultraimperialismo de Kautsky, por la ausencia de guerras entre potencias imperialistas, por la dirección de Estados Unidos como gran potencia imperial, y por la presencia de alterimperios (Inglaterra, Francia, Alemania, etc.) y coimperios (Australia, Canadá, Israel, etc.). Este sistema se habría fortalecido con la caída de la Unión Soviética.

De acuerdo con Katz, el sistema imperial contemporáneo “se asienta en cimientos sociales y gestiones capitalistas muy alejados” del imperialismo prexistente, pero “mantiene el pilar coercitivo que han compartido todas las modalidades imperiales para dirimir primicias, acaparar lucros y consolidar poderíos con el uso de la fuerza”. Así, para clasificar a un país como imperialista no basta satisfacer las condiciones económicas planteadas por Lenin, ni la dominación política resaltada por Kotz y Li, sino que es necesario que el país en cuestión posea un aparato militar con la capacidad de garantizar los intereses de su burguesía en el mundo. Esta es la definición de imperialismo considerada en el presente ensayo.

Desde esta perspectiva, el complejo militar-industrial de Estados Unidos tendría la función de salvaguardar los intereses de la burguesía estadounidense, que incluyen a los de las burguesías aliadas que integran el sistema imperial. Las dimensiones de las fuerzas armadas estadounidenses, la existencia de organizaciones militares internacionales como la OTAN y el permanente acoso a otros países, serían el sustento empírico de esta propuesta. En la situación actual, China no satisface la dimensión política ni la militar para clasificar a un país bajo la categoría de imperialista.

Capitalismo (o socialismo) con características chinas

El capitalismo llegó a China en el siglo XIX, cuando Inglaterra, primero, y después todas las potencias del mundo, obligaron a China a aceptar un conjunto de tratados desiguales muy desventajosos para la economía china. Antes de ese periodo, el modo de producción prevaleciente en China no era capitalista. Algunos estudiosos de la historia económica china han hablado de los “brotes de capitalismo” que existieron en China durante la dinastía Ming (1368-1644), pero ese modo de producción nunca se llegó a desarrollar plenamente. Después, en la dinastía Qing (1644-1912), la economía china mantuvo un crecimiento importante, basado en la economía mercantil, por un lado, y el control estatal, por el otro.

Un ejemplo de este tipo de relaciones es el comercio con Europa y, en general, con todo el exterior. Por orden imperial, el comercio solo podía realizarse a través del puerto de Cantón y solo en determinados meses del año. Los comerciantes extranjeros no tenían permitido residir en China, ni siquiera en Cantón, y tampoco tenían permitido comerciar libremente, sino que tenían que hacerlo forzosamente con el aparato burocrático imperial chino responsable de operar el comercio del puerto; los comerciantes chinos tampoco podían tratar directamente con los occidentales, sino que siempre debían hacerlo a través de los representantes imperiales. Fue este control estatal de la economía lo que llevó a Inglaterra a emprender la Guerra del Opio de 1839: la gran potencia capitalista abrió con sangre y fuego el mercado chino, hasta entonces impenetrable.

Al ganar la guerra, Inglaterra impuso a la dinastía Qing condiciones económicas y políticas que obligaron a China a empezar a abrir su economía (Tratado de Nanjing de 1942).  Después de Inglaterra llegaron Rusia, Francia, Estados Unidos, Japón, Prusia, Portugal, Italia, España, Holanda, Bélgica y Suiza. Cada uno de esos países impuso a China condiciones de sometimiento económico y político que la dinastía de los Qing no pudo rechazar. Incapaz de expulsar a los invasores, China se volvió una semicolonia. Cuando fue necesario, como en la rebelión de los Boxers de 1901, las potencias emplearon a sus ejércitos para reprimir militarmente los esfuerzos independentistas.

Durante aproximadamente cien años, desde 1839 hasta 1949, las potencias introdujeron permanentemente relaciones de tipo capitalista en China, pero no fue suficiente para consolidar el modo de producción capitalista en todo el país. Mao Zedong caracterizaba a China como un país semicolonial y semifeudal. Semicolonial porque se encontraba bajo el dominio de las potencias, pero no alcanzaba el estatus de colonia porque las pugnas entre las potencias, por un lado, y el tamaño territorial y demográfico de China, por el otro, habían impedido la completa dominación de China. No era libre, pero tampoco era una colonia en toda la extensión de la palabra. Semifeudal porque Mao consideraba que China se había encontrado en un régimen feudal hasta la llegada del capitalismo extranjero, cuando el capitalismo comenzó a reemplazar paulatinamente al feudalismo, sin llegar a hacerlo en su totalidad. En un texto clave del Movimiento de Rectificación, Mao (2013) se expresaba así sobre la situación del país: “Han sido destruidos los cimientos de la economía feudal, pero la explotación del campesinado por la clase terrateniente, base del sistema de explotación feudal, no solo permanece intacta, sino que, ligada con la explotación ejercida por el capital comprador y usurario, predomina manifiestamente en la vida económica y social de China”.

El derrocamiento del imperio, en 1912, significó el inicio de la República de China, dirigida por el Partido Nacionalista, mejor conocido como Kuomintang. Este partido promovió la introducción del capitalismo en China y favoreció a la burguesía extranjera y nacional para fomentar el crecimiento económico del país. A partir de la década de 1920, bajo el liderazgo de Chiang Kai-shek el Kuomintang adquirió un carácter político cercano al fascismo, fuertemente represor del movimiento obrero y campesino, y servil con los grandes capitales. A pesar de sus esfuerzos, la vastedad del territorio chino, y la fragmentación política imperante desde el fin del imperio, fueron obstáculos para que el capitalismo se desarrollara más rápidamente, desembocando en una sociedad con las características descritas por Mao.

El triunfo de los comunistas, en 1949, implicó un freno al desarrollo del capitalismo en China. El Partido Comunista dio una dirección completamente diferente a la economía y la sociedad del país: Mao se enfocó en superar definitivamente el capitalismo para construir una sociedad socialista. Los supuestos económicos del modo de producción capitalista (propiedad privada de los medios de producción, relaciones asalariadas, producción y apropiación del plusvalor por la burguesía) fueron sustituidos por otras relaciones sociales de producción (propiedad estatal de los medios de producción, producción y distribución controladas por el Estado, y apropiación estatal del plusvalor). La burguesía, que durante el periodo de la República de China no había logrado generalizar el capitalismo como modo de producción predominante, y no había podido controlar políticamente todo el territorio del país, se encontró en una situación más complicada con los comunistas en el poder.

Hasta 1976, fecha en que murió Mao, la burguesía china y extranjera estuvo marginada de la economía, la sociedad y la política chinas. A partir de 1978, cuando Deng Xiaoping tomó las riendas del poder y el Partido Comunista modificó la trayectoria a recorrer en la construcción del socialismo, la burguesía comenzó a regresar a la economía y la sociedad china, pero no a la política. Con la nueva dirección de Deng, la burguesía nacional y extranjera fue bienvenida a China y fueron reintroducidas las relaciones sociales de producción capitalistas: propiedad privada de los medios de producción, relaciones asalariadas, y acumulación de plusvalor por parte de la burguesía. La lógica socialista detrás de este movimiento estriba en que es necesario desarrollar las fuerzas productivas para que el capitalismo dé todo lo que puede dar de sí y, sobre esas bases, construir el socialismo. “La pobreza no es socialismo”, decía Deng Xiaoping, para impulsar los cambios que trajo la nueva política.

De esta manera, el capitalismo comenzó a desarrollarse nuevamente, aunque bajo el control y la dirección del Partido Comunista. Las fuerzas productivas de China se desarrollaron con una potencia única, como no lo había hecho ningún país en la historia. A la par, la burguesía creció y se fortaleció como clase, mientras el proletariado también creció y mantuvo el control estatal mediante el Partido Comunista. En 2002, Jiang Zemin (secretario general del partido) introdujo el concepto de Triple Representatividad para abrir el Partido Comunista a la burguesía que deseara integrarse. Este movimiento ha sido interpretado de dos maneras: por un lado, como la manifestación necesaria de una clase burguesa que se había vuelto predominante en la economía y la sociedad, y ahora buscaba tomar también el poder político; por el otro, como una estrategia del Partido Comunista para integrar subordinadamente a la burguesía al aparato estatal y así ejercer un mayor control sobre ella.

Independientemente de la interpretación, objetivamente la burguesía comenzó a ingresar al Partido Comunista. Así, hoy el partido no solo está integrado por campesinos, obreros, artesanos, profesionistas, pequeña burguesía, etc., sino también por grandes empresarios de talla mundial, como Jack Ma, dueño de Alibaba. En este contexto, la llegada de Xi Jinping al poder, en 2012, con un discurso más comunista y acciones que atentan contra los intereses de la burguesía, significaría que el Partido Comunista no ha sido capturado por la clase capitalista china. Sin embargo, al interior del partido se libran permanentes pugnas por el control de los órganos de decisión más importantes: la burguesía, fiel a su comportamiento de clase, pretende apoderarse del partido desde adentro, mientras la dirigencia ortodoxa lucha por mantener acotada a la burguesía en la participación política y al mismo tiempo la impulsa para que potencie las fuerzas productivas.

Visto en perspectiva histórica, actualmente en China el capitalismo se ha instalado como modo de producción predominante, pero es un capitalismo diferente al que existe en otras potencias capitalistas en tanto que en China el aparato de Estado todavía no ha caído en manos de la burguesía, lo que se verificó hace más de un siglo en los otros países capitalistas. Esto afecta de manera doble a la burguesía china: en primer lugar, no puede utilizar el Estado para avanzar en sus propios objetivos; en segundo lugar, el Estado interviene en la economía de maneras tales que restringe las posibilidades de acción de la burguesía.

En este sentido, conviene señalar el carácter de fondo de la reforma y apertura iniciada por Deng. Esta política fue aplicada para reactivar el mercado y a la burguesía como instrumentos de generación de riqueza, para que China pudiera desarrollar sus fuerzas productivas. Las reformas se han dado en varias etapas, en aras de transformar la economía china estatalizada en una economía de mercado. Poco a poco el Estado le ha dado más facilidades a la burguesía para que cumpla con su papel, y poco a poco le ha abierto nuevos sectores que anteriormente le estaban prohibidos por ser monopolio del Estado. Así, el Partido Comunista ha ido permitiendo que la burguesía tenga cada vez más control de la economía china, pero al mismo tiempo el Estado no ha renunciado a las riendas del desarrollo económico. La contradicción al interior del partido ocurre entre el hecho de querer controlar la economía y querer que la burguesía siga desarrollándose. Es la naturaleza de la economía socialista de mercado que defiende el partido para China.

Si bien con la reforma la burguesía ha ganado fuerza como clase, todavía sigue subordinada, tanto económica como políticamente, a los designios del partido. Este sometimiento de la burguesía es único entre las potencias capitalistas. No ocurre en Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Japón, etc. En todos esos países, la burguesía capturó el aparato de Estado mediante procesos revolucionarios en el siglo XVIII, como la revolución francesa, o mediante una transformación paulatina de las élites en burguesía durante el siglo XIX, como ocurrió en Japón y Alemania. La posición de la burguesía china como no controladora del Estado es fundamental para entender la relación de China con los otros países del mundo, pues la política exterior de un país no la trazan las empresas por sí mismas, sino el Estado. En los países donde el Estado es controlado por la burguesía, las empresas traducen sus intereses en objetivos de la política exterior que diseña el Estado. En el caso de China, aunque la burguesía tenga intereses en otros países, no puede hacerlos pasar como intereses nacionales de toda China, pues la política exterior la diseña y ejecuta el Estado, controlado por el Partido Comunista. Esto es fundamental para negar la clasificación de China como una potencia imperialista.

La política exterior de China: potencia económica sin dominación política ni militar.

Para esclarecer si China es o no una potencia imperialista, conviene recordar que tomo a una potencia como imperialista si el país en cuestión cumple tres requisitos: 1) satisface las condiciones económicas planteadas por Lenin, 2) su burguesía ejerce un dominio político sobre otros Estados, 3) posee unas fuerzas armadas desarrolladas, que emplea para defender sus intereses en todo el mundo. En esta sección, reviso si las relaciones de China con América Latina, la Unión Europea y Rusia cumplen con las tres condiciones aquí señaladas.

a) América Latina

Las relaciones entre China y América Latina están marcadas por el fortalecimiento de los lazos económicos: el comercio, la inversión y el financiamiento han crecido aceleradamente en los últimos veinte años. China es ya el segundo socio comercial de América Latina, sus inversiones son cada vez más visibles en los diferentes países de la región y se ha convertido en una fuente alterna de financiamiento. Las relaciones económicas están desequilibradas a favor de China: mientras América Latina exporta materias primas y bienes de bajo valor agregado a China, sus importaciones desde el país asiático consisten en bienes de alto valor agregado, lo que genera un déficit en su balanza comercial. Las inversiones de capitales latinoamericanos en China son poquísimas, comparadas con las inversiones chinas en América Latina, mientras en el financiamiento América Latina no tiene nada que ofrecerle a China.

En lo referente a las relaciones políticas, China únicamente no mantiene relación con aquellos países que reconocen a Taiwán. Sin importar el signo ideológico de los partidos gobernantes, China ha establecido relaciones de cooperación con todos los demás países. No ejerce presiones para que asuman una posición u otra en el terreno internacional, no aplica unilateralmente sanciones económicas o de otro tipo, mantiene una relación de respeto y no interviene en los asuntos internos que le competen a cada país. Por otro lado, China ha estado haciendo esfuerzos por mantener un diálogo permanente con los países de la región a través del foro China-CELAC.

Militarmente, China no tiene ninguna base militar en América Latina, no ha participado en guerras en la región, ni realiza ejercicios militares que amenacen la seguridad de los países latinoamericanos.

Con una mirada crítica, algunos investigadores han señalado que la presencia económica de China en América Latina no es necesariamente benéfica para la región, pues ha venido a sustituir a Estados Unidos en su papel de país central, mientras los países latinoamericanos siguen siendo dependientes. Es decir, que la relación de China con América Latina no rompe el patrón centro-periferia que ya existía entre Estados Unidos y la región. Esto es parcialmente cierto, pero amerita un análisis aparte.

Con base en esto, puede decirse que América Latina tiene una relación de dependencia económica con China, pero no de dominación política ni militar. Esta relación no es exclusiva de América Latina, sino que la aplica China en todo el Sur Global. Los países de África y Asia mantienen una relación similar con China, aunque cada uno con sus especificidades.

b) Unión Europea

China es el segundo socio comercial de la Unión Europea. A diferencia de los países del Sur Global, los países de la Unión Europea sí exportan bienes de alto valor agregado a China, pero también su balanza comercial es negativa, lo que quiere decir que exportan a China menos de lo que importan de ese país. La relación de Europa con China no es de dependencia en los términos en que lo plantea la teoría de la dependencia, pero sí existe un fuerte lazo económico que se ha consolidado en las últimas dos décadas. Políticamente, China no ejerce ninguna dominación sobre los países europeos: respeta la soberanía e integridad territorial de todos y no se inmiscuye en los asuntos internos. Militarmente, tampoco hay presencia china en Europa.

La Unión Europea comparte con Estados Unidos, Inglaterra, Canadá, Australia, Japón, Corea del Sur, Israel, Nueva Zelanda, etc., el hecho de ser miembros del sistema imperial, pero, al mismo tiempo, mantienen fuertes lazos económicos con China. La posición de estos países no es homogénea respecto a China: mientras Estados Unidos identifica a China como la principal amenaza a su seguridad, la Unión Europea pone en ese lugar a Rusia, mientras busca mantener buenas relaciones con China. Dos ejemplos: 1) Estados Unidos llama al desacoplamiento económico de China, pero la Unión Europea solo busca ser más cautelosa, no desacoplarse; 2) Estados Unidos ha rodeado a China con bases militares, mientras la Unión Europea no participa en ese cerco militar. Aunque la relación económica y política de todos los elementos del sistema imperial con China es similar, militarmente hay algunas diferencias.

c) Rusia

China es el principal socio comercial de Rusia. Como en los casos pasados, también Rusia tiene una balanza comercial deficitaria con China. Exporta hacia China gas, combustibles, aceites, hierro, madera, entre otras materias primas, mientras importa del país asiático bienes de alto valor agregado. La estructura de su comercio exterior es más parecida a la de América Latina que a la de la Unión Europea. Políticamente, China respeta a Rusia y Rusia respeta a China, pero su relación va más allá del respeto. Desde la década de 1990 existe una cooperación en varios temas que se ha venido fortaleciendo conforme crece el acoso del sistema imperial contra los dos países. La cooperación política existe a varios niveles, siendo el más general la búsqueda conjunta de un orden mundial multipolar, contrario al hegemonismo de un solo país. No se puede decir que China domine políticamente a Rusia ni viceversa. Hay un respeto mutuo. Militarmente, también hay una sólida cooperación entre los dos países. No solo realizan ejercicios militares conjuntos, sino que Rusia le vende armamento a China y le transfiere tecnología militar. Sobra decir que China no tiene bases militares en Rusia.

La relación de China con Rusia no es de dominación, sino de cooperación. Este tipo de relación también la guarda China con los países de los BRICS: economías emergentes que han visto en China una opción para terminar con el mundo unipolar hegemónico y para tener más opciones económicas. Con algunos de estos países, y otros que no pertenecen a los BRICS, como Irán, China también realiza ejercicios militares.

d) Los tres

En ninguno de los casos revisados aquí (América Latina, Unión Europea y Rusia) se puede reconocer una política exterior imperialista por parte de China. En los tres casos, China es un socio económico predominante: América Latina y Rusia muestran una dependencia, y la Unión Europea un nutrido intercambio comercial. Políticamente, China se mantiene al margen de los países latinoamericanos y europeos, aunque con Rusia tiene una importante cooperación. Militarmente, no interviene en América Latina ni en la Unión Europea, mientras coopera con Rusia para fortalecer mutuamente sus capacidades defensivas. Las fuerzas armadas chinas tienen un carácter fundamentalmente defensivo, como lo prueba el hecho de solo tener una base militar en el extranjero, a pesar de tener uno de los ejércitos más poderosos del mundo.

China, un imperialismo posible

China no es una potencia imperial por dos motivos: primero, porque la burguesía no se ha apoderado del aparato de Estado, razón por la cual la burguesía china, aunque lo desea, no puede ejercer una dominación política sobre otras burguesías y clases populares del mundo; segundo, porque las capacidades militares de China desempeñan un rol fundamentalmente defensivo, sin amenazar a otros países, sin tener bases militares por todo el mundo y sin participar en conflictos armados. El único requisito con el que China cumple ampliamente es su alta capacidad económica y su exportación de capitales a otros países.

Hasta la actualidad, la burguesía china nunca se ha vuelto una clase dominante en todas las dimensiones que ello implica: económica, social, cultural y política. La formación social actualmente existente en China, socialismo con características chinas, como la llama el Partido Comunista, ha asignado a la burguesía el rol de desarrollar las fuerzas productivas del país, pero restringiendo al ámbito económico su participación. El Estado sigue en manos de un partido que se reivindica como defensor de las clases explotadas y que mantiene al marxismo-leninismo como su bandera ideológica, en esa medida, es un partido que acota a la burguesía nacional y extranjera y limita sus márgenes de acción.

Mientras el aparato de Estado siga en manos de la fracción no burguesa del partido (recuérdese que desde 2002 la burguesía china ya forma parte del partido) la correlación de fuerzas actualmente existente entre las clases sociales chinas se mantendrá igual. En términos de política exterior: mientras la burguesía china no tome el poder, China seguirá sin ejercer una política imperialista. La continuación del estado de cosas actual o su transformación en una potencia imperialista depende de las luchas que se libran permanentemente al interior de la sociedad china y del Partido Comunista.

Desde 1978 hasta ahora, el partido ha sabido sobrellevar las contradicciones de la economía socialista de mercado y del socialismo con características chinas sin renunciar a la construcción del comunismo. Su papel en el terreno internacional es positivo para las luchas revolucionarias en tanto que debilita al sistema imperial liderado por Estados Unidos, pero hasta ahí. Sería erróneo pensar que, en el corto y mediano plazo, China tiene entre sus objetivos la revolución proletaria internacional. Las clases populares del mundo deben estar preparadas para continuar su lucha revolucionaria en cualquiera de los dos escenarios: el de una China que no promueve la revolución proletaria internacional pero debilita al imperialismo estadounidense, y el de una China que se torne imperial si su burguesía completa su dominación. El pueblo chino tiene la última palabra.


Ehécatl Lázaro es maestro en Estudios de Asia y África, especialidad China, por El Colegio de México.

Referencias

David Kotz, Zhongjin Li. «Is China Imperialist? Economy, State, and Insertion in the Global System.» The Political Economy of China: Institutions, Policies, and Role in the Global Economy. San Diego: American Economic Association, 2021. 22.

Katz, Claudio. «La crisis del sistema imperial.» La Haine. 2022. https://katz.lahaine.org/b2-img/LACRISISDELSISTEMAIMPERIAL.pdf (último acceso: 2023).

Lenin. El imperialismo, fase superior del capitalismo. Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1972.

Zedong, Mao. «La Revolución China y el Partido Comunista de China.» En Obras Escogidas, de Mao Zedong. Ciudad de México: Partido del Trabajo, 2013.

Junio 2023

En mayo de 2023 el destacado profesor John Mearsheimer de la Universidad de Chicago, experto en relaciones internacionales, dio una conferencia sobre el conflicto ucraniano para la organización estadounidense Committee for the Republic. La argumentación se concentró en cuál era el estado actual de la guerra, en cuáles serían las posibilidades futuras del conflicto y sostuvo que está ganando y ganará Rusia, de manera que al final de la guerra Ucrania quedaría convertida en un “rumstate” disfuncional (J. M., “Ukraine Salon”, en committeefortherepublic.us).

Mearsheimer considera que la inversión de violencia y recursos en el conflicto por parte de los tres participantes implicados, Rusia, Occidente (Europa occidental y Estados Unidos) y Ucrania, está basada en que cada cual considera que debe detener una “amenaza existencial”. Señala que el primer actor percibe esta amenaza en la reunión de los ucranianos con Occidente, porque ve a Ucrania como un ariete utilizado por los norteamericanos y la OTAN  para hostilizarlo y porque, con el desarrollo de la guerra, los rusos están convencidos de que la intención es acabar con Rusia y dividir su territorio en pequeños estados manejables. En ese sentido, el objetivo militar ruso sería controlar el 46% del territorio Ucraniano, para neutralizar al enemigo y convertirlo en un estado disfuncional.

El segundo actor, los occidentales, considera que si Rusia gana la guerra, desaparecerá la OTAN, percibida por los “líderes europeos” como su único medio de seguridad continental, especialmente en contra una amenaza hacia sus “democracias” como lo es el gobierno de Vladimir Putin, y China –percibido por Estados Unidos como la verdadera amenaza– tendrá la posibilidad de retar sin problema el orden mundial occidentalizado del día de hoy. Por estos motivos, Occidente está decidido a someter por las armas a Rusia, suministrando dispositivos de sembrar muerte al ejército de Zelensky. Finalmente, los líderes ucranianos ven como amenaza existencial a Rusia por el simple hecho de que las fuerzas rusas están avanzando sobre su país. Consideran que es necesario tener la ayuda de Occidente para sobrevivir, someter a Rusia y recuperar sus fronteras de antes de 2014.

Sin embargo, señala Mearsheimer, en el campo de batalla se está desarrollando una guerra de desgaste que están ganando los rusos simplemente porque tienen superioridad en los tres pilares fundamentales de una conflagración de ese tipo: 1) el “balance de resolución”, 2) la artillería y 3) las dimensiones de la población de cada adversario. En lo que corresponde a los dos primeros factores, la superioridad rusa es clara en 2023. Si bien al inicio de la Operación Especial de 2022 el esfuerzo ruso sufrió algunos descalabros, las medidas de movilización y empleo de los dispositivos militares tomadas por Putin le han permitido prácticamente dominar el teatro de las operaciones desde el final de ese mismo año. Con la caída de Bajmut a manos de unos mercenarios, mas no ante el ejército ruso, esto se confirmó; todo el apoyo de Occidente se ha estrellado contra los cañones de Rusia

En cuanto a la población, la razón existente en febrero de 2022 era de 3.5 rusos por cada ucraniano. Con el desarrollo del conflicto, Rusia ganó población: 3 millones de ucranianos se refugiaron en este país y la población rusófona del Donbass se integró a la Federación rusa; Ucrania, en cambio, perdió población por lo anterior y porque alrededor de 8 millones de habitantes huyeron hacia Europa. En ese sentido, calcula Mearsheimer, la razón poblacional el día de hoy es de 5 a 1, lo cual provoca un desbalance total e imposible de remontar para el gobierno de Zelensky el día de hoy. ¿Cómo podría este gobierno acabar con los rusos, si no tiene superioridad de resolución, ni de artillería, ni tampoco gente que vaya al frente? Es prácticamente imposible.

En resumen, Rusia puede acabar con las amenazas a su existencia y ni siquiera ha movilizado seriamente a su población. En cambio el ejército ucraniano está perdiendo al menos –aunque podría perder mucho más, recalca Mearsheimer– 2 efectivos por cada baja en el campo ruso, y sus esfuerzos de movilización parecen cada día más desesperados. Por último, el profesor señala que este escenario negativo para Occidente prueba que tenían razón todos aquellos que sostenían que la expansión de la OTAN hacia Rusia era un error. Además, pronosticó, el conflicto empeorará en términos de costos humanos y materiales, especialmente para Ucrania. El día de hoy la salida de la guerra, desde la perspectiva de Mearsheimer, podría resultar la siguiente: Putin logrará sus objetivos y Ucrania, como país, quedará reducida a un pedazo de tierra disfuncional.


Anaximandro Pérez es maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Mayo 2023

Después de que el 16 de mayo se llevara a cabo el juicio político contra el presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, en el que se le acusaba de peculado (malversación de recursos públicos), el ejecutivo tomó la decisión de hacer uso de una figura legal establecida en la constitución ecuatoriana conocida como “muerte cruzada”. Esta permite al jefe de Estado disolver la Asamblea Nacional si considera que está obstaculizando su capacidad de gobernar, aunque como contraparte el presidente tiene la obligación de convocar a nuevas elecciones generales (se elige presidente, vicepresidente y legisladores), misma que tiene un plazo máximo de 90 días para llevarse a cabo a partir del decreto de la muerte cruzada. La oposición, por su parte, asegura que es inconstitucional la medida que ha tomado el presidente, que ha usado la muerte cruzada como escudo para no afrontar el juicio que el Congreso realizó en su contra, y que en caso de perder habría significado su destitución directa. Lo cierto es que, a pesar de ello, el pueblo ecuatoriano ha recibido la muerte cruzada con los brazos abiertos, pues, aunque de modo diferente, también implica la revocación de mandato del presidente.

En este sentido, surge la pregunta ¿por qué pareciera que, aunque no hubiera existido juicio alguno, el pueblo y la oposición habrían estado dispuesto a llegar muy lejos con tal de presenciar la retirada de Lasso? La respuesta es que el caso por el que se le acusa solo representa la forma más acabada, más visible, de un periodo presidencial manchado de sangre, corrupción y pobreza. Son las muertes y la desgracia en la que vive el país, el verdadero caso de corrupción, el delito de fondo por el que, de acuerdo al pueblo ecuatoriano, Lasso debe pagar. Ese es el sentimiento popular, el más general, el que está detrás de un juicio que en apariencia se definió en las altas esferas de la política. Así, pues, ver a Lasso fuera del gobierno significa una verdadera victoria para una sociedad que, como veremos a continuación, ha sufrido mucho con este gobierno.

Sin duda lo que más ha llamado la atención de este gobierno, es el nivel de violencia que ha alcanzado en menos de dos años de gestión. De acuerdo con el portal InSight Crime Ecuador cerró el 2022 con el índice de violencia criminal más alto desde que hay registro. En ese año el país reportó 4 mil 603 muertes violentas, lo que significa una tasa de 25.9 casos por cada 100 mil habitantes, un aumento de 82.5 por ciento si se compara con las 13.7 muertes violentas del año previo (2021) y 500 por ciento más si se compara con 2017, último año de gobierno de Rafael Correa. Estos datos ubicaron a Ecuador como el país con mayor crecimiento de violencia criminal en 2022 en América Latina (Primicias, 2023).

Por su parte, el gobierno ecuatoriano, en un intento por quitarse responsabilidad, ha mencionado que el principal causante de las olas de violencia es el narcotráfico, y aunque en parte esto es cierto, no hay que olvidar que el narcotráfico no es un problema exógeno al marco de las políticas públicas. Así lo ratifica Mario Pazmiño, exdirector de Inteligencia de Ecuador, quien menciona que ante el problema del narcotráfico “el principal problema es que hay falta de decisión política del Estado para hacer frente directamente al fenómeno”. Pone énfasis en la inexistencia de políticas que garanticen la cobertura de las fronteras norte y sur del país (compartidas con Colombia y Perú, respectivamente)[1] que es por donde ingresa la cocaína que posteriormente se exporta desde Ecuador[2]; además, menciona la falta de control en las cárceles ecuatorianas, que se han convertido en centros donde se dirimen guerras por el control de mercados para el narcotráfico.  

El problema de violencia ha permeado en los diferentes sectores de la economía y en las perspectivas de los inversores. En Esmeraldas, por ejemplo, una de las provincias más afectadas por este fenómeno, 10 de las principales actividades económicas registraron contracciones en las ventas y exportaciones. De acuerdo con Jorge Benítez, presidente de la Cámara de Turismo de la provincia de Esmeraldas, el impacto de la violencia ha sido mayor que el de la pandemia por Covid-19. Las actividades profesionales son las que presentan el mayor perjuicio. Entre enero y agosto de 2022 los ingresos de este rubro fueron de 24 millones, 20 por ciento menos (7 millones de dólares) con relación al mismo periodo en 2021 (Primicias, 2022). Otros sectores que han sufrido contracciones en su facturación son la manufactura, servicios administrativos, enseñanza, actividades inmobiliarias y turismo. La reducción de las ventas y exportaciones de estas actividades se debe a que los negocios afrontan amenazas y extorsiones. Según Benítez, 70 por ciento de los negocios han sido extorsionados, lo que implica pagos de cuotas semanales, así como cerrar los negocios hasta cuatro horas antes del horario habitual.

Lo descrito ha llevado a que el riesgo país de Ecuador llegue a 1 mil 950 unidades en marzo del año presente, 705 puntos más que enero del mismo año donde había alcanzado los 1 mil 245 puntos, siendo el segundo país con peor puntuación en Latinoamérica[3]. Por esta razón, a diferencia de las expectativas del presidente Lasso en su Plan de Creación de Oportunidades donde avizoraba un crecimiento de la Inversión extranjera directa (IED) de 1 mil 500 millones de dólares al año, en 2022 apenas llegó a 51 millones de dólares, una contracción del 67 por ciento respecto al 2021, de acuerdo al Banco Central del Ecuador.

La mala situación económica y de seguridad que atraviesa Ecuador ha condicionado el bienestar de la sociedad en general, reflejándose en otros indicadores sociales como la desigualdad. A partir del 2021 el país ocupa el tercer lugar de los países más desiguales de la región, solo detrás de Colombia y Brasil. La corrupción también es otro elemento para tomar en cuenta. En el gobierno de Lasso, Ecuador pasó del lugar 93 al 101 en la lista de países más corruptos, a pesar de que al inicio de su gobierno prometió llevar al país al puesto 50 (Datosmacro, 2023).

Como se ha observado son muchos los factores que condenan la gestión política de Lasso, un gobierno neoliberal que, como es propio de estos, ha antepuesto el equilibrio fiscal y el pago de la deuda externa a las demandas de salud, educación, servicios básicos, infraestructura y seguridad, que han sido exigidas a lo largo de su gestión. De ahí se explica la contundente derrota que sufrió en la Consulta Popular que realizó en febrero del presente año, que tenía como propósito darle una bocanada de oxígeno a un gobierno en franco declive, con apenas 13.9 por ciento de aprobación (Razón, 2023). Seguramente ese hubiera sido el mejor momento para darse cuenta de su incapacidad para liderar un país y renunciar, tal como se lo exigía el país, sin embargo, su vanidad y deseo de poder pudieron más. Hoy el pueblo ecuatoriano se la cobra doble y deja constancia, como lo ha hecho en otras jornadas, del alcance que tienen las masas cuando tienen el poder en sus manos[4].


Christian Damián Jaramillo Reinoso es economista por la UNAM. Opinión invitada.

[1] De acuerdo a la Oficina de la Política Nacional para el Control de Drogas de Estados Unidos (ONDCP) al día de hoy Colombia y Perú son los mayores productores de cocaína en el mundo.

[2] De acuerdo a la Oficina de Drogas y Crimen de las Naciones Unidas (UNODC) Ecuador se ha convertido en el principal exportador de cocaína hacia Europa.

[3] El riesgo país es un indicador que los inversionistas toman en cuenta a la hora de colocar su capital, le indica el nivel de confianza de los mercados, a mayor riesgo menos confianza y viceversa.

[4] La Asamblea Nacional ecuatoriana, quien interpuso el juicio político contra Lasso, estaba conformada mayoritariamente por el partido de La Revolución Ciudadana, mismo que representa los intereses de las clases populares.

Referencias

Datosmacro. (20 de enero de 2023). Obtenido de https://datosmacro.expansion.com/estado/indice-percepcion-corrupcion/ecuador

Primicias. (7 de noviembre de 2022). Obtenido de https://www.primicias.ec/noticias/economia/esmeraldas-caida-ventas-exportaciones/

Primicias. (16 de enero de 2023). Primicias. Obtenido de https://www.primicias.ec/noticias/en-exclusiva/ecuador-incremento-muertes-violentas-latinoamerica/

Razón, L. (08 de mayo de 2023). Obtenido de https://www.la-razon.com/mundo/2023/05/08/ecuador-guillermo-lasso-recibe-record-bajo-de-aprobacion-en-ultimo-ano/

Por Ehécatl Lázaro | Abril 2023

La Guerra Fría es entendida como una confrontación mundial entre dos grandes bloques, capitalismo y socialismo, que comenzó en 1945, al terminar la Segunda Guerra Mundial, y finalizó en 1991, con el hundimiento de la Unión Soviética. Sin embargo, al estudiar con mayor detalle ese fenómeno histórico, aparecen relaciones más complejas entre los dos bloques antagónicos y al interior de cada uno de ellos. Dentro del bloque capitalista, por ejemplo, el presidente de Francia, Charles de Gaulle (1959-1969), actuó en contra de los intereses estratégicos de Estados Unidos en dos ocasiones: al romper el boicot diplomático contra Beijing y reconocer a la República Popular China en fecha tan temprana como 1964 (Estados Unidos solo dejó de reconocer a Taipéi y reconoció a Beijing hasta 1979); y al retirar a Francia de la estructura militar de la OTAN, en 1966, y ordenar que todo el personal militar extranjero abandonara el país.

Dentro del bloque socialista, eventos como la ocupación militar soviética de Hungría en 1956, o la guerra entre los países socialistas Camboya y Vietnam (1977-1991) demuestran la complejidad de las relaciones internacionales a pesar de compartir, en general, un mismo sistema económico, político y social. La mayor fractura dentro del bloque socialista tuvo lugar en 1969, cuando la Unión Soviética y China protagonizaron un enfrentamiento armado en su frontera. El conflicto militar no escaló más, pero las relaciones sino-soviéticas alcanzaron el nivel más bajo de su historia y se terminó completamente la cooperación política, militar y económica.

La separación entre la Unión Soviética y China, por un lado, y el interés de Estados Unidos en establecer una alianza estratégica con alguno de los dos países socialistas, por el otro, dio origen al triángulo Washington-Moscú-Beijing, como lo llamaron los estudiosos de las Relaciones Internacionales. Estados Unidos quería aprovechar la ruptura sino-soviética para aliarse con uno, luchar contra el otro y ponerle fin a la Guerra Fría con el triunfo del capitalismo. La Unión Soviética quería establecer una alianza con Estados Unidos para garantizar sus intereses estratégicos globales y para construir una relación lo más tersa posible entre las dos potencias. China quería establecer una alianza con Estados Unidos para defenderse mejor de las amenazas de la Unión Soviética y para impulsar su propio desarrollo económico. Al final, el triángulo se resolvió con la alianza entre Estados Unidos y China, y desapareció con el hundimiento de la Unión Soviética.

El fin de la Guerra Fría significó una reconfiguración del sistema internacional. Hasta 1991, el sistema había sido bipolar, pero al ser eliminado uno de sus polos adquirió un carácter unipolar. Ahora Estados Unidos era la superpotencia única y eso modificó las percepciones estratégicas de China y Rusia. China observó las capacidades de las fuerzas armadas estadounidenses en la Guerra del Golfo (1990-1991), las cuales, comparadas con las chinas, eran muy superiores, pues el país todavía no contaba con los recursos suficientes para modernizar sus fuerzas armadas. Los temores del liderazgo se vieron confirmados cuando, en 1999, aviones estadounidenses bombardearon la embajada china en Belgrado, sin que China pudiera responder adecuadamente.

Rusia, por su parte, observó que la OTAN no solo no desapareció al hundirse la Unión Soviética, sino que siguió ampliándose hacia las fronteras rusas, lo cual amenazaba directamente la seguridad del país. La invasión de la OTAN a Yugoslavia y el desmembramiento de ese país fueron interpretados por Rusia como una advertencia de lo que podía pasar con ella, pues, aunque era una potencia nuclear, sus críticas condiciones económicas, políticas y sociales la habían debilitado.

En ese contexto, Rusia y China formaron una nueva alianza que las protegiera de la hegemonía de Estados Unidos. El documento que consolidó esta relación es la “Declaración conjunta ruso-china sobre un mundo multipolar y la creación de un nuevo orden internacional”, adoptada en Moscú el 23 de abril de 1997, por el presidente de Rusia, Boris Yeltsin, y el presidente de China, Jiang Zemin. El documento fue presentado a la Asamblea General de la ONU en mayo del mismo año.

En las siguientes décadas, la alianza entre Rusia y China sobre la base de esa declaración no ha hecho más que fortalecerse, como lo muestran las excelentes relaciones entre Vladimir Putin y Xi Jinping. Hoy el sistema unipolar ha desaparecido y la hegemonía de Estados Unidos está en declive, pero el sistema multipolar todavía no alcanza su fase desarrollada. La posición de los países del Sur Global, entre ellos México, puede contribuir decisivamente a acelerar este proceso.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.

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