El autoritarismo es la característica distintiva de la autollamada Cuarta Transformación. Una manifestación de ella es la absoluta opacidad en todas las decisiones que toman el presidente y una camarilla de sátrapas incompetentes, sedicentes de ser pueblo y servirlo, pero que en los hechos le niega su efectiva participación. Como consecuencia de ello, la desigualdad ha crecido en este periodo, con efectos dramáticos para los trabajadores y jugosas ganancias para los empresarios. Y el sistema de salud es un ejemplo más de lo dicho.
El problema fundamental que tiene el sistema de salud mexicano desde el neoliberalismo es el bajísimo presupuesto público que se le destina[1], del cual se derivan muchos otros que no se tratarán en este artículo. El dinero que recibe el sistema de las arcas nacionales no alcanza para cubrir siquiera las necesidades médicas básicas de todos los trabajadores. Esto es cierto para el ISSSTE, y en mayor medida para el IMSS y el Seguro Popular (después Insabi). La desigualdad, también aquí, campea a sus anchas, pues solo pueden tener buenos servicios sanitarios aquellos que puedan pagarlos.
El presidente comenzó su mandato con la consigna de que tendríamos un sistema de salud universal, “como el de Dinamarca”. Para ello, destruyó el Seguro Popular sin un análisis científico y técnico de sus debilidades, y creó el Insabi en 2020. A este último ya en funciones le tocó la atención de la pandemia del Covid-19, para entonces sin reglas de operación ni de funcionamiento[2]. Y así nos fue: cerca de un millón de muertos por la enfermedad. Desde principios del año 2022, las esferas más altas del gobierno sabían de la certera muerte del Insabi y que su lugar lo iba a ocupar el IMSS a través de su brazo flaco, el IMSS-Bienestar. Aunque la prensa y expertos lo avisaron, el gobierno nunca comunicó sus planes a la población trabajadora, víctima siempre de las ocurrencias que se gestan en Palacio Nacional.
Tras bambalinas, comenzaron a hacerse acuerdos con la mayoría de los gobernadores para que le cedieran al IMSS la infraestructura que antes era del Insabi –pues éste ya fungía solo como operador técnico para la compra de medicamentos–. Hasta apenas, el 25 de abril de 2023, se decretó su desaparición desde el nada independiente poder legislativo, y también que el IMSS absorbería todas sus funciones. Que quede claro que la centralización por sí misma no hará que tengamos un sistema de salud universal. De hecho, el sistema seguirá fragmentado, pues no se garantiza la atención de tercer nivel (las más costosas) para los trabajadores que no tengan seguro. Además, no se han establecido las nuevas reglas de operación, el IMSS sufre de saturaciones, ineficiencias y mucha falta de presupuesto, problemas que solo empeorarán la atención de la salud de los derechohabientes y de los no derechohabientes.
El dejar en las manos del presidente la solución de problemas trascendentales y delicados que no se pueden resolver por capricho, y la anulación de toda crítica hacia sus decisiones completamente erradas, han tenido consecuencias sobrecogedoras. En primer lugar, el dinero destinado efectivamente al adefesio creado en 2020 se redujo. La organización México Evalúa descubrió que gran parte del dinero destinado al Insabi no se gastó, hubo gigantescos subejercicios[3], pero que fueron simulados como gasto público destinados a fideicomisos. Si descontamos estas transferencias utilizadas para simular, mientras que el sexenio pasado se gastaron en el IMSS-Bienestar e Insabi (antes Seguro Popular) 98.72 millones de pesos en promedio, en los años que van de la 4T, el gasto promedio es de 83.58 millones de pesos. La reducción del gasto y la incapacidad de poner en marcha el Insabi se manifestaron de diversas maneras: i) la caída del número de consultas: 75% menos en 2022 con respecto a 2018; ii) los recursos destinados a enfermedades catastróficas como Cáncer, VIH, fueron 71% menores que el promedio del sexenio pasado, y si particularizamos para el cáncer infantil, el gasto destinado disminuyó 97%[4]; iii) sigue el desabasto de medicamentos; y iv) el número de personal médico por cada mil habitantes cayó: pasó de 3.41 a 3.31[5], una cifra de por sí muy escueta.
La situación, lejos de llevar a una universalización del sistema, ha llevado a una directa privatización del derecho a la salud. El gobierno no consideró nunca informar de sus decisiones y de los cambios que hacía a los trabajadores. Por un lado, los trabajadores del Seguro Popular –después INSABI y ahora IMSS-Bienestar– han estado en la total incertidumbre en lo que se refiere a su medio de ganarse la vida. Por el otro, los trabajadores más pobres, que son los que se atendían en el Seguro Popular, tampoco supieron a dónde dirigirse para curarse: según el Coneval, de facto, casi 16 millones de mexicanos más, comparados con 2018, reportaron no estar afiliados a ninguna institución de salud[6]. Ahora toda esta población adicional tiene que recurrir a los servicios privados, muchas veces deficientes, y que a quienes benefician es a un puñado de empresarios (56% de los mexicanos se atiende ya aquí). A diferencia del gasto público, el gasto privado en servicios de salud ha ido creciendo[7]: de todo el gasto que hace el país, el 50% sale del bolsillo de la gente. Este nuevo y jugoso mercado es catastrófico: en 2020, un millón 377,055 hogares gastaron más del 30% de su ingreso disponible en este rubro[8]. Todo lo relatado agudiza la situación económica de las grandes mayorías.
La salud también es un problema de desigualdad social y de pobreza, lastres que impregnan todo el entramado económico y social de México. Las ocurrencias y el autoritarismo del demagogo del palacio han agudizado estos lastres y están jugando directamente con la vida de la población trabajadora. Y no. Los $4,800 pesos que cada dos meses deposita el gobierno en la pensión del Bienestar no alcanzan para curar a nadie.
Gladis Mejía es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
[1] México es el país que menos gasta en salud pública de todos los países de la OCDE.
En marzo de 2023, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) hizo público su reporte sobre el rezago social en nuestro país. Los principales resultados son que a pesar de que, entre los años 2000 y 2020, el rezago social se abatió de manera importante, hay todavía más de 7 mil localidades con “alto” o “muy alto” rezago social”; esto equivale a más de 390 mil mexicanos que se encuentran en esa situación. El rezago social mide el acceso que tiene la población a los servicios de educación, de salud, de vivienda mínimamente adecuada dada por el material de construcción, los servicios básicos que tenga y el equipamiento con el que cuentan (lavadora, refrigerador, teléfono, televisión y computadora). En general, pues, mide en qué grado la población de la comunidad cuenta con las condiciones mínimas para tener una vida digna, acorde las necesidades de nuestro tiempo. El indicador es relevante para la política social. Este reporte mide la magnitud de la inversión social urgente e indica las localidades en que las carencias son mayores. Los resultados de 2020 arrojan que todas las localidades con alto y muy alto grado de rezago social son rurales y que la mayor parte (70%) se encuentra concentrada en solo cinco estados del país: Chihuahua, Chiapas, Guerrero, Durango y Oaxaca.
Por otro lado, este año también, Oxfam México publicó el reporte titulado ¿Quién paga la cuenta? El reporte plantea la cuestión de qué sectores de la población son los que financian al gobierno mexicano mediante el pago de impuestos, es decir, qué parte de los ingresos por impuestos pagan las grandes fortunas y cuánto el resto de la población. Esta cuestión es relevante porque, como muestra el documento, “aun sin corrupción el dinero público no alcanza”. Y explica que no alcanza, primero, porque se recauda muy poco en relación con el volumen de la producción (“por cada 100 pesos que genera la economía, el gobierno recolecta apenas 17 pesos”) y en comparación con lo que lo hacen otros países (el promedio de la OCDE es de 30 por cada 100); y segundo, porque el gobierno tiene ya una serie de compromisos ineludibles como el pago del servicio de la deuda pública, el pago del gasto corriente del gobierno, que le dejan un monto muy pobre para hacer frente a las necesidades de inversión social. Hay que decir que este problema se ha agravado con los programas de transferencias monetarias. El reporte de Oxfam muestra que no son los más ricos los que pagan impuestos: la recaudación en México proviene de los impuestos al consumo y a los ingresos por trabajo, pues entre ambos impuestos suman 74% del total recaudado, mientras que los impuestos a los ingresos de las empresas o a la riqueza es mucho menor (apenas suman 22% del total recaudado).
Los reportes citados evidencian la urgente necesidad de que se realicen, por un lado, la inversión social que saque del rezago a cientos de miles de mexicanos que viven aún en la obscuridad y la ignorancia; y por otro lado, una reforma fiscal para que haya recursos y que los más ricos paguen los impuestos que corresponden, dadas las enormes ganancias que se embolsan. Esto no es lo que ha hecho ni será lo que haga el gobierno de la 4T. Solo las hará un gobierno del pueblo organizado y educado que exija reglas más justas para los que con su trabajo crean la riqueza. Sin embargo, el gobierno de la 4T se ha encargado de combatir con fiereza la organización social, y por eso recibió y mantiene el apoyo de los poderosos del país; su discurso criminaliza a la organización política y todo intento de educación auténtico que no esté bajo su égida. Exige que el pueblo se disperse en individuos que, inermes, vayan a pedir “lo que sea la voluntad del poderoso”, y si es de otra manera, suelta de la boca de sus paleros las acusaciones fáciles de corruptos y criminales. La justicia social tiene que conquistarse o no será. Así, pues, los reportes citados urgen a que sean los trabajadores los que hagan la política de nuestro país, a que se organicen y luchen para arrancar el poder a los dueños del dinero.
Vania Sánchez es doctora en Economía por la Universidad Autónoma de Barcelona.
Abril 2023
Los daños que el hombre ha generado a la naturaleza son innegables y una de sus expresiones más acabadas es el cambio climático. De acuerdo con datos de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), el cambio climático y sus efectos se intensificaron de 2015 a 2019, al grado que se presume que fue el quinquenio más cálido jamás registrado; adicionalmente, la concentración de gases de efecto invernadero han aumentado a niveles sin precedentes, confirmando una tendencia al aumento en el futuro (Organización Meteorológica Mundial 2019). De acuerdo con Quiggin, Daniel, Kris De Meyer, Lucy Hubble, y Antony Froggat (2021), se estima que para 2050 alrededor del 40% de las tierras cultivables a nivel mundial estarán expuestas a sequías graves cada año y el rendimiento de los cultivos se verá disminuido, además, por la reducción de la duración de los cultivos y el estrés térmico. Las sequías causadas por el cambio climático provocarán escasez de agua, que en la actualidad se presume que es una de las causas ambientales más importantes de mortalidad prematura, ya que afecta el saneamiento y la alimentación de la población. Para 2040 se estima que casi 700 millones de personas al año estarán expuestas a este tipo de catástrofes naturales por al menos seis meses (Quiggin, y otros 2021).
Ante esta problemática debemos cuestionarnos si la existencia del hombre en general requiere forzosamente de la devastación de los recursos naturales, o si más bien el que se miren así las cosas es por la reproducción del hombre en el modo de producción capitalista. En este sentido, el objetivo del presente ensayo es analizar, desde una perspectiva marxista, la relación que hay entre el hombre y la naturaleza y mostrar que ésta no tiene que ser forzosamente una relación de exterminio, pero que si se presenta así en la actualidad, ello se debe al modo de producción capitalista en el que vivimos. El ensayo estará conformado de tres partes. En la primera se abordará de manera general la relación que hay entre la naturaleza y el hombre en Marx; en la segunda se explicará brevemente cómo la lógica de acumulación capitalista hace que entre en “conflicto” la reproducción de la naturaleza y la reproducción del hombre en el modo de producción capitalista; finalmente, en tercer lugar, se darán las conclusiones.
Hombre y naturaleza en Marx
De acuerdo con Grundmann (1991), algunos académicos con tendencias marxistas afirman que el marxismo se ha centrado más en la explotación del hombre por el hombre y que se ha dejado a un lado el problema de la dominación violenta de la naturaleza por el hombre. Por ejemplo, Bobbio (1987) sostiene que el tema central del marxismo, que es la explotación del hombre por el hombre, ha perdido vigencia porque en la actualidad las relaciones de opresión entre hombres ya son inadmisibles moralmente, que ahora se debe reclamar la eliminación de la cosificación de la naturaleza y que deje de ser explotada por el hombre. Éste autor y Giddens ven el problema en el desarrollo de las fuerzas productivas y en la dominación de la naturaleza. Adicionalmente, muchos intelectuales de izquierda se han dejado seducir por la idea de reducir la crítica al sistema a la crítica “ecológica”, y plantean, incluso, que debiera sustituirse el objeto de la historia, cambiando de la lucha de clases por la lucha entre el hombre y la naturaleza. Todas estas posiciones cambian su orientación de clase por la defensa de la naturaleza y quieren analizar todo desde un punto de vista “ecocéntrico” (Grundmann 1991).
Martínez Alier y Schlupman (1991) en el apartado XIII de La ecología y la economía sostienen que en Marx y en los pensadores marxistas no hay un análisis de la reproducción humana que tome en cuenta una economía basada en recursos agotables. Argumentan también que la economía marxista ha dado un tratamiento a la cuestión de los recursos naturales más bien “ricardiano” –es decir, que solo importa la distribución de los recursos y no la obtención de ellos– y que los esquemas de reproducción simple y ampliada de Marx dejaron de lado el problema de la disponibilidad de recursos naturales y su capacidad para limitar todo tipo de reproducción humana. Además, sostienen que hay una ausencia de preocupación por la asignación intertemporal de los recursos agotables entre generaciones. Es decir, que desde el marxismo no se entabló un diálogo entre la producción y el cuidado de los recursos naturales (Martínez y Klaus 1991).
Sin embargo, deberíamos pensar: ¿está peleada la lucha por la eliminación de la explotación del hombre por el hombre con la lucha por frenar la devastación de la naturaleza? ¿Acaso la liberación del hombre no implica una mejor relación entre el hombre y la naturaleza? A pesar de que Marx no escribió explícitamente sobre este problema, se puede reconocer qué pensaba sobre la relación entre el hombre y la naturaleza a través de varios de sus escritos. En el capítulo cinco de El capital se analiza esta cuestión.
Marx comienza con el proceso de trabajo, que es el momento en el que entra en acción la relación hombre-naturaleza mediante la actividad trabajo. Este proceso es transversal a todas las formaciones sociales porque es la forma en que el hombre social se organiza para producir los objetos que le son necesarios para sobrevivir, es decir valores de uso. En este proceso intervienen diversos factores: en primer lugar está el objeto de trabajo que se transforma en el valor de uso, y puede ser algo previamente modificado por el hombre o simplemente un objeto tomado de la naturaleza sin previa modificación; en segundo lugar están los medios con los que se trabaja, que van desde las condiciones necesarias para que se pueda producir, como la luz o electricidad, hasta las herramientas necesarias para modificar los objetos de trabajo, como un martillo o una máquina de coser; en tercer lugar está el trabajo, que es la acción que realiza el hombre, mediante los medios de trabajo, para transformar los objetos de trabajo en valores de uso.
Como decía Marx, retomando a William Petty, la naturaleza es la madre de la riqueza y el trabajo es el padre. Todos estos elementos que intervienen en el proceso de trabajo, donde se crean los valores de uso, provienen de la naturaleza: “[…] La tierra es su despensa primitiva y es, al mismo tiempo, su primitivo arsenal de instrumentos de trabajo” (Marx 1946, 132). La propia tierra que es empleada para cultivar el alimento y los animales domesticados, desempeñan un papel fundamental como instrumentos de trabajo. En este sentido, el medio general de trabajo de la especie humana es la tierra misma, es la que da al obrero los objetos para producir y a su actividad, el trabajo, el lugar donde desempeñarla. Es decir que toda la sociedad no podría sobrevivir sin la naturaleza porque no tendría manera de abastecerse para poder satisfacer sus necesidades, desde las fisiológicas hasta las más propias del capitalismo moderno como un teléfono o un coche (Marx, 1946).
Sin embargo, esta no es la única razón por la que el ser humano necesita de la naturaleza. El trabajo, dice Marx, es un proceso que se da entre la naturaleza y el hombre, donde éste último realiza, regula y controla mediante su propia acción, su intercambio de materias con la naturaleza. El hombre con su trabajo transforma la naturaleza y a la vez se transforma a sí mismo, modifica su propia naturaleza porque desarrolla sus potencialidades físicas e intelectuales, sus capacidades creativas y todo su ingenio. La naturaleza del trabajo que realiza el hombre es lo que lo hace diferente de otros animales, que es que el trabajo que se efectúa es previamente pensado: “[…] Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso ya existía en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal” (Marx 1946, 131). De esto se deduce que la naturaleza no solo es la fuente de abastecimiento de recursos para el ser humano, sino que también es condición necesaria para que él mismo pueda desarrollarse plenamente, puesto que le permite realizar la actividad trabajo que lo diferencia de otros animales y, además, le permite desarrollarse como especie.
De acuerdo con Grundmann (1991), lo que importaba a Marx era el desarrollo personal de los seres humanos; en este sentido, cuando se refiere al desarrollo de las fuerzas productivas no se refiere a su progreso per se, sino a un progreso en un sentido amplio, es decir, como un proceso de despliegue de la autorrealización humana. Esto descarta la idea de una relación de exterminio y sometimiento violento de la naturaleza a las necesidades del hombre, puesto que de esta forma estaría violentando el medio que necesita para realizar el trabajo que lo hace ser humano y de donde puede abastecerse para satisfacer sus necesidades. La relación naturaleza-hombre no es de “conflicto o armonía”, y no puede pensarse así porque en realidad el hombre siempre está en unidad y transformación con la naturaleza, como Marx dice en La ideología alemana. Esta unidad del hombre con la naturaleza siempre ha existido en todas las épocas y siempre cambia en éstas su forma de relacionarse dependiendo del desarrollo de la industria. La naturaleza en Marx no es antropomorfa y no tiene un fin en sí misma, es el hombre quien le impone sus fines, pero para ello debe respetar las leyes de la naturaleza. Dominación no implica violación. Como diría Grundmann citando a Bacon: “El hombre, siendo el siervo e intérprete de la naturaleza, puede hacer y entender tanto y tanto como haya observado de hecho o de pensamiento el curso de la naturaleza, más allá de esto no sabe nada ni puede hacer nada. Es decir, el hombre impone sus fines a la naturaleza, pero no puede encauzar o manipular la naturaleza de forma arbitraria” (Grundmann 1991, 62).
En este sentido, una preocupación por la naturaleza de Marx se refleja en que la considera como el cuerpo inorgánico del hombre, con el que debe permanecer en continuo intercambio si no quiere morir. Cualquier uso despreocupado de los recursos, cualquier contaminación de la tierra que supere un determinado grado puede resultar perjudicial para el bienestar del ser humano (Grundmann 1991).
La naturaleza y la lógica de acumulación capitalista como reproducción del hombre
En el proceso de trabajo capitalista tiene que haber, forzosamente, un proceso de valorización, que es un proceso continuo de creación y aumento de plusvalía. En el proceso de producción de mercancías los valores de uso se producen pura y simplemente porque son encarnación material del valor, materializado por el trabajo, que es lo que les permite intercambiarse.
El capitalista persigue dos objetivos: producir un valor de uso y que su mercancía cubra y rebase la suma de valores de las mercancías invertidas en su producción, es decir, que exista una cantidad de plusvalía creciente. No le basta, por tanto, producir valores de uso, ese además no es su objetivo, sino valor. En este sentido, la producción a nivel social estará determinada por la necesidad de valor de los capitalistas y no por la satisfacción de las necesidades reales de la sociedad. La relación de unidad y transformación entre el hombre y la naturaleza de la que hablábamos en la primera parte de este escrito se convierte en una relación de dominación violenta, dictada por las relaciones sociales de producción que en el capitalismo son de explotación.
En el capitalismo, donde el proceso de trabajo se convierte en proceso de valorización, ocurren dos cosas. En primer lugar, la mejora en las técnicas de producción y la profundización de la división del trabajo permiten que cada trabajador se especialice en una parte muy pequeña de todo el proceso de producción, reduciendo así el valor de los conocimientos del trabajador sobre el proceso de realización de un producto y, por tanto, éstos se vuelven remplazables. Ya no es necesario distinguir entre trabajadores con base en sus habilidades para realizar un trabajo concreto, ya solo interesa el hombre como creador de valor. Ocurre lo mismo con la naturaleza; aquí ya no se trata de la calidad de la naturaleza, sino pura y exclusivamente de su cantidad, ahora solo interesa en cuanto a que absorbe y asimila una cantidad determinada de trabajo y se le impregna valor. No interesa en absoluto la circunstancia del objeto sobre el que recae el trabajo; solo interesa en lo que se convertirá (Marx, Capítulo V, El Capital 1946). En segundo lugar, el trabajo deja de ser una actividad previamente pensada por quien la realiza, puesto que ésta decisión le es impuesta por quien compra su trabajo, por el capitalista. Además, el trabajador ahora desconoce el mismo proceso de trabajo y se resigna a hacer la actividad mecánica que le asignan, como mover una palanca, alimentar una máquina, etc.
El problema de minimizar el papel de la naturaleza en el capitalismo atraviesa todos los ámbitos de la vida moderna. Esto se evidencia aún más en la forma en que los académicos conciben el proceso de producción. Como mencionan Hinkelammert y Mora (2016) en el Capítulo IV de su libro Hacia una economía para la vida, la teoría neoclásica analiza la producción únicamente tomando en cuenta aspectos meramente técnicos y lineales. Se pierde de vista que la reproducción y el desarrollo del hombre es la razón de ser del proceso productivo, y los elementos que hacen posible la vida del productor son, a la vez, el objetivo del proceso de trabajo. En la teoría neoclásica por ninguna parte se hace referencia a la subsistencia del productor y las horas de trabajo son vistas como otro “insumo”. No se hace mención de que el productor tiene que satisfacer sus necesidades más allá de ser fuente de trabajo. Esto, dicen los autores, es fruto de querer ver todo desde el punto de vista técnico, como si el hombre fuera simplemente un objeto en la producción. Lo mismo ocurre con la naturaleza, que se convierte en un “factor de la producción” que en ocasiones es remplazada por el “capital”. Al representar el proceso de trabajo en una función de producción, el trabajo humano y los “factores de producción” pierden sus cualidades particulares; en términos cuantitativos, para producir cierta cantidad de producto, son llamados coeficientes técnicos (Hinkelammert y Mora 2016).
En el proceso de producción capitalista el “trabajo” aparece como una mercancía y su uso se pone a disposición de una persona ajena al trabajador directo. Aquí se presentan tres fenómenos característicos: 1) el producto que se crea es propiedad del capitalista; 2) el trabajador labora bajo el control capitalista; 3) el trabajador se asume como individuo y pierde de vista que forma parte de un colectivo (Marx, Capítulo V, El Capital 1946). Esto tiene una implicación importante que es la enajenación del individuo a tres niveles, y con ella hay un cambio en la relación del hombre con la naturaleza. En primer lugar, se da la enajenación del obrero respecto al producto de su trabajo, que implica que la naturaleza se le presente como algo extraño que no le provee los bienes necesarios para su subsistencia, es decir que hay una separación entre él y la naturaleza. En segundo lugar, el trabajador ya no controla el proceso de trabajo y por tanto, ya no hay este diálogo entre el hombre y la naturaleza que le permitía desarrollar sus capacidades creativas y físicas, es decir, que lo hacían ser humano. En tercer lugar, el hombre pierde de vista que forma parte de un todo orgánico que es el medio natural, y que por tanto, todo lo que le ocurra a la naturaleza le afectará a él como individuo que forma parte de la sociedad, además de que no percibe que los responsables de la actual crisis de la naturaleza que atravesamos es resultado de los procesos histórico que la humanidad ha tenido y no de los individuos aislados.
Conclusiones
Ante todo lo expuesto anteriormente se puede decir que a pesar de que Marx no fue explícito en su planteamiento de cómo debe ser la relación entre el hombre y la naturaleza, es falso decir que no planteó las implicaciones que tiene para la naturaleza el tipo de relaciones de producción entabladas en el capitalismo. En primer lugar, como se mencionó en este documento, la búsqueda de la máxima ganancia y la interminable acumulación de capital provoca que se vea a la naturaleza como un objeto que solo importa en la medida en que puede absorber valor, es decir que se le ve únicamente en términos cuantitativos y, además, se le utilice en función de las necesidades de acumulación del capital y no de las necesidades de la mayoría de la sociedad. En segundo lugar, la enajenación del trabajo del obrero en el capitalismo rompe con la relación de unidad y transformación entre la naturaleza y el hombre, permitiendo que ésta se transforme en un relación de sometimiento violento del hombre hacia la naturaleza. Por estas cuestiones podemos afirmar que es erróneo querer sustituir la lucha de clases como motor de la historia por la lucha de liberación de la naturaleza de la dominación del hombre, pues solo en la medida en que se libere al hombre de su enajenación que le imponen las relaciones de producción capitalistas podrá volver a crearse una relación de unidad y transformación mutua del hombre con la naturaleza. Es decir, pues, que la lucha por la eliminación de la explotación del hombre por el hombre es la lucha por frenar el exterminio de la naturaleza.
Ollin Vázquez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
Bibliografía
Altvater, Elmar. 2005. «Hacia una Crítica Ecológica de la Economía Política.» Mundo siglo XXI (1): 9-27.
Grundmann, Reiner. 1991. «Cap 2. Ecology, the social sciences, and marxism .» En Marxism and ecology, de Reiner Grundmann, 47-106. UK: Oxford, Press.
Hinkelammert, Franz, y Henry Mora. 2016. «Las condiciones de posibilidad del proceso de trabajo: el proceso de trabajo como proceso técnico y como proceso económico.» En Hacia una economía para la vida, de Franz Hinkelammert y Henry Mora, 69-84. Bolivia.
Martínez, Alier, y Schlupman Klaus. 1991. «El marxismo y la economía ecológica.» En La ecología y la economía, de Alier Martínez y Schlupman K, 253-285. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.
Marx, Carlos. 1946. «Capítulo V, El Capital.» En Capítulo V, de Carlos Marx. Fondo de Cultura Económica.
Marx, Carlos. 1946. Capítulo V. Proceso de trabajo y proceso de valorización. Vol. Tomo I, de El Capital, de Carlos Marx, traducido por Wenceslao Roces, 130-149. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.
—. 2013. Manuscritos de economía y filosofía. 3ª edición. Traducido por Francisco Rubio Llorente. Alianza editorial.
Quiggin, daniel, Kris De Meyer, Lucy Hubble, y Antony Froggat. 2021. «The risks are compounding, and without immediate action the impacts will be devastating.» Climate change risk assessment 2021 1-53.
Marzo 2023
Introducción
El gran problema del “desarrollo económico” consiste en que, para elevar el nivel de vida de la población, se necesita tanto aumentar productividad del trabajo para incrementar la riqueza por habitante, como lograr que esa riqueza producida llegue en cantidad suficiente a todas las personas. El estancamiento económico y la desigualdad en la distribución de los recursos son, entonces, los dos grandes obstáculos para mejorar los estándares de vida de la población. En la medida en que cualquiera de los dos se agrava (estancamiento o desigualdad), las posibilidades de que las masas accedan a una vida mejor se reducen o de plano desaparecen. Ahora bien, uno de los puntos centrales de esta problemática es que crecimiento y distribución no son dos fenómenos independientes, sino que están inseparablemente relacionados: lo que sucede en el ámbito del crecimiento impacta a la distribución, y viceversa. Tener esto en cuenta es crucial para entender al capitalismo latinoamericano en general y al mexicano en particular, caracterizados por una enorme desigualdad (incluso cuando se compara con otros países capitalistas) y un crecimiento económico siempre volátil que, en la mayoría de los casos, es insuficiente para sostener durante periodos prolongados procesos en los que mejore el nivel de vida de las masas trabajadoras.
Uno de los grandes aportes de la teoría marxista de la dependencia (TMD), cuya elaboración más completa en América Latina corresponde la Dialéctica de ladependencia de Ruy Mauro Marini (1973) es que aplica las herramientas proveídas por Marx en El Capital para explicar la relación entre crecimiento y desigualdad en los países periféricos, considerándolos dentro de la dinámica de la acumulación capitalista global. Al hacerlo, Marini contribuyó a elaborar una teoría del subdesarrollo que unifica el análisis del comercio internacional, de la evolución industrial y de la distribución del ingreso. Es esta capacidad de aplicar creativamente la metodología marxista a las condiciones específicas de América Latina lo que le dio su popularidad incomparable durante los setenta del siglo pasado. Sin embargo, las elaboraciones teóricas que han seguido a la obra de Marini, así como otros trabajos en la misma tradición adolecen de un problema común, que es la ausencia de análisis empíricos que permitan contrastar las proposiciones teóricas con la realidad y, en ese proceso, confirmarlas, reafirmarlas o refutarlas. El objetivo de este trabajo es sentar las bases para realizar esa tarea. Para eso, exponemos el argumento de la Dialéctica de la dependencia centrándonos en el concepto de desarticulación, que relaciona los niveles de explotación de la clase obrera (distribución funcional del ingreso) con la evolución de la estructura industrial de los países dependientes. Al final, presentamos una serie de vías por medio de las cuáles fortalecer a la teoría a través del análisis empírico de sus principales proposiciones.
Superexplotación, desarticulación y subconsumo
¿Qué es la súper explotación?
Para el marxismo, la clave para entender los procesos de distribución de la riqueza producida en una sociedad capitalista debe buscarse en las relaciones que se establecen en el proceso de producción. Allí se determina la distribución inicial del nuevo valor generado, es decir la parte que corresponde a los salarios de la clase trabajadora y la plusvalía que sea su vez se distribuye en forma de ganancia, interés o renta a las clases no productoras. Por eso Marini analiza la relación entre distribución del ingreso y desarrollo capitalista partiendo de ese mismo punto.
A su vez, la relación de explotación en el proceso de producción se puede sintetizar de la siguiente forma: dado el valor de la fuerza de trabajo, el plusvalor está determinado por la diferencia entre la duración de la jornada de trabajo y el tiempo de trabajo necesario. El tiempo necesario es, a su vez, igual al valor de la fuerza de trabajo. Este último, por su parte, está determinado por el valor de los bienes y servicios que constituyen “la canasta de reproducción obrera” en una formación social determinada[1].
El capital es valor que crece por medio de la explotación del trabajo asalariado. Por lo tanto, mientras mayor sea la plusvalía obtenida, en mayor grado se habrá cumplido el objetivo del capital y más acelerado podrá ser su crecimiento. El análisis de los métodos para aumentar la plusvalía desempeña entonces un papel central en la teoría de Marx. Éste identificó dos formas fundamentales. La primera consiste en extender el tiempo de trabajo excedente incrementando la jornada laboral. A la plusvalía que emerge como resultado de la prolongación de la jornada laboral, Marx la denomina plusvalía absoluta. En la segunda forma, la jornada laboral permanece constante, pero el tiempo de trabajo necesario disminuye: esto sucede como consecuencia de una disminución en el valor de la fuerza de trabajo, que es posible mediante el aumento de la productividad en los bienes y servicios que constituyen la canasta de reproducción obrera. La producción de plusvalía relativa implica que es posible aumentar la plusvalía dejando constante el consumo real del proletariado[2]. Esto sería la base de la experiencia en los países desarrollados en donde, a partir de mediados o finales del siglo XIX, la clase obrera comenzó a experimentar aumentos en sus salarios reales.
Además de estos dos métodos principales, Marx identificó otra forma que, en cierto modo, se haya entre las dos antes expuestas: el aumento en la intensidad del trabajo. Esto se refiere al incremento en el número de operaciones o tareas que los trabajadores de una determinada unidad productiva realizan por unidad de tiempo. La tecnología usada es la misma, y la jornada laboral también, pero el resultado al final del día es una mayor cantidad de mercancías con el mismo valor unitario que antes y, por lo tanto, una mayor masa de plusvalía. Así, el aumento de la intensidad al nivel del capital individual actúa de forma similar al incremento de la jornada laboral.
Ahora bien, en estos dos últimos casos (aumento de la jornada o de la intensidad), emerge una posibilidad que Marx anotó: trabajar durante más tiempo, o hacerlo más intensamente, en tanto que implica un gasto mayor de energía física y mental, aumenta las necesidades de consumo de los trabajadores si es que han de reproducir su fuerza de trabajo en condiciones normales. Es decir, si se generaliza esta situación de mayor intensidad laboral o de jornadas más largas, el valor de la fuerza de trabajo aumentaría igualmente. Por lo tanto, si en esta situación hipotética el salario no aumenta, o no aumenta lo suficiente, esto significaría que a los trabajadores se les paga un salario inferior al valor de su fuerza de trabajo, es decir, un salario que les impide reponer su fuerza de trabajo en unas condiciones históricas y sociales determinadas. Aunque Marx mantiene el supuesto de que el salario es igual al valor de la fuerza de trabajo a lo largo de todo El Capital, en varias ocasiones reconoce la importancia real de esta “tercera forma” de aumentar la plusvalía:
“Sin embargo, en la práctica la reducción forzada del salario por debajo de este valor tiene una importancia demasiado grande para que no nos detengamos un momento a examinarla […] gracias a esto, el fondo necesario de consumo del obrero se convierte de hecho, dentro de ciertos límites, en un fondo de acumulación de capital” (Marx, 1973: 505)
Esta situación de precio inferior al valor de la fuerza de trabajo -a la que se puede llegar por múltiples mecanismos- es lo que la TMD denomina superexplotación del trabajo, puesto que aquí la clase obrera no solo produce un valor superior a su salario (explotación), sino que este último es insuficiente para acceder a un nivel de consumo “normal” en una sociedad determinada (superexplotación).
Ahora bien, en el capitalismo, el objetivo de cada capital es siempre el aumento de la plusvalía (bajo la forma de ganancias, rentas o intereses), lo que implica que estos tres grandes métodos se hacen presentes en mayor o menor medida siempre y en todo el mundo capitalista. Como afirma Marx:
“La tasa de plusvalía depende, en primer lugar, del grado de explotación de la fuerza laboral. […] El cero de su costo (de la fuerza de trabajo, JL) es […] un límite en un sentido matemático, siempre fuera de su alcance (de los capitalistas, JL), aunque siempre podemos aproximarnos cada vez más a él. La tendencia constante del capital es forzar el costo de la mano de obra de nuevo hacia este cero.” (Marx, cita de Smith, 2016)
Sin embargo, el elemento crucial de la versión de la TMD representada por Marini (1973), es el incorporar al análisis teórico del desarrollo desigual el hecho de que estos métodos de producción de plusvalía tienen una importancia distinta en los dos grandes “bloques” del sistema capitalista mundial: el centro y la periferia. La proposición fundamental es que, en el mundo subdesarrollado, la superexplotación del trabajo es una característica estructural del capitalismo y se constituye en el método principal de producción de plusvalía; esto contrasta con el centro, en donde la producción de plusvalía relativa como consecuencia del cambio tecnológico tiene el papel fundamental. La implicación inmediata de esto es que la tasa de explotación[3] es superior en la periferia que en el centro. Sobre este tema volveremos más adelante.
Superexplotación e intercambio desigual
Ahora bien, de acuerdo con la TMD, estos dos fenómenos (distintas formas primarias de aumentar la plusvalía), son dos caras de la misma moneda, y se explican por el intercambio desigual que se efectúa entre los países desarrollados y subdesarrollados. En sus términos más sencillos, en el intercambio desigual se opera una transferencia de valor de los países periféricos a los países centrales. La superexplotación emerge como la forma en que los capitales locales de los países periféricos compensanesta transferencia de valor, cuya manifestación inmediata es una menor rentabilidad de las inversiones. El método para elevar esa rentabilidad, dañada por el intercambio desigual, es intentando, con un alto grado de éxito “forzar el costo del trabajo hacia… cero”, utilizando los métodos anteriormente señalados: el aumento de la jornada y la intensidad sin un correspondiente incremento del salario, o incluso la simple compresión salarial. La plusvalía obtenida por esta vía, la de la superexplotación, le permite, pues, a los capitales nacionales compensar o al menos reducir las pérdidas del intercambio desigual.
Antes de discutir las implicaciones de la superexplotación, que es el objetivo central de este trabajo, es necesario detenerse un momento en el intercambio desigual. Marini propone tres mecanismos por medio de los cuales se genera esta transferencia de valor en el intercambio entre países (Dias Carcanholo & Correa, 2021). Estos son 1) la diferencia en productividad en las mismas ramas de producción 2) la composición de capital más elevada en el centro y 3) el monopolio del centro en importantes ramas de la producción. Ahora bien, las distintas teorías del intercambio desigual han sido objeto de amplia discusión y crítica[4]. Para lo que nos ocupa, una de las críticas más importantes es que no se especifica en qué sentido la superexplotación “compensaría” las pérdidas del intercambio desigual: ¿lo hace con respecto a una hipotética situación de autarquía del país periférico? ¿o con respecto a la tasa de ganancia que se obtiene en los países desarrollados? No es claro por qué esa compensación es necesaria.
Sin embargo, el punto que se defiende en este artículo es que el intercambio desigual no es condición necesaria para el surgimiento de la superexplotación como característica estructural del capitalismo dependiente. Para entender esto, nos podemos aproximar con la siguiente pregunta: ¿por qué los capitales de los países centrales no “súper explotan” a su clase obrera de manera estructural?[5] De acuerdo con la TMD, estos se benefician del intercambio desigual y, por lo tanto, no tienen que “compensar” ninguna pérdida operada en el intercambio desigual. Pero el objetivo de los capitalistas no es compensar pérdidas, sino maximizar la plusvalía apropiada. Aunque se sostiene que esto sucede primordialmente por medio de la producción de plusvalía relativa, no es claro cómo esto no se podría combinar con la superexplotación de la clase obrera en el centro.
Marx señala una posible forma de abordar el problema: “cuando la maquinaria… gradualmente toma el control de todo un campo de producción, […] una sección de la clase trabajadora … se vuelve superflua […] inunda el mercado laboral y hace que el precio de la fuerza de trabajo caiga por debajo de su valor” (Marx, cita de Smith 2016: 237)
Aquí, como apunta Smith (2016), Marx se refiere a los episodios cíclicos de cambio tecnológico que, en virtud de que aumentan al ejército industrial de reserva, reducen la capacidad de resistencia de la clase obrera y le permiten al capital sostener la superexplotación, lo que es posible hasta que el ejército de reserva o población sobrante regresa a su proporción normal y con ella el poder relativo de la clase obrera vis a vis el capital. Lo que es específico del capitalismo dependiente sería que la clase obrera carece sistemáticamente de la fuerza suficiente para evitar que el salario caiga por debajo del valor de la fuerza de trabajo; y esta debilidad estructural tiene su causa central en que, a diferencia de los países centrales, en los países dependientes la magnitud relativa de la población sobrante no tiene, fundamentalmente, un comportamiento cíclico, sino que se suele mantener constante en el tiempo. Nos referimos a los enormes contingentes que se hayan en el llamado “desempleo disfrazado” que representan una sección nada despreciable de la llamada economía informal, y que, en el siglo pasado, y en muchos de los países menos desarrollados actualmente, se concentran en la pequeña producción agrícola. Los ingresos de esta población, que está más o menos integrada con la gran producción capitalista, operan como el límite inferior para los salarios de la clase obrera “propiamente dicha”. Esto es así porque los capitalistas pueden disponer de “reservas ilimitadas de trabajo”, lo que empuja a la baja los salarios en el sector capitalista formal. El secreto de la superexplotación debe encontrarse, entonces en el proceso de desarrollo capitalista dependiente que provoca una proletarianización incompleta o una población sobrante permanente. Esto es lo que Samir Amin (1970) llama “transición al capitalismo periférico”, que contrasta con la forma de desarrollo capitalista en los países centrales. La consecuencia más importante de esta forma de transición y desarrollo capitalista es la proletarianización incompleta, que presiona permanentemente a la baja los salarios del proletariado industrial formal. Creemos que este hecho constituye un mejor fundamento de la superexplotación que el intercambio desigual.
Súper explotación y mercado interno: la economía desarticulada
En este punto el argumento se torna fundamental para entender la dinámica de las economías dependientes, y es crucial para los análisis sobre crecimiento y distribución que constituyen el corazón de la economía del desarrollo. Marini sostiene que la superexplotación generalizada del trabajo, al restringir la capacidad de consumo de las clases trabajadores, reduciéndola al mínimo, tiene como consecuencia necesaria una demanda interna igualmente mínima de bienes de consumo. En palabras de Marini: “Lo que sostengo es, […] que la superexplotación al restringir el consumo popular, no lo convierte en un factor dinámico de realización” (Marini, 2008 :188). En las economías latinoamericanas previas a los periodos de industrialización del siglo XX, esto significó que el eje de la acumulación de capital sería el sector externo, es decir que “el factor dinámico de realización” eran los mercados extranjeros. Esto contrastaba con la experiencia de los países avanzados, en donde los salarios eran, por un lado, un costo para el capitalista individual, pero, por el otro, fuente de demanda para el capital en su conjunto. En los países periféricos, el trabajo se constituyó en sus inicios casi exclusivamente como un costo, dado que la masa salarial no era fundamental para la realización del plusvalor.
Aquí se llega a un concepto clave para la TMD que después ha sido recuperado por otras corrientes en la economía del desarrollo: el concepto de desarticulación. Una economía capitalista está desarticulada cuando la realización del plusvalor (la venta de las mercancías) es independiente de los salarios de la clase trabajadora. Pensemos en el caso extremo: una economía que solo produce capitalistamente para los mercados exteriores o bienes de lujo para la clase capitalista sería un ejemplo de una economía totalmente desarticulada, puesto quelos salarios de la clase obrera no desempeñarían ningún papel para la venta de las mercancías producidas bajo la lógica capitalista. La desarticulación tiene dos implicaciones fundamentales.
La primera es que reducir los salarios hasta el mínimo indispensable permitiría aumentar exactamente en la misma proporción la plusvalía y por lo tanto acelerar la acumulación de capital, sin amenazar en lo más mismo la estabilidad del sistema. O, con otras palabras, una mayor desigualdad puede sostener tasas de crecimiento más elevadas[6]. A esto se refiere Marini cuando afirma que:
“Como la circulación se separa de la producción y se efectúa básicamente en el ámbito del mercado externo, el consumo individual del trabajador no interfiere en la realización del producto, aunque sí determina la cuota de plusvalía. En consecuencia, la tendencia natural del sistema será la de explotar al máximo la fuerza de trabajo del obrero, sin preocuparse de crear las condiciones para que éste la reponga, siempre y cuando se le pueda reemplazar mediante la incorporación de nuevos brazos al proceso productivo” (Marini, 1973: 134)
En suma: la lucha distributiva entre la clase obrera y la burguesía se agudiza al extremo, y no hay elementos objetivos en el funcionamiento del sistema que operen a favor de una atenuación de la superexplotación y, en ocasiones, ni siquiera de un aumento en los salarios reales de la clase obrera. Esto contrasta con el capitalismo en los países desarrollados durante gran parte del siglo XX, que representaban el caso opuesto: una economía articulada. En este caso, los salarios de la clase obrera constituyen el rubro principal de la demanda. Esto implica que existe un vínculo bien definido entre la masa salarial y la realización del plusvalor. En este caso, el mercado interno se constituye en el eje fundamental de la acumulación y se crean las condiciones para el “contrato social demócrata” (Amin, 1970), explicadas muy claramente por Sweezy:
“La burguesía del centro aprendió a partir de la experiencia histórica que una situación que permite la elevación del nivel de vida del proletariado (una tasa de plusvalía estable combinada con productividad creciente) no solo era funcional sino indispensable (subrayados JL)para la operación del sistema en su conjunto […] lo que esto significa es que una tasa de plusvalía en aumento, por más deseable que sea para el capitalista individual sería un desastre desde el punto de vista de las sociedades capitalistas del centro consideradas como un todo” (Sweezy, 1982: 215, traducción propia).”
Un aumento sostenido en la tasa explotación era “un desastre” porque el consumo obrero era fundamental para la realización de la plusvalía: cosa que no es el caso en las economías desarticuladas-dependientes, volcadas a los mercados exteriores y a la esfera de “alto consumo”, es decir aquél orientado a las clases altas que concentran una proporción enorme de la riqueza social.
La segunda implicación está íntimamente relacionada con la primera. Como afirma Marini: “la suposición de que yo afirmo que los trabajadores no participan del mercado interno es una caricatura (Marini, p.188)”: no existe ninguna economía, por más desigual y orientada al exterior que sea, en donde los trabajadores no consuman las mercancías producidas capitalistamente. Lo que la superexplotación provoca es que este consumo sea reducido y se mantenga estancado. Por lo tanto, los sectores capitalistas que producen bienes de consumo popular enfrenten una demanda extremadamente baja. La baja demanda, a su vez, hace que inversiones que, potencialmente, aumentarían la productividad del trabajo en esos sectores no sean rentables, como afirman Osorio & Reyes (2020: 222): “serán entonces capitales menos poderosos los que se abocarán a producir para el mercado interno de los asalariados, reducido por los efectos de la súper explotación y por el enorme número de trabajadores recluidos en la superpoblación relativa”.
En suma: de acuerdo con la TMD, la superexplotación generalizada tiene las siguientes consecuencias fundamentales:
El mercado exterior y la esfera de alto consumo se constituyen en los ejes de la acumulación capitalista. Esto intensifica la dependencia, puesto que la acumulación de capital en la periferia se convierte en una función de la acumulación de capital en el centro. En contraste con los países avanzados, los países periféricos carecerían de un desarrollo capitalista endógeno, que se sostenga “sobre sus propios pies”. El ritmo del crecimiento vendría determinado entonces, casi en su totalidad, por circunstancias exteriores a la formación social dependiente.
Se agudizan “las condiciones antagónicas de distribución” entre la burguesía y el proletariado: estando este último en una desventaja sustancial estructural. La consecuencia es una polarización en la distribución del ingreso mucho mayor que en el capitalismo central.
El poder adquisitivo de la clase trabajadora es sumamente bajo. La limitada demanda interna opera en contra de la acumulación de capital acelerada en sectores que producen bienes de consumo para la clase trabajadora nacional. Podemos ilustrar el problema de la siguiente forma: dado el creciente papel del capital fijo en la producción capitalista, introducir mejoras técnicas de este tipo solo es “rentable” para el capitalista individual si éste espera vender una determinada cantidad “x” de mercancías en un periodo determinado. Cuántas mercancías será capaz de vender en un periodo determinado es una magnitud determinada por el poder adquisitivo de la clase obrera. Cuando éste es muy bajo, vender “x” no es factible y la inversión no se lleva cabo. Si esto les sucede a todos los capitales en un sector, el resultado es el estancamiento de la inversión y, con él, del desarrollo de la fuerza productiva del trabajo.
En suma: la acumulación basada en la súper explotación genera y acrecienta la dependencia, la polarización económica y el estancamiento en importantes sectores económicos.
Discusión
Como se mencionó en la introducción, dialéctica de la dependencia representa un parteaguas en la teoría marxista en tanto que es uno de los esfuerzos más rigurosos por utilizar la teoría de El Capital para entender la especificidad del capitalismo dependiente en general y latinoamericano en particular. Su atractivo deriva de que ofrece un esquema lógico perfectamente articulado que provee explicaciones para las principales tendencias del capitalismo latinoamericano: la superexplotación generalizada del trabajo, la dependencia en el mercado exterior y la franja de alto consumo para la realización del plusvalor, y el estancamiento relativo del aparato industrial doméstico. Ahora bien, es precisamente en este carácter de modelo teórico en donde yacen sus principales limitaciones y el mayor riesgo, que consiste en sustituir el estudio de la realidad concreta por un determinado esquema teórico.
En ese sentido, una de las principales deficiencias de las elaboraciones en esta tradición ha sido la debilidad del estudio empírico de la acumulación capitalista en los países latinoamericanos: las proposiciones fundamentales de la teoría han carecido, en lo fundamental, de su correspondiente contraste con la realidad. Una parte de esto se debió, en su momento, a la ausencia de datos estadísticos con las características necesarias. Este problema, hoy, sin embargo, ha quedado fundamentalmente superado. Del mismo modo, importantes desarrollos en la teoría económica en general hoy proveen herramientas importantes para avanzar en la concretización de la dialéctica de la dependencia.
Lo que sigue es una propuesta para abrir una agenda de investigación que ayude avanzar en la comprensión de la dependencia, la explotación y el subdesarrollo. Proponemos un camino para avanzar en el estudio empírico de las proposiciones fundamentales de la teoría de la dependencia.
Primero: como apuntamos anteriormente, la consecuencia de la superexplotación del trabajo generalizada sería una tasa de explotación mayor en los países dependientes que en los centrales. Además de los problemas de disponibilidad de datos, nos enfrentamos con problemas problema clásico de medir variables marxistas utilizando datos construidos con enfoques conceptuales distintos. Sin embargo, es posible afirmar que, a niveles muy agregados, las variables construidas con magnitudes monetarias ofrecen una buena aproximación a lo que sucede en términos de valor. Así, diversos trabajos han comenzado a producir estas comparaciones a nivel internacional. Un ejemplo es Basu et. al, (2022), en donde los autores calculan tasas de ganancias mundiales para el periodo 1960-2019. Utilizando sus datos, presentamos en la figura 1 una serie histórica con la participación de las ganancias en el valor agregado, que es equivalente a la tasa de explotación, para 4 grupos de países de acuerdo con su PIB per cápita. La gráfica muestra que el supuesto de tasas de explotación superiores para países más pobres se sostiene. Para el periodo 1970-2019, la tasa de explotación es superior para los grupos de países menos desarrollados. Dos fenómenos importantes que señalar son la convergencia que se comienza a observar entre los grupos durante el periodo neoliberal. El otro es que estos datos contienen no solo las compensaciones a los asalariados sino los ingresos de los autoempleados, que suman cientos de millones en los países subdesarrollados. Así, esto sesga a la baja la tasa de explotación en estos países.
Figura 1
Nota: La tasa de explotación (s/v) es equivalente a la participación del plusvalor en el valor generado s/(s+v), donde s es el plusvalor y v el capital variable. Fuente: elaboración propia con datos de Basu et al. (2022)
Segundo: la proposición de que, en los países periféricos la producción de plusvalía se realiza principalmente mediante la súperxplotación en contraste con el centro (plusvalía relativa) puede aproximarse a nivel agregado: es posible “descomponer” el crecimiento de las ganancias (proxy imperfecta de la plusvalía) en sus distintos componentes: crecimiento de los salarios reales y productividad. En particular, es posible estimar si el crecimiento de la participación de las ganancias se debe a una caída en los salarios reales, a un aumento de la productividad o a una combinación de ambas.
Tercero: se afirma que, como consecuencia de la superexplotación generalizada, los salarios de los trabajadores desempeñan un papel limitado en la realización de la plusvalía. Como consecuencia, el papel principal lo desempeñan las franjas de alto consumo y los mercados exteriores. Mediante el uso de matrices insumo-producto y matrices de contabilidad social, es posible estimar, para una economía determinada, el peso del consumo de cada decil de la distribución del ingreso en el consumo y en la demanda final total. También es posible contrastar esto con el peso de las exportaciones en la demanda final total. Cuando se analiza esto mismo en el tiempo, será posible aproximarse a la respuesta de si el factor más dinámico de crecimiento, o el eje de la acumulación de capital es el sector externo, el orientado a los bienes de lujo o el orientado a los bienes de consumo popular.
Cuarto: relacionado con lo anterior, se vuelve necesario contrastar los patrones de inversión y crecimiento de la productividad en los sectores que constituyen la canasta de reproducción obrera y aquellos dedicados a las franjas de alto consumo y exportación. ¿Es cierto que los últimos muestran mucho mayor dinamismo que los primeros?
Estos planteamientos no pretenden proponer una metodología mecánica para aceptar o tirar por la borda a la teoría de la dependencia en su conjunto. Por el contrario, sostengo que en la medida en que vayamos dando respuesta a estas preguntas tendremos una comprensión mucho más precisa de las formas que asumen la dependencia y la superexplotación, causa principal de la miseria que padecen las grandes masas trabajadoras. De esa forma, el objetivo estratégico de la clase obrera en los países dependientes, la lucha inmediata por eliminar la superexplotación, podrá irse conjugando con una estrategia de desarrollo económico de largo plazo que sirva de guía para cambiar los patrones de especialización y acumulación que reproducen el subdesarrollo.
Jesús Lara es economista por The University of Massachusetts Amherst.
[1] Una introducción rigurosa y accesible a los conceptos fundamentales de El Capital de Marx puede encontrarse en Nieto (2014).
[2] Un aspecto importante a señalar es que la producción de plusvalía relativa, en la mayoría de los casos, no es intencional: la clase capitalista no “planea” rebajar el valor de la fuerza de trabajo; esto es el resultado de la competencia: en particular, cada capitalista individual, para subsistir como tal o para aumentar sus ganancias, busca “reducir sus costos” de cualquier forma. Cuando esto se logra a partir de la introducción de mejoras en el proceso de producción, y estas mejoras se generalizan, disminuye el valor de las mercancías producidas. Si esas mercancías pertenecen a la canasta de reproducción obrera, o entran como medios de producción de esos bienes, el resultado es el que el costo de la canasta disminuye, y con ella el valor de la fuerza de trabajo.
[3] La tasa de explotación es igual a s/v, donde s es el plusvalor y v el capital variable (salarios obreros). Si la tasa de plusvalor es, por ejemplo, igual a 1 o 100%, esto quiere decir que por cada hora que la clase obrera trabaja de forma remunerada, trabaja otra hora produciendo plusvalor.
[4] Un trabajo que resume de manera crítica las teorías marxistas del intercambio desigual es De Janvry & Kramer (1979). Para una exposición reciente sobre el intercambio desigual bajo regímenes monopolistas en las Cadenas Globales de Valor, véase Basu & Vasudevan (2021).
[5] Como se verá más adelante, el mundo capitalista desarrollado ha experimentado también un aumento en la tasa de explotación desde el advenimiento de la globalización neoliberal.
[6] Los trabajas que desarrollan esta idea de la manera más completa son Taylor & Bacha (1976) y De Janvry & Sadoulet (1983).
Referencias
Amin, S. (1974). Accumulation on a world scale. Monthly Review Press.
Carcanholo, M. D., & Corrêa, H. F. (2020). Ruy Mauro Marini (1932–97). In Routledge Handbook of Marxism and Post-Marxism (pp. 526-533). Routledge.
Basu, D., & Vasudevan, R. (2021). Global value chains and unequal exchange: Market power and monopoly power.
Basu, D., Huato, J., Jauregui, J. L., & Wasner, E. (2022). World Profit Rates, 1960–2019. Review of Political Economy, 1-16.
de Janvry, A., & Sadoulet, E. (1983). Social articulation as a condition for equitable growth. Journal of Development Economics, 13(3), 275-303.
Osorio, J., & Reyes, C. (2020). La diversidad en el sistema mundial capitalista. Procesos y relaciones en la heterogeneidad imperante. México: Gedisa–UAM.
Marini, Ruy Mauro. Dialéctica de la dependencia (1973). En publicación: América Latina, dependencia y globalización. Fundamentos conceptuales Ruy Mauro Marini. Antología y presentación Carlos Eduardo Martins. Bogotá: Siglo del Hombre – CLACSO, 2008. ISBN 978-958-665-109-7
Marini, Ruy Mauro (2008). América Latina, dependencia y globalización. Compilador Carlos Eduardo Martins. – Bogotá: CLACSO y Siglo del Hombre Editores
Marx, Carlos (1973), El capital, t. III, Fondo de Cultura Económica, México
Nieto Ferrández, M. (2015). Cómo funciona la economía capitalista: una introducción a la teoría del valor-trabajo de Marx.
Smith, J. (2016). Imperialism in the twenty-first century: Globalization, super-exploitation, and capitalism’s final crisis. NYU press.
Sweezy, P. M. (1982). Center, Periphery, and the Crisis of the System. In H. Alavi & T. Shanin (Eds.), Introduction to the Sociology of “Developing Societies” (pp. 210–217). Macmillan Education UK.https://doi.org/10.1007/978-1-349-16847-7_17
Taylor, L., & Bacha, E. L. (1976). The unequalizing spiral: A first growth model for Belindia. The Quarterly Journal of Economics, 90(2), 197-218.
Abril 2023
La desigualdad es un tema actual y debatido mundialmente. Internacionalmente destacan las posturas de Joseph Stiglitz (2012), Premio Nobel de Economía, y de Thomas Piketty (2014).
En 2012, Stiglitz publicó el libro El precio de la desigualdad donde argumenta que a mayor desigualdad menor crecimiento y a menor desigualdad mayor crecimiento económico y que la desigualdad es consecuencia de las fallas de mercado. Aún más, que la elevada desigualdad existente en EE. UU. incrementa la inestabilidad, reduce la productividad y socava la democracia. En torno a las fallas de mercado, considera que el Estado debe intervenir para corregirlas.
Este debate, que data de los últimos 30 años, lo ha venido ganando la visión de los que creen que el Estado no debe de intervenir, a grado tal que las personas creen que el dinero gastado en lo individual está mejor empleado que el dinero que se le confía al Gobierno. Así también, que un Estado que interviene para corregir las fallas de mercado –por ejemplo, para disminuir la propensión de las empresas a contaminar– ocasiona más perjuicios que beneficios. De acuerdo con Stiglitz (2012), con esa visión se han tomado decisiones políticas y económicas por parte de los Gobiernos, que han conducido a que el papel del Estado esté demasiado limitado y que éste sea incapaz de proporcionar los bienes públicos necesarios para la población –educación, salud, tecnología, infraestructura– que podrían dinamizar la economía. En este debate se evidencian las contradicciones de los que defienden un Estado minimalista y sin intervención en el mercado, pues no piensan lo mismo cuando han tenido la necesidad de rescates económicos a las empresas. Por ejemplo, en la crisis inmobiliaria de 2008 el Estado realizó rescates millonarios a costa de los contribuyentes. ¿Por qué entonces no se vuelcan las fuerzas del Estado para redistribuir la riqueza creada, ahí donde el mercado falla? Debería ser el Estado el que pueda corregirlo.
Thomas Piketty (2014) en su obra El capital en el siglo XXI, aborda ampliamente la desigualdad desde el punto de vista histórico; con estadísticas muestra cómo ha ido variando la desigualdad desde 1700 hasta el siglo XX. Para él, la redistribución de la riqueza ha tenido siempre causas profundamente políticas y no mecanismos puramente económicos. Por ejemplo, para el periodo de 1910 a 1950, la reducción de la desigualdad se debió básicamente a la guerra y a las políticas adoptadas para hacer frente a sus embates. El resurgimiento de la desigualdad, a partir de 1980, se debe principalmente a los cambios políticos que llevaron a tomar decisiones en materia fiscal y financiera.
La desigualdad –dice– está sujeta a mecanismos que ayudan a disminuirla o, por el contrario, favorecen su crecimiento. La difusión del conocimiento y la inversión en formación y capacitación empujan hacia la convergencia, hacia la reducción y compresión de las desigualdades. La ley de la oferta y la demanda, así como la movilidad del capital y la mano de obra también hacen tender hacia la reducción, pero esta ley económica es menos eficiente que la difusión de conocimientos y habilidades. El conocimiento y su habilidad de difusión son la clave del crecimiento general de la productividad, así como la reducción de la desigualdad dentro y entre los países. Otro factor que ayuda a disminuir la desigualdad es el avance tecnológico aplicado a la producción, pues con el tiempo exige mayores habilidades por parte de los trabajadores, por lo que la participación del trabajo en la renta total se elevará; es decir, el capital humano tiende a ser más capacitado y a tener mayor participación en la distribución de la riqueza entre los factores (capital y trabajo), generando una distribución más equitativa. Por el contrario, que la desigualdad crezca está asociado a dos cosas: una gran disparidad de la renta acelera el crecimiento de la desigualdad y, cuando el crecimiento es débil y el rendimiento del capital es alto, la desigualdad tiende a crecer. Este segundo elemento es el que representa la amenaza más grande para la igualdad.
Piketty (2014) concluye entonces que la desigualdad está creciendo más en la segunda década del siglo XXI y es necesario que los Gobiernos tomen acciones que le hagan frente; en particular, sugiere que se cobre un impuesto sobre el capital y no sobre los ingresos. Este último gravamen se ha estado aplicando desde el siglo XX, pero para enfrentar los retos del siglo XXI debería hacerse sobre el capital. Aunque considera que eso no bastará, sino que será necesario que se acompañe de una política económica y social que garantice servicios básicos e igualdad de oportunidades para la movilidad económica. El Estado, contrario a quienes dicen que no debe intervenir en la economía, necesita urgentemente realizar políticas que redistribuyan el ingreso; es posible que cometa errores, pero eso no debería ser una limitante para poder redistribuir la riqueza.
En este mismo sentido, el economista Gerardo Esquivel (2015) realizó un estudio para la Oxfam México, titulado Desigualdad extrema en México, concentración del poder económico y político. En este documento evidenció que la desigualdad estaba creciendo aceleradamente, lo que no solo trajo consecuencias sociales, sino que tiene implicaciones políticas que juegan un rol importante.
Esquivel (2015) reporta que uno de los aspectos más graves de la desigualdad es la distribución del ingreso, que entre mediados de los años 90 y 2010 disminuyó, pero fue mayor que la que había en los 80. Evidencia dos eventos contradictorios: ha crecido el ingreso per cápita, pero se han estancado las tasas de pobreza en el país. Lo anterior, debido a que el crecimiento se concentra en las esferas más altas de la distribución.
Así se entiende que la estadística que cita nos diga que en México al 1% más rico le corresponde un 21% de los ingresos totales de la nación. Otros –refiere– como el Global Wealth Report 2014, señalan que el 10% más rico de México concentra el 64.4% de toda la riqueza del país. Esa concentración de la riqueza explica que el número de multimillonarios mexicanos no creció mucho, pero sí que concentró más riqueza en los últimos años. En 2015 eran sólo 16 y en 1996 su riqueza equivalía a 25,600 millones de dólares; hoy esa cifra es de 142,900 millones de dólares. En 2002, la riqueza de cuatro mexicanos representaba el 2% del PIB; entre 2003 y 2014 ese porcentaje subió a 9%. Se trata de un tercio del ingreso acumulado por casi 20 millones de mexicanos (Esquivel, 2015).
Las consecuencias de la creciente desigualdad no son solo sociales, sino que los que han hecho grandes fortunas en el país han estado capturando al Estado mexicano. Esto se ve reflejado en que, ya sea por falta de regulación o por un exceso de privilegios fiscales, sus fortunas han crecido aceleradamente, abonando así a la exacerbación de la desigualdad. Por eso, para Esquivel (2015), una de las grandes deficiencias es que la política fiscal favorece a quien más tiene, pues no es progresiva y no tiene un efecto redistributivo en la economía; el sistema tributario mexicano beneficia a los sectores más privilegiados. Aunado a lo anterior, no hay impuestos a las ganancias de capital en el mercado accionario ni en las herencias, entre otras cosas.
Esta realidad afecta a la economía mexicana porque ante la escasez de recursos se recorta el capital humano y se pone en juego la productividad de los pequeños negocios. Por su parte, la política salarial imperante está pensada para contener el efecto inflacionario de la economía (Esquivel, 2015), por lo que en este momento no tiene razón de ser, pues el salario mexicano está por debajo de los umbrales de pobreza. Recalca, además, que la desigualdad ha generado otros problemas importantes: la pobreza de la población indígena es mayor en cuatro veces a la general; la educación pública esté quedándose rezagada frente a la educación privada; y la violencia está creciendo como consecuencia de la marginación.
Del análisis de los autores antes expuestos se puede afirmar que los estragos que causan la desigualdad son muchos, empezando por la polarización de la sociedad entre ricos y pobres, y, como consecuencia, baja escolaridad, altos niveles de pobreza y oportunidades desiguales de participar en el reparto de la riqueza nacional. Todos coinciden, cada uno desde su propia lectura, en que es necesario repensar cómo hacer que el Estado intervenga para corregir las fallas de mercado y orientar la economía para que la distribución de la riqueza sea más equitativa. De lo contrario, la polarización entre ricos y pobres no sólo traerá consecuencias económicas desastrosas, sino que puede poner en peligro la existencia misma de la sociedad occidental tal y como se le conoce. Piketty (2014) enfatiza que la concentración de la riqueza puede generar revoluciones sociales, como en 1789 en Francia.
Rogelio García Macedonio es economista por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
Abril 2023
En este artículo quiero realizar una primera aproximación a las tres tradiciones teóricas dominantes en la economía que son la teoría neoclásica, la teoría keynesiana y la teoría marxista. El objetivo es contrastarlas de acuerdo con su origen histórico, pero sobre todo desde el énfasis que cada una realiza en la realidad económica desde sus conceptos más importantes. Para esto, tomo como referencia básicamente el libro de los economistas Richard Wolf y Stephen A. Resnick “Contending Economic Theories: Neoclassical, Keynesian, and Marxian“.
Veamos.
La primera tiene su origen en los economistas clásicos Adam Smith y David Ricardo, el primero de los cuales introduce la teoría del valor trabajo pero que es desechada a raíz de la revolución marginalista con la introducción de la idea de utilidad marginal del economista William Stanley Jevons. La teoría keynesiana fue producto principalmente de las ideas de John Maynard Keynes, un economista y banquero inglés, que vivió en un periodo de alta inestabilidad social y económica, que lo llevó a romper frontalmente con el enfoque neoclásico pues consideraba que no era suficiente para contener la crisis que presentaban numerosos países alrededor del mundo. Por su parte, el marxismo, tanto como filosofía como teoría económica, surge del pensamiento de Carlos Marx, quizá el mayor pensador revolucionario, que trata de explicar el origen de la situación de precariedad e injusticias en que se debatía la inmensa mayoría de los trabajadores de los países europeos en el siglo XIX.
A pesar de la existencia de diferentes tradiciones teóricas, por los múltiples intereses en juego, la protección de privilegios en la sociedad y la particularidad de las interacciones humanas, entre los economistas se cree que con una sola teoría basta para comprender la complejidad de los fenómenos económicos, específicamente, la teoría neoclásica, dominante en la gran mayoría de los departamentos de economía del mundo. Lo cierto es que cada una de ellas es parcialmente válida y hace énfasis en un subconjunto de los problemas sociales, pero no podemos negar que en cada una existe un nivel de rigurosidad metodológica y de consistencia lógica deseables en cualquier cuerpo teórico, cuando menos en sus más conspicuos representantes.
Antes, me referí a la teoría neoclásica, keynesiana y marxista en general, sin embargo, hay múltiples variedades en cada una de ellas. Aquí hago abstracción de las diferencias más específicas que pueda haber en cada una y me concentro en sus características más generales. Usualmente, cuando se empieza a estudiar una teoría, se hace definiendo algunos conceptos básicos y estableciendo algunos supuestos fundacionales. Aquí quiero, concentrarme solo en sus términos más importantes por lo que las caracterizaciones pueden quedar un poco simplificadas. Veamos a cada una de ellas por separado.
En la teoría neoclásica de la economía, en un curso introductorio de microeconomía, se inicia con los conceptos de escasez de recursos, eficiencia en la producción, elección entre varias alternativas y costo de oportunidad. Para entender por qué esta teoría hace énfasis en estos conceptos, debemos ir a la historia. Adam Smith, a quien se considera el padre de la economía, vivió en una época de grandes cambios que requerían una explicación racional. El nivel de producción en Europa crecía a niveles no vistos previamente justo en la transición del feudalismo al capitalismo. La observación crítica de este economista lo lleva a explicar el incremento dramático en la riqueza enfatizando la producción y el uso eficiente de los recursos disponibles. Sistematiza que el precio de las mercancías está explicado por la cantidad de trabajo que contienen (valor), y aunque distingue entre el valor de uso y valor de cambio, sin las categorías de trabajo abstracto y fuerza de trabajo, que introducirá más tarde Marx, Smith no pudo arribar al concepto de plusvalía u origen último de la ganancia. Con la revolución marginal, a finales del siglo XIX, Jevons introduce la teoría subjetiva del valor a través del concepto de utilidad. En esta teoría, el precio de una mercancía se explica en primer lugar por las preferencias de los individuos, es decir, por los deseos y elecciones de los consumidores, pasando el costo de producción o el trabajo incorporado en la mercancía a segundo plano.
Ahora bien, en la teoría keynesiana, los conceptos iniciales son la demanda agregada, inversión que explican por los hábitos individuales de los inversores, una especie de psicología de masas y el papel de las instituciones como los sindicatos o el estado. Keynes rompió con la teoría neoclásica cuando a raíz de la gran depresión de 1929, la economía europea se estancó y el desempleo era rampante, con el riesgo que esto significaba para la estabilidad política y el miedo a una revuelta o revolución como había ocurrido en Rusia. Buscaba pues reformar las instituciones capitalistas sin romper con ellas (Wolff and Resnick, 2012).
Finalmente, en la economía marxista, los conceptos en que se enfatiza son valor de uso, valor de cambio, trabajo, trabajo abstracto, fuerza de trabajo, plusvalía, clase social, relaciones sociales, fuerzas productivas, etc. La contribución de Marx es el énfasis en las relaciones sociales de producción. En la producción capitalista participan trabajadores y medios de producción, estos últimos son propiedad de los capitalistas, quienes pagan a los trabajadores un salario por su fuerza de trabajo. Pero en esa jornada de trabajo, los obreros producen un valor mayor al que reciben como pago por sus servicios. Esta parte no pagada forma la plusvalía de la que se apropia el capitalista y es el incentivo que lo lleva a invertir una suma de dinero en primer lugar.
Queda claro que las tres teorías enfatizan conceptos diferentes porque hacen énfasis en distintos aspectos de la realidad, la teoría neoclásica hace énfasis en la producción eficiente, las preferencias de los consumidores y en los intercambios libres entre agentes abstractos, pero no habla de la relación concreta entre asalariado y capitalista ni de la plusvalía que este último se apropia del trabajador. La teoría keynesiana enfatiza el rol del estado en impulsar la inversión en época de crisis, pero solo con un instrumento para evitar el colapso del capitalismo. Son teorías que enfatizan aspectos específicos de la realidad económica. La teoría marxista, por otro lado, muestra cómo en el capitalismo existe explotación del trabajador por parte de los dueños de los medios de producción. La teoría keynesiana, pero sobre todo la neoclásica, prefiere ignorar este hecho y por eso es la teoría preferida por los dueños del dinero y la predominante en las universidades de élite.
Arnulfo Alberto es maestro en economía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
Referencias
Wolff, Richard D. & Resnick, Stephen A., 2012. “Contending Economic Theories: Neoclassical, Keynesian, and Marxian,” MIT Press Books, The MIT Press, edition 1, volume 1, number 0262018004, December.
Marzo 2023
A nadie le gusta sentirse pobre. Y no me refiero solo a ser pobre, sino a reconocerse como tal. Pareciera un insulto o motivo de vergüenza. La pobreza tiene un estigma, el de sentirse culpable de sufrir carencias.
Porque si no llego al final de la quincena, ha de ser porque se me ocurrió comer tres veces al día o enfermar o porque cometí el gran pecado financiero de querer divertirme un fin de semana. A fin de cuentas, “el pobre es pobre porque quiere”, ¿no?
Muchos incluso creen que la pobreza es un estado de conciencia o algo que se decreta. Así que, si no quieres ser pobre, mejor no pienses en que no te alcanza para los útiles escolares de tus hijos a pesar de trabajar 10 horas de lunes a sábado, más 3 horas de trayectos. “No atraigas lo que no quieres en tu vida.”
Desafortunadamente, la pobreza no es una idea, sino una realidad. Cuando no te alcanza para la renta o para un medicamento, para comprar ropa, para comer o para tomar terapia. Cuando no tienes donde vivir, no llega el agua a tu casa o no pudiste seguir estudiando. Cuando no tienes tiempo ni siquiera para dormir bien o para ver a tus hijos. Cuando vives rodeada de violencia y temes salir a la calle. Esas son las caras de la pobreza: la carencia de los satisfactores necesarios para vivir humanamente o, al menos, para no morir.
Pero la pobreza tampoco es merecida. No es tu culpa que los trabajos den salarios de hambre, que no ofrezcan contrato ni prestaciones, que las jornadas sean tan largas y no haya vacaciones pagadas. No es tu culpa que el 60% de la economía sea informal o que la mayoría de los emprendimientos estén destinados a fracasar o a estancarse. No es tu culpa haber tenido que pagar el yeso para el brazo roto de tu hijo y “perder” ahí tus ahorros. Si tan solo tuvieras el suficiente capital para invertir. Pero tampoco elegiste nacer desheredado.
Y la riqueza tampoco es merecida. El millonario no se esfuerza millones de veces más que sus trabajadores ni es millones de veces más inteligente. Y, sin embargo, mientras unos nos empobrecemos, otros pocos se enriquecen más y más. El rico es rico porque paga bajos salarios y no da seguridad social, porque explota sus trabajadores, porque les retribuye menos de lo que ellos le dan con su trabajo.
Nuestra pobreza es hija de la desigualdad. Producimos riqueza, pero no la recibimos. Esta riqueza se va, de los trabajadores pobres a los ricos, de los changarros a las grandes empresas, de los países dependientes a las grandes potencias.
La pobreza se ha generalizado tanto que en muchos países del sur global toda una generación sabe que, a pesar de trabajar toda su vida, nunca podrá jubilarse y la mayoría nunca tendrá una casa. Pero creen que pobre solo es el que se muere de hambre y se ofenden si alguien los llama pobres. Aunque en sus adentros muchos han decidido no tener hijos, precisamente, para no traerlos a esta pobreza.
Pobre no es solo el pobre absoluto, el que casi no puede subsistir. Pobre es también el pobre relativo, el que viviendo en un mundo que le podría ofrecer más, apenas tiene lo necesario.
La pobreza debería ser más motivo de indignación que de vergüenza. Porque es fruto de la injusticia. A mayor desigualdad mayor pobreza relativa y si la desigualdad es extrema, entonces, también traerá más pobreza absoluta.
A nadie le gusta sentirse pobre y nadie merece serlo. Pero ignorando la pobreza no la haremos desaparecer. Necesitamos reconocer nuestras carencias y trabajar juntos, no solo para producir más riqueza, sino también y sobre todo para redistribuirla. Vivir mejor es posible.
Pablo Hernández Jaime es Maestro en Ciencias Sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
Marzo 2023
En marzo del presente año se llevó a cabo la Convención Nacional Bancaria Número 86, en Mérida. En dicho evento, varios expositores jefes de distintos Bancos, pronosticaron una gran oportunidad para el crecimiento de la economía mexicana, por la llegada de una gran cantidad de inversión extranjera directa (IED), causado por el proceso de nearshoring. Lo mismo auguraron varios funcionarios públicos cuando la empresa Tesla anunció que realizaría una importante inversión en México.
El nearshoring puede entenderse como un proceso de relocalización de las actividades productivas de las empresas en países cercanos a sus clientes, ya sea que éstos últimos sean consumidores finales o que sirvan como insumos en las partes siguientes en la cadena productiva. Este fenómeno, dicen los investigadores, fue causado por las políticas proteccionistas impulsadas por Estados Unidos en 2017, como la imposición de aranceles a China, y por la búsqueda de mayor estabilidad en las cadenas productivas, que se vieron afectadas por el freno de las cadenas de suministro durante la pandemia. Para resolver ambos casos, México se presenta como un lugar estratégico dónde colocar las empresas extranjeras, cuyos productos están destinados al mercado norteamericano. En el primero, porque México forma parte del tratado comercial con Estados Unidos y Canadá (T-MEC), que lo exime de pagar altos aranceles y le brinda otros beneficios en cuanto a comercialización de sus productos. En el segundo, por la cercanía geográfica que tiene México con Estados Unidos.
Sin embargo, el que empresas extranjeras busquen situarse en México no es algo nuevo. Desde tiempo atrás, las empresas extranjeras, principalmente maquiladoras, decidieron instalarse en la frontera norte con Estados Unidos, por las ventajas que representaban el T-MEC (antes TLCAN) y los beneficios particulares que tenía México, como la libre importación de insumos y componentes con bajos aranceles, la cercanía geográfica con Estados Unidos y los bajos salarios; esto se conoce como onshoring. Incluso, desde 1965, se puso en práctica el Programa de Industrialización de la Frontera Norte (PIF), que permitía importar insumos y maquinarias sin pagar aranceles, y esto fue acompañado por políticas de Estados Unidos, que permitían importar productos mexicanos sin costos arancelarios. Adicionalmente, cuando en México se implementó el modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), las empresas maquiladoras en la frontera norte escapaban a las restricciones que tenía la inversión extranjera en otros sectores de la producción. Posteriormente, con el acatamiento del Consenso de Washington, las pocas restricciones a la IED que quedaban se fueron eliminando por completo. Es decir, pues, que México desde siempre ha tenido esa supuesta “ventaja” de ser receptor de IED; incluso, desde 2004 México ha figurado entre las 25 economías más atractivas para este tipo de inversión.
La cuestión reside, entonces, en que la inversión extranjera que se ha establecido en México no ha generado avances importantes en el desarrollo industrial de la economía nacional. Por tanto, el que este tipo de inversión se esté incrementando en México, no garantiza el impulso del crecimiento económico y el desarrollo de la industria. La política de México no se puede limitar a atraer IED y dejar que el mercado genere este desarrollo tan anhelado, puesto que los hechos han demostrado que esto no va a ocurrir; sino que debe complementarse con una política industrial impulsada desde el Estado, como lo han hecho otros países como China, Singapur y Japón, entre otros.
Ollin Vázquez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
Marzo 2023
El neoliberalismo es, en teoría, un programa económico que afirma que “la mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad fuertes, mercados libres y libertad de comercio” (Harvey, 2005). Por tanto, un Estado que persigue el bienestar de sus ciudadanos debe ocuparse de crear y preservar el marco institucional apropiado para el desarrollo de estas prácticas empresariales. Más que la intervención mínima del Estado, el neoliberalismo demanda el ejercicio de todo su poder para asegurar estas condiciones. Una vez garantizadas, las personas son responsables de su bienestar. El neoliberalismo creó así un maridaje perverso entre la política que persigue el “bien social” y la economía egoísta empresarial. Nació así la política impersonal del mercado.
La “cuarta transformación” habría de desunirlas. Si los economistas tecnócratas del neoliberalismo habían convertido a la política en administración del mercado, el político altruista del posneoliberalismo iba a revertir semejante insensatez deslindando a la economía de la política. No hacía falta nada más que voluntad para lograrlo. Y la política regresaría por sus propios fueros. Parte importante del programa político de lo que ha dado en llamarse “cuarta transformación” se agota y resume en una sola frase sonora: separar el poder político del poder económico. ¿Pero es posible separar ambos poderes? ¿Es posible separar la economía de la política?
Para AMLO, economía y política se unen en la corrupción, en el uso indebido de las instituciones para favorecer los intereses económicos personales o de un grupo. Sin embargo, lo que para él es una anomalía, es más bien la regla. El secreto del Estado se esconde en la misma economía. La economía es la causa; el Estado el efecto. Si el Estado está cooptado por la clase económica dominante, esto es producto de que la sociedad se encuentra dividida en dos clases antagónicas, las cuales se distinguen en el proceso mismo de la producción, como los dueños del capital y los poseedores de la fuerza de trabajo desposeídos de capital. El Estado, es pues, “una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”, de los dueños del capital.
Debemos advertir, sin embargo, que entre economía y política no existe una relación absoluta o unívoca de causa (economía) y efecto (política). Causas y efectos cambian constantemente de lugar. El efecto inmediato se convierte en causa del efecto ulterior: lo que ahora y aquí es efecto, adquiere después y allá carácter de causa, y viceversa. De suerte que la política, efecto de la economía en un momento determinado del movimiento social, se convierte en causa de la economía en otro momento. Entre política y economía hay en fin una relación íntima de interdependencia. De ahí que tratar de separarlas resulte materialmente imposible.
No obstante, extraer la Excálibur política de la roca económica es la empresa que se echó a cuestas la desventurada “cuarta transformación”. ¿Cuáles han sido los resultados de su plan maestro? La política altruista, separada de la malvada economía, es ahora mismo una política depurada de economía. Pero, no sólo se trata de que la “cuarta transformación” no haya logrado realizar ni siquiera su programa político de “separar la política de la economía”. Peor todavía. En la medida en que se ha empeñado en hacerlo, la economía política se ha rebajado a filantropía de la peor especie y la política se ha convertido en espectáculo. Repartir dinero y teatro. Si el lema del neoliberalismo había sido: “poco de política, mucha administración”, el lema de la “cuarta transformación” es: “mucha política, poca administración”. Sin embargo, la práctica efectiva de la “cuarta transformación” ha sido: “ni una ni otra. Ni administración, ni política”. “Economía moral” en lugar de economía política, “politiquería” en vez de política.
Tania Rojas es economista por El Colegio de México e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
Marzo 2023
Shylock el usurero
“Porque es cristiano le odio; pero más aún porque ruin y simple presta gratis el dinero y nos hace bajar la tasa de la usura en Venecia”, le dice Shylock a Basanio cuando habla de Antonio, este último, un mercader que se jacta de vivir del comercio: “mis riquezas, gracias por ello a mi buena estrella, no se hallan confiadas a un solo bajel, ni van a un mismo punto; el todo de mi fortuna no está sujeto a los percances del año presente”.
En El mercader de Venecia Shylock es la representación del usurero y Antonio el comerciante que se aventura y arriesga en el comercio ultramarino. El retrato del primero es la de un hombre que obtiene su riqueza de los empréstitos que hace a otros y, desde el punto de vista de Antonio, es una injusticia el medio por el cual se enriquece, pues no se justifica desde las sagradas escrituras la usura como un medio para ganarse la vida. El papel del segundo, por el contrario, retrata una profesión noble, pues su riqueza proviene de las empresas del comercio y todavía más, es capaz de ser buen amigo y ser garante de pago en un préstamo.
En la trama: Shylock, a pesar de ser insultado y mal visto por Antonio, presta dinero a Basanio, pero el que firma el contrato por esa deuda es Antonio, como garante de pago. El impago de esta deuda desembocará en la exigencia de Shylock en el cumplimiento del contrato que habían establecido: de incumplir el pago, Shylock “tenía” derecho a una libra de carne muy próxima al pecho de Antonio.
En el juicio donde se dirime si se puede o no cobrar la libra de carne, tratan de persuadir a Shylock de aceptar 10 veces más del valor de lo prestado, pero él se niega, no quiere más, sólo el cumplimiento del contrato, el cumplimiento de la ley. En voz de Porcia, quien se hace pasar por médico en el juicio, admite que, en efecto, no puede dejar de cumplirse la ley: “eso no debe ser: no hay autoridad en Venecia que pueda alterar una ley vigente. Se citaría como un caso, y a su ejemplo, mil abusos se introducirían en el Estado. Eso no se puede”.
Todo parecía indicar que se ejecutaría la sentencia de cobrar la libra de carne, pero en la misma resolución se aclara que el contrato no acuerda una gota de sangre, “toma tu libra de carne, mas si al cortarla derramas una gota de sangre cristiana, tus tierras y bienes, conforme a las leyes de Venecia, quedan confiscados a favor del Estado”. Es una ejecución de sentencia imposible, por lo que Shylock desiste de pedir cumplimiento del contrato y acepta recibir la suma de dinero ofrecida en pago, pero la corte ahora ha cambiado todas las condiciones. Al final, se retira sin su dinero dado en préstamo y con la confiscación de la mitad de sus bienes. Antonio se libra de la muerte y el Estado lo indemniza con la mitad de los bienes confiscados a Shylock.
William Shakespeare nos muestra en esta obra las relaciones sociales que empezaban a aflorar en la época isabelina, periodo en el que las relaciones capitalistas estaban sentando las bases para la producción manufacturera y, propiciar así, el comercio exterior. Se ve, pues, cómo la disputa entre el usurero y el mercader están ambientadas en un escenario donde al primero se le veía con repulsa, mientras que el mercader era presentado como un hombre de bien.
La producción y apropiación capitalista
La forma de producción capitalista es la que predomina en todo el mundo en los días que corren. La unidad de la producción es la fábrica, aquí se reúnen: medios de producción (materia prima, medios de trabajo, etcétera) y fuerza de trabajo (los obreros) para producir mercancías. Los dueños de las fábricas son los capitalistas, es decir, son los dueños de los medios de producción. Los obreros no poseen nada más que su fuerza de trabajo, es decir, su capacidad de trabajar con los medios de producción para producir mercancías. De esta forma se producen todas las cosas que existen como mercancías en nuestra sociedad.
En la forma de producción capitalista la riqueza se crea en la fábrica, la crean los obreros. Los medios de producción y los obreros se reunen para produccir mercancias. Cuando un obrero va a la fábrica por una jornada de ocho horas no se le paga por el trabajo que realiza, sino por su fuerza de trabajo. Esto quiere decir que si produce, por ejemplo, zapatos por valor de 10 mil pesos, no se le paga 10 mil pesos (que fue lo que produjo, fruto de su trabajo), sino solo 207.44 (el salario mínimo actual de México), estos deberían ser suficientes para reponer sus fuerzas y volver al día siguiente por otra jornada de trabajo, significa que se le paga por su desgaste físico y mental: por su fuerza de trabajo. En esa jornada de trabajo las mercancías nuevas que se crean reciben su valor de dos fuentes: de los medios de producción que traspasan una parte de su valor, por ejemplo, a los zapatos y de la fuerza de trabajo, esta última es la verdadera creadora de valor, de la riqueza del mundo.
En la forma de producción capitalista los obreros son los únicos que pueden crear valor, los medios de producción sólo transfieren un valor que tienen petrificado. En la producción de zapatos, siguiendo con el ejemplo (supongamos) se emplea una máquina que tiene un valor de 100 mil pesos (y puede ser usada por 100 días) y solo se emplea un obrero para producir zapatos por valor de 10 mil pesos en una jornada de ochos horas, esto nos dará como resultado que: de los 10 mil pesos producidos, mil los transfirió la máquina y los otros 9 mil los creo el obrero al operar la máquina. Los mil pesos representan el desgaste que tuvo la máquina, al llegar a operar cien veces habrá transferido un valor igual a 100 mil, pero no habrá creado ningún valor, en cambio, al término de cien jornadas laborales la fuerza de trabajo del obrero habrá creado 900 mil. Pero contrario a la creación de la riqueza, la repartición de ella ocurre completamente al revés.
La repartición de la riqueza producida capitalistamente se la apropian mayoritariamente los capitalistas a pesar de son los obreros los que la crean. Al término del proceso de producción de los zapatos el obrero no se lleva lo producido, sino solo su salario. Todo el producto resultante se lo apropia el dueño de la fábrica: el capitalista. Este acude al mercado para venderla y así convertir esa montaña de mercancías en dinero contante y sonante con el único fin de volver a empezar de nuevo otra jornada de producción.
Al ser la producción una función donde participa la mayoría de la sociedad (los que crean las materias primas, los medios de trabajo, los obreros que producen, proveedor de la luz, etcétera) pero la apropiación de la riqueza es individual (el capitalista) provoca una concentración de la misma en las manos de estos, que en realidad son muy pocos, la mayoría de los individuos de la sociedad son obreros.
La persona del capitalista, al que llamaremos también empresario (mercader), y del banquero (usurero) son personajes que poseen dinero para organizar la producción capitalista, y podemos nombrarlos como tal: capitalistas. Su función principal es organizar la producción o prestar dinero para hacerlo con el único fin de obtener ganancias: ya sea por medio de la producción directa de bienes (dirigiendo una fábrica) o por medio de servicios bancarios (una forma de usura regulada por el Gobierno). Curiosamente, la función del banquero ya no es persona non grata, sino todo lo contrario, tanto el capitalista como el banquero son modelos a seguir para todos los que quieren obtener riquezas, que es el signo del éxito actual.
La ética del capital
En días recientes leí la respuesta del empresario mexicano Ricardo Salinas Pliego a un informe que realizó la Oxfam Internacional —una organización son sede en Inglaterra que trabaja para erradicar la pobreza a nivel mundial— el 16 de enero de 2023, llamado: La ley del más rico: gravar la riqueza extrema para acabar con la desigualdad que evidencia la alarmante concentración de la riqueza: “de cada 100 dólares de la riqueza generada en los últimos diez años (2012-2022): 54.4 dólares han ido a parar a manos del 1% más rico de la población, mientras que el 50 % más pobre sólo ha percibido setenta centavos de dólar”. Ante eso propone, entre otras soluciones, que se le cobre un impuesto al selecto 1% que concentra la riqueza para poder combatir la pobreza, el cálculo es que “podrían recaudarse 1.7 billones de dólares anualmente aplicando un impuesto al patrimonio neto del 2% a los millonarios, del 3% a aquellos con una riqueza superior a 50 millones de dólares, y del 5% a los milmillonarios de todo el mundo. Estos recursos adicionales serían suficientes para que 2000 millones de personas pudieran salir de la pobreza”.
A esta propuesta el magnate mexicano reviró con un texto que tituló: El tesoro de Rico McPato y las políticas públicas. En él dice que “OXFAM, una organización internacional maniqueísta que ya he mencionado en artículos anteriores por involucrarse en una cruzada global contra la riqueza y promover una absurda lucha de clases… ¿Qué propone? La propuesta es el despojo del tesoro del viejo pato para ser redistribuido entre los pobres, quienes sí son muy meritorios y merecedores de recibir dicho tesoro… Notemos que no hay justificación moral para el despojo sólo una consideración bastante difusa y conveniente de “utilidad social” definida por el autor… Es decir, si un empresario obtiene su riqueza gracias a su destreza para aprovechar la globalización, que no es otra cosa que el comercio entre las naciones, entonces, ¿debemos pensar que esa riqueza ´no es meritoria”?
Esta es una concepción bastante popular —y dañina— sobre la riqueza y, en consecuencia, desde niños hemos crecido con la idea de que, “la riqueza es perversa”. Llegamos a la vida adulta y nos encontramos con todo tipo de políticas públicas en contra de la acumulación de la riqueza.
La respuesta del empresario mexicano se queda en el plano ético, en discernir si la riqueza es buena o mala, como si de ella misma se derivaran propiedades especiales. Si nos atenemos a la definición de Adolfo Sánchez Vázquez (1969) de que la ética es la ciencia del comportamiento moral-práctico de los hombres en sociedad, se entiende que la ética reflexiona, cuestiona y trata de explicar las acciones del hombre desde su práctica moral; es decir, de si las acciones del hombre son correctas o incorrectas a la luz de la moral de la sociedad donde vive, donde se desarrolla en concreto.
La ética del capitalismo, de forma general, existe en función de todos los principios (“legales” desde luego) que lleven a los hombres a obtener la máxima riqueza posible. En ese sentido, Ricardo Salinas Pliego no está haciendo nada que el sistema político y económico en que vivimos no le permita hacer; es decir, si evaluamos en términos éticos si está bien o mal lo que está haciendo llegaremos a la conclusión de que está dentro del marco de la ley y que la mayoría de la sociedad estará de acuerdo en que se ha ganado su riqueza merecidamente. No hay duda ahí. Ese es el resultado desde el análisis ético, de si está bien o mal.
Pero la concentración de la riqueza no es un problema ético, o no fundamentalmente ético, sino un problema económico y social, y es a donde no quiere entrar a observar el magnate cuando se habla del problema. En parte de su respuesta deja ver en realidad su aversión cuando dice que Oxfam promueve “una absurda lucha de clases”. No quiere discutir desde una lucha de clases “absurda” porque ahí es donde está el problema. ¿Por ello la riqueza o el empresario son malos? Desde luego que no. Esto debe estudiarse desde el punto de vista de la lucha de clases y las relaciones sociales concretas que se establecen, pues es en la producción, donde interactúan esos elementos, es donde se produce la riqueza, es decir ¿Cómo se produce? ¿Quién produce la riqueza? ¿Quién se apropia la riqueza? Es decir, hay que entender el problema como parte de la organización capitalista de la producción, tal como se expuso en la primera parte de este texto.
Sólo si se ve el problema de la concentración de la riqueza como un problema económico y social se puede entender claramente el fenómeno y, sólo así, se comprenderá que un impuesto a la riqueza de los más ricos del mundo es necesario, no como meta final, sino como el primer paso para conducirnos a una sociedad menos desigual (no igualitaria, esto sería una locura). Entender de este modo el problema nos conduce a ver que la producción y apropiación capitalista de la riqueza conduce a crear pobres, pues la mayoría de las ganancias las concentra el capitalista y los obreros sólo su salario cuando tienen trabajo.
Hoy en día, desde el punto de vista ético y moral los millonarios son bien vistos por la sociedad, es más, todo mundo aspira a convertirse algún día en Rey Midas, donde también los proletarios -los sin medios de producción-, aspiran a ser capitalistas (poseedores de medios de producción), una situación que en sí misma es imposible; en eso se les va la vida y en esa vida diaria, aplican los preceptos éticos del capitalismo. Pero nadie repara en que ese camino no es para todos porque es imposible que todos sean capitalistas, también es necesario que existan obreros que creen la riqueza, es más, la tendencia actual es a que los capitalistas sean cada vez menos pero más ricos y los obreros sean más y cada vez más pobres.
¿Debemos llamar a igualar la pobreza para todos, como dice Salinas Pliego? No, sino distribuir equitativamente la riqueza social para todos. Esto significa mejorar las condiciones laborales de los trabajadores, significa crear empleos para todos, significa pagar salarios justos, significa que el gobierno cree obras de infraestructura social que sean capaces de crear más y mejores servicios para todos –de ninguna manera significa regalar dinero, como también dice Salinas Pliego. En ese camino están llamados no solo los empresarios, sino, sobre todo, los trabajadores para que se organicen y logren mejores condiciones de vida. Oxfam no llama a los Shylocks y Antonios a la hoguera pública, sino que conmina a que se den cuenta de que el problema de concentración de la riqueza también es de ellos, pues, en última instancia, los que más tienen que perder son ellos, los trabajadores no pueden perder lo que no tienen.
Rogelio García Macedonio es economista por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.