Por Christian Jaramillo | Diciembre 2024
Es de más conocido que La economía política del rentista, escrita por Nicolai Bujarin en 1914, es la obra más divulgada sobre la crítica marxista a la escuela marginalista. El libro representa la culminación de más de dos décadas de polémicas entre los teóricos marxistas y los representantes de la teoría de la utilidad marginal. Sin embargo, existen obras previas que también contribuyeron a la profundización del debate, como es la discusión en torno a la teoría del valor, que fue dada por Conrad Schmidt contra la escuela marginalista, antes de que optara por el revisionismo de Bernstein. El objetivo de este escrito es revisar algunos de los principales planteamientos de Schmidt en torno al utilitarismo, y su defensa de la teoría del valor trabajo. Así mismo, se hará un breve análisis de la aparición de esta “teoría” en el contexto de la lucha de clases.
Teoría de la utilidad marginal en el contexto de la lucha de clases
Carl Menger y Stanley Jevons, dos de los tres fundadores de la escuela marginalista, intentaron borrar de un solo plumazo todos los avances de la economía política anterior a ellos. Se necesitaba desechar todo aporte de la economía clásica para formular el nuevo paradigma marginalista. Fue así como estructuras de pensamiento y categorías científicas fueron teórica y retóricamente borradas del estudio de la ciencia económica. En la nueva propuesta “teórica” se eliminó conceptualmente a los trabajadores asalariados (obreros) y poseedores de medios de producción (capitalistas), en su lugar aparecieron individuos, abstraídos de una realidad material y social, que interactúan libremente bajo la única premisa que los une: la compra y venta de mercancías.
Los análisis previos del sector de la producción fueron reducidos al “uso de los recursos escasos”. Donde la economía política anterior enfatizaba en las condiciones del incremento de la oferta y la riqueza social, los marginalistas se concentran en cambio en la demanda: “La centralidad del <<consumidor>> reemplaza la del trabajador y el capitalista: los ahorros personales reemplazan a la acumulación; la valoración individual de la <<utilidad>>, o lo que Marx llamaba valor de uso, reemplazaba los valores de cambio objetivamente determinados” (Schimdt, 1892, pág. 413)
Surge entonces la pregunta ¿Por qué? o, en su defecto, ¿cuáles eran las motivaciones para hacer cambios tan profundos en el estudio de la economía política? Porque el desarrollo de las conclusiones de teóricos de la talla de Adam Smith y David Ricardo habían evolucionado en concepciones más avanzadas y perfeccionadas en el pensamiento de Karl Marx. ¿Y cuál era el inconveniente de esas nuevas conclusiones? Que, así como Smith y Ricardo lo habían anticipado, la riqueza social no se crea si no es a partir del trabajo explotado por los capitalistas (y no a partir de la utilidad que los individuos le asignan a los bienes y servicios en el mercado), y que la fuente de la riqueza de éstos últimos (la ganancia) se encuentra en el trabajo no pagado a los obreros (plustrabajo).
Ante la amenaza roja, que fue un elemento vivo al menos desde el periodo de las revoluciones europeas de 1848, era urgente que los intelectuales burgueses se pusieran manos a la obra sobre una nueva doctrina que estuviera cimentada sobre proposiciones que en su desdoblamiento no condujeran hacia “aberraciones” como la lucha de clases. En otras palabras, era imperioso crear una nueva teoría que legalizara intelectual y científicamente al capitalismo como un sistema neutro, donde todos los individuos son semejantes y racionales (individuos abstraídos de una realidad material), y que se presentan al mercado con información perfecta para tomar la decisión que maximice su utilidad o beneficio (las preferencias de los consumidores están dadas en este modelo). Así con cada uno de los “agentes económicos”. De modo que la economía capitalista, así presentada, parece no ser otra cosa más que el mejor y más justo de los mundos posibles, donde todos parten de condiciones iguales, y por lo tanto tienen las mismas oportunidades de progresar.
Era necesario defender la “libertad individual” de todo tipo de “colectivismo”. En el siglo XIX, cuando la clase trabajadora se organizó para dejar de trabajar por miserias hasta morir, los empresarios, los dueños del capital, los magnates del carbón, del acero y el petróleo fueron presentados como “el individuo” víctima del “colectivismo”. El “individuo” y su “libertad” podían y debían ser defendidos por todos los medios posibles. Esos medios fueron el fascismo y las dictaduras militares (IzquierdaWeb, 2023)
Crítica de Conrad Schmidt
Entre las primeras reacciones marxistas a los postulados de la escuela austriaca se encuentra el ensayo de Schmidt titulado “La tendencia psicológica en la nueva economía política” (Die psychologische Richtung in der National-Oekonomie). Cuando el texto apareció en 1892, fue muy apreciado por Engels, que lo elogió con efusivas palabras:
Tu ensayo en Die Neue Zeit me dio mucho placer. Es como si hubiera sido escrito para este país [Gran Bretaña], ya que en la Sociedad Fabiana positivamente pululan los seguidores de Jevons y Menger, que miran con desprecio infinito a un Marx que ya ha sido dejado atrás hace tiempo. Si hubiera aquí una revista capaz de publicarlo, haría, si me lo permites, que Aveling lo traduzca bajo mi supervisión. Pero en este momento tal revista no existe (Marx y Engels, 2010, págs. 525-528).
Engels estaba muy atento a la discusión que el marxismo mantenía con lo que el denominaba “economía vulgar”. Cuatro años antes, en 1888, Engels, en una carta a Danielson, traductor ruso de El Capital, le mencionaba:
Aquí está ahora de moda la teoría de Stanley Jevons, que sostiene que el valor se determina por la utilidad, es decir, que valor de cambio = valor de uso, y por otro lado por la dimensión de la oferta (es decir, los costos de producción), que es sólo una forma confusa e indirecta de decir que el valor se determina por la oferta y la demanda. Economía vulgar en todas partes (Marx y Engels, 2010, págs. 135-137)
Sobre la nueva “tendencia psicológica” en la economía política, fue inaugurada por el inglés Willian Stanley Jevons[1], aunque su principal soporte lo encontró en portavoces de las universidades austriacas como son Carl Menger, Eugen von Bohm-Bawerk y Friedrich von Wieser (Roncaglia, 2006). La argumentación general de esta escuela es que el intercambio de mercancías está siempre consentido por las dos partes interesadas, pero su voluntad de hacerlo, como regla general, está guiada por motivos psicológicos; es decir, por estimaciones subjetivas de valor. Por lo tanto, para encontrar la determinación del valor de cambio de las mercancías, “es necesario encontrar el principio de la estimación del valor subjetivo a través del análisis psicológico” (Schimdt, 1892, págs. 423-424). Antes que el trabajo, deben ser la psicología y la investigación de los factores subjetivos los que determinen el valor de una mercancía.
Desde este punto de vista, la existencia de una ley objetiva del valor que determine el valor de cambio, de acuerdo con la cantidad real de trabajo incorporado en los productos, aparece como imposible. El marginalismo no plantea observaciones o cuestionamientos particulares a la teoría del valor trabajo en aras de contribuir a su perfeccionamiento epistemológico, sino, su negación misma.
Schmidt también explica sobre el origen de la expresión “teoría de la utilidad marginal”. La valoración subjetiva de las mercancías no depende de la satisfacción de necesidades que proporcionan, o de la calidad de los bienes, sino de la cantidad de un tipo específico de artículos disponibles para las necesidades del sujeto (Schimdt, 1892). La utilidad marginal “es la satisfacción última, la más débil, relativamente más superflua de mis necesidades que puedo esperar de una determinada cantidad de mercancías” (Schimdt, 1892, pág. 425). De modo que el principio psicológico de la utilidad marginal aparece como el único principio de la estimación del valor, del cual se deriva el valor de cambio y el precio.
Por último, Schmidt procede a demostrar la razón principal por la que “la necesidad subjetiva, en la forma de la utilidad marginal, no puede ser el principio regulador de los precios” (Schimdt, 1892, pág. 462). Si todos los bienes -menciona Schmidt- son intercambiados por intermedio de uno y el mismo bien, el dinero; es decir, las mercancías se equiparan a través de éste, debe, por lo tanto, existir un factor común que haga posible esta homologación. Que haga conmensurable la aparente inconmensurabilidad de unidades distintas. De acuerdo con Schmidt (1892), siguiendo las ideas de Marx, ese factor común a todas las mercancías no puede ser otro que el trabajo humano, trabajo abstracto, gastado de cualquier forma, sin la particularidad de un trabajo en concreto.
Como producto del trabajo, las mercancías son valores: “tan pronto como el intercambio de mercancías ha desarrollado una economía dineraria, ellas expresan sus valores en una sola mercancía que, como resultado, ha recibido validez social general en la circulación de mercancías -adquiere un carácter de dinero- “ (Schimdt, 1892, pág. 463). De modo que, en esencia, los precios de las mercancías son la expresión dineraria de los valores. Sin embargo, eso no significa que en toda ocasión el precio sea igual al valor de la mercancía, tal como Marx (1990) lo enfatizó; pues la economía, como ciencia, se encarga del estudio de leyes generales, y no de desviaciones circunstanciales o individuales. En este sentido, Schmidt señala que, independientemente de la existencia o no de esas desviaciones, es necesario en todos los casos encontrar una ley general objetiva que regule los intercambios: “y semejante ley debe ser encontrada en la naturaleza común de todas las mercancías, que es la de ser producto de un trabajo promedio abstractamente igual” (Schimdt, 1892, pág. 463).
Así pues, el marginalismo apareció como una necesidad histórica del capitalismo. Borrar al trabajo de la estimación de valor de las mercancías era imprescindible para convencer no sólo a los trabajadores sino también al mundo académico, de que la riqueza social es resultado de la suma de las decisiones individuales de los agentes económicos en el mercado, y así demostrar que el trabajador no tiene otra importancia en el proceso productivo de la que el capital y la tierra pudieran tener. Puestas así las cosas, la teoría del plusvalor de Marx no tiene ningún sentido, como tampoco lo tendría alguna demanda de los trabajadores por mejorar su salario, ya que de acuerdo con esta teoría, así como la tierra y el capital, el valor del trabajo también se determina conforme a su productividad marginal[2]. Y esa es la supuesta forma que usan los capitalistas para fijar los salarios de los trabajadores, así justifican que se les paga lo trabajado, lo justo de acuerdo con la productividad que han tenido en la producción. Nada más lejano de la realidad.
Marx ya explicó científicamente que mientras el trabajo crea valor, el resto de los factores productivos sólo trasfieren su valor acumulado. El trabajador es el verdadero creador y dueño legítimo de la riqueza social. De modo que tiene el derecho y el deber de luchar no solo por aumentos en su salario, sino además y sobre todo, por transitar a un modo de producción sin explotación que le permita beneficiarse ampliamente de los frutos de su trabajo.
Christian Jaramillo es economista por la UNAM.
NOTAS
[1] Jevons definió el “problema económico” como uno de maximización de la utilidad del producto social, dada “una cierta población, con varias necesidades y poderes de producción, en posesión de ciertas tierras y otros recursos materiales” (Jevons, 1888, pág. 225)
[2] La productividad marginal es la cantidad de producción que aumenta al incrementar una unidad de un factor productivo. Por ejemplo, una panadería que produce 100 panes por día, y tiene 5 trabajadores, decide un día contratar 1 empleado más y la producción aumenta a 110; entonces, la productividad marginal del sexto trabajador es igual a 10.
Bibliografía
IzquierdaWeb. (08 de abril de 2023). Una clásica refutación marxista de la «teoría de la utilidad marginal» I. Obtenido de https://izquierdaweb.com/una-clasica-refutacion-marxista-de-la-teoria-de-la-utilidad-marginal-i/#_ftn1
Jevons, W. S. (1888). La teoria de la economía política. Londres: Macmillan.
Marx y Engels. (2010). En Marx & Engels «Collected Works» Volume 48 (págs. 135-137). Lawrence & Wishart.
Marx y Engels. (2010). Engels to Conrad Schmidt. En Marx & Engels «Collected Works» Volume 49 (págs. 525-528). Lawrence & Wishart.
Marx, K. (1990). El Capital; Tomo III. URSS: Progreso.
Roncaglia, A. (2006). La riqueza de las ideas: una historia del pensamiento económico. España: Prensas Universitarias de Zaragoza.
Schimdt, C. (1892). Die psychologische Richtung in der neueren National‐Oekonomie. Die neue Zeit, 421-429.
