Inversión Extranjera Directa, mecanismo de opresión del imperialismo

Agosto 2023

En principio, es necesario definir lo que se entiende por imperialismo. Lenin sintetizaba esta categoría como la “fase monopólica del capitalismo” (Lenin, 1975, pág. 56). Aunque la definición es general, también menciona que la base sobre la que descansa el carácter monopólico del sistema es el capital financiero, que según el mismo autor es el capital bancario monopolista fundido con el capital industrial monopólico. No obstante, otros autores como Stalin se encargaron de señalar otras características fundamentales del imperialismo como que éste refleja las contradicciones más agudas del capitalismo, llegando a su grado más extremo, teniendo como base la creciente discrepancia entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas. En este sentido, las condiciones sociales de los países víctimas de la marcha imperialista, como las de ellos mismos, llegan a un punto en que los cambios cualitativos se hacen inminentes y se abren las puertas a una revolución social. Por esta misma razón Lenin, en un sentido dialéctico, se refería al imperialismo como “capitalismo agonizante”, porque, aunque en apariencia es una etapa en que el sistema se encuentra fortalecido con grandes empresas monopólicas, acumulaciones ingentes de capital bancario y financiero, estas características no son más que el reflejo de las graves contradicciones que bullen dentro del modo de producción.

Stalin, en su libro Los fundamentos del leninismo menciona las que para él son las principales contradicciones del imperialismo. 1) Contradicción entre trabajo y capital: “el imperialismo es la omnipotencia de los trusts y de los sindicatos monopolistas, de los bancos y de la oligarquía financiera de los países industriales” (Stalin, 1975, pág. 4). Ante este gran poder económico que ha alcanzado el capital, los métodos habituales de lucha de la clase obrera (los sindicatos, cooperativas y la contienda parlamentaria) se vuelven insuficientes, de modo que, en un horizonte de lucha contra el capitalismo, el proletario debe buscar nuevos mecanismos de disputa contra ese poder. 2) Contradicción entre los distintos grupos financieros y las distintas potencias imperialistas en su lucha por las fuentes de las materias primas. La división internacional del trabajo (DIT) es una de las características fundamentales del imperialismo. En su conformación original, en la segunda mitad del siglo XIX, donde de manera general se dividía el mundo entre países productores de bienes industriales y exportadores de materias primas, los grandes conglomerados financieros se disputan con las viejas potencias imperialistas el reparto de los mercados del mundo y el dominio de las fuentes de las materias primas. Una particularidad que entraña esta contradicción es el mutuo debilitamiento de los países imperialistas por las guerras, tanto militares como comerciales, que inevitablemente llevan al resquebrajamiento del sistema. 3) Contradicción existente entre un puñado de naciones “civilizadas” dominantes y centenares de millones de hombres de las colonias y de los países dependientes. El imperialismo, entendido como fase superior del capitalismo, busca la manera de no morir, y para lograr eso, sobre todo desde el punto de vista económico, explota al trabajador más allá de sus capacidades físicas, como, por ejemplo, prolongando las jornadas laborales excesivamente. No obstante, esta brutal explotación lleva inherente la agudización de las contradicciones de clase.

Si bien las contradicciones que Stalin menciona se encuentran más que vigentes en la actualidad, es importante aclarar algunas particularidades que ayudarían a contextualizar el imperialismo a tiempo presente, y sobre todo para un caso específico como es el mexicano.  En la contradicción “2”, por ejemplo, se menciona la marcha de las potencias económicas por hacerse de los mercados y las materias primas de los países subdesarrollados. Esto sigue siendo cierto hasta el día de hoy, pero hay, además, otros elementos importantes a tomar en cuenta, como es la lucha por cooptar procesos productivos donde hay mayor extracción de rentas a partir de la explotación de los ejércitos industriales de reserva de los países subdesarrollados. Ya mencionaba Marx que una de las causas que contrarrestan la tendencial caída de la tasa de ganancia es la reducción del salario por debajo de su valor; cuando las empresas imperialistas “invierten” en países con mano de obra barata como México, en el fondo lo que están haciendo es extraer beneficios adicionales por la diferencia con los salarios de sus países de origen. Estos pagos que están muy por debajo del valor promedio de los salarios de los países desarrollados permiten que las empresas que tienen base en esos países contengan la caída de su tasa de ganancia. Es decir, la dinámica actual que el imperialismo tiene con los países subdesarrollados no solo tiene como base la explotación de sus recursos naturales, sino también la de su mano de obra barata. Para el necesitado capitalismo imperialista, ya no le es suficiente adquirir materias primas de bajo costo, la caída de su tasa de ganancia le exige que también se produzca con trabajo remunerado por debajo de su valor promedio. Esto implica, además, imponer políticas para generar condiciones ventajosas para las inversiones de los países imperialistas.

Solo de esa manera se explica la historia y el desarrollo de la maquila en México a partir de los años sesenta: grandes capitales que invierten en países dependientes con el propósito de aprovechar las “ventajas competitivas” que ofrecen, como son los bajos salarios. Así se explica que, en la reconfiguración de la producción mundial que se desarrolla en las últimas dos décadas del siglo anterior, en lo que se conoce como Cadenas Globales de Valor, México se convirtiera en uno de los principales ensambladores del mundo, en productos como televisores, coches, computadoras, etc.

A continuación, se describirá cómo la configuración de la producción en Cadenas Globales de Valor (CGV) ha servido al imperialismo para usufructuar y mantener a los países subdesarrollados sumidos bajo esa misma condición. Es decir, se pretende dar cuenta que la nueva forma en la que se reconfiguró la producción mundial es otra forma más que ha sido desarrollada e impuesta por los países imperialistas con la intención de disminuir sus costos de producción y así frenar la ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia.  

La inversión extranjera directa como mecanismo de opresión del imperialismo

El caballo de Troya sobre el que se ha impulsado la nueva división internacional de los procesos productivos es la Inversión Extranjera Directa (IED). La IED, de acuerdo con la UNCTAD (2007), se puede definir como una inversión que implica un compromiso de largo plazo por parte de un inversor o entidad moral, en una empresa o filial ubicada en un país donde éste no es residente. El propietario de dicha inversión tendrá cierto control o influencia en la empresa en la que invirtió. Partiendo de esta definición, la IED implica un grado alto de desarrollo del comercio entre países y del engrandecimiento de un grupo de capitales por sobre otros de la misma o de otras naciones. Como explicaban Kindleberger (1969), Hymer (1960), Borja (1989), entre otros autores, cuando hay estructuras de mercado con competencia perfecta, porque el grado de desarrollo de las empresas es en general similar, es casi imposible que un capital individual decida dejar su nación e instaurarse en una empresa en el extranjero, puesto que no tendría incentivos para irse al otro país, dado que no tendría ventajas por sobre el resto de empresas, a menos que las empresas del otro país estuvieran menos desarrolladas. Incluso, este capital individual extranjero estaría en desventaja por su poca proximidad del lugar donde opera y toma decisiones la empresa matriz, o porque tendría que esforzarse más para conocer los mercados del nuevo país en que se está insertando. Por eso, para que se pueda dar un desplazamiento de capitales de un país a otro, es necesario que haya en los países más desarrollados un grupo de capitales individuales fortalecidos, donde, la acumulación de capital haya alcanzado enormes proporciones (Lenin, 1975).

La forma que toma esta inversión extranjera en el sector productivo es el de las Empresas Multinacionales (EMN) y Empresas Trasnacionales (ET). Este tipo de empresas se caracterizan por establecer filiales en diversas partes del mundo, en regiones distintas a su empresa matriz, que generalmente se sitúa en su lugar de origen; la única diferencia entre ellas es el grado de libertad que tienen las filiales respecto a la empresa matriz[1]. Gereffi (1999) sitúa la aparición más generalizada de este tipo de empresas entre los años sesenta y setenta. Su forma de producción era vertical, es decir, ellas mismas realizaban una buena parte del proceso de un cierto producto, que abarcaba distintas ramas de una industria con fases sucesivas, o bien con ramas auxiliares entre sí, con procesos complementarios. En el caso de América Latina, desde finales del Siglo XIX ya existían este prototipo de empresas, mismas que realizaban actividades de extracción o de comercialización de materias primas, como es el caso de la United Fruit Company. La explotación de los recursos naturales de los países dependientes, no obstante, obligaba a este tipo de empresas imperialistas a construir en ellos ferrocarriles, fábricas, centros industriales y comerciales, de manera que ayudara a la transportación y comercialización de las materias primas extraídas (Stalin, 1975). En México, por ejemplo, fueron los capitales extranjeros los pioneros en el desarrollo de gran parte del sector industrial, como es el caso de los ingleses Schneider, Manning y Mackintosh, que se encargaron de construir el Ferrocarril de Tehuantepec, en 1847, o las inversiones extranjeras en forma de Sociedades Anónimas que impulsaron la creación de las industrias de papel, jabón, cerveza, cigarros, cemento, acero, entre otros bienes de consumo e intermedios.

Sin embargo, este nuevo tipo de empresa (EMN y ET), de acuerdo con Gereffi (2013),  modificaron su forma de organización industrial como consecuencia de la globalización y la “nueva era de competencia internacional”. Las grandes empresas capaces de situarse en el extranjero con su fabricación vertical comenzaron a fragmentar su producción, externalizando actividades menores, con el objetivo último de disminuir los costos de producción y acoplarse a dicha competencia. La minimización de costos es un elemento fundamental en la teoría microeconómica, es decir, de la teoría de la empresa. Cualquier persona que decida realizar una actividad económica en el capitalismo siempre busca producir de manera eficiente, lo que implica, entre otras cosas, tener los menores costos posibles. Sin embargo, en una situación donde a nivel mundial la competencia se volvió más encarnizada porque los capitales se concentraron, generando monopolios y oligopolios, la minimización de costos se volvió fundamental para obtener la máxima ganancia y mantenerse compitiendo en el mercado.

En la teoría marxista la minimización de costos se explica, además, porque es un mecanismo para frenar la caída de la tasa de ganancia. Esto significa, en palabras llanas, que las inversiones productivas tienen tasas de rentabilidad cada vez menores por distintas tendencias que se van configurando en el modo de producción capitalista. El mecanismo es el siguiente. La tasa de ganancia (g’) se define como la relación entre la plusvalía (pv) y el precio de costo, que es la suma del capital constante más el capital variable (cc+cv)[2]. Podemos dividir todos los términos de la fórmula g’=pv/(cc+cv) entre el capital variable (cv), sin que por esto cambie la relación. Entonces tenemos g’=(pv/cv)/[(cc/cv)+(cv/cv)]. Si lo simplificamos obtenemos que la tasa de ganancia es igual a la relación de la tasa de plusvalía o tasa de explotación (p’=pv/cv) entre la suma de la composición orgánica del capital más 1, como está en la siguiente expresión: g’=(p’)/(co)+(1). Los mecanismos que operan son dos, principalmente. En primer lugar, el aumento acelerado de la composición orgánica del capital[3], es decir, del capital constante que se emplea para adquirir medios de producción y materias primas, respecto al capital variable, que se emplea para contratar a la mano de obra. Esto se da por la misma necesidad de incrementar la producción aceleradamente, que impulsa al empresario a innovar constantemente y emplear maquinaria más sofisticada, lo que requiere de grandes cantidades de capital constante; además, conforme aumenta la cantidad de mercancías producidas, se requieren más niveles de materias primas. En la expresión de la tasa de ganancia, esto significa que el denominador es cada vez más alto, por lo que g’ tiende a disminuir (Marx, 1999). En segundo lugar, al ser cada vez menor la parte correspondiente al trabajo vivo de cualquier capital social medio, es decir, que una parte constantemente más pequeña del capital global desembolsado se emplea para contratar trabajadores, el capital global absorbe una menor cantidad de plusvalor en proporción a su valor total; esto ocurre, a pesar de que se extienda la parte no pagada (correspondiente a la plusvalía) de la jornada de trabajo[4]. En tercer lugar, aparecen restricciones para el aumento de la tasa de plusvalía, sobre todo, por los límites físicos del trabajador y por su organización como clase a través de sindicatos u organismos políticos. Esto, sin embargo, no significa que p’ no crezca, de hecho, en la acumulación histórica del capital lo hace en términos absolutos; no obstante, en términos relativos, en relación con el crecimiento de la composición orgánica del capital, sí es decreciente (Marx, 2009).

Por esto Marx (2009) enuncia como elementos para frenar la caída tendencial de la tasa de ganancia la reducción del salario por debajo de su valor; el aumento del grado de explotación; la superpoblación relativa; el abaratamiento de los elementos que forman el capital constante; y otros dos elementos más que no son tan relevantes para nuestro análisis.  Para efectos de lo que estamos estudiando, la competencia de las grandes empresas en los países desarrollados ha presionado a que, del capital invertido, cada vez creciente, se emplee una mayor porción, siempre creciente, en maquinaria más sofisticada, en detrimento de lo empleado para contratar mano de obra. Así mismo, para que la tasa de explotación crezca, es necesario que los salarios disminuyan progresivamente. Sin embargo, en los países desarrollados donde ya existe industria consolidada, los niveles salariales no pueden disminuir infinitamente porque los ejércitos de reserva no son tan grandes y los trabajadores todavía tienen poder de negociación, contrario a lo que ocurre en los países llamados de Tercer Mundo. De acuerdo con Amarante y Bucheli (2011), en la gran mayoría de los países desarrollados, los salarios estaban determinados por negociaciones colectivas. De 1970 al 2000, en general, hubo una tendencia creciente en la cobertura de negociación[5] en los países que pertenecían a la OCDE en ese periodo (que en aquel tiempo eran de los más desarrollados del mundo) pero hubo una disminución importante en aquellos países donde la negociación se daba a nivel de empresa y no entre sindicatos y organizaciones de empresarios nacionales, capaces de influir en toda la economía. En cambio, en los países subdesarrollados, principalmente después de que los países latinoamericanos renegaran de la ISI y abrazaran el Consenso de Washington, los salarios cayeron estrepitosamente, así como el poder de negociación de su clase trabajadora.

La ventaja de México se centraba en los bajos costos laborales de mano de obra relativamente joven y calificada, de quienes trabajaban en este tipo de empresas. De acuerdo con la OCDE, de 1970 a 2012, de 31 países, México estaba en el último sitio en la participación de las remuneraciones al trabajo en el valor agregado bruto. Los costos laborales en México eran, hasta 2009, seis veces menores que en EUA. La parte gerencial de México se educaba en EUA, por lo que “había un buen acoplamiento a los estilos de administración de las EMN” (De la Mora, 2017, pág. 79). En la minería, los costos de la mano de obra mexicana eran 80% menores que los de Alemania, Corea del Sur y EUA; en el sector electrónico, el sueldo promedio mensual mexicano era el 14.3% del de EUA y 17.21% el de Corea del Sur; en la producción de vehículos era 12.7% el de Alemania, 17.3% el de EUA y 19.6% el de Corea del Sur. Incluso, los costos por despidos eran muy inferiores; era 44% más barato que en China y 90% que Corea del Sur (Amarante & Bucheli, 2011).

Como diría Lenin (1975), estas enormes cantidades de capital buscan dónde obtener mayores niveles de beneficios, por lo que exportan dichos capitales a países menos desarrollados en el extranjero, donde los beneficios son más altos por la escasez de capital, los salarios bajos y las materias primas baratas. Es decir, los países menos desarrollados, donde los salarios son más bajos y las empresas utilizan tecnologías menos sofisticadas, se presentan como un jugoso terreno para frenar la caída progresiva de la rentabilidad de sus capitales de las grandes EMN y ET.

Gereffi (2013) se explica el cambio en la forma de producir de las EMN y ET de la siguiente manera:

Cuando muchos países en desarrollo, presionados por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, hicieron la transición de la ISI a la IOE (industrialización orientada a las exportaciones) durante la década de 1980, se produjo una reorientación igualmente profunda en las estrategias de las empresas transnacionales. La rápida expansión de las capacidades industriales y de las propensiones a la exportación en un conjunto diverso de economías de reciente industrialización en Asia y América Latina permitió a las empresas transnacionales acelerar sus propios esfuerzos para externalizar actividades relativamente estandarizadas a lugares de producción de menor coste en todo el mundo (Gereffi, 2013, pág. 11). 

De acuerdo con esta explicación, es a partir de que la producción toma la forma de CGV y las EMN y ET dejan su forma vertical de producir que las inversiones de los países más desarrollados se trasladan a los países menos desarrollados, donde es más conveniente realizar sus operaciones productivas porque hay menores costos, principalmente laborales, por lo que es más rentable realizar actividades intensivas en mano de obra: “La literatura sobre ´la nueva división internacional del trabajo´ rastreó el auge de las exportaciones de productos manufacturados del Tercer Mundo hasta el establecimiento de plataformas de exportación intensivas en mano de obra creadas por empresas multinacionales en zonas de bajos salarios” (Gereffi, 2013, pág. 10). Sin embargo, la causalidad es al revés. Precisamente tuvo que cambiar la forma de desarrollo de los países subdesarrollados para que terminara de configurarse esa forma de producción de CGV, por la necesidad de minimizar los costos de producción y frenar la caída tendencial de la tasa de ganancia. Analizando el caso de México, se observó que, si bien durante la ISI se limitó la participación del capital extranjero en las empresas de algunas industrias, desplazándola así, por ejemplo, de actividades como la industria minera, servicios públicos, comunicaciones y transporte, lo cierto es que hubo algunos sectores donde se impulsó la entrada de IED, y fue precisamente en el sector maquilador ubicado en la frontera norte, que comercializaba con las empresas norteamericanas.

En 1973 se estableció la Ley para Promover la Inversión Mexicana y Regular la Inversión Extranjera (LPRIE), que tenía como objetivo hacer que la IED solo fuera un complemento de la inversión nacional y no se apropiara de los sectores estratégicos. Sin embargo, esta ley llegó a instaurarse sin una necesidad verdadera, puesto que los procesos de “mexicanización de la inversión” ya se habían dado entre 1945 y 1970. En 1960, el capital extranjero vendió la mayor parte de sus acciones de dos grandes compañías eléctricas y la mitad en las compañías mineras. El fortalecimiento de la inversión nacional benefició a los grupos empresarios nacionales, porque se eliminó de algunos sectores a la inversión extranjera. Sin embargo, si bien se le desplazó de sectores importantes, se le dejó intacta en la industria manufacturera; para 1970 la IED participaba en actividades que representaban alrededor del 20% del PIB manufacturero, principalmente en los sectores químico, maquinaria y aparatos eléctricos, y autopartes y vehículos. Durante la ISI, el sector maquilador se mantuvo intacto a las restricciones; si bien su capital estaba limitado al 49% del capital total en las empresas, en marzo de 1971 se amplió al 100%. Había leyes que establecían que tenían que exportar sus productos para no competir con los nacionales, sin embargo, más que por cumplir la Ley, ya se estaba configurando la producción de manera que, al ser parte de un proceso de producción engarzado con empresas extranjeras, principalmente de EUA, el producto tenía que ser de por sí exportado. En 1965 se puso en práctica el Programa de Industrialización de la Frontera Norte (PIF), que contenía la Política de Fomento a Industria Maquiladora de Exportación. Este programa hizo de la zona fronteriza con EUA una zona franca (De la Mora, 2017). En palabras de María de la Mora:

El Programa permitía a las empresas importar temporalmente los insumos y maquinaria necesarios para la transformación, elaboración o reparación de productos destinados al mercado de exportación, sin cubrir el pago de aranceles y otro tipo de impuestos nacionales. Entre los objetivos que buscó el gobierno federal fue crear empleos; fortalecer la balanza comercial; promover la competitividad de la industria nacional y la capacitación de la fuerza laboral, así como la transferencia de tecnología hacia México (De la Mora, 2017, pág. 29).  

Es decir, antes del Consenso de Washington y del TLCAN (ahora T-MEC), ya se habían dado los primeros atisbos de la externalización de las EMN y ET de actividades más sencillas, como los procesos de maquila, intensivos en mano de obra y que no requerían de ingentes cantidades de capital, aunque tuvieran tecnología de punta en esa industria en particular; si se requiere de pocas máquinas, aunque éstas sean de punta, pueden seguir siendo intensivas en mano de obra.            

Las empresas de la industria maquiladora (de autopartes, alimentos y otro tipo de productos[6]) tienen tres características comunes: (1) su producción está orientada a Estados Unidos; (2) se localizan principalmente en los estados de la frontera norte; y (3) son intensivas en mano de obra (García, 2001). Sus actividades están centradas en el ensamblaje, manufactura, procesamiento o reparación de materiales de importación para, posteriormente, ser exportados (Peres, 1990). Es necesario hacer la acotación de que, con excepción de la última, no son únicamente de la industria maquiladora de exportación; es decir, otras industrias no maquiladoras también las tienen. Con el desarrollo de la producción a nivel mundial, la industria maquiladora ha evolucionado mucho, de manera que han surgido unas con mayor inversión en capital que otras. Éstas pueden clasificarse en tres, atendiendo al tipo de tecnología que emplean: las maquilas de primera generación o tradicionales; las de segunda generación, con máquinas semiautomatizadas y con procesos de trabajo flexibles; y las de tercera, que realizan actividades de diseño, investigación y desarrollo. En este sentido, en México se establecieron EMN y ET con tecnología de primera y segunda generación, intensivas en mano de obra por los bajos salarios. Este tipo de empresas, por su naturaleza, requieren menores niveles de capital fijo o maquinaria con menor densidad de capital, pues el factor fundamental es la fuerza de trabajo (Morales, 2000).

Las legislaciones de Estados Unidos también estaban diseñadas para que las empresas pudieran importar productos terminados en México (ensamblados), pagando aranceles muy bajos, puesto que eran sobre el valor agregado en México. En 1966 se creó el primer parque industrial en Ciudad Juárez, dedicada al ensamblaje de televisiones; en 1968 se hizo otro en Nogales, Sonora. Para 1973, ya existían parques industriales en casi toda Baja California (Ensenada, Mexicali, Tecate y Tijuana), en Tamaulipas (Nuevo Laredo, Reynosa y Matamoros), Sonora (Nogales, Agua Prieta y San Luis Rio Colorado) y Coahuila (Acuña y Piedras Negras). El grueso de estas empresas era de capital norteamericano. Esto se expresó en el aumento de la participación de las empresas maquiladoras en las exportaciones: si en 1980 era del 14% del total, para 2000 ya era del 47.8% (De la Mora, 2017).

A partir de la década de los ochenta se conjugó la situación mundial y nacional para que se diera un vuelco hacia las políticas neoliberales, que no explicaremos en este documento por falta de espacio y porque no es el objetivo. Lo que sí es importante decir es que a raíz de la adopción del Consenso de Washington y el TLCAN, cambió la forma de percibir a la IED por parte del estado mexicano y de la comunidad académica. Desde entonces, se pretendía que la IED ayudara a modernizar a la economía mexicana; se buscaba que este capital extranjero completara la insuficiencia de ahorro del mercado interno, aumentara el empleo y las empresas nacionales adoptaran tecnologías más avanzadas (De la Mora, 2017).  Así, los flujos de IED se multiplicaron, pasando de 2 mil 633 millones de dólares en 1990 a 18 mil 246 millones en 2000; además, el stock de IED pasó de 22 mil 424 millones de dólares a 121 mil 691 millones en el mismo periodo. El sector maquilador tuvo un gran auge con la implementación del TLCAN, puesto que se eliminaron las restricciones en cuanto a requisitos de exportación y se permitió que cualquier empresa mexicana pudieran entrar en los programas de maquila, siempre y cuando cumplieran algunos requisitos mínimos de impuestos de importación. Es decir, se eliminó toda restricción a su producción. Pero la maquila, al emplear niveles de capital relativamente menores y centrarse en la habilidad de los trabajadores, tiene poca capacidad de impulsar la competitividad de la economía. Además, si se importan del exterior casi todos los componentes que se requieren para ensamblar cierto producto terminado, la economía a la que llega la inversión no se va a ver beneficiada de la creación de encadenamientos productivos, al contrario, solo va a servir como exportador de plusvalor, a partir de los relativos bajos salarios que se pagan, para así cumplir el objetivo de impedir la caída de la tasa de ganancia de las empresas de los países imperialistas[7].  

La IED, por medio de las EMN y ET, no tiene la capacidad de generar un impulso autónomo sobre el desarrollo de las economías subdesarrolladas. Sin la intervención consciente de una entidad política que los obligue a eso, como es el Estado, éstas solo tienden a velar por la maximización de las utilidades de sus empresas, sin importarles lo relacionado con la economía del país en el que invierten. Con la adopción de las recomendaciones del FMI en el Consenso de Washington (1989), sin embargo, México y los países latinoamericanos coartaron toda posibilidad de regular la economía por medio del Estado. Como hemos argumentado en todo este documento, la intención de las EMN y ET de externalizar actividades y ubicarse en los países subdesarrollados persigue únicamente el fin de disminuir sus costos productivos para que la tasa de rentabilidad se mantenga creciente o al menos no disminuya. En este punto es importante darse cuenta que si los países subdesarrollados llegaran a tener niveles de desarrollo similares a los de los países imperialistas de donde son originarios los capitales de las EMN y ET, ya no habría manera de frenar la caída tendencial de la tasa de ganancia por los mecanismos de la disminución de los costos laborales incluso por debajo de su valor y de las materias primas, lo que haría más encarnizada la lucha entre capitales que buscan extraer mayores niveles de ganancias.

¿Cómo hacen las EMN y ET para que este estado de cosas se mantenga para no perder el nivel de rentabilidad de sus capitales? Fajnzylber (1976) distingue dos formas características. La primera es desde su lugar de origen. Los grandes capitales expresados en las EMN o ET tienen la necesidad de controlar todo el contexto social, lo que implica no solo planificar las actuaciones de la empresa misma, sino también planificar el comportamiento de la población y del gobierno:

[…] Esto no es un problema de ambición sino de necesidad. […] Las actividades que desarrollan [las EMN y ET] son de tal naturaleza que no se pueden permitir quedar expuestas a las caprichosas apreciaciones de los consumidores o a la conducta impredecible de los gobernantes (Fajnzylber, 1976, pág. 629).  

La EMN y ET se convierten en agentes activos en toda la política económica. Esto dependerá de las condiciones políticas, sociales y económicas de su país; pero no puede hacerse a un lado porque es un requisito para la misma expansión de su actividad económica. En este sentido, cuando este tipo de empresas salen de sus países a otros mercados llevan todo el respaldo conseguido de sus respectivos Estados. Por ejemplo, cuando se dedican a la explotación de los recursos naturales, sus Estados argumentan que están garantizando el abastecimiento de insumos estratégicos a las economías a precios “razonables” para conseguir precios beneficiosos para las EMN y ET que respaldan. En el caso de Estados Unidos, se realizaron las modificaciones legales necesarias para minimizar los riesgos de los capitales de su país. Un caso que lo ejemplifica es la Enmienda Hickenlooper y González y la existencia de la Overseas Private Investment Corporation (OPIC). Sin embargo, estas políticas pueden llegar aún más lejos, como los conflictos internacionales que ha enfrentado EUA cuando los intereses de su EMN y ET entran en conflicto con los del país receptor (Fajnzylber, 1976). En la actualidad, por ejemplo, Estados Unidos llevó a cabo represalias importantes hacia China cuando la empresa Huawei intentó vender su red 5G a las empresas de otros países; esto afectaba la supremacía de las ET y EMN de origen norteamericano.            

En el lugar del país receptor, principalmente cuando el país es subdesarrollado como los de América Latina y México en particular, lo que ocurre es que además de lo que comentábamos líneas arriba sobre la modificación de las políticas de los países a donde arriban las ET y EMN, mediante la coerción del Estado de su país de origen, su posición económica ventajosa les permite someter a las pequeñas empresas nacionales a través de lo que Gereffi denomina “gobernanza”. La gobernanza es un elemento fundamental en el enfoque de las CGV porque identifica a los actores que tienen el poder de una cadena, generalmente son las EMN y ET, y muestra cómo ellos determinan la distribución de beneficios y riesgos entre quienes conforman la cadena. De acuerdo con Ha-Joon Chang y Andreoni (2020) las ET son tan poderosas que ejercen su poder oligopólico en los mercados globales de forma estratégica para captar mayor valor agregado, creando barreras de entrada y sometiendo a los proveedores.  Existe, por ejemplo, la “situación de rehenes” que se da, generalmente, en las CGV de fabricación de productos de baja tecnología. Allí, las ET se apropian de valor induciendo a los proveedores a aumentar la escala y a mejorar la calidad de los productos, pero una vez comprometidos los recursos, los presionan a bajar los precios. Otra manera de captación de valor es que las ET o EMN controlen las fases de venta al por menor; esto generalmente pasa en las CGV de productos básicos.

A manera de conclusión, podemos decir que, antes de que la IED signifique desarrollo y progreso para los países pobres, ha significado la perpetuación del subdesarrollo. Así lo corrobora Araceli Damián, Directora general del Consejo de Evaluación del Desarrollo Social de la Ciudad de México, a través de un estudio publicado por la revista El Trimestre Económico, donde mide la evolución de la pobreza y desigualdad en México desde 1983. No obstante, como también se mencionó, cuando la IED es regulada por parte de los Estados, ésta puede significar una gran ayuda para el desarrollo de los países atrasados como México. China, a través del Partido Comunista, por ejemplo, ha logrado acoplar las acciones de los capitales extranjeros a las necesidades de cada fase de desarrollo de su país, convirtiéndola en la segunda economía del mundo, pero además, y esto es lo más importante, en la nación que más pobres ha sacado de esa condición. El caso opuesto, el libre comportamiento de las empresas extranjeras, por recomendación de la teoría económica mainstream y los países imperialistas que están tras de sí, ha significado pobreza, explotación del trabajo y recursos naturales, y subdesarrollo. Ese es el caso de México y los países latinoamericanos.  

Aunque oficialmente México es un país independiente desde 1821, lo cierto es que los hechos hablan de una histórica dependencia del país a las migajas del capital extranjero, específicamente a la “ayuda que nos prestan al invertir en el país, ya que crean muchos empleos”. Como se mencionó, esas inversiones que solo vienen a explotar la mano de obra del mexicano, ninguna ayuda aporta, más que para el mismo capital imperialista que no quiere pagar los salarios establecidos en su país. Extracción de plusvalor, eso es todo lo que hacen las EMN y ET en México. Queda mucho camino por recorrer para hablar de una real independencia política y económica. Se requiere de un Estado fuerte, gobernado por el pueblo, que garantice soluciones a las demandas históricas del capitalismo mexicano y de su población más pobre, donde la IED antes de ser el eje  sobre el que gira la política mexicana, se apegue a un proyecto mayor liderado desde el Estado en beneficio de su gente.  


Christian Damián Jaramillo Reinoso y Ollin Vázquez son economistas por la UNAM.

[1] Las EMN tienen filiales en varios países, pero que no ofertan de manera coordinada sus productos. Cada EMN toma en cuenta las condiciones del mercado local y se adapta a él. Las operaciones administrativas y la toma de decisiones importantes se realizan desde la empresa matriz. Las ET tienen sedes en varios países, donde cada una tiene la capacidad de decidir con mayor autonomía cuánto invierte en I+D, cómo adapta su marketing al mercado local o si necesita fabricar productos diferentes a la empresa matriz; la administración de cada sede es descentralizada (Hamilton & Webster, 2009).

[2] Las letras cc representan el capital constante; cv al capital variable; pv la plusvalía; co=cc/cv la composición orgánica del capital; g’ la tasa de ganancia; p’=pv/cv la tasa de explotación o la tasa de plusvalía. 

[3] En el Tomo I, Capítulo XXIII de El Capital, Marx dice: “(…) este incremento de la masa de los medios de producción, comparado con la masa de la fuerza de trabajo que la pone en movimiento, se refleja, a su vez, en su composición de valor, en el aumento del capital constante a costa del capital variable“ (Marx, 1999, pág. 526). Más adelante, en el Tomo III, Capítulo XIII de El Capital, Marx lo retoma de la siguiente manera: “Pero se ha revelado como una ley del modo capitalista de producción que, con su desarrollo, se opera una disminución relativa del capital variable en relación con el capital constante, y de ese modo en relación con el capital global puesto en movimiento” (Marx, 1894, pág. 270).

[4] Este es un ejemplo que pone Marx, que incluso sirve para ilustrar por qué le conviene a las EMN y ET desplazar sus actividades intensivas en mano de obra a los países subdesarrollados. Supongamos un país desarrollado donde hay un capital de 100 con 80 de capital constante y 20 del variable, donde se contratan 20 obreros y hay una tasa de explotación de 100% porque en media jornada laboral obtienen lo correspondiente a su salario. Supongamos que, en un país menos desarrollado, el capital es de 100, pero 20 es de capital constante y 80 de variable, con 80 obreros. Estos obreros, por ser menos productivos, crean su salario en 2/3 de jornada de trabajo, por lo que emplean únicamente 1/3 de la jornada para crear plusvalía (los otros obreros más productivos emplearon ½ de jornada de trabajo para crear plusvalía). Si todo lo demás se mantiene constante, en el país desarrollado los obreros producirán un valor de 40 y en el segundo uno de 120; la tasa de ganancia del primero será del 20% y del segundo del 40%. En el segundo caso, el del país atrasado, la ganancia es del doble, a pesar de que la tasa de plusvalía del primero es del 100% (Marx, 1894, pág. 275 y 276). 

[5] La cobertura de la negociación se refiere a proporción de asalariados cubiertos por negociaciones colectivas.

[6] Zamora (2007), citando a Carrillo y Hualde (1997), aclara que la industria maquiladora de exportación no es una clasificación estricta en el sentido del tipo de producción o de tecnología que utilizan, sino más bien es un régimen arancelario donde las empresas que se establecen como tales en México, tienen la capacidad de importar insumos, componentes y hasta personal técnico, libres de impuestos (temporalmente), para posteriormente exportarlo a Estados Unidos.  [7] En la literatura académica se suele creer que las empresas extranjeras que arriban a países subdesarrollados tienen el potencial de incrementar la productividad laboral y el PIB del país de acogida gracias a (1) la irradiación de tecnología y conocimientos emanados de ese tipo de empresas; y (2) a las “externalidades positivas” que se generan por (a) los encadenamientos productivos de dicha empresa con la industria local que le puede proveer de insumos, o (b) por el aumento de la competencia en el sector en que se inserta la nueva empresa y en los sectores que proveen de insumos a dichas empresas. 

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