Imperialismo posmoderno: una mirada desde la superestructura social

Por Arnulfo Alberto | Agosto 2023

Introducción

Este ensayo tiene como objetivo ofrecer una caracterización breve y crítica del imperialismo a partir de tres obras teóricas influyentes de finales del siglo XX: Imperio (Hardt and Negri, 2010), Orientalismo (Said, 2000) y La invención del desarrollo (Escobar, 1995). Estos textos suelen asociarse con la tradición del estructuralismo y postestructuralismo, dos corrientes teóricas francesas del siglo pasado la última de las cuales se enmarca en el posmodernismo. Aunque Hardt y Negri se autodefinen como marxistas y comunistas, han sido objeto de duras críticas desde otros teóricos de la misma tradición debido a su estilo ambiguo y complicado. Incluso Borón (2005) ha llegado a catalogar su obra como poética, en la cual las metáforas y alegorías están más cercanas al mundo metafísico que a la realidad material e histórica.  

Lo cierto es que estas tres obras enfatizan elementos pertenecientes a la esfera de la superestructura social, a saber, los aspectos jurídicos y constitucionales en el caso de Imperio, el aspecto cultural en el caso de Orientalismo y el discurso desarrollista en el caso de La invención del desarrollo.  Este ensayo aborda la cuestión de la base material desde una lectura desde “La condición de la Posmodernidad” (Harvey, 1990). En este trabajo no se incorporan obras clásicas sobre imperialismo, lo cual es un defecto importante que se pretende subsanar en posteriores trabajos. Las ideas que resaltamos de cada texto son solo una porción mínima de estas obras que se consideran relevantes y necesariamente se dejan fuera muchas otras por falta de tiempo y espacio.

Posmodernismo

No hay consenso en torno a la definición precisa de posmodernismo. De acuerdo con Hardt y Negri (2000), es una reacción al modernismo europeo y a la hegemonía de la razón. En este sentido, ellos rechazan que el modernismo sea un concepto unitario. Hay al menos dos modos de caracterizarlo: primero, como un proceso revolucionario radical y segundo, como una contrarrevolución política, social, cultural y filosófica. En todo caso, como señala Borón (2005), es cierto que el modernismo nos ha traído miseria humana y guerras fratricidas, pero al mismo tiempo, nos ha traído avances materiales en medicina y comunicación, por mencionar algunos. Es decir, como cualquier otra época de la historia, ha tenido sus claroscuros. Por su parte, Eagleton (1987) describe al posmodernismo como una reacción a los discursos totalizantes y las metanarrativas. Frente a la ilusión de una historia universal y homogeneizante, el posmodernismo opone una noción de fragmentación, diferencia y heterogeneidad de cosas, personas, fenómenos, etc.  

Para Harvey (1990), el postmodernismo es principalmente una manifestación cultural de los cambios en la superficie del modo de producción capitalista. Estos cambios no representan en absoluto la transición a una era postindustrial o postcapitalista. Este autor señala que las condiciones materiales de la producción han posibilitado el posmodernismo como condición histórica. Aunque no se puede establecer una relación causal o necesaria definitiva entre el posmodernismo, los cambios en el modo de acumulación capitalista y una nueva comprensión de las dimensiones espaciotemporales en la producción, el autor proporciona algunas razones de peso para justificar tal relación.  

De acuerdo con Harvey (1990), el capitalismo en su forma fordista y keynesiana entró en crisis en la década de los 60. A partir de este periodo, emerge lo que se conoce como acumulación flexible o neoliberalismo. A grandes rasgos, el fordismo se caracterizó por elevados niveles de industrialización, el predominio de la fabricación en serie y la racionalización de la producción. Desde una perspectiva de subconsumo, el creciente desempleo debido al desplazamiento de trabajadores de las fábricas motivó una gradual caída de la demanda efectiva. Además, la caída de la tasa de ganancia y la productividad de las corporaciones capitalistas pusieron en aprietos la balanza fiscal del gobierno, lo que contribuyó al incremento galopante de la inflación. Harvey resume en una palabra la crisis del fordismo: rigidez. La narrativa dominante fue que era necesaria la flexibilización en la producción, despojarse de ineficientes sistemas de producción a gran escala, flexibilizar el mercado de trabajo, flexibilización del contrato social, es decir, reducción del aparato estatal y su intrincada red de instituciones sociales. En suma, libre movilidad de capitales y de inversión a escala doméstica e internacional.  

Imperio

El análisis de Hardt y Negri presupone estas condiciones económicas descritas por Harvey. Estos autores comienzan su análisis señalando que el ascenso de la burguesía como clase dominante estuvo estrechamente ligado a la revolución humanista y a la Ilustración. Durante este período, la burguesía en Europa representó una verdadera clase revolucionaria que derrocó el régimen feudal y el dominio de lo trascendental, llevando la historia al terreno de lo inmanente. En otras palabras, el ámbito místico y ceremonial dio paso al cálculo mundano y directo del intercambio mercantil.  

Sin embargo, la burguesía siempre ha estado en crisis y ha mutado constantemente para seguir reproduciendo sus propias condiciones de existencia. En esto coinciden Marx y Engels (1997) cuando señalan en el Manifiesto Comunista que: “La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes” (p. 34). Es innegable que todavía vivimos en la época de la burguesía. ¿Acaso esta época burguesa perdió en algún momento su impulso revolucionario o sigue vigente su espíritu dinámico, audaz y profanador que tuvo en sus primeros años? ¿En qué momento exacto perdió este impulso, si es que lo perdió?  

Además, señalan en el mismo texto que: “A cada etapa de avance recorrida por la burguesía corresponde una nueva etapa de progreso político” (p. 34). En otras palabras, la burguesía como clase ha atravesado varias fases en la historia. En su génesis, se encontraba oprimida por las instituciones y los señores feudales. Posteriormente, luchó contra la nobleza y finalmente se impuso políticamente constituyendo el moderno estado burgués. Por eso, Braudel señala que el capitalismo triunfa cuando se vuelve indistinguible del estado, es decir, cuando el capitalismo es el estado (Citado por Hardt y Negri, 2000). A partir de esta premisa, Hardt y Negri infieren que la relativa pérdida de importancia de los estados-nación frente a las corporaciones capitalistas transnacionales y los organismos políticos supranacionales, al menos en el ámbito jurídico, refleja un cambio histórico de gran alcance que exige una reevaluación general de la globalización de la producción capitalista y la formación de un mercado mundial.  

Este cambio en el nivel de producción también se refleja en lo político, con una constitución política particular. Marx y Engels (1997) señalan que la libre concurrencia reemplazó a las costumbres feudales atávicas, cuya legitimación legal se consagró en una constitución política y social ad hoc. Hardt y Negri (2000) sugieren que el Imperio establece de facto una nueva constitución mundial que busca gobernar las nuevas relaciones capitalistas globales. El Imperio da por concluida la historia, algo que inevitablemente nos recuerda a Fukuyama y su teoría del fin de la historia (2012). En última instancia, estamos hablando de una visión desde el dominante liberalismo. En este Imperio y su ordenamiento jurídico y ético, todo queda cubierto y abarcado, desde el amanecer hasta el ocaso, al igual que en el antiguo Imperio español de Felipe II. Es decir, el capitalismo posmoderno establece la paz y el orden por decreto y se legitima a sí mismo mediante sus propios fundamentos éticos.  

Quizás la principal crítica que se pueda hacer al extenso texto de estos autores es que se centran excesivamente en un análisis jurídico y constitucional del capitalismo posmoderno. En cuanto al ámbito de la producción, sus principales proposiciones se basan en la producción de subjetividades a través de la categoría de biopolítica y biopoder. Presentan la producción como fluida y flexible, lo cual es sin duda una lectura centrada en los países desarrollados, y argumentarían que Marx también se dedicó al caso clásico de desarrollo burgués de su tiempo, Inglaterra. Estos autores conceptualizan la sociedad capitalista posmoderna según lo que denominan biopolítica y control. El primer concepto se refiere a la producción de vida y cuerpos mediante diversos mecanismos de poder, como los sistemas de comunicación y las redes de información que actúan directamente en el cerebro de las personas. Las corporaciones capitalistas contribuyen directamente a esto, ya que no solo producen mercancías, sino también un tipo de individuo acorde a sus intereses. El segundo concepto apunta a una noción de poder que no se limita al aparato estatal, sino que abarca todas las instituciones burguesas flexibles y fluctuantes, aparentemente inofensivas, como hospitales, asilos, escuelas, universidades, prisiones, fábricas e iglesias. Estas instituciones desempeñan el papel de crear sujetos disciplinados de acuerdo con un conjunto específico de normas sociales. El control no se limita solo al ámbito de la ideología y la conciencia, sino que abarca también la base material de estas, en otras palabras, el aspecto biológico de los individuos.  

Orientalismo

Ahora bien, existe un discurso, una narrativa y una forma de ver el mundo que se utiliza como justificación y legitimación de las acciones realizadas por grupos bajo la bandera de un país contra otros grupos, culturas o países enteros. Parker (1989, p. 61), en la tradición de Michel Foucault, filósofo francés, define discurso como “un sistema de afirmaciones que construyen un objeto” (citado por Wooffit, 2005).  

Por ejemplo, Said (1978) en su libro “Orientalismo” critica la construcción artificial y semimitológica que la cultura occidental ha creado del Oriente como un todo homogéneo, atrasado y primitivo. Esta narrativa ha servido como legitimación para la colonización y dominación de las culturas presentes en esa región geográfica. Dicha narrativa persiste hasta nuestros días, ya que la invasión de Estados Unidos a Iraq en 2004 se basó parcialmente en un discurso de civilización versus barbarie y democracia frente a regímenes autoritarios. Said señala que la historia la hacen los hombres y las mujeres, y son ellos quienes deben tomar en sus manos la construcción de su propio futuro, en lugar de una fuerza externa con una visión e ideas completamente ajenas a la cosmovisión de los pueblos del mundo y a la imagen que tienen de sí mismos. Oriente es, pues, una construcción europea que ha devenido en imaginario colectivo de civilizaciones bárbaras. Ha servido, al mismo tiempo, como representación del otro para reforzar la propia identidad europea. Orientalismo, por su lado, viene a representar sobre todo una versión académica del colonialismo, una separación artificial entre el este y el oeste.  

Las guerras por el petróleo en Medio Oriente y la globalización muestran que persiste un brutal extractivismo y opresión de los países ricos hacia los pobres. No hay duda al respecto. Sin embargo, este extractivismo y saqueo de recursos y riquezas no se explica únicamente por la dinámica de las estructuras económicas, sino también por la dinámica de la superestructura. La percepción negativa que se tiene de los países no occidentales desempeña un papel legitimador de la violencia ejercida sobre ellos.  

Desarrollismo

Ligado a la idea anterior, Escobar (1995), siguiendo la tradición foucaultiana, critica el discurso lineal del desarrollo que ha imperado y todavía impera en América Latina. Este discurso fue promovido por los centros de poder, es decir, se difundió desde las instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, universidades y agencias gubernamentales principalmente. Esta narrativa de progreso se convierte en la guía bajo la cual operan los países, pero no surge de un consenso popular, no tiene legitimidad porque no surge de una discusión democrática, más bien representa la ideología de las clases dominantes y sobre todo de aquellas pertenecientes a los centros neurálgicos de poder.  

Ahora bien, ¿estamos objetivamente predestinados al progreso material y social, o esta idea de que el mundo avanza inexorablemente en una senda de progreso, este discurso de progreso se convierte en el “progreso” objetivo en una suerte de profecía autocumplida? Lo que primero imaginamos o concebimos, como arquitectos conscientes de nuestro propio destino, luego se materializa en escala individual o social. Al fin y al cabo, Marx (1999) señala en El Capital que lo que el hombre crea primero como imagen mental después lo materializa u objetiviza cuando dice: “Al final del proceso de trabajo, surge un resultado que ya existía en la mente del trabajador antes de iniciar el proceso; es decir, un resultado que ya tenía una existencia ideal” (p. 130-131).  

Esto es, se inicia imaginando a la sociedad que reemplazará al capitalismo. Esta creación mental debe estar guiada por el conocimiento científico, por el conocimiento acumulado por la humanidad, y liderada por el pueblo en su conjunto en un ejercicio democrático. La elevación de la conciencia del pueblo, la autoconciencia de su propia condición debe ir más allá del mero economicismo inmediato. Debe ser la adquisición de la mayoría de edad en todos los ámbitos de la vida: político, cultural, filosófico, artístico, etc. En este sentido, Escobar llama a repensar radicalmente la estrategia de desarrollo de los países del sur, cuestionando los supuestos de las teorías convencionales e incorporando la visión de los pueblos en su lucha por su propia emancipación.

Esta crítica a la visión de desarrollo proveniente de los centros de poder es correcta. Sería ingenuo pensar que son las clases populares las que han impuesto la narrativa de progreso predominante, sobre todo cuando incluso los teóricos liberales de la democracia han concluido que sin independencia económica no puede haber ciudadanía política plena (Nun, 2000). El camino está abierto a múltiples posibilidades, pero la trayectoria que se realice será el producto del conflicto social entre los múltiples intereses existentes en la sociedad. Esto es, la lucha de clases y las condiciones sociales y económicas concretas no pueden ser perdidas de vista. Al final del día, la nueva sociedad debe surgir de la actualmente viviente.  

Estructura y superestructura

Ahora bien, ¿por qué engancharse en el análisis de elementos del aparato superestructural de la sociedad? En este apartado se problematiza brevemente la relación entre estructura y superestructura.  

Aunque el marxismo parte de una explicación esencialmente materialista, no pasa por alto el importante efecto de las ideas que operan junto con las motivaciones económicas. Es decir, los aspectos estructurales no se definen únicamente por las relaciones productivas en un sentido estrecho, sino también por las relaciones sociales en un sentido amplio, que incluye tanto las relaciones estructurales como las superestructurales.  

En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels afirman que lo que ocurre en el ámbito de la producción material también ocurre en el ámbito del espíritu. Es decir, así como en el capitalismo se crea un mercado mundial, también tiende a crearse una literatura universal o, en términos más amplios, una cultura homogénea. Sin embargo, esta cultura universal tiende a originarse en los países dominantes, aquellos que ejercen su hegemonía política, económica y cultural. Además, estas esferas se determinan mutuamente.  

Ha habido una discusión importante en torno a la preponderancia de la estructura económica sobre la superestructura que se remonta a los tiempos de Marx. Ante estas objeciones, Engels respondió con una posición intermedia cuando escribió en una carta a Bloch:

Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien tergiversa esto diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá esta tesis en una frase vacía, abstracta y absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que se levanta sobre ella, como las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las constituciones que redacta la clase triunfante después de una batalla, las formas jurídicas e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en la mente de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y su ulterior desarrollo hasta convertirlas en un sistema de dogmas, también ejercen su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma (p. 514).  

En la teorización particular de la teoría marxista desarrollada por Wolff y Resnick (1987), se argumenta que se hace un énfasis especial en la estructura económica porque es el enfoque particular desde el cual Marx decide analizar la totalidad social, es decir, es su punto de partida inicial, pero esto no significa que tenga una preponderancia especial en toda circunstancia. En su momento histórico y en los períodos anteriores, los filósofos idealistas y las clases dominantes perdían de vista la base económica y realizaban un análisis unilateral del mundo como representación de las ideas o partiendo de una base trascendental, negando la realidad material o subordinándola al espíritu. Sin embargo, esto no significa que una determine a la otra de manera unívoca. Ambas operan simultáneamente, se determinan mutuamente y llegan a definir de manera contingente una dominación concreta en un momento específico.

Es verdad que las clases privilegiadas son las que tienen un acceso preferencial al conocimiento y que sus intereses son las que se ven reflejados en sus teorizaciones en primer lugar, aunque esta correspondencia no es mecánica ni simple. Los productos intelectuales también están anclados en la materia, entendida como la realidad que lo cubre todo y participan de sus condición contradictoria y cambiante.  

Conclusión

Es claro que el capitalismo contemporáneo presenta una forma imperialista, en la que un puñado de países rico impone su hegemonía sobre otros países. Los mecanismos de opresión son variados y abarcan tanto procesos económicos como del terreno cultural, político, social y discursivo, entre otros. Las manifestaciones superestructurales predominantes en el capitalismo de hoy en día coinciden en general con cambios en la base material de producción, esto es, el tránsito entre un régimen de acumulación fordista caracterizado por su rigidez a uno más flexible que impera hoy en día, el neoliberalismo, pero esta relación no es directa ni lineal. Diversos autores contemporáneos incorporan nuevos análisis de las formas específicas que toma la sociedad capitalista actual. Esto enriquece el debate político, aunque siempre está el riesgo latente de lateralizar el análisis al enfatizar elementos superestructurales sobre los estructurales.  


Arnulfo Alberto es maestro en economía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Referencias

Boron, A. A. (2005). Empire and Imperialism: A Critical Reading of Michael Hardt and Antonio Negri. London and New York: Zed Books.

Eagleton, T. (1987): ‘Awakening from modernity.’ Times Literary Supplement, 20 February 1987.

Escobar, A. (1995). Encountering development: The making and unmaking of the Third World. Princeton University Press.

Fukuyama, F. (2012). The end of history and the last man. Simon and Schuster.

Hardt, M., & Negri, A. (2000). Empire. Harvard University Press.

Harvey, D. (1990). The Condition of Postmodernity: An Enquiry into the Origins of Cultural Change. Wiley-Blackwell.

Marx, C. (1999). El Capital: crítica de la economía política. Tercera edición, Mexico, FCE.

Marx, K., & Engels, F. (1997). The Communist Manifesto. Foreign Languages Press, 1970. Preparado en línea por David J. Romagnolo.

Nun, J. (2000). The End of Work and the “Marginal Mass” Thesis. Latin American Perspectives, Jan. 2000, Vol. 27, No. 1, The Working Class, Democracy, and Justice (Jan. 2000), pp. 6-32.

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Said, E. W. (1978). Orientalism. Vintage Books.

Parker, I. (1989). The Crisis in Modern Social Psychology – And How to End It. London and New York: Routledge.

Resnick, S. and Wolff, R. (1987). Knowledge and Class: A Marxian Critique of Political Economy. Chicago: University of Chicago Press, 352p.

Wooffitt, R. (2005). Conversation Analysis and Discourse Analysis. A Comparative and Critical Introduction. Sage Publications.

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