China, una potencia no imperialista

Por Ehécatl Lázaro | Julio 2023

En las últimas décadas, la República Popular China (en adelante China) se ha convertido en un actor determinante del sistema internacional. Sus capacidades económicas, demográficas, territoriales, militares y tecnológicas la colocan como una de las potencias más importantes del mundo, solo por detrás de Estados Unidos. Si bien China ha sido gobernada, desde 1949, por el Partido Comunista, la trayectoria seguida por el país ha suscitado cuestionamientos en torno al papel que ejerce en el ámbito internacional. ¿Puede China ser considerada como un aliado por las clases populares del mundo que aspiran a subvertir el sistema capitalista? Las respuestas a esta interrogante pueden ser divididas en dos grupos: aquellas que responden afirmativamente, partiendo del hecho de que el país es gobernado por el Partido Comunista, una formación política que enarbola el ideario marxista-leninista; y aquellas que niegan tal afirmación, por considerar que en los hechos China es un país capitalista que ejerce una política exterior imperialista, reproduciendo el comportamiento de las potencias capitalistas tradicionales.

Si partimos de la premisa de que el imperialismo es el principal enemigo de las luchas revolucionarias, la discusión en torno a si China es o no una potencia imperialista es más que un mero ejercicio teórico, pues conlleva un posicionamiento político. Caracterizar a China como una potencia imperialista implica identificarla como un enemigo de las luchas populares que aspiran a superar el capitalismo; caracterizarla como no imperialista, no necesariamente implica señalarla como aliada de las luchas por el socialismo, pero abre la puerta para pensar en un papel más progresista y no reaccionario. En este ensayo defiendo la tesis de que China es una potencia no imperialista. La primera parte contiene una breve discusión sobre el concepto de imperialismo, partiendo de la obra canónica de Lenin; posteriormente, explico las peculiaridades del capitalismo chino y cuáles son sus diferencias fundamentales respecto a otros capitalismos; después, analizo la política exterior de China tomando como casos puntuales América Latina, la Unión Europea y Rusia; finalmente, presento algunas reflexiones a manera de conclusión.

El concepto de imperialismo

Dentro del campo socialista, la obra de Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, sentó las bases para entender el imperialismo durante el siglo XX. El revolucionario ruso definió al imperialismo como un momento necesario en el desarrollo de los países capitalistas industrializados. De acuerdo con Lenin, primero, se conforman grandes monopolios que dominan los mercados nacionales, después, el capital industrial se fusiona con el capital bancario (originando el capital financiero), posteriormente, dichos países comienzan a exportar más capitales que mercancías a los países no industrializados, y finalmente se forman grupos monopólicos que se reparten el mundo. Con base en este análisis, Lenin (1972) caracterizó a la Primera Guerra Mundial como una guerra inter imperialista. Las burguesías de los países capitalistas más avanzados (Inglaterra, Francia, Alemania y Estados Unidos) ya se habían repartido todo el mundo y la única forma de resolver las contradicciones existentes era la guerra.

Si el criterio para clasificar a un país como imperialista son solo las cuatro condiciones planteadas por Lenin, entonces China cae dentro de esa clasificación. Actualmente, China funciona bajo las relaciones de producción propias del capitalismo: existe propiedad privada de los medios de producción, la fuerza de trabajo es libre de medios de producción y libre de venderse a cualquier capitalista, y hay producción de plusvalor por parte de los trabajadores y apropiación de este por parte de la burguesía. Estas relaciones sociales de producción sientan las bases para que en China, como en todos los países capitalistas avanzados, se conformen monopolios nacionales, para que se fusionen el capital bancario y el industrial, para que China comience a exportar capitales a otros países y para que ocupe cada vez más mercados en todo el mundo.

Es verdad que Lenin define al imperialismo como “la época del capital financiero y de los monopolios”, lo cual es una definición eminentemente económica, pero el imperialismo no es solamente un fenómeno económico, sino también político. Siguiendo a David Kotz y Zhongjin Li (2021), en realidad el propio Lenin define al imperialismo como un fenómeno económico-político. Usando la definición de Kotz y Li, el imperialismo sería “la dominación económica y política de un país por la clase dominante de otro país realizada con el objetivo de extraer beneficios económicos para esa clase dominante”. La dominación política se entiende aquí de la siguiente manera: las clases capitalistas pueden establecer relaciones de dominación económica en otros países mediante el establecimiento de sus empresas, pero solo pueden establecer relaciones de dominación política a través del Estado.

De acuerdo con la teoría marxista, la clase social económicamente dominante es también la clase que domina al Estado y, por tanto, se espera que en una sociedad económicamente dominada por la clase capitalista esa clase también controle al Estado. La burguesía de cada país no solo gestiona sus negocios, sino también el aparato de Estado. Desde este punto de vista, la política exterior de un país es también diseñada y aplicada por las burguesías nacionales. Al convertirse en un guardián de los intereses de la burguesía, el Estado garantiza por medios económicos, políticos y militares el bienestar de dichos intereses en el mundo. Como es lógico, una burguesía poderosa, que ha exportado capitales a diferentes partes del mundo, exige también unas fuerzas armadas desarrolladas, capaces de salvaguardar sus intereses en donde sean requeridas.

Para Kotz y Li no bastan los cuatro parámetros económicos de Lenin para clasificar a un país como imperialista. Es necesario verificar que la burguesía se haya apoderado del Estado. Si bien esto ocurrió “naturalmente” durante las revoluciones burguesas en Europa y Norteamérica, y después en Japón, Corea del Sur, etc., no es el caso de China, donde la burguesía jamás ha controlado efectivamente el aparato de Estado. Esta idea es desarrollada en la segunda parte del presente ensayo.

Claudio Katz (2022) pone el foco en otro ámbito para definir el concepto de imperialismo. Según el economista argentino, “el lugar de cada potencia en la economía mundial no esclarece su papel como imperio, ese rol se dilucida evaluando la política exterior, la intervención foránea y las acciones geopolítico-militares en el tablero global”. Katz sostiene que en la actualidad existe un sistema imperial inaugurado con el fin de la Segunda Guerra Mundial. Este sistema es caracterizado por el surgimiento de un fenómeno similar al ultraimperialismo de Kautsky, por la ausencia de guerras entre potencias imperialistas, por la dirección de Estados Unidos como gran potencia imperial, y por la presencia de alterimperios (Inglaterra, Francia, Alemania, etc.) y coimperios (Australia, Canadá, Israel, etc.). Este sistema se habría fortalecido con la caída de la Unión Soviética.

De acuerdo con Katz, el sistema imperial contemporáneo “se asienta en cimientos sociales y gestiones capitalistas muy alejados” del imperialismo prexistente, pero “mantiene el pilar coercitivo que han compartido todas las modalidades imperiales para dirimir primicias, acaparar lucros y consolidar poderíos con el uso de la fuerza”. Así, para clasificar a un país como imperialista no basta satisfacer las condiciones económicas planteadas por Lenin, ni la dominación política resaltada por Kotz y Li, sino que es necesario que el país en cuestión posea un aparato militar con la capacidad de garantizar los intereses de su burguesía en el mundo. Esta es la definición de imperialismo considerada en el presente ensayo.

Desde esta perspectiva, el complejo militar-industrial de Estados Unidos tendría la función de salvaguardar los intereses de la burguesía estadounidense, que incluyen a los de las burguesías aliadas que integran el sistema imperial. Las dimensiones de las fuerzas armadas estadounidenses, la existencia de organizaciones militares internacionales como la OTAN y el permanente acoso a otros países, serían el sustento empírico de esta propuesta. En la situación actual, China no satisface la dimensión política ni la militar para clasificar a un país bajo la categoría de imperialista.

Capitalismo (o socialismo) con características chinas

El capitalismo llegó a China en el siglo XIX, cuando Inglaterra, primero, y después todas las potencias del mundo, obligaron a China a aceptar un conjunto de tratados desiguales muy desventajosos para la economía china. Antes de ese periodo, el modo de producción prevaleciente en China no era capitalista. Algunos estudiosos de la historia económica china han hablado de los “brotes de capitalismo” que existieron en China durante la dinastía Ming (1368-1644), pero ese modo de producción nunca se llegó a desarrollar plenamente. Después, en la dinastía Qing (1644-1912), la economía china mantuvo un crecimiento importante, basado en la economía mercantil, por un lado, y el control estatal, por el otro.

Un ejemplo de este tipo de relaciones es el comercio con Europa y, en general, con todo el exterior. Por orden imperial, el comercio solo podía realizarse a través del puerto de Cantón y solo en determinados meses del año. Los comerciantes extranjeros no tenían permitido residir en China, ni siquiera en Cantón, y tampoco tenían permitido comerciar libremente, sino que tenían que hacerlo forzosamente con el aparato burocrático imperial chino responsable de operar el comercio del puerto; los comerciantes chinos tampoco podían tratar directamente con los occidentales, sino que siempre debían hacerlo a través de los representantes imperiales. Fue este control estatal de la economía lo que llevó a Inglaterra a emprender la Guerra del Opio de 1839: la gran potencia capitalista abrió con sangre y fuego el mercado chino, hasta entonces impenetrable.

Al ganar la guerra, Inglaterra impuso a la dinastía Qing condiciones económicas y políticas que obligaron a China a empezar a abrir su economía (Tratado de Nanjing de 1942).  Después de Inglaterra llegaron Rusia, Francia, Estados Unidos, Japón, Prusia, Portugal, Italia, España, Holanda, Bélgica y Suiza. Cada uno de esos países impuso a China condiciones de sometimiento económico y político que la dinastía de los Qing no pudo rechazar. Incapaz de expulsar a los invasores, China se volvió una semicolonia. Cuando fue necesario, como en la rebelión de los Boxers de 1901, las potencias emplearon a sus ejércitos para reprimir militarmente los esfuerzos independentistas.

Durante aproximadamente cien años, desde 1839 hasta 1949, las potencias introdujeron permanentemente relaciones de tipo capitalista en China, pero no fue suficiente para consolidar el modo de producción capitalista en todo el país. Mao Zedong caracterizaba a China como un país semicolonial y semifeudal. Semicolonial porque se encontraba bajo el dominio de las potencias, pero no alcanzaba el estatus de colonia porque las pugnas entre las potencias, por un lado, y el tamaño territorial y demográfico de China, por el otro, habían impedido la completa dominación de China. No era libre, pero tampoco era una colonia en toda la extensión de la palabra. Semifeudal porque Mao consideraba que China se había encontrado en un régimen feudal hasta la llegada del capitalismo extranjero, cuando el capitalismo comenzó a reemplazar paulatinamente al feudalismo, sin llegar a hacerlo en su totalidad. En un texto clave del Movimiento de Rectificación, Mao (2013) se expresaba así sobre la situación del país: “Han sido destruidos los cimientos de la economía feudal, pero la explotación del campesinado por la clase terrateniente, base del sistema de explotación feudal, no solo permanece intacta, sino que, ligada con la explotación ejercida por el capital comprador y usurario, predomina manifiestamente en la vida económica y social de China”.

El derrocamiento del imperio, en 1912, significó el inicio de la República de China, dirigida por el Partido Nacionalista, mejor conocido como Kuomintang. Este partido promovió la introducción del capitalismo en China y favoreció a la burguesía extranjera y nacional para fomentar el crecimiento económico del país. A partir de la década de 1920, bajo el liderazgo de Chiang Kai-shek el Kuomintang adquirió un carácter político cercano al fascismo, fuertemente represor del movimiento obrero y campesino, y servil con los grandes capitales. A pesar de sus esfuerzos, la vastedad del territorio chino, y la fragmentación política imperante desde el fin del imperio, fueron obstáculos para que el capitalismo se desarrollara más rápidamente, desembocando en una sociedad con las características descritas por Mao.

El triunfo de los comunistas, en 1949, implicó un freno al desarrollo del capitalismo en China. El Partido Comunista dio una dirección completamente diferente a la economía y la sociedad del país: Mao se enfocó en superar definitivamente el capitalismo para construir una sociedad socialista. Los supuestos económicos del modo de producción capitalista (propiedad privada de los medios de producción, relaciones asalariadas, producción y apropiación del plusvalor por la burguesía) fueron sustituidos por otras relaciones sociales de producción (propiedad estatal de los medios de producción, producción y distribución controladas por el Estado, y apropiación estatal del plusvalor). La burguesía, que durante el periodo de la República de China no había logrado generalizar el capitalismo como modo de producción predominante, y no había podido controlar políticamente todo el territorio del país, se encontró en una situación más complicada con los comunistas en el poder.

Hasta 1976, fecha en que murió Mao, la burguesía china y extranjera estuvo marginada de la economía, la sociedad y la política chinas. A partir de 1978, cuando Deng Xiaoping tomó las riendas del poder y el Partido Comunista modificó la trayectoria a recorrer en la construcción del socialismo, la burguesía comenzó a regresar a la economía y la sociedad china, pero no a la política. Con la nueva dirección de Deng, la burguesía nacional y extranjera fue bienvenida a China y fueron reintroducidas las relaciones sociales de producción capitalistas: propiedad privada de los medios de producción, relaciones asalariadas, y acumulación de plusvalor por parte de la burguesía. La lógica socialista detrás de este movimiento estriba en que es necesario desarrollar las fuerzas productivas para que el capitalismo dé todo lo que puede dar de sí y, sobre esas bases, construir el socialismo. “La pobreza no es socialismo”, decía Deng Xiaoping, para impulsar los cambios que trajo la nueva política.

De esta manera, el capitalismo comenzó a desarrollarse nuevamente, aunque bajo el control y la dirección del Partido Comunista. Las fuerzas productivas de China se desarrollaron con una potencia única, como no lo había hecho ningún país en la historia. A la par, la burguesía creció y se fortaleció como clase, mientras el proletariado también creció y mantuvo el control estatal mediante el Partido Comunista. En 2002, Jiang Zemin (secretario general del partido) introdujo el concepto de Triple Representatividad para abrir el Partido Comunista a la burguesía que deseara integrarse. Este movimiento ha sido interpretado de dos maneras: por un lado, como la manifestación necesaria de una clase burguesa que se había vuelto predominante en la economía y la sociedad, y ahora buscaba tomar también el poder político; por el otro, como una estrategia del Partido Comunista para integrar subordinadamente a la burguesía al aparato estatal y así ejercer un mayor control sobre ella.

Independientemente de la interpretación, objetivamente la burguesía comenzó a ingresar al Partido Comunista. Así, hoy el partido no solo está integrado por campesinos, obreros, artesanos, profesionistas, pequeña burguesía, etc., sino también por grandes empresarios de talla mundial, como Jack Ma, dueño de Alibaba. En este contexto, la llegada de Xi Jinping al poder, en 2012, con un discurso más comunista y acciones que atentan contra los intereses de la burguesía, significaría que el Partido Comunista no ha sido capturado por la clase capitalista china. Sin embargo, al interior del partido se libran permanentes pugnas por el control de los órganos de decisión más importantes: la burguesía, fiel a su comportamiento de clase, pretende apoderarse del partido desde adentro, mientras la dirigencia ortodoxa lucha por mantener acotada a la burguesía en la participación política y al mismo tiempo la impulsa para que potencie las fuerzas productivas.

Visto en perspectiva histórica, actualmente en China el capitalismo se ha instalado como modo de producción predominante, pero es un capitalismo diferente al que existe en otras potencias capitalistas en tanto que en China el aparato de Estado todavía no ha caído en manos de la burguesía, lo que se verificó hace más de un siglo en los otros países capitalistas. Esto afecta de manera doble a la burguesía china: en primer lugar, no puede utilizar el Estado para avanzar en sus propios objetivos; en segundo lugar, el Estado interviene en la economía de maneras tales que restringe las posibilidades de acción de la burguesía.

En este sentido, conviene señalar el carácter de fondo de la reforma y apertura iniciada por Deng. Esta política fue aplicada para reactivar el mercado y a la burguesía como instrumentos de generación de riqueza, para que China pudiera desarrollar sus fuerzas productivas. Las reformas se han dado en varias etapas, en aras de transformar la economía china estatalizada en una economía de mercado. Poco a poco el Estado le ha dado más facilidades a la burguesía para que cumpla con su papel, y poco a poco le ha abierto nuevos sectores que anteriormente le estaban prohibidos por ser monopolio del Estado. Así, el Partido Comunista ha ido permitiendo que la burguesía tenga cada vez más control de la economía china, pero al mismo tiempo el Estado no ha renunciado a las riendas del desarrollo económico. La contradicción al interior del partido ocurre entre el hecho de querer controlar la economía y querer que la burguesía siga desarrollándose. Es la naturaleza de la economía socialista de mercado que defiende el partido para China.

Si bien con la reforma la burguesía ha ganado fuerza como clase, todavía sigue subordinada, tanto económica como políticamente, a los designios del partido. Este sometimiento de la burguesía es único entre las potencias capitalistas. No ocurre en Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Japón, etc. En todos esos países, la burguesía capturó el aparato de Estado mediante procesos revolucionarios en el siglo XVIII, como la revolución francesa, o mediante una transformación paulatina de las élites en burguesía durante el siglo XIX, como ocurrió en Japón y Alemania. La posición de la burguesía china como no controladora del Estado es fundamental para entender la relación de China con los otros países del mundo, pues la política exterior de un país no la trazan las empresas por sí mismas, sino el Estado. En los países donde el Estado es controlado por la burguesía, las empresas traducen sus intereses en objetivos de la política exterior que diseña el Estado. En el caso de China, aunque la burguesía tenga intereses en otros países, no puede hacerlos pasar como intereses nacionales de toda China, pues la política exterior la diseña y ejecuta el Estado, controlado por el Partido Comunista. Esto es fundamental para negar la clasificación de China como una potencia imperialista.

La política exterior de China: potencia económica sin dominación política ni militar.

Para esclarecer si China es o no una potencia imperialista, conviene recordar que tomo a una potencia como imperialista si el país en cuestión cumple tres requisitos: 1) satisface las condiciones económicas planteadas por Lenin, 2) su burguesía ejerce un dominio político sobre otros Estados, 3) posee unas fuerzas armadas desarrolladas, que emplea para defender sus intereses en todo el mundo. En esta sección, reviso si las relaciones de China con América Latina, la Unión Europea y Rusia cumplen con las tres condiciones aquí señaladas.

a) América Latina

Las relaciones entre China y América Latina están marcadas por el fortalecimiento de los lazos económicos: el comercio, la inversión y el financiamiento han crecido aceleradamente en los últimos veinte años. China es ya el segundo socio comercial de América Latina, sus inversiones son cada vez más visibles en los diferentes países de la región y se ha convertido en una fuente alterna de financiamiento. Las relaciones económicas están desequilibradas a favor de China: mientras América Latina exporta materias primas y bienes de bajo valor agregado a China, sus importaciones desde el país asiático consisten en bienes de alto valor agregado, lo que genera un déficit en su balanza comercial. Las inversiones de capitales latinoamericanos en China son poquísimas, comparadas con las inversiones chinas en América Latina, mientras en el financiamiento América Latina no tiene nada que ofrecerle a China.

En lo referente a las relaciones políticas, China únicamente no mantiene relación con aquellos países que reconocen a Taiwán. Sin importar el signo ideológico de los partidos gobernantes, China ha establecido relaciones de cooperación con todos los demás países. No ejerce presiones para que asuman una posición u otra en el terreno internacional, no aplica unilateralmente sanciones económicas o de otro tipo, mantiene una relación de respeto y no interviene en los asuntos internos que le competen a cada país. Por otro lado, China ha estado haciendo esfuerzos por mantener un diálogo permanente con los países de la región a través del foro China-CELAC.

Militarmente, China no tiene ninguna base militar en América Latina, no ha participado en guerras en la región, ni realiza ejercicios militares que amenacen la seguridad de los países latinoamericanos.

Con una mirada crítica, algunos investigadores han señalado que la presencia económica de China en América Latina no es necesariamente benéfica para la región, pues ha venido a sustituir a Estados Unidos en su papel de país central, mientras los países latinoamericanos siguen siendo dependientes. Es decir, que la relación de China con América Latina no rompe el patrón centro-periferia que ya existía entre Estados Unidos y la región. Esto es parcialmente cierto, pero amerita un análisis aparte.

Con base en esto, puede decirse que América Latina tiene una relación de dependencia económica con China, pero no de dominación política ni militar. Esta relación no es exclusiva de América Latina, sino que la aplica China en todo el Sur Global. Los países de África y Asia mantienen una relación similar con China, aunque cada uno con sus especificidades.

b) Unión Europea

China es el segundo socio comercial de la Unión Europea. A diferencia de los países del Sur Global, los países de la Unión Europea sí exportan bienes de alto valor agregado a China, pero también su balanza comercial es negativa, lo que quiere decir que exportan a China menos de lo que importan de ese país. La relación de Europa con China no es de dependencia en los términos en que lo plantea la teoría de la dependencia, pero sí existe un fuerte lazo económico que se ha consolidado en las últimas dos décadas. Políticamente, China no ejerce ninguna dominación sobre los países europeos: respeta la soberanía e integridad territorial de todos y no se inmiscuye en los asuntos internos. Militarmente, tampoco hay presencia china en Europa.

La Unión Europea comparte con Estados Unidos, Inglaterra, Canadá, Australia, Japón, Corea del Sur, Israel, Nueva Zelanda, etc., el hecho de ser miembros del sistema imperial, pero, al mismo tiempo, mantienen fuertes lazos económicos con China. La posición de estos países no es homogénea respecto a China: mientras Estados Unidos identifica a China como la principal amenaza a su seguridad, la Unión Europea pone en ese lugar a Rusia, mientras busca mantener buenas relaciones con China. Dos ejemplos: 1) Estados Unidos llama al desacoplamiento económico de China, pero la Unión Europea solo busca ser más cautelosa, no desacoplarse; 2) Estados Unidos ha rodeado a China con bases militares, mientras la Unión Europea no participa en ese cerco militar. Aunque la relación económica y política de todos los elementos del sistema imperial con China es similar, militarmente hay algunas diferencias.

c) Rusia

China es el principal socio comercial de Rusia. Como en los casos pasados, también Rusia tiene una balanza comercial deficitaria con China. Exporta hacia China gas, combustibles, aceites, hierro, madera, entre otras materias primas, mientras importa del país asiático bienes de alto valor agregado. La estructura de su comercio exterior es más parecida a la de América Latina que a la de la Unión Europea. Políticamente, China respeta a Rusia y Rusia respeta a China, pero su relación va más allá del respeto. Desde la década de 1990 existe una cooperación en varios temas que se ha venido fortaleciendo conforme crece el acoso del sistema imperial contra los dos países. La cooperación política existe a varios niveles, siendo el más general la búsqueda conjunta de un orden mundial multipolar, contrario al hegemonismo de un solo país. No se puede decir que China domine políticamente a Rusia ni viceversa. Hay un respeto mutuo. Militarmente, también hay una sólida cooperación entre los dos países. No solo realizan ejercicios militares conjuntos, sino que Rusia le vende armamento a China y le transfiere tecnología militar. Sobra decir que China no tiene bases militares en Rusia.

La relación de China con Rusia no es de dominación, sino de cooperación. Este tipo de relación también la guarda China con los países de los BRICS: economías emergentes que han visto en China una opción para terminar con el mundo unipolar hegemónico y para tener más opciones económicas. Con algunos de estos países, y otros que no pertenecen a los BRICS, como Irán, China también realiza ejercicios militares.

d) Los tres

En ninguno de los casos revisados aquí (América Latina, Unión Europea y Rusia) se puede reconocer una política exterior imperialista por parte de China. En los tres casos, China es un socio económico predominante: América Latina y Rusia muestran una dependencia, y la Unión Europea un nutrido intercambio comercial. Políticamente, China se mantiene al margen de los países latinoamericanos y europeos, aunque con Rusia tiene una importante cooperación. Militarmente, no interviene en América Latina ni en la Unión Europea, mientras coopera con Rusia para fortalecer mutuamente sus capacidades defensivas. Las fuerzas armadas chinas tienen un carácter fundamentalmente defensivo, como lo prueba el hecho de solo tener una base militar en el extranjero, a pesar de tener uno de los ejércitos más poderosos del mundo.

China, un imperialismo posible

China no es una potencia imperial por dos motivos: primero, porque la burguesía no se ha apoderado del aparato de Estado, razón por la cual la burguesía china, aunque lo desea, no puede ejercer una dominación política sobre otras burguesías y clases populares del mundo; segundo, porque las capacidades militares de China desempeñan un rol fundamentalmente defensivo, sin amenazar a otros países, sin tener bases militares por todo el mundo y sin participar en conflictos armados. El único requisito con el que China cumple ampliamente es su alta capacidad económica y su exportación de capitales a otros países.

Hasta la actualidad, la burguesía china nunca se ha vuelto una clase dominante en todas las dimensiones que ello implica: económica, social, cultural y política. La formación social actualmente existente en China, socialismo con características chinas, como la llama el Partido Comunista, ha asignado a la burguesía el rol de desarrollar las fuerzas productivas del país, pero restringiendo al ámbito económico su participación. El Estado sigue en manos de un partido que se reivindica como defensor de las clases explotadas y que mantiene al marxismo-leninismo como su bandera ideológica, en esa medida, es un partido que acota a la burguesía nacional y extranjera y limita sus márgenes de acción.

Mientras el aparato de Estado siga en manos de la fracción no burguesa del partido (recuérdese que desde 2002 la burguesía china ya forma parte del partido) la correlación de fuerzas actualmente existente entre las clases sociales chinas se mantendrá igual. En términos de política exterior: mientras la burguesía china no tome el poder, China seguirá sin ejercer una política imperialista. La continuación del estado de cosas actual o su transformación en una potencia imperialista depende de las luchas que se libran permanentemente al interior de la sociedad china y del Partido Comunista.

Desde 1978 hasta ahora, el partido ha sabido sobrellevar las contradicciones de la economía socialista de mercado y del socialismo con características chinas sin renunciar a la construcción del comunismo. Su papel en el terreno internacional es positivo para las luchas revolucionarias en tanto que debilita al sistema imperial liderado por Estados Unidos, pero hasta ahí. Sería erróneo pensar que, en el corto y mediano plazo, China tiene entre sus objetivos la revolución proletaria internacional. Las clases populares del mundo deben estar preparadas para continuar su lucha revolucionaria en cualquiera de los dos escenarios: el de una China que no promueve la revolución proletaria internacional pero debilita al imperialismo estadounidense, y el de una China que se torne imperial si su burguesía completa su dominación. El pueblo chino tiene la última palabra.


Ehécatl Lázaro es maestro en Estudios de Asia y África, especialidad China, por El Colegio de México.

Referencias

David Kotz, Zhongjin Li. «Is China Imperialist? Economy, State, and Insertion in the Global System.» The Political Economy of China: Institutions, Policies, and Role in the Global Economy. San Diego: American Economic Association, 2021. 22.

Katz, Claudio. «La crisis del sistema imperial.» La Haine. 2022. https://katz.lahaine.org/b2-img/LACRISISDELSISTEMAIMPERIAL.pdf (último acceso: 2023).

Lenin. El imperialismo, fase superior del capitalismo. Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1972.

Zedong, Mao. «La Revolución China y el Partido Comunista de China.» En Obras Escogidas, de Mao Zedong. Ciudad de México: Partido del Trabajo, 2013.

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