Febrero 2023
La primera repartición de la riqueza social ocurre en la producción: los trabajadores reciben su salario y los capitalistas se quedan con las ganancias, que representan más del 60% de la riqueza producida en México anualmente. Aquí es, en la producción, donde se encuentra el origen de la desigualdad, la raíz misma de la existencia de ricos y pobres. La disminución de la desigualdad de ingreso en esta distribución primaria sucede cuando los trabajadores, a través de su lucha organizada, logran aumentos salariales.
Sin embargo, el Estado puede hacer una segunda distribución de la riqueza y tiene dos mecanismos para hacerlo. En primer lugar, a través del cobro de impuestos. Por ejemplo, un gobierno que pretenda disminuir la desigualdad lo hace cobrando más impuestos sustantivos a quienes más tienen y a quienes realizan una apropiación mayoritaria de la riqueza social. Pero esto no basta porque, una vez que el Estado tiene los recursos, el destino de ese gasto también reflejará para qué clase social trabaja. Así, si destina esos recursos que gravó a la construcción de hospitales, escuelas de calidad, pavimentación de calles, alumbrado, etc., efectivamente estará haciendo una redistribución de la riqueza generada hacia los trabajadores.
La crisis económica gestada partir de la Covid-19 tuvo efectos distintos para las distintas clases sociales. Aquellos que tienen más, pudieron quedarse en sus casas sin la necesidad de ir a trabajar, sin enfermarse y, si llegaron a enfermarse, tenían los mejores médicos a su disposición; la otra cara de la moneda, los trabajadores, muchos de ellos se quedaron sin trabajo, disminuyó su sueldo y su familia se vio severamente disminuida por la enfermedad. Una crisis económica generalizada no es un asunto que se deba tomar a la ligera, pues los males materiales crónicos exacerban el sufrimiento humano provocado por el modo de producción existente. ¿Qué hicieron los distintos gobiernos del mundo durante la pandemia para paliar esta situación? Los gobiernos mismos alentaron y profundizaron esas desigualdades a través de los dos mecanismos ya descritos.
El índice de compromiso con la reducción de la desigualdad (CRI, por sus siglas en inglés) de la OXFAM (http://bit.ly/3Hpyg2D) muestra que esta situación ocurrió manera generalizada en el mundo y no nada más en México: “A pesar de que se haya producido la mayor emergencia de salud pública mundial en un siglo, la mitad de los países de renta baja y media-baja redujo su porcentaje de gasto en salud durante la pandemia (…), la mitad de los países analizados en el Índice CRI recortó su porcentaje de gasto en protección social (…), el 70% de los países redujo el porcentaje de gasto en educación (…), dos tercios de los países no incrementaron el salario mínimo en línea con el producto interior bruto (PIB)”. Es así como, por el lado del gasto público, los gobiernos mundiales profundizaron la desigualdad de manera alarmante.
Pero la otra cara de la moneda, los ingresos públicos a través de impuestos, tampoco sirvieron para paliar la situación de desigualdad (a pesar de su necesidad, pues la recaudación tuvo una baja sustancial debido a la crisis): “El 95 % de los países no ha aumentado la imposición a las empresas y personas más ricas”. Además, once países aplicaron rebajas fiscales para los más ricos, pero, eso sí, el impuesto al consumo, que es el más regresivo, se mantuvo para todos los países. Por lo tanto, el actuar de los gobiernos durante la pandemia permitió que los ricos se hicieran más ricos, y los pobres cada vez más pobres.
La situación descrita se trata de males ya viejos pero agudizados. Desde la década de los años 80, los gobiernos comenzaron a aplicar medidas de austeridad en el mundo y a eliminar muchos impuestos progresivos, funcionando, en los hechos, para los grandes capitales, nacionales y extranjeros. El correlato fue que también en la esfera de la producción muchos derechos de organización y lucha se perdieron para las clases trabajadoras. La consecuencia es un incremento a niveles no vistos de la desigualdad: desde 2020, el 1% más rico ha acaparado casi dos terceras partes de la nueva riqueza generada, mientras que el 99% de los habitantes de este planeta se apropia de apenas un tercio. Pero la acumulación de cambios cuantitativos no seguirá al infinito porque, necesariamente, llevarán a cambios cualitativos. El mundo es un polvorín y debemos estar preparados.
Gladis Mejía es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.