Sobre algunos conflictos que acompañaron la revolución rusa en 1917

Noviembre 2022

A pesar de todas las críticas negativas que ha recibido la experiencia socialista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, es innegable que forma parte de los pilares fundamentales para cualquier movimiento sociopolítico que busque la construcción de una sociedad distinta. Para una comprensión profunda del proceso revolucionario ruso de 1917 no se pueden obviar las condiciones subjetivas que acompañaron y fortalecieron las condiciones objetivas, que en muchas ocasiones son reducidas al conflicto obrero-patrón. No se niega la centralidad que la lucha de clases en el ámbito económico tiene en la constitución y funcionamiento de la sociedad capitalismo como totalidad, sino poner el énfasis en los conflictos sociales y políticos que co-existieron y se nutrieron de este conflicto, que no siempre son considerados en el análisis de este proceso revolucionario. Se recuperarán aquí la situación de los intelectuales, los campesinos, la cuestión nacional y el feminismo socialista, grupos sociales que se vieron afectados por la organización zarista que tenía el estado ruso y que fueron igualmente fundamentales para la construcción y fortalecimiento de la Revolución de 1917.

Es difícil que en un trabajo de esta naturaleza se pueda hacer una presentación detallada de la situación y la conexión política y social de estos sectores con el conjunto, por lo que serán brevemente presentados, pero con la suficiencia necesaria para hacer notar que en la experiencia soviética se mantuvo una posición amplia, que permitió que otros grupos igualmente marginados y oprimidos fueran incluidos en su plan de lucha, sumaran fuerzas entre todos y construyeran una sociedad distinta.

La forma más compleja que adoptó la unificación de los conflictos sociales, por lo menos la mayoría de estos, bajo un interés común en el contexto de la revolución rusa de 1917 fue el partido leninista. En realidad, no podría ser para menos si se recuerdan estas palabras de ¿Qué hacer?:

una de las condiciones esenciales para esa extensión indispensable de la agitación política es organizar denuncias políticas que abarquen todos los terrenos […] La conciencia de la clase obrera no puede ser una verdadera conciencia política, si los obreros no están acostumbrados a hacerse eco de todos los casos de arbitrariedad y opresión, de violencias y abusos de toda especie, cualesquiera que sean las clases afectadas; a hacerse eco, además, desde el punto de vista socialdemócrata […] Quien oriente la atención, la capacidad de observación y la conciencia de la clase obrera exclusivamente, o aunque sólo sea con preferencia, hacia ella misma, no es un socialdemócrata […] (Lenin, 2015;69).

Lenin, blanco de críticas por un supuesto dogmatismo, es muy claro y enfático en lo fundamental que es la toma de posición respecto a cualquier opresión que se cometa contra cualquier clase y contra cualquier grupo social. Lenin es muy claro al señalar la posición desde la que se debe tomar postura sobre cualquiera de estos conflictos: la posición socialdemócrata, superior a cualquier otra por la comprensión de la sociedad como una totalidad entretejida por diversos aspectos (cultura, política, economía, educación, etc.) en los que se manifiesta la contradicción esencial de estas relaciones sociales, trabajadores y patrones, que, a su vez, encuentra su base en el modo de producción que tiene la sociedad (sin desconocer el fortalecimiento que el modo de producción recibe a través de los otros aspectos ya mencionados). Esta comprensión amplia de los conflictos sociales y la postura que se debe tomar sobre ellos tiene consecuencias en la práctica política del proletariado organizado, pues amplia los alcances de su lucha y demuestra que la explotación en el capitalismo no se reduce a lo que sucede al interior del proceso económico, pero tampoco puede prescindir de este.

Dicho lo anterior, procedamos a esbozar algunas de estas otras relaciones de opresión que el POSDR reconoció como fundamentales, estudió y abanderó.

Un grupo fundamental en el proceso revolucionario fue el campesino, sobre todo como resultado de la reforma de liberación de los siervos que desde el zarismo se promovió en 1861. En qué medida el campesinado era en ese contexto la clase social que debía dirigir la transformación de la sociedad, es difícil responderlo, sobre todo porque el contexto mostraba la tendencia de una transformación hacia el capitalismo y la liberación de los siervos fue calculada para evitar levantamientos sociales en contra del zarismo (Cfr. Woods, 2004; 35). Sin embargo, desde ese momento y hasta después de 1917 los campesinos fueron un grupo fundamental para el derrocamiento del Zar y la experiencia socialista soviética.

Otro grupo fundamental por ser un nido en que se acumuló una amplia cantidad de injusticias e inconformidades, fueron los intelectuales.

En los primeros doce meses de la Emancipación, el ‘zar reformista’ había girado hacia la reacción. Hubo una oleada de represión contra los intelectuales. Las universidades fueron puestas bajo la vigilancia opresora del reaccionario ministro de Educación… quien impuso un sistema educativo diseñado para aplastar los espíritus independientes y sofocar la imaginación y la creatividad. (Woods, 2004; 37)

El grupo de los intelectuales era fundamental no solo como grupo reprimido, sino por la centralidad que tuvieron en dos procesos políticos y sociales: los movimientos anarquistas que alcanzaron su culmen con el asesinato de Alejandro II, y el movimiento “Id al pueblo”, consigna que la juventud intelectual de clase media alta recuperó de Herzen y que sintetizaba el deseo de encontrar, o construir, el movimiento popular que desencadenaría una transformación radical de la sociedad, al no ver la posibilidad de que este movimiento estuviera en la incipiente clase obrera rusa decidieron ir al campo, al “verdadero” pueblo.

La cuestión nacional era uno de los grandes problemas con que el zarismo se encontraba y que representaba una fuerza crucial para cualquier movimiento que pretendiera una transformación. El debate entre Lenin y Rosa Luxemburgo demuestra la centralidad que este tema tenía para las organizaciones socialdemócratas de la época que, aunque no compartían la misma valoración, sí notaban que era una cuestión sobre la que se debía presentar una postura. Este debate está enmarcado por la revolución rusa de 1905, y aunque apela a la situación de otros pueblos igualmente sometidos política y económicamente por potencias, tiene a Rusia como su principal referente.

Luxemburgo señalaba que “Respecto de la cuestión nacional, como de cualquier otra, la posición del partido obrero debe diferenciarse claramente, por su método mismo y por la concepción básica del problema, de las posiciones adoptadas por los partidos burgueses […] y también de las posiciones de los partidos seudosocialistas de la pequeña burguesía” (Luxemburgo, 2013;118). Ella exigía que el posicionamiento que se tomara sobre la cuestión estuviera alejado de la derecha, pero también de la falsa izquierda; desde su perspectiva la forma en que estaba siendo tomada la cuestión nacional por el POSDR era más cercana a la falsa izquierda porque se planteaba una solución en términos abstractos, específicamente en la postulación del “derecho a la autodeterminación de los pueblos”. Esta formulación, dice Luxemburgo, “no contiene nada relacionado específicamente con el socialismo o con la política obrera […] parece a primera vista una paráfrasis de la vieja consigna del nacionalismo burgués de todos los países y en todos los tiempos” (Ídem.). Lenin estuvo en contra de la argumentación de Luxemburgo porque consideraba que no ponía el cuidado suficiente entre la independencia política y la económica, además de que no alcanzaba a comprender que la defensa de los movimientos nacionalistas en contra de las grandes potencias imperialistas es apoyar la causa obrera (que era la que especialmente interesaba a la izquierda de aquel entonces). Acusar a los movimientos nacionales de pequeñoburgueses o abstractos, era tomar la postura de la gran nación, el prejuicio nacionalista de que su cultura, idioma, organización política y económica, eran mejores que las de los países dominados. (Cfr. Lenin, 2000).

El artículo de Lenin en el que polemiza con Rosa Luxemburgo salió durante abril, mayo y junio de 1914, pero un par de meses más tarde, en agosto de ese año, la cuestión nacional tomó un nuevo matiz con la Guerra de los Balcanes, que fue considerada como una guerra entre las burguesías nacional pero que el proletariado de cada país involucrado podía aprovechar para su causa si sabía leer la situación. El desarrollo posterior de los hechos que desembocó en la I Guerra Mundial, y posteriormente en la Revolución Rusa de 1917, mostró la certeza de esta sentencia y la necesidad de prestar atención a los grupos étnicos minoritarios dentro de cada país.

Otro de los grupos más afectado por la tradición de conquista, desplazamiento, opresión y racismos zarista era el judío: impuestos desorbitantes por los alimentos que se impusieron en la carne Kosher y las sinagogas, por ejemplo; despidos masivos de la administración estatal; reducción de porcentaje de personas judías en la enseñanza (10%); la organización de pogromos contra la población judía, que en su primera oleada duraron de 1881 a 1884 bajo la venia del zar; entre otras tantas injusticias (Cfr. Woods, 2004;68). El conjunto de esta situación produjo el surgimiento de un movimiento obrero judío y de una intelligentsia judía, algunos representantes de esta última buscaron la construcción de una teoría que arrojara luz sobre su situación y que fuera congruente con el marxismo. El movimiento obrero judío se organizó en la Unión General de Trabajadores Judíos, el Bund, una organización más cercana al tradeunionismo que a una organización política, pero con una gran capacidad de convocatoria que se reflejó, por ejemplo, en la organización del I Congreso de Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, “Sólo el Bund tenía los recursos para organizar tal congreso ante las narices de la policía zarista. [E incluso se reconoció en este Congreso que] ‘La Unión General Obrera de Rusia y Polonia entra en el partido como una organización autónoma, independiente solamente en aquellas cuestiones relacionadas especialmente al proletariado judío’.” (Woods, 2004;91). Sin duda, los obreros judíos rusos, polacos y lituanos organizados en el Bund fueron una fuerza fundamental, a pesar del conservadurismo que se critica a esta organización, para fortalecer social y políticamente la revolución de 1917.

Para terminar con este breve esbozo de los otros conflictos sociales y políticos que rodeaban, se fortalecían y fortalecían el conflicto al interior de la organización económica de la Rusia capitalista/feudalista, debe mencionarse la situación de las mujeres. Es difícil hacer referencia del contexto nacional de este grupo, por lo menos desde que comenzó una participación más visible en el plano político, social y económico, sin hablar del contexto internacional que permitió visibilizar y pensar los problemas de las mujeres, al tiempo que posibilitó y fortaleció su participación política.

Se ha señalado por varias autoras y autores que la I Guerra Mundial fue fundamental para que las mujeres aparecieran con más fuerza en el plano político, social y económico. El género que se había encargado de participar activamente en la política y la economía era el masculino, eran los hombres quienes buscaban la forma de ganar el pan para sus familias mientras que las mujeres se encargaban de la administración del hogar, y eran los hombres, principalmente, quienes discutían sobre los acontecimientos políticos y salían a la calle para protestar contra el estado o el patrón por cierta situación, mientras las mujeres se quedaban en casa educando a los hijos y apoyando pasivamente la postura política que el jefe del hogar decidiera apoyar. Con la I Guerra Mundial esto cambió, pues los hombres se fueron a combatir al campo de batalla y la producción fabril o campestre quedó bajo la responsabilidad de las mujeres:

Una investigación realizada por el Consejo Especial de Defensa en 1917 entre 700.00 trabajadores de la industria de guerra, encontró que el 17% eran mujeres […] En la industria manufacturera en 1914 la proporción de mujeres ascendía hasta el 27.4%, en enero de 1917 ya era el 34.2% […] En la industria ingeniera, en 1913 el trabajo femenino era sólo un 1.1% del total de trabajadores, pero en enero de 1917 ya era el 14.3% […] En la industria textil, donde las mujeres siempre habían jugado un papel muy importante, su proporción ahora se había doblado, alcanzando el 43.4%. Recurrieron a las mujeres incluso para el trabajo subterráneo en las minas. (Cit. en Woods, 2004; 408).  

Con este aumento casi al doble, y en algunos sectores al triple, ganan independencia económica y con ella cierta independencia de la postura política del cabeza de familia.

La independencia económica condujo a que se exigiera también independencia política, y en casi todo el mundo esta se manifestó con la consigna del sufragio verdaderamente universal para que las mujeres pudieran expresar su posición política con su voto. En Rusia el movimiento sufragista no fue preponderante por el contexto social y político, pues había incertidumbre por el derrocamiento del zarismo en febrero de 1917, la toma bolchevique del poder en octubre de 1917 y la posterior guerra civil; sin embargo, debe considerarse como un factor importante, pues las principales cabecillas del feminismo soviético estuvieron influenciadas por los movimientos feministas europeos y americano, en los que el sufragio sí era una demanda fundamental.

La independencia política de las mujeres rusas se planteó como un objetivo en relación directa con la libertad política de los obreros rusos, no en un orden cronológico o estamental, sino porque el feminismo ruso abrevó del marxismo y mantuvo la unidad de clase que el marxismo señalaba como fundamental entre el proletariado. Además, la cuestión de las mujeres no fue pensada exclusivamente por mujeres, sino que algunos hombres de la revolución también la consideraron fundamental, específicamente Lenin y Trotsky.

Alexandra Kollontai sintetiza el surgimiento del feminismo (que actualmente es considerado como “Nuevo feminismo” o “Feminismo socialista”) así: “El movimiento de las mujeres fue pues el resultado de una contradicción ejemplar en el seno del capitalismo: la participación creciente de las mujeres en la producción no correspondía de ningún modo a su discriminación persistente en la sociedad, el matrimonio y el estado.” (Kollontai, 1982;163). Eran tiempos de cambio en los que las formas que ancestralmente habían regido la organización familiar y social estaban transformándose rápidamente, lo mismo la forma en que la sociedad organizaba su proceso productivo, ya no solo porque el capitalismo se expandía hacia otras regiones, también porque el mismo capitalismo se estaba transformando. La contradicción de la que habla Kollontai entre la participación económica y social de las mujeres sigue vigente, como se verá más adelante.

Estos fueron algunos de los conflictos sociales que acompañaron y fortalecieron la revolución rusa de 1917. Luxemburgo dice de la revolución bolchevique: “suyo es el inmortal servicio histórico de haber marchado a la cabeza del proletariado internacional con la conquista del poder político y la colocación práctica del problema de la realización del socialismo […]” (Cfr. Woods, 2004;507). El problema práctico de la instauración del socialismo implicó el reconocimiento de otros conflictos que surgían y nutrían al capitalismo en ascenso y a la autocracia zarista, tomar una postura socialista al respecto y fortalecer con estos otros grupos oprimidos el partido de la clase obrera. La revolución bolchevique sí buscó dar respuesta a los problemas sociales que en su contexto se presentaron con más fuerza, no hubo en ella un desprecio de los problemas sociales, como pretenden algunos de los críticos liberales del socialismo que construyen un bolchevismo economicista. Los bolcheviques tienen el mérito de ser los primeros socialistas en llevar a la práctica una revolución socialista que buscó construir un socialismo como alternativa efectiva para todos los grupos que han sido históricamente oprimidos por todos los modos de producción basados en la explotación.


Jenny Acosta es licenciada en filosofía por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Bibliografía

Lenin (2000). “El derecho de las naciones a la autodeterminación”. Recuperado de Marxist Internet Archive, https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/derech.htm

          (2014). ¿Qué hacer?, Akal, España.

Luxemburgo, R. (2013). Obras escogidas. Tomo II, Era, México.

Woods, Alan (2004). Bolchevismo. El camino a la revolución, Fundación Federico Engels, México.

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