Materialismo dialéctico y psicología. III/III. El marxismo y la formación de la subjetividad

Octubre 2022

Este es el último de tres artículos en los que intento sostener dos tesis: la primera es que el problema sobre el origen y el desarrollo de la conciencia es una de las cuestiones centrales del materialismo dialéctico, y, la segunda, es que la psicología puede desempeñar (y de hecho así lo ha hecho) un rol decisivo para contribuir a resolver este problema.

En el primer artículo, Ubicando el problema fundamental de la filosofía, señalé que este problema, cuyo núcleo es la relación sujeto-objeto, se ubica en un nivel muy alto de abstracción, en el cual debemos ubicarnos para comprender correctamente la cuestión. En el segundo artículo, Distintas soluciones al problema sujeto-objeto, presenté un mapa bastante somero de algunas soluciones premarxistas a dicho problema, incluyendo aquellas variantes dialécticas y no dialécticas. En este tercer artículo, finalmente, trataré de sintetizar las particularidades de la solución marxista al problema señalado, así como las implicaciones de esta solución con respecto a las ciencias que estudian la conciencia humana, especialmente la psicología.

I

Para Marx y Engels era indispensable recuperar el “núcleo racional” de la filosofía hegeliana (Marx, 1975, p. 20), es decir, recuperar su método dialéctico, pero superando su carácter idealista. En este punto, las posturas de los jóvenes hegelianos de izquierda les parecían insuficientes. La mayoría de ellos se dedicaba, casi exclusivamente, a cultivar cierta crítica especulativa, es decir, cierta crítica filosófica que, a pesar de su impronta dialéctica, terminaba por no ser más que un apéndice teórico a la filosofía hegeliana (Marx & Engels, 2014). El único que intentó, seriamente, desarrollar una crítica al idealismo hegeliano para regresar a posiciones materialistas fue Feuerbach (Engels, 1974b). Sin embargo, con su regreso al materialismo, Feuerbach echó por la borda el método dialéctico, cayendo en posiciones mecanicistas (Marx, 2011).

En este contexto, Marx y Engels buscaron rescatar la relación dialéctica entre sujeto y objeto, pero suprimiendo toda postura teleológica y mesiánica sobre el espíritu. Aclarando la cuestión: para el materialismo dialéctico, la relación sujeto-objeto no es una mera relación de preeminencia o de subordinación del sujeto por parte del objeto. No se trata, simplemente, de si la materia es preponderante a la idea. Se trata, más bien, de comprender la génesis y el desarrollo de ambos términos: primero, el desarrollo de la realidad objetiva en relación con el sujeto y, segundo, el desarrollo del sujeto, y su conciencia, en relación con la realidad objetiva. Sin embargo, y toda vez que Marx y Engels abandonan posturas teleológicas, tal relación sujeto-objeto no puede ser definida y caracterizada de forma apriorística, sino que debe ser estudiada y conocida directamente en la realidad concreta.

Para Marx y Engels, entonces, es necesario entender los elementos centrales de la dialéctica hegeliana, pero no para tratar de determinar solo con esos elementos y de manera especulativa la historia de la relación sujeto-objeto. Por el contrario, es necesario comprender los elementos centrales de la dialéctica, pero para usarlos como guía metodológica en nuestra aproximación al estudio de la historia real de esa relación.

Es por esto que, en la Ideología alemana, Marx y Engels (2014) tratan de develar las raíces histórico-económicas de la filosofía, señalando, enfáticamente, cómo esta última no brota espontáneamente y en forma pura de la cabeza de los pensadores, sino que es el producto de ciertas condiciones históricas y suele responder ante determinados intereses. Estas condiciones son, en lo fundamental, la existencia de un excedente económico y una división del trabajo, lo que permite el surgimiento de personas dedicadas exclusivamente a la actividad intelectual. Y los intereses no son otra cosa que sesgos ideológicos, es decir, creencias o razonamientos que son reflejo de afinidades e inclinaciones prácticas, propias de la posición que cada persona ocupa en la sociedad. De manera que la filosofía, como manifestación de la actividad de un sujeto pensante, no puede explicarse por sí misma, sino que debe entenderse como el producto de la actividad histórica de las personas concretas[1].

Sin embargo, con la Ideología alemana, Marx y Engels se limitaron a señalar las raíces sociales de la filosofía, mas no agotaron el problema del origen y desarrollo de la subjetividad. Y es que, aunque la conciencia está determinada por el modo de vida de las personas, este modo de vida no determina de manera simple o mecánica todos los aspectos de dicha conciencia. Es decir, no basta conocer el modo de vida inmediato de las personas para conocer la formación de su conciencia, sino que es necesario conocer muchas otras determinaciones. Es importante notar esto porque, a final de cuentas, Marx y Engels no pretendían agotar un problema que no puede ser resuelto con una sola investigación y desde una sola disciplina. Lo que querían, en cambio y entre otras cosas, era mostrar una aplicación metodológica de la dialéctica materialista en el estudio de los orígenes de la filosofía.

II

Con respecto al llamado problema fundamental de la filosofía, entonces, el marxismo es dialéctico porque entiende la relación sujeto-objeto de forma dinámica, recíproca y contradictoria, comprendiendo que tanto el sujeto como el objeto se encuentran en constante formación y desarrollo. Y es además una filosofía materialista por cuanto considera que todo este proceso ocurre como parte de una sola realidad material, el universo, mismo que existe también como movimiento, pero que no está signado de manera finalista por ninguna clase de destino espiritual. En este sentido, la historia de la relación sujeto-objeto no puede ser agotada y fijada de antemano por una filosofía, sino que solo puede ser conocida aproximándose a la historia real de esa relación, es decir, a la historia real de la conciencia y sociedad humana.

Y es verdad que Marx mismo consideró que para entender a la sociedad era indispensable estudiar su economía, es decir, sus prácticas y relaciones de subsistencia. Sin embargo, con esto nunca pretendió haber encontrado la clave única de explicación de todos los fenómenos sociales. Esto lo dejó muy claro Engels en su carta a Joseph Bloch, donde señala lo siguiente:  

…Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. […] Es difícil que se consiga explicar económicamente, sin caer en el ridículo, la existencia de cada pequeño Estado alemán del pasado y del presente o los orígenes de las permutaciones de consonantes en el alto alemán… (Engels, 1974a, pp. 717–718).

Si la explicación de todos los fenómenos sociales pudiera encontrarse apelando sencillamente a algún factor económico, entonces, nos dice Engels, “aplicar la teoría a una época histórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado” (Engels, 1974a, p. 718). Pero este no es el caso. Y por eso, aunque la economía es indispensable para estudiar la realidad social, no es suficiente.

Por eso tiene mucho sentido que Lenin, en sus Cuadernos filosóficos, haya señalado con toda precisión que “los campos de conocimiento con los cuáles debe construirse la teoría del conocimiento y la dialéctica” son la “historia de las distintas ciencias”, el “desarrollo mental del niño”, la evolución psíquica de los animales, la “historia del lenguaje”, la “psicología” e, incluso, la “fisiología de los órganos de los sentidos” (Lenin, 1974, p. 324). En pocas palabras, para construir la dialéctica (materialista) es necesario que la filosofía eche mano de todas las ciencias que estudian el origen y desarrollo de la conciencia en sus niveles evolutivo, histórico e individual.

III

En este punto debería quedar claro por qué el problema sobre el origen y desarrollo de la conciencia es central para la filosofía marxista. Y la respuesta es, primero, porque en su carácter dialéctico, esta filosofía se plantea explícitamente dicho problema, pues para ella el sujeto no puede ser entendido como algo preestablecido en el mundo, sino que debe ser concebido como un fruto, como un producto emergente y cambiante de la realidad; y, segundo, porque en su carácter materialista, no teleológico ni mistificado, el marxismo plantea la imposibilidad de establecer, de manera acabada, apriorística y especulativa, la historia de la relación sujeto-objeto, por lo que dicha historia debe ser observada en la realidad concreta, tal y como ocurre en la historia real.

Dicho esto, debería quedar claro, también, por qué las ciencias cognitivas en general y la psicología en particular pueden contribuir a la construcción de la dialéctica, tal y como Lenin lo sugirió, y la respuesta es porque estas ciencias, en su aproximación sistemática al estudio de la formación y funcionamiento de la conciencia ayudan a dar cuenta de la manera en que la subjetividad emerge y se desarrolla en la realidad concreta.

En este sentido, el materialismo dialéctico no es una filosofía que ya esté acabada de antemano, sino que es una filosofía que solo se puede ir completando paulatinamente con el estudio sistemático de la realidad. Por eso, la filosofía marxista, más que un conjunto de principios o leyes universales debe entenderse como una aproximación metodológica a la realidad material. Por supuesto, esta aproximación no puede desafanarse de cuestiones filosóficas, por lo que no podemos decir, como suele afirmarse erróneamente, que la ciencia sustituye a la filosofía. La ciencia, en sus bases epistemológicas y en su aproximación metodológica, depende ampliamente de la comprensión y reflexividad filosófica de los investigadores, por lo que el estudio de la filosofía resulta siempre necesario.

IV

Finalmente, hay que decir que la psicología no solo puede contribuir, potencialmente, a enriquecer el pensamiento dialéctico, sino que ya lo ha hecho y la psicología evolutiva[2] es un claro ejemplo. Investigadores como Piaget (1991; Piaget & Inhelder, 2007), Wallon (2007), Vygotsky (1979, 2013), Luria (1980) o Merani (1965; 1971), entre otros, se han planteado la tarea explícita de estudiar la génesis y el desarrollo de los procesos psicológicos. Y con sus investigaciones han contribuido a esclarecer, de manera importante, el proceso de formación de la conciencia humana.

Piaget (2007), por ejemplo, logró establecer cómo, a partir de la actividad sensoriomotora más básica de los recién nacidos, se van desarrollando, de manera paulatina, toda una serie de habilidades intelectuales que determinarán completamente su vida psíquica posterior. Aquí, un caso interesante de señalar por su importancia filosófica es el de la noción de causalidad. Al respecto, Hume (1974) había afirmado, con razón, que la idea de causalidad no tiene un referente directo en la experiencia, es decir, que no vemos la causalidad, sino que la inferimos. Y siguiendo de cerca estos razonamientos, Kant (2009) concluyó que, efectivamente, la causalidad no podía ser otra cosa que una categoría pura del entendimiento. Frente a este tipo de posturas, las conclusiones de Piaget son bastante distintas: en principio, él no niega que la causalidad carezca de un referente inmediato en la experiencia (como decía Hume), pero al recurrir a un análisis genético y evolutivo termina por concluir que la noción de causalidad no es trascendental, sino que emerge como resultado de la asimilación y acomodación de experiencias del niño, quien no la encuentra en una sola de sus experiencias sino en el conjunto de todas ellas. En este sentido, si bien la causalidad es una noción que el sujeto imputa, no es una noción que trascienda la realidad de la experiencia, sino que emerge de ella, como atributo del sujeto en su desarrollo psicológico.

Otro caso interesante es el de Vygotsky, quien estaba particularmente interesado por el papel de la cultura en la formación intelectual de los niños. Y lo que encontró fue que el proceso de adquisición de habilidades lingüísticas es crucial no solo para la comunicación, sino que acarrea transformaciones fundamentales en el funcionamiento de los procesos psicológicos. Tales transformaciones permiten que los niños y niñas mejoren su memoria, orienten su atención, modifiquen su percepción y potencien su capacidad de abstracción, entre otras cosas. En este sentido, la adquisición del lenguaje, que necesariamente se da por intermediación de los otros, significa toda una revolución en la conciencia de los individuos. Y, por tanto, se vuelve imposible seguir entendiendo a los individuos como entes monádicos con atributos dados de forma aislada, sino que se vuelve necesario comenzar a entenderlos como una cristalización de relaciones sociales. En otras palabras, con este tipo de hallazgos ya no podemos pensar que nuestra conciencia sea un atributo individual y aislado, sino que es necesario pensar a la mente misma como un producto social.

Como estos, podríamos seguir listando muchos más casos en que la psicología ha contribuido a avanzar en nuestros conocimientos sobre el origen y el desarrollo de la conciencia y la subjetividad. Y si habláramos en términos evolutivos e históricos, entonces tendríamos que señalar también los aportes de la biología, de la psicología comparada y evolucionista, así como de las ciencias sociales en general. Por supuesto, dicha tarea escapa a los límites de este trabajo. Sin embargo, los aportes están ahí. Tal vez lo que haga falta sea establecer un dialogo más franco y abierto entre filosofía y ciencia, para conseguir que la ciencia se nutra de crítica y reflexión, al tiempo que la filosofía se enriquezca con otras aproximaciones a la realidad.


Pablo Hernández Jaime es Maestro en Ciencias Sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] “La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real” (Marx & Engels, 2014, p. 21).

[2] No confundir la psicología evolutiva con la psicología evolucionista. La primera, también denominada genética, estudia el origen y desarrollo de los procesos psicológicos, mientras que la segunda estudia los procesos psicológicos en términos de su posible funcionalidad biológico-adaptativa.

Referencias

Engels, F. (1974a). Engels a Joseph Bloch. En C. Marx y F. Engels: Obras Escogidas (pp. 717–719). Progreso.

Engels, F. (1974b). Ludwig Feuerbach y el Fin de la Filosofía Clásica Alemana. En C. Marx y F. Engels: Obras Escogidas (pp. 614–653). Editorial Progreso.

Hume, D. (1974). Tratado de la Naturaleza Humana. Acerca del entendimiento. Paidos.

Kant, I. (2009). Crítica de la Razón Pura. Fondo de Cultura Económica; UAM; UNAM.

Lenin, V. I. (1974). Resumen del libro de Lassalle “La filosofía de Heráclito el oscuro de Éfeso”. En Obras Completas. Tomo XLII. Cuadernos filosóficos (pp. 311–326). Akal.

Luria, A. (1980). Introducción Evolucionista a la Psicología. Editorial Fontanella.

Marx, K. (1975). Epílogo a la segunda edición. En P. Scaron (Ed.), El Capital: Crítica de la Economía Política. Libro Primero: el Proceso de Producción del Capital (pp. 11–20). Siglo XXI.

Marx, K. (2011). Tesis sobre Feuerbach (1845). En El materialismo de Marx. Discurso crítico y revolución (pp. 109–121). Itaca.

Marx, K., & Engels, F. (2014). La Ideología Alemana. Akal.

Merani, A. (1965). De la Praxis a la Razón. Grijalbo.

Merani, A., & Merani, S. (1971). La Génesis del Pensamiento. Grijalbo.

Piaget, J. (1991). Seis Estudios de Psicologia. Ediciónes Labor.

Piaget, J., & Inhelder, B. (2007). Psicologia del Niño (17a ed.). Ediciónes Morata.

Vygotski, L. (1979). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores (M. Cole, V. John-Steiner, S. Scribner, & E. Souberman (eds.)). Grijalbo.

Vygotski, L. (2013). Pensamiento y lenguaje. Teoría del desarrollo cultural de las funciones psiquicas. Quinto Sol.

Wallon, H. (2007). La evolución psicológica del niño. Editorial Crítica.


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