Materialismo dialéctico y psicología. I/III. Ubicando el problema fundamental de la filosofía

Agosto 2022

En los siguientes tres artículos trataré de sostener dos tesis: la primera es que el problema sobre el origen y el desarrollo de la conciencia es uno de los problemas centrales del materialismo dialéctico, y, la segunda, es que la psicología puede desempeñar (y de hecho así lo ha hecho) un rol decisivo para contribuir a resolver este problema.

Para sostener ambas tesis me remitiré, en este primer artículo, al llamado problema fundamental de la filosofía y trataré de ubicarlo en su correcto nivel de abstracción. En el segundo artículo presentaré, de manera sintética, un abanico con distintas soluciones a dicho problema. En el tercer artículo, finalmente, abordaré la solución marxista al llamado problema fundamental y las implicaciones que esto tiene con respecto a las ciencias que estudian el desarrollo de la conciencia humana.  

I

En los manuales de filosofía marxista se suele decir que hay algo que podemos denominar el problema fundamental de la filosofía. Y para tratar de explicarnos la cuestión nos dicen que este problema trata sobre qué fue primero y qué es lo más importante, si la idea o la materia (Afanasiev, 1985).

Habría que empezar por decir que esta manera de plantear el problema es no solo esquemática, sino también imprecisa y puede llevarnos inadvertidamente a cometer errores importantes.

Lo primero que hay que decir es que el llamado problema fundamental de la filosofía no es una simple dicotomía; es decir, no hay tal cosa como solo dos posturas filosóficas. Es verdad que podemos dividir las distintas filosofías en dos grupos: idealistas y materialistas. Pero al interior de cada grupo hay diferentes posturas y algunas son más ricas en contenido y representan aportes más relevantes para el pensamiento filosófico que otras, sin que necesariamente estas posturas sean materialistas. De manera que algunas formas de idealismo podemos considerarlas superiores a muchas otras formas de materialismo.

Lo que quiero decir es que suscribir posiciones materialistas, asumiendo que “la materia es preeminente”, no garantiza que nuestra posición filosófica sea verdadera, revolucionaria o siquiera cercana al materialismo dialéctico. Dividir el campo filosófico en dos y decir que el materialismo tiene la razón, casi por el solo hecho de ser materialismo, hace que ignoremos este sencillo hecho. E ignorarlo no es un problema menor, sino uno bastante grave, porque el materialismo dialéctico no es una forma de materialismo que se opone y niega, tirando por la borda, despreciando, al idealismo, sino que es una postura que aprehende, comprende y supera tanto a los materialismos como a los idealismos precedentes.

La importancia del llamado problema fundamental de la filosofía no consiste solo ni principalmente en decantarse apriorística o sencillamente, sin mayor consideración, por una postura materialista. La importancia del problema fundamental de la filosofía radica, primero, en comprender la relevancia del problema en sí mismo y, después, en entender la racionalidad de la solución específica del materialismo dialéctico.

II

Para entender la importancia del problema fundamental de la filosofía es cuando menos pertinente plantearlo en otros términos: los de la relación sujeto-objeto. Y cuando hablamos de esta relación es necesario, primero, ubicarnos en el nivel de abstracción adecuado.

Una abstracción, como es sabido y suscrito por marxistas[1], es en lo fundamental un objeto de la conciencia, una idea, que substrae u omite ciertas características del objeto real al cual está referido. O sea, una abstracción es una imagen mental de algún objeto real a la que le faltan ciertas características, muchas o pocas. Y decimos que una abstracción es una idea porque en la realidad los objetos poseen siempre todos sus atributos, existen de manera íntegra e indivisible, pero mentalmente podemos omitir, deliberada o accidentalmente, algunos de sus rasgos: por ejemplo, podemos imaginar una manzana y sustraer su color y su textura, pensando solamente sus contornos, y, no obstante, la manzana real siempre poseerá todos sus rasgos, sean o no evidentes o conocidos por nosotros. Y así ocurre con cualquier objeto.

Esta capacidad, de representarnos los objetos de la realidad de forma abstracta en nuestra mente, es una capacidad que los seres humanos desarrollamos solo de manera paulatina, a lo largo de nuestro desarrollo filogenético, sociogenético y ontogenético, es decir, a lo largo de nuestra evolución como especie, con el transcurso de la historia y a lo largo de nuestro desarrollo como individuos (Luria, 1980; Merani & Merani, 1971). Y la importancia de esta capacidad de abstracción, tal y como se ha podido comprobar con las investigaciones de Piaget (1991; Piaget & Inhelder, 2007), radica en que nos permite encontrar patrones de regularidad, establecer distinciones, clasificaciones, sucesiones, inferir causalidades y, en general, reconstruir conceptualmente nuestra experiencia para formular representaciones más sistemáticas y completas del mundo en que vivimos. En ese sentido, la abstracción es la base sobre la cuál podemos superar el conocimiento sumamente parcial, sesgado y unilateral de nuestra experiencia directa y cotidiana.[2]

Ahora bien, el pensamiento abstracto ha sido empleado por la filosofía con el objetivo de tratar de encontrar explicaciones sistemáticas, satisfactorias y, en algunos casos, exhaustivas sobre problemas de muy distinta índole como la verdad, la belleza, el deber, la libertad, los valores, la divinidad, el ser, etcétera. Y es, precisamente, en este ejercicio de reflexión que los filósofos han llegado al análisis de problemas sumamente abstractos, como el de la relación sujeto-objeto. Y este problema es sumamente abstracto porque cuando pensamos en él es necesario suspender nuestras creencias y hacer abstracción de prácticamente todas las características o supuestos que tengamos sobre la realidad, sobre las ideas y sobre la materia. Cuando analizamos la relación sujeto-objeto ni el sujeto ni el objeto se refieren a alguna persona o cosa en específico, sino que se refieren a un sujeto en general, cualquier sujeto, algún sujeto, y a un objeto en general, cualquier objeto, todos los objetos.

III

Si usted, lector, no ha estudiado nada de filosofía quizá le cueste trabajo entender este último punto. Sin embargo, hay una forma más o menos fácil de comprender el problema y es siguiendo, precisamente, la duda metódica de Descartes (2012). Esta duda consiste, fundamentalmente, en que nos imaginemos dos cosas: la primera es que nuestros sentidos nos engañan y no podemos confiar en ellos y la segunda es que nuestra razón, nuestra conciencia, también puede estar engañándonos.

Como consecuencia de estas dos dudas, entonces, no podemos confiar en lo que vemos, en lo que oímos o en lo que sentimos y tampoco podemos confiar en lo que pensamos. Es decir, no podemos confiar en prácticamente nada. No sabemos si las cosas están ahí o no, y si existen tal vez no sepamos como son. Lo que busca Descartes con esta duda sistemática es que cuestionemos todo y nos hagamos conscientes de que todas nuestras creencias, muy probablemente, están mal fundamentadas.

Con este ejercicio, Descartes intenta que hagamos abstracción de todo, que empecemos a sustraer mentalmente todas las cosas que creemos saber del mundo. Pero aquí es donde nos lleva a una primera certeza: por más que dudes de todo, no puedes dudar de algo: no puedes dudar que alguien está dudando y que ese alguien existe[3]. ¿Quién es ese alguien? Como hicimos abstracción de todo y dudamos de todo, no lo sabemos. ¿Lo que ve es real o no es real? Tampoco lo sabemos, al menos por ahora. 

Pues bien, el problema de la relación sujeto-objeto se ubica en este nivel de abstracción: un nivel donde el sujeto es, aún, un sujeto genérico e indeterminado que está en relación con un mundo de objetos también indeterminados. Y por eso, el problema estriba, precisamente, en tratar de definir, de una manera filosóficamente satisfactoria, cuál es la naturaleza específica de lo subjetivo, de lo objetivo y de la relación que se establece entre ambos términos.

Por eso, cuando algunos filósofos se preguntan si es posible justificar la verdadera existencia de la realidad objetiva, de hecho, se están haciendo una pregunta bastante difícil de responder y que no puede ser resuelta con alguna perogrullada practicista. Para resolver esta pregunta filosófica de manera rigurosa y satisfactoria es necesario encontrar alguna justificación coherente, que no violente los supuestos del análisis filosófico en curso. Algunos, como el mismo Descartes, optaron por pasar de la existencia del sujeto a la existencia de Dios, encontrando así una justificación para la existencia del mundo objetivo. Otros, como Kant (2009), establecieron que era posible que en realidad existieran ambos mundos, el del sujeto y el de los objetos, pero también dijo que dichas realidades solo pueden ser conocidas de manera parcial y limitada. Otros más, como Fichte (1964) negaron la posibilidad de asegurar filosóficamente la existencia de la realidad objetiva y, por tanto, trataron de definir y entender el mundo de los objetos como subsumido, subordinado, al sujeto.

Cada filósofo o filósofa, propositivamente o no, termina tomando una posición con respecto al problema fundamental de la filosofía. Y para analizarlos todos necesitaríamos una revisión pormenorizada, lo que con gran probabilidad requeriría más de un libro y que, por obvias razones, no podemos incluir en estos tres artículos. Sin embargo, al ubicarnos en el nivel de abstracción pertinente, ya hemos dado un paso importante para la comprensión de dicho problema. El siguiente paso será elaborar un mapa de las alternativas de solución, lo que nos permitirá apreciar el panorama general del problema y comprender su sentido esencial.


Pablo Hernández Jaime es Maestro en Ciencias Sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.


[1] La definición de qué es abstracto y qué concreto es clara desde la Introducción general a la crítica de la economía política (Marx, 2007), pero también está presente en gran cantidad de obras marxistas, como Dialéctica de lo concreto (Kosik, 1967) o Lógica Dialéctica (Iliénkov, 1977). De hecho, es un tema bastante frecuente en filosofía marxista.

[2] Cuando en el marxismo se suele hablar del ascenso de lo abstracto a lo concreto, precisamente, se está hablando de un proceso posterior, sustentado en la propia capacidad de abstracción, y orientado específicamente a la reconstrucción conceptual de una totalidad concreta u objeto sustantivo de conocimiento en sus rasgos esenciales y en su lógica o dinámica interna. En ese sentido, lo concreto, como producto conceptual de nuestra mente no es algo directamente accesible a la percepción, sino que es el producto más o menos acabado de un proceso de investigación y conocimiento científicos (Marx, 2007).

[3] Este es el sentido preciso de su famoso razonamiento cogito ergo sum.

Referencias

Afanasiev, V. (1985). Manual de filosofía. Editorial Letras; Editorial Cártago.

Descartes, R. (2012). Meditaciones Metafísicas Seguidas de las Objeciones y Respuestas. En Descartes. Editorial Gredos.

Fichte, G. (1964). Primera y segunda introducción a la teoría de la ciencia (J. Gaos (ed.)). UNAM.

Iliénkov, E. (1977). Lógica Dialéctica. Editorial Progreso.

Kant, I. (2009). Crítica de la Razón Pura. Fondo de Cultura Económica; UAM; UNAM.

Kosik, K. (1967). Dialéctica de lo concreto. Grijalbo.

Luria, A. (1980). Introducción Evolucionista a la Psicología. Editorial Fontanella.

Marx, K. (2007). Introducción. En Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política. Borrador 1857-1858. Volumen 1. Siglo XXI.

Merani, A., & Merani, S. (1971). La Génesis del Pensamiento. Grijalbo.

Piaget, J. (1991). Seis Estudios de Psicologia. Ediciónes Labor.

Piaget, J., & Inhelder, B. (2007). Psicologia del Niño (17a ed.). Ediciónes Morata.

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