Por Diego Martínez
Noviembre 2021
Saber quién gobierna, quienes tienen el acceso a esa esfera reducida del poder y en qué condiciones lo hacen, tienen que ser objeto de análisis porque en términos generales se pudiera pensar que “cualquiera puede ser presidente”, que solo hace falta un poco de esfuerzo, como la ideología dominante pretende hacer pensar a la sociedad. La Revolución Mexicana dejó claro que el poder está distribuido inequitativamente y quienes lo poseen pueden identificarse como una élite. En este artículo se usará la teoría marxista de la lucha de clases para hacer el análisis.
Peter H. Smith (1981), en su libro Los laberintos del poder, hace un estudio extenso y riguroso sobre las élites políticas en México. Es un buen punto de partida para desmitificar las ideas que se desprenden de la ideología dominante: cualquiera puede ser presidente. Cabe mencionar que este libro se basa en las la teoría de las élites que surgió como una forma alterna de tratar el problema del poder, en contra de la propuesta de la lucha de clases propuesta por la tradición marxista. Por eso, para el caso mexicano, el trabajo de Smith, es solo punto de partida.
Según la teoría de las elites, debido a que “la distribución del poder político es inequitativa en todas las sociedades, porque quienes lo poseen en mayor proporción pueden ser propiamente considerados como una élite”[1], se puede determinar, que hay una independencia entre los que poseen el poder y los que no. De esta forma, plantearon que el estudio de la élite puede formar un campo aparte de investigación, estudiar esa parte de la sociedad que gobierna separada de la gobernada.
Las conclusiones a las que llegaron son que, los cambios dentro de las élites políticas se debían a su autonomía misma. La clase gobernante formaba un grupo con conciencia de sí misma y organizaba sus acciones con base en esa conciencia (Mosca). Esta idea supone que los cambios cíclicos dentro de las élites obedecen a impulsos de carácter psicológico “en el que los excesos de una contrarrestaban los excesos de la otra”[2]. Esta postura implicaría tener el conocimiento psicológico de cada individuo que compone la élite dominante, cosa que resulta imposible. Por tanto, el planteamiento del problema resulta pertinente, pero al mismo tiempo las formas en las se concluye no dan una explicación satisfactoria. Esto se debe a la dicotomía de la que parten; es decir, considerar a gobernantes y gobernados como polos autónomos que realizan sus cambios dentro de sí mismas sin tener relación alguna con el resto de la sociedad.
Otras formas de abordar los problemas son la vertiente política y la económica. En la primera, los cambios en la política tienen consecuencias en la conformación de las élites. Los cambios dentro de las leyes brindan la oportunidad a los que no forman parte de la élite política en un momento determinado, como consecuencia de esos cambios, formar parte de una élite que desplace a la actual[3]. Los movimientos sociales también son formas eminentemente políticas que impactan en la conformación de la élite política, por ejemplo, la Revolución mexicana. La segunda, la económica, atribuida al marxismo, plantea que con los cambios en la economía hay inmediatamente cambios en la estructura social y en consecuencia en la estructura política de las élites.
Decimos que es atribuida al marxismo, pero en el planteamiento de esta tradición no hay esa unilateralidad. El mismo Marx cuando menciona por qué es Inglaterra su objeto de estudio en lo referente al modo de producción capitalista y no otros países como por ejemplo Alemania, explica que los alemanes claramente tenían ya formas de producir capitalistas, las relaciones de libre mercado, las relaciones entre hombres libres y dueños de los medios de producción, donde la avidez de ganancia son la forma generalizada, pero se encontraban luchando aun con la vieja forma política feudal. Marx acepta que los cambios puramente políticos van con retraso respecto a los cambios económicos, pero tampoco niega otra parte, cuando se refiere a la Revolución francesa, y a Francia como el país por excelencia de las revoluciones políticas (Engels), como un lugar de mucho desarrollo político pero que donde no eran plenas las relaciones capitalistas, como Inglaterra. Por otra parte, no es menos importante el análisis que hacen Marx y Engels en La Ideología alemana en el terreno filosófico, cuando aseguran que en Alemania se ha llevado una de las más grandes revoluciones de toda Europa, pero a nivel del pensamiento. Esto en un país con formas dominantes de producción feudales.
Tocamos el tema de Marx porque va a ser la línea teórica sobre la cual desarrollaremos la tesis que se planteará en este trabajo.
Entonces, tenemos la teoría de las élites como Peter Smith lo resume:
“la teoría clásica de las élites encierra una multitud de debilidades. En sus propios términos le imprime las élites, una cohesión fruto de una autoconciencia cuya existencia está aún por determinar. Ya sea por benevolencia o por malicia, la teoría clásica les atribuye cualidades supuestamente superiores, […] La visión limitada que ofrece le otorga a las élites una autonomía que parece ignorar el papel que desempeña el común de la gente”[4]
Lo importante y lo que hay que conservar para desarrollar es la idea de que “el poder está distribuido inequitativamente y quienes lo poseen pueden ser identificados como miembros de una élite”. Este planteamiento fue retomado por Smith para el caso de México a través de un análisis de datos empíricos ubicados históricamente.
Los datos y análisis proporcionados por Peter Smith como complemento de la interpretación marxista de la revolución mexicana ayudan a comprender cómo fue que las masas encabezadas por Villa y Zapata, siendo los sujetos activos en el movimiento revolucionario, no fueron los que se colocaron como una nueva élite en el poder y por el contrario lo hicieron las clases medias y la pequeña burguesía mexicana que no podía desarrollarse por las limitaciones de los terratenientes porfiristas. Además de cómo esta burguesía en ascenso logró su consolidación con la creación de un partido político que terminaría sometiendo a las masas mismas.
Para este trabajo nos apoyaremos principalmente en la interpretación del trotskista Adolfo Gilly sobre la revolución interrumpida.
CÓMO SE VE LA REVOLUCIÓN
Es importante dar una caracterización del significado y sentido de la Revolución pues a causa de la multiplicidad de protagonistas cada uno se llega a denominar heredero de esta. No es casual que la élite de la década de los treinta en adelante se considere continuadora legítima y que las leyes que surgieron del congreso de 1917 estaban en concordancia con su actuar. Para estos la revolución se convirtió en un factor de legitimación de su permanencia en el poder, como si fueran materializando los planteamientos revolucionarios, aunque en algunos aspectos más rápido que otros.[5]
En el prólogo a su libro sobre la Historia de la revolución rusa, León Trotsky dice: “La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos.”[6] En estricto sentido, la mexicana es una revolución planteada en estos términos; las masas fueron las que protagonizaron el movimiento, pero, como igual plantea Trotsky los verdaderos protagonistas hacen la historia, pero no la escriben.[7]
La interpretación de la que partimos establece que:
“En ausencia de dirección proletaria y programa obrero, debió interrumpirse dos veces: en 1919-1920 primero, en 1940 después, sin poder avanzar hacia sus conclusiones socialistas; pero, a la vez, sin que el capitalismo lograra derrotar a las masas arrebatándoles sus conquistas revolucionarias fundamentales. La burguesía llama revolución a su propio desarrollo: el movimiento revolucionario de 1910-1920 le abrió las puertas de su enriquecimiento y crecimiento como clase y le dio el poder político.”[8]
Hay que destacar según esta interpretación la Revolución mexicana pudo avanzar hacia un proyecto socialista y ser la vanguardia proletaria en América Latina. La primera interrupción se da con la muerte de Emiliano Zapata y la segunda con la salida de Lázaro Cárdenas de la presidencia. El segundo aspecto para destacar es que esta interrupción no logró arrebatarles a las masas sus conquistas más importantes, al menos las planteadas en la constitución. Los logros de la constitución del 1917 fueron ganados por las clases sociales debido a que aún permanecían con las armas en las manos o al menos eran un peligro para la clase que se hacía del poder en el congreso.
Se debe tener en cuenta que, dentro de la visión marxista de la revolución, la mexicana está dentro del desarrollo del capitalismo. Las élites políticas que surgen y entran en la disputa representan una tendencia de tal desarrollo, aunque también hay propuestas sobre superación del mismo (Flores Magón o Zapata).
En palabras de Enrique Semo Calev:
“El desarrollo del modo de producción capitalista en nuestro país no es exclusivamente un fenómeno económico, no es solamente el desarrollo de las fuerzas productivas, de relaciones de producción capitalistas, sino que también, y fundamentalmente, es un proceso de lucha de clases”[9]
Para José Revueltas:
“La sociedad semifeudal de la “paz porfiriana” cada vez era menos capaz de contener las fuerzas nuevas en desarrollo. Estas fuerzas chocaban cada vez más y en forma cada vez más visible y violenta con la estructura feudal de la sociedad”[10]
Para comprender el papel de las élites políticas es importante tener en cuenta esto, pues vemos que se dan dentro de una lucha de una forma social que está por consolidarse y otra que está finalizando. La recomendación de Peter Smith es válida en el sentido de que se están vinculando los cambios de las élites con el desarrollo general de la sociedad.
En resumen, los cambios liderados por los políticos que Smith engloba en la etapa revolucionaria están relacionados con los cambios en el sistema económico y con intereses específicos de las clases sociales que se disputan el poder. Esta disputa de intereses, unos por desarrollar el modo de producción capitalistas y los propugnadores por superarlos, fueron las élites que representan al primer sector los que consolidaron su hegemonía.
DE MADERO AL PNR
Podemos encontrar una línea de continuidad de Madero hasta la creación de PNR misma que significa la consolidación de la burguesía mexicana en el poder.
El impulso inicial de la revolución constitucionalista no fue dado por las clases bajas, sino por la burguesía misma. Madero formaba parte de las familias acomodadas del porfirismo, incluso su familia tenía relaciones político-económicas con Yves Limantour quien fuera ministro de hacienda de Díaz.
El maderismo tenía como principal demanda la implantación de la democracia liberal, y una mayor participación en los asuntos del gobierno.[11] No se aludía a los grandes problemas sociales del país. Como el curso de los acontecimientos no favoreció las ambiciones de Madero, se optó por el levantamiento armado. La capitulación de Díaz no fue mayor problema, pero terminar con él no significaba terminar con los defensores del sistema, esto llevó a Madero al “intento de reconciliar a la burguesía porfirista con los sectores liberales medios que lo habían apoyado bajo la bandera de la democracia y la legitimidad constitucional.”[12] Con esta reconciliación se dejaban de lado las demandas de las clases radicales populares.
No es el caso aquí relatar los acontecimientos de la lucha carrancista como continuación del maderismo, sino de dar una explicación sobre los intereses a que obedecían las acciones más importantes de los constitucionalistas.
Primero, dentro de la facción constitucionalista, como lo menciona Gilly en la Revolución Interrumpida, existía la potencialidad de radicalizar la revolución en términos diferentes. Esta posibilidad estaba representada por Francisco Villa, razón por cual al ejército comandado por él no se le dio más que el rango de División y a Villa no le daba otro mérito que el de ser un bandido; el objetivo fue separar al Villa del poder.
Segundo, la negativa de los constitucionalistas de aliarse con Zapata y Villa en la convención de Aguascalientes, aunque eso brindara la posibilidad del término de la lucha armada, se debió precisamente a la oposición de intereses que se defendían. Por una parte, como se menciona en el texto de F. Katz La guerra secreta en México, la nueva burguesía carrancista, en su intento de frenar la radicalidad “aceptó abiertamente la cooperación de sectores de la vieja oligarquía. La devolución de las haciendas ocupadas fue, al mismo tiempo, una transacción y un gesto de buena voluntad”[13]. Al igual que Madero prefería alianzas con los viejos hacendados que con los campesinos y aunque tenía una retórica más radical que él, en la práctica era lo mismo.[14]
La ruptura que existe entre Carranza y Zapata tiene un claro carácter de clase, no es tan claro con Villa, que muchas veces se presenta como un conflicto de liderazgo pues como se sabe ambos formaban parte del mismo ejército. Sin embargo, una de las diferencias que se tiene es que Villa sí tenía una inclinación hacia la reforma agraria y claro, el hecho de no querer devolver las haciendas confiscadas es una prueba. En tanto que existía la amenaza de Huerta, Carranza y Villa permanecieron juntos. Una vez que Huerta fue eliminado, el rompimiento fue inevitable.
La división de facciones dentro de los revolucionarios necesariamente llevaría a la victoria solo a una, esta fue la reformista, la representada por Carranza, misma que se presentó en el Congreso de 1917 como vencedora. Es cierto que el Congreso de 1917 no estaba dominado por carrancistas, y que fue gracias ese contrapeso que se desechó la propuesta de constitución presentada por él y se le dio el carácter que todos conocemos los artículos 27, 123 y 3.
E. Semo menciona que en ocasiones se trata de ocultar ciertos aspectos de la revolución y ponerle otros. Aquí en la Constitución se suele decir que fue un proyecto de conjunto y poco se menciona los intereses de clase que se debieron tocar para poder lograr esos artículos constitucionales.[15] Fue la situación permanente de los campesinos armados lo que los obligó aceptar esos cambios; es difícil aceptar que sin la amenaza presente de un nuevo levantamiento armada se hubieran aceptado los artículos 27, 123 y 3, entre otros.
Así como existe una línea de continuidad entre el proyecto político maderista y carrancista, esta misma nos conduce hasta el callismo. Durante el periodo de Calles, se crearon los instrumentos capaces de brindar a la burguesía la seguridad financiera y política. La creación del Banco de México que aseguraba una financiación ordenada, es decir, que este era el único autorizado para la impresión de billetes y la asignación de crédito; con el mismo sentido se creó el Banco de Crédito Agrícola para impulsar el desarrollo agrario en el norte de donde provenía la nueva clase política.[16]
La estabilidad en la economía debe ir a la par en la estabilidad política. Con la reelección de Álvaro Obregón y su posterior asesinato se creó nuevamente una incertidumbre dentro de la élite política. Había dos caminos, seguir un gobierno personalista al estilo de Díaz con Plutarco Elías Calles nuevamente como presidente o se buscaba una alternativa.
La primera llevaría a caer en un callejón sin salida, pues un gobierno que se basa en una sola persona necesariamente cuando esta no existiera, tampoco lo haría el gobierno. La segunda, y fue por la que optó Calles fue crear un organismo que se encargara de resolver el problema de la sucesión presidencial y dar mayor continuidad a los proyectos iniciados por la administración anterior. Este organismo fue el PNR. Peter H. Smith dirá que con la creación del PNR (que después se transformaría hasta llegar a ser PRI) la élite política mexicana logró lo que Porfirio Díaz no pudo hacer, e incluso fue más allá. No solo logró su permanencia en el poder, sino que puso bajo su tutela a los sectores sociales más importantes: campesinos, ejercito, obreros y sector popular.
ZAPATA, LA ÉLITE CAMPESINA
En lo que respecta a Zapata y Villa, a diferencia de la línea de Madero, estos no se planteaban los problemas del Estado como primordiales. Según Adolfo Gilly, el maderismo de Villa era “la expresión del sometimiento ideológico del campesinado a la dirección de una fracción de la burguesía y, en consecuencia, a su Estado”[17], por otra parte “El zapatismo no se planteaba, obviamente, la cuestión del Estado ni se proponía construir otro diferente. Pero en su rechazo a todas las facciones de la burguesía, en su voluntad de autonomía irreductible, se colocaba fuera del Estado.”[18] Esto se expresó cuando se llegaron a los acuerdos para la salida de Díaz del poder, los zapatistas los desconocieron y continuaron una lucha por la reforma agraria. Los asuntos agrarios fueron el problema principal entre Madero, Carranza y Zapata, y por el que los campesinos se presentaron como elemento radical dentro de la revolución.
Sin embargo, no bastaba con que los campesinos se mantuvieran en armas para defender sus intereses, la posibilidad de consolidar sus objetivos residía en la existencia en una organización político-económica que se opusiera a la maquinaria representada por el Estado.
En el caso de los zapatistas, la comuna de Morelos fue la prueba de que existía una forma de organización diferente a la que las élites políticas de la pequeña burguesía pregonaban. La reforma agraria significaba necesariamente formas diferentes a las que existían en los grandes latifundios, sin embargo, el carácter local le impidió ser atractiva para la demás población. El mismo Zapata se daba cuenta de eso e instó a los campesinos que se no se limitaran a trabajar su parcela, sino que colaboraran también para las empresas de carácter estatal, como los ingenios azucareros, pero tuvo poco éxito.
Hay que señalar que una de las pruebas que no pudo superar el villismo y zapatismo como gobierno de carácter nacional fue la Convención de Aguascalientes. Los convencionistas tomaron la Ciudad de México, pero no supieron qué hacer con ella, la élite campesina llegó a la silla presidencial, pero cuando debieron marchar contra Carranza para asegurar su victoria su visión localista de organización los hizo replegarse y separarse y, en consecuencia, dejar que los constitucionalistas se reorganizaran. Los resultados de estas acciones son conocidos por todos.
Es larga la trayectoria zapatista y mucho se ha dicho de ella, lo mismo sucede con el villismo, pero, lo importante a señalar desde la perspectiva de las élites es que estas no se subordinaron, al menos en vida de Zapata[19], a la élite política que congeniaba con la burguesía escindente en el país. Tampoco presentaba una opción para la clase obrera, que fue cooptada para luchar incluso en contra de los campesinos.
Sobre el papel de la clase obrera en la Revolución mexicana, desde los acuerdos entre la Casa del Obrero Mundial con Carranza y después los tratos entre Morones y Obregón, condenaron a esta a una subordinación a las fuerzas estatales a través de los sindicatos.[20] Carecían de organización propia y su demanda más importante no era cambiar el sistema social sino “respeto a su derecho a negociar.”[21]
El ala radical dentro de la revolución se interrumpió y el cambio dentro de las élites se dio de tal manera en que las condiciones del desarrollo del capitalismo fueran las óptimas. La ausencia de una organización que agrupara a las élites campesinas y obreras hizo que estas se organizaran bajo una dirección burguesa.
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Hoy en día es claro que un cambio revolucionario del país no puede ser obra exclusiva de las “elites gobernantes”. Pero es claro también que, sin la existencia de una vanguardia política de las clases populares, todo intento de romper con el actual sistema corre el riesgo de ser cooptado por oportunistas, arribistas representantes de las clases dominantes. Aunque a muchos izquierdistas, el término “vanguardia” les parezca inadecuado, los análisis tanto de P. Smith como de los historiadores marxistas Semo y Gilly demuestran la actualidad de este, pues, aunque analizan un proceso revolucionario de principios del siglo XX, la lucha de clases es la que marca la pauta a seguir en las luchas revolucionarias del siglo XXI.
Diego Martínez es sociólogo por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
[1] Peter Smith, Peter H. Smith; Los laberintos del poder. El reclutamiento entre las élites políticas en México, 1900 y 1771. El Colegio de México 1981. (Versión EPUB)
[2] Peter Smith, op. cit.
[3] En México la reforma política de 1977 es un ejemplo de estos; se reformó la estructura jurídica para que ahora tengan oportunidad los que antes no la tenían, pero no se reformó la estructura socioeconómica.
[4] Peter Smith, op. cit.
[5] “La revolución mexicana es el concepto fundamental de la ideología burguesa contemporánea de nuestro país” Enrique Semo; Reflexiones sobre la revolución mexicana. En: Interpretaciones de la revolución mexicana, Universidad autónoma de México y Nueva imagen. México, 1979
[6] Adolfo Gilly: Tres concepciones de la Revolución Mexicana. En: Antología del pensamiento crítico mexicano contemporáneo / Enrique Semo … [et al.]; compilado por Elvira Concheiro Bórquez … [et al.]; coordinación general de Elvira Concheiro Bórquez … [et al.]. – 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: CLACSO, 2015. Libro digital, PDF – (Antologías del pensamiento social latinoamericano y caribeño / Pablo Gentili)
[7] “Las clases oprimidas crean la historia en las fábricas, en los cuarteles, en los campos, en las calles de las ciudades. Mas no acostumbran a ponerla por escrito. Los períodos de tensión máxima de las pasiones sociales dejan en general poco margen para la contemplación y el relato. Mientras dura la revolución, todas las musas, incluso esa musa plebeya del periodismo, tan robusta, la pasan mal”.
[8] Adolfo Gilly. Op. cit.
[9] Enrique Semo; Reflexiones sobre la revolución mexicana. En: Interpretaciones de la revolución mexicana, Universidad autónoma de México y Nueva imagen. México, 1979
[10] Revueltas Ensayos sobre México. Obras Completas T. 19. Ed. ERA 1985. Pp.: 103
[11] Adolfo Gilly: La guerra de clases en la revolución mexicana (revolución permanente y auto-organización de las masas). En: Interpretaciones de la revolución mexicana, Universidad autónoma de México y Nueva imagen. México, 1979
[12] Viviane Brachet-Márquez de. E1 pacto de dominación: estado, dase y reforma social en México, 1910 1995 / Viviane Brachet-Márquez. — México: E1 Colegio de México, Centro de Estudios Sociológicos, 1996. Pp.: 69
[13] F. Katz; La guerra secreta en México. Ed. ERA. 1998. Pp.: 295
[14] “Lamentablemente nunca se han estudiado y el desarrollo y las causas de esta devolución masiva de tierras, que distingue a la revolución mexicana de otras grandes revoluciones. Por ello no es fácil analizar los modos de acción y las reacciones tanto de los afectados por la devolución de las tierras como de quienes la llevaron a cabo. Es más fácil explicar las motivaciones del mismo Carranza, puesto que sus acciones concordaban muy bien con su ideología conservadora” Katz, 1998, p.: 295.
[15] Enrique Semo; Reflexiones sobre la revolución mexicana. En: Interpretaciones de la revolución mexicana, Universidad autónoma de México y Nueva imagen. México, 1979
[16] Jorge Alonso: La dialéctica clases-élites en México. Ediciones de la casa Chata, México 1976. Pp.: 11
[17] Adolfo Gilly: La guerra de clases en la revolución mexicana (revolución permanente y auto-organización de las masas). En: Interpretaciones de la revolución mexicana, Universidad autónoma de México y Nueva imagen. México, 1979
[18] Adolfo Gilly op. cit.
[19] Después, debido a la escasa posibilidad de triunfo de la causa zapatista, uno de los líderes más importantes después de Zapata, Genovevo de la O, decidió aliarse con la causa obregonista.
[20] Ver Barry Car: El movimiento obrero y la política en México 1910-1929; Ed. ERA.
[21] El pacto de dominación. Estado, clase y reforma social en México (1910-1995); Viviane Brachet-Márquez. El COLEGIO DE MÉXICO Pp.: 75.
Bibliografía
- Peter H. Smith; Los laberintos del poder. El reclutamiento entre las élites políticas en México, 1900 y 1771. El Colegio de México 1981. (Versión EPUB)
- Friedrich Katz: La guerra secreta en México. Ed. Era 1998
- Adolfo Gilly: La revolución interrumpida. Ed. ERA 2007
- Jorge Alonzo: La dialéctica clases-élites en México. Ediciones de la casa Chata, México 1976.