El Sueño Chino de Xi Jinping: ¿una política exterior imperialista?

Enero 2021

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El Sueño Chino

El término de Sueño Chino fue planteado por Xi Jinping en un discurso pronunciado el 29 de noviembre de 2012, al visitar “El camino al rejuvenecimiento”, una exposición permanente del Museo Nacional de China. En ese discurso, Xi —nombrado Secretario General del Partido Comunista de China (PCCh) dos semanas antes— trazó las líneas generales del Sueño Chino:

“Todos tienen un ideal, ambiciones, sueños. Ahora todos hablamos del Sueño Chino. En mi opinión, lograr el rejuvenecimiento de la nación China ha sido el más grande sueño del pueblo chino desde el advenimiento de los tiempos modernos […]. Creo firmemente que la meta de lograr una sociedad moderadamente próspera puede ser alcanzada en 2021, cuando el PCCh celebra su centenario; la meta de hacer de China un país socialista moderno próspero, fuerte, democrático, culturalmente avanzado y armonioso, puede ser alcanzada en 2049, en el centenario de la República Popular de China; de esa manera será realizado el sueño del rejuvenecimiento de la nación china” (Xi, 2014: 56).

El Sueño Chino adquirió una importancia mayor a partir del 14 de marzo de 2013, cuando la XII Asamblea Popular Nacional eligió a Xi Jinping como presidente de la República Popular de China (en adelante China). En el mensaje que dirigió a la Asamblea, Xi profundizó en el significado del Sueño Chino y señaló tres aspectos fundamentales que deben considerarse para alcanzarlo: 1) China debe tomar su propio camino, que es la construcción del Socialismo con Características Chinas; 2) China debe fortalecer el espíritu nacionalista y patriótico del pueblo; 3) China debe unir la fuerza de todos los grupos étnicos alrededor del mismo proyecto. Asimismo, Xi insistió en que las metas planteadas por el Sueño Chino únicamente podrían realizarse siguiendo la guía del Pensamiento de Deng Xiaoping, la Teoría de las Tres Representaciones desarrollada por Jiang Zemin y la Concepción Científica del Desarrollo elaborada por Hu Jintao (Xi, 2014: 59).

A raíz de los primeros discursos pronunciados por Xi Jinping en su calidad de Secretario General del PCCh y presidente de China, el Sueño Chino comenzó a recibir atención al interior del PCCh y fue sometido a un proceso de teorización por los intelectuales del partido. La revista Qiushi, publicación oficial del Comité Central del PCCh que funciona como guía teórica para el partido y para el país, publicó el 1 de mayo de 2013 una editorial en la que se desarrollan nuevas aproximaciones al término Sueño Chino desde la disciplina de la Historia. De acuerdo con Qiushi, después de la Guerra del Opio y los Tratados Desiguales con las potencias europeas, China tuvo “el sueño de cambiar el camino” y buscó establecer una monarquía constitucional siguiendo el modelo de Inglaterra y Japón, pero el intento fue cortado abruptamente por la emperatriz Cixi en la última década del siglo XIX; después vino el “sueño de asuntos exteriores”, que trató de aprender las técnicas occidentales para hacer progresar al país y fue frustrado por la invasión japonesa de 1894; más tarde surgió el “sueño constitucional”, dirigido por Sun Yat-sen, para establecer una próspera república capitalista, pero el proceso derivó en la fragmentación del país con los Señores de la Guerra y en cruentas guerras intestinas entre nacionalistas y comunistas; finalmente, el marxismo leninismo y el socialismo señalaron la vía que debía recorrer China para avanzar: el triunfo de la Revolución en 1949, la expulsión de las potencias invasoras, el desarrollo económico y el fortalecimiento del país, son las pruebas más contundente de lo idóneo que es esta vía para China. De esta manera, señala Qiushi, la propia historia ha demostrado que únicamente el Socialismo con Características Chinas puede hacer realidad el Sueño Chino.[1]

La política exterior del Sueño Chino

Al principio, el término de Sueño Chino fue planteado por Xi Jinping como un discurso de consumo doméstico. Era un proyecto nacionalista que llamaba a todo el pueblo a trabajar de forma unida, bajo el liderazgo del PCCh, en torno al deseo común de rejuvenecer (revitalizar) al país a través del Socialismo con Características Chinas. Sin embargo, con el paso de los años el Sueño Chino se convirtió también en un discurso dirigido al exterior para posicionar a China en el escenario internacional como un país poderoso que podía ofrecer alternativas de desarrollo a los países de Asia, África y América Latina. El primer antecedente de esta política exterior se encuentra en el mensaje que dirigió Xi a la prensa latinoamericana en 2013 y que se titula “El Sueño Chino no solo beneficiará al pueblo chino, sino también al de otros países” (Xi, 2014: 77).

El Sueño Chino se convirtió en la plataforma discursiva desde la cual Xi Jinping comenzó una activa política exterior que se ha convertido en el sello distintivo de su gobierno. Xi rompió con el principio de política exterior dictado por Deng Xiaoping y respetado por Jiang Zemin y Hu Jintao, el cual consistía en aparentar debilidad y no llamar la atención para no generar conflictos con otras potencias del mundo; de acuerdo con este principio —retomado por Deng del Arte de gobernar de Sun Tzu— a pesar de ser un país económicamente poderoso y con capacidades crecientes, China no debía hacer proyecciones de grandeza al exterior para evitar que los países dominantes se sintieran amenazados y entorpecieran el desarrollo del país. La llegada de Xi al poder significó una ruptura con esta tradición (Rosales, 2020). En lugar de mantener el bajo perfil recomendado por Deng, Xi lanzó en 2013 la Iniciativa de la Franja y la Ruta y en 2014 fundó el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, dos proyectos mediante los cuales China busca integrar una gran red de infraestructura comercial a escala planetaria. Adicionalmente, la China de Xi ha buscado establecer relaciones políticas estrechas con países de América Latina, Asia y África, muestra de lo cual fue el lanzamiento, en 2014, del Foro China-Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.

La creciente presencia de China en términos económicos (inversión, comercio y financiamiento), políticos y militares (fundamentalmente en la frontera con India y en el mar de China meridional), así como el rápido desarrollo tecnológico en ingeniería y telecomunicaciones, suscitó serias preocupaciones entre los países dominantes y los dominados. Estados Unidos, por su parte, planteó un cerco a China mediante la política de Obama denominada “pivote asiático”, la cual consistía en trabajar coordinadamente con sus aliados asiáticos y europeos para contener a China; el fallido Acuerdo Transpacífico (TPP), que buscaba aislar comercialmente a China, formó parte de esta política. En los países dominados, la emergencia de China como potencia mundial fue bien recibida como una alternativa a la hegemonía estadounidense; sin embargo, pronto comenzaron a formularse los primeros cuestionamientos en torno al papel global del país asiático: se planteó la preocupación de si el debilitamiento de la hegemonía norteamericana significaba el tránsito a un mundo multipolar impulsado por los BRICS, o si en realidad China no había llegado a desmantelar el imperialismo estadounidense sino solo a sustituir al sujeto dominante sin cambiar las relaciones.

¿Imperialismo chino?

Existe una corriente discursiva que señala a la China de Xi Jinping como un peligro para el mundo occidental; se trata de un discurso elaborado por las élites estadounidenses para frenar la influencia china en lo que eufemísticamente llaman el “mundo libre”. De acuerdo con esta línea de análisis, China amenaza los valores más preciados de la humanidad —la libertad y la democracia— y por lo tanto es del interés de todos los países frenar su crecimiento. Un preclaro representante de esta posición es Mike Pompeo, secretario de Estado de los Estados Unidos, quien recorre el mundo explicando la amenaza que significa China para la economía, la libertad y el futuro de la democracia de todos los países, y llama al “mundo libre” a responder ante el peligro.[2] No es esta corriente la que interesa analizar aquí, pues sus motivaciones son evidentes.

Desde el marxismo se ha planteado la cuestión de cómo caracterizar el papel de China en el plano internacional. En el número 5 del volumen 72 de la revista Monthly Review, John Bellamy Foster apunta que la historia del capitalismo se ha caracterizado por las luchas por la hegemonía, y que el siglo XXI será la lucha entre Estados Unidos y China, si bien acota que la formación social de este país no es totalmente capitalista ni totalmente socialista.[3] De esta manera, sin que sea el eje de su reflexión, Bellamy Foster señala uno de los problemas nodales que deben resolverse para caracterizar las relaciones de China con el mundo: si el país es o no predominantemente capitalista. En efecto, en su obra clásica Lenin define al imperialismo como un momento necesario en el desarrollo de los países capitalistas industrializados: se conforman grandes monopolios que dominan los mercados, el capital industrial se fusiona con el capital bancario, comienza a exportarse más capital que mercancías, y finalmente se forman grupos monopólicos internacionales que se reparten el mundo (Ilich, 1961). La dificultad de caracterizar a China como un país imperialista estriba en verificar el cumplimiento de este proceso al interior del país.

La crítica que hace Lin Chun a las reformas impulsadas en China desde el gobierno de Deng Xiaoping, sintetiza varios señalamientos provenientes del marxismo. La autora acusa a la cúpula del PCCh de haber abandonado el socialismo en nombre de la reforma, lo cual se observa en el desvanecimiento del control público de la economía: por un lado, la proporción del sector público cayó del 57% en 2003 al 27% en 2010, por el otro, en 2010 el Estado solo controlaba el 23% de los bienes totales de las 16 industrias estratégicas de la economía nacional. Paralelamente, las bases clasistas del PCCh han cambiado radicalmente desde 2002, cuando los empresarios privados comenzaron a ser admitidos en el partido; gracias a esta medida, en 2012 el 53% de los chinos que poseían más de 100 millones de yuanes formaba parte del PCCh, siete de los hombres más ricos del país asistieron al XVIII Congreso del partido y 160 de los chinos más ricos (cuyas familias poseen bienes equivalentes a 221 mil millones de dólares), forman parte de la élite del partido. En conclusión, dice Chun, la reforma se ha salido de su cauce original, degeneró, y por medio de ella el capital se está apoderando tanto del PCCh como del país. Es así al punto que la Escuela Central del partido se ha convertido en un bastión ideológico del neoliberalismo y los funcionarios de primer nivel van a entrenarse en la Escuela de Gobierno Kennedy de Harvard, en Estados Unidos (Chun, 2015).

En una línea de análisis similar, aunque con discrepancias importantes, Michael Roberts apunta que la economía china “todavía está dominada por el control estatal, la inversión pública, los bancos estatales y por funcionarios comunistas que controlan las grandes empresas y planifican la economía”. Sin embargo, Roberts advierte que, aunque el modo de producción capitalista todavía no es el dominante en China, el país avanza rápidamente en esa dirección.[4] El economista británico no se plantea, como sí lo hace Lin Chun, si es posible que China no sea absorbida totalmente por la dinámica capitalista, sino que se limita a analizar las relaciones existentes y las proyecciones en el corto plazo. La caracterización que hace Roberts de China es poco coherente, puesto que en algunos textos defiende el carácter no capitalista del país mientras en otros lo coloca como una potencia imperialista. En la crítica que hizo al libro Las guerras comerciales son guerras de clase,[5] Roberts cuestiona la tesis que sostienen los autores de que las guerras comerciales de los últimos años se deben a un exceso de ahorro en países como China y Alemania, resultado de la crisis de subconsumo al interior de esos países, crisis que, a su vez, deriva de que los trabajadores ya no pueden comprar lo que producen. La polémica de Roberts con Klein y Pettis no gira en torno a si existe o no un conflicto mundial entre los capitales estadounidenses y los chinos, sino en torno a los motivos que llevan a esos capitales a invertirse fuera de sus países: Klein y Pettis ubican al subconsumo como principal causa, Roberts apunta que es la caída de la rentabilidad en los mercados domésticos. El marxista británico explica la guerra comercial entre Estados Unidos y China como una guerra “entre potencias imperialistas rivales por las ganancias extraídas del trabajo a nivel mundial”. De esta manera, Michael Roberts termina caracterizando a China como una potencia imperialista.

Una posición más contundente es la de Au Loong – Yu, marxista chino de Hong Kong. Au explica el ascenso de China a partir de tres momentos: primero, la modernización socialista desde 1949 hasta 1978, después, el ascenso del capitalismo chino, que tuvo éxito por ser un capitalismo dirigido por el Estado, y finalmente el expansionismo, consecuencia necesaria del capitalismo monopolista: “con la exportación de capital a escala masiva, se hizo necesaria la intervención sobre la política doméstica de los países de acogida, con el objetivo de garantizar y supervisar las inversiones”.[6] En esta lógica entiende Au Loong – Yu la Iniciativa de la Franja y la Ruta: la construcción de infraestructura en todo el mundo, alineada con los intereses chinos, evidencia los problemas de sobreproducción de China y al mismo tiempo intenta absorber todo ese exceso de capacidad.[7] Básicamente, se trataría de la lógica imperialista observable en Estados Unidos y otros países capitalistas desarrollados. En la mayoría de los análisis que definen a China como un país imperialista, el caso de estudio paradigmático es África, un continente donde el país asiático ha desbancado a Estados Unidos y a las potencias europeas como primer socio comercial y como principal acreedor; aeropuertos, carreteras, puentes, ferrocarriles, plantas hidroeléctricas, estadios y edificios gubernamentales han sido construidos con capitales chinos. Ante las críticas vertidas desde la prensa y los gobiernos occidentales contra la expansión económica de China en África, la respuesta de los expertos chinos es sencilla: “es una situación en la que todos ganan. China no es un donante benevolente que da dinero gratis. Queremos ganar dinero, pero bajo la condición de que el acuerdo comercial sea beneficioso para nuestros socios en África”.[8]

Las dificultades de caracterizar a China desde el marxismo como un país más o menos capitalista y más o menos imperialista, tienen como base la disputa teórica y política que existe al interior del PCCh sobre el curso que debe seguir la economía. De acuerdo con Osvaldo Rosales, en el plano económico hay dos corrientes principales: la neoconservadora y la nueva izquierda. Básicamente, los neoconservadores pugnan por una profundización de las reformas económicas iniciadas con Deng Xiaoping tendientes a aumentar el poder del mercado y de la iniciativa privada; influidos por Friedrich Hayek, plantean que las condiciones actuales de China demandan una rápida profundización de las reformas económicas para liberar las fuerzas del mercado y mantener altas tasas de crecimiento económico. La nueva izquierda rechaza la tesis de que China necesariamente debe recorrer la senda del neoliberalismo para seguir desarrollándose; sus exponentes no se oponen a las reformas, pero consideran que no debe privilegiarse el crecimiento del mercado y del PIB a expensas de la igualdad y la democracia política. La llegada de Xi Jinping al pináculo del poder político chino ha sido interpretada, en general, como un acontecimiento favorable a las posiciones de esta nueva izquierda, puesto que Xi ha insistido enérgicamente en retomar el estudio y la aplicación del marxismo,[9] y ha abogado por aumentar el control del Estado sobre la economía del país.[10] A pesar de ello, en la óptica de Au Loong – Yu, Xi y su grupo “están determinados a restaurar la hegemonía del pasado imperial chino y reconstruir así el llamado mandato celestial” (Au, 2019).

El Reino del Medio, un imperio milenario

El proyecto del Sueño Chino y el rejuvenecimiento de la nación china impulsados por Xi Jinping descansan en la concepción de grandeza que tiene China de su pasado imperial. Como señala Kissinger,

“Otras sociedades han reivindicado la pertinencia universal de sus valores e instituciones. Ninguna, sin embargo, es igual que China en la persistencia en una concepción tan elevada de su función en el mundo durante tanto tiempo, y frente a tantas vicisitudes históricas. Desde el nacimiento de China como Estado unificado en el siglo III a. C. hasta el desmoronamiento de la dinastía Qing en 1912, China permaneció en el centro de un sistema internacional de Asia oriental de notable continuidad. Se consideraba que el emperador chino constituía el pináculo de la jerarquía política universal (y así lo reconocían la mayoría de los estados vecinos), y el resto de los dirigentes estatales teóricamente actuaban como vasallos suyos. La lengua, la cultura y las instituciones políticas chinas constituían los hitos de la civilización […] Mientras otros países recibían el nombre de algún grupo étnico o a partir de una referencia geográfica, China se autodenominó zhongguo: el Reino Medio o el País Central” (Kissinger, 2019: 22).

Durante gran parte de la historia, China fue, efectivamente, un país destacado en el terreno económico, político, comercial, territorial, demográfico, cultural y tecnológico. Osvaldo Rosales, citando a Maddison, apunta que:

“Durante dieciocho de los últimos veinte siglos, China representó un porcentaje del PIB mundial mayor que el de cualquier sociedad occidental. En 1820, dos décadas antes del inicio del siglo de la humillación, China representaba el 30% del PIB mundial, cifra que superaba la suma conjunta del PIB de los Estados Unidos, Europa Occidental y Europa Oriental” (Rosales, 2020: 27).

El poderío económico de China colocó al país como el centro económico y político de Asia oriental durante miles de años. Por otro lado, exceptuando al imperio mongol de Kublai Kan, ninguno de los grandes imperios de la Antigüedad o de la Edad Media tuvo un contacto significativo con China, por lo que el país se consideraba el centro de todo y, según su cultura, los emperadores eran el centro mismo de la humanidad: entre más lejos del emperador se encontraran los pueblos, más bárbaros eran. Los emperadores recibían en el Templo del Cielo, en Beijing, el Mandato del Cielo para gobernar no solo a China, sino Todo bajo el Cielo.

Esta grandeza imperial terminó abruptamente con la Guerra del Opio de 1844, acontecimiento que inaugura el periodo histórico conocido por los chinos como el Siglo de la Humillación. La derrota china a manos de los británicos fue seguida por una serie de conflictos bélicos entre China y las potencias occidentales, todas las cuales buscaban ganar una parte del botín. De esta manera, Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, Rusia, Alemania y Japón le impusieron a China unos Tratados Desiguales que la obligaron a abrir su mercado a los capitales de las potencias, y que le arrebataron territorios como Hong Kong, Taiwan, Manchuria, Macao, entre otros. En 1912 la última dinastía china, la de los Qing, llegó a su término y se fundó una república; sin embargo, la naciente república fue incapaz de mantener unificado el poder político y militar, y los Señores de la Guerra iniciaron un conflicto armado que desgastó al país. Paralelamente, los comunistas dirigidos por Mao y los nacionalistas dirigidos por Chiang Kai-shek protagonizaron una guerra civil que comenzó en 1927 y se extendió por dos décadas. Aprovechando la debilidad china, Japón invadió el país en 1931 y lo mantuvo ocupado hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Cuatro años después, en 1949, las fuerzas comunistas de Mao vencieron al ejército nacionalista y se fundó la República Popular China, hecho que se considera como el fin del Siglo de la Humillación.

El Siglo de la Humillación y el retorno a la normalidad histórica

Fuente: Rosales, 2020

Con esta concepción de la historia, la de una China poderosa y céntrica, el nacionalismo presente en el discurso del Sueño Chino necesariamente se remite al pasado imperial. Esto no quiere decir que China busque hoy establecer un imperio a imagen y semejanza del que existió hasta el siglo XIX, sino que busca restablecer a China en el lugar predominante que tuvo por milenios. Rosales llama a esto “el retorno de la normalidad histórica”, es decir, que China vuelva a ser el centro del mundo, el Reino del Medio, como lo fue durante milenios (Rosales, 2020). Desde el discurso oficial, las autoridades chinas rechazan cualquier pretensión imperialista que se funde en su historia. Para ello se emplean básicamente dos argumentos: por un lado, la tradición confuciana prevaleciente en China que busca la armonía y rechaza el conflicto; por el otro, argumentan que el imperio chino, a pesar de su poder, nunca buscó ampliarse conquistando otros territorios ni emprendió guerras para someter a pueblos de ultramar, lo que es un hecho empíricamente comprobado e incluso aceptado por Henry Kissinger (2019).

Conclusiones

Xi Jinping ha planteado concretar el rejuvenecimiento de la nación china en 2049, en el centenario de la fundación de la República Popular China. Al interior, la realización del Sueño Chino significa la erradicación de la pobreza y el establecimiento de una sociedad socialista moderna; al exterior, la construcción de un país fuerte. A partir de la realidad observable, puede constatarse que el sector capitalista de la economía china ha comenzado a expandir su presencia a nivel mundial, fundamentalmente en los países de bajos y medianos ingresos (Asia, África y América Latina), pero también busca estrechar lazos comerciales con países desarrollados como los de la Unión Europea[11], Japón y Australia[12]. Más allá de la dinámica propia del capital, que busca su reproducción y engrandecimiento a toda costa, la historia china está marcada por un pasado imperial que mantuvo a China como el centro político, económico y cultural de una vasta región del planeta, una centralidad interrumpida por el Siglo de Humillación, que el discurso nacionalista de hoy añora y que pretende alcanzar. Con base en estos dos elementos, es justificable señalar tendencias imperialistas en el Sueño Chino lanzado por Xi Jinping, sin embargo, una caracterización más cuidadosa tendría que resolver primero si el capital se ha vuelto dominante al interior del PCCh y del Estado chino o si el socialismo sigue vivo y mantiene controlado el proceso de reformas.

Identificar a China como un país imperialista no implica cuestionar los avances que el país ha logrado en materia económica, social y tecnológica. El crecimiento del PIB a una tasa promedio de 10% durante las últimas cuatro décadas, la erradicación de la pobreza extrema en 2020, y el desarrollo de tecnología propia, sobre todo en el ramo de las telecomunicaciones, son expresiones del desarrollo exitoso de China. Sin embargo, es necesario caracterizar el papel que desempeña China a nivel mundial para conocer el impacto que este país puede tener en América Latina, una región que cada vez recibe más inversiones chinas y donde el país asiático ya ocupa el segundo lugar como socio comercial.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] “The Chinese Dream Infuses Socialism with Chinese Characteristics with New Energy”. Qiushi, 1 de mayo de 2013. Disponible en: https://chinacopyrightandmedia.wordpress.com/2013/05/06/the-chinese-dream-infuses-socialism-with-chinese-characteristics-with-new-energy/

[2] Michael Pompeo, “La China comunista y el futuro del mundo libre”. Departamento de Estado de los Estados Unidos, 23 de julio de 2020. Disponible en: https://translations.state.gov/2020/07/23/secretario-de-estado-michael-r-pompeo-discurso-en-la-biblioteca-y-museo-presidencial-richard-nixon-la-china-comunista-y-el-futuro-del-mundo-libre/

[3] John Bellamy Foster, “China 2020: An Introduction”. Monthly Review, 1 de octubre de 2020. Disponible en: https://monthlyreview.org/2020/10/01/china-2020-an-introduction/

[4] Michael Roberts, “China, la encrucijada tras la pandemia”. Sin Permiso, 27 de mayo de 2020. Disponible en: https://www.sinpermiso.info/textos/china-la-encrucijada-tras-la-pandemia

[5] Michael Roberts, “Guerras comerciales y guerras de clase”. Sin Permiso, 27 de junio de 2020. Disponible en: https://www.sinpermiso.info/textos/guerras-comerciales-y-guerras-de-clase

[6] Au Loong – Yu, “El ascenso del capitalismo en China”. Sin Permiso, 23 de diciembre de 2020. Disponible en: https://www.sinpermiso.info/textos/el-ascenso-del-capitalismo-en-china

[7] Au Loong – Yu, “El ascenso de China como potencia mundial. Entrevista”. Sin Permiso, 11 de marzo de 2019. Disponible en: https://www.sinpermiso.info/textos/el-ascenso-de-china-como-potencia-mundial-entrevista

[8] Pedro Alonso, “China en África, ¿un nuevo imperialismo?”. La Vanguardia, 14 de junio de 2019. Disponible en: https://www.lavanguardia.com/politica/20190614/462860235541/china-en-africa-un-nuevo-imperialismo.html

[9] “China conmemora 200 aniversario de nacimiento de Karl Marx mientras Xi lidera nueva era”. Observatorio de la Política China, 5 de mayo de 2018. Disponible en: https://politica-china.org/areas/sistema-politico/china-conmemora-200o-aniversario-de-nacimiento-de-karl-marx-mientras-xi-lidera-nueva-era

[10] “El régimen chino aumenta el control del sector privado”. La Nación, 11 de diciembre de 2020. Disponible en: https://www.lanacion.com.ar/el-mundo/politburo-china-mantendra-sus-operaciones-economicas-dentro-nid2536862

[11] “La Unión Europea y China alcanzaron un principio de acuerdo comercial para un ambicioso plan de inversiones”. Infobae, 30 de diciembre de 2020. Disponible en: https://www.infobae.com/america/mundo/2020/12/30/la-union-europea-y-china-alcanzaron-un-principio-de-acuerdo-comercial-para-un-ambicioso-plan-de-inversiones/

[12] “RCEP: 15 países firman un nuevo acuerdo de libre comercio, liderado por China”, El Economista, 15 de noviembre de 2020. Disponible en: https://www.eleconomista.com.mx/empresas/RCEP-15-paises-firman-un-nuevo-acuerdo-de-libre-comercio-liderado-por-China-20201115-0010.html

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