Transformar no es moralizar

Octubre 2020

En el documento que Andrés Manuel López Obrador leyó el 1º de septiembre en Palacio Nacional con motivo de su Segundo Informe de Gobierno, se sostenían afirmaciones cuestionables. Dentro de estas podrían considerarse algunas como: “el principal problema de México es la corrupción”, “nuestro gobierno está promoviendo el arte y conservando el patrimonio arquitectónico nacional”, incluso la declaración de que la economía mexicana presenta un comportamiento en forma de V —el pico bajo se explicaría por la pandemia y la línea ascendente que sale de este, por la correcta gestión del gobierno federal— en lugar de una L, como sostenían los enemigos de la transformación. Sin embargo, puede encontrarse otro grupo de planteamientos discutibles que se refieren a las bases teóricas sobre las que el presidente funda su “transformación”.

Afirmaciones como “Estoy convencido de que transformar es moralizar” o “… la principal riqueza de una nación no está en su infraestructura o en sus finanzas y ni siquiera en sus recursos naturales, sino en su población y sus culturas, en la gente que la conforma y le da historia y existencia”, permiten entrever cuál es la perspectiva que sustenta la forma en la que el gobierno federal toma las decisiones más importantes del país.

La primera frase citada en este texto fue de las iniciales que leyó López Obrador. Su lectura se dio en el contexto del combate a la corrupción. Es sabido que el presidente ha encabezado una lucha contra la corrupción, que desde su postura es el principal problema de México, y que considera que desde el comienzo de su mandato los avances en este terreno son evidentes. López Obrador no dejó pasar la oportunidad para recalcarlo. La aseveración completa es esta: “Fui de los primeros en sostener que el principal problema de México era la corrupción, y ahora no tengo la menor duda: la peste de la corrupción originó la crisis de México. Por eso me he propuesto erradicarla por completo y estoy convencido de que, en estos tiempos más que en otros, transformar es moralizar.”[i]

Siguiendo la lógica que sustenta la aseveración, el principal problema de México, la corrupción, tiene su origen en una falta de moral, solo así se explica la convicción de que la transformación de la nación se alcanzará con la moralización. En estricto sentido, entonces, el principal problema, el problema original de la situación mexicana, no sería la corrupción sino la falta de moral, siendo la primera no más que un síntoma de esta enfermedad más profunda. En efecto, algunos de los resultados y tareas que el ejecutivo presenta como fundamentales para el país están encaminados a moralizar. La cartilla moral, el decálogo para salir de la pandemia, las constantes referencias al Papa y a los Evangelios, así como la unión con la Conferencia del Episcopado Mexicano, son resultado y muestra de lo anterior. Además, el que la primera idea en el discurso del 1º de septiembre haya sido la urgencia de transformar al país moralizándolo, permite que los demás elementos presentados se consideren a la luz de esta declaración.

Se podría conceder que la falta de moral es un problema en el país, sin embargo, esta concesión no puede hacerse sobre bases abstractas, pues sería necesario explicitar qué tipo de moral es la que debería guiar a la sociedad, ¿la moral cristiana, la liberal, la kantiana, la marxiana?, además de dejar bien fundadas las bases materiales para que la moral deseada se establezca, pues así como la personalidad del individuo toma forma según su contexto, las líneas morales también adquieren sus matices según el contexto histórico y social en el que surgen.

Esta característica de la moral, y de todas las ideas individuales o sociales, deja claro que el cambio de moral no puede surgir únicamente de la nutrición espiritual, de “lo interior”, como el presidente lo nombra en su decálogo, pues debe contar con condiciones materiales que permitan un cambio en la visión del mundo y en el actuar. Si un individuo, ayudado por la norma legal, se convence a sí mismo de que robar es malo y decide hacer todo lo posible para adquirir sus medios de vida honradamente, pero no encuentra trabajo, el Estado no le brinda servicios públicos de calidad y su familia se hunde en deudas, seguramente se verá forzado a romper su código de conducta en pro de la existencia propia y la de su familia, aún y cuando esta decisión traiga consecuencias legales y sociales negativas.

Exactamente la misma lógica está detrás de la segunda cita presentada, aunque con algunos matices. El concepto de riqueza refiere a abundancia, pero esta puede referirse a una variedad de cosas: abundancia de dinero, abundancia en expresiones artísticas, abundancia en atributos, etcétera. López Obrador jugó con la acepción de riqueza. México es un país rico en los aspectos que él señaló: arte, cultura y “población” (¿a qué se refiere esto último, a que hay muchos mexicanos o a la diversidad de culturas que tiene el pueblo mexicano? No lo dice), pero, como el mismo presidente reconoce, el país no se caracteriza por la abundancia en infraestructura o empleo.

Es verdad que la riqueza cultural de la nación no se puede despreciar y que es labor del gobierno en turno conservarla, difundirla y nutrirla, pero no puede ser un sustituto de la riqueza económica indispensable para que aumente el nivel de vida de los mexicanos. ¿Para qué vender la idea de que la variedad cultural es más importante que los elementos materiales que contribuyen a mejorar las condiciones económicas? En el caso de López Obrador esta acción proviene de un convencimiento profundo de que lo importante es lo subjetivo, cómo se sienta el individuo, cómo se conciba en la sociedad, sus deseos y aspiraciones, sus costumbres, mientras que la preocupación por lo económico, lo material, lo asimila a un comportamiento egoísta y burgués.

Concédase la importancia del aspecto subjetivo, del bienestar de “lo interno”, pero no se desprecie lo segundo. La historia de México tiene ejemplos muy concretos que muestran que el crecimiento cultural, en su diversidad y calidad, es resultado de un bienestar económico, recuérdese la época de oro del cine mexicano y el crecimiento económico que la fecundó. Cuando un pueblo tiene hambre, un mal servicio de salud pública, una educación deficiente, sufre de violencia en el hogar y padece las injusticias de un gobierno unipersonal y partidista, la lección moralizadora de bondad, conformismo y sumisión es estéril. Ni cumple con el objetivo de “la revolución de conciencias” que planteó el presidente al final de su discurso, ni con el aumento en el bienestar de la población. Por tanto, la transformación radical de una nación no puede basarse en la moralización abstracta, hay que sentar bases reales, como la infraestructura que López Obrador desprecia, que la gente pueda tocar y observar. Solo así puede ocurrir una “revolución de conciencias”.


Jenny Acosta es licenciada en Filosofía por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[i] López Obrador, Andrés Manuel, Discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador en su Segundo Informe de Gobierno, revisado en: https://lopezobrador.org.mx/2020/09/01/discurso-del-presidente-andres-manuel-lopez-obrador-en-su-segundo-informe-de-gobierno/ el 2 de septiembre de 2020 a las 12:28 hrs.

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