AMLO no es comunista

Junio 2020

“… sin embargo, es buena persona. Le aprecio
particularmente por un rasgo magistral de hipocresía, al cual
debe su reputación de hombre de talento. Me refiero
a su modo de negar lo que es y explicar lo que no es.”
Allan Poe

FRENAAA es el grupo de derecha anti-AMLO con más actividad en estos días. Desde el sábado 30 de mayo, fecha en que se terminó oficialmente la jornada de sana distancia promovida por el Gobierno Federal, ha organizado manifestaciones en varias ciudades del país: Ciudad de México, Querétaro, Xalapa, Tijuana, Zacatecas, entre otras. Lo que caracteriza estas manifestaciones son dos cosas principalmente: los manifestantes participan desde su coche —hecho comprensible por una pandemia activa, pero que al mismo tiempo exhibe la clase social a la que pertenecen— y las consignas en contra del presidente López Obrador acusándolo de comunista o socialista.

Estas acusaciones no son novedosas. Desde el periodo de campaña a López Obrador se le relacionaba con la izquierda comunista y se advertía a la gente que no votara por él porque convertiría a México en otra Venezuela; se decía que quería acabar con la propiedad privada de quienes han construido su patrimonio con su esfuerzo, y que la pobreza franciscana sería la nueva norma de vida. Se pretendía demostrar el comunismo del presidente con el acercamiento a los dos países latinoamericanos que se autodenominan comunistas: Cuba y Venezuela, además de las relaciones con algunas figuras públicas pertenecientes a esta corriente, como Silvio Rodríguez.

Pero ¿en verdad puede decirse que Andrés Manuel López Obrador es comunista? No.

Durante su última campaña presidencial, en el marco de un discurso que, si no mal recuerdo fue en Texcoco, Estado de México, dijo que la teoría de la lucha de clases defendida por algunos pensadores no era vigente en México;  que la interpretación de que el capitalismo se enriquecía a costa del empobrecimiento de la mayoría no era aplicable a nuestro país, pues aquí el origen de la pobreza estaba en la corrupción. Las dos tesis que el entonces candidato desechó de un plumazo (sin ningún argumento respetable que pudiera respaldar su postura) han sido pilares del pensamiento socialista y se han desarrollado gracias a esta postura, alcanzando en el marxismo una forma más definida y contundente, sobre todo por el estudio riguroso de la economía capitalista, sus consecuencias y las posibles salidas, que Karl Marx expuso en El capital.

Pero los argumentos que nos conducen a aseverar que AMLO no es un comunista, socialista o siquiera disidente, no se reducen a lo anterior. Cuando un político dice defender los intereses del pueblo y, por tanto, termina con el neoliberalismo por decreto, es ilógico que siga colaborando con los principales beneficiados del extinto, por decreto, neoliberalismo. Al comenzar su gestión, el presidente se lanzaba con todo contra los que siempre se habían beneficiado del statu quo, contra los “fifís”, los capitalistas rapaces. Sin embargo, con el tiempo quedó claro que en lugar de combatirlos como había prometido, se aliaba con ellos, que, aunque no eran los mismos en nombre y apellido, representaban exactamente lo mismo. La unidad y confianza impoluta entre la 4T y Salinas Pliego, así como la contratación ciega de empresas de Grupo Inbursa para que realicen los proyectos del Gobierno Federal, confirman que la época neoliberal murió solo en la imaginación de sus asesinos.

Por si esto no fuera poco, en época de una pandemia invencible para la 4T, Salinas Pliego presenta un mensaje a los mexicanos en el que apela a la libertad de los individuos para salir a trabajar sin ser atemorizados y regularizados por el gobierno y el personal de salud, al que, dicho sea de paso, ni siquiera se molesta en agradecer los esfuerzos dedicados a contener la pandemia y tratar la enfermedad. Este mensaje debe leerse como lo que es: un pez gordo del capitalismo mexicano que exige a su mano de obra reactivar la producción para no perder más ganancias —evidentemente esto no exime la clara necesidad de los mexicanos de volver al trabajo para que los suyos no se hundan más en la pobreza—. El señor se vale del principio de la “libertad individual”, omitiendo las consecuencias que sus actos pueden traer a la salud de los trabajadores, porque si él o su familia se enferman sobran los recursos para atenderlos, porque pueden adaptar sus condiciones a su gusto para no enfermarse. Lástima que no todos los mexicanos estén capacitados para responder así a la pandemia, pero más lástima aún que un presidente, que está dispuesto a envolverse en los chismes de un comediante, no sea capaz de responder a este tipo de mensajes procedentes de “fifís” y capitalistas rapaces. Un verdadero circo para desviar la atención.

El sábado 13 de junio, el presidente presentó al pueblo de México las diez claves para salir de la pandemia. Más que un decálogo presentado por un mandatario presidencial parece un guion de misa, del tipo del discurso en el que Barbosa dijo que los pobres son inmunes al coronavirus, enfermedad fifí. En este decálogo el presidente deja claro, una vez más, que no comparte las ideas y prácticas comunistas: nos invita a alejarnos de las cosas materiales, del consumismo, a vivir con austeridad (como si no se pudieran constatar los resultados que su austeridad ha traído al país). No es que el comunismo apoye el consumismo, pero está claro que no puede exigirse así solamente que todos vivan como franciscanos.

Lo que el comunismo pretende, y sus mayores detractores no han sido capaces de entenderlo, no es repartir pobreza, sino riqueza; no es hacer más pobres o ricos, sino lograr que todos vivan con las mejores oportunidades a su alcance; no es destruir las cosas positivas que la humanidad ha alcanzado con el capitalismo, sino que estas estén a disposición de todos. El presidente de México no propone nada de esto; en los hechos, muchas de las medidas que propone en su decálogo (como el no estresarse) son imposibles para los trabajadores en el contexto de la pandemia, a menos que el gobierno los apoye con empleo o con despensas decentes; pero dicho apoyo no existe.

Un último punto. Cualquier comunista, socialista, anarquista, disidente, tiene claro que la fuerza más confiable que tienen los trabajadores contra la explotación del capital es su fuerza organizada. Este gobierno desde su toma de protesta hasta hoy ha mantenido un discurso anti-organizaciones bajo la acusación de que estas son “intermediarias corruptas”. Si los trabajadores quieren respuesta de su administración deben representarse ellos mismos, solos, ignorantes y aislados de los problemas ajenos. Los trabajadores se han presentado así, pero las respuestas recibidas, cuando las hay, no son resolutivas, solo demagógicas. Un gobierno socialista promovería la organización popular no solo como modo de luchar por las demandas de la clase trabajadora, también como una manera de transformar la consciencia y romper el individualismo que el capitalismo pregona. La 4T va en contra de esto.

Los cuatro puntos discutidos aquí son clave para entender por qué la acusación de FRENAAA, y otros opositores, de que AMLO es comunista, es falsa. Sin embargo, el móvil del presente escrito no es defender al presidente, sino a las organizaciones realmente de izquierda y al comunismo. Este ha sido presentado por el capitalismo como el peor de los monstruos. Se han difundido las mentiras más viles sobre él con tal de alejar a los trabajadores y garantizar la continuidad de un sistema decadente. La derecha mexicana no es ignorante de esto, al contrario, tiene muy claro el contexto político que la 4T está construyendo en el país, aunque sea inconscientemente. Sabe que el pueblo apoyó a López Obrador porque creyó ver en él la antítesis de la clase política que tanto lo había decepcionado, y sabe también que, cuando acabe el periodo presidencial, al no ver tampoco respuesta positiva de parte de Morena, los mexicanos buscarán otras alternativas.

Se presentará entonces un camino con dos veredas: una hacia la izquierda consecuente, que busque cambiar de raíz los problemas del neoliberalismo con mecanismos viables y eficaces, y otra hacia la derecha extrema, que perpetuará y fortalecerá al capitalismo. La derecha, entonces, se vacuna en salud, y prepara el terreno para que, llegado el momento, el pueblo, decepcionado también de la “izquierda”, huya de ella, y la contienda esté definida. En estas circunstancias, lo mejor que puede hacer la verdadera izquierda es unirse bajo un proyecto de país que aglutine a las mayorías, que las coloque como eje central de la transformación. Solo así se podrá favorecer a los olvidados.


Jenny Acosta es licenciada en Filosofía por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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