Junio 2020
La pintura de Gauguin, como la de muchos pintores, siempre estuvo en constante transformación. Cuando definimos a un artista resulta complejo identificar las líneas de demarcación que enmarcan su creación, en donde muchas veces se confunden las características específicas del artista. Sin embargo, uno de los múltiples cambios que sufrió Gauguin nos hace reflexionar acerca de lo influenciado que está el arte por la historia misma de la sociedad.
En 1891 Gauguin decide hacer su primer viaje a Tahití, ¿la razón? La misma que lo había llevado a salir ya de Europa en ocasiones anteriores: buscar para sus lienzos representaciones de una vida aún no influenciada por la civilización europea. La nueva sociedad en desarrollo venía a influir en la decadencia del arte condenado a la homogeneización. Los estándares de belleza tenían que ser los europeos, así como el estilo y las representaciones de la vida cotidiana tenían que expresar la moderna civilización. Por todo esto, Gauguin pretendía revolucionar el arte volviendo a lo primitivo, pintando un mundo aún diverso, sin las normas morales de los burgueses, con los colores de un mundo que aún existía bajo la bota de los colonizadores.
Antes de llegar a Tahití ya había ensayado otros destinos. Inglaterra y sus tradiciones, que enorgullecían a los ingleses, o la atrasada Perú, no le dieron lo que buscaba. En Tahití apenas un rastro del mundo primitivo en transformación lo inspiró para trabajar en sus pinturas y grabados, pero la desilusión vino pronto, al ver cómo la religión europea y todo su adoctrinamiento estaba influyendo ya el espíritu de la gente.
El mundo que Gauguin quería pintar era uno que estaba desapareciendo ante la modernización y la globalización de la ideología occidental. La huida de este mundo en decadencia hacia uno puro representaba para él la renovación del arte a través de la vuelta a lo salvaje; sin embargo, la rueda de la historia no gira hacia atrás. La búsqueda de un mundo nuevo es la huida del artista de un mundo plagado de contradicciones que mataban todo lo que Gauguin consideraba bello; no obstante, su experiencia debió enseñarle que el nuevo cambio al que estaba asistiendo no podía evadirse.
La historia de la filosofía nos ha dado ejemplos de pensadores que, al ver las crueldades de las que es capaz la sociedad civilizada, plantean un regreso a tiempos primitivos donde todo era mejor; sin embargo, este pensamiento no pasa de ser una utopía sin fundamento. Incluso este pintor no pudo, en contra de sus deseos, separarse del dinero para poder sobrevivir, no pudo encontrar una vida donde se mantuviera de lo que la naturaleza por sí misma le daba, dedicado a pintar los mitos y demonios que causaban terror a los salvajes.
A pesar de la invasión occidental en los rincones más alejados del mundo, Gauguin consiguió hacer su arte a partir de los resabios de lo que encontró, pudo retratar a las gentes que no eran vistas comúnmente y, al pasar de los años, logró que se reconociera su trabajo como una aportación valiosa. Pero esa escapatoria de las contradicciones de lo moderno se nos antoja ahora lejana, ahora más que antes nos es imposible la huida de las tendencias del arte del capital. Pero por eso mismo, la salida hacia una transformación del arte se ve más clara sin su sustento utópico: el arte dedicado a la transformación de la sociedad actual a través de la transformación de la cultura dominante.
Alan Luna es Licenciado en Filosofía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.