Abril 2020
A últimas fechas ha llamado la atención la ferocidad con la que los simpatizantes del gobierno actual defienden la realidad de la transformación que para ellos significa la 4T. Algunos académicos, como John Ackerman, lo hacen incondicionalmente y sin aceptar posibles errores en las decisiones y actitudes del gobierno de Morena; otros, como Carlos Illades en su libro Vuelta a la izquierda, con críticas que intentan perfeccionar lo perfectible. Y es que, cuando pareciera que hay razones para dudar de la viabilidad de las medidas de Andrés Manuel, o cuando se empieza a argumentar sólidamente en contra de alguna de sus políticas, sale a relucir por parte de sus defensores un curioso reproche que se resume en la siguiente idea: “si no apoyamos a la izquierda de AMLO, podemos hacer que el pueblo busque a la extrema derecha para reemplazarlo”.
Es esto, el temor a la derecha, al fascismo, como luego lo mencionan, lo que impulsa a muchos intelectuales y académicos que se dicen de izquierda a defender y buscar un sustento racional a las medidas políticas y económicas del actual gobierno. Sin embargo, hay algunas objeciones que hacerle a este planteamiento, por mucho que les pese a los optimistas y aplaudidores de hoy.
En primer lugar, aceptar esta postura presupone que sólo hay una salida a la derecha, esto es, una única forma posible de entender la izquierda, la que tenemos en la actualidad. Esto, afortunadamente, no es verdad. Cualquiera que pretenda iniciar un proceso de transformación en la actualidad, debería tomar en cuenta la experiencia adquirida a lo largo de la historia de las luchas revolucionarias. Analizando los fenómenos sociales, nos damos cuenta de que los procesos revolucionarios nunca son sencillos, no es una lucha entre los buenos y los malos, o una lucha entre la izquierda y la derecha puras. Distintas acepciones de la derecha y de la izquierda hacen que en ocasiones las batallas más importantes se den al interior de alguna facción y, en el caso de la izquierda que se concibe como revolucionaria, esto cobra mucha importancia.
Lenin en su libro ¿Qué hacer? nos muestra un panorama complejo de los grupos de izquierda de la Rusia zarista, y es su propósito en este texto aclarar las diferencias de su grupo con las de los otros tantos existentes. Anarquistas, economicistas y marxistas, se diferenciaban tanto por las teorías con las que interpretaban su realidad social como por la forma en la que actuaban para transformarla. No es el propósito del presente artículo ver la superioridad de alguna teoría por sobre las demás, sino ver la importancia que tiene reconocer la lucha entre los que se dicen de izquierda como una contradicción elemental en el proceso revolucionario.
Para ilustrar lo anterior, podemos recordar la problemática, desarrollada en el libro, entre los economicistas y Lenin. Para este último, el gran problema de los economicistas era su culto a la lucha espontánea de las masas. Ellos creían que el movimiento revolucionario tenía que seguir un curso “histórico” determinado exclusivamente por las potencias del momento. Bajo esta lógica era imposible pensar en un impulso externo, en algo que influyera en las tareas que los obreros se habían trazado como importantes y, por tanto, la lucha de la gente quedaba reducida a la exigencia por mejoras económicas, pues eran estas las tareas que las masas veían como importantes. Lenin observa que precisamente esta concepción es una traba para el desarrollo del movimiento revolucionario. En efecto, la conciencia que puede alcanzar el obrero por sí mismo no es otra que la determinada por la influencia teórica que lo ha rodeado hasta ese momento. El obrero no tiene más que su experiencia para trazar su lucha revolucionaria, lo que lo lleva a pensar en las salidas y luchas más inmediatas para mejorar su situación económica; por esta razón, su perspectiva es limitada y necesita desarrollar una más crítica, con visión de futuro, que le permita superar la conciencia espontánea que le ha dado su educación bajo condiciones de explotación.
Esta lucha entre los economicistas, (que eran, como ya vimos, alabadores de la espontaneidad de las masas, pues creían que no se podía imprimir fuerza externa al movimiento de los obreros sin que se viera perjudicado el curso “natural” de la revolución) y las ideas de Lenin, tenía gran importancia, pues como decía este último, el problema es que dependiendo del enfoque que se le dé a los problemas de la revolución, las soluciones y acciones propuestas para el desarrollo de ésta pueden ir por buen camino o pueden desviarse.
Un revolucionario, aquel que quiere de verdad la transformación de todo lo existente en pos de una sociedad mejor, debe estar siempre preocupado por que el camino tomado por el movimiento de masas sea el mejor posible, dado que los problemas de que la masa se deje guiar por una falsa izquierda son muy grandes.
Los demagogos, como Lenin los llama en su libro, no solamente viven del descontento popular y lo explotan por intereses personales, sino que traen problemas reales al movimiento de transformación social.
La mala educación del pueblo no es de importancia menor. Cuando éste está bajo la guía de alguien que no tiene un estudio científico de cómo debe ser transformada la sociedad en las condiciones concretas de su país, no adquiere ni proporciona las herramientas necesarias para la emancipación de su clase social. Por tanto, no se educa a la gente ni se hace lo posible por que sea ella la autora del cambio y transformación sociales. La mala guía, de este modo, repercute en primer lugar en la poca educación popular, lo que hace que se atrase la toma de conciencia y la decisión de la gente por cambiar el estado de cosas actuales, a falta de una guía de hacia adónde, hacia qué rumbo es que hay que conducir el cambio.
Lenin nos recuerda que en todo movimiento revolucionario está la posibilidad de la derrota, que no hay predestinados a la victoria nunca, y es precisamente por esto que hay que tratar por todos los medios posibles de reducir al mínimo la probabilidad de fracasar; esto se logra solamente si las medidas que se han tomado por quienes están al frente del proceso, son las correctas. En saber si el camino tomado por el pueblo (siguiendo a los que van al frente del movimiento) es el correcto, se juega el triunfo de las aspiraciones de justicia e igualdad del pueblo.
Otra razón para dar la batalla contra la falsa izquierda. Al difundir la idea de una sola posibilidad de cambio, de una sola izquierda posible, se va amoldando la conciencia del pueblo a identificar a la “izquierda” actual como representante de la izquierda en abstracto, esto es, como si fuera la izquierda en sí, no como una forma concreta sino como toda izquierda posible. De esta manera, cuando fracasa el movimiento (recordemos que la probabilidad de esto aumenta mientras menos preparado esté el grupo de izquierda en cuestión), dicho fracaso se identifica como característico de las políticas de izquierda. Así, la extrema derecha y las políticas fascistas cobran un impulso con los errores de los que se han autoproclamado la voluntad del pueblo.
Siguiendo con la argumentación, podemos decir que el temor de los que apoyan a Andrés Manuel por las consecuencias que pueda traer el dejar caer a la izquierda del gobierno, no es infundado ni irreal. El peligro del fracaso de la izquierda es, en efecto, que la derecha —y no cualquier derecha, sino la más descarnada y retrógrada— tome el poder, pues el pueblo estará harto de la ineficiencia e inexperiencia de los que pretenden “transformar” la economía y la política tradicional.
Pero quienes ven el peligro del fascismo no se dan cuenta, en el mejor de los casos, que es precisamente la falsa conciencia que le inculcan al pueblo la encargada de aplanarle el terreno a los discursos de extrema derecha. La conclusión que ellos sacan es la de apoyar por todos los medios a la autoproclamada 4T o, en otros casos, apoyar criticando algunas cosas que se pudieran hacer mejor, pero nunca criticando el fondo reaccionario que cualquier transformación a medias y sin un fin claro conlleva.
Por todo esto, es absurdo que aceptemos los reproches de los que, alabando al gobierno actual, critican a todos los opositores como parte de la derecha o como inconscientes de los peligros que trae el no apoyar o no “valorar lo que tenemos en este gobierno”. Precisamente porque hay que ser conscientes del peligro del viraje a la derecha, manifestado ya en la historia en muchos países en donde la izquierda —muchas veces debido a presiones extranjeras— ha dejado de gobernar, es que necesitamos desengañar a la gente de las falsas conclusiones de los propagandistas del gobierno. Si el peligro del fascismo es real, la conclusión no debe ser apoyar ciegamente lo que tenemos, sino ver las distintas opciones que nos ofrezcan una salida alterna, lejos de lo que ya sabemos que no funciona. No olvidemos que la derecha con el PAN ya gobernó, y por mucho que ahora salgan, envalentonados por los errores del gobierno, a hacer alarde de sus “logros”, no puede obviarse que en resumen fue el suyo un mal gobierno, de polarización de la sociedad y ahondamiento en la pobreza y la desigualdad.
Si esta opción ideal, de verdadera izquierda, aún no existe en la palestra política, entonces el deber del que quiere transformar la realidad es ayudar a construirla. Claro que es mucho más difícil hacer esto que alabar lo que ya está hecho, pero, como redacta Lenin, la falsa revolución es la peor enemiga de la clase explotada, pues no permite que las condiciones reales del cambio se lleven a cabo. Habrá quien piense que los promotores de otro tipo de cambio contrario a lo que vemos ahora pueden estar equivocados y ser, por este motivo, los portadores del falso cambio, pero esto lo tiene que decidir la historia, el proceso real y objetivo del movimiento social y no un puñado de predicadores que con el fin de acabar con toda tentativa de movimiento social alterno al de ellos, difundan la idea de que su transformación es la única posible.
Alan Luna es licenciado en Filosofía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.