Julio 2019
Una de las formas más efectivas de hacer la guerra cuando se resiste el ataque de un invasor es la guerra partisana o de guerrillas. Esta forma de combate aparece cuando las fuerzas del territorio invadido no cuentan con suficientes hombres, armas, recursos, etc., para establecer un frente sólido que detenga al agresor; y la situación propicia para que la resistencia tenga efectos positivos es aquella en que los combatientes cuentan con un respaldo popular significativo y conocen bien la geografía.
Asimismo, al tratarse de una guerra desigual en la que pequeños grupos atacan esporádica y sorpresivamente a las unidades del ejército invasor, el periodo de hostilidades se prolonga, la violencia se acentúa sobre todo sobre los civiles y los enfrentamientos se dispersan en el espacio de operaciones, lo cual hace de la guerra partisana una guerra de sangrienta de desgaste. Sin embargo, hay una condición importante que puede definir si los partisanos tendrán éxito o fracasarán en su tarea de hostigar perennemente al enemigo: las unidades deben coordinar sus operaciones, orientándolas con planes militares y políticos comunes bien definidos.
Pues bien, el caso de los partisanos soviéticos de la segunda guerra mundial, estudiado recientemente por la historiadora Masha Cerovic, pone en cuestión el último punto. En el verano de 1941 la Alemania nazi lanzó la “Operación Barbarroja” contra la Unión Soviética (URSS). El Ejército Rojo no estaba en condiciones de detener a los nazis, quienes lograron penetrar, ocupando un área inmensa que comenzaba desde Ucrania-Bielorrusia y llegaba hasta las afueras de Moscú. Así, las capacidades de los soviéticos para contratacar quedaron físicamente desplazadas de todo el oeste de la URSS a merced de los alemanes.
Cerovic señala que en esa circunstancia, a pesar de la ausencia de la dirección central del estado, los civiles de las regiones ocupadas tomaron las armas y ocultos, desde los bosques, salían a atacar a las unidades alemanas. Éstas no lograban acabar con los partisanos, cuya pericia se debía en parte a que entre los rebeldes había veteranos de la Gran Guerra y de la Guerra Civil. Entonces, para obtener alguna información que permitiera sacar a los rebeldes de sus escondites, los nazis torturaban o mataban a sus familiares; amedrentaban a los civiles colaboradores a través de castigos o ejecuciones ejemplares. Pero los guerrilleros no cedían.
En la región ocupada por los nazis casi no quedaron células comunistas que dirigieran la resistencia. Por lo tanto, las partidas no tenían una dirigencia única, ni bien definida; su fidelidad recaía en sus jefes populares de partida, al punto en que varias guerrillas se reconocían bajo el nombre de sus comandantes. Asimismo, varios grupos partisanos comenzaban a comportarse como bandidos de caminos, que ocasionalmente no operaban solamente contra el invasor, sino contra los soviéticos. En resumen, se trataba de guerrillas sumamente eficaces, pero sin coherencia en los objetivos de sus actividades militares.
Para meter en orden a los partisanos, las autoridades soviéticas se interesaron en controlarlos, ya fuera haciéndolos combatientes de carácter regular, es decir integrándolos a las filas del Ejército Rojo, ya fuera metiendo militares comunistas dentro de las partidas. Este proceso se implementó entre 1942-1944 y aunque las actividades partisanas siguieron teniendo cierta autonomía, sus operaciones quedaron cada vez más supeditadas a los movimientos del ejército soviético.
De esa manera, si bien, como dice Cerovic, los partisanos seguían teniendo cierta autonomía, no fue su actividad aislada la que logró expulsar al nazismo de la URSS. Es decir, la derrota del nazismo se efectuó paulatinamente, y a su logro contribuyeron los partisanos, que fueron quedando bajo el mando del Ejército Rojo, pero más aún las unidades regulares de éste, que opusieron frentes vigorosos (como Leningrado y Stalingrado). En ese sentido, aunque los partisanos no estuvieran enteramente bajo una dirección centralizada, el éxito rotundo sobre los nazis sólo fue posible como un esfuerzo conjunto, dirigido desde los cuarteles soviéticos.
Anaximandro Pérez es maestro en historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.