Samira Sánchez

Metropolización y globalización

Marzo 2023

El concepto de producción social del espacio, que propuso Henry Lefebvre (1974), propone pasar de concebir la producción en el espacio a la producción del espacio. El espacio es resultado de la acción social, de las prácticas y las relaciones sociales. El espacio pasa a ser considerado como un producto que se consume, al mismo tiempo que interviene en la producción. Una sociedad crea prácticas que producen espacios singulares, distintos de cualquier otra sociedad. Las representaciones del espacio están en las prácticas y forman parte de la representación ideal del mismo, aunque no expresada en la práctica.

Dicho postulado, es importante a la hora de analizar el problema de las circunstancias de metropolización o configuración territorial como algo que no pasa por generación espontánea, sino que es el resultado de la puesta en escena de prácticas sociales, que implican juegos de poder y relaciones de fuerza de distintos actores sociales. Esto quiere decir relacionar la producción del espacio con los procesos acumulativos de capital, la relación entre la metropolización y la globalización.

La metropolización es un proceso de modificación morfológica en el que se expresa la urbanización contemporánea, donde las ciudades mediante procesos crecientes de concentración y al mismo de difusión, van convirtiendo el espacio rural en urbano sin límites en la división política. La relación entre la globalización y la metropolización consiste en que la primera transforma a la segunda al mismo tiempo que la segunda soporta y potencia a la primera.

La ciudad siempre ha reflejado el mundo en el que se desarrolla; la nueva función de las áreas metropolitanas en la economía global se expresa bajo procesos como la segregación espacial, la ciudad dispersa, la participación del capital trasnacional, el encarecimiento de la vivienda a niveles inalcanzables, creación de parques comerciales, entre otros. La estructura interna de la ciudad de América Latina ha experimentado cambios significativos entre los que destacan el desplazamiento de población, industrias y servicios desde la ciudad central a la periferia, así como la creación de nuevos centros con dinámica económica y social propias en diversos puntos del territorio.

Las metrópolis de América Latina cumplen nuevas funciones en el mundo globalizado y estas nuevas funciones a escala global tienen repercusiones en la estructura interna de las ciudades y sus áreas de influencia. David Harvey plantea que las grandes metrópolis del mundo tienen la función de servir al proyecto capitalista que es el de servir como espacio para la valorización del capital, es decir una ciudad que se utiliza para apuntalar la riqueza de unos pocos. Ello ha traído consecuencias como la ampliación de brechas entre ricos y pobres, con una acción de los gobiernos muy limitada.

En pocos meses serán las elecciones del Estado de México, de donde 59 de sus municipios forman parte de la zona metropolitana más grande del país, la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM). La ZMCM es escenario de las tendencias de la globalización; la construcción de proyectos inmobiliarios, edificaciones comerciales, hoteleras y financieras. Al mismo tiempo que se desarrolla una urbanización de lujo, crecen los asentamientos marginados de infraestructura urbana como redes de agua potable, electricidad, calles pavimentadas, parques, que se ubican en la periferia de la metrópolis. Casi todos estos lugares se ubican en la demarcación política del Estado de México por ser la periferia. Hasta ahora la globalización ha avanzado sin límites, ocupando el espacio para la acumulación de capital, mientras que la gente más pobre se va quedando sin el derecho a la ciudad. Por eso, el gran reto para el próximo gobernante es mejorar las condiciones de vida diaria de la región conurbada a la Ciudad de México; la zona más importante por la cantidad de gente que ahí habita y la más olvidada. Si resolver esto no está en la agenda del nuevo gobernador, las elecciones no le sirven a la población para nada.


Samira Sánchez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Verificación vehicular, un impuesto regresivo para los poblanos

Febrero 2023

Una de las medidas más prácticas que tienen los gobiernos para actuar sobre los problemas del cambio climático son los impuestos ambientales. Desde hace algunos meses, el gobierno de Puebla está llevando a cabo la política pública de verificación vehicular, que consiste en un trámite que deben hacer los propietarios de automóviles en Puebla para probar que su carro no contamina o contamina en una cantidad permisible. Esta medida parte de una concepción errónea y parcial de los problemas y soluciones del cambio climático. Lejos de solucionarlo está ahondando los problemas de la desigualdad económica y social.

La política está mal planteada como posible solución a los problemas ambientales porque parte de supuestos falsos. El primero es suponer que el problema del medio ambiente es un problema individual y que se soluciona desde el lado de los consumidores. Los problemas ambientales necesitan soluciones colectivas no individuales como la verificación vehicular. Cobrar a los dueños de automóviles que circulen por Puebla no va a solucionar el problema de las emisiones de carbono, mientras las fábricas del norponiente de la ciudad sigan produciendo con los mismos niveles de contaminación. El segundo es suponer que la contaminación se produce por todos los individuos por igual. Un informe de Oxfam en 2021 reveló que el 1% más rico de la población mundial es responsable de más de 52% de las emisiones acumuladas en la atmósfera. Por tanto, hacer que todos paguen por igual los costos de la contaminación es una injusticia y una maniobra política en contra de la parte más pobre de la humanidad.

Por otro lado, esta medida tendrá resultados negativos para la población más pobre de Puebla. Cabe mencionar que esta población es una parte importante de los poblanos. De acuerdo con el Coneval 62.4% de la población de Puebla se halla en situación de pobreza, lo que equivale a 4.1 millones de personas. Para una población así los impuestos ambientales como la verificación vehicular resultan regresivos, esto quiere decir que hacen más daño a los grupos con menores ingresos, profundizan la desigualdad económica y social. Las personas más pobres consumen una parte mayor de su ingreso que las personas ricas, lo cual evita que ahorren. Además, los artículos sujetos a impuestos ambientales son precisamente los que consume la población más pobre. En el caso de los vehículos, los pobres tienden a tener autos con menos tecnología anticontaminante que hace más difícil que pasen los filtros para la verificación.

Otro rasgo importante es la forma de urbanización de la ciudad de Puebla. El crecimiento urbano de la ciudad se caracteriza por factores como la expansión de viviendas en la periferia lejos del centro de la ciudad. La mayoría de estos nuevos asentamientos no tienen acceso a servicios como el transporte público. Sin embargo, vivir en la periferia de la ciudad implica viajar grandes distancias para acceder al comercio, el trabajo, servicios de educación, salud entre otros, que por lo regular se encuentran en el centro de la ciudad. Por tanto, se crean soluciones de vehículos motorizados como moto taxis, taxis llamados “pirata”, combis o micros que responden a las necesidades de conectar los asentamientos ubicados en la periferia con el centro.

El tema de los impuestos ambientales no se puede tratar haciéndole la vida más difícil a las personas con menos recursos al incrementar todavía más el precio de sus bienes de consumo. Es un contrasentido querer “arreglar” los problemas medio ambientales, mientras que por otro lado se cometen injusticias sociales y se profundizan los problemas de desigualdad. El gobierno del estado de Puebla con esta decisión de política está atentando contra los pobres de la ciudad. Urge que todos los afectados se levanten en contra de esta política porque ya se vio que las autoridades no velan por sus intereses.


Samira Sánchez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Renta onerosa más inflación

Enero 2023

Los residentes en una ciudad sin casa propia, los inquilinos, son una parte cada vez más importante para la población mexicana. De acuerdo con el INEGI, en 2014 16% de la población solucionó su necesidad de vivienda con una casa rentada, mientras que para 2021 esta población aumentó a 21.1%. En la Ciudad de México el problema es todavía más grave, pues para 2020 46% de las viviendas eran rentadas, según la Encuesta Nacional de Vivienda. El crecimiento de esta modalidad como solución a la necesidad de vivienda de la gente se deriva, por un lado, del cambio de modelo económico que en términos de vivienda implica políticas dirigidas a hacer de ésta una mercancía y no un derecho, pero también del hecho de que cada vez menos gente puede acceder a comprar una vivienda adecuada, con materiales resistentes y sobre todo con una ubicación que les satisfaga.

Uno de los problemas que enfrenta la población inquilina es el aumento desmedido del pago que hacen cada mes. A esto se le suma la inflación, que se espera que por otro año esté por encima de lo normal (alrededor de 3%). De acuerdo con las expectativas del Banco de México la inflación se mantendrá este año en 8.7%.

Son numerosos los casos documentados de inquilinos expulsados de la noche a la mañana del departamento que habitaron durante mucho tiempo. Varios de ellos no tienen ningún conocimiento de que el Código Civil establece como aumento máximo anual 10%, que, si bien ya es excesivo, los propietarios violan la ley con un aumento mucho mayor. Los precios de las casas, ya sea comprada o rentada, como en todos los productos, se adecúan al número de viviendas disponibles y también al espacio que hay disponible para construir casas y departamentos. Con la inflación, es normal que los precios suban porque los costos de los materiales de construcción para las viviendas aumentan. En el caso de las rentas, es normal que el precio se ajuste a la inflación del año en curso. Sin embargo, en los últimos años ha ocurrido un proceso peculiar: el costo en términos reales, de las casas ha aumentado muy por encima de la inflación promedio. En la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, ha crecido 135%, por encima del precio general de los productos (INDESIG, 2022).

Este abuso hacia la población inquilina es posible por dos razones. En primer lugar, el mercado de renta de vivienda se basa en la escasez de viviendas ante la necesidad demográfica. Un informe del Instituto Tecnológico de Massachussets, reveló que en México se necesita la construcción de 800 mil viviendas al año para atender el déficit. En segundo, la falta de vigilancia por parte de las autoridades para regular los abusos. Sino que, por el contrario, promueven leyes que favorecen a los caseros para poder desalojar o imponer contratos leoninos a los inquilinos.

Hasta ahora el gobierno no ha tenido la responsabilidad para solucionar los problemas de la población inquilina que sufre los abusos por parte de los caseros. No pueden quedarse a esperar a que haya voluntad política. No queda más que organizarse y levantar la voz para que el gobierno atienda las necesidades de vivienda de la población. Sin esto, el gobierno seguirá protegiendo a los rentistas.


Samira Sánchez es economista por la UNAM, maestra en Estudios Urbanos por El Colegio de México e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Una ciudad para la acumulación de capital

Diciembre 2022

La Ciudad de México enfrenta graves problemas de desigualdad, entre ellos se halla la desigualdad territorial. Existen espacios donde se concentran todos los servicios urbanos como agua, electricidad, servicio de basura, rutas para las bicicletas, transporte público y sustentable en mayor cantidad y calidad, en contraste con otros espacios, en los que ninguno de estos servicios funciona de forma regular o, incluso, no existen. Junto con esta desigualdad, como fenómenos que se complementan, ha estado ocurriendo de manera acelerada el desplazamiento de personas de ciertas colonias a otras porque el ingreso ya no es suficiente para costear la vida ahí mismo. Esto es la gentrificación.

Mucho se ha hablado de la gentrificación como un acto en el que los propietarios del inmueble residencial o comercial utilizan las casas o locales como activos de inversión, es decir, como bienes de inversión que se tienen que capitalizar, de los que se tiene que sacar ganancias. Sin embargo, esta expansión de la gentrificación sería imposible sin la participación del gobierno. Muchas de las acciones del gobierno de la Ciudad de México por hacer de ésta un “espacio moderno” esconden la profundización del desarrollo urbano desigual y excluyente para la mayoría de sus habitantes. Desde hace cuatro sexenios, el gobierno de la Ciudad de México ha venido aplicando políticas de recuperación, renovación, de ciudad compacta que, en términos de gasto público, consisten en la materialización de obras de infraestructura –de transporte público, de intervención de las calles para que las ciclistas puedan andar más seguros, de aumento de la seguridad pública, de mejora de servicios de la basura– pero solo para las colonias centrales.

El gobierno justifica esta aplicación gasto público con el argumento de que el embellecer la ciudad va a promover el turismo extranjero de altos ingresos que, a su vez, dejará una derrama económica en la ciudad que beneficiará al resto de la sociedad. Y 22 años después de que se planteó así el gasto público, la gente más pobre de la ciudad sigue esperando tales derramas económicas en sus bolsillos. El viejo cuento del goteo que propagó el neoliberalismo y que hoy la realidad ha más que desmentido.

Lo que sí ha ocurrido es que los dueños del capital han aprovechado estas “políticas de recuperación” para el desarrollo inmobiliario y en un escenario de poca o nula regulación, el efecto ha sido el aumento del precio de la vivienda (las famosas plusvalías como las denominan en ese sector, que es el incremento del valor de la vivienda resultado de las acciones públicas). Es decir, el gasto público, que se paga con la recaudación pública, se traduce en beneficios para unos cuantos, para los propietarios de las viviendas que no son quienes las habitan, sino que las poseen como formas de capital, como riqueza que existe para valorizarse.

La concentración del gasto público en las colonias centrales de la ciudad tiene su contraparte en el pobre cumplimiento para la satisfacción de los servicios más básicos de la gente que vive en las colonias más pobres. Por tanto, en lugar de hacer que el gasto público sirva como un atenuante de las desigualdades que conlleva vivir en un sistema capitalista, este las hace más profundas. Además, por si eso no bastara, se estigmatiza y hasta criminaliza a los habitantes de colonias populares y a su organización, declarándolos como paracaidistas, delincuentes, etc. sin que el Estado ofrezca solución a sus demandas de servicios y vivienda adecuada. Esta política forma parte de un modelo económico que contribuye a la polarización económica de la sociedad. Necesitamos un modelo que priorice las necesidades de la gente. Pero el cambio de modelo solo puede ser obra de la misma gente empobrecida, mediante su organización y su lucha por un poder político emanado de su seno, de sus iguales.


Samira Sánchez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Aumentan los jóvenes que no estudian ni trabajan

Noviembre 2022

De acuerdo con uno de los estudios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) titulado Panorama Educativo 2022, el porcentaje de “ninis” en México aumentó entre 2019 y 2022 de 21.1 a 23.3%. Es decir, casi una cuarta parte de los jóvenes mexicanos de entre 18 y 24 años no tiene ninguna actividad, ya sea educativa o laboral. Este porcentaje hace que México se ubique en el cuarto lugar de mayor porcentaje de los jóvenes en esta situación, solo por debajo de Brasil, Italia y Chile.

El hecho de que haya esta cantidad de jóvenes en la inactividad es costoso porque dejan de recibir educación o experiencia laboral a una edad en la que las posibilidades de aprendizaje son muy altas. Esto puede tener efectos sobre la desigualdad y la pobreza, ya que en el futuro es más probable que entren a un ciclo de trabajos mal pagados o incluso sin pago alguno. Otro de los problemas que representa esta población es que es la propensión a realizar actividades criminales, propensión que se acrecienta con las oportunidades laborales legales mal pagadas. Incluso, varias opiniones de los medios de comunicación le llaman a esta población, “la bolsa del narco”.

La política del presidente López Obrador para casi cualquier problema de los ciudadanos es entregar dinero en efectivo a los mexicanos. Entre sus programas insignia se encuentra el de Jóvenes Escribiendo el Futuro (JCF), que tiene entre sus principales objetivos terminar con la población de jóvenes que no estudia ni trabaja. El presupuesto dedicado al programa ha ido disminuyendo año con año. El 2019 se le destinaron 40 mil millones de pesos; en 2020, 25 mil millones; en 2021, 20 mil millones y en 2022, 21 mil millones.

Varios expertos de la educación han alertado al gobierno sobre la ingenuidad que implica querer solucionar este grave problema solo con la asignación de dinero en efectivo. Por ejemplo, Patricia Ganem, doctora en Evaluación de la Intervención Educativa, menciona que, por parte de las actividades escolares, lo que se debe hacer es reforzar la calidad educativa en los primeros años de escuela, de otra forma es ingenuo pensar que el dinero va acabar con todos los problemas que llevan a los jóvenes a salirse de las escuelas. Por parte de las actividades laborales, vemos que la creación de empleos permanentes decrece año con año.

El programa está a cargo de la Secretaría de Trabajo y tiene la función de insertar en el mercado laboral a personas que nunca han trabajado. Los beneficiarios no reciben un pago por su trabajo, sino una beca por parte del Estado durante un año sin asegurar que para el siguiente año los contrate el empleador. Hasta ahora no hay fuentes oficiales que evalúen el programa JCF, que den información sobre la cantidad de jóvenes que lograron insertarse en el mercado laboral mediante este programa. Solo hay casos que la prensa ha dado a conocer en donde falsos negocios se registran para poder hacer falsas capacitaciones a falsos jóvenes. El portal de noticias Animal Político, señaló que 322 mil jóvenes del programa JCF fueron contratados por dependencias del gobierno para hacer operación electoral a favor de Morena. Es decir, empleos que no son productivos ni van a derivar en mejores oportunidades.

Una verdadera política encaminada a incluir a los jóvenes que no estudian ni trabajan deben centrarse en corregir la educación y en un sólido crecimiento económico. Los apoyos económicos son insuficientes para corregir problemas complejos que la sociedad capitalista ha creado. Ahora se está discutiendo el Presupuesto de la Federación para el año 2023 y el gobierno no parece estar aprendiendo de los errores de los programas fallidos. En educación el presupuesto se sigue concentrando en programas que consisten dar dinero y en el crecimiento económico no hay ninguna política.


Samira Sánchez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Airbnb, otro mal para el derecho a la vivienda

Octubre 2022

Familias que rentan departamentos, cuartos o casas han experimentado la combinación del consumo tradicional y la economía colaborativa. Esta última hace referencia a una forma distinta de consumir donde las personas alquilan, comparten o intercambian productos y servicios mediante aplicaciones digitales. Airbnb es el ejemplo más exitoso entre las plataformas que pone en contacto a individuos que poner en renta una habitación, casa o departamento con personas que buscan un alojamiento turístico distinto del hotel.

Al igual que la mayoría de las empresas de economía colaborativa, Airbnb se ha expandido alrededor del mundo y, particularmente, en las ciudades con atractivos turísticos se ha desarrollado de forma exponencial. El crecimiento de este tipo de alojamiento ha provocado numerosos estudios para evaluar el impacto social, residencial y económico. Uno de los resultados en común de los distintos estudios es que la transición hacia la renta de corto plazo provoca presiones al alza de los precios en el mercado, es decir, que aumenten las rentas.

La escuela de Planificación Urbana de la Universidad de McGill, Canadá, habla de “hoteles fantasma” que son edificios de departamentos cuyos cuartos son ofrecidos individualmente en Airbnb como cuartos privados. El reporte señala que, a pesar de ser ilegales en Nueva York, las ofertas de estos servicios pasaron de 19 mil departamentos en 2014 a 30.3 mil en 2017 (50% más en tres años). En 2017, la aplicación Airbnb, concentró 45% de las reservaciones y 66% del dinero pagado en alojamiento en Nueva York.

Cada uno de estos departamentos ofrecidos a corto plazo es una vivienda que se retiró del mercado de renta de vivienda. Airbnb conecta a propietarios con clientes que pagan mayores precios a cambio de disponibilidad inmediata y alojamiento por periodos cortos. Los rentistas dejan de vender vivienda “al mayoreo” con contratos de arrendamientos anuales, para venderla al menudeo con ocupación de algunas semanas como máximo.

En la Ciudad de México, en pocos años la oferta de alojamiento a corto plazo con la aplicación Airbnb ha crecido también de forma exponencial. Como se esperaría, Airbnb se halla en colonias que se han convertido en el epicentro de la vida nocturna, gastronómica y de recreación para grupos sociales con holgura económica (mapa en http://insideairbnb.com/mexico-city/). En las colonias ubicadas en la zona centro, y en otras como Condesa, Cuauhtémoc, Juárez, Polanco y Roma, una de cada diez viviendas se halla en la plataforma de Airbnb. La mayoría de estas colonias, desde 2010, tiene características sociodemográficas similares, además han experimentado procesos de incremento de las rentas y, con ello, del desalojo de la gente que no puede pagar esos precios. Así pues, el alquiler vacacional se ha concentrado en las colonias con claros procesos de gentrificación mediante la llegada de consumidores con mayores posibilidades de pago.

Uno de los discursos a favor de la economía colaborativa dice que son una fuente de ingresos para la gente común; se han promocionado como un negocio impulsado por los usuarios. Es decir, cualquier persona con un auto o con una casa puede ofrecer en la plataforma el servicio y cobrar por él. Pero la realidad es bastante diferente. El mercado ha desarrollado nuevos esquemas de negocios en los que hay empresas que se dedican a concentrar de forma masiva estos aparentes “medios de vida” y, al mismo tiempo acaparan la demanda creciente hacia este tipo de consumo. A éstos se le ha dado el nombre de tenedores masivos.

En el caso de los servicios de alojamiento, también hay empresas que se han dedicado a construir “hoteles fantasma”. En la Ciudad de México hay al menos 10 tenedores masivos como Iconia Cubos o la nueva torre Mitikah que han adoptado este esquema. Iconia Cubos ofrece sus departamentos de 128 a 176 metros cuadrados en Airbnb por alrededor de 2 mil 500 pesos por noche, mientras que Torre Mitikah ofrece los suyos de 100 a 150 metros cuadrados en Airbnb por alrededor de mil 500 pesos por noche. En la Ciudad de México, la cantidad de anfitriones que alquilan un departamento o una casa en calidad de empresa es mayor que la cantidad de aquellos que buscan simplemente un ingreso adicional.

La plataforma Airbnb ha producido, por un lado, una presión extra sobre la oferta inmobiliaria porque reduce el parque residencial disponible para quienes ahí residen; y por otro, compromete los precios del alquiler, ya que el turista está dispuesto a pagar precios mas elevados en comparación con el residente. Además, los tenedores masivos de alojamiento en Airbnb, presionan los precios al alza mediante la fijación de precios de la oferta.

En consecuencia, la implantación de alquileres vacacionales en la Ciudad de México es perjudicial para los inquilinos, ya sean trabajadores o estudiantes, que llegan a la ciudad buscando mejores condiciones de vida y que no son propietarios de una casa. Además, promueve que la vivienda se produzca como un bien de inversión y no como un derecho humano, un fenómeno que está echando de sus lugares tradicionales de residencia, trabajo, y estudio a cientos de familias.


Samira Sánchez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Menor productividad, ¿culpa de quién?

Agosto 2022

La productividad laboral de México en el tercer trimestre de 2020 decreció 6%. Desde entonces a la fecha, el crecimiento de la productividad ha sido negativo. En un contexto de elevada inflación y de bajo crecimiento económico, la importancia de revisar el indicador de la productividad se debe a que es uno de los principales factores del crecimiento de largo plazo. Es decir, es uno de los factores para que un país tenga un crecimiento económico más estable.

El aumento de la productividad en las distintas actividades económicas permite elevar los niveles de ingreso per cápita, y, con políticas de redistribución, puede mejorar los niveles de bienestar de la población. Más productividad implica fabricar más mercancías, más productos que antes, en el mismo periodo de tiempo (un día, una semana, un mes, un año) y esta producción depende de muchos factores.

De acuerdo con la teoría neoclásica, los determinantes de la productividad del trabajo se encuentran en las habilidades, la experiencia, la educación y en la motivación del individuo. Es decir, todo depende del trabajador, de tal manera que si la productividad laboral está decreciendo el único culpable es el trabajador. Sin embargo, otras explicaciones más sobrias sobre el concepto afirman que no es suficiente con las características del trabajador. Hace falta, además, suficiente abasto y calidad de materias primas y auxiliares, mejor infraestructura para las comunicaciones terrestres, marinas y aéreas, mejor organización del trabajo y, principalmente, maquinaria moderna y eficiente que haga más veloz el proceso de trabajo.

Veamos el caso de los trabajadores. El número de horas laboradas ha crecido más rápidamente que la producción de un trabajador por hora. El número de horas trabajadas por los mexicanos aumentó de 2020 a 2021, lo que hizo que México se mantuviera como el país cuya población ocupada trabaja más que en cualquier otro país perteneciente a la OCDE. El aumento no se dio en todos los trabajadores por igual, sino solamente entre los que tienen jornadas laborales más largas, de más de 48 horas semanales.

En cambio, en lo que respecta a los otros factores determinantes de la productividad, la infraestructura, la modernidad y eficiencia de la maquinaria, la mejoría no está ocurriendo. La infraestructura de comunicaciones en el país es cada vez más deficiente, el presupuesto del gobierno dedicado a este rubro ha estado muy disminuido en todo lo que va del sexenio. El aeropuerto recién construido resulta marginal e inútil para la conectividad que se requiere. Por el lado de las inversiones privadas, en palabras del director de Moody’s Analytics, la economía mexicana padece una “anemia crónica de inversión” ya que, trimestre tras trimestre, tiene contracciones de 0.1%.  Como se ve, los principales responsables de la baja productividad son los empresarios y el Estado, y no los trabajadores, como se nos quiere hacer creer. 

Sin embargo, los empresarios y el Estado no han querido hacer frente a los problemas de productividad en México porque saben que ésta se puede suplir con la precarización de los trabajadores. Los bajos salarios y las malas condiciones laborales son la carta con la que México compite en el exterior. Y aunque el gobierno actual ha elevado el salario mínimo, únicamente se beneficia 12% del total de los trabajadores, por lo que no resulta significativo para mejorar las condiciones de trabajo.

La baja productividad laboral en México y su constante decrecimiento hacen evidente la necesidad de acelerar las mejoras en infraestructura de carreteras, puertos y aeropuertos; en maquinaria moderna para que el trabajador pueda ser más productivo, cuya responsabilidad cae completamente en el Estado y los empresarios. Sin embargo, para eso se necesita una política industrial profunda orientada a hacer de México un país con una economía pujante. Para eso se necesita un gobierno comprometido con las necesidades de los trabajadores y con el bienestar de la población. Y esa no es una característica del actual gobierno. Para que México tenga una productividad creciente y un crecimiento económico más estable, urge que el pueblo se organice en torno a un proyecto de país que vea por sus intereses. Solo de esta manera el crecimiento económico y el aumento de la productividad resultará beneficiosos para él mismo y no para los capitalistas de siempre.


Samira Sánchez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Aumento de las tasas de interés contra los más pobres

Julio 2022

El instrumento que utiliza el Banco de México (Banxico) para controlar la inflación es la tasa de interés; y el pasado 23 de junio aprobó un aumento de 75 puntos base, el más grande desde 2008. En julio se aplicarán primero 50 puntos base y posteriormente los otros 25 hasta alcanzar la tasa de 9.5 por ciento. Esta política, conformada de teoría económica neoclásica, se basa en que la oferta de mayor rendimiento en inversiones financieras induce a las personas a guardar su dinero en los bancos, que el retiro de dinero en circulación propicia menos inversiones productivas, menos consumo, y por tal motivo, menos inflación. Sin embargo, la inflación que agobia ahora a México y al mundo no parece responder a un exceso en la demanda y su combate no resolverá con aumentos a las tasas de interés, como supone el erróneo e insuficiente análisis en que se sustenta tal medida.

El actual incremento generalizado de precios —a niveles no vistos desde hace 20 años— no solo se debe a que la pandemia de Covid-19 y la amenaza de una guerra nuclear han intensificado la incertidumbre económica mundial, sino también a la tendencia habitual de los monopolios de acaparar y elevar artificialmente el precio de las mercancías para elevar sus ganancias. La prueba más evidente está en el hecho de que los grandes millonarios han aumentado sus fortunas, mientras que los habitantes de casi todos los países pierden ingresos. Por ejemplo, la familia Cargill, dueña de una de las empresas más grandes de Estados Unidos (EE. UU.), aumentó en cinco mil millones de dólares (mdd) sus ganancias netas. En lo que va de 2022, la compañía agrícola Dreyfus Co. las ha elevado en 82 por ciento debido al alza en el precio de los granos y las oleaginosas, al igual que la Archer-Daniels-Miland Co. que, desde febrero, cuando empezó la guerra en Ucrania, sus rendimientos subieron 25 por ciento.

Así, mientras sigamos en un modelo económico en el que la máxima ganancia sea la que rija la economía, ningún aumento en las tasas de interés reducirá la inflación. El Banco de México analiza el problema de la inflación como si fuera un problema puramente monetario, sin relación con la estructura económica. Por eso, no se da cuenta o no le importa que el aumento de la tasa de interés tenga otros efectos como la falta de inversiones productivas, que afectará el crecimiento de la economía. Tampoco se hace cargo de la situación de las pequeñas empresas, las cuales dependen mucho de préstamos directos y tarjetas de crédito. El alza en las tasas de interés las obligará a destinar la mayor parte de sus ganancias a cumplir sus compromisos con sus acreedores, y la menor a sus costos. Además, el consumo final no ha disminuido significativamente; por el contrario, varias familias mexicanas optan por sacar créditos y endeudarse. Los créditos familiares han ascendido a 56% de la población entre abril y junio, pese a que las tasas de interés están en aumento. Tanto por el lado de la producción como por el lado del consumo de las familias el aumento de la tasa de interés afecta a las empresas y personas más vulnerables.

Carlos Marx afirmó que las tasas de interés tienen movimientos pro-cíclicos, es decir, que cubren los ciclos del capitalismo: reposo-animación-prosperidad-sobreproducción-crisis… reposo-animación, etc. El análisis detallado de estos movimientos permite advertir que las tasas de interés bajas corresponden a periodos de prosperidad con ganancias extraordinarias; y que cuando aumentan, dividen a la prosperidad y su fenómeno contrario: la crisis. La actual tendencia al alza de las tasas de interés corresponde a una falla en la reproducción del capital y los flujos de dinero empiezan a sobrepasar la circulación de mercancías. El aumento sin freno de la inflación es una muestra de que el modelo económico neoliberal está agotado y que no puede seguírsele tratando con remedios de la teoría neoclásica. El aumento de la tasa de interés no es la solución porque afectará a las empresas más pequeñas, ya que no pueden hacer frente a los altos costos del dinero.


Samira Sánchez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Vigencia de “Contribución al problema de la vivienda” de Friedrich Engels

Febrero 2022

De acuerdo con estadísticas de la ONU-Hábitat, la situación de la vivienda en México es aún problemática para más de 8 millones de viviendas. En términos de población, esto significa que más de la tercera parte de la población mexicana viven en condiciones de hacinamiento, que no tienen servicios básicos o tienen carencias materiales de construcción. Frente a este panorama las políticas gubernamentales son modestas y solo tocan la epidermis del problema, y eso cuando están por la labor. Por eso, obras como Contribución al Problema de la Vivienda conservan vigencia a más de 150 años de su publicación, no solo en los países pobres como México, sino en todo el globo terráqueo.

Engels escribió los artículos que conforman la obra en un contexto en el que Alemania iniciaba su inserción en el capitalismo. Esto implicó una transición vertiginosa y drástica de la manufactura a la gran industria. Las ciudades más grandes de Alemania se llenaban de obreros rápidamente. En términos de la calidad de vida de la clase trabajadora, la transición trajo consigo males que la afectarían negativamente. Entre ellos están la proletarización de la clase media, el éxodo del campo hacia ciudades hacinadas, extensas jornadas laborales para hombres, niños y ancianos sin ninguna diferencia, y, claro, la situación de la vivienda.

La situación de la vivienda en Alemania en ese momento era calamitosa. En Berlín se notaba una masiva afluencia de familias buscando mejorar sus condiciones de vida, así como a otras ciudades industriales. Las ciudades industriales, como Londres, Leeds, y Manchester no fueron diseñadas pensando en la forma de vida de los trabajadores, sino para albergar grandes fábricas y tener espacio disponible para las necesidades de transformaciones repentinas de la producción dentro del capitalismo. Berlín estaba constituida de la misma forma y las necesidades de vivienda de los obreros no eran prioridad en la industrialización, en la construcción de la ciudad.

Con el surgimiento de este problema, fruto de las contradicciones del sistema capitalista, aparecen también las propuestas de los charlatanes de la época. En palabras de Engels: “(…) es aquí donde aparece en todo su esplendor la <<bendición>> de la propiedad de una casa para el obrero moderno” (p. 14). En esta serie de artículos, además de entender el problema de la vivienda desde el marxismo, se puede apreciar una de las mejores discusiones entre el socialismo burgués y el socialismo científico.

El problema de los planteamientos de los burgueses y de los pequeño-burgueses es que analizan la penuria de la vivienda como un asunto aislado de las cuestiones sociales. Lo plantean como si fuera una falla de funcionamiento del capitalismo y no como un resultado de las mismas fuerzas del mercado capitalista. A ello, Engels responde: “La penuria de la vivienda para los obreros y para parte de la pequeña burguesía de nuestras grandes ciudades modernas no es más que uno de los innumerables males menores y secundarios originados por el actual modo de producción capitalista” (p.19).

Ante estos “males menores y secundarios”, Engels responde que toda solución de los problemas de la clase obrera es inherente a su lucha histórica, a la abolición de la propiedad privada. En un mundo donde los medios de producción son privados, en la sociedad se hace lo que brinde más ganancia y esto nunca tiene nada que ver con la justicia. En el caso de la vivienda, la industria de la construcción solo construye casas para quien pueda pagar, y no para quien las necesita. Dada la naturaleza del modo de producción capitalista, la vivienda también es una mercancía.

En la discusión, Engels argumenta que la fijación del precio de la renta o de la vivienda está regida por la ley del valor, lo que pone límites a la pretensión del gobierno para mejorar la situación de la vivienda. Sin embargo, el crecimiento de las ciudades ha hecho del suelo un proceso de valorización que da lugar a procesos especulativos (Harvey, 2007). A medida que se desarrolla la producción capitalista y, con ella, el sistema de crédito y financiero, el suelo es considerado más y más como un bien financiero, lo que resulta en que las viviendas también lo hagan. Engels lo tenía en cuenta, al mencionar que “el crecimiento de las grandes ciudades modernas da a los terrenos, sobre todo en lugares centrales, un valor artificial, a veces desmesuradamente elevado” (p.20). Estas consideraciones sobre la ciudad como un espacio del capital permiten establecer la necesidad de una lucha más abarcadora por mejores condiciones de vida de los trabajadores. No solo en el ámbito de la vivienda, sino también en el de espacios que tomen en cuenta las necesidades de todos los habitantes.

En México, como en otros países pobres del mundo, sucede algo muy parecido a lo que sucedía en la Alemania del siglo XIX. El problema de la vivienda para la clase trabajadora aparece, como se conoce ahora, con el proceso de industrialización en las ciudades mexicanas más grandes. Es decir, el proceso por el que la economía mexicana dejó de basarse en la producción de productos agrícolas y comenzaron a ganar terreno las actividades industriales. La industrialización de la primera mitad del siglo XX trajo como consecuencia la urbanización, pero sin desarrollo social, similar a los que Engels describe en su obra.

La modernización económica de México, que incluye el proceso de industrialización, ha pasado por dos modelos distintos. El primero corresponde al crecimiento económico impulsado por la exportación de productos agrícolas y el desarrollo del sector industrial orientado a la producción de bienes para el mercado interno, lo que implicaba la sustitución de importaciones de bienes manufacturados de otros países desarrollados. La consecuencia de esta fase fue la ampliación de infraestructura industrial. El segundo modelo, el modelo neoliberal, se caracteriza principalmente por la elevada concentración del ingreso y por la inserción a las cadenas globales de valor, por lo que en la industria mexicana se generalizó la maquila y la manufactura de enclave.

En México la industrialización no ocurrió de la misma forma que en los países europeos. Por un lado, la urbanización no siguió el mismo empuje de la industrialización ni estuvo espoleada por ésta, sino más bien la urbanización fue seguida por una débil sustitución de importaciones, porque la población del sector primario había sido empujada por una reforma agraria que no terminaba de aplicarse y que ahí donde se aplicaba no creaba las condiciones de producción para combatir la pobreza. Esto ocasionó que la gente que expulsaba el campo no encontrara en la ciudad seguridad económica. Por otro lado, el Estado llevaba a cabo políticas con énfasis en lo urbano para más tarde atraer los capitales; por ejemplo, la inversión pública se concentraba en las ciudades e iban dirigidas a la construcción de incentivos para las empresas. Es decir, la inversión pública estaba destinada a facilitar la inversión para la clase capitalista y no para mejorar las condiciones de los trabajadores.

Al igual que en la Alemania del siglo XIX, en México, a mediados del siglo XX, se produjo un éxodo de las zonas rurales hacia las ciudades. La diferencia es que aquí, como en la mayoría de los países de América Latina, los niveles de urbanización casi duplicaron los niveles de industrialización. Esa gran afluencia de poblaciones migrantes expandió la oferta de trabajadores que no podían ser absorbidos por el sistema productivo. En las décadas posteriores, buena parte de esa población desocupada que se encontraba ya viviendo en las ciudades terminaría alojada en barriadas y dependiendo de la economía informal (Almandoz, 2008).

Para comienzos de la década de los años setenta era evidente que el desarrollo económico no alcanzaría a beneficiar a la mayoría de la población, especialmente a aquella que comprendía a la masa de pobres urbanos, la cual seguía engrosando su número con la migración rural-urbana. En México el fracaso del modelo que había generado crecimiento económico, pero sin desarrollo, se agravó en 1982 con la crisis de la impagable deuda. El agotamiento del modelo de sustitución de importaciones fracturó el frágil soporte que representaba la industrialización para la urbanización, cuyo nivel había llegado en 1980 a 79.4%; es decir, este porcentaje de la población vivía en ciudades (Garza, 2007).

Para este momento, ingentes flujos de personas arribaban a las ciudades desde el campo. La Zona Metropolitana del Valle de México llegó a colocarse, ya desde 1980, entre las cinco megalópolis más grandes del mundo con 12 millones (Garza, 2012). La ciudad exhibía los efectos más dramáticos de la sobreurbanización, como la hipertrofia de la economía informal y, en esa medida, del sector terciario, que oculta el excedente de fuerza de trabajo (Jaramillo, 2012); y en términos de vivienda, la proliferación de asentamientos humanos sin planear y con carencias de servicios al interior de sus construcciones, así como de servicios urbanos en su entorno.

Una vez entendido el proceso de urbanización en México ¿Qué pueden esperar las clases populares como respuesta por parte del Estado para el tema de la vivienda? En México se siguen aplicando soluciones pequeñoburguesas y pseudosocialistas que no funcionaron en los tiempos en que Engels escribía la obra en cuestión, ni están funcionando ahora.

Varios gobiernos de países del Sur Global renunciaron a la lucha contra la degradación urbana desde la década de los años setenta, mientras que organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial asumían los papeles dirigentes en el desarrollo de las políticas de vivienda. Los préstamos del Banco Mundial para todos los países pobres, en 1972, ascendieron a 10 millones de dólares (mdd), mientras que en el año 1988 los préstamos sumaron 2 mil mdd. Para las necesidades de la población urbana de los países pobres, esto fue una gota de agua dulce en un mar. Sin embargo, lo notable es el papel cada vez más importante que tenían estos fondos en la política urbana de cada país (Davis, 2014). La preponderancia se vería en la ortodoxia que permearía las políticas locales. 

En México, en 1990 se transformó el sistema institucional de vivienda. De un modelo intervencionista se adoptó un modelo facilitador y articulador del conjunto de acciones habitacionales. El cambio más importante consistió en delegar la promoción de vivienda social al sector privado, mientras que las instituciones funcionarían como simples financiadores de créditos hipotecarios para los adquirientes de vivienda (Schteingart, 2006). Los organismos nacionales de viviendas (Onavis) son instituciones que actúan como entes financieros de la oferta de créditos hipotecarios individuales para la adquisición de vivienda. Los Onavis más famosos son el Instituto Nacional del Fondo de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit) y el Fondo de la Vivienda del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (Fovissste) (Ziccardi, 2015).

Los créditos de los Onavis están basados en el ingreso de las personas con empleos formales. Esto tiene dos implicaciones. La primera es que, a medida que pasa el tiempo, los trabajadores de salarios menores tienen menor probabilidad para adquirir un crédito para su vivienda. De tal manera que las capas más elevadas de la clase trabajadora son las que pueden acceder a ellos. La segunda es que los trabajadores informales, que en México son más de la mitad, quedan totalmente fuera de estos créditos subsidiados del Estado (Guzmán, 2015).

Hasta ahora esta política de créditos subsidiados no ha remediado el problema. Si bien ha logrado disminuir el déficit cuantitativo de vivienda, no ha creado las condiciones adecuadas para la habitabilidad. Uno de los principales problemas de la vivienda en las ciudades mexicanas es que la multiplicación de los conjuntos habitacionales en las zonas periféricas lejanas de las ciudades ocasionó una fuerte demanda de suelo, servicios urbanos, transporte público, vías de comunicación, equipamiento.

El problema de la vivienda visto como algo unilateral, sin contemplar otros rubros de la vida de la gente, termina cayendo en políticas pequeñoburguesas y pseudosocialistas, que crean en las personas la falsa ilusión de que tienen un patrimonio. Una solución sería la creación de ciudades planificadas y productivas que eliminen la miseria urbana, el centralismo y el desempleo (abierto y oculto). Sin embargo, el mismo desarrollo del capitalismo indica que dentro de sus límites es imposible que se logre un cambio de esa magnitud que beneficie a todos.

En el espíritu de la crítica al socialismo burgués que hace Engels, es importante señalar que los más pobres no solo necesitan vivienda, también carecen de empleos que eleven sus potencialidades técnicas y organizativas. Es necesaria una política que tenga detrás conciencia de clase y el estudio científico de la realidad social y material. Solo así México podrá solucionar la penuria de la vivienda y los demás problemas emanados de la explotación.


Samira Sánchez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Bibliografía

Engels, F. (1978). Contribución al problema de la vivienda. Progreso.

Davis, M., & Salido, J. M. A. (2014). Planeta de ciudades miseria. Madrid: Akal.

Garza, G. (2007). La urbanización metropolitana en México: normatividad y características socioeconómicas. Papeles de población13(52), 77-108.

Garza, G. (2012). Distribución espacial del sector servicios en la Ciudad de México, 1960-2008. Estudios demográficos y urbanos27(1), 9-55.

Guzman, José (2015) El financiamiento y su impacto en el mercado inmobiliario para sectores populares En Ziccardi, A. Política de vivienda y municipios en México. UNAM. PP (359-380)

Harvey, D. (2007). Espacios del capital. Hacia una geografía crítica. Madrid: Akal.

Jaramillo González, E. S. (2012). Urbanización informal: diagnósticos y políticas: Una revisión al debate latinoamericano para pensar líneas de acción actuales.

Schteingart, M. (2006). Entre el estado y el mercadola vivienda en el México de hoy (No. 363.50972 E5).

Ziccardi, A. (2015). Política de vivienda y municipios en México. UNAM

Empleo informal en la recuperación económica

Diciembre 2021

El efecto más desastroso de la pandemia provocada por el Covid-19 sobre la economía fue la destrucción de empleos. En todo el mundo la pandemia trajo el despido masivo de trabajadores. Los más afectados fueron los empleos que incluyen tareas de interacción humana diaria, como los restaurantes, la hostelería, el entretenimiento, entre otros.

En México particularmente, la situación del mercado laboral era preocupante desde antes de la pandemia. La Organización Internacional del Trabajo había insistido sobre la debilidad del mercado laboral, que se manifestaba en las altas tasas de informalidad, pues agrupa a más de la mitad de la población trabajadora. El empleo informal se caracteriza por concentrar los empleos con menores niveles de remuneración y productividad, así como menor seguridad en el empleo, ausencia de prestaciones sociales básicas como seguridad social; en suma, falta de acceso a a las características elementales de un trabajo digno.

Desde el principio de la pandemia, los empleos informales fueron los más afectados. En el segundo trimestre de 2020, el periodo de mayor disminución en el empleo, el informal pasó de 55% en el primer trimestre del mismo año a 47%. Esta disminución fue producto de las medidas de confinamiento que hicieron imposible que los trabajadores informales pudieran continuar con sus actividades.

El año 2021, que se considera como el año de la recuperación económica de la crisis provocada por el Covid-19, la recuperación del mercado laboral ha sido sobre todo en el empleo informal. En los primeros cuatro trimestres, la informalidad ha sido el refugio de todos los trabajadores que no pudieron mantenerse en el desempleo; 60% del crecimiento del empleo se concentró en el empleo informal. En cambio, el trabajo asalariado y remunerado fue la única condición de ocupación que disminuyó en el mismo periodo. Entre el primer trimestre de 2020 y el tercero de 2021 la diferencia es de poco más de 800 mil empleos menos, a pesar de que la economía ya recuperó los puestos de trabajo perdidos.

Estas cifras indican la persistencia creciente de la informalidad. Las implicaciones de esto residen en la disminución de los niveles de bienestar social, porque condenan a los trabajadores a empleos precarios, con bajos ingresos, a pobreza laboral y a la exclusión de beneficios que se han logrado gracias a la lucha obrera. Un factor que mantiene a México y otros países del sur global en esta situación es la falta de una política laboral que busque beneficiar todos los tipos de empleos del país. Hasta ahora las políticas laborales que se han hecho han caído sobre el reducido número de los empleos formales. Es necesaria una intervención estatal poderosa que busque otras maneras de competir en el mercado mundial que no sean a costa de los trabajadores.

La pandemia ha dejado claro que la recuperación de la economía mexicana es muy lenta. Esto dicta la cantidad de empleos formales que se crean; por tanto, la informalidad y otras formas de empleo precario deberían estar entre las prioridades durante el resto de su sexenio. De acuerdo con las cifras presentadas, el mercado de trabajo tiene una tendencia muy marcada hacía la precarización laboral. Hace falta una reforma laboral que incluya el trabajo informal no solo a la hora de cobrar los impuestos, sino para buscar que todos los trabajadores mexicanos tengan un empleo digno.


Samira Sánchez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

AMLO sigue sin priorizar a los pobres

Octubre 2021

Aunque lo que se lee en el título es una afirmación comprobada en varias ocasiones, ésta se refuerza nuevamente con el Proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación 2022. Por cuarto año consecutivo el presidente Andrés Manuel expone su propuesta de gasto de los recursos de la nación y por cuarto año el presidente tiene la oportunidad de mostrar cuáles son las prioridades de su gobierno. Uno de los rubros en que es visible que el gobierno no tiene como prioridad las necesidades de la gente más pobre es en la disminución del presupuesto en los esquemas de solución a la vivienda. En el Programa de Mejoramiento Urbano la reducción es de 51%, en el Programa Nacional de Reconstrucción la disminución fue de 3.6% y en el Programa Nacional de Vivienda el presupuesto para 2022 es el mismo que en 2021. En conjunto, la disminución del recurso para el mejoramiento de la vivienda es de 32%.

La propuesta de disminución del presupuesto se da en circunstancias en que las condiciones de vida de la población mexicana no muestran mejoría y más bien muestran evidente deterioro. Los datos registrados por Coneval en 2021 señalan un incremento del porcentaje de la pobreza en el país de 2.3%, cifra que implica 3.8 millones de nuevos pobres. Alguien podría refutar que en los indicadores de pobreza en la dimensión de vivienda disminuyeron. Por ejemplo, en el indicador de Calidad y espacios de la vivienda el porcentaje de población sin ella disminuyó de 11% a 9.3%, y en el indicador de Acceso a servicios básicos en la vivienda el porcentaje pasó de 19.6 a 17.9%.

Sin embargo, es importante aclarar que en la medición de la pobreza estos indicadores no reflejan la calidad del acceso a los derechos. Sobresale el caso del acceso a los servicios básicos, en los que el incremento obedece a la instalación de tubería en la vivienda. Sin embargo, no se considera el servicio de agua propiamente, que llegue agua limpia todos los días y con mantenimiento continuo en las tuberías. En la mayoría de las viviendas está la conexión, pero el agua llega unas cuantas horas a la semana y es de una calidad muy mala.

Además de los datos presentados por las estadísticas, en los años pasados fuimos testigos de los desastres que se detonaron por los fenómenos naturales. La débil infraestructura de las viviendas, de las comunidades y pueblos hicieron notable su vulnerabilidad. Huracanes dejaron a gente sin un lugar donde pasar la noche, ya sea por la ubicación o por lo precario de los materiales. Hubo también lluvias torrenciales que derivaron en inundaciones de ciudades enteras, por la mala o nula instalación del drenaje. Las necesidades de vivienda y de mejoramiento urbano por parte de la población han crecido en los últimos años ¿por qué el presupuesto no?

Por otro lado, según datos de la Cámara Nacional de Industria y Promoción de la Vivienda, en 2021, el precio de la vivienda se encareció. El acero se incrementó en 7% y el cemento alcanzó un aumento de 12%. Esto derivó en un alza en el precio final de la vivienda de 9%. En estas circunstancias se vuelve aún más urgente un aumento de presupuesto destinado a la vivienda, un presupuesto que genere empleos bien pagados, que esté respaldado por especialistas en medio ambiente e ingenieros que prioricen la seguridad y bienestar de la población para que no se repitan las últimas tragedias.

La necesidad de un presupuesto suficiente para que los mexicanos tengan una vivienda adecuada no es un capricho. El acceso a una vivienda adecuada es una condición necesaria para el desarrollo pleno del individuo. La carencia de una vivienda en condiciones decorosas para la vida de las personas se traspasa a otras actividades de la sociedad, como la productividad laboral, el desempeño de los niños en la escuela, entre otras cosas. Por eso, el gobierno debería estar más interesado para garantizar a todas las personas una vivienda adecuada. Aún falta que el presupuesto se discuta por los legisladores, pero se prevé que no sufra modificaciones sustanciales dado el alineamiento de los partidos de oposición con las medidas de recortes del presidente. 


Samira Sánchez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Mercantilización del derecho a la vivienda

Septiembre 2021

En México, las desarrolladoras inmobiliarias son las que definen la política de vivienda. Esto ha provocado un desarrollo urbano desordenado y sobre todo la profundización de la desigualdad social y económica. La falta de planeación del espacio urbano ha resultado en que las viviendas queden alejadas de zonas de empleo, sin que tengan asegurados los servicios básicos y sin la atención de autoridades gubernamentales para la construcción de espacios públicos. Una política de vivienda así, en la que realmente no hay política, está asentada sobre los principios de la menor participación del estado en la producción y reproducción de la sociedad; es decir, del neoliberalismo.

El neoliberalismo establece pautas de acumulación y competitividad dentro de varios espacios mediante la reorganización de las instituciones económico-políticas en distintas escalas. Los orígenes de esta ideología pueden rastrearse en el liberalismo clásico de los siglos XVII y XVIII. Entre los puntos comunes están: 1) la mayor virtud de la sociedad está en permitir que los individuos busquen y ejerzan libremente sus deseos; 2) el libre mercado es el medio más efectivo para alentar la autonomía individual y asegurar la búsqueda del placer individual y 3) la intervención del Estado en la economía debe ser mínima. Por tanto, el neoliberalismo decreta que, los individuos pueden cumplir sus necesidades y deseos mediante los mecanismos del mercado; en tanto, el Estado solo debe garantizar el ejercicio de los derechos individuales, en particular el derecho a la propiedad privada, crear un marco jurídico para ello.

Estos principios comenzaron a transformar el sistema político y económico desde los años setenta con el agotamiento de los regímenes de acumulación y sistemas de gobierno que se evidenció por la crisis del estado de bienestar keynesiano y la decreciente rentabilidad de los capitales nacionales y globales. Desde entonces, la clase capitalista logró construir consenso alrededor de la demanda de las libertades individuales manipulando el reclamo de los movimientos populares. El principio inapelable de la búsqueda de libertad individual sirvió para legitimar el embate sobre las prácticas intervencionistas del Estado, e implementar políticas que fortalecieran al libre mercado y la competencia (Harvey, 2007).

En varios países, tal objetivo llevó a la transformación de instituciones y de relaciones entre actores institucionales y políticos. En la historia reciente de las ciudades se puede ver los principios neoliberales y la primacía del sector empresarial en el control político y manejo de las mismas. Un factor común en los procesos de desarrollo de las ciudades es la producción de espacios financieros para la reproducción del capital, los cuales se convierten en esfuerzos por “limpiar” la ciudad, segregando a esto último a espacios alejados. 

La filtración de los objetivos neoliberales en las ciudades mexicanas se puede apreciar mediante los cambios en la política de vivienda, en los que localmente han actuado dos fuerzas. La primera fue el abandono del estado como promotor y gestor de la vivienda, ese papel se lo dejó a las desarrolladoras inmobiliarias. La segunda fue la transformación del régimen jurídico de la tierra con la posibilidad de enajenarse. Cosa que antes la propiedad del suelo bajo la forma del ejido lo impedía. Esta liberación permitió a construcción de miles de casas en la periferia de las ciudades dirigidas por desarrolladores inmobiliarios como Geo, Ara, entre otras. 

Después de la revolución mexicana se institucionalizó el financiamiento de la vivienda social para los trabajadores. Esto se plasmó en el artículo 123 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en 1917. Sin embargo, hasta 1934 con el gobierno de Lázaro Cárdenas, se obligó a los patrones a aportar parte de los ingresos de los trabajadores a un fondo nacional de crédito, dado que antes de esto nadie había exigido el cumplimiento del artículo. Esto permitió que más tarde se constituyera las bancas de desarrollo, instituciones que se encargarían de otorgar financiamiento para la vivienda.

Entre 1940 y 1970 se crearon distintas instituciones: el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), en 1943; el Instituto Nacional de la Vivienda (INV), en 1940 y el Fondo de Operación y Financiamiento Bancario a la Vivienda (FOVI) en 1970. Con tales instituciones se robusteció el aparato estatal para el financiamiento de la vivienda para los trabajadores. El objetivo era responder a las demandas para un México cada vez más industrializado y urbano. Había que ampliar la dotación de acceso a la vivienda a los sectores económicamente más desfavorecidos (García, 2010). A pesar de los esfuerzos, la oferta no fue suficiente para la demanda. Una de las críticas regulares a este periodo es que junto con la industrialización y a pesar de ella, crecía una gran masa de trabajadores informales cuyas condiciones económicas no estaban definidas en ninguno de los sistemas de acceso a la vivienda.

A partir de 1970 comenzó una oleada de políticas públicas desarticuladas de planeación urbana por la descentralización y la falta de recursos en los órdenes inferiores de gobierno. Se promulgó la Ley de Asentamientos Humanos, una ley dirigida a la planeación urbana regional; se reformó el artículo 115 constitucional, que trasladaba cada vez más la responsabilidad de atender las demandas de vivienda a los gobiernos municipales. Esto se tradujo en la dislocación de la planeación regional y local, derivando en el crecimiento anárquico de las ciudades. En la escala nacional, se creó el Infonavit en 1972 y se constituyó como la mayor instancia para financiar y producir vivienda. Sin embargo, 14 años después de su creación solo había satisfecho 17% de la demanda nacional de vivienda. Para la población de menores ingresos se creó el Fondo de Habitaciones Populares (Fonhapo), que serviría principalmente para financiar vivienda de autoconstrucción (Maya, 2008).

Hacia la última década del siglo XX los esquemas de financiamiento fueron modificados drásticamente. Se siguieron recomendaciones de diversos organismos internacionales para crear lo que se llamaría la política facilitadora de vivienda (Boils, 2004). El resultado fue la disminución del papel del Estado en la producción y financiamiento de la construcción de vivienda social. En su lugar, la gestión urbana fue abiertamente empresarial, las desarrolladoras inmobiliarias dirigieron la producción de vivienda en su totalidad y el Infonavit quedó reducido a la tarea de otorgar créditos. En cuanto a la estructura urbana se caracterizó por la construcción masiva de conjuntos habitacionales distantes al área urbana. Estos conjuntos no se construyeron como parte integral de la estructura urbana. En lugar de ello rompieron con la continuidad de las ciudades y provocaron dificultades para que los habitantes pudieran tener centros de empleo, equipamiento educativo, de salud, de cultura y de esparcimiento en su entorno inmediato (Montejano, Caudillo y Cervantes, 2018).

Hasta la fecha las desarrolladoras inmobiliarias son las que definen la política de vivienda mexicana. Esto ha aumentado las desigualdades social y económica, ya que a la gente que vive en los lugares alejados se le dificulta encontrar un empleo bien remunerado que generalmente se encuentra en los lugares centrales de la zona metropolitana. Por eso, urge que el gobierno tome el problema de la vivienda como un problema serio, que se tiene que resolver fuera de la voluntad del mercado. Para ello es necesario que el gobierno se vincule con movimientos populares que han surgido como respuesta a la política excluyente de vivienda y que mediante ellos se busque dar solución a la demanda.


Samira Sánchez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Bibliografía

Boils, Guillermo (2004) “El Banco Mundial y la política de vivienda en México”, Revista Mexicana de Sociología, año 66, núm. 2, abril-junio, México, pp. 345-367

De Mattos (2005) Globalización, redes, nodos y dinámica metropolitana: El Gran Santiago en los noventa, en Carlos de Mattos, et. Al, Gobernanza, competitividad y redes: La gestión en las ciudades del siglo XXI, Chile: Rideal. Pp31-64.

García y Puebla (1998), “El Infonavit en el contexto de las políticas habitacionales”, en Martha Schteingart y Boris Graizbord (edits.), Vivienda y vida urbana en la Ciudad de México: La acción del Infonavit, México, El Colegio de México, A.C., pp. 21-85.

Harvey (2007) Breve historia del neoliberalismo, Madrid, Akal.

Monkkonen, Paavo (2012), “Housing finance reform and increasing socioeconomic segregation in Mexico”, International Journal of Urban and Regional Research, vol. 36, núm. 44, pp. 757-772.

Montejano, Caudillo, y Cervantes (2018). Vivienda de interés social, segregación residencial y accesibilidad: análisis de 121 conjuntos urbanos en el arco nororiente del Valle de México, 2001-2010. Estudios demográficos y urbanos33(1), 187-224.

Maya, Cervantes y Rivas (2008), Crítica a la promoción privada de grandes conjuntos urbanos habitacionales, ponencia presentada en el X Coloquio Internacional de Geocrítica “Diez años de cambios en el mundo, en la geografía y en las ciencias sociales, 1999-2008”, Barcelona, Universitat de Barcelona, 26 a 30 de mayo.

Pirez (2011) “Servicios Urbanos y urbanización popular: mercantilización y desmercantilización”, Hacedores de Ciudades II Reunión y II Congreso del Grupo de Trabajo Hábitat Popular e Inclusión Social de Clacso Caracas, 27-29 de julio.

Puebla (2002) De la intervención estatal a las estrategias facilitadoras. Cambios en la política de vivienda en México, México, El Colegio de México.

Austeridad en el STC-Metro de la Ciudad de México

Febrero 2021

El metro de la Ciudad de México vive hoy una crisis. Si bien por mucho tiempo fue una infraestructura de orgullo para los habitantes de la ciudad y uno de los mayores logros de ingeniería del país, hoy ya no es tal. El 9 de enero del presente año se registró un incendio en las instalaciones del Puesto Central de Control del Sistema de Transporte Colectivo Metro (STC-Metro). El resultado fue el cierre de las primeras seis líneas y más de un millón de usuarios afectados. Según el testimonio de algunos trabajadores, la causa inmediata fue la falta de una chaveta y la falta del cambio de aceite en uno de los cinco transformadores que suministran energía.

Las fallas actuales del metro son parte de un problema más grande e histórico. En 1977 el metro contaba con 41.1 km de vías. Fue en la década de 1980 cuando más creció, pues en 1988 tenía más de 140.6 km, aumento que se dio en medio de una crisis económica. Continuó creciendo hasta llegar a 201.4 km en el año 2000. Después de este periodo, el crecimiento de kilómetros construidos del STC-Metro se estancó, precisamente el año en que Andrés Manuel López Obrador llegó a ocupar la Jefatura de Gobierno de la CDMX. Únicamente en 2012 se construyó la línea 12 del metro, cuyo escándalo de desperfectos es bien conocido.

A partir de entonces se prefirió una política de movilidad orientada al automóvil, financiando la construcción segundos pisos y la reducción en el presupuesto del STC-metro.  Las consecuencias de esta política se han reflejado en la situación de las instalaciones desde hace ya tiempo, y que, incluso, se mencionaron en el Plan Maestro del Metro 2018-2030. Aquí se señala, en general, un deterioro preocupante de las instalaciones, que tienen ya más de cincuenta años en funcionamiento: los vagones, las escaleras eléctricas, que no cuentan con una calidad suficiente para su funcionamiento adecuado; la excesiva concentración de pasajeros, ya que la infraestructura del metro está diseñada para transportar máximo tres millones de personas y en la práctica transporta cinco millones y medio. Además de estas fallas, de acuerdo con varias fuentes periodísticas, desde 2015 han aumentado los accidentes como choques, incendios de llantas, descarrilamientos de trenes cuya magnitud pone en riesgo la vida de las personas.

La inversión gubernamental al STC-metro ha sido mínima, tanto por parte del gobierno federal como del gobierno capitalino. El gobierno actual ha querido echar la culpa a los anteriores gobiernos. Sin embargo, haciendo memoria, desde 1997 la Ciudad de México ha sido gobernada por la “izquierda progresista”; los mismos actores políticos que hoy siguen al frente de la administración y ahora, también, a escala nacional. Estas administraciones son responsables de que en poco más de 20 años se haya implementado una política de olvido a la columna vertebral de la movilidad en la capital.

El incidente del 9 de enero del STC-metro pone en evidencia la falta de financiamiento y mantenimiento por parte del gobierno capitalino, quien es directamente responsable. Además, se han hecho recortes en el presupuesto desde el gobierno federal para las líneas de expansión, y los presupuestos de 2020 y 2021 no dejan espacio para la esperanza de cambio. Tampoco se ha buscado una intervención conjunta con el Estado de México, ya que 47% de los usuarios son mexiquenses. El desarrollo del STC-metro no es parte de ninguna estrategia de movilidad y mucho menos de desarrollo urbano.

El caso del STC-metro es solo una muestra de la falta de planeación que caracteriza al gobierno actual. Por más de dos años este gobierno se ha negado a implementar políticas que resuelvan realmente el problema, y en su lugar se han conformado con administrarlo. Con ese modo de operar tenemos a un gobierno que avanza con constantes problemas, cuyas víctimas son millones de personas que viven de trabajar día con día. Así se gestionan los problemas de salud, de educación, los megaproyectos, y, en suma, los grandes males que aquejan a México desde hace ya tiempo.


Samira Sánchez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Movilidad urbana del oriente mexiquense

Enero 2021

El transporte público se ha convertido en uno de los mayores desafíos para las áreas urbanas, especialmente en los países pobres. Para el año 2017, 80% de la población total de América Latina vivía en ciudades, lo que significan 483.5 millones de personas. Se estima que en 20 años esta cifra crecerá en 100 millones de personas, por lo que promover sistemas de transporte que cubran la demanda de los ciudadanos representa un reto (BID, 2017).

En la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM)[1] el tiempo de traslado promedio de un viaje de ida al trabajo es de 50 minutos (EOD, 2017). Pero los trabajadores que residen en las periferias más pobres, más alejadas y con sistemas de transporte más ineficientes invierten a menudo el doble del tiempo promedio; hay casos en los que el tiempo de traslado desde la puerta de su casa hasta la de su lugar de trabajo es de tres horas. Estas dificultades en tiempo se traducen en un mayor costo de transporte absoluto y en relación con su ingreso (Garrocho, 2010).

Y los costos económicos no son los únicos. Los viajes de pasajeros en la ZMCM se caracterizan por la inseguridad, la incomodidad en el transporte público y altos niveles de emisiones contaminantes.  Estos costos están presentes y no se asumen ni por parte del estado ni de los empresarios, por lo que quien los termina asumiendo es la fuerza de trabajo, pues afecta su rendimiento laboral y de esa manera la capacidad de aumentar su ingreso.

La zona oriente de la ZMCM[2] suele caracterizarse como ciudades dormitorio. Aquellos que salen del municipio por motivos laborales o de estudios tienen que levantarse a las 4:30 de la mañana para tomar el autobús a las 5:00 AM y viajar por hasta tres horas. El costo de desplazamiento representa una parte importante del ingreso: es posible que llegue a representar 50% del ingreso semanal en los diversos traslados. El costo de traslado se distingue en las fronteras político administrativas. Es así porque las autoridades de la ZMCM, hasta ahora, no han podido hacer un diseño de movilidad que integre a todos los municipios que la componen, lo que ha incidido en los altos costos de transporte en el estado de México en comparación con los de la capital.

El patrón de movilidad, es decir la forma (medios y rutas de transporte) que tienen los habitantes para entrar o salir del municipio o para circular dentro de él, revela la forma de organizar el espacio urbano metropolitano. Por tanto, aunque de manera indirecta, organizar la movilidad es un mecanismo de organización del espacio urbano. Hasta ahora, la construcción de los patrones de movilidad ha sido diseñada por las empresas de transporte que ganan licitaciones para prestar este servicio; sin embargo, ellos lo hacen desde una lógica en la que prima el interés económico y no consideran generar una estructura urbana ordenada, mediante la prestación de un servicio de transporte seguro y con menor huella ecológica. En este documento se dan argumentos sobre la necesidad de la intervención estatal para mejorar la movilidad en el oriente mexiquense mediante la ampliación de la Línea A del Servicio Colectivo Metro.

Distribución territorial del empleo y la población

Las ciudades de América Latina se caracterizan por tener una distribución territorial del empleo y de la población espacialmente desajustada. Esto quiere decir que, por un lado, hay una concentración de actividades económicas y empleos en el centro, donde se concentran también las residencias de hogares de mayor nivel socioeconómico; y, por otro, a medida que nos alejamos del centro, la densidad de la población disminuye, estableciéndose en las periferias los grupos de menor nivel socieconómico con una escasa oferta de empleo. Esta organización hace necesaria la movilidad cotidiana por motivos de trabajo, educación y/o entretenimiento y el aumento en los tiempos de viaje conforme se incrementa el tamaño de la aglomeración urbana (Gabillon y Selod, 2010).

La ZMCM es la más importante del país, tanto en términos poblacionales como económicos. En 2013, habitaban 20.1 millones de personas que representaban 17.9% del total del país; además, ocupaba 23.6% de los trabajadores y aportaba 26.3% de la producción nacional (Inegi, 2014). Tales cifras son el resultado de un largo proceso de metropolización, que en México comenzó a mediados del siglo XX. El desarrollo capitalista del sector agropecuario, que expulsó fuerza de trabajo, obligó a una gran cantidad de gente a migrar a la ciudad, pues en el campo les esperaba una vida sin empleo y sin otras oportunidades de servicios como acceso al agua potable, al drenaje y a oportunidades de educación. Además, el capital se ubicó de forma aglomerada en la Ciudad de México, donde esperaba obtener las mayores ganancias. Así las cosas, la ciudad se volvió un poderoso atractivo, tanto para las inversiones de empresarios, como para los trabajadores en busca de mejores oportunidades (Cisneros, 1993).          

Desde 1980, en la metrópolis empezó una desindustrialización que implicó que la industria manufacturera que se hallaba en el centro se desplazara al norte y noroeste de la ZMCM y ahora en el centro se localiza el sector de los servicios financieros y servicios al productor. Uno de los aspectos que detonó el cambio fue la llegada de Inversión Extranjera Directa al país, pues cerca del 60% del total del país se concentró en la ZMCM. Esto, entre otras cosas, provocó un cambio en la distribución territorial de la población y los empleos al interior de la zona metropolitana. Entre 1980 y 2003 hubo un despoblamiento del centro de la ciudad y una relocalización del empleo manufacturero en la periferia. La población de las alcaldías centrales (Cuahutémoc, Miguel Hidalgo y Venustiano Carranza) disminuyó de 2.6 a 1.7 millones de habitantes, es decir una contracción de 35%, mientras que en el mismo periodo la población del área metropolitana creció de 14.5 millones a 19.2 millones de habitantes, es decir, un incremento de 33%. Esto quiere decir que hubo movilidad residencial del centro hacia la periferia. El personal ocupado en la industria, el comercio y los servicios privados aumentó, en las delegaciones centrales, de 700 mil a 1.1 millones, es decir, un aumento de 54% (Sobrino, 2019).

El resultado del proceso antes descrito fue una ciudad con una distribución territorial del empleo y de la población alejados entre sí, que implicó una ciudad central[3] (Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo, y Venustiano Carranza) que representa 4% de la superficie del área. En 2013, esta área demandaba uno de cada tres empleos del total de la zona metropolitana. El nodo concentrador de empleos pasa a lo largo de Paseo de la Reforma y avenida Insurgentes sur, desde su cruce con Reforma hasta Ciudad Universitaria. Además, hay otros subcentros concentradores como Santa Fe, los polígonos industriales de Azcapotzalco, Naucalpan, Tlalnepantla, el aeropuerto y la Central de Abasto (Sobrino, 2019).

El mercado de trabajo y su persistente concentración en la ciudad central y algunas áreas aledañas induce a la separación espacial entre la residencia y el trabajo, y tal distanciamiento afecta a todos los grupos socioeconómicos, aunque en mayor medida a los grupos más pobres. La lejanía entre el lugar de trabajo y el lugar de residencia se experimenta de diferente modo: para los de alto nivel socioeconómico, las dificultades se vinculan con congestionamiento vehicular, pero no a viajes particularmente incómodos; en el caso de los viajeros de las capas más pobres, estas se relacionan con abultados tiempos de viaje, condiciones de transporte incómodas y costos monetarios relativamente altos (a su ingreso).

El oriente de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México

Una de las zonas con mayor rezago en materia de desarrollo urbano de la ZMCM es el oriente mexiquense. Esta zona se ha convertido de manera creciente en el principal receptor de inmigrantes, provenientes tanto de la Ciudad de México, como de otras entidades federativas. Los centros de población urbanos que se han formado en esta parte no datan más allá de 1980, dado que son el resultado de la expansión de la mancha urbana y, más recientemente, de la expulsión de población de la ciudad central de la Ciudad de México por los altos precios del suelo (Duhau, 2003).

En el Mapa 1.a en el que se representa los niveles de pobreza por AGEB por el porcentaje de hogares en tal condición, se puede observar claramente el patrón de los niveles de pobreza en la ZMCM con datos de 2015. Es clara la presencia de espacios de altos niveles de pobreza en las zonas oriente y nororiente; el Mapa 1.b que muestra las aglomeraciones de pobreza y las aglomeraciones de ausencia de pobreza, lo confirma, pues las aglomeraciones de altos niveles de pobreza se concentran en las zonas mencionadas. Los mayores índices de pobreza de los hogares dibujados implican, por un lado, un ingreso por debajo de lo que permite adquirir la mínima cantidad de bienes para el bienestar promedio, y por otro, que el hogar carece de servicios básicos, como servicios educativos, servicios de salud, seguridad social y calidad en los espacios de la vivienda (Coneval, 2009).

Mapa 1. Niveles de pobreza en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México

Fuente: elaboración propia con datos de la encuesta intercensal 2015

El oriente de la ZMCM presenta el menor porcentaje de alfabetización, menor tasa de matriculación global y, por tanto, menor desarrollo educativo de la zona metropolitana. Es la zona que presenta mayor déficit de infraestructura educativa, cultural y deportiva. En cuanto a las tasas de absorción y eficiencia terminal por cada nivel educativo, de cada 100 alumnos que ingresan a la primaria solo tres logran terminar una carrera universitaria (Pérez, 2014). 

En materia económica la zona oriente está poco desarrollada, prácticamente sin base industrial por la ausencia de políticas industriales en la región. En el rubro de servicios presenta una situación semejante. En consecuencia, la zona oriente se ha concebido como una región dormitorio que provee mano de obra a la Ciudad de México y a las zonas Norte y Noroeste de la ZMCM (Pérez, 2014).

Alternativa: mejorar la calidad del transporte en el oriente mexiquense

El problema descrito en este estudio se manifiesta localmente, pero sus raíces están en la naturaleza sistémica de la economía mexicana. Y si la causa es de naturaleza sistémica las soluciones también lo son. Con la distribución territorial de la oferta y la demanda de empleos que ha creado el devenir propio de una economía capitalista se vuelve necesario mejorar el sistema de transporte para darle un impulso a la economía mediante la mejora de la eficiencia del transporte que reduzca los costos ya mencionados. Una solución más profunda sería una verdadera política de desarrollo económico en el oriente de la ZMCM que cree empleos productivos; sin embargo, es una solución de más largo alcance en el tiempo. La mejoría del transporte es una solución más inmediata y al alcance de los gobiernos estatal y federal.

Una de las fallas más persistentes en la política, tanto local como federal, es considerar a la población como objeto de intervención y no como sujeto de intervención. Es decir, a la población muchas veces no se le toma en cuenta para las políticas públicas, lo que ha tenido como consecuencia la poca o nula incidencia que tienen éstas en la mejoría del nivel de vida de la gente. La información no fluye de la población hacia los hacedores de políticas, sino que un grupo de personas que no suelen tener contacto con los problemas cotidianos de la población diseña políticas sin la información suficiente para que tenga un impacto amplio en la calidad de vida de la gente.

Desde hace 16 años, Maricela Serrano Hernández, actual presidenta de Ixtapaluca y líder social en la zona, ha promovido intensamente la ampliación de la Línea A del metro, hasta Chalco. Esta ampliación pasará por los municipios de Valle de Chalco e Ixtapaluca, con lo que se beneficiará no solo la población que trabaja en la Ciudad de México, sino también los que viajan por motivo escolares y de entretenimiento. La lucha ha pasado por administraciones de distintos gobiernos y a ninguno le ha parecido necesario; se hizo un plantón en 2015 para que se contemplara en el presupuesto de 2016 y se logró un estudio sobre su viabilidad. Recientemente, Andrés Manuel López Obrador anunció que cumplirá con la construcción del transporte, pero hasta ahora es una afirmación que no tiene fundamento en el presupuesto. Aunque la exigencia lleva varios años, el Gobernador del Estado de México no lo contempló en el presupuesto 2021 y la eliminación del Ramo 23[4] y del fideicomiso a las zonas metropolitanas hacen más lejana la realidad del proyecto.

El financiamiento al sistema de transporte ayudaría a reducir los tiempos de transporte del desplazamiento de los trabajadores desde los municipios del oriente de la de ciudad de México y a los municipios conurbados de la zona oriente. Con esto, incluso mejoraría su rendimiento en el trabajo, pues reduciría la incomodidad de los viajes, que agota al trabajador antes de empezar la jornada; asimismo, mejoraría la convivencia con su familia al tener más tiempo disponible. Además, ayudaría a mejorar la inseguridad que sufren a diario en combis y microbuses, no solo de robo a mano armada, sino también de los excesos de velocidad que pone en peligro la vida de los usuarios y ayudaría a demandar un transporte con mejores condiciones.


Samira Sánchez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] Conformada por las 16 alcaldías de la Ciudad de México, 59 municipios del estado de México y un municipio que pertenece al estado de Hidalgo.

[2] Los municipios a los que se hace referencia en este documento son La Paz, Ixtapaluca, Valle de Chalco y Chalco.

[3] Centro histórico, geográfico y político de una zona metropolitana.

[4] Este ramo se usaba para gestiones de proyectos que no se contemplan en las fórmulas de los ramos 28 y 33.

Referencias

Banco Interamericano de Desarrollo. (2017). http://www.iadb.org/es/temas/desarrollourbano/indicador.html.

Cisneros, C. S. (1993). La ciudad que construimos: registro de la expansión de la ciudad de México, 1920-1976 (Vol. 13). Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa Divis O.

CONEVAL (2009), Metodología de Medición Multidimensional de la Pobreza, México, CONEVAL, disponible en: http://www.coneval.gob.mx/contenido/home/6595.pdf

Duhau, E. (2003). División social del espacio metropolitano y movilidad residencial. Papeles de población9(36), 161-210.

Gobillon, L., & Selod, H. (2010). Spatial mismatch. Recuperado a partir de http://laurent.gobillon .free.fr/page_web/ articles/gobillon_selod_2010_encyclopedia.pdf

Garrocho, C. (2010). El enigma de la movilidad de la población: avances conceptuales y áreas de oportunidad.

Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). (2014). Censos Económicos 2014: Sistema Automatizado de Información Censal (SAIC).

INEGI. (2017). Encuesta Origen-Destino en Hogares de la Zona Metropolitana del Valle de México.

Pérez, M. Á. V. (2014). Marginación urbana. El caso del oriente mexiquense.

Sobrino J. (2019), Distribución intrametropolitana de la población y el empleo en México, 2019, en Dinámicas Metropolitanas, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, CONACYT, cap. 6, pp. 195-231, México, 2019.

Financiamiento del sector público bajo la 4T

Septiembre 2020

Ingresos tributarios y deuda del gobierno federal

A través de la política tributaria el gobierno tiene la capacidad de reducir la desigualdad de ingresos —que, en un principio, reparte el mercado— para redistribuir la riqueza social; y, en segundo lugar, sirve también para fomentar ciertas actividades productivas y, así, el crecimiento económico (OCDE, 2012). Los Estados modernos obtienen la mayor parte de sus ingresos de los impuestos que pagan sus habitantes. Los ingresos del Estado mexicano se dividen en 1) ingresos no tributarios (utilidades de PEMEX principalmente) y 2) ingresos tributarios, que son los impuestos, derechos, aprovechamientos, entre otros. Los principales componentes del sistema tributario son el Impuesto Sobre la Renta (ISR) y el Impuesto al Valor Agregado (IVA), que representan entre 80 y 90% de los ingresos tributarios. Analizamos aquí los ingresos tributarios por su capacidad redistributiva y su importancia en los ingresos del Estado mexicano: en 2013 representaban 38% de los ingresos y, para 2019, ascendían a 62%.

En materia tributaria, los problemas históricos en México han sido la negativa del Estado para usarla como herramienta redistributiva, por un lado, y la baja recaudación, por otro. En cuanto al primero, la alianza del Estado mexicano con las élites económicas ha evitado que la política tributaria se use como mecanismo de combate a la desigualdad, esto es, que sea progresiva (Unda, 2015). Esto quiere decir que no pagan más impuestos las personas con mayores ingresos, como se verá en lo sucesivo.

El ISR que grava el ingreso de las personas físicas y morales opera con un esquema de tasa progresiva para las primeras (máxima de 35%) y una tasa única de 30% para las segundas; sin embargo, solo es progresivo parcialmente. Por el lado de las personas físicas, el carácter regresivo se encuentra en que el cambio en las tasas impositivas se concentra en los primeros segmentos de ingreso, es decir, el crecimiento de la tasa impositiva es más que proporcional al crecimiento del ingreso de los primeros segmentos, y en los últimos segmentos del ingreso ocurre lo contrario; y por otro lado el tope máximo de ingreso no toca realmente a las personas con mayores ingresos. Por el lado de las personas morales o empresas, en principio la tasa parecería ser alta; sin embargo, al comparar la tasa impositiva de México con la de otros países esta apreciación desaparece y siendo una tasa única, sin importar las diferencias de ingresos de las empresas, se vuelve regresiva. Además, en los regímenes fiscales se termina por revelar su carácter regresivo: por un lado, las empresas que no son los suficientemente grandes y que no están bien informadas para disfrutar o acceder a determinados incentivos, son las que pagan sus contribuciones correspondientes; y por el otro, las personas físicas con actividades empresariales (sobre todo las Mipymes) no participan en el estímulo a la inversión que se hace sobre activos fijos, pues estos se hallan extremadamente concentrados en las grandes empresas: 0.2% de las empresas concentran 61.2% de los activos fijos. Por tanto, el planteamiento del ISR como impuesto progresivo es un mero recurso de apariencia.

El IVA, por su parte, es un impuesto al consumo; tiene una tasa de 16% para los productos y servicios gravables y contempla una diversidad de exenciones y tratamientos para otros productos como alimentos, medicinas y libros. Dado que es una tasa fija, tal impuesto es regresivo. Aunque el 10% de la población de mayores ingresos aporta 40% de la recaudación y 10% de la población más pobre contribuye con 2%, la incidencia del IVA en el ingreso muestra su efecto regresivo, pues 10% de la población con mayores ingresos destina el 6.5% de su ingreso para cubrir el IVA y 10% más pobre destina 11.4% (CEEY, 2012).

Varios organismos internacionales (FMI, OCDE, OXFAM, CEPAL, entre otros) han evaluado la regresividad de la política tributaria en México y han mencionado la urgencia de aplicar impuestos verdaderamente progresivos, como el impuesto a la herencia, el impuesto a la riqueza, el impuesto a las transacciones financieras y, claramente, modificar el ISR para que sea realmente progresivo. México es uno de los países más desiguales del mundo, y al negarse tajantemente a implementar una reforma fiscal progresiva que le dé más herramientas al Estado para combatir la desigualdad, redistribuir la riqueza y hacerle frente a la crisis del Covid-19 como se requiere, demuestra que el pacto con las élites sigue presente en la política tributaria de este gobierno. No obstante, el gobierno de la “Cuarta Transformación” prometió desde la campaña presidencial no aumentar ni crear nuevos impuestos.

Entre 2008 y 2018, los ingresos tributarios promediaron 16% del PIB, lejos del promedio de los países de la OCDE (35%). La poca recaudación se debe, por un lado, a que durante mucho tiempo se fue negligente con el cobro de impuestos porque los ingresos federales se nutrían ampliamente de los ingresos petroleros; y, por otro, a la porosidad del sistema tributario, los huecos por donde se escapan impuestos potenciales: la evasión y la elusión fiscal (Unda, 2015). Tales acciones son transversales a personas y empresas con altos y bajos recursos. Un mercado laboral con altos niveles de informalidad como el nuestro abre paso a la evasión, pues los ingresos de muchas personas no se registran ante la administración tributaria. Además, para quienes no pagan impuestos, incluso grandes empresas bien establecidas, no existen consecuencias punitivas. Entre 2008 y 2016, el promedio de la tasa de evasión fue de 31.7%, es decir que por cada $100 que se estimaba recaudar se recaudaron $68.3.

En 2019, los ingresos de la federación disminuyeron 3.1% debido a que los ingresos petroleros y tributarios se redujeron en 5.5% y 1.2%, respectivamente (CEFP, 2020). Para 2020, la situación se complicó, pues con la crisis sanitaria se redujo el nivel de la actividad económica y, así, la recaudación fiscal: en los primeros cinco meses, de acuerdo con la SHCP, los ingresos públicos han caído 5.2% en relación con el mismo periodo del año anterior. Aunque la SHCP informó que durante 2019 se ahorraron 4 mil millones de pesos (mdp) y, en 2020, Walmart pagó 8 mil mdp de impuestos atrasados (0.27% del gasto programable), esto no fue suficiente para contener la caída.

La deuda pública es otra forma de ingresos del gobierno. En el sexenio de Peña Nieto, de acuerdo con datos de Banxico, la deuda creció 46% y llegó a representar 53.4% del PIB. El actual gobierno prometió no contraer deuda por ninguna razón ya que aumentarían los ingresos por el combate a la corrupción. Aunque en 2019 no se contrajo nueva deuda, el porcentaje respecto al PIB que representa aumentó por la caída del mismo. Para 2020, el Banco Mundial (BM) otorgó cinco préstamos, por un total de 2 mil 200 millones de dólares (mdd) con el objetivo de hacer frente a la pandemia. La justificación del gobierno vino de las declaraciones del subsecretario de Hacienda, Gabriel Yorio, quien afirmó que mil mdd ya estaban autorizados en el PEF 2020, para promover la inclusión financiera en México, un programa de 2019; y del resto del recurso, ni el presidente ni la SHCP han informado de su uso. El FMI estima que la deuda pública crecerá en esta administración más que en la pasada.

Federalismo fiscal

Federalismo fiscal en México se refiere a la forma de organización de las facultades tributarias entre los distintos órdenes de gobierno, tomando en cuenta sus capacidades para enfrentar dicha responsabilidad. Las facultades tributarias se rigen por la Ley de Coordinación Fiscal (LCF), que establece que las entidades federativas renuncian a sus derechos recaudatorios sobre la mayoría de los impuestos a cambio de recibir transferencias del gobierno federal. En teoría, el pacto fiscal entre los tres órdenes de gobierno se hizo con el propósito de reducir los costos económicos ocasionados por un esquema complejo de tributación y de disminuir las desigualdades regionales mediante una repartición más equitativa de los ingresos públicos 4 . A pesar de este segundo objetivo del federalismo fiscal, la distribución de los recursos federales no ha disminuido sustancialmente la desigualdad regional. Esto se debe principalmente a que los recursos que tienen los gobiernos locales para resolver las demandas de los ciudadanos son pocos y que persisten desigualdades en su reparto que no responden al objetivo de la redistribución; se destinan pocos recursos a los municipios y lo destinado resulta inequitativo, como a continuación veremos.

El recurso pactado para estados y municipios se divide en Aportaciones (Ramo 33) y Participaciones (Ramo 28). Entre 2000 y 2019, los fondos del Ramo 28 aumentaron menos del 1% en promedio anual; en comparación con el crecimiento de la población y sus necesidades este aumento es insuficiente. Este recurso se reparte entre los estados tomando en cuenta su respectiva recaudación, los habitantes y, en menor medida, un monto por compensación. Los fondos del Ramo 33, por su parte, se reparten de acuerdo con las obligaciones de nómina o material, así como con fórmulas que toman en cuenta la marginación o la mortalidad; estos se concentran principalmente a nivel estatal, con excepción del 87.8% del Fondo de Aportación para la Infraestructura Social y el total del Fondo de Aportación para el Fortalecimiento de los Municipios, que pasa completamente a los ayuntamientos (Cámara de Diputados, 2020).

En 2019, según datos de la SHCP, la distribución de los recursos fue de 48% a nivel central, 42.7% a nivel estatal y 9.3% a nivel municipal. Esos recursos deben servir para que los estados cumplan con sus obligaciones constitucionales (artículos 115 y 116) de proveer educación, salud, desarrollo, economía y agricultura, lo que se entrega a los municipios para suministrar servicios tales como agua potable, drenaje, alcantarillado, parques, calles, servicio de residuos y seguridad pública. Los estados más favorecidos por las transferencias federales en 2019 fueron Estado de México, Ciudad de México, Veracruz, Jalisco y Chiapas; entre ellos representaron el 37.69% del total nacional; los menos favorecidos, Colima, BCS, Campeche, Tlaxcala y Nayarit, que representan apenas 5% del total nacional. No obstante, los estados que recibieron más recursos federales en 2019 transfirieron menos de la tercera parte a sus municipios: el Estado de México, 21.7%; CDMX, 30.4%; Veracruz, 23.2%; Jalisco 24%; y Chiapas, 28%.

Las pobres transferencias del gobierno federal a los municipios pueden compensarse, principalmente, con impuestos locales. De éstos, el que más potencia tiene en cuanto a recaudación y progresividad es el impuesto predial; aunque resulta ser, al mismo tiempo, el más costoso porque requiere de una base catastral actualizada constantemente por lo que no se aprovecha del todo (Urzúa, 2020). El problema de los bajos ingresos en los municipios es histórico, sin embargo, el gobierno actual se ha empeñado en acentuarlos. Desde el año 2000, los recursos destinados a los dos principales ramos (28 y 33) han ocupado 40% del total del ingreso presupuestario del gobierno federal, y en el PEF de 2020 se presupuestó únicamente 28%.

Una de las consecuencias de asfixiar de esta manera a los municipios es que ellos buscan aumentar sus ingresos mediante la deuda —en los últimos diez años se incrementó en 14,621.8 mdp—, que no presenta restricciones por parte de los acreedores debido a los constantes flujos de ingresos en las transferencias federales. La deuda de los municipios proviene de los siguientes acreedores: 44.2% de la banca múltiple; 47.8% de la banca de desarrollo; 3.2% de emisiones bursátiles y 4.8% de fideicomisos. Sin embargo, existe una tendencia a la disminución en la participación de la deuda de la banca múltiple y de desarrollo (antes ocupaban 45 y 52.7%, respectivamente), y un incremento de las emisiones bursátiles y fideicomisos (2.5% y 3.4%, respectivamente). Los estados que tienen a los cinco municipios más endeudados son Baja California, Nuevo León, Sonora, Jalisco y Guanajuato; la suma de las deudas de dichos municipios es del 22.5% del total de deuda municipal, y sumando a los otros 20 municipios más endeudados, concentran el 54.3%. En cuanto a la proporción de la deuda respecto a los ingresos, entre los gobiernos locales con más alta relación deuda/ingreso se encuentran un municipio de Quintana Roo, cuatro de Sonora, uno de Nuevo León y otro de Baja California; todos con proporciones que van desde 42.6% al 62.5% (CIEP, 2020).

Además de la mala distribución de los recursos entre los distintos niveles de gobierno, el reparto a un mismo nivel también es inequitativo y permite que se acentúen las diferencias regionales (Barcelata, 2015). Las transferencias que reciben los estados por Ramo 28 y 33 representan el 40.7% y 45.8% del gasto federalizado, respectivamente. Del Ramo 28, el 85% se distribuye con base en lo que se les otorgó en años anteriores y su esfuerzo recaudatorio, lo que resulta inequitativo porque quienes recaudan más son aquellos que tienen mayor nivel de desarrollo y de actividad económica formal (Ramos, 2011). En cuanto al Ramo 33 y al resto de fondos que se les destina a los subniveles de gobierno, desde que se le delegó la responsabilidad de educación y salud a los estados, también se les heredó una determinada infraestructura; en algunos casos fue cuantiosa y en otros muy pobre. La distribución de los recursos no contempla el desarrollo posterior de los sistemas de educación y salud en función de las necesidades particulares de cada localidad, sino únicamente los gastos de operación de la infraestructura ya establecida, compensada con algunos otros indicadores de pobreza y marginación. Aunado a esto, se otorgan recursos por mecanismos alternos donde influye la coincidencia política, presiones de grupos de poder, y la gestión de los ayuntamientos y estados (Altamirano, 2008).

Así, los municipios más pobres no reciben los beneficios que podría otorgar el federalismo fiscal y, dado que son los de menos capacidad recaudatoria y no tienen otra vía recaudatoria que no sea la federación, se acentúan las disparidades en el desarrollo de los municipios. El gobierno de la “Cuarta Transformación” en el Plan Nacionañ de Desarrollo planteó disminuir las brechas regionales a través de megaproyectos que detonarían el desarrollo económico en las zonas más marginadas y generarían mayor capacidad recaudatoria para los estados y municipios. Con ello, se pretende evitar los presuntos casos de corrupción en los ayuntamientos, cortándoles el flujo de ingresos de la federación; el discurso de combate a la corrupción ha venido acompañado de una fuerte centralización de los recursos. Pero, hasta que no se materialicen los supuestos beneficios de los megaproyectos, condena a los municipios más pobres a no resolver las demandas de su población.

El PEF 2020 disminuyó los montos asignados a los Ramos 28 y 33. Para mayo de 2020, de acuerdo con datos de la SHCP, a pesar de la pandemia, el gasto federalizado se redujo en 13.2% respecto al mismo mes de 2019, el Ramo 28 tuvo recortes en 23.2% y el Ramo 33 en 1%. El gobierno federal no hizo esfuerzos de gasto extraordinario, incluso cuando en los hechos se le delegó a los gobiernos locales la responsabilidad de atender la pandemia. Esto provocó que aproximadamente el 80% de los municipios estuvieran en quiebra técnica a mediados de julio de 2020. Para casos de emergencia, se hizo el Fondo de Estabilización de los Ingresos de las Entidades Federativas (FEIEF), que ayuda a compensar las caídas del Fondo General de Participaciones del Ramo 28, y que se distribuye con base en su estructura porcentual. El 16 de julio de 2020, la SHCP transfirió a las entidades federativas 20 mil millones de pesos por ese concepto, según la misma secretaría les debería alcanzar para resarcir y cubrir las disminuciones de junio y a impulsar la reactivación económica en sus territorios. Sin embargo, este monto del FEIEF se quedará corto para compensar la caída de las participaciones.

Ingresos petroleros

Durante décadas Pemex tuvo ganancias que permitieron financiar el gasto público. Esto permitió posponer la necesidad de ampliar la base impositiva del país (Elizondo, 1999). Todavía en 2011, los ingresos petroleros representaron 40% del total de los ingresos federales, pero desde 2012 empezaron a disminuir hasta llegar en 2019 a 16%. Pemex tiene serios problemas financieros; las causas de esta caída son la falta de una estrategia a largo plazo y el uso indiscriminado de las ganancias petroleras para sanear las finanzas públicas.

Desde que el yacimiento de Cantarell alcanzó su tope de producción en 2004 (poco más de 3 millones de barriles diarios), la industria petrolera no ha podido revertir la caída. Entre 2006 y 2019, la caída en la producción fue de 65%. En 2020 la producción promedio fue de 1.7 mil millones de barriles diarios (mmbd). Sin embargo, el problema para las finanzas públicas se presentó desde 2014 con la caída del precio de la mezcla mexicana en el mercado internacional; hasta ese momento la caída en la producción se compensaba con el incremento del precio. Además, los costos de producción han aumentado: en 2009 el costo de producir un barril para Pemex era de 4.85 dólares y en 2019, de 14.06 dólares.

La administración del actual gobierno tiene como meta la producción 2.4 millones de barriles diarios e incrementar la producción de gasolina en las seis refinerías existentes y construir una más en Dos Bocas, Tabasco. Para cumplirla, se quintuplicó el presupuesto destinado a la Secretaría de Energía, 91% de este se destina a Pemex. No obstante, todo el dinero invertido, la deuda de la empresa aumentó alarmantemente; en 2018, el ratio pasivos/activos era de 167 y para junio de 2020 era de 235, lo que indica que la empresa debe 2.35 veces su valor en activos. Se estima que la recaudación del sector en 2020 disminuirá 65% respecto del año anterior.

La perspectiva en el mediano plazo es que la recaudación siga cayendo. No hay señales ni de que los precios internacionales aumenten ni la plataforma de extracción. Más allá de los anuncios optimistas de las conferencias mañaneras, los datos y las estimaciones indican que este gobierno no podrá revitalizar a Pemex

En los dos años de gobierno de AMLO, la inversión pública representó, en promedio, el 3.1% del PIB. Este porcentaje es el más bajo reportado en los últimos 10 años, periodo en el que el gasto público en inversión fue del 5% del PIB, en promedio (CIEP, 2020).

Desde marzo de 2019, la variación porcentual del índice de volumen físico acumulado ha sido negativo. Aunque las caídas más pronunciadas se dan en el contexto de la pandemia, desde el inicio de 2020 las pérdidas han sido graves: de -8.3% en enero, -8.5% en febrero, -9.3% en marzo, -15.8% en abril y -20.6% en mayo. Respecto a 2018, el mercado de trabajo se ha deteriorado rápidamente, en cuanto a los ingresos percibidos. Para junio de 2020, el 60.7% de la población ocupada recibe un ingreso equivalente o menor a dos salarios mínimos. Este porcentaje era del 51.3% en el primer trimestre de 2019, y de 45.2% a inicios de 2018.


Este es un apartado de “Dos años de presidencia de Andrés Manuel López Obrador: resultados y perspectivas”, documento elaborado por el CEMEES para analizar al gobierno actual.

Política fiscal: gobernadores vs gobierno federal

Agosto 2020

El 19 de agosto los gobernadores se reunieron en San Luis Potosí con López Obrador y su gabinete. La reunión tuvo por objeto revisar la demanda planteada por los gobernadores de recibir más recursos en medio de la crisis económica espoleada por la pandemia. En dicha reunión, los gobernadores recibieron una agria respuesta: la 4T les reclamó que, si querían más recursos para sus entidades, eran ellos quienes debían apretar en la recaudación de los impuestos locales, y particularmente en el impuesto predial, pues el gobierno federal no destinaría más presupuesto a los gobiernos estatales.

Los derechos y responsabilidades referentes al cobro y gasto de impuestos están regulados por la Ley de Coordinación o Pacto Fiscal, a fin de eliminar la competencia entre los niveles municipal, estatal y federal, y ganar eficiencia en la recaudación. La demanda de una revisión a los términos vigentes del pacto fiscal tiene ya un tiempo sobre la mesa. Fueron problemas de esta índole los que coadyuvaron a la formación de la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago) a principios de este siglo, cuando las diferencias partidarias de un buen número de gobernadores (PRI) y del presidente (Vicente Fox, del PAN) abrió una brecha en el hasta entonces monolítico presidencialismo mexicano. De las exigencias de la Conago se derivó la primera Convención Nacional Hacendaria, celebrada en 2004, así como las reformas fiscales posteriores que trataron de remediar los problemas más graves del sistema hacendario. No obstante, los constantes reclamos de los gobiernos estatales muestran que los problemas persisten.

El pacto fiscal vigente en México le arroga al gobierno federal la responsabilidad de cobrar los impuestos más importantes: ISR, IVA, IEPS e ISAN. En términos del PIB, los impuestos que cobra el gobierno federal representan 13.1%, mientras que los cobros de los gobiernos locales representan apenas 1%. La centralización de la recaudación permite al gobierno federal hacer una política geográficamente más equitativa y financiar el desarrollo en los estados más rezagados. Por otro lado, las transferencias del gobierno federal a los gobiernos estatales representan más del 80% del presupuesto manejado por los estados.

La solución que el gobierno federal da al reclamo de la Conago es insuficiente, pues, incluso aceptando que la recaudación de los impuestos estatales puede incrementarse, esto no se logrará en el corto plazo. La recaudación del impuesto predial representa apenas 0.4% del PIB, pero hay diferencias importantes entre los estados. Tomando como base el PIB estatal, los que rebasan la media nacional solo son cinco: la Ciudad de México, Nuevo León, Querétaro, Quintana Roo y Sinaloa.  En contraparte, los estados en los que el impuesto predial no rebasa el 0.12% son: Campeche, Tabasco, Tlaxcala y Veracruz. Hay que notar que los primeros están entre los estados con mayor desarrollo económico, por lo que su misma dinámica eleva el valor del suelo.

Los problemas del sistema hacendario son varios, pero el problema de fondo es que entre los gobiernos estatales y el gobierno federal el jaloneo es por una manta que es de por sí pequeña y que con la crisis económica se ha reducido todavía más. El gobierno de Andrés Manuel ha prometido que no habrá nuevos impuesto y que no elevará los que ya existen, aunque México es el país de la OCDE con más baja recaudación.

El incremento de impuestos siempre ha tenido mala prensa porque históricamente ha significado que los pobres, o la clase media cautiva, paguen los gastos del Estado. Sin embargo, la política fiscal es el arma más eficaz para combatir la desigualdad y la falta de crecimiento económico si se la formula con esta intención. Hasta ahora no se conoce ningún proyecto de reforma fiscal de la Cuarta Transformación, pero la respuesta dada a los gobernadores muestra el oportunismo de un gobierno federal que se niega a asumir los costos electorales derivados de reformar la política fiscal: prefiere que sean los gobiernos locales quienes lo hagan. Urge una reforma fiscal para hacer un sistema capaz de crear una sociedad más justa; pero habrá que pelearla porque la Cuarta Transformación no parece dispuesta a hacerlo.


Samira Sánchez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Nueva normalidad y transporte en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México

Junio 2020

El sistema de semáforo por regiones para la reapertura de actividades en el país, implementado por el gobierno de México, se puso en marcha desde el primero de junio. En este marco se ubica el reinicio progresivo de las actividades en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM), que empezó, oficialmente, el 15 de junio. Este incierto inicio de actividades pone de relieve varios problemas antes ocultos por la cotidianidad. Entre ellos está el de la movilidad, problema que resiente, sobre todo, la población que efectúa su traslado en transporte público, ya sea metro, metrobús o microbús.

Una de las causas por las que la movilidad se vuelve un problema es la forma en que se encuentra distribuida el área metropolitana: por un lado los empleos y por otro la fuerza laboral. El proceso de urbanización en los países pobres se caracterizó por una expansión que provocó que la población trabajadora se ubicara en la periferia, lejos de los puestos de trabajo, de los servicios urbanos y de la infraestructura. Además, la continua expansión urbana ha provocado la aparición de nuevos asentamientos de población en la periferia, que casi siempre van acompañados de pobreza y escasa infraestructura para los servicios urbanos.

La consecuencia más importante en términos económicos es la separación entre la oferta y la demanda de empleo, es decir, la distancia entre los lugares donde residen los trabajadores y los lugares en los que se concentran los empleos.

En el caso de la ZMCM, mientras los empleos se concentran en las alcaldías centrales de la Ciudad de México, la fuerza de trabajo se traslada desde otros municipios conurbados del Estado de México, e, incluso, desde Tizayuca, Hidalgo. En este contexto, el transporte urbano toma particular importancia porque implica la movilidad de la población y de la fuerza de trabajo.

Es gracias al sistema de transporte que se puede tener acceso al mercado de trabajo de la Ciudad de México; sin embargo, una oferta de transporte insuficiente, en malas condiciones, además del congestionamiento de la ciudad, trae a la población más tragedias que oportunidades. Entre los problemas más frecuentes cuando se habla del transporte público están la inseguridad, la insatisfacción con el servicio, los diferentes tipos de contaminaciones (ambiental, acústica, entre otros) y su falta de capacidad. 

Este último problema, el de la capacidad, cobra relevancia en el reinicio de actividades llamado “nueva normalidad”, en un contexto en el que los contagios no han cesado. La Organización Mundial de la Salud ha explicado que la mejor estrategia para contener la propagación del virus —en tanto que se investiga y se desarrolla la vacuna para el Covid-19— es mantener la distancia entre las personas. Sin embargo, para transportar al mayor número de gente, el transporte público sigue funcionando bajo un esquema de seis a ocho pasajeros por metro cuadrado, sin importar el hacinamiento al que se vean sometidos.

El transporte público no está preparado para cuidar a la población que tiene que salir a trabajar al declararse oficial el reinicio de actividades, e implica un temor más que la gente deberá asumir como costo por vivir tan alejados de sus empleos. Lo que ocurre hoy en la ZMCM es solo una muestra de la irresponsabilidad de las autoridades mexicanas al emprender el reinicio de actividades y la “nueva normalidad”.

Ahora los trabajadores tienen que enfrentar directamente una peligrosa pandemia que no ha sido vencida y que las autoridades parecen ignorar, a pesar de que las cifras de contagios y decesos siguen aumentando de forma estrepitosa. La pandemia urge a las autoridades a mejorar la infraestructura del transporte público y a disminuir la desigualdad en la distribución territorial del empleo, de modo que la población de la periferia de la ZMCM pueda emplearse cerca de su lugar de residencia.


Samira Sánchez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

El falso combate a la desigualdad

Abril 2019

México ha destacado como uno de los países con más desigualdad, tanto en el grupo de países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, como en los de América Latina. Cuando rindió su protesta, el actual Presidente declaró que durante su mandato el Estado se ocuparía de disminuir las desigualdades, a fin de garantizar al pueblo salud, educación y seguridad social. Sin embargo, las acciones que ha anunciado en sus primeros cuatro meses de gobierno evidencian que el objetivo real de su administración no es de ninguna manera reducir la brecha de la desigualdad entre los mexicanos.

A partir del 1º de enero de este año, el salario mínimo aumentó 16 por ciento, con lo que alcanzó los 102 pesos. En primer lugar, este aumento es insuficiente para que los trabajadores puedan adquirir los bienes que necesitan para tener una vida digna. En segundo, la Comisión Nacional del Salario Mínimo decidió aplicarlo solo a las personas que perciben un salario mínimo; éstos, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, son 8.7 millones de mexicanos, de los cuales 4.2 millones son trabajadores informales –que nada tienen que agradecerle al Presidente–, mientras que los otros 4.5 millones fueron los que recibieron el aumento. Tenemos, pues, que este incremento salarial, además de insuficiente, solo beneficia una mínima parte de los 53.4 millones de pobres que hay en el país.

Otra de las acciones anunciadas como política eje del Gobierno Federal, es la puesta en marcha de los programas asistenciales, en los que este año se destinarán 317 mil millones de pesos del gasto del gobierno. Tres de estos programas consumen el 80 por ciento de este rubro: a) el programa Jóvenes Construyendo el Futuro, que consiste en un regalo de mano de obra del Estado a las empresas más grandes de México, sin que éstas se comprometan a contratar en el futuro a los jóvenes; b) la pensión para adultos mayores y c) las becas de educación media superior Benito Juárez. Los tres son de carácter universal, es decir, estos apoyos gubernamentales se entregan lo mismo a un adulto mayor que a un estudiante, independientemente de si pertenece al 10 por ciento más rico o al 10 por ciento más pobre. Esto significa que el dinero se otorga lo mismo a un estudiante que tiene que trabajar para ayudar a su familia, que a otro cuya familia le paga sus estudios en el Instituto Tecnológico Autónomo de México. Con esto, en lugar de mitigar la desigualdad, crea las condiciones para que ésta se siga reproduciendo a pasos acelerados.

Finalmente, la fracción parlamentaria de Morena había anunciado que promovería en el Congreso iniciativas de reforma a las leyes de Instituciones de Crédito en Materia de Comisiones Bancarias y para la Transparencia y Ordenamiento de los Servicios Financieros para eliminar comisiones en los servicios bancarios y que habrían disminuido en un 37 por ciento las ganancias de este sector empresarial. Sin embargo, el propio mandatario federal anunció posteriormente que no promoverá ninguna legislación que afecte a los banqueros con el argumento de que la competencia debe hacer su trabajo y que las comisiones se irán eliminando poco a poco. Desde 1980, el Estado mexicano ha apostado a la regulación de los precios por vía de la competencia y lo único que ha generado es la formación de monopolios y el crecimiento de la brecha de desigualdad. La desigualdad es una de las consecuencias naturales del mercado, y desde hace tiempo el Estado no solo sigue el principio liberal de “dejar hacer, dejar pasar”, sino que ahora ayuda a las grandes empresas a concentrar la riqueza producida por todos los mexicanos. Por lo tanto, el actual Gobierno de la República no está realizando nada importante ni fundamental para atacar el problema de la desigualdad, ni el de la pobreza.


Samira Sánchez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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