Abril 2023

Neoliberalismo

A raíz del prolongado período de crisis social y económica de la década de 1970, caracterizado por episodios de “estanflación” (una profunda recesión combinada con alta inflación, un fenómeno aterrador hasta entonces desconocido en el mundo capitalista desarrollado), así como por un creciente malestar social interno y amenazas de revolución en el extranjero, la clase dominante se desplazó hacia una nueva ideología para consolidar su poder y volver a legitimar el maltrecho sistema capitalista. El giro hacia el “neoliberalismo”, experimentado por primera vez bajo el régimen brutal de Pinochet en Chile después de que un golpe respaldado por la CIA derrocara a Salvador Allende, se instaló plenamente en el mundo capitalista desarrollado con la presidencia de Ronald Reagan en los EE. UU. y el liderazgo de Margaret Thatcher en el Reino Unido. Este golpe de timón neoliberal se entiende generalmente como el rechazo al gobierno intervencionista “keynesiano” y un regreso a los dictados del capitalismo de “laissez-faire”, que exige desregulación, desmantelamiento de los servicios públicos, recortes de impuestos a las corporaciones y a los ricos, “libre comercio”, privatización del sector público, austeridad, etc. Sin embargo, más allá de transformaciones puramente económicas, el neoliberalismo marcó una nueva etapa en la lucha de clases: la élite gobernante se propuso arrebatarle al movimiento obrero y a la izquierda las conquistas obtenidas durante las décadas anteriores.

Una de las primeras medidas importantes de Reagan después de comenzar su mandato presidencial en 1981 fue despedir a más de 10.000 controladores de tráfico aéreo que estaban en huelga por mejores salarios. Paul Volcker, en ese momento presidente del banco central de EE. UU., calificó esta decisión de Reagan como “la acción individual más importante de la administración para ayudar en la lucha antiinflacionaria”, señalando la importancia que el actual gobierno le daba a domar el poder del movimiento obrero. De manera similar, el gobierno de Thatcher, en el Reino Unido, aplastó violentamente una huelga de más de un año de los mineros del carbón, una acción que su administración consideró una victoria decisiva sobre los trabajadores.

Con el inicio del neoliberalismo llegó una nueva ola de reformas anti obreras, así como una mayor escalada de la Guerra Fría y renovados sentimientos de anticomunismo en Occidente. Si bien la Ley antisindical Taft-Hartley de 1947 había regido ya durante muchos años, la era del neoliberalismo vio a las empresas aprovechar sus disposiciones con mayor frecuencia, así como a tribunales más conservadores que emitieron decisiones favorables a los patrones en las disputas laborales. Con los socialistas y comunistas ya eliminados de sus filas, el movimiento obrero de EE. UU. experimentó un declive constante: la afiliación sindical disminuyó de un máximo histórico de más del 30 % en 1950 a menos del 10 % en 2015.

El debilitamiento del movimiento obrero, la purga de socialistas de sus filas, la guerra contra la disidencia revolucionaria que culminó con el asesinato del líder de las Panteras Negras, Fred Hampton, de 21 años de edad, y la creciente hegemonía neoliberal, provocaron una rápida desintegración de cualquier esbozo de izquierda organizada en Estados Unidos. Al carecer de organizaciones cohesionadas que pudieran proporcionar un liderazgo revolucionario y construir una nueva generación de cuadros, los marxistas se retiraron en gran medida a al aislado mundo de la academia, y las pequeñas fuerzas organizadas permanecieron divididas en pequeñas camarillas con permanentes luchas internas y membresías en declive. Simultáneamente, en la academia surgió un creciente rechazo a la concepción de la clase social como punto focal de organización política, y se le reemplazó con otras facetas de opresión centradas en la identidad (por ejemplo, género, raza, orientación sexual, etc.), relegando aún más al marxismo a la periferia. Esto coincidió con el surgimiento de una rama de la filosofía conocida como “posmodernismo”, que rechazó las “grandes narrativas” propugnadas por métodos de análisis como el marxismo. Este desarrollo intelectual fue visto por la CIA gran entusiasmo, que aplaudió, por ejemplo, la desaparición de la “última camarilla de sabios comunistas” en la escena intelectual francesa a mediados de la década de 1980. En el momento del colapso de la Unión Soviética a principios de la década de 1990, las fuerzas del marxismo en los EE. UU. ya estaban efectivamente muertas.

La caída del socialismo en Europa del Este fue recibida con una profunda sensación de triunfo por parte de la clase dominante estadounidense, que celebró lo que Francis Fukuyama llamó “el fin de la historia”, es decir, lo que se percibía como la victoria final del capitalismo global y la destrucción del principal enemigo del imperio estadounidense. Sin la existencia de una alternativa poderosa, representada anteriormente por la Unión Soviética (una amenaza que una obligó a las clases dominantes de Occidente a crear el estado de bienestar para evitar la revolución) la clase dominante apuntó de lleno a desmantelar las instituciones creadas o conquistadas por la clase obrera en el periodo de posguerra. Mientras que el Partido Republicano había iniciado el giro neoliberal con la presidencia de Reagan en la década de 1980, la elección del demócrata Bill Clinton en 1992 marcó la consolidación total del neoliberalismo también en el Partido Demócrata. Clinton hizo retroceder aún más la red de seguridad social con “reformas” al sistema de bienestar, aseguró el dominio del libre comercio defendiendo el TLCAN y derogó regulaciones críticas sobre la banca y las finanzas, reformas que luego conducirían directamente al colapso financiero de 2008. El Partido Demócrata, anteriormente considerado como “el partido del trabajo”, se despojó por completo de cualquier lealtad a su base obrera en su búsqueda por superar al Partido Republicano en el financiamiento corporativo. Durante las décadas posteriores a los setenta, los trabajadores estadounidenses experimentaron el estancamiento de sus salarios, costos de vida en aumento, la eliminación de servicios públicos y el crecimiento dramático de la desigualdad. Esto condujo al agudizamiento de la escasez de vivienda,  al aumento del crimen, la drogadicción, las enfermedades mentales y las llamadas “muertes por desesperación”.

Etapa contemporánea

Pero, aunque la izquierda organizada fue efectivamente aniquilada, recurrentemente surgieron focos espontáneos de resistencia al orden neoliberal durante las dos décadas posteriores al colapso del bloque soviético. En noviembre de 1999, decenas de miles de personas se reunieron en Seattle para protestar contra una conferencia de la Organización Mundial del Comercio (OMC), lo que provocó enfrentamientos violentos con la policía, cientos de arrestos y la participación de la Guardia Nacional para sofocar las protestas. Del mismo modo, cientos de miles de ciudadanos protestaron en el periodo previo a la invasión de Irak buscando evitarla; tan solo el 15 de febrero de 2003 se manifestaron más de 400 mil personas en Nueva York. En 2006, millones protestaron contra cambios a la política de inmigración. Finalmente, a raíz de la recesión de 2008, en la que millones de familias perdieron sus hogares y pensiones, y que abrió un período prolongado de desempleo y transferencia de riqueza con rescates a los bancos considerados “demasiado grandes para quebrar”, el popular movimiento de 2011, Occupy Wall Street, hizo que “la clase social” regresara al centro de la política estadounidense. Comenzando con la toma del parque Zuccotti de la ciudad de Nueva York, ubicado en uno de los distritos financieros más importantes del mundo, y pronto extendiéndose a ciudades de todo el país e incluso más allá, el movimiento evidenció la desigualdad económica y el poder oligárquico de las grandes finanzas. Popularizó la noción de “el 99%”, es decir, la idea de que la mayoría de la población debe unirse contra el 1% más rico, que ejerce el poder económico y político. Al carecer de una organización cohesiva que le permitiera enfrentar la infiltración policial y represión, el movimiento finalmente se desvaneció. No obstante, Occupy Wall Street dejó un impacto duradero en la conciencia estadounidense al mostrar que, a pesar de las proclamaciones sobre “el fin de la historia”, no todo estaba bien ni siquiera en el mismo corazón del capitalismo global. El neoliberalismo, pues, no escapaba al juicio de las masas populares.

Desde entonces, se ha observado un repunte particularmente sostenido en el activismo político que se centra en cuestiones de desigualdad racial, especialmente en sus manifestaciones de brutalidad policial y encarcelamiento masivo. En 2013, tras la absolución de un hombre que mató a tiros a Trayvon Martin, un adolescente negro desarmado, el hashtag #BlackLivesMatter comenzó a ser tendencia en las redes sociales. El eslogan pronto atrajo la atención internacional, al proliferar videos de asesinatos policiales de personas negras desarmadas, lo que provocó algunos de los movimientos de protesta más grandes en la historia moderna de los Estados Unidos. Grandes manifestaciones estallaron en 2013 y 2014 luego de los asesinatos policiales de Michael Brown y Eric Garner en Ferguson, Missouri, con docenas de otros asesinatos recibiendo más atención local a lo largo de los años. Finalmente, el asesinato policial de George Floyd en Minneapolis en 2020, particularmente espantoso y capturado completamente en video desde múltiples ángulos, provocó las protestas más grandes de Black Lives Matter hasta la fecha, con una participación estimada de 15 a 26 millones de personas.[1] Las protestas a raíz del asesinato de George Floyd recibieron amplia cobertura y llevaron a que las demandas de igualdad racial fueran retomadas, al menos retóricamente, en los niveles superiores de la sociedad, con el Partido Demócrata presentándose a sí mismo como el campeón de la justicia racial y con las corporaciones estadounidenses adoptando los objetivos de “diversidad e inclusión”. Sin embargo, la política adoptada por el Partido Demócrata y las empresas consiste, en los hechos, en “diversificar” a la clase dominante. Esto contrasta con muchos activistas locales, que han relacionado los problemas de desigualdad racial con la clase y el sistema capitalista, subrayando, por ejemplo, que el 19.5% de los estadounidenses negros vive por debajo del umbral de la pobreza, en comparación con el 8.2% de los estadounidenses blancos, y que el 47% de los estadounidenses negros gana menos de 15 dólares por hora, en comparación con el 32% de la población total.

La insostenibilidad del statu quo se hizo claramente visible en las elecciones presidenciales de 2016. En las primarias republicanas, el “forastero político” Donald Trump realizó una exitosa campaña “antisistema”, rompiendo tabúes del Partido Republicano al criticar duramente el libre comercio, condenando la guerra en Irak y pidiendo “drenar el pantano” en Washington, lo que significaba tildar a las élites políticas de corruptas y dignas de desprecio.

En las primarias demócratas sucedía algo aún más sorprendente: la campaña del autodenominado “socialista democrático” Bernie Sanders. Sanders, independiente de toda la vida y crítico del Partido Demócrata, también llevó a cabo una campaña antisistema, y ​​casi ganó las primarias contra el modelo de las élites políticas serviles de Wall Street, representado por Hillary Clinton. Tanto Trump como Sanders dieron voz a los antagonismos de clase que enfrentan los trabajadores estadounidenses: salarios bajos, desempleo y precariedad creciente. Pero, mientras Trump culpó al establecimiento político y al “Otro”, utilizando una retórica racista y xenófoba para demonizar a los inmigrantes, Sanders señaló a la clase capitalista como el enemigo del pueblo estadounidense. En realidad, Sanders no es un socialista, sino un socialdemócrata que quiere emular los estados de bienestar más integrales de Europa occidental en los EE. UU., pidiendo atención médica universal, aumento del salario mínimo, educación universitaria gratuita, legislación favorable a los sindicatos, etc.[2] No obstante, al incluir en su discurso cosas como el enfrentamiento entre la clase trabajadora y la “clase multimillonaria”, Sanders, al igual que el movimiento Occupy Wall Street antes que él, revivió una conciencia política que yacía dormida desde hace mucho tiempo en EE. UU.: la del conflicto de clases. Aunque Sanders perdió las primarias demócratas de 2016 y 2020 (gracias en parte a que el Comité Nacional Demócrata corrupto conspiró en su contra y a favor de Hillary Clinton al menos en 2016), su campaña provocó un resurgimiento de las ideas marxistas y de intentos de organización socialista que no se habían visto en décadas.

La creciente influencia de las ideas socialistas se pudo observar claramente con la expansión de una organización nacional llamada Socialistas Democráticos de América (DSA)[3]. Con existencia desde la década de 1980, DSA creció de unos pocos miles de miembros en 2014 a más de 90,000 en 2022, y la mayor parte de este crecimiento se atribuye a su participación en las campañas de Sanders en 2016 y 2020.[4] Como una organización “de base amplia” con múltiples tendencias,  DSA explícitamente no se adhiere a ninguna ideología coherente y da la bienvenida a una amplia variedad de izquierdistas en su membresía, desde liberales de izquierda hasta marxista-leninistas y anarquistas, con inclinaciones y enfoques políticos organizativos que varían de una rama a otra. Varios “grupos de trabajo” dentro de DSA han estado activos en sindicatos y en movimientos por la justicia ambiental y racial, vivienda equitativa y derechos de inmigración. Sin embargo, desde la campaña de Sanders de 2016, DSA es más conocida por apoyar varias campañas electorales locales y nacionales en EE. UU. La elección de Alexandria Ocasio-Cortez, miembro de DSA, a la Cámara de Representantes en 2018, puso a la organización en el centro de atención nacional. Sin embargo, dado que los miembros de DSA no deben rendir cuentas a la organización, una vez elegidos al cargo, los candidatos respaldados por DSA han adoptado políticas contrarias a gran parte de la militancia, lo que ha dado lugar a debates dentro de la organización y llamamientos de algunos para un cambio sistémico. Alexandria-Ocasio Cortez y otros miembros del llamado “Escuadrón”[5] progresista en el Congreso, por ejemplo, han votado a favor de aumentos en el presupuesto militar de EE. UU., apoyado las políticas imperialistas del Partido Demócrata, y en general se han rehusado a cuestionar significativamente al establecimiento del partido. El tiempo dirá si DSA simplemente se establece como el ala izquierda del Partido Demócrata (una posición liberal defendida por muchos dentro de la organización), o si algunos elementos de DSA pueden organizarse en una fuerza de lucha genuina y relevante por el socialismo.

El crecimiento de DSA y el auge de las ideas socialistas a raíz de la campaña presidencial de Bernie Sanders en 2016 también se vieron favorecidos por la proliferación de una nueva ola de medios de comunicación con tendencias socialistas. Revistas, diarios, podcasts, canales de streaming, etc. nuevos o en renacimiento, crecieron en popularidad aprovechando el desarrollo de estas nuevas plataformas informativas, especialmente entre la generación más joven. La revista Jacobin, que se lanzó en 2010 y estaba administrada en gran parte por miembros de DSA y otros asociados con la organización, vio triplicarse sus suscripciones, de 10,000 en el verano de 2015, a 32,000 a principios de 2017. Otras revistas y medios de noticias de izquierda como Counter Punch, Current Affairs, y Mintpress News recibieron aumentos similares en el número de lectores. Otras modalidades, como podcasts o canales de YouTube de tendencia marxista también han ganado popularidad en los últimos años.

Además de DSA, también ha habido crecimiento en diversas organizaciones socialistas más pequeñas y cohesionadas. Alternativa Socialista (SA), la rama estadounidense de la Alternativa Internacional Socialista Trotskista (ISA), recibió atención nacional después de la elección de una de sus miembros, Kshama Sawant, para el consejo de la ciudad de Seattle en 2013. Tras la elección de Sawant, Seattle se convirtió en la primera ciudad importante de los EE. UU. en adoptar un salario mínimo de $15, y Sawant posteriormente llegó a los titulares nacionales al abogar por el control de alquileres y gravar a las corporaciones más grandes de la ciudad, incluida Amazon. Al igual que DSA, SA experimentó un crecimiento significativo desde 2016, con una militancia que pasó de menos de 250 en 2010, a más de 1,000 en 2018, y participa activamente en varias campañas así como en el movimiento obrero, aunque no ha tenido éxito en intentos posteriores de postular a más miembros para un cargo político. Sin embargo, a diferencia de DSA, SA es una organización de cuadros centralista democrática, lo que significa que la membresía implica más que el simple pago de cuotas: requiere, entre otras cosas, participación activa y educación política. Otras organizaciones más cohesionadas dedicadas a la construcción de cuadros políticos incluyen el Partido por el Socialismo y la Liberación (PSL), los Comunistas Revolucionarios de América, el Partido Comunista de EE.EUU (cuyo origen se remonta al CPUSA) y muchas otras, todas las cuales han experimentado incrementos en su membresía en la última década. No obstante, el número total de miembros de cada una de estas organizaciones sigue siendo bastante pequeño, y la mayoría no pasa de los cientos.

Así, aunque la campaña de Bernie Sanders de 2016 devolvió el término “socialismo” al discurso estadounidense y condujo a un resurgimiento sin precedentes del interés por las ideas marxistas y aumentos en la membresía de organizaciones socialistas, hasta ahora el impacto de las fuerzas del socialismo en los EE. UU. no debe ser exagerado. Aunque algunos candidatos de tendencia izquierdista, varios de los cuales incluso se llaman a sí mismos socialistas, han sido elegidos para cargos locales, estatales y federales, no ha habido ningún cambio en la política nacional favorable al socialismo. El establecimiento tradicional del Partido Demócrata sigue controlando firmemente al partido. El poder de los sindicatos, aunque posiblemente iniciando su repunte, sigue siendo relativamente débil. Estos siguen estando altamente burocratizados y son dependientes del establecimiento del Partido Demócrata. En ese sentido, están separados de cualquier sentido de lucha de clases colectiva. Los intereses del imperialismo reciben cero resistencia efectiva, incluso de la mayoría de las organizaciones socialistas[6]. Además, las membresías actuales de las organizaciones socialistas están constituidas generalmente por una pequeña sección de la generación más joven de estadounidenses provenientes de entornos de clase relativamente alta, especialmente aquellos con educación universitaria, que observan cómo se deterioran sus niveles de vida, pero siguen estando en gran medida separados de los estadounidenses pobres y de clase trabajadora. Así, mientras el Partido Demócrata, que sigue siendo el centro de atención de muchos activistas socialistas, se ha convertido cada vez más en el partido de la élite, el Partido Republicano, que desarrolló su propia versión de un ala antisistema desde la elección de Donald Trump, está ganando popularidad entre los pobres.[7]

En suma, los esfuerzos de organización socialista están actualmente paralizados. Pero el gran potencial sigue allí, como lo demuestra el entusiasmo por las campañas antisistema de Sanders y Trump, el aumento en la membresía de diferentes organizaciones socialistas, y la elección de algunos candidatos progresistas a cargos públicos. Las percepciones del socialismo entre los ciudadanos estadounidenses también reflejan este potencial. La pandemia disminuyó las opiniones positivas sobre el capitalismo tanto entre demócratas como republicanos.[8]  Los estadounidenses negros, en particular, son más positivos hacia el socialismo que hacia el capitalismo, y las opiniones favorables hacia el socialismo aumentan en las clases bajas, mientras que las opiniones favorables hacia el capitalismo disminuyen. La tarea de atraer a las clases bajas a las organizaciones socialistas es, pues, posible, pero sigue pendiente.[9] Por supuesto, estas percepciones del socialismo pueden significar gran variedad de cosas, que pueden incluir simplemente opiniones favorables a una visión socialista democrática como la de la campaña de Sanders. No obstante, esto marca de todos modos un enorme cambio con respecto a la historia reciente de Estados Unidos, en la que el “socialismo” estaba prácticamente prohibido en el discurso político. Está claro que existen sentimientos antisistema generalizados y un deseo de cambio económico entre los estadounidenses, pero queda por ver si las fuerzas del socialismo en los EE. UU. pueden desarrollar un movimiento popular que pueda atraer a una amplia gama de trabajadores a su programa y construir fuerzas efectivas de organización.


Bridget Diana y Evan Wasner son economistas por The University of Massachusetts Amherst.

[1] https://www.nytimes.com/interactive/2020/07/03/us/george-floyd-protests-crowd-size.html

[2] El Bernie Sanders de 1980 era de hecho mucho más radical que el Bernie Sanders de hoy, particularmente como crítico del imperialismo. Mientras que Sanders en la década de 1980 condenó abiertamente la guerra sucia de los EE. UU. en Nicaragua y elogió los avances de Cuba en alfabetización y atención médica, hoy, Sanders, lamentablemente, regurgita en gran medida los puntos de conversación del Departamento de Estado de los EE. UU. cuando se trata de política exterior.

[3] Democratic Socialists of America (DSA)

[4] Si bien el crecimiento de la membresía es impresionante, debe tenerse en cuenta que ser un “miembro” simplemente significa registrarse para pagar las cuotas en línea y no requiere una participación activa.

[5] Conocidos en EE.UU. como “the squad”.

[6] Quizás no sea una coincidencia que, después de muchas décadas de infiltración encubierta y ataques de los servicios de inteligencia, la mayoría de las organizaciones socialistas que existen hoy en los EE. UU. reflejan en gran medida al Departamento de Estado de los EE. UU. en términos de política exterior.

[7] Por ejemplo, el Partido Demócrata actualmente tiene 41 de los 50 distritos más ricos del Congreso, incluidos los 10 principales, mientras que el Partido Republicano controla la mayoría de los condados rurales de bajos ingresos.

[8] https://www.axios.com/2021/06/25/americas-continued-move-toward-socialism

[9]https://www.pewresearch.org/politics/2022/09/19/modest-declines-in-positive-views-of-socialism-and-capitalism-in-u-s/

Abril 2023

Los daños que el hombre ha generado a la naturaleza son innegables y una de sus expresiones más acabadas es el cambio climático. De acuerdo con datos de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), el cambio climático y sus efectos se intensificaron de 2015 a 2019, al grado que se presume que fue el quinquenio más cálido jamás registrado; adicionalmente, la concentración de gases de efecto invernadero han aumentado a niveles sin precedentes, confirmando una tendencia al aumento en el futuro (Organización Meteorológica Mundial 2019). De acuerdo con Quiggin, Daniel, Kris De Meyer, Lucy Hubble, y Antony Froggat (2021), se estima que para 2050 alrededor del 40% de las tierras cultivables a nivel mundial estarán expuestas a sequías graves cada año y el rendimiento de los cultivos se verá disminuido, además, por la reducción de la duración de los cultivos y el estrés térmico. Las sequías causadas por el cambio climático provocarán escasez de agua, que en la actualidad se presume que es una de las causas ambientales más importantes de mortalidad prematura, ya que afecta el saneamiento y la alimentación de la población. Para 2040 se estima que casi 700 millones de personas al año estarán expuestas a este tipo de catástrofes naturales por al menos seis meses (Quiggin, y otros 2021).

Ante esta problemática debemos cuestionarnos si la existencia del hombre en general requiere forzosamente de la devastación de los recursos naturales, o si más bien el que se miren así las cosas es por la reproducción del hombre en el modo de producción capitalista. En este sentido, el objetivo del presente ensayo es analizar, desde una perspectiva marxista, la relación que hay entre el hombre y la naturaleza y mostrar que ésta no tiene que ser forzosamente una relación de exterminio, pero que si se presenta así en la actualidad, ello se debe al modo de producción capitalista en el que vivimos. El ensayo estará conformado de tres partes. En la primera se abordará de manera general la relación que hay entre la naturaleza y el hombre en Marx; en la segunda se explicará brevemente cómo la lógica de acumulación capitalista hace que entre en “conflicto” la reproducción de la naturaleza y la reproducción del hombre en el modo de producción capitalista; finalmente, en tercer lugar, se darán las conclusiones.

Hombre y naturaleza en Marx

De acuerdo con Grundmann (1991), algunos académicos con tendencias marxistas afirman que el marxismo se ha centrado más en la explotación del hombre por el hombre y que se ha dejado a un lado el problema de la dominación violenta de la naturaleza por el hombre. Por ejemplo, Bobbio (1987) sostiene que el tema central del marxismo, que es la explotación del hombre por el hombre, ha perdido vigencia porque en la actualidad las relaciones de opresión entre hombres ya son inadmisibles moralmente, que ahora se debe reclamar la eliminación de la cosificación de la naturaleza y que deje de ser explotada por el hombre. Éste autor y Giddens ven el problema en el desarrollo de las fuerzas productivas y en la dominación de la naturaleza. Adicionalmente, muchos intelectuales de izquierda se han dejado seducir por la idea de reducir la crítica al sistema a la crítica “ecológica”, y plantean, incluso, que debiera sustituirse el objeto de la historia, cambiando de la lucha de clases por la lucha entre el hombre y la naturaleza. Todas estas posiciones cambian su orientación de clase por la defensa de la naturaleza y quieren analizar todo desde un punto de vista “ecocéntrico” (Grundmann 1991).

Martínez Alier y Schlupman (1991) en el apartado XIII de La ecología y la economía sostienen que en Marx y en los pensadores marxistas no hay un análisis de la reproducción humana que tome en cuenta una economía basada en recursos agotables. Argumentan también que la economía marxista ha dado un tratamiento a la cuestión de los recursos naturales más bien “ricardiano” –es decir, que solo importa la distribución de los recursos y no la obtención de ellos– y que los esquemas de reproducción simple y ampliada de Marx dejaron de lado el problema de la disponibilidad de recursos naturales y su capacidad para limitar todo tipo de reproducción humana. Además, sostienen que hay una ausencia de preocupación por la asignación intertemporal de los recursos agotables entre generaciones. Es decir, que desde el marxismo no se entabló un diálogo entre la producción y el cuidado de los recursos naturales (Martínez y Klaus 1991). 

Sin embargo, deberíamos pensar: ¿está peleada la lucha por la eliminación de la explotación del hombre por el hombre con la lucha por frenar la devastación de la naturaleza? ¿Acaso la liberación del hombre no implica una mejor relación entre el hombre y la naturaleza? A pesar de que Marx no escribió explícitamente sobre este problema, se puede reconocer qué pensaba sobre la relación entre el hombre y la naturaleza a través de varios de sus escritos. En el capítulo cinco de El capital se analiza esta cuestión.

Marx comienza con el proceso de trabajo, que es el momento en el que entra en acción la relación hombre-naturaleza mediante la actividad trabajo. Este proceso es transversal a todas las formaciones sociales porque es la forma en que el hombre social se organiza para producir los objetos que le son necesarios para sobrevivir, es decir valores de uso. En este proceso intervienen diversos factores: en primer lugar está el objeto de trabajo que se transforma en el valor de uso, y puede ser algo previamente modificado por el hombre o simplemente un objeto tomado de la naturaleza sin previa modificación; en segundo lugar están los medios con los que se trabaja, que van desde las condiciones necesarias para que se pueda producir, como la luz o electricidad, hasta las herramientas necesarias para  modificar los objetos de trabajo, como un martillo o una máquina de coser; en tercer lugar está el trabajo, que es la acción que realiza el hombre, mediante los medios de trabajo, para transformar los objetos de trabajo en valores de uso.

Como decía Marx, retomando a William Petty, la naturaleza es la madre de la riqueza y el trabajo es el padre. Todos estos elementos que intervienen en el proceso de trabajo, donde se crean los valores de uso, provienen de la naturaleza: “[…] La tierra es su despensa primitiva y es, al mismo tiempo, su primitivo arsenal de instrumentos de trabajo” (Marx 1946, 132). La propia tierra que es empleada para cultivar el alimento y los animales domesticados, desempeñan un papel fundamental como instrumentos de trabajo. En este sentido, el medio general de trabajo de la especie humana es la tierra misma, es la que da al obrero los objetos para producir y a su actividad, el trabajo, el lugar donde desempeñarla. Es decir que toda la sociedad no podría sobrevivir sin la naturaleza porque no tendría manera de abastecerse para poder satisfacer sus necesidades, desde las fisiológicas hasta las más propias del capitalismo moderno como un teléfono o un coche (Marx, 1946).

Sin embargo, esta no es la única razón por la que el ser humano necesita de la naturaleza. El trabajo, dice Marx, es un proceso que se da entre la naturaleza y el hombre, donde éste último realiza, regula y controla mediante su propia acción, su intercambio de materias con la naturaleza. El hombre con su trabajo transforma la naturaleza y a la vez se transforma a sí mismo, modifica su propia naturaleza porque desarrolla sus potencialidades físicas e intelectuales, sus capacidades creativas y todo su ingenio. La naturaleza del trabajo que realiza el hombre es lo que lo hace diferente de otros animales, que es que el trabajo que se efectúa es previamente pensado: “[…] Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso ya existía en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal” (Marx 1946, 131). De esto se deduce que la naturaleza no solo es la fuente de abastecimiento de recursos para el ser humano, sino que también es condición necesaria para que él mismo pueda desarrollarse plenamente, puesto que le permite realizar la actividad trabajo que lo diferencia de otros animales y, además, le permite desarrollarse como especie.

De acuerdo con Grundmann (1991), lo que importaba a Marx era el desarrollo personal de los seres humanos; en este sentido, cuando se refiere al desarrollo de las fuerzas productivas no se refiere a su progreso per se, sino a un progreso en un sentido amplio, es decir, como un proceso de despliegue de la autorrealización humana. Esto descarta la idea de una relación de exterminio y sometimiento violento de la naturaleza a las necesidades del hombre, puesto que de esta forma estaría violentando el medio que necesita para realizar el trabajo que lo hace ser humano y de donde puede abastecerse para satisfacer sus necesidades. La relación naturaleza-hombre no es de “conflicto o armonía”, y no puede pensarse así porque en realidad el hombre siempre está en unidad y transformación con la naturaleza, como Marx dice en La ideología alemana. Esta unidad del hombre con la naturaleza siempre ha existido en todas las épocas y siempre cambia en éstas su forma de relacionarse dependiendo del desarrollo de la industria. La naturaleza en Marx no es antropomorfa y no tiene un fin en sí misma, es el hombre quien le impone sus fines, pero para ello debe respetar las leyes de la naturaleza. Dominación no implica violación. Como diría Grundmann citando a Bacon: “El hombre, siendo el siervo e intérprete de la naturaleza, puede hacer y entender tanto y tanto como haya observado de hecho o de pensamiento el curso de la naturaleza, más allá de esto no sabe nada ni puede hacer nada. Es decir, el hombre impone sus fines a la naturaleza, pero no puede encauzar o manipular la naturaleza de forma arbitraria” (Grundmann 1991, 62).

En este sentido, una preocupación por la naturaleza de Marx se refleja en que la considera como el cuerpo inorgánico del hombre, con el que debe permanecer en continuo intercambio si no quiere morir. Cualquier uso despreocupado de los recursos, cualquier contaminación de la tierra que supere un determinado grado puede resultar perjudicial para el bienestar del ser humano (Grundmann 1991).

La naturaleza y la lógica de acumulación capitalista como reproducción del hombre

En el proceso de trabajo capitalista tiene que haber, forzosamente, un proceso de valorización, que es un proceso continuo de creación y aumento de plusvalía. En el proceso de producción de mercancías los valores de uso se producen pura y simplemente porque son encarnación material del valor, materializado por el trabajo, que es lo que les permite intercambiarse. 

El capitalista persigue dos objetivos: producir un valor de uso y que su mercancía cubra y rebase la suma de valores de las mercancías invertidas en su producción, es decir, que exista una cantidad de plusvalía creciente. No le basta, por tanto, producir valores de uso, ese además no es su objetivo, sino valor. En este sentido, la producción a nivel social estará determinada por la necesidad de valor de los capitalistas y no por la satisfacción de las necesidades reales de la sociedad. La relación de unidad y transformación entre el hombre y la naturaleza de la que hablábamos en la primera parte de este escrito se convierte en una relación de dominación violenta, dictada por las relaciones sociales de producción que en el capitalismo son de explotación.

En el capitalismo, donde el proceso de trabajo se convierte en proceso de valorización, ocurren dos cosas. En primer lugar, la mejora en las técnicas de producción y la profundización de la división del trabajo permiten que cada trabajador se especialice en una parte muy pequeña de todo el proceso de producción, reduciendo así el valor de los conocimientos del trabajador sobre el proceso de realización de un producto y, por tanto, éstos se vuelven remplazables. Ya no es necesario distinguir entre trabajadores con base en sus habilidades para realizar un trabajo concreto, ya solo interesa el hombre como creador de valor. Ocurre lo mismo con la naturaleza; aquí ya no se trata de la calidad de la naturaleza, sino pura y exclusivamente de su cantidad, ahora solo interesa en cuanto a que absorbe y asimila una cantidad determinada de trabajo y se le impregna valor. No interesa en absoluto la circunstancia del objeto sobre el que recae el trabajo; solo interesa en lo que se convertirá (Marx, Capítulo V, El Capital 1946). En segundo lugar, el trabajo deja de ser una actividad previamente pensada por quien la realiza, puesto que ésta decisión le es impuesta por quien compra su trabajo, por el capitalista. Además, el trabajador ahora desconoce el mismo proceso de trabajo y se resigna a hacer la actividad mecánica que le asignan, como mover una palanca, alimentar una máquina, etc. 

El problema de minimizar el papel de la naturaleza en el capitalismo atraviesa todos los ámbitos de la vida moderna. Esto se evidencia aún más en la forma en que los académicos conciben el proceso de producción. Como mencionan Hinkelammert y Mora (2016) en el Capítulo IV de su libro Hacia una economía para la vida, la teoría neoclásica analiza la producción únicamente tomando en cuenta aspectos meramente técnicos y lineales. Se pierde de vista que la reproducción y el desarrollo del hombre es la razón de ser del proceso productivo, y los elementos que hacen posible la vida del productor son, a la vez, el objetivo del proceso de trabajo. En la teoría neoclásica por ninguna parte se hace referencia a la subsistencia del productor y las horas de trabajo son vistas como otro “insumo”. No se hace mención de que el productor tiene que satisfacer sus necesidades más allá de ser fuente de trabajo. Esto, dicen los autores, es fruto de querer ver todo desde el punto de vista técnico, como si el hombre fuera simplemente un objeto en la producción.  Lo mismo ocurre con la naturaleza, que se convierte en un “factor de la producción” que en ocasiones es remplazada por el “capital”.  Al representar el proceso de trabajo en una función de producción, el trabajo humano y los “factores de producción” pierden sus cualidades particulares; en términos cuantitativos, para producir cierta cantidad de producto, son llamados coeficientes técnicos (Hinkelammert y Mora 2016).

En el proceso de producción capitalista el “trabajo” aparece como una mercancía y su uso se pone a disposición de una persona ajena al trabajador directo. Aquí se presentan tres fenómenos característicos: 1) el producto que se crea es propiedad del capitalista; 2) el trabajador labora bajo el control capitalista; 3) el trabajador se asume como individuo y pierde de vista que forma parte de un colectivo (Marx, Capítulo V, El Capital 1946). Esto tiene una implicación importante que es la enajenación del individuo a tres niveles, y con ella hay un cambio en la relación del hombre con la naturaleza. En primer lugar, se da la enajenación del obrero respecto al producto de su trabajo, que implica que la naturaleza se le presente como algo extraño que no le provee los bienes necesarios para su subsistencia, es decir que hay una separación entre él y la naturaleza. En segundo lugar, el trabajador ya no controla el proceso de trabajo y por tanto, ya no hay este diálogo entre el hombre y la naturaleza que le permitía desarrollar sus capacidades creativas y físicas, es decir, que lo hacían ser humano. En tercer lugar, el hombre pierde de vista que forma parte de un todo orgánico que es el medio natural, y que por tanto, todo lo que le ocurra a la naturaleza le afectará a él como individuo que forma parte de la sociedad, además de que no percibe que los responsables de la actual crisis de la naturaleza que atravesamos es resultado de los procesos histórico que la humanidad ha tenido y no de los individuos aislados.

Conclusiones

Ante todo lo expuesto anteriormente se puede decir que a pesar de que Marx no fue explícito en su planteamiento de cómo debe ser la relación entre el hombre y la naturaleza, es falso decir que no planteó las implicaciones que tiene para la naturaleza el tipo de relaciones de producción entabladas en el capitalismo. En primer lugar, como se mencionó en este documento, la búsqueda de la máxima ganancia y la interminable acumulación de capital provoca que se vea a la naturaleza como un objeto que solo importa en la medida en que puede absorber valor, es decir que se le ve únicamente en términos cuantitativos y, además, se le utilice en función de las necesidades de acumulación del capital y no de las necesidades de la mayoría de la sociedad. En segundo lugar, la enajenación del trabajo del obrero en el capitalismo rompe con la relación de unidad y transformación entre la naturaleza y el hombre, permitiendo que ésta se transforme en un relación de sometimiento violento del hombre hacia la naturaleza. Por estas cuestiones podemos afirmar que es erróneo querer sustituir la lucha de clases como motor de la historia por la lucha de liberación de la naturaleza de la dominación del hombre, pues solo en la medida en que se libere al hombre de su enajenación que le imponen las relaciones de producción capitalistas podrá volver a crearse una relación de unidad y transformación mutua del hombre con la naturaleza. Es decir, pues, que la lucha por la eliminación de la explotación del hombre por el hombre es la lucha por frenar el exterminio de la naturaleza.


Ollin Vázquez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Bibliografía

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Marzo 2023

Introducción

El gran problema del “desarrollo económico” consiste en que, para elevar el nivel de vida de la población, se necesita tanto aumentar productividad del trabajo para incrementar la riqueza por habitante, como lograr que esa riqueza producida llegue en cantidad suficiente a todas las personas. El estancamiento económico y la desigualdad en la distribución de los recursos son, entonces, los dos grandes obstáculos para mejorar los estándares de vida de la población. En la medida en que cualquiera de los dos se agrava (estancamiento o desigualdad), las posibilidades de que las masas accedan a una vida mejor se reducen o de plano desaparecen. Ahora bien, uno de los puntos centrales de esta problemática es que crecimiento y distribución no son dos fenómenos independientes, sino que están inseparablemente relacionados: lo que sucede en el ámbito del crecimiento impacta a la distribución, y viceversa. Tener esto en cuenta es crucial para entender al capitalismo latinoamericano en general y al mexicano en particular, caracterizados por una enorme desigualdad (incluso cuando se compara con otros países capitalistas) y un crecimiento económico siempre volátil que, en la mayoría de los casos, es insuficiente para sostener durante periodos prolongados procesos en los que mejore el nivel de vida de las masas trabajadoras.

Uno de los grandes aportes de la teoría marxista de la dependencia (TMD), cuya elaboración más completa en América Latina corresponde la Dialéctica de la dependencia de Ruy Mauro Marini (1973) es que aplica las herramientas proveídas por Marx en El Capital para explicar la relación entre crecimiento y desigualdad en los países periféricos, considerándolos dentro de la dinámica de la acumulación capitalista global. Al hacerlo, Marini contribuyó a elaborar una teoría del subdesarrollo que unifica el análisis del comercio internacional, de la evolución industrial y de la distribución del ingreso. Es esta capacidad de aplicar creativamente la metodología marxista a las condiciones específicas de América Latina lo que le dio su popularidad incomparable durante los setenta del siglo pasado. Sin embargo, las elaboraciones teóricas que han seguido a la obra de Marini, así como otros trabajos en la misma tradición adolecen de un problema común, que es la ausencia de análisis empíricos que permitan contrastar las proposiciones teóricas con la realidad y, en ese proceso, confirmarlas, reafirmarlas o refutarlas. El objetivo de este trabajo es sentar las bases para realizar esa tarea. Para eso, exponemos el argumento de la Dialéctica de la dependencia centrándonos en el concepto de desarticulación, que relaciona los niveles de explotación de la clase obrera (distribución funcional del ingreso) con la evolución de la estructura industrial de los países dependientes. Al final, presentamos una serie de vías por medio de las cuáles fortalecer a la teoría a través del análisis empírico de sus principales proposiciones.

Superexplotación, desarticulación y subconsumo

¿Qué es la súper explotación?

Para el marxismo, la clave para entender los procesos de distribución de la riqueza producida en una sociedad capitalista debe buscarse en las relaciones que se establecen en el proceso de producción. Allí se determina la distribución inicial del nuevo valor generado, es decir la parte que corresponde a los salarios de la clase trabajadora y la plusvalía que sea su vez se distribuye en forma de ganancia, interés o renta a las clases no productoras. Por eso Marini analiza la relación entre distribución del ingreso y desarrollo capitalista partiendo de ese mismo punto.

A su vez, la relación de explotación en el proceso de producción se puede sintetizar de la siguiente forma: dado el valor de la fuerza de trabajo, el plusvalor está determinado por la diferencia entre la duración de la jornada de trabajo y el tiempo de trabajo necesario. El tiempo necesario es, a su vez, igual al valor de la fuerza de trabajo. Este último, por su parte, está determinado por el valor de los bienes y servicios que constituyen “la canasta de reproducción obrera” en una formación social determinada[1].

El capital es valor que crece por medio de la explotación del trabajo asalariado. Por lo tanto, mientras mayor sea la plusvalía obtenida, en mayor grado se habrá cumplido el objetivo del capital y más acelerado podrá ser su crecimiento. El análisis de los métodos para aumentar la plusvalía desempeña entonces un papel central en la teoría de Marx. Éste identificó dos formas fundamentales. La primera consiste en extender el tiempo de trabajo excedente incrementando la jornada laboral. A la plusvalía que emerge como resultado de la prolongación de la jornada laboral, Marx la denomina plusvalía absoluta. En la segunda forma, la jornada laboral permanece constante, pero el tiempo de trabajo necesario disminuye: esto sucede como consecuencia de una disminución en el valor de la fuerza de trabajo, que es posible mediante el aumento de la productividad en los bienes y servicios que constituyen la canasta de reproducción obrera. La producción de plusvalía relativa implica que es posible aumentar la plusvalía dejando constante el consumo real del proletariado[2]. Esto sería la base de la experiencia en los países desarrollados en donde, a partir de mediados o finales del siglo XIX, la clase obrera comenzó a experimentar aumentos en sus salarios reales.

Además de estos dos métodos principales, Marx identificó otra forma que, en cierto modo, se haya entre las dos antes expuestas: el aumento en la intensidad del trabajo. Esto se refiere al incremento en el número de operaciones o tareas que los trabajadores de una determinada unidad productiva realizan por unidad de tiempo. La tecnología usada es la misma, y la jornada laboral también, pero el resultado al final del día es una mayor cantidad de mercancías con el mismo valor unitario que antes y, por lo tanto, una mayor masa de plusvalía. Así, el aumento de la intensidad al nivel del capital individual actúa de forma similar al incremento de la jornada laboral.

Ahora bien, en estos dos últimos casos (aumento de la jornada o de la intensidad), emerge una posibilidad que Marx anotó: trabajar durante más tiempo, o hacerlo más intensamente, en tanto que implica un gasto mayor de energía física y mental, aumenta las necesidades de consumo de los trabajadores si es que han de reproducir su fuerza de trabajo en condiciones normales. Es decir, si se generaliza esta situación de mayor intensidad laboral o de jornadas más largas, el valor de la fuerza de trabajo aumentaría igualmente. Por lo tanto, si en esta situación hipotética el salario no aumenta, o no aumenta lo suficiente, esto significaría que a los trabajadores se les paga un salario inferior al valor de su fuerza de trabajo, es decir, un salario que les impide reponer su fuerza de trabajo en unas condiciones históricas y sociales determinadas. Aunque Marx mantiene el supuesto de que el salario es igual al valor de la fuerza de trabajo a lo largo de todo El Capital, en varias ocasiones reconoce la importancia real de esta “tercera forma” de aumentar la plusvalía:

“Sin embargo, en la práctica la reducción forzada del salario por debajo de este valor tiene una importancia demasiado grande para que no nos detengamos un momento a examinarla […] gracias a esto, el fondo necesario de consumo del obrero se convierte de hecho, dentro de ciertos límites, en un fondo de acumulación de capital” (Marx, 1973: 505) 

Esta situación de precio inferior al valor de la fuerza de trabajo -a la que se puede llegar por múltiples mecanismos- es lo que la TMD denomina superexplotación del trabajo, puesto que aquí la clase obrera no solo produce un valor superior a su salario (explotación), sino que este último es insuficiente para acceder a un nivel de consumo “normal” en una sociedad determinada (superexplotación).

Ahora bien, en el capitalismo, el objetivo de cada capital es siempre el aumento de la plusvalía (bajo la forma de ganancias, rentas o intereses), lo que implica que estos tres grandes métodos se hacen presentes en mayor o menor medida siempre y en todo el mundo capitalista. Como afirma Marx:

“La tasa de plusvalía depende, en primer lugar, del grado de explotación de la fuerza laboral. […] El cero de su costo (de la fuerza de trabajo, JL) es […] un límite en un sentido matemático, siempre fuera de su alcance (de los capitalistas, JL), aunque siempre podemos aproximarnos cada vez más a él. La tendencia constante del capital es forzar el costo de la mano de obra de nuevo hacia este cero.” (Marx, cita de Smith, 2016)

Sin embargo, el elemento crucial de la versión de la TMD representada por Marini (1973), es el incorporar al análisis teórico del desarrollo desigual el hecho de que estos métodos de producción de plusvalía tienen una importancia distinta en los dos grandes “bloques” del sistema capitalista mundial: el centro y la periferia. La proposición fundamental es que, en el mundo subdesarrollado, la superexplotación del trabajo es una característica estructural del capitalismo y se constituye en el método principal de producción de plusvalía; esto contrasta con el centro, en donde la producción de plusvalía relativa como consecuencia del cambio tecnológico tiene el papel fundamental. La implicación inmediata de esto es que la tasa de explotación[3] es superior en la periferia que en el centro. Sobre este tema volveremos más adelante. 

Superexplotación e intercambio desigual

Ahora bien, de acuerdo con la TMD, estos dos fenómenos (distintas formas primarias de aumentar la plusvalía), son dos caras de la misma moneda, y se explican por el intercambio desigual que se efectúa entre los países desarrollados y subdesarrollados. En sus términos más sencillos, en el intercambio desigual se opera una transferencia de valor de los países periféricos a los países centrales. La superexplotación emerge como la forma en que los capitales locales de los países periféricos compensanesta transferencia de valor, cuya manifestación inmediata es una menor rentabilidad de las inversiones. El método para elevar esa rentabilidad, dañada por el intercambio desigual, es intentando, con un alto grado de éxito “forzar el costo del trabajo hacia… cero”, utilizando los métodos anteriormente señalados: el aumento de la jornada y la intensidad sin un correspondiente incremento del salario, o incluso la simple compresión salarial. La plusvalía obtenida por esta vía, la de la superexplotación, le permite, pues, a los capitales nacionales compensar o al menos reducir las pérdidas del intercambio desigual.

Antes de discutir las implicaciones de la superexplotación, que es el objetivo central de este trabajo, es necesario detenerse un momento en el intercambio desigual. Marini propone tres mecanismos por medio de los cuales se genera esta transferencia de valor en el intercambio entre países (Dias Carcanholo & Correa, 2021).  Estos son 1) la diferencia en productividad en las mismas ramas de producción 2) la composición de capital más elevada en el centro y 3) el monopolio del centro en importantes ramas de la producción. Ahora bien, las distintas teorías del intercambio desigual han sido objeto de amplia discusión y crítica[4]. Para lo que nos ocupa, una de las críticas más importantes es que no se especifica en qué sentido la superexplotación “compensaría” las pérdidas del intercambio desigual: ¿lo hace con respecto a una hipotética situación de autarquía del país periférico? ¿o con respecto a la tasa de ganancia que se obtiene en los países desarrollados? No es claro por qué esa compensación es necesaria.

Sin embargo, el punto que se defiende en este artículo es que el intercambio desigual no es condición necesaria para el surgimiento de la superexplotación como característica estructural del capitalismo dependiente. Para entender esto, nos podemos aproximar con la siguiente pregunta: ¿por qué los capitales de los países centrales no “súper explotan” a su clase obrera de manera estructural?[5] De acuerdo con la TMD, estos se benefician del intercambio desigual y, por lo tanto, no tienen que “compensar” ninguna pérdida operada en el intercambio desigual. Pero el objetivo de los capitalistas no es compensar pérdidas, sino maximizar la plusvalía apropiada. Aunque se sostiene que esto sucede primordialmente por medio de la producción de plusvalía relativa, no es claro cómo esto no se podría combinar con la superexplotación de la clase obrera en el centro.

Marx señala una posible forma de abordar el problema: “cuando la maquinaria… gradualmente toma el control de todo un campo de producción, […] una sección de la clase trabajadora … se vuelve superflua […] inunda el mercado laboral y hace que el precio de la fuerza de trabajo caiga por debajo de su valor” (Marx, cita de Smith 2016: 237)

Aquí, como apunta Smith (2016), Marx se refiere a los episodios cíclicos de cambio tecnológico que, en virtud de que aumentan al ejército industrial de reserva, reducen la capacidad de resistencia de la clase obrera y le permiten al capital sostener la superexplotación, lo que es posible hasta que el ejército de reserva o población sobrante regresa a su proporción normal y con ella el poder relativo de la clase obrera vis a vis el capital. Lo que es específico del capitalismo dependiente sería que la clase obrera carece sistemáticamente de la fuerza suficiente para evitar que el salario caiga por debajo del valor de la fuerza de trabajo; y esta debilidad estructural tiene su causa central en que, a diferencia de los países centrales, en los países dependientes la magnitud relativa de la población sobrante no tiene, fundamentalmente, un comportamiento cíclico, sino que se suele mantener constante en el tiempo. Nos referimos a los enormes contingentes que se hayan en el llamado “desempleo disfrazado” que representan una sección nada despreciable de la llamada economía informal, y que, en el siglo pasado, y en muchos de los países menos desarrollados actualmente, se concentran en la pequeña producción agrícola. Los ingresos de esta población, que está más o menos integrada con la gran producción capitalista, operan como el límite inferior para los salarios de la clase obrera “propiamente dicha”. Esto es así porque los capitalistas pueden disponer de “reservas ilimitadas de trabajo”, lo que empuja a la baja los salarios en el sector capitalista formal. El secreto de la superexplotación debe encontrarse, entonces en el proceso de desarrollo capitalista dependiente que provoca una proletarianización incompleta o una población sobrante permanente. Esto es lo que Samir Amin (1970) llama “transición al capitalismo periférico”, que contrasta con la forma de desarrollo capitalista en los países centrales. La consecuencia más importante de esta forma de transición y desarrollo capitalista es la proletarianización incompleta, que presiona permanentemente a la baja los salarios del proletariado industrial formal. Creemos que este hecho constituye un mejor fundamento de la superexplotación que el intercambio desigual.

Súper explotación y mercado interno: la economía desarticulada

En este punto el argumento se torna fundamental para entender la dinámica de las economías dependientes, y es crucial para los análisis sobre crecimiento y distribución que constituyen el corazón de la economía del desarrollo. Marini sostiene que la superexplotación generalizada del trabajo, al restringir la capacidad de consumo de las clases trabajadores, reduciéndola al mínimo, tiene como consecuencia necesaria una demanda interna igualmente mínima de bienes de consumo. En palabras de Marini: “Lo que sostengo es, […] que la superexplotación al restringir el consumo popular, no lo convierte en un factor dinámico de realización” (Marini, 2008 :188). En las economías latinoamericanas previas a los periodos de industrialización del siglo XX, esto significó que el eje de la acumulación de capital sería el sector externo, es decir que “el factor dinámico de realización” eran los mercados extranjeros.  Esto contrastaba con la experiencia de los países avanzados, en donde los salarios eran, por un lado, un costo para el capitalista individual, pero, por el otro, fuente de demanda para el capital en su conjunto. En los países periféricos, el trabajo se constituyó en sus inicios casi exclusivamente como un costo, dado que la masa salarial no era fundamental para la realización del plusvalor.

Aquí se llega a un concepto clave para la TMD que después ha sido recuperado por otras corrientes en la economía del desarrollo: el concepto de desarticulación. Una economía capitalista está desarticulada cuando la realización del plusvalor (la venta de las mercancías) es independiente de los salarios de la clase trabajadora. Pensemos en el caso extremo: una economía que solo produce capitalistamente para los mercados exteriores o bienes de lujo para la clase capitalista sería un ejemplo de una economía totalmente desarticulada, puesto quelos salarios de la clase obrera no desempeñarían ningún papel para la venta de las mercancías producidas bajo la lógica capitalista. La desarticulación tiene dos implicaciones fundamentales.

La primera es que reducir los salarios hasta el mínimo indispensable permitiría aumentar exactamente en la misma proporción la plusvalía y por lo tanto acelerar la acumulación de capital, sin amenazar en lo más mismo la estabilidad del sistema. O, con otras palabras, una mayor desigualdad puede sostener tasas de crecimiento más elevadas[6]. A esto se refiere Marini cuando afirma que:

“Como la circulación se separa de la producción y se efectúa básicamente en el ámbito del mercado externo, el consumo individual del trabajador no interfiere en la realización del producto, aunque sí determina la cuota de plusvalía. En consecuencia, la tendencia natural del sistema será la de explotar al máximo la fuerza de trabajo del obrero, sin preocuparse de crear las condiciones para que éste la reponga, siempre y cuando se le pueda reemplazar mediante la incorporación de nuevos brazos al proceso productivo” (Marini, 1973: 134)

En suma: la lucha distributiva entre la clase obrera y la burguesía se agudiza al extremo, y no hay elementos objetivos en el funcionamiento del sistema que operen a favor de una atenuación de la superexplotación y, en ocasiones, ni siquiera de un aumento en los salarios reales de la clase obrera. Esto contrasta con el capitalismo en los países desarrollados durante gran parte del siglo XX, que representaban el caso opuesto: una economía articulada. En este caso, los salarios de la clase obrera constituyen el rubro principal de la demanda. Esto implica que existe un vínculo bien definido entre la masa salarial y la realización del plusvalor. En este caso, el mercado interno se constituye en el eje fundamental de la acumulación y se crean las condiciones para el “contrato social demócrata” (Amin, 1970), explicadas muy claramente por Sweezy:

“La burguesía del centro aprendió a partir de la experiencia histórica que una situación que permite la elevación del nivel de vida del proletariado (una tasa de plusvalía estable combinada con productividad creciente) no solo era funcional sino indispensable (subrayados JL)para la operación del sistema en su conjunto […] lo que esto significa es que una tasa de plusvalía en aumento, por más deseable que sea para el capitalista individual sería un desastre desde el punto de vista de las sociedades capitalistas del centro consideradas como un todo” (Sweezy, 1982: 215, traducción propia).”

Un aumento sostenido en la tasa explotación era “un desastre” porque el consumo obrero era fundamental para la realización de la plusvalía: cosa que no es el caso en las economías desarticuladas-dependientes, volcadas a los mercados exteriores y a la esfera de “alto consumo”, es decir aquél orientado a las clases altas que concentran una proporción enorme de la riqueza social.

La segunda implicación está íntimamente relacionada con la primera. Como afirma Marini: “la suposición de que yo afirmo que los trabajadores no participan del mercado interno es una caricatura (Marini, p.188)”: no existe ninguna economía, por más desigual y orientada al exterior que sea, en donde los trabajadores no consuman las mercancías producidas capitalistamente. Lo que la superexplotación provoca es que este consumo sea reducido y se mantenga estancado. Por lo tanto, los sectores capitalistas que producen bienes de consumo popular enfrenten una demanda extremadamente baja. La baja demanda, a su vez, hace que inversiones que, potencialmente, aumentarían la productividad del trabajo en esos sectores no sean rentables, como afirman Osorio & Reyes (2020: 222): “serán entonces capitales menos poderosos los que se abocarán a producir para el mercado interno de los asalariados, reducido por los efectos de la súper explotación y por el enorme número de trabajadores recluidos en la superpoblación relativa”.

En suma: de acuerdo con la TMD, la superexplotación generalizada tiene las siguientes consecuencias fundamentales:

  1. El mercado exterior y la esfera de alto consumo se constituyen en los ejes de la acumulación capitalista. Esto intensifica la dependencia, puesto que la acumulación de capital en la periferia se convierte en una función de la acumulación de capital en el centro. En contraste con los países avanzados, los países periféricos carecerían de un desarrollo capitalista endógeno, que se sostenga “sobre sus propios pies”. El ritmo del crecimiento vendría determinado entonces, casi en su totalidad, por circunstancias exteriores a la formación social dependiente.
  2. Se agudizan “las condiciones antagónicas de distribución” entre la burguesía y el proletariado: estando este último en una desventaja sustancial estructural. La consecuencia es una polarización en la distribución del ingreso mucho mayor que en el capitalismo central.
  3. El poder adquisitivo de la clase trabajadora es sumamente bajo. La limitada demanda interna opera en contra de la acumulación de capital acelerada en sectores que producen bienes de consumo para la clase trabajadora nacional. Podemos ilustrar el problema de la siguiente forma: dado el creciente papel del capital fijo en la producción capitalista, introducir mejoras técnicas de este tipo solo es “rentable” para el capitalista individual si éste espera vender una determinada cantidad “x” de mercancías en un periodo determinado. Cuántas mercancías será capaz de vender en un periodo determinado es una magnitud determinada por el poder adquisitivo de la clase obrera. Cuando éste es muy bajo, vender “x” no es factible y la inversión no se lleva cabo. Si esto les sucede a todos los capitales en un sector, el resultado es el estancamiento de la inversión y, con él, del desarrollo de la fuerza productiva del trabajo.

En suma: la acumulación basada en la súper explotación genera y acrecienta la dependencia, la polarización económica y el estancamiento en importantes sectores económicos.

Discusión

Como se mencionó en la introducción, dialéctica de la dependencia representa un parteaguas en la teoría marxista en tanto que es uno de los esfuerzos más rigurosos por utilizar la teoría de El Capital para entender la especificidad del capitalismo dependiente en general y latinoamericano en particular. Su atractivo deriva de que ofrece un esquema lógico perfectamente articulado que provee explicaciones para las principales tendencias del capitalismo latinoamericano: la superexplotación generalizada del trabajo, la dependencia en el mercado exterior y la franja de alto consumo para la realización del plusvalor, y el estancamiento relativo del aparato industrial doméstico. Ahora bien, es precisamente en este carácter de modelo teórico en donde yacen sus principales limitaciones y el mayor riesgo, que consiste en sustituir el estudio de la realidad concreta por un determinado esquema teórico.

En ese sentido, una de las principales deficiencias de las elaboraciones en esta tradición ha sido la debilidad del estudio empírico de la acumulación capitalista en los países latinoamericanos: las proposiciones fundamentales de la teoría han carecido, en lo fundamental, de su correspondiente contraste con la realidad. Una parte de esto se debió, en su momento, a la ausencia de datos estadísticos con las características necesarias. Este problema, hoy, sin embargo, ha quedado fundamentalmente superado. Del mismo modo, importantes desarrollos en la teoría económica en general hoy proveen herramientas importantes para avanzar en la concretización de la dialéctica de la dependencia.

Lo que sigue es una propuesta para abrir una agenda de investigación que ayude avanzar en la comprensión de la dependencia, la explotación y el subdesarrollo. Proponemos un camino para avanzar en el estudio empírico de las proposiciones fundamentales de la teoría de la dependencia.

Primero: como apuntamos anteriormente, la consecuencia de la superexplotación del trabajo generalizada sería una tasa de explotación mayor en los países dependientes que en los centrales. Además de los problemas de disponibilidad de datos, nos enfrentamos con problemas problema clásico de medir variables marxistas utilizando datos construidos con enfoques conceptuales distintos. Sin embargo, es posible afirmar que, a niveles muy agregados, las variables construidas con magnitudes monetarias ofrecen una buena aproximación a lo que sucede en términos de valor. Así, diversos trabajos han comenzado a producir estas comparaciones a nivel internacional. Un ejemplo es Basu et. al, (2022), en donde los autores calculan tasas de ganancias mundiales para el periodo 1960-2019. Utilizando sus datos, presentamos en la figura 1 una serie histórica con la participación de las ganancias en el valor agregado, que es equivalente a la tasa de explotación, para 4 grupos de países de acuerdo con su PIB per cápita. La gráfica muestra que el supuesto de tasas de explotación superiores para países más pobres se sostiene. Para el periodo 1970-2019, la tasa de explotación es superior para los grupos de países menos desarrollados. Dos fenómenos importantes que señalar son la convergencia que se comienza a observar entre los grupos durante el periodo neoliberal. El otro es que estos datos contienen no solo las compensaciones a los asalariados sino los ingresos de los autoempleados, que suman cientos de millones en los países subdesarrollados. Así, esto sesga a la baja la tasa de explotación en estos países.

Figura 1

Nota: La tasa de explotación (s/v) es equivalente a la participación del plusvalor en el valor generado s/(s+v), donde s es el plusvalor y v el capital variable. Fuente: elaboración propia con datos de Basu et al. (2022)

Segundo: la proposición de que, en los países periféricos la producción de plusvalía se realiza principalmente mediante la súperxplotación en contraste con el centro (plusvalía relativa) puede aproximarse a nivel agregado: es posible “descomponer” el crecimiento de las ganancias (proxy imperfecta de la plusvalía) en sus distintos componentes: crecimiento de los salarios reales y productividad. En particular, es posible estimar si el crecimiento de la participación de las ganancias se debe a una caída en los salarios reales, a un aumento de la productividad o a una combinación de ambas.

Tercero: se afirma que, como consecuencia de la superexplotación generalizada, los salarios de los trabajadores desempeñan un papel limitado en la realización de la plusvalía. Como consecuencia, el papel principal lo desempeñan las franjas de alto consumo y los mercados exteriores. Mediante el uso de matrices insumo-producto y matrices de contabilidad social, es posible estimar, para una economía determinada, el peso del consumo de cada decil de la distribución del ingreso en el consumo y en la demanda final total. También es posible contrastar esto con el peso de las exportaciones en la demanda final total. Cuando se analiza esto mismo en el tiempo, será posible aproximarse a la respuesta de si el factor más dinámico de crecimiento, o el eje de la acumulación de capital es el sector externo, el orientado a los bienes de lujo o el orientado a los bienes de consumo popular.

Cuarto: relacionado con lo anterior, se vuelve necesario contrastar los patrones de inversión y crecimiento de la productividad en los sectores que constituyen la canasta de reproducción obrera y aquellos dedicados a las franjas de alto consumo y exportación. ¿Es cierto que los últimos muestran mucho mayor dinamismo que los primeros?

Estos planteamientos no pretenden proponer una metodología mecánica para aceptar o tirar por la borda a la teoría de la dependencia en su conjunto. Por el contrario, sostengo que en la medida en que vayamos dando respuesta a estas preguntas tendremos una comprensión mucho más precisa de las formas que asumen la dependencia y la superexplotación, causa principal de la miseria que padecen las grandes masas trabajadoras. De esa forma, el objetivo estratégico de la clase obrera en los países dependientes, la lucha inmediata por eliminar la superexplotación, podrá irse conjugando con una estrategia de desarrollo económico de largo plazo que sirva de guía para cambiar los patrones de especialización y acumulación que reproducen el subdesarrollo.


Jesús Lara es economista por The University of Massachusetts Amherst.

[1] Una introducción rigurosa y accesible a los conceptos fundamentales de El Capital de Marx puede encontrarse en Nieto (2014).

[2] Un aspecto importante a señalar es que la producción de plusvalía relativa, en la mayoría de los casos, no es intencional: la clase capitalista no “planea” rebajar el valor de la fuerza de trabajo; esto es el resultado de la competencia: en particular, cada capitalista individual, para subsistir como tal o para aumentar sus ganancias, busca “reducir sus costos” de cualquier forma. Cuando esto se logra a partir de la introducción de mejoras en el proceso de producción, y estas mejoras se generalizan, disminuye el valor de las mercancías producidas. Si esas mercancías pertenecen a la canasta de reproducción obrera, o entran como medios de producción de esos bienes, el resultado es el que el costo de la canasta disminuye, y con ella el valor de la fuerza de trabajo.

[3] La tasa de explotación es igual a s/v, donde s es el plusvalor y v el capital variable (salarios obreros). Si la tasa de plusvalor es, por ejemplo, igual a 1 o 100%, esto quiere decir que por cada hora que la clase obrera trabaja de forma remunerada, trabaja otra hora produciendo plusvalor.

[4] Un trabajo que resume de manera crítica las teorías marxistas del intercambio desigual es De Janvry & Kramer (1979). Para una exposición reciente sobre el intercambio desigual bajo regímenes monopolistas en las Cadenas Globales de Valor, véase Basu & Vasudevan (2021).

[5] Como se verá más adelante, el mundo capitalista desarrollado ha experimentado también un aumento en la tasa de explotación desde el advenimiento de la globalización neoliberal.

[6] Los trabajas que desarrollan esta idea de la manera más completa son Taylor & Bacha (1976) y De Janvry & Sadoulet (1983).

Referencias

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Carcanholo, M. D., & Corrêa, H. F. (2020). Ruy Mauro Marini (1932–97). In Routledge Handbook of Marxism and Post-Marxism (pp. 526-533). Routledge.

de Janvry, A., & Kramer, F. (1979). The Limits of Unequal Exchange. Review of Radical Political Economics, 11(4), 3–15. https://doi.org/10.1177/048661347901100402

Basu, D., & Vasudevan, R. (2021). Global value chains and unequal exchange: Market power and monopoly power.

Basu, D., Huato, J., Jauregui, J. L., & Wasner, E. (2022). World Profit Rates, 1960–2019. Review of Political Economy, 1-16.

de Janvry, A., & Sadoulet, E. (1983). Social articulation as a condition for equitable growth. Journal of Development Economics, 13(3), 275-303.

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Marini, Ruy Mauro. Dialéctica de la dependencia (1973). En publicación: América Latina, dependencia y globalización. Fundamentos conceptuales Ruy Mauro Marini. Antología y presentación Carlos Eduardo Martins. Bogotá: Siglo del Hombre – CLACSO, 2008. ISBN 978-958-665-109-7

Marini, Ruy Mauro (2008). América Latina, dependencia y globalización. Compilador Carlos Eduardo Martins. – Bogotá: CLACSO y Siglo del Hombre Editores

Marx, Carlos (1973), El capital, t. III, Fondo de Cultura Económica, México

Nieto Ferrández, M. (2015). Cómo funciona la economía capitalista: una introducción a la teoría del valor-trabajo de Marx.

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Sweezy, P. M. (1982). Center, Periphery, and the Crisis of the System. In H. Alavi & T. Shanin (Eds.), Introduction to the Sociology of “Developing Societies” (pp. 210–217). Macmillan Education UK. https://doi.org/10.1007/978-1-349-16847-7_17

Taylor, L., & Bacha, E. L. (1976). The unequalizing spiral: A first growth model for Belindia. The Quarterly Journal of Economics, 90(2), 197-218.

Abril 2023

La desigualdad es un tema actual y debatido mundialmente. Internacionalmente destacan las posturas de Joseph Stiglitz (2012), Premio Nobel de Economía, y de Thomas Piketty (2014).

En 2012, Stiglitz publicó el libro El precio de la desigualdad donde argumenta que a mayor desigualdad menor crecimiento y a menor desigualdad mayor crecimiento económico y que la desigualdad es consecuencia de las fallas de mercado. Aún más, que la elevada desigualdad existente en EE. UU. incrementa la inestabilidad, reduce la productividad y socava la democracia. En torno a las fallas de mercado, considera que el Estado debe intervenir para corregirlas.

Este debate, que data de los últimos 30 años, lo ha venido ganando la visión de los que creen que el Estado no debe de intervenir, a grado tal que las personas creen que el dinero gastado en lo individual está mejor empleado que el dinero que se le confía al Gobierno. Así también, que un Estado que interviene para corregir las fallas de mercado –por ejemplo, para disminuir la propensión de las empresas a contaminar– ocasiona más perjuicios que beneficios. De acuerdo con Stiglitz (2012), con esa visión se han tomado decisiones políticas y económicas por parte de los Gobiernos, que han conducido a que el papel del Estado esté demasiado limitado y que éste sea incapaz de proporcionar los bienes públicos necesarios para la población –educación, salud, tecnología, infraestructura– que podrían dinamizar la economía. En este debate se evidencian las contradicciones de los que defienden un Estado minimalista y sin intervención en el mercado, pues no piensan lo mismo cuando han tenido la necesidad de rescates económicos a las empresas. Por ejemplo, en la crisis inmobiliaria de 2008 el Estado realizó rescates millonarios a costa de los contribuyentes. ¿Por qué entonces no se vuelcan las fuerzas del Estado para redistribuir la riqueza creada, ahí donde el mercado falla? Debería ser el Estado el que pueda corregirlo.

Thomas Piketty (2014) en su obra El capital en el siglo XXI, aborda ampliamente la desigualdad desde el punto de vista histórico; con estadísticas muestra cómo ha ido variando la desigualdad desde 1700 hasta el siglo XX. Para él, la redistribución de la riqueza ha tenido siempre causas profundamente políticas y no mecanismos puramente económicos. Por ejemplo, para el periodo de 1910 a 1950, la reducción de la desigualdad se debió básicamente a la guerra y a las políticas adoptadas para hacer frente a sus embates. El resurgimiento de la desigualdad, a partir de 1980, se debe principalmente a los cambios políticos que llevaron a tomar decisiones en materia fiscal y financiera.

La desigualdad –dice– está sujeta a mecanismos que ayudan a disminuirla o, por el contrario, favorecen su crecimiento. La difusión del conocimiento y la inversión en formación y capacitación empujan hacia la convergencia, hacia la reducción y compresión de las desigualdades. La ley de la oferta y la demanda, así como la movilidad del capital y la mano de obra también hacen tender hacia la reducción, pero esta ley económica es menos eficiente que la difusión de conocimientos y habilidades. El conocimiento y su habilidad de difusión son la clave del crecimiento general de la productividad, así como la reducción de la desigualdad dentro y entre los países. Otro factor que ayuda a disminuir la desigualdad es el avance tecnológico aplicado a la producción, pues con el tiempo exige mayores habilidades por parte de los trabajadores, por lo que la participación del trabajo en la renta total se elevará; es decir, el capital humano tiende a ser más capacitado y a tener mayor participación en la distribución de la riqueza entre los factores (capital y trabajo), generando una distribución más equitativa. Por el contrario, que la desigualdad crezca está asociado a dos cosas: una gran disparidad de la renta acelera el crecimiento de la desigualdad y, cuando el crecimiento es débil y el rendimiento del capital es alto, la desigualdad tiende a crecer. Este segundo elemento es el que representa la amenaza más grande para la igualdad.

Piketty (2014) concluye entonces que la desigualdad está creciendo más en la segunda década del siglo XXI y es necesario que los Gobiernos tomen acciones que le hagan frente; en particular, sugiere que se cobre un impuesto sobre el capital y no sobre los ingresos. Este último gravamen se ha estado aplicando desde el siglo XX, pero para enfrentar los retos del siglo XXI debería hacerse sobre el capital. Aunque considera que eso no bastará, sino que será necesario que se acompañe de una política económica y social que garantice servicios básicos e igualdad de oportunidades para la movilidad económica. El Estado, contrario a quienes dicen que no debe intervenir en la economía, necesita urgentemente realizar políticas que redistribuyan el ingreso; es posible que cometa errores, pero eso no debería ser una limitante para poder redistribuir la riqueza.

En este mismo sentido, el economista Gerardo Esquivel (2015) realizó un estudio para la Oxfam México, titulado Desigualdad extrema en México, concentración del poder económico y político. En este documento evidenció que la desigualdad estaba creciendo aceleradamente, lo que no solo trajo consecuencias sociales, sino que tiene implicaciones políticas que juegan un rol importante.

Esquivel (2015) reporta que uno de los aspectos más graves de la desigualdad es la distribución del ingreso, que entre mediados de los años 90 y 2010 disminuyó, pero fue mayor que la que había en los 80. Evidencia dos eventos contradictorios: ha crecido el ingreso per cápita, pero se han estancado las tasas de pobreza en el país. Lo anterior, debido a que el crecimiento se concentra en las esferas más altas de la distribución.

Así se entiende que la estadística que cita nos diga que en México al 1% más rico le corresponde un 21% de los ingresos totales de la nación. Otros –refiere– como el Global Wealth Report 2014, señalan que el 10% más rico de México concentra el 64.4% de toda la riqueza del país. Esa concentración de la riqueza explica que el número de multimillonarios mexicanos no creció mucho, pero sí que concentró más riqueza en los últimos años. En 2015 eran sólo 16 y en 1996 su riqueza equivalía a 25,600 millones de dólares; hoy esa cifra es de 142,900 millones de dólares. En 2002, la riqueza de cuatro mexicanos representaba el 2% del PIB; entre 2003 y 2014 ese porcentaje subió a 9%. Se trata de un tercio del ingreso acumulado por casi 20 millones de mexicanos (Esquivel, 2015).

Las consecuencias de la creciente desigualdad no son solo sociales, sino que los que han hecho grandes fortunas en el país han estado capturando al Estado mexicano. Esto se ve reflejado en que, ya sea por falta de regulación o por un exceso de privilegios fiscales, sus fortunas han crecido aceleradamente, abonando así a la exacerbación de la desigualdad. Por eso, para Esquivel (2015), una de las grandes deficiencias es que la política fiscal favorece a quien más tiene, pues no es progresiva y no tiene un efecto redistributivo en la economía; el sistema tributario mexicano beneficia a los sectores más privilegiados. Aunado a lo anterior, no hay impuestos a las ganancias de capital en el mercado accionario ni en las herencias, entre otras cosas.

Esta realidad afecta a la economía mexicana porque ante la escasez de recursos se recorta el capital humano y se pone en juego la productividad de los pequeños negocios. Por su parte, la política salarial imperante está pensada para contener el efecto inflacionario de la economía (Esquivel, 2015), por lo que en este momento no tiene razón de ser, pues el salario mexicano está por debajo de los umbrales de pobreza. Recalca, además, que la desigualdad ha generado otros problemas importantes: la pobreza de la población indígena es mayor en cuatro veces a la general; la educación pública esté quedándose rezagada frente a la educación privada; y la violencia está creciendo como consecuencia de la marginación.

Del análisis de los autores antes expuestos se puede afirmar que los estragos que causan la desigualdad son muchos, empezando por la polarización de la sociedad entre ricos y pobres, y, como consecuencia, baja escolaridad, altos niveles de pobreza y oportunidades desiguales de participar en el reparto de la riqueza nacional. Todos coinciden, cada uno desde su propia lectura, en que es necesario repensar cómo hacer que el Estado intervenga para corregir las fallas de mercado y orientar la economía para que la distribución de la riqueza sea más equitativa. De lo contrario, la polarización entre ricos y pobres no sólo traerá consecuencias económicas desastrosas, sino que puede poner en peligro la existencia misma de la sociedad occidental tal y como se le conoce. Piketty (2014) enfatiza que la concentración de la riqueza puede generar revoluciones sociales, como en 1789 en Francia.


Rogelio García Macedonio es economista por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Abril 2023

En este artículo quiero realizar una primera aproximación a las tres tradiciones teóricas dominantes en la economía que son la teoría neoclásica, la teoría keynesiana y la teoría marxista. El objetivo es contrastarlas de acuerdo con su origen histórico, pero sobre todo desde el énfasis que cada una realiza en la realidad económica desde sus conceptos más importantes. Para esto, tomo como referencia básicamente el libro de los economistas Richard Wolf y Stephen A. Resnick “Contending Economic Theories: Neoclassical, Keynesian, and Marxian“.

Veamos.

La primera tiene su origen en los economistas clásicos Adam Smith y David Ricardo, el primero de los cuales introduce la teoría del valor trabajo pero que es desechada a raíz de la revolución marginalista con la introducción de la idea de utilidad marginal del economista William Stanley Jevons. La teoría keynesiana fue producto principalmente de las ideas de John Maynard Keynes, un economista y banquero inglés, que vivió en un periodo de alta inestabilidad social y económica, que lo llevó a romper frontalmente con el enfoque neoclásico pues consideraba que no era suficiente para contener la crisis que presentaban numerosos países alrededor del mundo. Por su parte, el marxismo, tanto como filosofía como teoría económica, surge del pensamiento de Carlos Marx, quizá el mayor pensador revolucionario, que trata de explicar el origen de la situación de precariedad e injusticias en que se debatía la inmensa mayoría de los trabajadores de los países europeos en el siglo XIX.

A pesar de la existencia de diferentes tradiciones teóricas, por los múltiples intereses en juego, la protección de privilegios en la sociedad y la particularidad de las interacciones humanas, entre los economistas se cree que con una sola teoría basta para comprender la complejidad de los fenómenos económicos, específicamente, la teoría neoclásica, dominante en la gran mayoría de los departamentos de economía del mundo. Lo cierto es que cada una de ellas es parcialmente válida y hace énfasis en un subconjunto de los problemas sociales, pero no podemos negar que en cada una existe un nivel de rigurosidad metodológica y de consistencia lógica deseables en cualquier cuerpo teórico, cuando menos en sus más conspicuos representantes.

Antes, me referí a la teoría neoclásica, keynesiana y marxista en general, sin embargo, hay múltiples variedades en cada una de ellas. Aquí hago abstracción de las diferencias más específicas que pueda haber en cada una y me concentro en sus características más generales. Usualmente, cuando se empieza a estudiar una teoría, se hace definiendo algunos conceptos básicos y estableciendo algunos supuestos fundacionales. Aquí quiero, concentrarme solo en sus términos más importantes por lo que las caracterizaciones pueden quedar un poco simplificadas. Veamos a cada una de ellas por separado.

En la teoría neoclásica de la economía, en un curso introductorio de microeconomía, se inicia con los conceptos de escasez de recursos, eficiencia en la producción, elección entre varias alternativas y costo de oportunidad. Para entender por qué esta teoría hace énfasis en estos conceptos, debemos ir a la historia. Adam Smith, a quien se considera el padre de la economía, vivió en una época de grandes cambios que requerían una explicación racional. El nivel de producción en Europa crecía a niveles no vistos previamente justo en la transición del feudalismo al capitalismo. La observación crítica de este economista lo lleva a explicar el incremento dramático en la riqueza enfatizando la producción y el uso eficiente de los recursos disponibles. Sistematiza que el precio de las mercancías está explicado por la cantidad de trabajo que contienen (valor), y aunque distingue entre el valor de uso y valor de cambio, sin las categorías de trabajo abstracto y fuerza de trabajo, que introducirá más tarde Marx, Smith no pudo arribar al concepto de plusvalía u origen último de la ganancia. Con la revolución marginal, a finales del siglo XIX, Jevons introduce la teoría subjetiva del valor a través del concepto de utilidad. En esta teoría, el precio de una mercancía se explica en primer lugar por las preferencias de los individuos, es decir, por los deseos y elecciones de los consumidores, pasando el costo de producción o el trabajo incorporado en la mercancía a segundo plano.

Ahora bien, en la teoría keynesiana, los conceptos iniciales son la demanda agregada, inversión que explican por los hábitos individuales de los inversores, una especie de psicología de masas y el papel de las instituciones como los sindicatos o el estado. Keynes rompió con la teoría neoclásica cuando a raíz de la gran depresión de 1929, la economía europea se estancó y el desempleo era rampante, con el riesgo que esto significaba para la estabilidad política y el miedo a una revuelta o revolución como había ocurrido en Rusia. Buscaba pues reformar las instituciones capitalistas sin romper con ellas (Wolff and Resnick, 2012).

Finalmente, en la economía marxista, los conceptos en que se enfatiza son valor de uso, valor de cambio, trabajo, trabajo abstracto, fuerza de trabajo, plusvalía, clase social, relaciones sociales, fuerzas productivas, etc. La contribución de Marx es el énfasis en las relaciones sociales de producción. En la producción capitalista participan trabajadores y medios de producción, estos últimos son propiedad de los capitalistas, quienes pagan a los trabajadores un salario por su fuerza de trabajo. Pero en esa jornada de trabajo, los obreros producen un valor mayor al que reciben como pago por sus servicios. Esta parte no pagada forma la plusvalía de la que se apropia el capitalista y es el incentivo que lo lleva a invertir una suma de dinero en primer lugar.

Queda claro que las tres teorías enfatizan conceptos diferentes porque hacen énfasis en distintos aspectos de la realidad, la teoría neoclásica hace énfasis en la producción eficiente, las preferencias de los consumidores y en los intercambios libres entre agentes abstractos, pero no habla de la relación concreta entre asalariado y capitalista ni de la plusvalía que este último se apropia del trabajador. La teoría keynesiana enfatiza el rol del estado en impulsar la inversión en época de crisis, pero solo con un instrumento para evitar el colapso del capitalismo. Son teorías que enfatizan aspectos específicos de la realidad económica. La teoría marxista, por otro lado, muestra cómo en el capitalismo existe explotación del trabajador por parte de los dueños de los medios de producción. La teoría keynesiana, pero sobre todo la neoclásica, prefiere ignorar este hecho y por eso es la teoría preferida por los dueños del dinero y la predominante en las universidades de élite.


Arnulfo Alberto es maestro en economía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Referencias

 Wolff, Richard D. & Resnick, Stephen A., 2012. “Contending Economic Theories: Neoclassical, Keynesian, and Marxian,” MIT Press Books, The MIT Press, edition 1, volume 1, number 0262018004, December.

Abril 2023

En el apéndice a Crítica y crisis, Reinhart Koselleck presenta un cuadro genealógico del concepto de crisis. El primer momento de aparición que considera es en el contexto médico (Hipócrates y Galeno), el segundo es, precisamente, el contexto de la democracia ateniense. El vocablo griego Krisís (κρίσις) tiene su raíz en la palabra Kríno (κρίνω) cuyo significado abarca un amplio espectro considerando las siguientes acepciones: separar, escoger, enjuiciar, decidir, medirse, luchar, combatir. Sin embargo, en un contexto específicamente político-democrático, significaba: separación, lucha, decisión en el sentido de una inclinación definitiva de la balanza o como realización de un juicio, esta última acepción es más cercana a lo que actualmente designamos con el vocablo crítica.

Como se nota, en esta diversidad de significados ya está el germen que delimita nuestra significación de crisis, por lo menos en tanto que en sus orígenes ya señalaba una decisión que podría llevar a una ruptura o, por lo menos, a una distinción radical de los términos que conformaban cierto fenómeno. Aristóteles no fue el único pensador heleno en hacer referencia a la crisis, como ya se señaló, también Hipócrates y Galeno lo usaron y a ellos se suman Sófocles y Heródoto, estos últimos haciendo referencia al término como la emisión de un juicio y a una contienda entre partes con intereses opuestos.[1]

El uso específico que Aristóteles le da al término refiere al estar

…«a favor y en contra», y ellos de manera que la decisión no se tomaba nunca sin un proceso de deliberación… la expresión… apunta a decisiones en la elección de cargos, a resoluciones de gobierno, a la decisión sobre la guerra y la paz, sobre penas de muerte y condenas, a la recepción de informes, en suma, a resoluciones de política gubernamental. De ahí que lo más necesario de todo para la comunidad política sea la krísis sobre cuanto sea a la vez conveniente y justo. Por eso solo podía ser ciudadano el que participaba en la magistratura (arché kritiké). (Kosellek, 2007: 242)

En efecto, cuando Aristóteles establece a quién se le considera ciudadano dice que el ciudadano es quien puede tener una función deliberativa o judicial, y que el conjunto de las personas con estas capacidades deliverativas y resolutivas, así como con la posibilidad de vivir autárquicamente como conjunto, forman las ciudades. (Cfr. Aristóteles, 1275b,12). Como se observa, en la concepción política de Aristóteles, la ciudadanía está en relación directa con la krisís en su aspecto deliverativo y, por tanto, también lo está con la capacidad crítica del ciudadano. Para que cualquiera pueda emitir una decisión racional, es necesario un balance crítico de la situación, así, el ciudadano no solo manifestaba una postura, sino que se presuponía que esta estaba sustentada en su racionalidad. Como lo menciona acertadamente Kosellek, crítica y crisis eran dos conceptos que se presuponían.

Hasta este momento, los límites de la investigación los ha pautado la concepción más originaria de crisis; sin embargo, es posible, en el mismo Aristóteles, encontrar los elementos necesarios para ampliar las acepciones del concepto casi hasta los límites en los que hoy en día lo comprendemos.

Para mostrar lo anterior, es necesario analizar grosso modo la consideración médica de la crisis. Como se mencionó, esta puede rastrearse hasta Hipócrates y Galeno. Una de las bases de la filosofía griega, pero también de su política, es la comprensión del mundo humano como una extensión del mundo natural que es regido por las leyes del segundo; así, las investigaciones sobre la arché serían aplicables por extensión a la ciudad. Estas investigaciones sobre la arché tenían, entre otras metas, la intención de comprender el equilibrio que imperaba en el universo garantizando la continuidad ordenada, con sus momentos “caóticos”, de lo existente. Una de las principales teorías en ocuparse de estos asuntos fue la medicina hipocrática, poniendo al cuerpo humano como su objeto de conocimiento y reconocimiento los límites de su conocimiento sobre el mismo. El cuerpo humano debía mantener su equilibrio propio para evitar enfermedades, del mismo modo que la naturaleza estaba equilibrada en pro de su continuidad; sin embargo, la ciencia hipocrática reconocía los límites de sus conocimientos y prácticas. Hipócrates menciona que

Si la cosa fuese tan simple como pareciera indicar, si fuese cierto que el alimento demasiado fuerte fuese siempre una incomodidad, el alimento más débil siempre una ventaja, tanto para el enfermo como para el hombre saludable, el asunto sería fácil (…) las cosas son mucho más complejas y requieren un método exacto: es preciso apuntar una especie de medida. Sin embargo, en cuestión de medidas no podríamos hallar nombre ni peso como referencia para un conocimiento exacto que no sea el que resiente el cuerpo del enfermo: trabajo duro es el de adquirir una ciencia lo suficientemente precisa como para no cometer errores ligeros, ni en un sentido ni en el otro; en cuanto a mí, no dejaría de cubrir de elogios al médico que comete errores ligeros ya que raramente es posible tener la exactitud absoluta. (Citado en: Sferco, 2018:41).

La medicina versaría sobre el mantenimiento del equilibro en el cuerpo humano, pero cuál es la medida exacta de este no es un conocimiento absoluto, sino variable en relación con el paciente en específico. La práctica médica encuentra su principal dificultad en darle a cada cual lo que cada cual necesita y no lo que por costumbre o por teoría le correspondería.

Los momentos en los que el cuerpo está desequilibrado causan la enfermedad y corresponde al médico conocer en dónde comienza el desbalance para poder combatirlo. Este conocimiento de los elementos en desbalance era crucial para que el médico pudiera emitir un juicio (krino) sobre la enfermedad. En este seguimiento del desarrollo de los síntomas, el médico encontraba una krisis: “Krisis (…) es el punto álgido, akmé, que desencadena este reparto de equilibrio/desequilibrio al servicio de la salud y la enfermedad. Su emergencia ocurre en un espacio-tiempo complejo, donde es preciso reposicionar cada vez los términos de su equilibrio, siempre condicionado por la dinámica relacional del contexto, y actuando de un modo siempre diferido respecto del estado anterior.” (Sferco, 2018: 43). La comprensión hipocrática de la krisis la consideraría, entonces, como el momento crucial del desequilibrio, en el que se haría indispensable un reacomodo de los factores  en la búsqueda de la “normalidad” del cuerpo.

Esta comprensión griega médica de la krisís ha fundamentado y nutrido la concepción contemporánea de la crisis, en la que el espectro de aplicación del concepto se ha ampliado describiendo situaciones más allá de lo médico, por ejemplo, situaciones políticas. Ya se dijo cuál es, según Koselleck, la significación aristotélica del término, esta no se restringe al ámbito médico y tampoco la considera principalmente así. En estricto sentido, Aristóteles tendría más bien una comprensión de la crisis en el campo democrático como la deliberación; a pesar de esto, puede observarse que uno de los problemas políticos que Aristóteles expone en Política pueden ser comprendidos a partir del concepto moderno-contemporáneo de crisis. Sobre esta base se moverá el siguiente fragmento de la exposición.


Jenny Acosta es licenciada en filosofía por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] Cfr. http://etimologias.dechile.net/?crisis.

Bibliografía

Aristóteles (2008), Política, Gredos, Madrid, España.

Berti, Enrico (2012), El pensamiento político de Aristóteles, Gredos, Madrid, España.

Carrasco-Conde, Ana (2013) “El cuerpo de la crisis. La ciudad y sus sintomatologías en el paisaje urbano”, en Nómadas, 40 (2013.4).

Gómez Robledo, Antonio (1962), “La justicia en Platón”, en Revista de Ciencias Sociales, VI (1962.2): pp. 145-166.

Sferco, Senda (2018), “Claves genealógicas para un abordaje de la crisis desde la filosofía contemporánea”, en Revista Latinoamericana del Colegio Internacional de Filosofía, (2018, 4): pp. 31-57

Koselleck, Reinhart (2007), “Crítica y Crisis”, Apéndice de Crítica y crisis. Un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués, Trotta, Madrid, España.

Abril 2023

Hace dos siglos, Marx criticó el capitalismo. A pesar de que el filósofo es comúnmente asociado con el comunismo, realmente Marx pasó la mayor parte de su vida analizando el capitalismo, más que proponiendo de manera específica la instauración del comunismo. Las grandes preguntas que Marx intentó contestar fueron: qué es el capital y cómo opera, qué sucesos lo originaron y cómo es que logra mantenerse a través de los años pese a las crisis.

Evidentemente, desde aquel tiempo han cambiado muchas manifestaciones del modelo capitalista, pero la estructura social es esencialmente la misma, es decir, que la sociedad continúa principalmente dividida en dos grandes clases sociales antagónicas: la clase capitalista, propietaria de los medios de producción; y la clase proletaria, aquella desposeída de los medios de producción.

Marx descubrió que, bajo las condiciones capitalistas, el producto fundamental es el plusvalor. Todo lo que existe en la sociedad actual es, en primer lugar, plusvalor. Aunque se puedan producir zapatos, libros o ropa, estos productos sólo tienen sentido en tanto que son plusvalor.

El plusvalor es la riqueza obtenida por los dueños de los medios de producción a través de la explotación de las y los trabajadores. Es decir, la apropiación del trabajo de estos últimos por parte de los capitalistas. ¿Cómo ocurre esto? La mercancía que venden los trabajadores y compran los capitalistas es la fuerza de trabajo, o sea, la capacidad de trabajo, y no el trabajo en sí. De acuerdo con Marx: “Diríase que el capitalista les compra con dinero el trabajo de los obreros. Estos le venden por dinero su trabajo. Pero esto no es más que la apariencia. Lo que en realidad venden los obreros al capitalista por dinero es su fuerza de trabajo.”[1] Esta tesis es fundamental para comprender el mecanismo de la explotación capitalista. La fuerza de trabajo, como toda mercancía, tiene valor de uso y valor. Su valor de uso es el trabajo, la propiedad de la fuerza de trabajo de crear valor. Su valor equivale al de los medios de subsistencia de las familias de obreros o trabajadores. Ahora bien, como resultado del desarrollo de la productividad, desde hace ya muchos siglo atrás, la capacidad de producción de riqueza de un trabajador es mayor que la requerida para reproducir su propia fuerza de trabajo. Así, durante la jornada laboral, trabajadoras y trabajadores crean el valor de los medios necesarios para reproducir la fuerza de trabajo durante una cierta parte de la jornada, a lo que se denomina tiempo de trabajo necesario; durante el resto de la jornada, por otro lado, hay tiempo de trabajo excedente, en donde crean un valor suplementario, por encima del valor de su fuerza de trabajo, es decir, el plusvalor. El dinero se transforma en capital sólo cuando se emplea para producir plusvalor, es entonces cuando se transforma en valor que se valoriza.

Los medios de producción se convierten en capital bajo determinadas condiciones: cuando son propiedad de los capitalistas y se emplean para explotar el trabajo asalariado, esto es, para crear plusvalor. Una vez que el capital produce plusvalor, éste puede convertirse en capital adicional si el capitalista lo emplea como tal, y así sucede infinitamente. Este descubrimiento de la producción, acumulación de plusvalor y la forma en que el capitalismo funciona le tomó a Marx 50 años de su vida.

El plusvalor es el fundamento de cualquier posible ganancia en el futuro. Marx descubrió que, bajo las condiciones de producción capitalista, el plusvalor es un producto inevitable y necesario, que puede materializarse en dinero en cuanto las mercancías son vendidas para que tengan un uso, en otras palabras: el plusvalor puede obtenerse en cuanto las mercancías se realizan, en cuanto se usan, en el momento en que sirven de algo. El plusvalor es una necesidad para toda producción futura.

Así, bajo el capitalismo, se puede producir un par de zapatos, pero siempre será plusvalor en forma de zapatos. Si en la fabricación de zapatos no hubiera oportunidad de ganancia al mismo tiempo que una necesidad de uso, nunca se habrían fabricado.

El metabolismo de la producción capitalista, fundada en el acrecentamiento del valor, es muy complejo y su autonomización llega al grado de que la sociedad se asfixia. La investigadora Naomi Klein afirma que el mecanismo del capital ha llegado a ser una entidad difícil de descifrar, el cual tiene a la sociedad a su merced.[2] Cada vez es más difícil mantener la idea de una “sociedad capitalista”, es decir, que hoy es casi imposible conjugar una sociedad con pleno bienestar a la par de una producción capitalista. Dado que las ganancias del capitalismo prosperan en situaciones de desastre social,[3] como guerras, tsunamis o epidemias, es incompatible con una sociedad justa. La economía capitalista no camina de la mano con el destino político de un ideal humanista y el bienestar económico no coincide ya con el bienestar de todos los seres humanos.

Hoy es más que evidente la imposibilidad de crear la sociedad autorregulada y utópica planteada por Reagan y Thatcher en la década de 1970; se ha visto que no es viable dentro de un sistema que se finca en la creación de plusvalor.

Esto fue parte de la crítica de Marx al capitalismo, que hoy sigue siendo una herramienta fundamental para la comprensión de la economía y de la sociedad, pero sobre todo, para su transformación.


Betzy Bravo es licenciada en filosofía por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] Con motivo del Foro Económico Mundial, que se realizó virtualmente del 17 al 21 de enero de 2022, se publicó un artículo titulado “Las desigualdades matan”. El artículo revela un hallazgo alarmante: desde el inicio de la pandemia de Covid-19 hasta finales de 2020, los milmillonarios tuvieron un aumento sin precedentes en sus fortunas, incrementándolas en 5 billones de dólares. Según el documento publicado por OXFAM, ésta es la mayor ganancia registrada en la historia.

Referencias

[1] K. Marx, Trabajo asalariado y capital, p. 2. Disponible en: https://bit.ly/42ZtW4e

2 Klein, Naomi, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Argentina: Paidós, 2008.


Marzo 2023

Hablemos de la belleza. Pero no la de un cuadro o la de un atardecer frente al mar, sino la de una persona. La “belleza” es un atributo, una cualidad que le reconocemos a los demás, y a nosotros mismos, o no. Es un parámetro con el que evaluamos que tan “guapa”, “sexy” o atractiva nos parece una persona.

Por supuesto, la “belleza” no siempre es la misma, sino que cambia con el tiempo y de una sociedad a otra. Pero en todos los casos, una persona socialmente atractiva recibirá más atención e interés de los demás, unas veces para mal[1], pero muchas otras para bien (Hung et al., 2016; Seidman & Miller, 2013; Sui & Liu, 2009).

La “belleza” nos hace “deseables.” Tal vez esto se deba a nuestros impulsos animales de reproducción. Pero quizá lo más importante no sea el origen evolutivo de esta selectividad sexual, sino sus consecuencias sociales.

Cuando hablamos de “belleza” en términos sociales lo más importante no es la belleza en sí misma, sino su reconocimiento. No importa tanto lo que debería ser considerado bello o no, sino la manera en que la gente de hecho juzga la belleza. Son estos juicios los que definen sus acciones.

Una persona bella o atractiva es aquella que cumple con los estándares de lo que significa tener “buen cuerpo” o “bonita cara.” Aquí intervienen muchos factores como los rasgos faciales, el color de piel, la estatura, la estructura corporal, la complexión física, el color de los ojos, la edad, la gordura o esbeltez, la musculatura, entre muchas otras cosas[2].

En general, a las personas más bellas o atractivas las evaluamos como más sociables, cálidas, inteligentes, saludables y capaces (Dion et al., 1972; Feingold, 1992; Langlois et al., 2000; Lorenzo et al., 2010). Laboralmente, ser más atractivo puede aumentar las probabilidades de obtener un empleo o un mejor sueldo, situación que afecta de manera particular a las mujeres (Campos-Vazquez & Gonzalez, 2020; Liu & Sierminska, 2014). Adultos más atractivos, incluso pueden llegar a acceder a matrimonios económicamente más convenientes (Udry & Eckland, 1984).

En educación, estudiantes físicamente más atractivos obtendrán valoraciones más favorables de sus profesores sobre su personalidad, desempeño escolar y habilidad percibida (DeMeis & Turner, 1978; Parks & Kennedy, 2007). En primaria, incluso, se ha encontrado que los profesores suelen tener mejores expectativas de niños y niñas “más bonitos”, esperando que tendrán un coeficiente intelectual mayor, trayectorias educativas más prolongadas y mejores relaciones con sus compañeros de clase (Clifford & Walster, 1973). Estos estudiantes pueden llegar a recibir más atención y aliento de sus profesores, lo que tal vez les ayude a mantener buenos desempeños y un mejor aprovechamiento.

Incluso durante un juicio, los acusados suelen ser encontrados culpables con menos frecuencia cuando son físicamente más atractivos. Esta situación puede regularse con la deliberación colectiva de la sentencia, pero pone de manifiesto los sesgos de la belleza (Patry, 2008). En juicios sobre agresión sexual, por ejemplo, se ha encontrado que los agresores hombres son juzgados como más responsables cuando sus víctimas mujeres son más bonitas que cuando no, situación que claramente vulnera y revictimiza a ciertas mujeres solo por ser físicamente menos atractivas (Maeder et al., 2014).

La “belleza” es un atributo desigualmente distribuido y que otorga ventajas para acceder a otros beneficios sociales. No es extraño que las personas invirtamos tiempo, dinero y esfuerzo en lucir más atractivas, lo que resulta especialmente cierto para las mujeres, quienes están bajo mayor presión de cumplir con los estándares de belleza (Kuipers, 2015, 2016). Toda la industria de la moda, el maquillaje, el skin care, el fitness, etcétera, está orientada a “mejorar” la apariencia física de las personas. Tan solo en 2021, en el mundo se realizaron al menos 30.4 millones de procedimientos estéticos (quirúrgicos y no quirúrgicos)[3], siendo Estados Unidos, Brasil, China, Japón, Corea del Sur, India, Rusia, Argentina, México y Alemania (en ese orden) los diez países con más procedimientos estéticos estimados. De todos los procedimientos, el 86.5% fue realizado por mujeres.

Cuando las personas buscan maximizar su belleza también están buscando los beneficios que vienen con ella. Pero estos beneficios no son solo externos. Las personas aprendemos a vernos y a valorarnos en la mirada de los demás, para bien y para mal. Es con los otros con quienes aprendemos a apreciar lo bello, lo deseable y lo valioso, en los demás y en nosotros mismos. Por eso, en la medida en que la belleza se vuelve un criterio de merecimiento para ser valorado e incluso querido, se vuelve también un criterio para valorarse y quererse a uno mismo. Quizá esta sea la consecuencia más íntima y a la vez brutal de la belleza como forma de desigualdad, que nos enseña a sentirnos más o menos valiosos y merecedores de cariño, lo que puede suponer una injusta y pesada carga (Petrie & Moore, 2017; Sherlock & Wagstaff, 2018).

Por supuesto, la distribución desigual de la belleza no es el origen fundamental de nuestras injusticias más profundas. En el nivel de la producción económica[4], por ejemplo, la existencia de las clases sociales, con sus mecanismos de explotación asalariada y acumulación de capitales a nivel internacional, es en buena medida la responsable de la precarización laboral y el subdesarrollo en los países del Sur Global. En el nivel distributivo, por otro lado, la estratificación socioeconómica también es una de las grandes responsables de los procesos de reproducción social de desigualdades, lo mismo que las asimetrías educativas, de género y étnico-raciales.

Sin embargo, la belleza también es un factor de desigualdad: otorga ventajas en el acceso a otros beneficios, y, en nuestras sociedades capitalistas, es constantemente mercantilizada, ya sea en tratamientos de belleza, en la estética asociada a determinados productos, en el modelaje e, incluso, en la pornografía. Los cánones de belleza dominantes hacen que unas personas estén más cerca y otras más lejos del ideal. Estas son las asimetrías que otorgan ventajas a unos y desventajas a otros, incluso en términos de su bienestar subjetivo.

Por supuesto, todas las desigualdades se cruzan: los cánones de belleza están asociados con rasgos étnico-raciales, favoreciendo usualmente a las personas caucásicas, y son más demandantes para las mujeres que para los hombres. Una persona rica podrá procurarse mejores cuidados, ejercicio y tratamientos de belleza que una persona pobre, canjeando así sus ventajas económicas por estéticas. Los privilegios se refuerzan. Las desventajas se acumulan. Las desigualdades se mezclan y se reproducen con la facilidad que el agua se escurre entre los dedos.

Sin embargo, no se trata de emprender una campaña contra la belleza. De lo que se trata es de cuestionar la hegemonía de ciertos cánones y estar conscientes de los privilegios e injusticias que pueden surgir de ellos. Necesitamos conocer la realidad para cambiarla. Por eso, si queremos resolver las injusticias que surgen de estas y otras formas de desigualdad, es preciso conocer todas sus caras y facetas, para acercarnos a la conciencia de su necesidad y poder transformarlas.


Pablo Hernández Jaime es Maestro en Ciencias Sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] Es importante notar que el atractivo físico, aunque suele venir con ventajas sociales también puede acarrear desventajas, quizá bajo la forma de mayor condescendencia o acoso en lugares públicos. Estas desventajas, claramente, serían mayores para las mujeres y, especialmente, para las mujeres en condiciones socioeconómicas vulnerables, pues son ellas quienes deben enfrentar situaciones de riesgo de forma más cotidiana. Sin embargo, en este pequeño artículo me centraré en la dimensión positiva de la belleza.

[2] Por supuesto, hay otras cosas que pueden hacer que nos guste una persona, por ejemplo, su condición socioeconómica o su prestigio social, su agudeza intelectual, su habilidad para bailar, cocinar o hacer cualquier otra cosa que pueda ser de nuestro interés o admiración. Todo esto cuenta. Pero aquí nos enfocamos en las cuestiones del atractivo físico.

[3] De acuerdo con la International Society of Aesthetic Plastic Surgery (ISAPS). https://www.isaps.org/media/vdpdanke/isaps-global-survey_2021.pdf

[4] Olin Wright (1997, 2005) divide los conflictos económicos por la distribución de la riqueza en explotativos y no-explotativos. Lo que quiere decir con esto es que unos conflictos se operan a nivel de la producción de la riqueza, en torno a la explotación del trabajo. Otros, en cambio, se operan a nivel de la distribución de riqueza en el ámbito de la estratificación ocupacional. La idea de Wright es que, si bien, en la producción los trabajadores crean la riqueza que los capitalistas se apropian, la asignación que se hace entre el conjunto de todos los trabajadores no es igual, sino que está estratificada, por lo que unas posiciones ocupacionales recibirán mejores ingresos, prestigio y control que otras. Los conflictos explotativos giran en torno a la apropiación inicial del excedente económico, restringiendo o profundizando la explotación. Estos conflictos son los que, en alguna medida, fijan el rango de desigualdad de las sociedades. Los conflictos no-explotativos, por otro lado, giran en torno a la obtención de mejores salarios, a veces alcanzando también parte del excedente productivo. Esto último ocurre, por ejemplo, con los grandes ejecutivos o CEOs, cuya remuneración puede llegar a ser mucho mayor al mero costo de su fuerza de trabajo. Los análisis sobre desigualdades, estratificación y movilidad suelen analizar los distintos factores estructurales (no-explotativos) que intervienen en el acceso diferenciado a mejores posiciones sociales. La belleza como forma de desigualdad se ubica entre estos últimos factores.  

Referencias

Campos-Vazquez, R. M., & Gonzalez, E. (2020). Obesity and hiring discrimination. Economics & Human Biology, 37, 100850. https://doi.org/10.1016/J.EHB.2020.100850

Clifford, M. M., & Walster, E. (1973). The Effect of Physical Attractiveness on Teacher Expectations. Sociology of Education, 46(2), 248. https://doi.org/10.2307/2112099

DeMeis, D. K., & Turner, R. R. (1978). Effects of students’ race, physical attractiveness, and dialect on teachers’ evaluations. Contemporary Educational Psychology, 3(1), 77–86. https://doi.org/10.1016/0361-476X(78)90012-7

Dion, K., Berscheid, E., & Walster, E. (1972). What is beautiful is good. Journal of Personality and Social Psychology, 24(3), 285–290. https://doi.org/10.1037/H0033731

Feingold, A. (1992). Good-Looking People Are Not What We Think. Psychological Bulletin, 111(2), 304–341. https://doi.org/10.1037/0033-2909.111.2.304

Hung, S. M., Nieh, C. H., & Hsieh, P. J. (2016). Unconscious processing of facial attractiveness: invisible attractive faces orient visual attention. Scientific Reports 2016 6:1, 6(1), 1–8. https://doi.org/10.1038/srep37117

Kuipers, G. (2015). Beauty and distinction? The evaluation of appearance and cultural capital in five European countries. Poetics, 53, 38–51. https://doi.org/10.1016/j.poetic.2015.10.001

Kuipers, G. (2016). Beauty and inequality. Ted Talk.

Langlois, J. H., Kalakanis, L., Rubenstein, A. J., Larson, A., Hallam, M., & Smoot, M. (2000). Maxims or myths of beauty? A meta-analytic and theoretical review. Psychological bulletin, 126(3), 390–414. https://doi.org/10.1037/0033-2909.126.3.390

Liu, X., & Sierminska, E. (2014). Evaluating the Effect of Beauty on Labor Market Outcomes: A Review of the Literature. SSRN Electronic Journal. https://doi.org/10.2139/SSRN.2613431

Lorenzo, G. L., Biesanz, J. C., & Human, L. J. (2010). What Is Beautiful Is Good and More Accurately Understood. https://doi.org/10.1177/0956797610388048, 21(12), 1777–1782. https://doi.org/10.1177/0956797610388048

Maeder, E. M., Yamamoto, S., & Saliba, P. (2014). The influence of defendant race and victim physical attractiveness on juror decision-making in a sexual assault trial. https://doi.org/10.1080/1068316X.2014.915325, 21(1), 62–79. https://doi.org/10.1080/1068316X.2014.915325

Parks, F. R., & Kennedy, J. H. (2007). The Impact of Race, Physical Attractiveness, and Gender On Education Majors’ and Teachers’ Perceptions of Student Competence. http://dx.doi.org/10.1177/0021934705285955, 37(6), 936–943. https://doi.org/10.1177/0021934705285955

Patry, M. W. (2008). Attractive but Guilty: Deliberation and the Physical Attractiveness Bias. http://dx.doi.org/10.2466/pr0.102.3.727-733, 102(3), 727–733. https://doi.org/10.2466/PR0.102.3.727-733

Petrie, T., & Moore, F. (2017). Facial Treatment With Botulinum Toxin Improves Attractiveness Rated by Self and Others, and Psychological Wellbeing. Dermatologic surgery : official publication for American Society for Dermatologic Surgery [et al.], 43, S322–S328. https://doi.org/10.1097/DSS.0000000000001401

Seidman, G., & Miller, O. S. (2013). Effects of Gender and Physical Attractiveness on Visual Attention to Facebook Profiles. https://home.liebertpub.com/cyber, 16(1), 20–24. https://doi.org/10.1089/CYBER.2012.0305

Sherlock, M., & Wagstaff, D. L. (2018). Exploring the Relationship Between Frequency of Instagram Use, Exposure to Idealized Images, and Psychological Well-being in Women. Psychology of Popular Media Culture. https://doi.org/10.1037/PPM0000182

Sui, J., & Liu, C. H. (2009). Can beauty be ignored? Effects of facial attractiveness on covert attention. Psychonomic Bulletin and Review, 16(2), 276–281. https://doi.org/10.3758/PBR.16.2.276/METRICS

Udry, J. R., & Eckland, B. K. (1984). Benefits of Being Attractive: Differential Payoffs for Men and Women. http://dx.doi.org/10.2466/pr0.1984.54.1.47, 54(1), 47–56. https://doi.org/10.2466/PR0.1984.54.1.47

Wright, E. O. (1997). Class Counts. Comparative studies in class analysis. Cambridge University Press.

Wright, E. O. (2005). Fundations of neo-Marxist class analysis. En Approaches to class analysis. Cambridge University Press.

Marzo 2023

Tiempos de oscuridad. Historia de los golpes de Estado en América Latina de Marcos Roitman es un libro indispensable para entender la historia latinoamericana reciente. Se trata de una revisión histórica de los golpes de estado en sus diferentes modalidades, violentos o civiles, perpetrados por los Estados Unidos so pretexto de la doctrina de seguridad nacional en el territorio latinoamericano.

Roitman divide su libro en cuatro capítulos en los cuales plantea la formación y evolución de esta realidad histórica que es la intervención norteamericana en América Latina por medio de golpes de estado. En el primer capítulo, “El siglo XX latinoamericano, una historia de ida y vuelta”, el autor expone los antecedentes históricos que contribuyeron para que Estados Unidos tuviera una injerencia económica y política en los países latinoamericanos; a saber, la Doctrina Monroe como principio de dicho intervencionismo. En ese sentido Roitman hace un recuento de las diversas políticas intervencionistas bajo este principio como el Plan Camelot, la Alianza para el Progreso, la Revolución verde, “las guerras sucias”, el apoyo a las dictaduras militares y las guerras de baja intensidad. Así como la recuperación en la segunda mitad del siglo XX de la política “del buen vecino” para construir “democracias” y colocar gobiernos civiles de corte neoliberal, como el caso chileno.

En este primer capítulo, también, aparecen en escena actores políticos importantes que se oponen abiertamente a este injerencismo norteamericano: estudiantes, intelectuales, políticos y miembros de la iglesia; por ejemplo, los movimientos estudiantiles antiimperialistas, la teoría de la dependencia, la teología de la liberación y la integración de espacios propiamente latinoamericanos como la CELAC, el MERCOSUR y el ALBA, por mencionar algunos.  En suma, este primer capítulo sienta las bases para entender la historia reciente de América Latina. Ofrece al lector un panorama general pero completo de una historia que aún sigue “abierta”.

En el segundo capítulo, “Guerra, golpes de estado y fuerzas armadas”, Roitman expone la política bélica norteamericana en el contexto de la Guerra Fría hacia los países latinoamericanos. Destaca un primer periodo en ésta, cuyo eje principal es la formación y profesionalización de las fuerzas armadas latinoamericanas por medio de academias de guerra, en las cuales tanto la enseñanza como la tecnología utilizada eran provistas por el gobierno estadounidense.

Roitman concluye que, en este primer periodo de preparación de las fuerzas armadas latinoamericanas, éstas jugaron un papel protagónico como defensoras de los estados oligárquicos, pues ellas eran las encargadas de apaciguar las protestas sociales, evitar huelgas y reprimir a las organizaciones obreras. El autor hace énfasis en señalar el nacimiento de una tríada dependiente: la oligarquía regional, el ejército y el capital extranjero, particularmente el norteamericano. Es en este periodo de formación y consolidación de las fuerzas armadas en América Latina en el que se erigen las primeras dictaduras militares, cuya presencia significa, según el autor, “el fin de una época donde el anticomunismo pasó a ser la excusa perfecta para mantenerse en el poder.”

El tercer capítulo “Golpes de Estado, subversión y anticomunismo” aborda la subordinación total de las fuerzas armadas latinoamericanas a la visión norteamericana de posguerra, en la cual el enemigo principal del “mundo libre” era el comunismo, de modo que, éstas asumieron la defensa de la “civilización occidental y cristiana” en América Latina. Por medio de estas políticas América Latina se convirtió en el patio trasero de la política de seguridad de Estados Unidos y así fue como varios países latinoamericanos firmaron en 1947 el Tratado de Chapultepec que tenía como “objetivo promover la paz y la estabilidad en la región.”

Roitman considera que es relevante el carácter intervencionista de las fuerzas armadas porque estas fueron quienes “se arrogaron la condición de juez y parte a la hora de valorar qué gobiernos caían bajo la consideración de “democráticos” y cuáles bajo el calificativo de “procomunistas” o “marxistas”.” En este contexto fue en el que se formaron las dictaduras en los años sesenta en Argentina, Bolivia, Uruguay, Chile, Perú, Ecuador, El Salvador, Guatemala y Honduras, que a su vez originaron el concepto de “Estado autoritario burocrático”, una especie de autoritarismo moderno que se inscribió, según el autor, bajo patrones keynesianos. Asimismo, expone cómo las guerras de baja intensidad dieron paso a nuevos golpes de estado sin necesidad de ilegalizar partidos políticos, recurrir al asalto de los palacios presidenciales ni tanto «derramamiento de sangre».

En el capítulo final denominado “El nuevo golpismo” el autor señala el cambio de paradigma en la política de seguridad nacional de Estados Unidos. Menciona que el enemigo a vencer ya no será el comunismo sino el narcotráfico y el terrorismo. En ese sentido se produce un fenómeno singular en la región que es la militarización a través de la cual Estados Unidos interviene, tal es el caso de la DEA. En la última década del siglo XX y la primera del XXI, los golpes de estado se vuelven “constitucionales”. En 2012 el caso del presidente Fernando Lugo en Paraguay.

En suma, Roitman concluye que en la actualidad se produce una destitución de autoridad legítima, mediante organismos internacionales como el FMI, el Banco Mundial, la OCDE o la OMC. Golpes de Estado menos traumáticos, según él.


Victoria Herrera es historiadora por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Marzo 2023

“La fórmula de «esto no lo entiende el pueblo» siempre me ha indignado profundamente: ¿Qué se quiere conseguir con ello? ¿Quién se toma el derecho de hablar en nombre del pueblo, de verse a sí mismo como la encarnación de la mayoría del pueblo? ¿Y quién sabe qué es lo que comprende el pueblo y qué deja de comprender, qué necesita y qué rechaza? ¿O es que alguien en alguna ocasión ha hecho siquiera sea una sencillísima pero honrada encuesta entre ese pueblo, para ilustrarse acerca de sus verdaderos intereses, reflexiones, deseos, esperanzas y decepciones? Yo mismo soy una parte de mi pueblo. Yo he vivido con él en mi patria y yo he tenido (de acuerdo con mi edad) las mismas experiencias históricas que ellos, yo he observado los mismos procesos vitales que él y sobre ellos he reflexionado. Y también ahora, viviendo en el mundo occidental, sigo siendo un hijo de mi pueblo. Soy una pequeña gota, una partícula diminuta de él, y espero que pueda expresar sus ideas, ideas profundamente ancladas en sus tradiciones culturales e históricas”.

Estas reflexiones del prominente realizador soviético Andrei Tarkovski, expresadas en su libro Esculpir el tiempo, ilustran con enorme claridad las profundas preocupaciones sociales y políticas que determinaron todo su quehacer artístico. Las reflexiones filosóficas, reunidas a lo largo de los últimos quince años del cineasta, fueron publicadas en 1985 bajo el título Esculpir el tiempo. Reflexiones sobre el arte, la estética y la poética del cine. Puesto que el propio Tarkovski preparó la publicación, y a pesar de que se trata de artículos, entrevistas, conferencias y otros materiales reunidos a lo largo de varios años, el libro puede considerarse su manifiesto personal, a la vez que su veredicto definitivo sobre su obra y sobre su vida.

Dado el título de este artículo, y puesto que sucede a otro texto mío titulado “Marxismo y belleza. El juicio de Plejánov”, quisiera fundamentar la pertinencia de incluir a una de las figuras más insignes de la historia del cine en el grupo de quienes han reflexionado sobre cuestiones estéticas desde una óptica marxista, o al menos desde una perspectiva cercana a Marx.

Me interesa hacer notar que el desarrollo de la teoría estética del marxismo ha prescindido en gran medida de un elemento insustituible: la voz de los propios artistas. Con esto se comete la injusticia, y el error metodológico, de observar al artista como un objeto de estudio más o menos pasivo en el fenómeno general, en lugar de presentarlo como agente —imprescindible, más quizá no principal— de los procesos de desarrollo del arte. Se ha llegado incluso a elevar el postulado de que la voz del artista es prácticamente irrelevante, aplastado por su obra y la posterior significación histórica y social de esta.

Este es un primer motivo para rescatar el cineasta soviético. Pero está claro que también deben presentarse elementos de carácter teórico que permitan enlazar las teorizaciones estéticas de Tarkovski con la tradición marxista.

A este respecto, me atreveré a formular la hipótesis de que Tarkovski, preclaramente, detectó con toda oportunidad la errada política soviética que censuraba temas y lenguajes según criterios directamente políticos; así que habla con bastante mesura. Figura de talla mundial, procuró formular críticas y sugerencias en un registro bastante místico, pero sin traicionar sus propias convicciones políticas y artísticas. Ya el pasaje citado al principio da cuenta de su profunda preocupación hacia el áspero problema de la apreciación del trabajo artístico por parte de las masas populares —problema que, de hecho, podría calificarse de exclusivo, además de central, de la teoría marxista del arte—. Pienso que la posteridad dio la razón al proceder de Tarkovski, al menos en el sentido de que puesto ante la disyuntiva de llevar hasta sus últimas consecuencias o su radicalismo político o su radicalismo artístico, optó por el segundo.

En sus reflexiones filosóficas, Tarkovski adopta el punto de vista del materialismo dialéctico al plantear el problema del conocimiento y de la naturaleza de la creación artística. “Toda persona —nos dice— tiende a creer que el mundo es lo que él ve y percibe. Pero desgraciadamente el mundo es completamente distinto. Sólo en el proceso de la vida práctica del hombre, la «cosa en sí» pasa a ser una «cosa para nosotros». Aquí radica también el sentido de los procesos cognitivos del hombre. El conocimiento del hombre queda limitado durante esos procesos gracias a los sentidos que le han sido otorgados por la naturaleza”. Tarkovski retoma la escuela de Marx, Plejánov y Lenin respecto a cuestiones nodales como la dimensión práctica del proceso del conocimiento o la cognoscibilidad de la realidad objetiva.

Sobre la naturaleza de la obra arte, nos dice: “Una obra maestra es un juicio —en su validez absoluta— perfecto y pleno sobre la realidad, cuyo valor se mide por el grado en que consiga expresar la individualidad humana en relación con lo espiritual”.

Con todo, es preciso reconocer que Tarkovski nunca se declaró claramente como un marxista, como tampoco renegó jamás del ideal socialista de su patria. En sus reflexiones de Esculpir el tiempo, de un tono general de trágica orfandad, abundan sus referencias a otros artistas tanto del cine (Bergman, Buñuel, Kurosawa) como de la literatura rusa (Tólstoi, Dostoievski, Pushkin); pero también a Marx y Engels.

También es cierto que sus reflexiones, como él mismo las nombra, no llegan a constituir propiamente un sistema filosófico. Su propuesta estética se nutre de tradiciones tan dispares como las religiones orientales, el marxismo o el arte renacentista. Su intento por conjugar todos estos elementos en un solo sistema orgánico naufraga claramente. Y sus disquisiciones adquieren más el carácter de un manifiesto artístico que el de una obra filosófica con rigor metodológico.

Examinemos, pues, la concepción tarkovskiana sobre la belleza. ¿Qué es el arte para Tarkovski? En el ensayo titulado “El arte como ansia de lo ideal”, el realizador nos brinda varias claves para entender esta compleja interrogante: “El arte es una forma de apropiarse del mundo, una forma de conocimiento del hombre en camino hacia la «verdad absoluta»”. Y sigue: “El arte surge y se desarrolla allí donde hay esa ansia eterna, incansable, de lo espiritual, de un ideal que hace que las personas se congreguen en torno al arte”.

El tono místico de Tarkovski oscurece la esencia de sus planteamientos, especialmente al asumir una retórica semi-religiosa que presenta al arte como un medio para lo ideal, lo espiritual, la verdad absoluta, etc. Pero vale la pena penetrar cuidadosamente en sus ideas. Después de todo, la formulación de Tarkovski no se aleja mucho de aquella de Plejánov que define al arte como “un medio de contacto espiritual entre los hombres”.

En el caso del cineasta soviético se torna apremiante “terrenalizar” el tono místico y lanzar la pregunta obligada: ¿Qué es lo ideal? ¿Qué es lo espiritual? ¿Cuál es esa verdad absoluta? Al elevar Tarkovski estas categorías al nivel de meta suprema de la creatividad artística, es legítimo cuestionarle a qué se refiere exactamente.

Pero el genio calla. O, en todo caso, él mismo no llega a sistematizar una respuesta definitiva. Quizá esto no es sino precisamente la asunción de tal silencio como programa estético; como si Tarkovski asumiera que, alcanzado cierto punto en el camino del proceso de conocimiento representado por la creación artística, se encontrara una especie de non plus ultra, un horizonte que se desliza al tiempo que nosotros. La utopía que nos permite seguir caminando, como dijera Galeano.

Cuando avanza en sus indagaciones, Tarkovski vuelve siempre otra vez a lo ideal y, en todo caso, se detiene precisamente al llegar al punto de no retorno: cuál es esa verdad absoluta. “En el arte no se confirma la individualidad, sino que esta sirve a otra idea más general y más elevada. […] Si hablamos de inclinarse hacia la belleza, de que la meta del arte, surgido por el ansia de lo ideal, es precisamente ese ideal, no quiero decir con ello que el arte debe evitar el «polvo» de lo terreno… Todo lo contrario: la imagen artística es siempre un símbolo que sustituye una cosa por otra, lo mayor por lo menor. Para poder informar de lo vivo, el artista presenta lo muerto, para poder hablar de lo infinito, el artista presenta lo finito. Un sustitutivo. Lo infinito no es materializable, tan sólo se puede crear una ilusión, una imagen”.

Es difícil afirmar si debemos calificar a esas líneas como enigmáticas, o como simplemente contradictorias. ¿Se refiere Tarkovski a una especie de sublimación suprema de todo el “polvo de lo terreno”? ¿O se refiere, en cambio, a que tal ideal de lo infinito y lo bello solo puede alcanzar su plena dimensión en el terreno de lo material? Para el materialismo dialéctico, la creación artística presenta lo particular como medio para expresar lo general; pero esta generalidad, a su vez, solo encuentra su manifestación precisamente en una serie innumerable de fenómenos particulares. ¿Admite Tarkovski este postulado? ¿Lo niega? ¿Se enreda él mismo y tropieza con sus propias elucubraciones? Pienso que no está claro. Junto a pasajes de tono místico-religioso se encuentran otros de enorme fuerza expresiva y claridad, en los que defiende abiertamente las ideas Marx sobre la naturaleza de la creación artística y el derecho que siente como artista a exponer su trabajo ante su pueblo. 

En todo caso, la perspectiva tarkovskiana, que en varios temas discrepa de la tendencia dominante entre las autoridades culturales de su tiempo, aporta puntos clave a la discusión del marxismo sobre la forma particular en que el arte ha de encarnar el principio general de ser herramienta de transformación. Ante el reclamo de que utiliza un lenguaje demasiado abstracto, incomprensible para las masas, Tarkovski enfatiza que el factor decisivo en este viejo problema es, en realidad, una labor permanente de elevación cultural del pueblo, labor que en el sistema político soviético, a su juicio, queda en manos no de los artistas, sino de los funcionarios del aparato cultural oficial. Critica la tendencia dominante en la política cultural soviética de hacer de la creación artística un mero producto propagandístico, acusando a tal mecanismo de engendrar un público acrítico y pasivo, y de ser incapaz de desarrollar la verdadera apreciación artística entre el pueblo soviético.

La función que Tarkovski asigna al arte parece ser, en efecto, todavía más precisa —y a la vez más universal— que la de la postura oficial de la URSS: “El objetivo de cualquier arte […] consiste en explicar por sí mismo y a su entorno el sentido de la vida y de la existencia humana. Es decir: explicarle al hombre cuál es el motivo y el objetivo de su existencia en nuestro planeta. O quizá no explicárselo, sino tan sólo enfrentarlo a esta interrogante”.

El arte no decreta nada ni dicta fórmulas preconcebidas; al contrario: cuestiona, ejercita la reflexión y propicia el pensamiento crítico. Así es como el arte transforma al mundo. Quienes esperan de él una arenga contundente para las masas confunden gravemente la cuestión. El arte no es un adorno, y mucho menos un complemento de orden práctico para las eventuales carencias del activismo político. Se trata, más bien, de un camino propio que contribuye —o no—, con sus propios medios particulares, a los esfuerzos colectivos por la transformación social.


Aquiles Lázaro es promotor cultural e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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