Ehécatl Lázaro

La geopolítica de la pandemia

Marzo 2020

La pandemia del Covid-19 se ha convertido en un escenario más de la geopolítica internacional. Los principales polos de poder a nivel mundial miden sus fuerzas, hacen cálculos y movilizan sus recursos para salir fortalecidos de la coyuntura actual. Paralelamente a la batalla científica por controlar al virus, se libra una batalla política de dimensiones planetarias entre los países que se disputan la hegemonía mundial. Por un lado, Estados Unidos lucha por defender su posición de superpotencia única conquistada con la caída de la Unión Soviética; por el otro, China busca ampliar sus cada vez mayores áreas de influencia. Esta disputa geopolítica es en realidad el correlato del comportamiento económico internacional que en las últimas décadas han tenido ambos países. En este contexto, la capacidad que tengan para responder eficazmente a la pandemia, y la intervención que ejerzan en otros países, repercutirá en la proyección mundial de las dos potencias. La crisis actual pone a prueba el liderazgo internacional de Estados Unidos y China, algo que los gobernantes de ambos países entienden bien.

Estados Unidos ha dejado solos a sus aliados y ha optado por replegarse al interior de sus fronteras para contener la expansión del virus. Los países europeos que participan en el concierto de las naciones bajo la batuta norteamericana -en términos militares, políticos, económicos y diplomáticos- hoy están luchando prácticamente solos para detener el avance de la pandemia. Cada país hace lo que puede con sus propios recursos para enfrentar la crisis, lo que ha provocado que los países más débiles de la zona Euro encabecen hoy las listas de víctimas mortales por el coronavirus. Mientras las cifras de defunciones de Italia y España ya superan a las de China, países como Alemania e Inglaterra han desplegado todos los recursos a su disposición para contener la propagación de la pandemia y manejar adecuadamente los casos de contagio. No hay cooperación internacional entre países europeos para enfrentar la crisis, como tampoco hay una intervención eficiente de la superpotencia estadounidense.

Si la presencia de Estados Unidos se ha desdibujado con sus aliados, con sus “enemigos”, en cambio, mantiene una política agresiva. A pesar de la crisis, actuando como si no existiera la emergencia sanitaria, el 10 de enero Mike Pompeo anunció la aplicación de nuevas sanciones económicas a Irán, específicamente contra grandes empresas productoras de hierro y acero, a fin de asfixiar su economía y derrocar a la dirigencia política del país persa. El mismo día, el secretario del Tesoro declaró que las “sanciones continuarán hasta que el régimen detenga la financiación del terrorismo global y se comprometa a no contar nunca con armas nucleares”. Por otro lado, continúa el cerco económico contra Venezuela. El 18 de marzo el Fondo Monetario Internacional le negó a Venezuela un préstamo que Nicolás Maduro solicitó para poder hacer frente a la emergencia sanitaria, pues la economía del país no está en su mejor momento debido a las sanciones que Estados Unidos mantiene desde hace años contra los venezolanos. Así pues, la potencia norteamericana deja en el desamparo a sus aliados y condena a morir por la pandemia a quienes considera sus enemigos.

La participación de China es totalmente diferente. Una vez que controló la expansión del virus entre su población, la potencia asiática comenzó un ambicioso plan orientado a intervenir en otros países para ayudar en el manejo de la crisis. El 11 de marzo el gobierno chino evió a Italia un primer equipo de médicos especialistas en el combate al coronavirus, para compartir con los italianos la experiencia china en el tratamiento de la pandemia. Días después, el 19 de marzo, un segundo equipo de médicos expertos chinos aterrizó en Lombardía, la zona más afectada de Italia, para contribuir al manejo de la emergencia sanitaria; los médicos fueron recibidos como héroes y el presidente lombardo declaró a los medios que es “una ayuda de vital importancia que servirá para salvar vidas”, al mismo tiempo que mandó un mensaje de agradecimiento al pueblo chino. Con el segundo destacamento médico, China envió también una donación de 2 millones de mascarillas, mil ventiladores pulmonares, 20 mil trajes protectores y 50 mil pruebas para detectar el coronavirus. El 13 de marzo, también España recibió un lote de equipo médico donado por el gobierno chino. En esta crisis, China está ocupando los vacíos que deja la ausencia estadounidense.

La reacción de los polos de poder ante la pandemia es un reflejo de la correlación global de fuerzas que existe en la actualidad. En los últimos años el liderazgo de Estados Unidos se ha visto fuertemente cuestionado por el surgimiento y consolidación de otros polos de poder, como China y Rusia. El gigante asiático amenaza la preeminencia norteamericana como país más rico del mundo y como principal productor de tecnología de punta. Rusia, por otro lado, le disputa a los estadounidenses la posición delantera en generación de armamento, además de que ha demostrado su superioridad estratégica al derrotar a las fuerzas estadounidenses en escenarios como Siria o Crimea. Así, mientras China, Rusia y Cuba envían personal médico para ayudar a los italianos, Estados Unidos se limita a mantener una guerra mediática que señala a China como culpable de la propagación del virus. En conclusión, el escenario geopolítico originado por la pandemia del coronavirus expresa la pausada pero indiscutible transformación del orden mundial pos-Guerra Fría. Algo que todos los países entienden cada vez mejor.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Marx después de Marx

Marzo 2020

“El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos solo, y cuando volvimos le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre”. Con estas palabras comenzaba Engels el discurso que pronunció ante la tumba de Marx el 17 de marzo de 1883, en el cementerio de Highgate, Londres, hace ya 137 años. En los más de cien años que han pasado desde entonces, el mundo ha dado un vuelco: la concentración de la riqueza alcanza niveles insultantes, la tecnología se desarrolla con una rapidez impresionante, el capital financiero se ha apoderado del proceso productivo, el imperialismo se ha profundizado, y la humanidad enfrenta ya una crisis ecológica que amenaza su existencia. Pero a pesar de todos los cambios que ha sufrido el mundo, el pensamiento del filósofo alemán sigue siendo estudiado por millones de personas en las más diversas geografías. Parece que Marx se niega a morir.

El materialismo histórico-dialéctico fue la filosofía que el Prometeo de Tréveris construyó a lo largo de su vida, y la única herencia que al morir le dejó al mundo. Con el pensamiento más avanzado de su época -la filosofía clásica alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés- Marx desarrolló una nueva forma de concebir al universo todo y a la sociedad humana como parte integrante de él. Aplicando la dialéctica desarrollada por Hegel, pero desde una perspectiva radicalmente opuesta -el materialismo- postuló la existencia de ciertas leyes observables mediante las que explicó el movimiento del universo. Con base en esa premisa, el filósofo alemán analizó el funcionamiento del sistema capitalista y señaló que las contradicciones esenciales de esta sociedad solo se resolverán cuando cambien las relaciones de explotación bajo las cuales se produce la riqueza. Marx fue capaz de explicar de la forma más completa y abarcadora el origen de los problemas que caracterizaron su sociedad, y que -en tanto capitalista- caracterizan también a la nuestra.

Pero desde muy joven Marx rechazó a los pensadores que se limitaban a explicar el mundo sin participar en su transformación. Congruente con su posición, no solo publicó obras que se siguen estudiando en las universidades, como El Capital, sino que toda su vida se preocupó por transformar radicalmente su sociedad. De acuerdo con Marx, el proletariado era la única fuerza capaz de revolucionar las relaciones de producción y, por lo tanto, de terminar con el capitalismo. Fue así como se involucró primero en la Liga de los Justos -para la cual escribió en 1848 el Manifiesto Comunista- y fundó después la Asociación Internacional de Trabajadores (1864), instrumento organizativo que le permitió cohesionar al proletariado europeo, y dotarlo de la preparación científica necesaria para llevar a cabo su actividad revolucionaria. Este activismo febril llevó al genio alemán a vivir en el exilio, donde murió querido por los trabajadores y temido por los poderosos. Marx no solo explicó la sociedad, hizo cuanto pudo para transformarla.

La explicación y transformación del mundo que implican el pensamiento y la acción de Marx, hicieron de él un referente de los movimientos revolucionarios del siglo XX. Rusia, China, Cuba, Corea, Vietnam y Yugoslavia, por mencionar solo algunos, fueron casos en los que movimientos de inspiración marxista alcanzaron el triunfo. Durante todo el siglo, el marxismo se consideró como una alternativa de desarrollo para los países capitalistas. Sin embargo, la caída de la Unión Soviética en 1992, y con ella de todo el bloque socialista, fue aprovechada por los principales voceros del capitalismo para convencer al mundo entero de que el fracaso de la URSS significaba también el fracaso de Marx. En el mundo unipolar del neoliberalismo se intentó sepultar de una vez y para siempre al marxismo. Con todo, a pesar de la guerra mediática que se cebó sobre la derrota soviética, países como China, Cuba y Corea, mantuvieron la brújula de Marx como principal orientador para transitar al futuro.

Pero cuarenta años de ataques neoliberales y tres décadas de mundo unipolar no han sido suficientes para acabar con el marxismo. Aunque el mundo ha cambiado mucho, los problemas inmanentes al capitalismo, en vez de desaparecer, se han agudizado; revolucionar la sociedad en que vivimos es ahora más necesario que antes. ¡Cuánta razón tuvo Engels cuando en su último mensaje a Marx dijo de él que “su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra”! Hoy, en la tercera década del siglo XXI, el pensamiento y la acción de Marx siguen siendo la crítica más demoledora a nuestra sociedad. Pocos pensadores pueden ostentar una herencia tan fecunda. Desde su gran busto en Highgate, Marx sigue invitando a los explotados del mundo a construir una sociedad mejor.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Reflexiones marxistas sobre el movimiento feminista

Marzo 2021

“La doctrina de Marx es omnipotente porque es verdadera. Es comprensible y armónica, y brinda a los hombres una concepción integral del mundo”. Así hablaba Lenin, en 1913, de la capacidad que tiene el marxismo para entender el mundo y sus fenómenos como una totalidad. Hoy, a casi un siglo del fallecimiento del genial revolucionario ruso, la teoría desarrollada por Carlos Marx conserva plenamente su vigencia como un pensamiento potente, capaz de explicar los diversos fenómenos de nuestra sociedad. Son varios los analistas que señalan al marxismo como una teoría creada para explicar los problemas propios del capitalismo industrial del siglo XIX, y que, por tanto, nada tiene que decir acerca de cuestiones que en la actualidad han cobrado una relevancia inobjetable, como es el caso de la lucha feminista. Es verdad que en ninguna de sus obras Marx planteó el sometimiento de la mujer al hombre como uno de los problemas cardinales del capitalismo, sin embargo, las líneas generales del pensamiento marxista sí aportan herramientas teóricas que permiten reflexionar sobre el movimiento feminista que sacude al mundo y al país.

En la Contribución a la crítica de la economía política (1858) se encuentra uno de los apuntes más conocidos de Marx, en donde se resume la concepción materialista de la historia desarrollada por el filósofo alemán. Marx dice ahí que “el modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social el que determina su conciencia”. Partiendo de esta premisa, Federico Engels -el inseparable compañero de Marx- escribiría años después El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884). En dicha obra, Engels analiza desde la perspectiva del materialismo histórico el origen de estos tres pilares de la sociedad actual y obtiene conclusiones revolucionarias para su tiempo, y que permanecen vigentes aún hoy.

De acuerdo con El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, fue el desarrollo de los medios de producción y de las relaciones sociales de producción lo que revolucionó la sociedad primitiva. El perfeccionamiento de los medios de producción aumentó la productividad y, por tanto, los bienes materiales que conforman la riqueza. Surgió así la posibilidad de que algunos miembros de la comunidad no trabajaran y se apropiaran el producto excedente que generaba el trabajo de otros; la propiedad de los medios pasó de ser comunitaria a individual, se volvió propiedad privada. Se originaron así los poseedores y los desposeídos, los explotadores y los explotados, los opresores y los oprimidos, en una palabra, las clases sociales. Fue necesario entonces un aparato político-administrativo que mantuviera dominadas a las clases explotadas, y que garantizara el funcionamiento ininterrumpido de ese modo de producción. Así surgió el Estado.

Paralelamente a estos procesos, el hombre destronó a la mujer como centro de la vida social. Cuando no existía la propiedad privada de los medios de producción, las clases sociales y el Estado, la comunidad se organizaba en torno a la mujer: las familias se organizaban alrededor de ellas, y eran ellas las que tomaban las principales decisiones del grupo y ocupaban un lugar preponderante en la vida social -tanto así que las primeras deidades fueron figuras femeninas. La entronización del hombre en la sociedad llegó de la mano de la propiedad privada de los medios de producción, pues fue precisamente él -y no ella- el artífice y protagonista de tal apropiación. La familia se organizó en torno al hombre para que este tuviera progenie a la cual heredarle su riqueza, y a la mujer se le redujo a un papel social doméstico: entre los enseres de la casa, uno más, también propiedad de su amo. Así, la propiedad de los medios de producción estaba en manos de los hombres, la familia giraba en torno al hombre, y el Estado se construyó como un aparato de dominación regulado y administrado por hombres. Con el tiempo, también los dioses reemplazaron a las diosas.

El confinamiento al que habían sido relegadas las mujeres desde la división de la sociedad en clases, comenzó a cambiar sustancialmente solo con el advenimiento y desarrollo del capitalismo. El desarrollo de medios de producción altamente tecnificados, que no necesitaban gran fuerza física del trabajador, abrió la puerta para que las mujeres comenzaran a integrarse al mercado de trabajo, y pronto muchas de ellas abandonaron el cautiverio del hogar para pasar al cautiverio de la fábrica. Para mediados del siglo XIX, mujeres y niños ya podían hacer prácticamente los mismos trabajos que los hombres. Esta modificación económica en la configuración del mercado de trabajo pronto comenzó a tener un correlato en el plano social y político. Se evidenció primero con los movimientos por el sufragio femenino, que progresivamente fueron logrando el voto para las mujeres en todo el mundo, y posteriormente se observó en una serie de reivindicaciones abanderadas por las mujeres, como los derechos reproductivos, entre otros.

El desarrollo del sistema capitalista ha promovido la integración de las mujeres a la vida económica en todo el mundo. En México la plena integración femenina al mercado de trabajo todavía está lejos de lograrse. De acuerdo con el Banco Mundial, en México solo el 45% de las mujeres en edad de laborar participa en el mercado de trabajo, lo que contrasta con el 85% de los varones de entre 20 y 64 años. Por otro lado, los empleadores pagan a las trabajadoras un salario inferior al de los trabajadores por el solo hecho de ser mujeres. Además, siguen siendo las mujeres las que más tiempo dedican a los trabajos domésticos no remunerados -en promedio tres veces más que los hombres. En resumen, todavía no hay una integración plena de las mujeres a la vida económica, social y política del país, aunque avanza paulatinamente en todos los terrenos.

Pero la plena integración de las mujeres a la economía no terminará con su explotación. Incluso si se considera un escenario en el que el porcentaje de mujeres asalariadas sea similar al porcentaje de asalariados, donde mujeres y hombres reciban el mismo salario por el mismo trabajo, donde hombres y mujeres participen por igual en los trabajos de la casa, donde las mujeres tengan libertad para decidir sobre su cuerpo, y donde la violencia de género haya disminuido al punto que se vuelva estadísticamente despreciable, aún en un escenario con todas estas consideraciones, la mujer seguiría siendo objeto de explotación y sometimiento. Es cierto, ya no serían todas las mujeres, sino solo la mujer trabajadora, quien, en el hipotético caso que planteamos, sería igualmente explotada y sometida que el hombre trabajador, por el hombre o la mujer que posea los medios de producción. Porque la realidad es que entre mujeres también existen las clases sociales.

La verdadera emancipación de la mujer exige la emancipación de toda la clase trabajadora. Para que la mujer proletaria no luche solamente para llegar a ser tan explotada como el hombre proletario, los objetivos de la lucha feminista no solo deben considerar la cuestión del género, que ciertamente es importante, sino también deben apuntar a la superación del modo de producción imperante, pues, en última instancia, es el sistema capitalista el que determina el grado de libertad que puede lograr un individuo. Si la sujeción de la mujer nació con el surgimiento de la propiedad privada de los medios de producción, de la familia y del Estado, puede decirse que concluirá cuando estos tres mismos elementos se agoten históricamente. La liberación de la mujer demanda la construcción de un orden social distinto, que avance hacia esa sociedad sin clases donde no exista la explotación, ni de la mujer por el hombre, ni del hombre por el hombre. En otras palabras, un movimiento que busca la emancipación de la mujer, solo puede ser un movimiento socialista. Para tirar al patriarcado, hay que tirar al capitalismo.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Andrés Manuel, la Historia y las feministas

Marzo 2020

Para entender al gobierno actual, el análisis debe partir de la Historia. López Obrador busca dejar su impronta en los libros de Historia para que en el futuro se hable de él como hoy se habla de Hidalgo, Juárez, Madero y Cárdenas; desea convertirse en un “héroe patrio”. Como lo dijo en un debate de 2018, “es buscar ni siquiera ser hombre de Estado, quiero ser un hombre de nación”. Este afán de fundirse con el discurso histórico nacional influye en las decisiones más simbólicas del presidente: el nombre de la alianza electoral “Juntos Haremos Historia”, el nombre de su gobierno “Cuarta Transformación”, el traslado de la residencia oficial de Los Pinos a Palacio Nacional, entre otras. Para Obrador la Historia es la savia que alimenta sus ambiciones y el criterio que lo orienta en la toma de decisiones; es la “maestra de la vida” que le enseña cómo debe gobernar. Por eso, si queremos entender la posición del presidente con respecto al movimiento feminista, necesitamos adentrarnos en su concepción de la Historia.

Analizar cada componente de la visión obradorista de la Historia, rebasaría los objetivos de este escrito. Nos limitaremos a observar cuál es el papel que le asigna Andrés Manuel a las masas -al pueblo, a la sociedad civil, a las organizaciones- y cuál el papel que le asigna al Estado. La relación entre estos dos elementos permite explicar muchas de las decisiones que ha tomado el presidente, y nos da la clave para entender la falta de empatía que ha mostrado con las banderas del movimiento feminista. Cabe aclarar que, si bien el político tabasqueño ha escrito tres libros en los que deja ver su concepción de la Historia –Un proyecto alternativo de nación (2004), La mafia nos robó la presidencia (2007) y Neoporfirismo, hoy como ayer (2014)- las anotaciones que aquí haremos no se desprenden de ellos, sino de la práctica que ha mantenido Andrés Manuel al frente del Estado mexicano, que es, a juicio nuestro, más reveladora.

Empecemos por las masas. Desde que en septiembre y octubre de 2018 recorrió el país en su gira de agradecimiento, AMLO dejó claro que su gobierno no permitiría “organizaciones intermediarias” de ningún tipo. Según él, estas eran un espacio de corrupción y latrocinio, pues una parte de los apoyos que el Estado les entregaba para ayudar a sectores vulnerables de la población, eran utilizados con fines distintos a los establecidos por el gobierno. Por eso, ahora todos los apoyos serían entregados directamente al beneficiario, dijo. Las organizaciones aludidas por el presidente, como el Movimiento Antorchista, se apresuraron a negar las acusaciones: mencionaron que los programas como Prospera, Oportunidades, etc., siempre fueron distribuidos por el gobierno y jamás se les entregaron a las organizaciones. Señalaron, eso sí, que las calumnias lanzadas por López Obrador eran en realidad una campaña montada desde el gobierno federal para combatir a la organización popular. Lo cierto es que desde el principio AMLO acusó de corruptas a las organizaciones existentes, se negó a trabajar con ellas, y estableció una relación directa entre él y cada ciudadano beneficiado por sus programas. En este gesto se muestra una de las constantes del gobierno actual: las organizaciones se corrompen y presentan vicios reprobables, por lo tanto, es preferible trabajar directamente con el pueblo “bueno y sabio”, el que no está organizado.

A la atomización social se suma la inmovilidad. Hasta ahora, todas las marchas, todos los mítines, y en general todas las movilizaciones, han merecido siempre una descalificación desde el púlpito presidencial. Si los antorchistas se plantan en el Congreso de la Unión solicitando que se presupuesten obras como drenajes, electrificaciones, o pavimentaciones, Andrés Manuel responde que los líderes quieren seguir robando y que no han entendido que ya son otros tiempos. Si los alcaldes se manifiestan en las puertas de Palacio Nacional porque piden más presupuesto para sus municipios, la policía les lanza gas lacrimógeno y el presidente les aconseja no ser despilfarradores y hacer más con menos. Si las familias afectadas por la delincuencia marchan de Cuernavaca a México para solicitar una audiencia con Obrador, este se niega a atenderlos y los acusa de querer montar un espectáculo. Si los habitantes de Morelos expresan su inconformidad con la encuesta amañada que realizó el gobierno federal sobre el Proyecto Integral Morelos, AMLO los llama radicales de izquierda y los califica de conservadores; diez días después muere asesinado uno de los principales detractores. Y así, cada vez que el pueblo se moviliza es reprendido por el presidente. Según él, las reivindicaciones de quienes se manifiestan nunca son legítimas, más bien son grupos políticos que quieren verlo fracasar. La Cuarta Transformación funciona mejor cuando el pueblo no se moviliza.

Para su proyecto de gobierno, López Obrador prefiere, pues, una masa popular atomizada e inmóvil. Por supuesto, hay sus excepciones. Las organizaciones empresariales, sindicales, campesinas, o de cualquier tipo, si bien no son alentadas, son bienvenidas siempre y cuándo formen parte de la estructura de poder que se maneja desde el poder ejecutivo. Así se explican los besos y abrazos entre el sindicato fundado por Napoleón Gómez Urrutia, el que maneja Pedro Haces Barba, y ahora hasta la CTM, por un lado, y el presidente por el otro. Está también el caso de la CNTE, agrupación magisterial que ha contado con el respaldo presidencial en lo que va de su gobierno para resolver algunas demandas relevantes, como la abrogación de la Reforma Educativa impulsada por Peña Nieto. Esto por el lado de la organización. En lo que se refiere a la movilización, las marchas, mítines y concentraciones, reciben la aprobación oficial solo si son convocadas por el aparato de Estado, o si tienen la intención expresa de aplaudir a Andrés Manuel. El planteamiento se matiza así: la organización y la movilización de las masas son toleradas en tanto cumplen la función de instrumentos de control social. En otras palabras, la organización y movilización autónomas no tienen lugar en el nuevo régimen morenista.

De lo anterior se desprenden algunas conclusiones sobre la concepción obradorista de la Historia. Andrés Manuel no comprende la dinámica social a partir de la lucha de clases que describe Marx; los conflictos sociales se deben, en su óptica, a que las élites conservadoras abusan del pueblo. La Historia que orienta a su gobierno es la Historia binaria que se enseña en las clases de civismo de los primeros grados escolares. Desde la conquista hasta nuestros días, son buenos contra malos: los buenos mexicanos contra los malos españoles, los buenos liberales contra los malos conservadores, los buenos demócratas contra los malos dictadores, y el pueblo bueno y sabio contra la mafia del poder. Cada una de las veces que el elemento “bueno” triunfó sobre el “malo”, se operó una “gran transformación” de la vida nacional. Y cada “gran transformación” tuvo siempre a la cabeza a un líder que condujo al pueblo a una mejor etapa. En la Independencia, Hidalgo; en la Reforma, Juárez; y en la Revolución, Madero. Ahora ese papel, que se repite cada cierto tiempo en la historia patria, le toca desempeñarlo a López Obrador. Con la Cuarta Transformación él hará que el pueblo bueno triunfe sobre las minorías rapaces que se apropiaron del Estado. Así se inserta el tabasqueño en la gran epopeya de la historia patria.

Desde esta visión, los grandes líderes de cada época fueron hombres excepcionales cuasi divinos. Si las “grandes transformaciones” se llevaron a cabo, fue gracias ellos, a su liderazgo fuera de serie, y a su capacidad para sortear los peligros que interpusieron las fuerzas opositoras. La de AMLO es una Historia de bronce, una Historia de acontecimientos, una Historia de grandes personajes, de “héroes”. Las masas aparecen solo como un coro que acompaña en escena al personaje principal. Los cambios no ocurren por las masas, sino por las sublimes cualidades de una persona, que pone sus potencialidades de iluminado al servicio de los “buenos”. Para ponerlo en los términos de la tradición marxista: el sujeto de la Historia no es una clase social, y las revoluciones no las hacen los pueblos –como pensaba Allende. El sujeto de la Historia, el que la revoluciona y la hace avanzar, es el hombre excepcional, el héroe patrio. Él.

Este héroe iluminado sabe perfectamente lo que hace. Conoce al pueblo, sabe de sus penas, de sus carencias, y a partir de ese conocimiento elabora un proyecto donde el pueblo maltratado es el centro de sus preocupaciones. Así, AMLO sabe desde hace mucho lo que el pueblo necesita. Solo que hoy, después de tres intentos fallidos, finalmente Andrés Manuel puede decir con arrogancia “El Estado soy yo”. Si se identifica al ejecutivo con el Estado, como en efecto ocurre bajo el presidencialismo mexicano, entonces todo cuanto necesita el pueblo mexicano se está aplicando ya, o se hará en los años siguientes, bajo el mandato y la supervisión del gran líder. De esta manera, las masas populares no necesitan organizarse ni movilizarse -puesto que ahora su vida está resuelta y ya no tienen motivos para luchar. Al contrario. El pueblo de Andrés Manuel debe acompañar al presidente en todas sus iniciativas y no oponerse a ellas, ya que el “Gran Benefactor” -como lo llamó María Amparo Casar- le llevará el bienestar hasta su casa. En su libro más reciente –Vuelta a la izquierda– Carlos Illades caracteriza la situación con sus propias palabras: “El proyecto hegemónico del presidente tabasqueño […] no considera la independencia y menos la autonomía de las clases populares, sometiéndolas a la autoridad benévola de un Estado protector […] que conserva la matriz autoritaria inherente a su constitución”. El ogro filantrópico de Octavio Paz.

Visto desde esta perspectiva, el pueblo es el objeto de los cambios sociales instrumentados por el Estado; no el sujeto. Hidalgo liberó a los mexicanos, les dio independencia y con ello patria. Juárez defendió el país de las invasiones extranjeras y separó a la Iglesia del Estado. Y Madero se alzó contra Porfirio Díaz y sacrificó su vida -el mártir de la democracia- para heredarle a los mexicanos un país donde se respetara la voluntad popular. Siempre fue la acción, el genio y el impulso de los grandes hombres, el protagonista de los cambios trascendentes; las masas, por su parte, tuvieron su respectivo papel como telón de fondo. Lo mismo ahora, con el añadido de que al liderazgo iluminado de Andrés Manuel se le agrega la potencia que le imprime controlar el aparato de Estado.

Bajo esta lógica irrumpe hoy el movimiento feminista. Es poco probable que López Obrador desconozca las desigualdades existentes entre hombres y mujeres en el terreno político, laboral, jurídico, y en general en toda la dinámica social. No ignora esta realidad, pero -a juzgar por el trato que les da a políticas como Sheinbaum, a figuras como Gutiérrez Müller, y por los posicionamientos públicos que ha hecho al respecto- sería irresponsable afirmar que impulsa estas desigualdades y que las reproduce conscientemente. Lo cierto es que la agenda del feminismo -despenalización del aborto, políticas públicas contra la violencia de género, etc.- no forma parte de las demandas que moldearon el proyecto de nación de Andrés Manuel. No rechaza abiertamente las reivindicaciones feministas -a pesar de ser un hombre profundamente religioso- pero tampoco las apoya. No son prioritarias.

La creciente ola de feminicidios por la que atraviesa el país sacó a la 4T del confort en el que se había instalado. El movimiento feminista que lucha por el respeto a la vida de las mujeres, interpela directamente al inquilino de Palacio Nacional y le exige respuestas concretas que ayuden a corregir la alarmante situación nacional. Obrador está visiblemente incómodo, le cuesta trabajo administrar la crisis, y pierde por momentos el dominio del debate público. ¿Qué cambió? Los gastados recursos de la retórica mañanera -son los opositores, los conservadores, los que mueven a las mujeres- han resultado insuficientes para descalificar la lucha del feminismo. Es tan hondo y legítimo el reclamo, que incluso notables voceros del obradorismo, y personajes de su partido, han pedido tímidamente que el presidente rectifique su posición sobre el tema.

Para AMLO las feministas deben esperar pacientemente a que él se encargue de sus problemas. El “héroe” de la historia patria resolverá lo que esté mal, pero que las mujeres no se movilicen, que no le pinten paredes, pide encarecidamente mientras improvisa un inservible “decálogo contra la violencia hacia las mujeres”. Solo que esta vez las masas no esperan, porque esta vez las masas luchan -literalmente- por su vida, y porque esta vez no son los campesinos, los obreros, los empresarios, los conservadores o la mafia del poder. Esta vez son 63 millones de mujeres mexicanas cansadas de sufrir por el simple hecho de vivir. Y un movimiento así de numeroso y potente, nunca pudo detenerlo ninguno de los grandes hombres de la Historia.


Ehécatl Lázaro es especialista en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Bolivia después del golpe: las elecciones que vienen

Febrero 2020

Próximamente los bolivianos elegirán al nuevo presidente. De acuerdo con el cronograma electoral impulsado por la presidenta de facto, Jeanine Áñez, el 3 de mayo Bolivia celebrará nuevas elecciones para elegir a las autoridades que gobernarán al país entre 2020 y 2025; 130 diputados y 36 senadores también serán elegidos. Con estos comicios el Estado boliviano pretende darle continuidad a la estabilidad política que mantuvo durante más de una década, y que hizo crisis el pasado 10 de noviembre, cuando se consumó el golpe de Estado contra Evo Morales y se impidió que el presidente indígena concluyera su mandato. Con las elecciones de mayo terminará el periodo de excepción y las nuevas autoridades serán legitimadas en las urnas. ¿Es probable que el Movimiento al Socialismo (MAS) retorne al poder, o las fuerzas golpistas gobernarán los próximos cinco años?

Hasta ahora son siete los candidatos registrados. Jeanine Áñez Chávez, la presidenta interina instalada por la derecha, quien al principio negó que estuviera interesada en el cargo y ahora aspira a mantenerse en él, contiende por el Movimiento Demócrata Social. Luis Arce Catacora, ministro de economía de Evo, y uno de los cuadros técnicos mejor calificados de ese gobierno, es el candidato del MAS. Luis Fernando Camacho, principal rostro de los golpistas, y representante de la oligarquía tradicional de Santa Cruz, se postula como candidato independiente. Jorge “Tuto” Quiroga Ramírez, presidente neoliberal entre 2001 y 2002, y heredero político del dictador Hugo Bánzer, contiende por la fórmula Libre 21. Carlos Mesa Gisbert, presidente neoliberal de 2003 a 2005, y segundo lugar en las elecciones anuladas de octubre de 2019, se presenta por el Frente Revolucionario de Izquierda. Y por último están el pastor evangélico Chi Hyun Chung y el cooperativista minero Feliciano Mamani, quienes desempeñan el papel de outsiders.

De acuerdo con las encuestas, el MAS encabeza las preferencias electorales, sin embargo, es poco probable que el partido de Evo gane las elecciones del 3 de mayo. Según la legislación boliviana, para que un candidato presidencial gane en primera vuelta, se necesita que más del 40% de los votos emitidos esté a su favor, y que supere por más de 10 puntos porcentuales a su competidor más cercano. En el caso de que ningún candidato cumpla con los requisitos exigidos, se convoca a nuevas elecciones -segunda vuelta- las cuales están calendarizadas para el próximo 14 de junio; normalmente, en la segunda vuelta los partidos menos favorecidos suman fuerzas a fin de derrotar al partido mejor colocado en la primera vuelta. Para el MAS no basta cumplir los requisitos mínimos, como quedó demostrado en las elecciones de octubre de 2019, cuando Evo obtuvo el 47.08% de los votos frente al 36.51% de Carlos Mesa, superando el 40% reglamentario y sacando más de 10 puntos de diferencia. Para que esté en posibilidades de disputar el poder, tiene que arrasar en las urnas.

Además de los retos propios de las elecciones, los masistas enfrentan una feroz persecución política. Desde que Áñez tomó las riendas del país, prácticamente todo el gabinete de Evo fue denunciado ante la justicia boliviana por los delitos de corrupción, fraude, terrorismo y sedición. Con base en estas acusaciones, la Fiscalía General de Bolivia ha emitido órdenes de captura no solo contra los ex funcionarios de Evo, sino también contra el expresidente. Hasta finales de enero, la embajada de México en Bolivia mantenía refugiados a nueve personajes de la administración de Evo, motivo por el cual, la delegación mexicana estuvo bajo acecho militar durante algunas semanas. A mediados de enero arrestaron a Carlos Romero, ministro del gobierno de Evo, y tres semanas más tarde cayó también Patricia Hermosa, jefa del gabinete evista. Así pues, aunque el MAS cuenta con la mayor intención de voto, el partido está sometido a una persecución política que le resta importantes liderazgos y que mantiene abierto un flanco de batalla altamente desgastante.

Por último, es necesario considerar la actual correlación de fuerzas. El éxito del golpe de Estado de 2019 no se debió solo al ímpetu de las oligarquías bolivianas, latinoamericanas y estadounidenses, que desde hace años había intentado derrocar al gobierno progresista de Evo. Los esfuerzos de las élites alcanzaron sus objetivos porque encontraron una fuerza social que los respaldó. Se trata de una amalgama de sectores en la que encontramos clases medias tradicionales, juventudes católicas, universitarios, la oligarquía tradicional, entre otros, que se aglutinaron y participaron políticamente en torno a un discurso netamente de derecha, envuelto en un disfraz democrático. El golpe fue la consecuencia de un cambio en la correlación de fuerzas casi imperceptible, que había venido gestándose durante los últimos años, y cuyo elemento detonante fue la repostulación de Evo para gobernar un nuevo periodo. Por eso, es poco probable que el próximo presidente provenga de las filas del MAS. Si no los dejaron gobernar cuando tenían todo el poder del Estado, se antoja ilusorio que ahora la derecha respete los resultados de unas elecciones convocadas para recuperar la “normalidad democrática” del país, no para decidir quién gobernará Bolivia.


Ehécatl Lázaro es especialista en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

La democracia en México

Febrero 2020

Existe en la academia un viejo debate en torno al significado del concepto “democracia”. La polémica no es solo sobre cómo definir un término al mismo tiempo tan antiguo y tan actual; también se discute su aplicación y cuán democrático es un país. A primera vista está polémica pudiera parecer un ejercicio estéril, sin embargo, no lo es: se torna relevante cuando sale de la intelectualidad y es aplicada rigurosamente en el mundo de la política. Por ejemplo, cuando se afirma con argumentos que un gobierno es antidemocrático, esta aseveración no es solo un ejercicio teórico, sino que es al mismo tiempo una posición política. Caracterizar a un gobierno como antidemocrático significa cuestionar su legitimidad, alertar sobre una posible dictadura, y convocar a la ciudadanía a estar alerta contra sus gobernantes.

Pero el carácter democrático de un gobierno no es importante solo porque sea lo “políticamente correcto”. De hecho, su verdadera importancia radica en que la democracia ha resultado el único sistema político capaz de dirimir los conflictos por el poder sin quebrantar la estabilidad social. El cambio de gobernantes mediante elecciones cumple dos objetivos básicos para evitar la ruptura del orden social. Por un lado, el desempeño del gobernante es evaluado en las urnas por la ciudadanía, abriéndose las puertas para que el partido en el poder abandone su lugar como timonel del país. Por otro lado, los partidos perdedores se ven obligados a aceptar su derrota, legitimando así al contendiente ganador. De esta manera se evita que la alternancia en el poder se dé mediante alzamientos armados. El mecanismo es sencillo pero eficaz.

Cuando un gobierno pretende eternizarse en el poder, las consecuencias pueden ser catastróficas. En ese caso el pacto social se rompe: los sectores inconformes, que no pueden acceder al poder porque los mecanismos institucionales están cerrados, desconocen al gobernante en turno y optan por la única vía posible para destronar al dictador, la fuerza. Entonces ocurren los levantamientos armados. En la historia de México el pasaje más conocido es la Revolución. Después de tres décadas de gobierno porfirista sin permitir que otros sectores ascendieran al poder, los campesinos, los obreros y los empresarios del norte, se levantaron en armas contra el octogenario dictador. El estallido social comenzó más por la falta de un cambio en el poder que por las condiciones de explotación en las que vivían los trabajadores. No es gratuito que uno de los principales legados de la gesta revolucionaria sea el conocido lema abanderado por Madero: “Sufragio efectivo, no reelección”.

Pero la Revolución no fue el único episodio de este tipo durante el siglo XX. En la segunda mitad de la centuria, el orden autoritario que se había establecido bajo el mandato del PRI, comenzó a hacer crisis por los mismos motivos: el partido nacido de la Revolución había cerrado los canales institucionales de ascenso al poder. Las expresiones más radicales fueron las guerrillas rurales y urbanas que nacieron en los años 60, y que fueron exterminadas por el Estado mexicano mediante la fuerza militar. Tras la represión del 68, e inspirados por la Revolución Cubana, no fueron pocos los mexicanos que concluyeron que la única manera de terminar con la “dictadura perfecta” -Vargas Llosa dixit- era usando el poder del fusil. Fue tal la negación del PRI a compartir el poder, que algunos partidos incluso fueron prohibidos, como el Partido Comunista Mexicano. Con el desgaste del régimen, la presión de las guerrillas, y la inconformidad social generalizada, el PRI se vio obligado a abrir los canales institucionales para cambiar al partido en el poder, proceso que concluyó con el ascenso del PAN en 2000, y posteriormente con la llegada de Morena.

Hoy el partido gobernante parece dispuesto a caer en los mismos errores que cometieron Porfirio Díaz y el PRI. En su afán de mantenerse en el poder a toda costa, Morena ha copado ya los tres poderes de la nación: ejecutivo, legislativo y judicial. Pero el control del aparato de Estado no se observa solo en las estructuras más visibles -Presidencia de la República, Congreso de la Unión y Suprema Corte de Justicia- sino también en organismos “menores”, como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Más recientemente, el morenismo busca colocar a cuatro consejeros afines a ese partido en el Consejo General del Instituto Nacional Electoral, con lo que se apoderaría también del aparato responsable de vigilar el funcionamiento democrático del país.

Pero el fenómeno no ocurre únicamente a nivel nacional. En el estado de Puebla, donde gobierna el morenista Miguel Barbosa desde la muerte aún misteriosa de Marta Érika Alonso, los mecanismos institucionales para supervisar la democracia poblana han comenzado a ser cooptados por el partido en el poder. Desde el Instituto Electoral del Estado (IEE), Barbosa busca frenar a las fuerzas políticas que considera una amenaza para su partido y su gobierno. Así se explica que el mismo día que Miguel Ángel García Onofre -de reconocida filiación morenista- asumió la presidencia del Consejo General del IEE, se le negara al Movimiento Antorchista Poblano la posibilidad de convertirse en partido político; esto a pesar de que los antorchistas habían cumplido todos los requisitos exigidos por la ley, y a pesar de que el mismo IEE los había supervisado y validado. En Puebla, como en el país, el partido gobernante comienza a cerrar los mecanismos necesarios para el funcionamiento de la democracia.

Los peligros de un gobierno antidemocrático son evidentes. Negarle a la ciudadanía el derecho a elegir a sus gobernantes, puede desembocar en la ruptura de la paz social y, en el caso extremo, dar lugar a levantamientos armados. Así ocurrió con Porfirio Díaz y con el gobierno autoritario del PRI. Es necesario que el partido en el poder respete el derecho del pueblo a elegir a sus gobernantes; no hacerlo así es agregar un elemento más al descontento social que ya existe. Es verdad que la democracia mexicana no es la mejor de las posibles, sin embargo, debe resguardarse, pues atentar contra ella es promover el desborde de la inconformidad y alentar una posible explosión.


Ehécatl Lázaro es especialista en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

El partido de nuevo tipo

Enero 2020

De acuerdo con la filosofía política liberal, el estado es una entidad creada por un conjunto de individuos libres para preservar sus vidas, sus libertades y sus posesiones. Uno de los exponentes más claros de esta teoría es el filósofo inglés John Locke, quien en su obra Ensayo sobre el gobierno civil desarrolló las principales ideas del planteamiento. Según Locke, en sus inicios la humanidad vivía en un estado de naturaleza, donde todos los individuos eran absolutamente libres e iguales, y no existía más ley que la conciencia de cada quién. Pero esta armonía social era frágil: bastaba que un individuo más fuerte se apropiara de los bienes de otro para que el estado de naturaleza se convirtiera en estado de guerra. Así pues, para evitar la inestabilidad y los peligros que encierra la guerra, los individuos prefirieron renunciar a la libertad absoluta y conformaron una sociedad política con autoridades, leyes y castigos, que garantizaran la protección de sus propiedades. Así surgió el estado.

Pero esta concepción, si bien tiene todavía algunos defensores, en términos generales ha quedado superada. El materialismo histórico cuestiona la idea de que el estado haya nacido por acuerdo de individuos libres e iguales, y de que tenga el objetivo de salvaguardar las propiedades de todos ellos. Para el materialismo, el estado es una estructura creada por las clases dominantes con la finalidad de mantener sometidas a las clases dominadas. Así entendido, los distintos gobiernos de un país no tienen como función cambiar a la clase que controla al estado; su función se limita a hacer que el estado continúe su dinámica ininterrumpidamente. Y así, a partir de las tareas que debe desempeñar un gobierno, se definen los perfiles y características de los partidos políticos que aspiran a “tomar el poder”.

Vemos entonces que los partidos políticos se construyen a partir de las necesidades de un gobierno, y el gobierno se plantea según las necesidades del estado, que a su vez son las necesidades de las clases dominantes de una época. Al revisar la historia de los partidos políticos mexicanos de la Revolución a la fecha, observamos que prácticamente todos comparten una característica fundamental: ninguno se plantea quitarles a las clases dominantes el control del estado, sino que solo proponen distintas formas de gobierno, pero siempre enmarcadas en el estado nacido de la Revolución. La excepción más notable es el Partido Comunista Mexicano, que fracasó en su intento por hacer de México un país socialista, y se convirtió después en el Partido de la Revolución Democrática, un proyecto electoral consumido por las pugnas intestinas y que actualmente tiene un pie en la tumba.

Ahora Morena se presenta como un partido distinto, como un partido que no sigue los patrones que hasta ahora han moldeado a los principales partidos de México. Bajo la máxima de “Por el bien de todos, primero los pobres”, el morenismo se coloca, quizá sin proponérselo así su fundador, como un partido que atenta contra los intereses del estado controlado por la burguesía mexicana. Al no buscar —al menos en el discurso— la continuidad del estado de cosas, sino su subversión, el morenismo se erige como una amenaza para el estado actual. En este sentido, y puesto que se plantea como un partido que desea transformar radicalmente la situación nacional —es decir, que ponga el estado al servicio de las clases dominadas— no solo la finalidad debe ser distinta a la tradicional, sino que también la conformación y el funcionamiento del partido deberían ser diferentes.

Aquí se encuentra la primera dificultad para ser un partido de nuevo tipo. El sistema político mexicano ha formado cuadros que cumplen con los requisitos necesarios para integrar un partido que le dé continuidad al estado actual; no prepara políticos que cuestionen la realidad mexicana para cambiarla. Precisamente por eso, un partido que se autoproclame como revolucionario no puede conformarse con los cuadros creados para hacer funcionar partidos tradicionales. Necesita generar sus propios cuadros, aquellos que integrarán al nuevo partido, que asegurarán su unidad ideológica, y que después podrán conducir no solo al partido, sino también al país. Y esto es justamente lo que no hizo Morena, pues se nutrió de los políticos entrenados para perpetuar las cosas, no para cambiarlas. El partido llegó a la presidencia debido al descontento general que existía con los partidos tradicionales, no gracias a su fortaleza partidaria y a su unidad ideológica.

A esto se debe que, a poco más de un año de haber ganado la presidencia, Morena se esté desmoronando. Veamos. Luego del VI Congreso Nacional Extraordinario que realizó Morena el domingo 26 de enero en la Ciudad de México, la presidencia del partido se convirtió en un organismo bicéfalo: por un lado Ramírez Cuéllar fue elegido como nuevo presidente del partido por un congreso incompleto; y por el otro Yeidckol Polevnsky sostiene que ella sigue siendo la presidenta, declara que Bertha Luján no está facultada para convocar al congreso, y que, por tanto, las resoluciones que se tomaron no tienen validez. Para ello, Polevnsky ha pedido al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación que intervenga en el partido y frene a Luján y su grupo. ¿Qué pelean las tribus morenistas? Nada más que los mil 700 millones de pesos que recibirá su partido este año, así como la capacidad de definir las candidaturas para las 15 gubernaturas que se disputarán en 2021. Vino viejo en odres nuevos.

La teoría marxista del estado y la historia contemporánea de México demuestran que no se puede construir un partido distinto, que busque modificar el estado de las cosas, reciclando políticos que fueron formados para preservar al estado actual. Un partido que se plantee seriamente el objetivo de transformar al país para beneficio de las clases trabajadoras deberá imponerse como tarea urgente la formación de cuadros políticos con una misma ideología y perfectamente cohesionados en torno a ella, además de formar a la base social que sostendrá al partido y que será la savia que lo alimente. Se trata de una tarea que implica décadas de trabajo para organizar y educar al pueblo pobre de México. Es una tarea de largo aliento, sí, pero indispensable si se busca crear un partido de nuevo tipo. Porque, como dijo el poeta, no se trata de llegar solo ni pronto, sino de llegar con todos y a tiempo.


Ehécatl Lázaro es especialista en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Soberanía y geopolítica en la 4T

Enero 2020

Durante sus años de opositor, López Obrador fue un severo crítico del servilismo que mostraron los expresidentes mexicanos hacia el gobierno de Estados Unidos. Incluso los llamó traidores por defender los intereses norteamericanos más que los intereses de México, y afirmó que necesitábamos un presidente que pusiera a los mexicanos por encima de todo, que defendiera nuestra soberanía nacional. Ahora, con un año en el poder, vemos un Andrés Manuel que actúa igual que sus predecesores.

El caso de las inversiones chinas en México es muy ilustrador. Desde que China despuntó como una economía poderosa a nivel mundial, los Estados Unidos comenzaron a tomar medidas para que esta no alcanzara las áreas controladas por ellos, como México. La indicación de las autoridades estadounidenses a las mexicanas fue que no permitieran las inversiones chinas, pues temen que los asiáticos les arrebaten su predominio. ¿Y qué ha hecho el gobierno de Obrador? Tratar de ocultar al capital chino que llega al país, para que no se enoje el vecino del norte. Por eso, cuando el 13 de enero el embajador chino anunció que dos empresas de su país invertirán 600 millones de dólares en la refinería de Dos Bocas, la Secretaria de Energía, Rocío Nahle lo negó inmediatamente. Temen la furia de Trump.

A estas alturas, la administración de Andrés Manuel ya debe tener claro que la soberanía nacional con la que soñaba al principio es prácticamente inalcanzable. Quizá la prueba más palpable sea la actual política migratoria: la Guardia Nacional no detiene migrantes para Palacio Nacional, sino para la Casa Blanca.

La mejor manera de avanzar en la construcción de una soberanía sustantiva es poniéndole contrapesos internacionales a la dominación estadounidense. ¿Y qué mejor que el gigante asiático? El gobierno federal debe entender la geopolítica actual y sacar provecho de ella. De lo contrario, seguiremos siendo el patio trasero de los Estados Unidos. ¿Eso quiere la 4T?


Ehécatl Lázaro es especialista en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Error de la 4T negar inversiones chinas

Enero 2020

El pasado 13 de enero, el embajador de China en México, Zhu Qingqiao, informó desde la Secretaría de Economía que dos bancos de su país invertirán 600 millones de dólares en la construcción de la refinería de Dos Bocas. Minutos más tarde, la Secretaria de Energía, Rocío Nahle, contradijo públicamente al diplomático chino y afirmó: “Yo no sé en qué contexto el señor embajador dio esas declaraciones, el proyecto del financiamiento de Dos Bocas está sustentado en financiamiento federal. No estamos sustentados por ningún banco”. Resulta extraño que desde la Secretaría de Economía, en el marco del Día de China, el embajador asiático anuncie con bombo y platillo las inversiones de su país en el proyecto insignia del Gobierno Federal, y que acto seguido la Secretaria de Energía en persona se apresure a negarlo todo frente a las cámaras. ¿Qué pasa aquí?

Para nadie es un secreto que la economía de China ha crecido a ritmos acelerados y de manera sostenida durante las últimas décadas. Como consecuencia de este fenómeno, algunas de las empresas chinas más importantes se han empezado a posicionar a nivel global, alcanzando regiones que anteriormente les eran prácticamente inaccesibles. Ahora el capital chino ya no se invierte exclusivamente en los países asiáticos y africanos, como ocurría hasta hace algunos años, sino que ha penetrado mercados tan distantes como los de Europa y América Latina. No se trata únicamente de un comercio abundante; se trata de que China ahora presta dinero a los gobiernos latinoamericanos, participa en grandes proyectos de infraestructura, y sus empresas ganan la competencia a sus pares estadounidenses (como lo prueban las crecientes ventas de Huawei y la correspondiente disminución de Apple). En pocas palabras, las empresas chinas se están colocando en espacios tradicionalmente norteamericanos y les han comenzado a tocar la puerta a los vecinos del norte.

México es, para Estados Unidos, su última línea de defensa. Para ellos es tolerable que los capitales chinos inunden las economías latinoamericanas —China es el segundo socio comercial de América Latina— siempre y cuando garanticen sus cotos de inversión en donde consideran que los tienen, como en México. Ceder México les significaría a los estadounidenses perder la hegemonía de su “traspatio” y, por tanto, claudicar en el conflicto con China, entregándole a esta el cetro de la supremacía mundial. De esta manera, México no solo tiene una importancia económica para los norteamericanos, sino también geopolítica y hasta militar. He ahí el celo con el que lo “resguardaron” en el siglo XIX, al proclamar la Doctrina Monroe contra los europeos, y por qué ahora lo “protegen” de los asedios asiáticos.

Por supuesto, dichos intereses tienen su correlato en la política mexicana. De hecho, esta fue una de las causas por las que el gobierno de Enrique Peña Nieto comenzó a naufragar. El presidente de las reformas, al que la revista Time presentó en su portada con el título de “Salvando a México”, prácticamente pasó del cielo al infierno gracias a su acercamiento con China. El cambio ocurrió a raíz de que en 2014 la empresa China Railway Construction Corporation ganara la licitación del tren México-Querétaro. Fue entonces cuando iniciaron las denuncias de corrupción por la Casa Blanca que el grupo Higa le regaló al expresidente, y cuando comenzó la caída en picada de su imagen pública. La irritación estadounidense por las relaciones con China se conjugó con el malestar de cierto empresariado mexicano, que se opuso a la reforma fiscal de 2013 por considerar que dañaba sus intereses. Al final la combinación fue explosiva, convirtiendo a Peña Nieto en el presidente corrupto e incompetente que todos detestaban. Ayotzinapa fue solo la puntilla.

La lección para el gobierno mexicano fue clara: no debe juntarse con China. Y al parecer la administración de López Obrador busca seguir esa instrucción. Así lo explicó Alfonso Romo, jefe de la oficina de la Presidencia de la República, en una reunión con empresarios del acero, celebrada en Mérida en mayo de 2019. Frente a los hombres de negocios, Romo ventiló que Wilbur Ross, Secretario de Comercio de Estados Unidos, les pidió a empresarios y funcionarios mexicanos no tener inversión china, principalmente en proyectos estratégicos. Se entiende entonces por qué la Secretaria de Economía negó la información vertida por el embajador chino respecto al financiamiento asiático de Dos Bocas. No quieren problemas con los norteamericanos.

Sin embargo, la presencia de los capitales chinos en México aumenta con rapidez. Si bien la inversión que ha hecho China hasta ahora -alrededor de 1,200 millones de dólares- es escasa en comparación con otros países de América Latina, existe la intención de acrecentar esa inversión hasta en un 2,300%. De acuerdo con un estudio elaborado en 2019 por la China Chamber of Commerce and Technology Mexico, es posible que los capitales chinos participen hasta en 11 proyectos mexicanos de infraestructura, incluyendo telecomunicaciones, energía, tecnología y agroindustria. Actualmente se desarrolla en Monterrey un complejo comercial Dragon Mart similar al que se proyectó para Cancún años atrás y que EE. UU. frenó, y el gobierno de Zacatecas ya construye un parque industrial para autopartes de automóviles chinos, pues se espera que la ratificación del TMEC atraiga a más empresas asiáticas de este ramo. Esto aunado al posicionamiento que han ido ganando en el mercado mexicano empresas chinas como Didi, Huawei y Xiaomi.

Ante este escenario, es necesario un gobierno que sepa aprovechar el empuje económico de China para negociar con más inteligencia frente a Estados Unidos, y que no ceda automáticamente a todas las exigencias de la agenda norteamericana. Hasta ahora eso es lo que hemos visto. Trump ordenó detener los flujos migratorios centroamericanos, y el gobierno se esfuerza diariamente por satisfacer las instrucciones imperiales del magante. Trump amenazó con calificar a las organizaciones narcotraficantes como terroristas, y el gobierno expulsó a Evo para tranquilizar al vecino del norte y para darle señales de obediencia. La pretendida soberanía nacional que pregona Andrés Manuel, existe en realidad dentro de un margen muy limitado. En lugar de ocultarlo, es necesario que el gobierno reconozca abiertamente la participación de China en México. Utilizar las inversiones chinas como contrapeso de la hegemonía estadounidense, puede arrojar mejores resultados que los que se tienen hasta ahora. ¿O el gobierno seguirá siempre respondiendo a los caprichos de los norteamericanos? Urge un gobierno que conozca bien la geopolítica mundial y que comience a desmontar la dominación estadounidense para hacer de México un país más soberano.


Ehécatl Lázaro es especialista en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Soleimani y el ataque imperialista

Enero 2020

El auto estalló en las inmediaciones del aeropuerto de Bagdad, ciudad capital de Irak. Por órdenes directas de Donald Trump, un dron estadounidense de tipo MQ-9 Reaper acabó con la vida de Qasem Soleimani, quien fuera el comandante de las Fuerzas Quds de Irán durante los últimos veintidós años. Soleimani no solo fue un militar exitoso que mantuvo a raya a las organizaciones terroristas que asolan Medio Oriente, sino que participó en la guerra de Siria apoyando al presidente Bashar al Assad contra el terrorismo, y apoyó militarmente a los nacionalistas de Yemen que desde hace años libran una guerra de resistencia contra el expansionismo de Arabia Saudita. Por su amplia trayectoria como defensor de Irán, Soleimani se convirtió en una importante figura del Estado iraní y gozaba una fuerte popularidad entre la población civil; para los intereses de Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita, sin embargo, el comandante de las Fuerzas Quds era un obstáculo. Fue por eso que lo seleccionaron como blanco para morir la noche del 3 de enero.

El acontecimiento generó especulaciones sobre la reacción que tendría Irán ante el ataque de los norteamericanos. Apareció entonces la posibilidad de que el conflicto escalara hasta desembocar en una guerra entre Teherán y Washington, y hubo quienes se atrevieron a vaticinar sobre una temida Tercera Guerra Mundial. Como era de esperarse, los líderes del Estado iraní manifestaron su indignación y rabia ante la muerte del destacado militar, y en sus mensajes prometieron vengar al mártir caído con una respuesta mortal. Así, el 8 de enero dos bases militares de Estados Unidos en territorio iraquí fueron impactadas por una decena de misiles disparados desde suelo iraní. Sin embargo, el temor mundial de que el conflicto escalara se vio conjurado cuando Trump anunció que los impactos no habían causado bajas humanas, y que ya no responderían a Irán con fuego, sino mediante el endurecimiento de las sanciones económicas que de por sí pesan sobre el país árabe.

¿Cómo explicar este episodio? La historia de la mala relación entre Irán y Estados Unidos se remontan setenta años atrás, cuando en 1953 británicos y estadounidenses derrocaron al primer ministro iraní Mohammad Mosaddeq por intentar nacionalizar el petróleo. En su lugar, las potencias dieron un poder absoluto al Sah Mohammad Reza Pahlavi, quien gobernó con el respaldo británico y estadounidense desde 1941 hasta 1979. Durante su gobierno crecieron las desigualdades económicas y sociales entre las élites favorecidas por el régimen de Reza —que se proclamó emperador— y las clases trabajadoras; por otro lado, la monarquía absoluta del Sah no permitía ningún tipo de disenso, reprimiendo con mano de hierro a quienes intentaron manifestarse. La olla de presión estalló en 1979, cuando un levantamiento popular hizo huir al Sah, y en su lugar fue entronizado el ayatolá Ruhollah Jomeini, quien se había convertido en el líder de los revolucionarios durante el régimen monárquico. Desde entonces, las relaciones entre Estados Unidos e Irán se han caracterizado por la constante confrontación, pues al haber apoyado al Sah hasta el último momento, el país árabe asumió a los norteamericanos como enemigos de su Revolución y su soberanía nacional.

La historia reciente de esta relación comienza en 2002, cuando George W. Bush clasificó a Irán —al lado de Irak y Corea del Norte— como miembro del Eje del mal, un trío de países que, según el presidente estadounidense, apoyaba al terrorismo internacional. Al año siguiente las tropas norteamericanas invadieron Irak bajo el argumento de que Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva. En torno a Irán la polémica giró sobre la presunta fabricación de armas nucleares. Desde la segunda mitad del siglo XX el país persa inició un programa de energía nuclear consistente en crear la infraestructura necesaria para generar ese tipo de energía —supuestamente con fines pacíficos— mismo que continúa hasta la fecha. Aunque los líderes iraníes siempre han afirmado que el programa se desarrolla con fines no militares, las potencias occidentales temen que el verdadero objetivo sea desarrollar armas nucleares, por lo que se oponen a que Irán continúe con esa iniciativa. En 2015, Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Alemania y Francia, alcanzaron un acuerdo con Irán para evitar que los persas siguieran desarrollando su programa nuclear, sin embargo, a su llegada al poder, Donald Trump decidió abandonar el acuerdo. Con los últimos acontecimientos, Irán ha anunciado también su salida del acuerdo para continuar con el enriquecimiento de uranio.

Si bien Estados Unidos dio una demostración de fuerza con el asesinato de Soleimani, lo cierto es que su influencia en la región mantiene una tendencia decreciente desde hace años. Quizá la prueba más fehaciente sea la derrota de los terroristas en Siria, a quienes Washington proporcionó estrategas militares, armas y recursos económicos, y el triunfo de Al Assad con el respaldo de Rusia e Irán. En una zona que durante el último medio siglo habían considerado dominada, los estadounidenses ahora tienen problemas para mantener sus propias posiciones y para lograr los objetivos de sus aliados en Medio Oriente. Su principal obstáculo se llama Irán. Con el paso del tiempo el país persa no solo se ha mantenido firme ante posibles intervenciones; se ha convertido también en un actor geopolítico de peso que ha demostrado ser capaz de frenar el terrorismo alentado por Estados Unidos, ha plantado cara al expansionismo de Israel, y ahora gana guerras con sus aliados de la región, tal como ocurrió en Siria. Por eso la muerte de Soleimani es tan significativa. Son los norteamericanos aferrándose a dominar un Medio Oriente del que Irán parece dispuesto a expulsarlos.


Ehécatl Lázaro es especialista en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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