Los XXIV Juegos Olímpicos de invierno se convirtieron en una arena de disputa geopolítica desde 2015, cuando el Comité Olímpico Internacional decidió que en 2022 Beijing sería la ciudad anfitriona. En medio de una rivalidad estratégica entre Estados Unidos y China, un evento de tal resonancia necesariamente tendría un impacto político internacional. Además de este contexto general, nuevos factores se añadieron para convertir estos juegos olímpicos en un verdadero escenario de disputas geopolíticas.
Quien dio el primer paso fue Estados Unidos, en diciembre de 2021, al anunciar que no enviaría representación gubernamental al evento deportivo. El argumento esgrimido fue la consabida violación de los derechos humanos y, en concreto, el “genocidio” que supuestamente el Estado chino comete contra la población uigur de la provincia de Xinjiang. Al boicot anunciado por Estados Unidos se sumaron rápidamente sus aliados en Europa y Asia: Reino Unido, Canadá, Australia, Japón, Alemania, entre otros, hicieron público su respaldo al posicionamiento estadounidense. Sin embargo, al final fueron más los representantes que asistieron a la inauguración de los Juegos Olímpicos en Beijing que los que no lo hicieron. Los jefes de Estado de Rusia, Kazajistán, Arabia Saudita, Polonia, Argentina, Pakistán, además de Antonio Guterres, secretario general de la ONU, y Tedros Adhanom, director general de la OMS, entre otros líderes, participaron en la ceremonia de apertura. China salió avante y superó el boicot organizado por el imperialismo estadounidense.
Más importante que el boicot diplomático es la reunión que sostuvieron Vladimir Putin y Xi Jinping el día en que se inauguraron los juegos. Como resultado de ese encuentro se publicó una declaración conjunta en la que se anunciaron importantes acuerdos. A favor de Rusia, China respaldó la petición de que la OTAN detenga su expansión (verdadera causa de la crisis que se vive en Ucrania) y anunció que aumentará el volumen de importación del gas ruso (luego de que EE. UU. obligara a sus “aliados” europeos a dejar de comprarle gas a Rusia). A favor de China, Rusia respaldó la preocupación china por el pacto AUKUS y expresó su apoyo a Beijing en su campaña contra la independencia de Taiwán. En medio de la crisis que EE. UU. impulsa en Ucrania a través de la OTAN, y en medio del boicot y la guerra comercial contra China, la alianza Rusia-China se fortalece y se consolida como contrapeso a la hegemonía estadounidense.
Otro punto de importancia es la reunión de Alberto Fernández, presidente de Argentina, con Xi Jinping. Los dos resultados más trascendentes de este encuentro son los siguientes: primero, un financiamiento por 23 mil 700 millones de dólares para Argentina, y segundo, la integración del país sudamericano a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Con este acuerdo Argentina se convierte en el primer país grande de América Latina en formar parte de esta iniciativa (Brasil, México y Colombia no lo han hecho) y se suma a los 18 países latinoamericanos y 143 a nivel mundial que han levantado la mano para participar en esta iniciativa lanzada por China en 2013.
Además de Putin y Fernández, Xi Jinping también recibió a Andrzej Duda, presidente de Polonia, y a Imran Khan, primer ministro de Pakistán. Polonia, miembro de la OTAN, fue el único país de la Unión Europea que mandó un representante oficial a pesar de las presiones estadounidenses para boicotear el evento. Xi Jinping y el presidente polaco mantuvieron un tono amable en su conversación y ambos expresaron su interés en profundizar la relación en beneficio del desarrollo de ambos países. Con el primer ministro pakistaní, país con el que históricamente China ha mantenido buenas relaciones desde la época de Mao, se hicieron compromisos para aumentar la cooperación en el corredor económico China-Pakistán y para continuar la construcción de infraestructura de comunicación.
En resumidas cuentas, China se fortalece con los Juegos Olímpicos de invierno. Como en 2008, el país vuelve a mostrarle al mundo su desarrollo y sus capacidades, pero esta vez lo hace desde otro lugar: ha dejado de ser aquel país que empezaba a despuntar en el terreno económico y se ha convertido en una economía destacada con un papel cada vez más importante en el escenario internacional. En Beijing 2022 China reafirma su liderazgo internacional y Estados Unidos observa con preocupación cómo sus estrategias de contención contra el gigante asiático no obtienen los resultados que Washington desea. La disputa internacional entre el imperialismo estadounidense y el eje China-Rusia avanza a favor del contrapoder asiático.
Ehécatl Lázaro cursa una maestría en estudios de China en El Colegio de México.
El gobierno estadounidense y la prensa imperialista de todo el mundo atacan permanentemente al Partido Comunista de China acusándolo de mantener un régimen dictatorial que viola los derechos humanos de su población. Sin embargo, todos los indicadores disponibles señalan que el Partido Comunista de China ha tenido éxito en la tarea de lograr una gobernanza que le permita al pueblo chino vivir mejor.
El 19 de enero se presentó el Barómetro de Confianza de Edelman 2022, una encuesta sobre confianza que la agencia estadounidense Edelman realiza desde hace 20 años en países de todo el mundo. De acuerdo con este informe, el 91% de la población china confía en su gobierno, mientras que en Estados Unidos solo el 39% lo hace. Comparando el informe de 2022 con el de 2021, el porcentaje de chinos que confía en su gobierno aumentó en 9 puntos; en el caso de los estadounidenses, la confianza en su gobierno cayó en 3%. El pueblo chino confía cada vez más en su gobierno, mientras el estadounidense desconfía cada vez más del suyo.
En 2020, la Universidad de Harvard publicó el estudio “Entendiendo la resiliencia del Partido Comunista de China: encuestando la opinión pública china a través del tiempo”. El estudio consistió en 30 mil encuestas que se realizaron entre 2003 y 2016 para conocer el grado de satisfacción que tenía la población china respecto a su gobierno. El resultado fue que de 2003 a 2016 la población satisfecha con el gobierno central pasó del 86% al 93%; los autores del estudio concluyeron que “los ciudadanos chinos califican a su gobierno como más capaz y efectivo que nunca”. La satisfacción no solo aumentó respecto al gobierno central, sino también en el nivel local, distrital y provincial. En todos los niveles, cada vez más gente está satisfecha con la gobernanza del Partido Comunista.
El citado estudio de Harvard señala que uno de los factores que influyen en la evaluación de la población china sobre su gobierno son los cambios en su bienestar material. China no solo ha tenido un crecimiento económico sin precedentes en la historia, sino que también ha desplegado eficientes campañas contra la pobreza. En 2020, Xi Jinping anunció que China había logrado el objetivo de erradicar la pobreza extrema, lo que significó sacar de esa situación a 770 millones de personas. La riqueza que ha creado China con su poderoso crecimiento económico no se ha quedado solo en las manos de las familias más ricas, sino que el Partido Comunista ha logrado que impacte positivamente en las familias más humildes.
Uno de los episodios que mejor muestran el éxito del Partido Comunista en la gobernanza es la forma en la que controló la pandemia. A pesar de que China es el país más poblado del mundo, y al mismo tiempo el país donde se detectaron los primeros brotes de Covid-19, el gobierno chino presume uno los mejores resultados del mundo en lo que se refiere a número de contagiados y decesos. Mientras en Estados Unidos se registraron 70 millones de contagiados y 864 mil fallecimientos hasta el 21 de enero de 2022, en China solo se registraron 118 mil contagios y 4,850 muertes. Si consideramos sus respectivas poblaciones, esto significa que el 20% de la población estadounidense se contagió, mientras que solo el 0.01% de la población china lo hizo. Por si fuera poco, la economía china fue la única que creció en 2020 (2.3%) y en 2021 recuperó las altas tasas de crecimiento pre-pandemia (8.1%).
Lo anterior no significa que el Partido Comunista no tenga áreas que mejorar en la gobernanza de China. La desigualdad económica, el desequilibrio en el desarrollo entre las regiones costeras y el norte, y la extrema explotación del medio ambiente, representan tres de los problemas que el Partido Comunista debe resolver en el corto plazo.
En resumen, la población de China no considera que se encuentre bajo la dictadura del Partido Comunista ni percibe que el estado chino viole sus derechos humanos. Todo lo contrario. El cumplimiento de sus derechos ha llevado a la población a sentirse cada vez más satisfecha con su gobierno y a que confíe cada vez más en el Partido Comunista.
Para terminar, es necesario señalar que las acusaciones del gobierno estadounidense y la prensa imperialista contra China sí aciertan en algo, y es el hecho de que el sistema político occidental es diferente del sistema político chino: mientras el uno es una democracia liberal en crisis, el otro es una vibrante democracia socialista.
Ehécatl Lázaro cursa una maestría en estudios de China en El Colegio de México.
El periodo que comprende a las dinastías Qin y Han es considerado como una de las etapas más importantes en la historia de China. A pesar de su corta duración, la dinastía Qin (221-206 a.n.e.) logró desarrollar un sistema político que se convirtió en la base del Estado chino que prevaleció hasta comienzos del siglo XX: el sistema imperial. Por su parte, la dinastía Han (206 a.n.e.-220) perfeccionó el sistema imperial, amplió sus fronteras territoriales y gobernó durante cuatro siglos; su impronta en la historia china fue tan grande que el grupo étnico actualmente mayoritario lleva ese nombre.
¿Cómo lograron Qin y Han consolidar una unidad política y territorial después de 500 años de fragmentación e inestabilidad en Zhou oriental? Los factores que intervinieron son de diversa índole, pero este ensayo se restringe a un solo aspecto central: la desigualdad económica. En concreto, se hace una revisión de las medidas de control que implementó el gobierno central para evitar que la desigualdad económica amenazara la estabilidad política del imperio. La revisión comienza con la estratificación social de las dos dinastías, posteriormente se aborda la concepción de la desigualdad económica en el confucianismo y el legalismo, y por último se describen las medidas que tomaron Qin y Han para evitar el crecimiento excesivo de la desigualdad económica.
La estratificación social en Qin y Han
La estratificación social que se implantó a partir del gobierno del primer emperador, Qín Shǐ Huáng, tiene sus raíces en las reformas políticas y económicas que se impulsaron en el Estado de Qin en el periodo de los Reinos Combatientes. Tales reformas fueron ideadas y aplicadas por Shāng Yāng, uno de los fundadores del legalismo, y le permitieron a Qin desarrollar una estratificación social diferente a la que existía en Zhou oriental.
Las reformas de Shāng Yāng son las siguientes. En el terreno político, la superficie de Qin se distribuyó en 31 áreas y a cada una de se le asignó un magistrado que respondía directamente al gobierno central. La reforma agraria modificó la tenencia de la tierra, aboliendo el sistema de pozo que venía de Zhou oriental y permitiendo la compra y venta de tierras. Se erigió el principio de que la ley debía ser conocida por todos y que todos por igual debían cumplirla. Se promovió la reducción de las familias y la responsabilidad grupal de los individuos como mecanismos de control de la población. Se estableció una jerarquía de rangos honorarios a la cual se podía acceder según los méritos individuales y cuyas recompensas podían ser exenciones de impuestos, de trabajos, tierras, entre otros beneficios. Y se esbozó una política económica que favorecía a la agricultura y la guerra como actividades primarias, mientras calificaba al comercio y a la manufactura como actividades secundarias.
A través de estas reformas, la dinastía Qin logró restarle poder a las familias aristocráticas provenientes de Zhou oriental, quienes estaban acostumbradas a tener sus propios cotos de poder según el sistema fēngjiàn. La aristocracia tradicional no solo perdió control político sobre sus “feudos” sino también vio socavado su poder económico al decretarse la compra y venta de tierras, principal bien en el que descansaba su riqueza. En contraste, el poder central de Qin se incrementó, se afianzó su control sobre la población, y la mano dura de su gobierno logró la estabilidad política suficiente para derrotar a los otros seis reinos.
Como emperador, Qín Shǐ Huáng unificó todo el territorio en una misma unidad política, la dividió en 36 unidades administrativas cuyos jefes eran designados centralmente y respondían al poder imperial con sede en Xiányáng, a donde fueron desplazadas las viejas aristocracias de los otros reinos para que no obstruyeran el nuevo sistema político. Asimismo, se modificó la propiedad de la tierra, se aplicó la ley que se había desarrollado en Qin, se movilizaron grandes grupos para las obras imperiales como la Gran Muralla, se uniformaron las unidades de medida, y se aplicó el escalafón de rangos meritorios. Todas estas modificaciones impactaron en la estratificación social del imperio (Fairbank 1986).
A finales de Zhou oriental podían diferenciarse dos grandes grupos sociales: los gobernantes y los gobernados. Dentro de los gobernantes se encontraba todo el escalafón de la aristocracia tradicional: reyes, duques, marqueses, condes, vizcondes y barones; dentro de los gobernados se encontraba la naciente clase de los letrados, los caballeros, campesinos, artesanos y comerciantes (Wu 2002). Desde la época de Zhou oriental, el grupo que se encontraba más abajo en la escala de riqueza e ingresos eran los campesinos. El crecimiento económico que se vivió en Primaveras y Otoños y los Reinos Combatientes incrementó la desigualdad entre los estratos: los mercaderes y terratenientes se enriquecieron más mientras muchos campesinos perdieron sus tierras y se endeudaron hasta el punto de caer en la esclavitud (Gernet 2005).
Lo que cambió con la dinastía Qin fue que se le restó poder a la aristocracia tradicional y la clase de los letrados cobró mayor importancia, pero la situación de la clase campesina no mejoró. A las duras condiciones de vida se le añadieron las leyes draconianas impuestas por el nuevo imperio. Únicamente con un sistema de castigos tan riguroso pudo la dinastía Qin mantener una frágil estabilidad política que solo duró 15 años (Folch 2002). Finalmente, fue entre los estratos campesinos donde inició la rebelión que puso en crisis al primer imperio.
En la dinastía Han, la estratificación social partió de lo que había dejado la dinastía Qin, pero se complejizó aún más. La posición de cada familia estaba dada por su ocupación, su educación, su riqueza y su poder político. A partir de este criterio, se identifican seis clases sociales bien definidas: el emperador y su familia, luego los nobles, oficiales, eunucos, comunes y hasta el fondo los esclavos.
En la clase de los nobles se encontraban tres subgrupos: los familiares imperiales a quienes el emperador Gāozǔ les había entregado tierras en un estatus similar al antiguo fēngjiàn, las familias de las emperatrices y los oficiales meritorios. Los oficiales o letrados estaban un peldaño debajo de los nobles en la escala socioeconómica, pero tenían un estatus elevado respecto a las clases bajas: posiciones como el consejero imperial eran de gran peso y prestigio, además de que recibían altos salarios y tenían privilegios. Debajo de los oficiales estaban los eunucos, quienes desempeñaban sus funciones en los círculos más íntimos de la corte imperial; a finales de la dinastía Han, y en dinastías posteriores, los eunucos lograron un estatus alto que los colocó en la cúspide de la lucha por el poder.
El escalafón de la clase de los comunes se estructuraba de la siguiente manera: hasta arriba los letrados que no habían alcanzado el estatus de oficiales, luego los campesinos, después los artesanos y por último los comerciantes. En la categoría de campesinos no se incluyen solamente a quienes trabajaban la tierra, sino principalmente a los dueños de esta. La mayoría de los campesinos eran propietarios de pequeñas porciones de tierra y algunos no tenían ninguna, sino que eran trabajadores que trabajaban por un salario. En contraste, los grandes terratenientes normalmente eran oficiales, nobles o comerciantes, pero sus tierras eran trabajadas por la clase de los campesinos pobres. El elevado estatus legal de los campesinos estaba en contraste con su verdadera situación socioeconómica.
Los artesanos teóricamente estaban por arriba de los comerciantes, pero debajo de los campesinos; sin embargo, en los hechos la riqueza de los comerciantes normalmente superaba aquella que podían acumular los artesanos. En el caso de los comerciantes, es necesario precisar que esta categoría no englobaba solo a los que trasladaban productos de un lugar a otro y a quienes los vendían, sino también a quienes se ocupaban en las minas, en la producción de sal, criaban ganado vacuno y porcino, pescaban, prestaban dinero, entre otras actividades. Los miembros de esta clase social superaban económicamente a los demás integrantes del estrato de los comunes, y algunos tenían tanta riqueza o más que los oficiales. Hasta el fondo de la escala social estaban los esclavos (Qu 1972).
Si bien la desigualdad económica llegó a ser muy grande entre los estratos más altos y bajos de las sociedades de Qin y Han, sí existía cierta movilidad social que permitía ascender o descender en la escala: la necesidad de un sistema burocrático robusto abría la posibilidad de que miembros de los estratos inferiores aspiraran a cargos intermedios o altos que les permitieran vivir con mayor holgura.
La desigualdad económica en el legalismo y el confucianismo
Legalismo
Durante la dinastía Qin el legalismo fue elevado a la categoría de doctrina oficial. Afianzado en Qin desde la época de los Reinos Combatientes, el legalismo se generalizó a los otros seis reinos cuando Qín Shǐ Huáng unificó el primer imperio. Como individuo, el primer emperador no era un gran estadista ni un teórico del legalismo, pero tampoco eran necesarias esas cualidades para el funcionamiento del imperio: el legalismo se fundaba en el supuesto de que la ley y los ministros, más que la cabeza del sistema político, eran los responsables de que la sociedad marchara correctamente. Mientras el emperador se guiaba personalmente por el daoísmo religioso (buscando la vida eterna, etc.) el primer ministro Lǐ Sī (280-208 a.n.e.) se esforzaba por llevar a cabo las máximas del pensamiento legalista para fortalecer al Estado (Bodde 1938). ¿Qué lugar ocupa la desigualdad económica en las ideas de los representantes más destacados del legalismo?
Al igual que las demás corrientes del pensamiento chino que surgieron en la Edad Axial, el legalismo se planteó como preocupación central la búsqueda del Dào, es decir, “la búsqueda del camino para ordenar el Estado y conducir la vida propia” (Graham 2012, 15). Entre los fundadores del legalismo se identifica al gran reformador de Qin, Shāng Yāng (390-338 a.n.e.), sin embargo, grandes partes del libro que se le atribuye no fueron escritas por él sino por autores posteriores. Si bien fue un pionero en la práctica y la reflexión del legalismo, las ideas de Shāng Yāng no pueden estudiarse por las limitaciones del material existente.
El principal exponente del legalismo es Hán Fēi (280-233 a.n.e.), cuyo pensamiento se encuentra en el Hán Fēizǐ. El legalismo plantea que debe establecerse una ley que dicte claramente el comportamiento de los individuos, estipulando recompensas y castigos según se cumplan o violen dichas normas. A diferencia de otras corrientes, para el legalismo la aplicación de la ley incluye por igual a ricos y pobres, a nobles y comunes, pues si la ley no funciona correctamente no puede haber orden en la sociedad: no son las virtudes de las personas las que conducen al fortalecimiento de un Estado, sino sus leyes e instituciones. Puede decirse que el legalismo no desarrolla una concepción moral, sino que se enfoca en los mecanismos que pueden llevar a un gobierno a su correcto funcionamiento usando la ley como instrumento primordial.
Para los legalistas, las desigualdades sociales y económicas son necesarias si se busca construir un Estado poderoso: “En el gobierno, si se introducen reglas que el pueblo odia, éste se debilita; si son reglas que le placen, se fortalece. Cuando el pueblo es débil, el Estado es fuerte, cuando el pueblo es fuerte, el Estado es débil” (Graham 2012, 524). Los intereses del Estado y del pueblo son inversamente proporcionales: tanto peor sea la situación del pueblo, tanto mejor será la situación del gobierno, y viceversa. Atenuar las desigualdades no representa algo positivo, sino negativo, para el correcto funcionamiento del Estado.
Confucianismo
La dinastía Han se caracteriza por haber recuperado el confucianismo después de que en la dinastía Qin los letrados confucianos habían recibido los peores tratos y las ideas de Confucio se habían considerado contrarias al buen gobierno. El nuevo impulso que tuvo el confucianismo durante los cuatro siglos que dura Han se vio reflejado en el enriquecimiento de esta tradición de pensamiento por figuras como Dǒng Zhòngshū (179-104 a.n.e.). Por otro lado, la educación y los mecanismos para acceder a la burocracia fueron moldeados por los principios confucianos, haciendo del confucianismo la filosofía oficial de la dinastía Han. ¿Cómo se abordó el fenómeno de la desigualdad económica desde el confucianismo y su relación con la estabilidad política?
En contraste con el legalismo, el confucianismo sí considera que el correcto funcionamiento del sistema político se basa en la legitimación del gobernante, la cual se relaciona directamente con las condiciones de vida del pueblo y con la desigualdad entre los estratos sociales. Para Confucio, la relación entre el gobernante y los gobernados era similar a la relación que existe entre un padre y su hijo: jerárquica, pero también educadora y procuradora de un nivel aceptable de vida. Confucio ponía entre los deberes de los soberanos velar por el bienestar material y por la seguridad de su pueblo (Flora Botton 2021).
Mèngzǐ (372-289 a.n.e.), otro gran pensador de la tradición confuciana, profundiza en los planteamientos de Confucio. Para él, es obligación del gobernante garantizar el bienestar material y la felicidad del pueblo, debe cuidar que nadie muera por falta de alimento y debe establecer un sistema de tributos que no lastime la situación de las clases desfavorecidas. Estas medidas, además de que son justas en el entendido de que el soberano trata a su pueblo con la misma humanidad que un padre trata a su hijo, son necesarias para evitar la insubordinación y la violencia. Mèngzǐ advierte que la legitimidad del gobernante recae en su aceptación por el pueblo: si el soberano pierde la confianza del pueblo, entonces puede llegar a ser destituido (Flora Botton 2021).
Xúnzǐ (310-235 a.n.e.), maestro de los legalistas Hán Fēi y Lǐ Sī, insiste en que los líderes de la organización social deben tomar en cuenta las necesidades del pueblo y garantizar en lo posible su satisfacción. La relación entre desigualdad económica e inestabilidad política fue expresada metafóricamente por Xúnzǐ cuando dijo que el gobernante es como un barco y el pueblo como el agua, que así como lo sostiene puede hacerlo naufragar (Flora Botton 2021).
Ya en la dinastía Han, Dǒng Zhòngshū es quien mejor expresa las preocupaciones del confucianismo por la desigualdad social. Él observa con claridad la situación precaria del pueblo y culpa a los malos funcionarios de no comunicarle al emperador este problema. Para él, los niveles de desigualdad que se han alcanzado en la sociedad de Han pueden hacer estallar la estabilidad política de la que gozaban en ese momento: “El soberano tiene grandes palacios, pero los impuestos y tributos no tienen límite y despojan al pueblo de su riqueza; los trabajos forzados y las labores obligatorias roban al pueblo su tiempo; el sinfín de quehaceres deja al pueblo sin fuerzas y es así como infelices y desdichados se rebelan” (Flora Botton 2021, 96). Aconseja también evitar demostraciones excesivas de riqueza: “si el soberano es pródigo y derrochador, si rebasa todos los límites y abandona el decoro, entonces el pueblo se rebela, y cuando el pueblo se rebela el soberano está perdido” (Flora Botton 2021, 96).
Como se ve, en el pensamiento confuciano sí había una preocupación por la desigualdad entre clases sociales. Pero esto no quiere decir que hubiera una posición contra la estratificación social, ya que el confucianismo planteaba que era absolutamente necesaria una jerarquía para conservar el orden social y que una sociedad igualitaria sería ingobernable porque cada quién haría lo que su voluntad le indicara. El confucianismo defiende una sociedad estratificada, pero también pone atención en que las desigualdades no se vuelvan tan grandes y puedan amenazar la estabilidad política. Hay aquí un fundamento ético y político de la preocupación por las condiciones de vida de las clases bajas.
Las medidas contra la desigualdad excesiva
Las medidas en Qin
En general, la dinastía Qin no implementó políticas para mitigar la desigualdad entre los diferentes estratos de la sociedad. Tanto el legalismo como las medidas para acabar con el sistema fēngjiàn estaban orientados a fortalecer el Estado, dejando fuera la vinculación entre las desigualdades económicas y la estabilidad del sistema político. Probablemente, la constatación de que esta forma de gobierno había conducido al fortalecimiento del Estado Qin en el periodo de los Reinos Combatientes, y después a la conquista de los otros seis Estados, llevó a pensar a los ministros y teóricos del primer imperio que esa forma de gobierno podía continuar a una escala ampliada.
En el gobierno de Qín Shǐ Huáng los dos extremos de la desigualdad económica se encontraban dentro del grupo de los comunes. Los comerciantes, si bien no eran favorecidos por la concepción legalista de las actividades primarias y secundarias, en los hechos tenían una gran capacidad económica. Algunos casos que quedaron registrados dan fe del poder económico que alcanzaron: un artesano del hierro tenía una vida tan cómoda como la de un gobernante, otro artesano del hierro podía asociarse con un señor feudal para sus negocios, un ganadero incluso visitaba a Qín Shǐ Huáng y era recibido como señor feudal, lo mismo que una viuda dueña de una mina de cinabrio, quien también era recibida en la corte del primer emperador y tratada con honores de gran señora. El caso más ilustrativo es el de Lǚ Bùwéi, quien pasó de ser un próspero empresario a un marqués ennoblecido y llegó a ser consejero imperial. El primer emperador incluso lo llamaba “tío” (Qu 1972).
La buena relación entre el poder imperial y los ricos comerciantes expresa un entendimiento mutuo: más que dictar medidas para limitar el enriquecimiento de este grupo social, parece que el gobierno central veía con buenos ojos a estos ricos que no provenían de la aristocracia. Por el contrario, los campesinos pobres tenían ingresos muy escasos por su trabajo, debían pagar altos impuestos y además estaban obligados a participar en los trabajos forzados de las obras imperiales. La desatención del descontento permitió que creciera la revuelta de Chén Shèng, misma que inició la crisis final de Qin (Bodde 1938, 174).
Las medidas en Han
En contraste con la breve dinastía Qin, la dinastía Han se extendió por cuatro siglos, lapso en el que cambiaron las medidas que aplicó el gobierno imperial respecto a la desigualdad económica entre los estratos sociales.
En sus inicios, el gobierno tomó medidas de control contra los comerciantes e industriales para evitar perjuicios económicos, políticos y sociales que se podían derivar de la creciente desigualdad. Fue con el emperador Wu (156-87 a.n.e.) cuando las medidas contra el grupo de los comerciantes se consolidaron: se les elevaron los impuestos, en 117 a.n.e. se estableció el monopolio estatal sobre la sal y el hierro, dos productos con grandes márgenes de ganancia, y en 98 a.n.e. también se estableció el monopolio del Estado sobre el alcohol. Las medidas se implementaron fundamentalmente con dos objetivos: el primero fue ampliar los ingresos del Estado, puesto que el expansionismo territorial de Han demandaba mayores recursos para el cuidado de las fronteras y para el mantenimiento de los ejércitos; el segundo fue reducir el poder de los grandes comerciantes, industriales y artesanos, quienes habían acumulado riquezas tan grandes como para entorpecer las decisiones que tomaba el gobierno central. Además de los impuestos y el establecimiento de monopolios, a los comerciantes se les prohibió usar trajes de seda, montar caballos y llevar armas (Gernet 2005).
Otro aspecto importante en la primera parte de la dinastía Han es la propiedad de la tierra. El proceso de concentración de tierras que ya había iniciado con la dinastía Qin continuó bajo la nueva dinastía y los grandes terratenientes se volvieron un foco de tensión social respecto a los campesinos pobres. En vista de la potencialmente explosiva situación del campo, el gobierno central dictó en el siglo I a.n.e. decretos que limitaban las extensiones de las propiedades privadas (Gernet 2005). Como parte de esta política, el emperador Wu llegó a confiscar tierras y a ejecutar a grandes terratenientes (Botton 2019). A pesar de todas estas medidas, la desigualdad económica entre los estratos superiores y los inferiores no acortó.
El gobierno de Wáng Mǎng, del año 9 al 23 de nuestra era, tomó medidas más radicales para disminuir la desigualdad económica entre ricos y pobres. Estatalizó toda la propiedad de la tierra, así como todos los esclavos, se hicieron reformas monetarias y se emitieron nuevas piezas de moneda, con todo lo cual trataba de aumentar el poder del Estado y disminuir el poder de los grandes comerciantes, terratenientes e industriales. Las dificultades que surgen con estas reformas, así como las catástrofes naturales de la época, como el desbordamiento del río Amarillo, crearon las condiciones para que bandas de campesinos pobres se sublevaran y pusieran punto final a la breve dinastía Xin (Gernet 2005).
La rebelión de los Cejas Rojas fue derrotada y la dinastía Han continuó bajo el gobierno del emperador Guāngwǔ en el año 25. En la segunda parte de la dinastía las medidas dictadas contra los grandes comerciantes, terratenientes e industriales se eliminaron, reforzando el poder de los estratos sociales superiores. De hecho, el propio Guāngwǔ provenía de una clase de grandes terratenientes que se había rebelado varias veces contra el gobierno de Wáng Mǎng sin lograr su cometido. Al mismo tiempo que se eliminaron las medidas contra comerciantes, terratenientes e industriales, se eliminaron también los monopolios estatales que se habían establecido en la primera parte de la dinastía sobre el hierro, la sal y el alcohol. En este periodo floreció el comercio con Asia central, lo cual se reflejó en un mayor enriquecimiento de los estratos superiores.
A finales de la dinastía Han, en el siglo II, los estratos superiores se disputan el poder imperial mientras los estratos bajos comienzan a levantarse en armas. Por un lado, eunucos y terratenientes se enfrascan en luchas que le restan estabilidad política al imperio. Por el otro, los campesinos empobrecidos de la región de Sichuan se rebelan guiados por concepciones mesiánicas cercanas al daoísmo (doctrina de las cinco medidas de arroz) y en la región de Shandong surge la sublevación de los Turbantes Amarillos, también inspirada en ideas daoístas. Las rebeliones campesinas dieron la pauta para la fragmentación definitiva de la dinastía Han, que llegó a su final el año 220.
Conclusiones
Las tendencias a aumentar la desigualdad económica entre los estratos sociales de las dinastías Qin y Han fueron una fuente de tensiones políticas que amenazaron permanentemente la estabilidad del imperio. Los esfuerzos del gobierno imperial por impedir que las desigualdades económicas se tradujeran en desestabilización política fueron diferentes en Qin y Han. La primera dinastía aplicó los preceptos legalistas para fortalecer al Estado imperial y confió la estabilidad al cumplimiento riguroso de la ley. En lo referente a las medidas para limitar la desigualdad, la dinastía Qin prácticamente no intervino más que en el debilitamiento de la aristocracia tradicional, pero permitió que la riqueza y el poder de los comerciantes, industriales y artesanos aumentaran mientras en el otro extremo los estratos inferiores se veían explotados por los terratenientes, los impuestos y los trabajos forzados. Finalmente, las tensiones políticas estallaron en los levantamientos campesinos que acabaron con la dinastía.
Las medidas de la dinastía Han contra la excesiva desigualdad económica se pueden dividir en tres momentos: Han occidental, Wáng Mǎng y Han oriental. Los primeros Han implementaron fuertes medidas contra comerciantes, industriales, artesanos y terratenientes en aras de obtener más ingresos para las arcas del Estado y para disminuir la desigualdad entre los estratos sociales superiores e inferiores. Partiendo de los principios confucianos, los gobernantes asumían que el bienestar y la felicidad del pueblo eran el fundamento de su legitimidad, y que un pueblo descontento podía significar la caída del soberano en turno.
Con Wáng Mǎng las medidas se radicalizaron y toda la propiedad de la tierra pasó a manos del Estado. Asimismo, las reformas monetarias y económicas buscaban disminuir la capacidad económica de los estratos sociales más altos. Es Wáng Mǎng quien expresa de manera más abierta su preocupación por las condiciones de vida de los campesinos pobres. Sin embargo, las medidas fracasan y la estabilidad política se ve quebrantada por los levantamientos tanto de los campesinos pobres como de los estratos superiores. Se considera que las reformas económicas de Wang Mang eran una aplicación más cercana al confucianismo que las reformas de los primeros Han.
Por último, los segundos Han eliminaron las restricciones al comercio y eliminaron también los monopolios estatales impuestos por los primeros Han, permitiendo que los comerciantes, artesanos, industriales y terratenientes se enriquecieran aceleradamente. Otro factor que contribuyó a ello fue la ruta comercial de Asia central, la cual comenzó a tener gran dinamismo en el siglo I de nuestra era. Al desatender la creciente desigualdad económica, las condiciones de los estratos inferiores se deterioraron y buscaron opciones de vida en las sociedades milenaristas que surgieron a finales del siglo II. Las rebeliones de los Turbantes Amarillos y la doctrina de las cinco porciones de arroz, más las disputas entre terratenientes y eunucos en la corte, acabaron con la poca estabilidad política que todavía quedaba en Han.
Cabe resaltar que el legalismo y el confucianismo, así como la dinastía Qin y la dinastía Han, defendían la existencia de una estratificación social bien definida como condición indispensable para mantener un orden. Donde sí hubo diferencias entre el legalismo y el confucianismo fue en la conveniencia de mantener las desigualdades económicas acotadas a ciertos límites como mecanismo para prevenir la inestabilidad política: el legalismo y la dinastía Qin no lo consideraron necesario y no tomaron medidas al respecto; el confucianismo, los primeros Han y Wáng Mǎng sí se preocuparon por ello y tomaron medidas, mientras los segundos Han ya no lo hicieron. Ante la ausencia de medidas para limitar la desigualdad (Qin) o la insuficiencia de ellas (Han), los estratos más bajos de la jerarquía social se sublevaron. Para decirlo con Xúnzǐ, el barco-soberano se hundió en un mar-popular que ya no lo apoyaba.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
Bibliografía
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Botton, Flora. Historia mínima de China. México: El Colegio de México, 2019.
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La hegemonía de la historiografía occidental ha definido los criterios para identificar la idea de la historia de los historiadores. Sin embargo, al aplicar esos criterios a historiadores no occidentales el resultado aparente es la inexistencia de una idea de la historia. En este ensayo se revisa la idea de la historia de Sima Qian a la luz de un marco de referencia alternativo al tradicional. En lugar de tomar los criterios occidentales, se retoma la propuesta de Huiqi Wu de un marco de referencia chino. A partir de esta propuesta, se revisan en el Shiji tres cuestiones centrales que, según Huiqi Wu, forman parte de la idea china de la historia. Tales cuestiones son: la relación entre el Cielo y la humanidad, las tendencias generales de la historia, y el ascenso y caída de las dinastías. Posteriormente, se aplica este criterio a la Historia de la Guerra del Peloponeso, de Tucídides, para poder comparar la idea de la historia presente en los dos autores. Finalmente, se presentan las conclusiones del ejercicio comparativo.
La idea de la historia occidental y la idea de la historia china
La actividad del historiador consiste, esencialmente, en estudiar el pasado para poder explicarlo. Para ello es necesario conocer acontecimientos que ya no existen, y explicar lógica y coherentemente los procesos generales que los relacionan. En este afán por explicar los procesos del pasado de la humanidad, los historiadores emplean un conjunto de ideas que se encuentran en la sociedad de su tiempo y que les permiten indagar en el pasado. Así se conforma la idea de la historia de cada historiador.
De acuerdo con Collingwood (Collingwood 1988, 17), la idea de la historia se conforma por la respuesta que reciben las siguientes preguntas: 1) ¿qué es la historia?, 2) ¿cuál es el objeto de la historia?, 3) ¿cómo procede la historia?, y 4) ¿para qué sirve la historia? Puede decirse que en la historia de la humanidad han existido tantas ideas de la historia como respuestas diferentes hayan tenido estas preguntas. Para la década de 1930, cuando Collingwood escribió su obra, las preguntas se respondían de la siguiente forma: 1) la historia es una ciencia, 2) el objeto de estudio son las acciones de los hombres en el pasado, 3) se investiga por medio de la interpretación de testimonios, y 4) sirve para el auto-conocimiento humano.
Es importante señalar que la idea de la historia que plantea Collingwood es el resultado de una tradición fundamentalmente europea que inicia en la Grecia Antigua, pasa por Roma, después la Edad Media, el Renacimiento, la Ilustración, el siglo XIX con todas sus corrientes, y desemboca en el siglo XX. Después del periodo de entreguerras, quizá la única idea de la historia que ha venido a sumarse a esta tradición europea es la de la corriente posmoderna, pero como continuación de las ideas europeas. Esta es la idea de la historia predominante en las universidades y los centros de investigación de Occidente, a través de la cual se han estudiado no solo las tradiciones historiográficas occidentales, sino también las de otras culturas, como las asiáticas y las africanas.
De esos espacios no occidentales han comenzado a surgir en las últimas décadas nuevas voces que discuten la pretendida universalidad de la idea de la historia tradicional. El principal argumento de estas nuevas perspectivas consiste en afirmar que un constructo teórico eminentemente occidental no es adecuado para analizar las corrientes historiográficas de las regiones no occidentales. En este sentido, se plantea la necesidad de que las sociedades asiáticas y africanas desarrollen un instrumental teórico propio que les permita estudiar sus tradiciones historiográficas desde una perspectiva autóctona.
Este tipo de esfuerzos académicos son una derivación de todo el movimiento de descolonización que se ha desarrollado en los países de la periferia capitalista desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Si bien hay intentos permanentes por desarrollar nuevas formas propias de pensar la historia, los cierto es que estas iniciativas requieren importantes sumas de recursos para fructificar. No todos los países, pues, han tenido éxito hasta ahora en sus esfuerzos por crear un constructo teórico propio capaz de discutir con las formulaciones teóricas occidentales.
China es uno de los países que han tenido avances importantes en esta materia. Probablemente como correlato de su crecimiento económico y su proyección política internacional, algunos historiadores chinos ya se han aventurado a proponer nuevas formas de entender la historiografía china y cuestionan las interpretaciones tradicionales elaboradas con los marcos de referencia occidentales.
El libro An Historical Sketch of Chinese Historiography, de Huiqi Wu, forma parte de estas tendencias historiográficas de la academia china (Wu 2018). Huiqi Wu rechaza la aseveración occidental de que en los miles de años de historiografía china no puede encontrarse una sola idea de la historia. Ante esta afirmación, Wu plantea que la rica tradición historiográfica china sí tiene su propia idea de la historia, solo que fue abandonada por la academia china cuando esta perdió el “derecho a hablar” (Wu 2018, 2).
Según el argumento de Huiqi Wu sí han existido ideas de la historia en China, solo que estas responden a preocupaciones diferentes que las ideas de la historia occidentales. Para encontrar las ideas de la historia chinas es necesario, un nuevo marco teórico, mismo que está dado por las siguientes preguntas: 1) la relación entre la humanidad y el Cielo, 2) las tendencias generales de la historia, 3) el tongbian en el ascenso y caída de las dinastías, 4) la idea de poner a la gente primero, 5) la verdad y la rectitud en la escritura de la historia, y 6) la reformulación de reglas estilísticas aplicadas a los trabajos históricos. Estos seis aspectos conformarían la idea de la historia en China. Huiqi Wu insiste en que las acusaciones occidentales que descalifican estas ideas de la historia, presentes desde hace miles de años en China, no tienen fundamento y son una encarnación ideológico-académica de la hegemonía occidental sobre el mundo (Wu 2018, 9).
En este trabajo se procurará hacer el ejercicio opuesto al tradicional: en lugar de aplicar la idea occidental de la historia a la historiografía china, aplicaremos la idea china de la historia a la historiografía occidental, esto con el propósito de revisar el tratamiento que se le da en Occidente a los temas que preocuparon a los historiadores chinos desde hace dos mil años. Para tales fines, compararemos el Shiji, de Sima Qian y la Historia de la Guerra del Peloponeso, de Tucídides.
Se han elegido estos dos autores a partir de un criterio sencillo. En el caso de Sima Qian, es considerado el primer historiador de China en la acepción moderna de la historia, pues en China ya había historiadores al menos desde las dinastías Shang (XVII-XI a. C.) y Zhou (XI-III a. C.), aunque estos personajes eran una mezcla de adivinos, astrólogos e historiadores, cuyas funciones como historiadores se limitaban al registro de los principales acontecimientos de un Estado o reino. Sima Qian es el iniciador de la historiografía china[1].
En el caso de Tucídides, se eligió a él y no a Heródoto en virtud del método que emplea para escribir su historia. Si bien Heródoto es el primer historiador griego en la acepción moderna de la historia[2], él prácticamente registra todos los testimonios que recibe sin importar si estos son verosímiles o no. En contraste, Tucídides emplea un método más moderno para cuestionar sus testimonios, al mismo tiempo que proyecta con mayor claridad su idea de la historia sobre su obra. De esta manera, Tucídides resulta más cercano a Sima Qian que el llamado “padre de la historia”.
Al tratarse de dos historiadores que se encuentran en el inicio de la tradición historiográfica de las culturas griega y china, es pertinente no buscar en ellos los seis temas apuntados por Huiqi Wu para la idea de la historia china, pues algunas de estas preocupaciones solo aparecieron posteriormente, cuando ya se tenía una historiografía más abundante. Por este motivo, se acotará la idea de la historia de Sima Qian a los siguientes tres aspectos: 1) La relación entre la humanidad y el Cielo, 2) Las tendencias generales de la historia y 3) El ascenso y caída de las dinastías.
Para hacer el contraste entre el historiador chino y el griego, primero se revisará la idea de la historia de Sima Qian, en la segunda parte se revisará la idea de la historia de Tucídides, y en la parte final se presentarán algunos comentarios sobre el ejercicio de comparación.
La idea de la historia de Sima Qian
La obra fundamental de Sima Qian es el Shiji. El texto fue iniciado por Sima Tan, padre de Sima Qian, en su carácter de gran historiador de la corte del emperador Wu de la dinastía Han; sin embargo, el grueso del Shiji fue realizado por Sima Qian, quien continuó el proyecto iniciado por su padre cuando este falleció en el 110 a. C. Durante 20 años, aproximadamente, Sima Qian recorrió los Estados chinos, recogiendo testimonios orales y escritos que le permitieran construir un relato histórico verosímil sobre la historia del pueblo chino, desde el pasado remoto hasta el reinado del emperador Wu.
El Shiji no es una historia política que se limite a narrar el ascenso y caída de los gobernantes o cuyo relato gire alrededor de las grandes obras de los reyes. Por su contenido y su forma, el texto es muy diferente de los trabajos historiográficos contemporáneos o de la obra de Tucídides. Los 130 capítulos que lo componen están organizados en cinco apartados generales: 1) Los anales básicos, 2) Las tablas, 3) Los tratados, 4) Las casas hereditarias y 5) Las biografías.
Los anales básicos contemplan 12 capítulos, los cuales versan sobre los periodos generales de la historia china: desde los Cinco Emperadores míticos hasta el emperador Hui de Han. Las tablas constituyen una ordenación cronológica de la historia china, considerando el nombre de los gobernantes y el periodo en el que reinaron, y están organizadas en cinco capítulos. Los tratados abordan los textos sobre música, rituales, ríos, montañas, calendarios, etc., que existían hasta entonces en los Estados chinos; algunos de los textos que se refieren en esta sección se perdieron posteriormente y no pudieron llegar a la era moderna. Las casas hereditarias contemplan historias de las casas gobernantes de los principales Estados durante las dinastías Zhou y Qi. Y al último está el apartado de las biografías, el más grande de los cinco, donde Sima Qian registra la vida de algunos personajes destacados de la historia china.
La relación entre el hombre y el Cielo
El concepto de Cielo (天) es fundamental en la idea de la historia de Sima Qian. Se trata de una noción que surgió durante la segunda mitad de la dinastía Zhou (Botton 2021), conocida como Zhou Occidental (XI-VIII a. C), y fue incorporada a la cosmovisión china de los siguientes dos mil quinientos años. En la concepción tradicional, el Cielo era entendido como el orden natural y social que regía al mundo y al universo. No era propiamente una divinidad como las del mundo griego, pero sí era una fuerza extrahumana a la cual se supeditaba, en última instancia, todo.
La importancia del Cielo en la cultura china se hace patente en algunos textos de la dinastía Zhou que precedieron por mucho a Sima Qian. Entre estos se encuentran los llamados cinco clásicos confucianos: el Libro de las mutaciones (Yìjīng), el Libro de la historia (Shūjīng), el Libro de las odas (Shījīng), el Libro de los ritos (Lǐjīng) y Los anales de primaveras y otoños (Chūnqiū). En todos estos casos, Confucio realizó recopilaciones con un criterio pedagógico, pero basándose en textos anteriores que se conservaban en los archivos de cada Estado.
Ya en los cinco clásicos se encuentra la relación entre el Cielo y la humanidad como un factor fundamental para comprender la historia y para indicar formas de comportamiento en la sociedad. Sima Qian parte, pues, de una tradición historiográfica en la que el Cielo tiene un papel central, lo que explica en algún grado el rol que él le dio al Cielo en su obra.
Si bien hay varias formas en las que se relacionan el Cielo y la humanidad, la relación fundamental en la historia de Sima Qian es la relación política, la del ejercicio del poder. La teoría política que se funda en esta idea sostiene que las familias dinásticas recibían del Cielo un mandato para gobernar no solo sobre China, sino sobre todo bajo el Cielo, (Tianxia). Este mandato era otorgado únicamente a las familias que tenían los méritos, la virtud y la capacidad para gobernar sobre todos los hombres, y recaía en los individuos que ostentaban la máxima autoridad política. El Mandato del Cielo era el fundamento de la legitimidad política: incluso en Zhou oriental, cuando ya se había fragmentado la unidad política que existió durante Zhou occidental, los reyes de cada Estado visitaban a la familia dinástica para recibir (aunque solo fuera una cuestión simbólica) la facultad de gobernar sobre un territorio determinado.
En el Shiji, Sima Qian refleja la complejidad que encierra el concepto de Cielo al usarlo para explicar los cambios en la sociedad humana. Por un lado, plantea al Cielo como una entidad que tiene designios preelaborados a los cuales los seres humanos no pueden escapar, lo que resulta similar a la idea de destino de las tragedias griegas del siglo V a.C. Se pueden ofrecer al menos dos casos en los que Sima Qian expresa esta concepción del Cielo. El primero es el de Gaozu, fundador del imperio Han, de quien se dice que desde pequeño estaba predestinado a realizar grandes acciones (Watson 1961, 77). El dragón que aparecía sobre su persona, la impresión que reciben quienes tienen capacidades adivinatorias al tratar de analizarlo, y posteriormente todos los acontecimientos que lo llevan a derrotar a Xiang Yu, se presentan como un resultado necesario, derivado del deseo, decisión o designio del Cielo por llevar a Gaozu (el Hijo del Cielo) al poder imperial. Incluso pudiera interpretarse que, independientemente de las cualidades individuales de Gaozu, él había sido “elegido” para realizar grandes empresas, pues siendo joven, y luego ya adulto, su comportamiento no se caracterizaba por el virtuosismo, sino por el gusto a las mujeres y a la bebida, actividades que no se asociaban al Camino del Cielo.
De igual manera, el triunfo de Qin sobre los otros reinos y el establecimiento del primer imperio por Qin Shi Huangdi, es explicado por Sima Qian como un resultado de la decisión del Cielo. Textualmente, el Shiji dice: “Si Qin conquistó a los demás reinos no fue por su ejército, virtud u honor, porque en todo esto estaba por debajo de los otros reinos. Fue porque el Cielo le ayudó” (Watson 1958, 185). Más adelante, al explicar cómo Qin fue conquistando a los demás reinos, Sima Qian dice: “Wei fue destruido por Qin. Algunos dicen que fue por no escuchar a Hsing – ling, pero yo considero que eso no es correcto: el Cielo había mandado a Qin para que pacificara todo y su tarea todavía no era aceptada completada. Por eso Wei no pudo derrotar a Qin” (Watson 1958, 187).
Por otro lado, Sima Qian también presenta la posición opuesta, en la que las acciones de los hombres pueden no estar directamente explicadas por el Cielo. Un ejemplo de ello es el lugar sobresaliente que tuvo Qin entre todos los Estados durante un periodo de 20 gobernantes, algo que no se debió al Cielo, según dice el Shiji, sino a la posición estratégica de Qin, que estaba rodeado por barreras geográficas naturales que le proporcionaban una defensa casi inexpugnable (Watson, Records of the Grand Historian: Qin Dynasty 1996). En el mismo sentido, Sima Qian refiere el caso de algunos personajes cuyo comportamiento se aleja del Camino del Cielo y logran tener una buena vida, mientras otras personas procuran seguir el Camino del Cielo y viven mal, lo cual lo lleva a preguntarse “¿Este así llamado Camino del Cielo es correcto o se equivoca?” (Watson 1958, 189). De esta forma, Sima Qian plantea una cuestión fundamental en la relación entre el Cielo y la humanidad.
Pero quizá donde se expresan con mayor claridad las preocupaciones de Sima Qian sobre la relación entre el Cielo y la humanidad sea en el pasaje de la muerte de Xiang Yu, cuando este exclama que su derrota no se debe a sus propios errores personales, sino a que el Cielo lo “quiere destruir”. En su comentario respectivo, Sima Qian reclama que incluso a punto de morir, Xiang Yu “seguía sin aceptar la responsabilidad por sus errores y culpaba al Cielo” (Watson 1961, 74).
De manera general, en el Shiji se encuentran dos relaciones entre el Cielo y la humanidad: 1) Los designios de un entre extrahumano con capacidad de moldear el destino de las personas, y 2) La existencia de un Cielo que no explica totalmente las acciones humanas, sino que deja un margen de maniobra para que las personas forjen su propio camino a partir de las decisiones que tomen.
Tendencias generales de la historia
En los comentarios de Sima Qian a lo largo del Shiji se encuentra la idea que tenía el autor sobre la tendencia general de la historia. Burton Watson señala que la concepción del tiempo de Sima Qian estaba muy relacionada con la astronomía, es decir, que el tiempo histórico era una serie de ciclos basados en el movimiento de los planetas y las estrellas, ciclos que se extendían hacia el pasado y hacia el futuro de forma indefinida (Watson 1958, 5). De esta concepción cíclica del tiempo se deriva una concepción cíclica de la historia.
En su obra, Sima Qian no se propone explicar el origen del mundo o del pueblo chino, sino que se remonta tan atrás como se lo permiten sus testimonios. De esta forma, no se encuentra en el Shiji una explicación de los orígenes, pero sí hay reflexiones sobre las tendencias generales de la historia, al menos en lo que se refiere a la dinámica política. En su comentario acerca de la caída de la dinastía Qin y el ascenso de Han, Sima Qian expresa que una especie de “ciclo que cuando acaba vuelve a iniciar otra vez” (Watson 1961, 118). Se refiere a las tres dinastías antiguas (Xia, Shang y Zhou) que eran tenidas como modelo de gobierno virtuoso y de estabilidad política y social.
Puede afirmarse que las tendencias generales de la historia están sujetas a esta idea cíclica que se proyecta hacia el pasado y el futuro. Como en el caso del Cielo, esta forma de entender la historia tampoco es una creación personal de Sima Qian, sino que se encontraba ya presente en la sociedad china de esa época. Ejemplo de ello es la discusión que tiene Li Si respecto a los letrados confucianos que reclamaban mayor atención por parte de Qin Shi Huangdi a las enseñanzas de Confucio. En ese contexto, Li Si les responde a los letrados que “ni los cinco emperadores se imitaron los unos a los otros ni las tres dinastías siguieron el camino una de la otra, y no era que se rechazaran entre ellas, sino que los tiempos habían cambiado” (Watson 1996, 54). Lo equívoco de esta concepción lineal, evolutiva y progresiva de la historia defendida por Li Si queda demostrado al fracasar la dinastía Qin; simultáneamente, el fracaso de Qin demuestra lo atinado de la concepción cíclica defendida por Sima Qian.
Ascenso y caída de las dinastías
El ascenso y la caída de las dinastías está íntimamente relacionado con los primeros dos puntos revisados aquí: la relación entre el Cielo y la humanidad, por un lado, y las tendencias generales de la historia, por el otro. Según explica Sima Qian, las dinastías recibían el Mandato del Cielo solo después de haber demostrado suficientemente su virtuosismo para gobernar. En este punto cabe resaltar el principio confuciano de igualdad entre las personas, es decir, que independientemente de la familia o las condiciones en las que una persona haya nacido, la educación les otorga a todos la capacidad de llegar a ser personas virtuosas, con lo que pueden aspirar al Mandato del Cielo. Quizá el mejor ejemplo sea Gaozu, quien siendo un hombre común de Han llegó a ser el dirigente de su Estado, derrotó a los otros líderes en la guerra de sucesión e instauró el nuevo imperio Han.
Uno de los elementos centrales en la sucesión dinástica es el concepto de mérito que plantea Sima Qian. De acuerdo con este concepto, los fundadores de cada dinastía tenían grandes méritos que les permitían recibir el Mandato del Cielo, lo cual creaba una especie de depósito místico originado en el sabio-héroe ancestro de la familia. Conforme avanza el tiempo y cambian las generaciones de gobernantes, este mérito va agotándose, hasta llegar a un punto en el que se vuelve insuficiente para seguir gobernando todo bajo el Cielo. En ese momento, una nueva dinastía asciende al poder, con la cual se repetirá el proceso cíclico del mérito inicial que se desgasta progresivamente.
No obstante, la existencia de ese mérito inicial no garantiza la permanencia de una dinastía, sino que es necesario seguir los preceptos y ritos establecidos por las dinastías del pasado, con lo que se estaría siguiendo el Camino del Cielo. Ignorar la historia dinástica y el Camino del Cielo podía generar la pérdida del Mandato del Cielo, como quedó demostrado con el caso de la dinastía Qin. Sima Qian refiere que Qin Shi Huangdi y sus herederos nunca confiaron en el juicio de los letrados confucianos, lo que impidió que estos pudieran orientarlos por el Camino del Cielo y en última instancia ocasionó la pérdida del poder por la joven dinastía (Watson 1996, 76). La dinastía Zhou, por el contrario, duró mil años porque gobernó siguiendo el Camino del Cielo (Watson 1996, 77).
Es importante hacer notar que el fin de una dinastía no implica necesariamente el ascenso de la siguiente de forma rápida y directa, sino que es posible que exista un periodo de inestabilidad prolongada mientras se destaca el nuevo receptor del Mandato del Cielo. Esto se muestra tanto en la segunda parte de Zhou, que contempla los periodos de Primaveras y Otoños y los Reinos combatientes, como en el fin de la dinastía Qin. En ambos casos, la decadencia de la dinastía reinante no es seguida claramente por la siguiente dinastía. En el caso del final de Zhou, cuando Qin logró imponerse a los otros Estados ya había transcurrido un amplio periodo de interregno en el cual ningún Estado fungía como poder central. En el caso del final de Qin, la rebelión que encabezó Chen Sheng logró terminar con el primer imperio, pero no fue él quien instauró la nueva dinastía, como tampoco fue Xiang Yu, el otro gran líder guerrero, sino Gaozu.
La idea de la historia en Tucídides
La gran obra de Tucídides es la Historia de la Guerra del Peloponeso. Se trata de un texto que aborda la guerra entre la Liga del Peloponeso, liderada por Esparta, y la Liga Ático-Délica, dirigida por Atenas, ocurrida entre 431 y 404 a. C. en lo que actualmente se conoce como Grecia. En su calidad de ciudadano ateniense, perteneciente a una familia de alto estatus, Tucídides participó en la guerra como general y jefe de una flota, sin embargo, al ser derrotado en batalla el gobierno ateniense lo condenó al exilio. Fue en ese periodo cuando Tucídides comenzó a redactar los materiales preliminares de su obra, cuya escritura final solo inició cuando la guerra ya había terminado. Tucídides murió sin acabar su texto: la cronología del octavo y último libro llega hasta 411, mientras la guerra acabó en 404. No se conoce con precisión cuándo murió el historiador ateniense, pero se sabe que fue posterior al año 399.
A diferencia del Shiji, que pretende hacer una historia de todo (mares, montañas, costumbres, ritos, canciones, dinastías, etc.), la obra de Tucídides es una historia eminentemente política. La amplitud geográfica y espacial de su historia está determinada por un fundamento metodológico que el propio Tucídides expresa en las primeras páginas de su texto: únicamente registra lo que él atestiguó o aquellos hechos que, después de una rigurosa investigación, considera como verdaderos. No le interesa hacer historia del pasado remoto, “pues los acontecimientos anteriores, y los todavía más antiguos, era imposible conocerlos con precisión a causa de la distancia del tiempo” (Tucídides 1990, 118).
En la búsqueda del pasado, Tucídides comparte con Sima Qima una aproximación cautelosa: ya en el segundo apartado del primer libro advierte que “es difícil dar crédito a todos los indicios como se presentan, pues los hombres reciben unos de otros tradiciones del pasado sin comprobarlas” (Tucídides 1990, 158). Al revelar su método de investigación, Tucídides afirma que no construyó su relato incorporando todos los testimonios que recabó, sino que primero los sometió a un proceso de contraste para poder acercarse lo más posible a la verdad. Él mismo confiesa que los discursos que integra en su obra, que no son pocos, han sido totalmente elaborados por él ante la imposibilidad de conocer exactamente las palabras pronunciadas por los protagonistas de su historia. A este respecto, Tucídides informa que ha tratado de recrear el contenido y la forma de los discursos según las personas que los pronunciaron y el contexto en el que lo hicieron[3].
En la forma de presentar los resultados de la investigación, Tucídides guarda poca semejanza con Sima Qian. Mientras Sima Qian presenta varias versiones de un mismo hecho, aunque lo hace desde diferentes perspectivas por la estructura no cronológica de su texto, Tucídides solo presenta una única versión: antes de escribir el texto final él ya ha hecho el proceso de contrastar las versiones, eliminar las que no considera verdaderas y conservar solamente una, misma que presenta. En contraste con Tucídides, Sima Qian presenta más de una versión, algo que resulta valioso en términos historiográficos, pues el lector contemporáneo se encuentra frente a las diferentes versiones que existían de un mismo hecho. Con Tucídides, el proceso de selección que él ha elaborado previamente priva al lector actual de un posible acercamiento crítico a las fuentes con las que construyó su relato[4].
Al contrastar la obra de Tucídides con la de Sima Qian se pueden hacer diferentes análisis relativos a la filosofía de la historia de cada autor, el método de investigación, la narración literaria, la estructura del texto, entre otros aspectos relevantes. Sin embrago, este ensayo se limita únicamente a la idea de la historia que hay detrás de cada historiador. Antes de comenzar con la idea de la historia de Tucídides, es necesario recordar que este es un ejercicio de comparación no ortodoxo que parte de la idea china de la historia según Huiqi Wu, por lo que no se siguen los parámetros tradicionales de la teoría de la historia occidental.
La relación entre el hombre y el Cielo
En la Historia de la Guerra del Peloponeso, y en general en toda la historiografía de la Grecia antigua, no se encuentra ninguna noción similar a la de Cielo. Esto se debe a las grandes diferencias existentes entre la religiosidad del pueblo griego y la del pueblo chino. A pesar de ello, es posible hablar de una “relación entre el hombre y el Cielo” si a la relación hombre-Cielo se le despoja de su carga extrahumana: el resultado es que dicha relación es, desde un punto de vista restringido, la legitimación del poder. La pregunta para el texto de Tucídides entonces sería: ¿cómo se legitima el poder de los gobernantes?
En Tucídides pueden encontrarse dos formas de legitimar el poder de los gobernantes frente a los gobernados. La primera se refiere al poder de Atenas frente a otras ciudades griegas. La explicación que da Tucídides a este respecto se encuentra en la Arqueología y la Pentecontecia, ambas en el libro I. En la Arqueología, Tucídides señala que la base del poderío de Atenas se halla en la mala calidad de sus tierras (lo que le dio estabilidad social) y en el desarrollo marítimo que logró al volcar su actividad comercial al mar (lo que le dio riquezas y presencia naval). Estas condiciones hicieron de los atenienses un pueblo con una capacidad militar notable, en virtud de la cual fueron capaces, en alianza con los espartanos y los demás pueblos, de expulsar al imperio persa en el siglo VI a. C. En la Pentecontencia, los cincuenta años que van del fin de la guerra contra los persas al inicio de la guerra del Peloponeso, Atenas continuó acrecentando su poder y sometió a las ciudades griegas que fueron sus aliadas en la guerra contra los persas; es en la Pentecontecia cuando el poderío de Atenas comienza a rivalizar con el de Esparta.
Según Tucídides, la legitimidad del poder de Atenas sobre las otras polis griegas se funda en su capacidad económica y militar. Estos dos rasgos pudieran ser considerados como característicos de Atenas, pero son insuficientes si se los presenta como base de la legitimidad ateniense. A este respecto, se ha señalado en la obra de Tucídides una concepción del poder cercana al realismo político en la que el poder se justifica a sí mismo: una vez que ha formado su imperio, Atenas no repara en el uso de las armas para someter a quienes pueden cuestionar su poder. Así ocurre con los habitantes de Melos, que no estaban a favor ni en contra de Atenas y se negaban a tomar partido en la alineación de fuerzas. Una delegación ateniense les advierte a los melios que no pueden permitir ese comportamiento porque las otras ciudades de su imperio podrían interpretarlo como una señal de debilidad; sin embargo, los melios se rehúsan a elegir un bando y el ejército ateniense opta por invadir la isla, da muerte a todos los varones y esclaviza a las mujeres y niños, reafirmando de esa manera su poder. La legitimidad del poder de Atenas se basa en su fuerza; en la ley del más fuerte[5]. No necesita más.
Una segunda forma de legitimidad del poder es la que existe entre los gobernantes y los gobernados al interior de Atenas. En las últimas décadas del siglo V a. C., cuando vivió Tucídides y cuando ocurrió la guerra entre Esparta y Atenas, Atenas tenía aproximadamente medio siglo de gobierno democrático. En los debates en torno a cuál era el mejor sistema político, la democracia o la oligarquía, Tucídides expresa opiniones a favor y en contra de ambos sistemas, sin declararse abiertamente partidario de ninguno. Lo que sí manifiesta es su admiración por personalidades destacadas como Temístocles, el jefe ateniense que dirigió la guerra contra los persas, y Pericles, el estadista que llevó a Atenas a ser un imperio descollante y que murió en el primer año de la guerra contra Esparta. En ambos casos, la característica fundamental es su capacidad intelectual para prever las consecuencias que tendrán determinadas acciones de gobierno en la ciudad. Según Tucídides, esa cualidad les permitió gozar de autoridad y respeto por parte de la ciudadanía (Zagorin 2005).
Tendencias generales de la historia
Para Tucídides la historia se mueve de fases inferiores a fases superiores del desarrollo, pero es un movimiento con momentos de repetición. El movimiento de la historia en Tucídides se puede describir como una espiral ascendente. En su Arqueología, cuando se remite a lo que él considera el origen de las ciudades griegas y de Atenas, es clara la idea de Tucídides de que el nomadismo y las precarias condiciones de los primeros griegos eran condiciones inferiores a las que lograron después espartanos y atenienses. En el caso de Atenas, el comercio marítimo funcionó como catalizador para que la ciudad se enriqueciera y para que llegaran personas de otras polis.
La mejor muestra del movimiento ascendente de la historia la da Tucídides al principio de su libro, cuando afirma que ninguna guerra del pasado tuvo las dimensiones que tuvo la guerra entre Esparta y Atenas. Ni siquiera la guerra de Troya. Esto se debe, dice, a que en el pasado ninguna ciudad había logrado el poderío económico y militar que en su época ostentaban Atenas y Esparta. Probablemente la percepción de Tucídides también se fundara, aunque no lo expresa así, en la vida cultural que en el siglo V a. C. tenía su ciudad: es el momento en el que Sócrates, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Hipócrates, y otras figuras cimeras de la cultura occidental se encuentran reunidos en Atenas.
La idea cíclica de la historia se desprende de la concepción que tiene Tucídides de que la naturaleza humana tiende a generar situaciones similares en diferentes lugares y momentos. Por eso Tucídides sostiene que en el futuro ocurrirán conflictos bélicos similares a la guerra que él historia: “si cuantos quieren tener un conocimiento exacto del pasado y de los que en el futuro serán iguales o semejantes, de acuerdo con las leyes de la naturaleza humana, si estos la consideran útil, será suficiente. Mi obra ha sido compuesta como una adquisición para siempre” (Tucídides 1990, 166).
¿Qué hay en la naturaleza humana que condena a las personas a sufrir otras guerras en el futuro? Miedo, honor y búsqueda de ventajas. Estas fuerzas fueron las que llevaron a Atenas a buscar su engrandecimiento mediante un imperio, y fueron también las que llevaron a Esparta a iniciar la guerra contra Atenas. Tucídides no considera que estas fuerzas sean exclusivas de los griegos de su época, sino que forman parte de la naturaleza humana universal, por lo tanto, tiene la plena seguridad de que en el futuro estas mismas fuerzas llevarán a las personas a enfrentarse en guerras como la del Peloponeso. En eso radica su idea cíclica de la historia.
Ascenso y caída de las dinastías
En la Atenas del siglo V a. C. no se puede hablar de dinastías, puesto que el sistema oligárquico que prevaleció hasta el siglo VI a. C. ya había sido sustituido por una democracia. La cuestión del “ascenso y caída de las dinastías” puede plantearse de otra manera sin violentar el planteamiento original: ¿cómo explica Tucídides el ascenso y caída de los gobiernos? En realidad, Tucídides se limita al cambio de gobierno en Atenas. No aborda los cambios en Esparta ni en las demás ciudades que participaron en el conflicto.
A este respecto, cabe mencionar dos momentos en los que Tucídides habla de los cambios de gobierno que ocurrieron en Atenas durante la guerra. El primero es el que ocurre a raíz de la muerte de Pericles, quien muere en el primer año de la guerra a consecuencia de la peste que asola a la ciudad. Cuando muere Pericles, comienza a destacar la figura de otro personaje cercano a las esferas del poder: Alcibíades. En realidad, Alcibíades va a comenzar a destacar hasta que espartanos y atenienses firman la paz de Nicias en 421. Alcibíades va a impulsar al gobierno de Atenas para que la ciudad retome la iniciativa contra Esparta y concluya la guerra con una posición de fuerza.
Gracias a su insistencia, Atenas va a intentar la invasión de Sicilia, que era parte de la liga del Peloponeso, pero va a fracasar estrepitosamente. Posteriormente, en 411, Alcibíades va a alentar a las familias aristócratas de Atenas a hacer una revolución contra la democracia bajo la promesa de que el imperio persa ayudaría a Atenas si la ciudad cambiaba su sistema político de una democracia a una oligarquía. El resultado fue una mayor inestabilidad política en Atenas, lo que coadyuvó a la derrota final de la ciudad a manos de Esparta. De acuerdo con Tucídides, Alcibíades realiza todas estas acciones impulsado por un interés puramente personal, por el afán innato a la naturaleza humana de obtener ventajas personales.
La clave del ascenso y caída de los gobiernos en Atenas es la prudencia de los líderes. Pericles demostró ser prudente, como también lo fue Nicias, quien le sucedió en el poder, y buscó llegar a un acuerdo de paz con Esparta. Alcibíades, en cambio, es la encarnación de la imprudencia, pues es capaz de arrostrarlo todo en la búsqueda de beneficios personales. El ascenso y caída de los gobiernos está estrechamente ligado a la naturaleza humana y a la legitimidad de los gobernantes[6].
Conclusiones
Para encontrar la idea de la historia en Sima Qian es necesario partir de un modelo teórico diferente del modelo occidental. La aseveración occidental de que en China no existía una idea de la historia, a pesar de todos los registros históricos y todos los textos historiográficos, parte estrictamente de la idea de la historia que se construyó en Europa. A contrapelo de las interpretaciones tradicionales, en los últimos años han comenzado a lanzarse propuestas desde China para entender la idea de la historia de los historiadores chinos sin necesidad de someterse a los estándares europeos.
De acuerdo con Huiqi Wu, para rastrear la idea de la historia entre los historiadores chinos es necesario cambiar las preguntas centrales. En lugar de preguntarse: ¿qué es la historia?, ¿cuál es el objeto de la historia?, ¿cómo procede la historia?, y ¿para qué sirve la historia?, deben buscarse respuestas a: ¿cuál es la relación entre el Cielo y la humanidad?, ¿cuáles son las tendencias generales de la historia?, ¿cómo se explican los cambios políticos?, entre otras preocupaciones que se encuentran en el centro de las reflexiones de los historiadores chinos.
Al buscar respuestas a este otro grupo de preguntas en el Shiji de Sima Qian, resulta evidente que sí puede hablarse de una idea de la historia bien desarrollada. La relación Cielo-humanidad, las tendencias generales de la historia y los cambios dinásticos que se expresan en el Shiji dan cuenta de una idea de la historia que ya se encontraba presente en la sociedad china desde antes de los tiempos de Han, pero que Sima Qian logra expresar de manera más clara con su obra monumental.
Cuando se aplican estas preguntas a la Historia de la Guerra del Peloponeso para rastrear la idea de la historia de Tucídides, el ejercicio se encuentra con una dificultad mayúscula: las enormes diferencias culturales entre la China de los Han y la Grecia de Pericles. Hablar del Cielo en la Grecia antigua solo tiene cabida si se le entiende como fundamento de la legitimidad política, pero en China el Cielo forma parte de toda una cosmovisión que va más allá de las relaciones de poder. Las tendencias generales de la historia en Tucídides se limitan al apartado de Arqueología y a la concepción que tiene sobre la naturaleza humana; Sima Qian, en cambio, parte de una tradición historiográfica que tiene una línea de continuidad de más de mil años, lo que le permite hacer una reflexión más abarcadora basada en una revisión de los acontecimientos del pasado. El análisis del ascenso y caída de las dinastías es inaplicable en Tucídides, pues en la Grecia del siglo V a. C. ya se habían comenzado a experimentar otros sistemas políticos que descentralizaron el poder absoluto; las reflexiones de Sima Qian, por el contrario, pudieran proyectarse incluso en las dinastías que sucedieron a Han, pues en China el sistema dinástico se mantuvo hasta principios del siglo XX.
Con las reservas mencionadas, es posible comparar las ideas de la historia en Tucídides y Sima Qian si se adecuan las preguntas para el caso del historiador ateniense. La comparación puede quedar así:
Sima Qian
Tucídides
Legitimidad del poder
El gobernante, Hijo del Cielo, recibe del Cielo el mandato para gobernarlo todo. Para tener el Mandato del Cielo las personas deben tener las virtudes que el confucianismo le asigna a los buenos gobernantes. Un gobernante que pierde esas cualidades puede perder el Mandato del Cielo, perdiendo la legitimidad de su poder.
La ciudad gobernante (Atenas) legitima su poder mediante el uso de la fuerza: la ley del más fuerte. El individuo gobernante legitima su poder por su capacidad intelectual y su prudencia en el gobierno. La prueba de estas cualidades está en sus éxitos militares: Temístocles contra los persas y Pericles al formar el imperio griego.
Tendencias generales de la historia
Concepción cíclica de la historia que se deriva de una concepción cíclica del tiempo. A partir de las dinastías Xia, Shang y Zhou es posible constatar que la historia política se comporta como un ciclo que cuando se acaba vuelve a iniciar. Es una tendencia inevitable.
Concepción de la historia en espiral ascendente. Hay un desarrollo lineal de las condiciones económicas y políticas de las ciudades griegas, pero la naturaleza humana (miedo, honor, búsqueda de ventajas) condena a la humanidad a repetir eventos del pasado, tales como la guerra.
Ascenso y caída de los gobiernos
Una dinastía inicia cuando una persona recibe el Mandato del Cielo. Esta persona tiene méritos que funcionan como repositorios de virtud y que se agotan conforme otros gobernantes de esa dinastía lo suceden. En un punto, la situación social, política y natural indican que la dinastía ha perdido el Mandato del Cielo. Posteriormente, otra persona recibe el Mandato del Cielo e inicia una nueva dinastía.
El gobierno se ve afectado por el sistema político (democracia u oligarquía), pero los grandes hombres son determinantes. Un estadista prudente, que puede controlar su naturaleza humana, puede lograr un gobierno exitoso y duradero, mientras un hombre imprudente (Alcibíades) que antepone su naturaleza humana a todo lo demás genera gobiernos breves y catastróficos.
Para terminar este ensayo, es conveniente recuperar la observación que plantea Huiqi Wu acerca de la inexistencia de una idea de la historia única en todas las tradiciones historiográficas. Buscar que la obra de Sima Qian responda a las preguntas centrales que surgen de la reflexión histórica occidental es tan estéril como buscar en la obra de Tucídides respuestas a las preguntas centrales que surgen de la reflexión histórica china. Las amplias diferencias culturales, sociales, religiosas, políticas y económicas pueden implicar que las preocupaciones de un pueblo no necesariamente le preocupen a otro, sin que eso se asuma como señal de inferioridad o superioridad intelectual.
Al menos en lo que concierne a la Historia, pero puede decirse lo mismo de la literatura, la filosofía y la religión, la diversidad cultural de los pueblos da origen a una diversidad teórica, no a una jerarquía de saberes. Afirmar que en Sima Qian no hay una idea de la historia porque no responde a las preocupaciones de la Atenas de Pericles, tiene el mismo sentido que afirmar que en Tucídides no hay una idea de la historia porque no dice nada de los temas que le importaba a la sociedad de Han. Es un sinsentido.
El surgimiento de China como potencia económica y política en las últimas décadas le ha permitido a su academia reivindicar la validez de su tradición historiográfica. Este es un paso más en el proceso de descolonización académica, es decir, el pasar de un saber occidental aceptado como único a aceptar la validez de saberes propios o provenientes de otras culturas. Es posible que el surgimiento de un mundo política y económicamente multipolar también se refleje en una academia más plural. Este es, al menos, un escenario deseable.
Ehécatl Lázaro cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México y es investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
[1] Autores como Michael Nylan cuestionan que Sima Qian pueda ser considerado un historiador en el sentido moderno de la palabra y califica su obra más como literatura que como historia (Nylan 1999). Burton Watson sí considera a Sima Qian como un historiador, aunque advierte que pudo haber tenido una idea de la historia similar a la de Confucio, es decir, que no se proponía proporcionar una explicación de registros históricos objetivos sino más bien mostrar el Camino del Cielo (Watson, Ssu-ma Ch’ien Grand Historian of China 1958). Esta idea es compartida por Denis Twitchett, quien clasifica a Sima Qian como parte de la tradición china de la historia pedagógica que buscaba transmitir principios morales (Twitchet 2013).
[3] Esta advertencia metodológica contrasta con Sima Qian, pues el historiador chino integra varios discursos supuestamente pronunciados por los personajes de su historia, pero Sima Qian no explicita su autoría.
[4] Sara Forsdyke señala que Homero y Heródoto, dos antecesores de Tucídides, tendían a presentar más de una versión en sus relatos, como lo hace también Sima Qian; sin embargo, Tucídides busca distinguirse de ellos y obliga al lector a aceptar su versión del pasado al dejar solo una única versión (Forsdyke 2017).
[5] Como señala Julio Calonge, existe una discusión acerca de la relación que guardan el concepto moderno de Machtpolitik, “el uso de la fuerza física por un Estado en la búsqueda de sus objetivos”, y la legitimidad que presenta Tucídides del poder (Calonge 1990).
[6] Dado que Tucídides aborda un periodo y un espacio muy limitados, y dado que lo hace desde el punto de vista de Atenas, no existe en su obra una reflexión del cambio de gobierno en otras ciudades griegas. Tampoco intenta racionalizar, por ejemplo, el poderío y la forma de gobierno del imperio persa.
Referencias
Botton, Flora. «El confucianismo clásico: Zhou y Han.» En Historia mínima del confucianismo, de José Antonio Cervera y Yong Chen Flora Botton, 283. México: El Colegio de México, 2021.
Calonge, Julio. «Introducción.» En Historia de la Guerra del Peloponeso, de Tucídides, 7-100. Madrid: Gredos, 1990.
Collingwood, R. G. Idea de la Historia. México: Fondo de Cultura Económica, 1988.
Forsdyke, Sara. «Thucydides’ Historical Method .» En The Oxford Handbook of Thucydides, de Edith Foster and Ryan Balot Sara Forsdyke, 19-38. New York: Oxford University Press, 2017.
Nylan, Michael. «Sima Qian: A True Historian?» Early China, 1999: 211-245.
Tucídides. Historia de la Guerra del Peloponeso. Madrid: Gredos, 1990.
América Latina no fue una región con un peso importante en la política exterior de la República Popular de China entre 1949 y 1976. Fundada en un contexto de Guerra Fría, y envuelta en conflictos bélicos desde su segundo año de existencia (Corea), la República Popular de China desplegó una política exterior que privilegió su relación con la Unión Soviética y los países del bloque socialista, y posteriormente su relación con el Sudeste de Asia y con África. La distancia geográfica, la inexistencia de países socialistas (hasta antes de la Revolución Cubana) y la ausencia de relaciones comerciales, permitieron que América Latina no fuera prioridad en la política exterior que desplegó la República Popular de China en sus primeros años.
Sin embargo, de la baja intensidad que tuvieron las relaciones entre China y América Latina no se desprende que América Latina no ocupara un lugar en el pensamiento de Mao Zedong, el líder más destacado del Partido Comunista de China y la figura con más poder en el gobierno chino desde 1949 hasta su fallecimiento en 1976. En diversas conversaciones que sostuvo Mao con personajes latinoamericanos que visitaron China, es posible observar el interés que mostraba el líder chino por la situación de América Latina y el análisis que hacía de la región a partir de su concepción geopolítica fundada en el marxismo-leninismo.
En este ensayo se revisa someramente la concepción de Mao sobre América Latina desde dos perspectivas: una general y otra casuística. En la perspectiva general se incluye la visión bipolar del mundo, las zonas intermedias y la teoría de los tres mundos. En la perspectiva casuística se revisan las ideas de Mao sobre países determinados de América Latina. Para esta segunda perspectiva se revisaron las conversaciones entre Mao y algunas visitas latinoamericanas, cuyas transcripciones se encuentran en el Woodrow Wilson Internacional Center. Una revisión minuciosa de todas las conversaciones de Mao con personajes latinoamericanos seguramente arrojaría resultados más significativos, pero un proyecto de esa magnitud rebasa los límites de este ensayo.
La perspectiva general
1. Los dos campos: imperialismo y socialismo
En el discurso que pronunció el 30 de junio de 1949, en conmemoración del 28 aniversario del Partido Comunista de China, Mao Zedong delineó un principio general que definiría la política exterior de China durante las décadas de 1950 y 1960[1]. En ese discurso, en el que Mao anunció públicamente que la nueva China se inclinaría hacia el lado de la Unión Soviética, Mao también expresó la concepción de que el mundo estaba dividido en dos campos de países: los imperialistas y sus lacayos, con Estados Unidos a la cabeza, y los países socialistas, con la Unión Soviética como principal fuerza. En esta lucha no existían terceras vías, opciones intermedias o posiciones neutras: todos los países pertenecían a un campo u otro.
De acuerdo con el marxismo-leninismo que defendía Mao, el imperialismo era la fase más avanzada del capitalismo y al mismo tiempo la antesala del socialismo[2]. Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se había convertido en la principal potencia capitalista y era el país con mayor peso en las relaciones de dominación y explotación de los países colonizados. Pero Estados Unidos no era el único, pues también los países europeos como Inglaterra, Francia, Holanda, Alemania, Japón, entre otros, formaban parte de ese bloque.
En el otro extremo estaban la Unión Soviética y las Democracias Populares de Europa del este. Pertenecer al bloque socialista tenía implicaciones que iban más allá de las relaciones de amistad y alianza con la Unión Soviética y Europa del este. Implicaba también desplegar una política exterior que se basara en el internacionalismo proletario, según el cual la clase obrera de todo el mundo debía apoyarse mutuamente en la lucha contra el imperialismo para avanzar en la construcción de una sociedad global socialista.
En este esquema teórico sostenido por Mao a finales de la década de 1940 y principios de 1950, América Latina ocupaba, junto a Asia y África, el lugar de los países víctimas del imperialismo. En esas tres regiones la mayoría de los países estaba gobernada por burguesías locales cuya actividad les servía a las burguesías de los países imperialistas para mantener la dominación. La lucha contra el imperialismo era la lucha por el triunfo de las fuerzas comunistas sobre los gobiernos lacayos del imperialismo de América Latina, Asia y África.
2. Los dos campos y las zonas intermedias
A finales de la década de 1950 Mao modificó su concepción de la geopolítica internacional, añadiendo nuevos términos que matizaban su anterior idea de los dos campos. En 1958, en una conversación que sostuvo con un par de periodistas brasileños, el líder chino señaló que su anterior concepción de los dos campos no era aplicable a todos los países, pues algunos no pertenecían ni al campo imperialista ni al socialista, sino que eran países nacionalistas; tal era el caso de India, Indonesia y la República Árabe Unida[3]. En esta conversación se prefiguraba el término de zonas intermedias que más tarde Mao explicitó. Algunos analistas rastrean el mismo término en un año tan anterior como 1946, en una conversación que tuvo Mao con la corresponsal estadounidense Anna Louise Strong[4].
Cuando Mao empleó este término de manera más desarrollada fue en septiembre de 1963, en una conferencia del Comité Central del Partido Comunista de China[5]. En su discurso, Mao expresó que había dos zonas intermedias: una era América Latina, Asia y África, y la otra Europa, Japón y Canadá. Los países atrasados económicamente de América Latina, África y Asia, y los países económicamente avanzados e imperialistas de Europa, Japón y Canadá, compartían la característica de que se oponían al imperialismo estadounidense, aunque en el caso de los países imperialistas esta oposición se debía a la defensa de sus propios intereses nacionales imperialistas.
La Conferencia de Bandung de 1955 se realizó bajo este cambio de perspectiva impulsado por Mao. Asimismo, en la segunda mitad de la década de 1950, y luego con mayor fuerza en la década de 1960, la disputa sino-soviética tuvo una impronta importante en la reconceptualización del nacionalismo dentro del esquema de los dos campos. Así como había países en zonas intermedias respecto al imperialismo estadounidense, también los países de Europa del este se encontraban en una zona intermedia respecto al social-imperialismo soviético.
3. Los tres mundos
En la década de 1970 Mao nuevamente modificó su perspectiva general sobre la geopolítica mundial. En conversación sostenida en 1974 con Kenneth Kaunda, presidente de Zambia, Mao le expuso a este su concepción de los tres mundos[6]. En el primer mundo se encontraban Estados Unidos y la Unión Soviética, caracterizados como poseedores de bombas atómicas y como los países más ricos; en el segundo mundo, países de nivel económico medio, como los europeos, Japón, Australia y Canadá, quienes no poseían bombas atómicas y eran menos ricos que los países del primer mundo; y en el tercer mundo se encontraban todos los países de América Latina, África y Asia, con excepción de Japón. Después de la muerte de Mao, en la segunda mitad de la década de 1970, esta concepción de los tres mundos fue tomada por Deng Xiaoping.
Estas perspectivas generales que tuvo Mao sobre América Latina influyeron decisivamente en la política exterior que desplegó China con los países de la región[7]. La política de pueblo a pueblo que se sostuvo entre 1949 y 1969, respondía fundamentalmente al internacionalismo proletario del marxismo-leninismo, por un lado, y por el otro a la imposibilidad de mantener relaciones diplomáticas con un conjunto de países que no reconocían a Beijing sino a Taipéi como verdadero representante de toda China. A partir de 1970, después del acercamiento entre la administración Nixon y Mao, los países latinoamericanos comenzaron a reconocer a Beijing como representante de toda China (solo Cuba lo había hecho antes, en 1960) y se inició una nueva etapa consistente en cuidar el estatus diplomático. La no ruptura de relaciones con Chile después del golpe de Estado de 1973 se enmarca en este escenario de búsqueda de reconocimiento diplomático y disputas con la Unión Soviética.
Los casos nacionales
Entre 1949 y 1970 Zhou Enlai estableció una política en la cual China y América Latina debía “desarrollar intercambios de pueblo a pueblo, esforzarse por establecer relaciones amistosas y desarrollar relaciones económicas y culturales, para gradualmente avanzar hacía el establecimiento de relaciones diplomáticas”[8]. En ese contexto, alrededor de 1,200 personas de 19 países latinoamericanos visitaron China entre 1950 y 1959, mientras que China envió 16 delegaciones culturales, artísticas, económicas y comerciales a América Latina.
El perfil de los visitantes latinoamericanos fue muy variado. De México, por ejemplo, fueron comunistas como Vicente Lombardo Toledano (1949), artistas como David Alfaro Siqueiros (1956), filósofos como Eli de Gortari (1954), escritores como Fernando Benítez (1952) y expresidentes como Lázaro Cárdenas (1959) y Emilio Portes Gil (1960)[9]. Paralelamente a las visitas de las personalidades culturales, científicas y políticas, hubo todo un movimiento de comunistas mexicanos interesados en la experiencia china, algunos de los cuales recibieron capacitación sobre el pensamiento y la acción del maoísmo, como Florencio Medrano, fundador del Partido Proletario Unido de América[10].
Como México, todos los países latinoamericanos enviaron a China personalidades destacadas para alimentar la relación pueblo a pueblo, y comunistas que buscaban aprender de la experiencia china para hacer la revolución en sus países y avanzar en la construcción del socialismo. Sin embargo, en las conversaciones de Mao Zedong conservadas en el Woodrow Wilson International Center, ninguna de las entrevistas tiene como interlocutor a un representante mexicano. En ese sentido, los países que destacan son Cuba y Brasil, pero también hay registros con representantes de Guatemala, Chile, Perú y Ecuador. A través de estas conversaciones es posible aproximarse a las ideas que tenía Mao sobre América Latina en las décadas de 1950 y 1960.
1. Cuba
Cuba fue el primer país de América Latina en reconocer diplomáticamente a Beijing (1960) y también fue el país con el que más intercambios hubo. Las conversaciones de Mao registradas se distribuyen de la siguiente forma: tres en 1960, tres en1961, dos en 1963 y una en 1966. Los interlocutores de Mao son: Blas Roca Calderio (Partido Comunista de Cuba), Ernesto Guevara, Osvaldo Dorticos (presidente de Cuba) y delegaciones culturales, sindicales y de mujeres.
Entre todos sus interlocutores cubanos, con quien Mao tiene una relación de mayor confianza es con Blas Roca Calderio (1960), comunista cubano con el cual había trabado conversación en 1956[11]. A Mao le interesa vivamente conocer el proceso de la Revolución Cubana y saber qué posición asumirá en el escenario geopolítico mundial. Le queda claro el carácter imperialista de la revolución y siente simpatía por Fidel Castro, pero le inquieta que ni él ni Ernesto Guevara sean comunistas declarados. Inquiere sobre la visita de Fidel a Estados Unidos en 1959, sondea la relación que hay entre el Partido Comunista y el Movimiento 26 de Julio y se pregunta hasta qué punto controlan realmente los comunistas el proceso revolucionario.
A partir de la conversación con Roca se infiere que Mao se siente esperanzado por el triunfo de la Revolución Cubana, pero tiene pocas certezas sobre el curso que puedan tomar sus líderes. Por otro lado, considera que el caso de Cuba puede ejercer gran atracción entre los pueblos latinoamericanos, al mismo tiempo que le preocupa una posible invasión armada de Estados Unidos, en alianza con sus países aliados de la región. Pregunta por el movimiento revolucionario en República Dominicana y muestra un vivo interés por la situación revolucionaria en los demás países de América Latina.
A lo que más atención le presta Mao, a petición de Roca, es al programa que llevará a cabo la revolución cubana. Moa le aconseja a Roca que en Cuba, como en todos los países de América Latina, Asia y África, los revolucionarios deben aplicar el marxismo-leninismo a sus propias circunstancias nacionales. Lo que haga Cuba, sostiene Mao, es fundamental para la lucha contra el imperialismo estadounidense, pues al ser el primer país socialista de América Latina, y al ser un pequeño país a poca distancia de Estados Unidos, la isla se volverá un referente no solo para la región sino para todo el mundo.
Ese mismo año, pero siete meses después, Mao conversó con Ernesto Guevara[12]. Le pregunta si el modelo de la revolución cubana puede funcionar en los otros países de América Latina y cuestiona a Guevara concretamente sobre la situación revolucionario en Perú, Colombia, Guatemala, Nicaragua y República Dominicana. Un aspecto destacable de la conversación entre Mao y Guevara es que el líder chino le insinúa un reclamo al cubano al señalarle que el año anterior Guevara había visitado todos los países grandes de Asia con excepción de China. En el contexto de la disputa sino-soviética, que en 1960 todavía no se desarrollaba totalmente pero ya estaba en camino, a Mao parece preocuparle que Cuba se incline por la Unión Soviética y no por China. Quizá también por eso, o solo como gesto de cortesía, Mao halaga a Guevara comentando un artículo suyo publicado en la revista cubana Verde Olivo.
Además de esas delegaciones culturales, en 1961 Mao habló con el presidente de Cuba, Osvaldo Dorticos[13]. En dicha conversación Mao compartió impresiones con el presidente cubano sobre las dificultades de reconstruir la economía después de la revolución y sobre las relaciones diplomáticas de Cuba, pero no se explayó en otros temas. Destaca la simpatía que expresa Mao por el gobierno del brasileño Joao Goulart, quien había visitado China en 1960 y había formado buenas relaciones con el líder chino.
En sus conversaciones con las delegaciones culturales cubanas de 1961, Mao no entabla conversaciones directamente con otro interlocutor, sino con grupos de jóvenes interesados en hacer la revolución en América Latina[14]. Le interesa que los pueblos de América Latina no sigan el modelo cubano a priori, sino que cada pueblo decida por sí mismo si lo adopta o no. Este comentario pudiera estar relacionado con el contexto de la disputa sino-soviética, aunque parece más probable que simplemente fuera un “consejo revolucionario” de no aplicar mecánicamente experiencias de otros países a los movimientos revolucionarios propios.
En 1966 Mao ya habla abiertamente contra los revisionistas soviéticos[15]. Con el apoyo de la Revolución Cubana, opina, es posible que la revolución se extienda por toda América Latina y que Estados Unidos vea incendiado su patio trasero. Ante este escenario, y en clara alusión a los partidos comunistas pro-soviéticos, Mao advierte que algunos partidos que se hacen llamar revolucionarios en realidad no lo son, pero es posible que la revolución latinoamericana triunfe, pues sí hay genuinos movimientos revolucionarios en Venezuela, Perú, Colombia, Uruguay, Chile, Argentina, Ecuador, México, Guatemala, Nicaragua, Haití y República Dominicana.
2. Brasil
En 1958 Mao se reunió con los periodistas brasileños Mariudim y Dotere[16]. La conversación es interesante porque Mao defiende su idea de las zonas intermedias y señala que los países nacionalistas no necesariamente pertenecen al campo imperialista o al socialista, pero con el hecho de oponerse al imperialismo para lograr sus intereses nacionalistas ya estaban aportando a la lucha contra el campo imperialista sin necesidad de declararse partidarios del socialismo.
Mao observa con especial interés el proceso revolucionario en Brasil. Quizá no por su desarrollo real sino por lo que representa el país en América Latina. En su conversación de 1959 con Plínio de Arruda Sampaio, Mao afirma que, por su tamaño territorial, por su población y por sus recursos, Brasil puede jugar un rol muy importante en la región. Un país con las dimensiones de Brasil bien puede ayudar a Cuba o Venezuela, piensa. En esta misma línea de razonamiento, Mao plantea la posibilidad de integrar a todos los países latinoamericanos en un gran país, pues algunos países son tan pequeños que los imperialistas pueden “comérselos de un mordisco”. Mao cae inesperadamente en la idea de Bolívar y Martí de formar una gran entidad política con todos los países de América Latina para hacerle frente al imperialismo estadounidense.
3. Guatemala
El gobierno de Jacobo Árbenz fue derrocado en 1954 por un golpe de Estado promovido por Estados Unidos. Dos años después, Árbenz estaba en Beijing conversando con Mao Zedong[17]. La conversación registrada es larga. En ella, Mao se solidariza con Árbenz, lo anima a continuar la lucha antiimperialista y le advierte que el pueblo de Guatemala y América Latina debe buscar su propia forma de luchar contra el imperialismo. La experiencia china no puede ser copiada, dice Mao, sino solo usada como referencia. Con Árbenz, que era nacionalista pero no comunista, Mao no habla en términos de marxismo-leninismo ni de revolución socialista, sino solo de luchar conjuntamente contra el imperialismo de Estados Unidos.
4. Perú
Esta conversación registra una entrevista que en 1964 mantuvieron Mao y un grupo de estudiantes jóvenes provenientes de varios países de África y América Latina, entre los cuales destaca un delegado peruano[18]. La relevancia de esta transcripción radica en el análisis que hace Mao sobre el papel que puede desempeñar la burguesía nacional en la lucha contra el imperialismo. El comentario de Mao sobre la situación de Perú y las posibilidades de una revolución se detona después de que el estudiante peruano le preguntara qué esperanzas tenía para Perú. Según Mao, el futuro de Perú, como el de todos los países latinoamericanos, era derrocar al imperialismo. Pero en esa lucha, advierte Mao, es necesario contar con la burguesía nacionalista, la cual no comparte los intereses del imperialismo y puede colaborar en la lucha. También es necesario que el movimiento revolucionario no se pliegue a la línea de los revisionistas soviéticos, dice, quienes buscan impedir la revolución para mantener el statu quo imperialista.
5. Chile y Ecuador
Mao conversó con una delegación de periodistas chilenos en 1964, aunque la plática versó más sobre otros temas que sobre Chile[19]. Se muestra en la plática la preocupación de Mao por la situación de Brasil luego del golpe de Estado que derrocara a Goulart. Con la delegación cultural ecuatoriana, la conversación de 1961 no es sobre temas relacionados con el imperialismo sino sobre el uso que se puede hacer de la herencia cultural de los países para contribuir a la revolución socialista[20].
Conclusiones
La visión de Mao Zedong sobre América Latina en las décadas de 1950 y 1960, estuvo determinada por un conjunto de factores como la geografía, las relaciones de China con los países de la región, la disputa sino-soviética y el rol de América Latina en el sistema teórico del marxismo leninismo. Para Mao, América Latina (junto a Asia y África) era una pieza clave en la lucha contra el imperialismo, pero al mismo tiempo era una región muy lejana de China y con la cual casi no existían relaciones comerciales o diplomáticas. A pesar de que no ocupaban su interés tanto como Asia y África, en las décadas de 1950 y 1960 Mao mantuvo un vivo interés por lo que ocurría en los países de América Latina, tal como lo muestran las conversaciones registradas en el Woodrow Wilson International Center.
Mao concibió a América Latina de distinta manera conforme evolucionaba su forma de entender el sistema internacional. Al principio, bajo la idea de los dos campos (el imperialista y el socialista), América Latina formaba parte del campo imperialista, por lo que las clases obreras latinoamericanas debían luchar contra sus gobiernos lacayos para establecer una sociedad socialista. Después, en el contexto de la disputa sino-soviética, Mao planteó que los países de América Latina no necesariamente pertenecían al imperialismo o al socialismo, sino que podían tener posiciones nacionalistas, lo que él llamó zonas intermedias. Por último, la teoría de los tres mundos colocaba a América Latina al lado de China como parte del tercer mundo, mientras equiparaba a Estados Unidos con la Unión Soviética al colocar a ambas potencias como parte del primer mundo. Así, a pesar de la evolución de su pensamiento, América Latina siempre jugó un papel fundamental en la lucha contra el imperialismo, ya fuera el estadounidense, primero, o el soviético, después.
En términos nacionales, Mao conocía poco la situación de los países de América Latina. En sus conversaciones con representantes cubanos, brasileños, guatemaltecos, peruanos, chilenos y ecuatorianos, Mao trata de conocer la composición social y demográfica, el clima, la situación económica y el ánimo de la clase obrera de cada país. Es un hombre en busca de información. Su interés, en línea con su pensamiento marxista-leninista, es siempre contribuir a la transformación revolucionaria de los países latinoamericanos, para lo cual interroga a sus interlocutores y les ofrece sus concejos. Así, por ejemplo, insiste en que la experiencia china o la experiencia cubana no deben ser tomadas como modelos a seguir por los otros países latinoamericanos, sino que cada país debe aplicar el marxismo-leninismo a sus propias condiciones locales. Aconseja también formar alianzas con la burguesía nacionalista para luchar contra el imperialismo, o unir a toda América Latina en un mismo país para que el imperialismo no pueda aprovecharse de los países chicos de la región.
Por último, a partir de las conversaciones revisadas se observa que Mao Zedong les atribuye a Cuba y Brasil los principales roles en la lucha contra el imperialismo en América Latina. En el caso de Cuba, al ser el primer país latinoamericano que hizo una revolución socialista, Mao cree que puede funcionar como un imán que atraiga a los pueblos de la región para luchar contra el imperialismo. En el caso de Brasil, el tamaño del país lo convierte en una plataforma privilegiada para apoyar a otros países. Por lo menos hasta antes del golpe de Estado de 1964, las probabilidades de que Brasil se convirtiera en una avanzada contra el imperialismo estadounidense, con el gobierno de Goulart, a Mao le parecían muy altas.
Para tener una imagen más completa del lugar que ocupó América Latina en el pensamiento de Mao Zedong sería necesario hacer una revisión detallada de las conversaciones que sostuvo el líder chino con los visitantes latinoamericanos que se entrevistaron con él. Pekín Informa y otras publicaciones de la época pueden servir como base para un análisis más ambicioso sobre este mismo tema.
Ehécatl Lázaro cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México y es investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
[1] Mao Zedong (1949), “On the people’s democratic dictatorship: in commemoration of the twenty-eight anniversary of the communist party of China”, Woodrow Wilson International Center, p. 4.
[2] Véase Lenin (1916), Imperialismo, fase superior del capitalismo.
[3] Mao Zedong (1958), “Fight for national independence and do away with blind worship of the West”, Woodrow Wilson International Center, p. 1.
[4] Mao Zedong (1946), “Talk with the American correspondent Anna Louise Strong”, Woodrow Wilson International Center, p. 1.
[5] Mao Zedong (1963), “There are two intermediate zones”, Woodrow Wilson International Center.
[6] Mao Zedong (1974), “On the question of the differentiation of the three worlds”, Woodrow Wilson International Center.
[7] Zheng Bingwen (2012), “The present situation and prospects of China-Latin American relations: review of the history since 1949”, en He Shuangrong, China-Latin American relations: review and analysis, p. 1.
[9] Luis Abraham Barandica (2013), De viajeros, ideas y propaganda. Latinoamérica y la China Popular, Palabra de Clío.
[10] Paul Lawrence (2016), “De revolucionarios a colaboradores”, en Istor, Maoísmos en la historia, p. 10.
[11] Mao Zedong (1960), “Excerpts of the Memorandum of the conversation between Mao Zedong and Blas Roca Calderio”, Woodrow Wilson International Center.
[12] Mao Zedong (1960), “Memorandum of conversation between Mao Zedong and Ernesto Che Guevara”, Woodrow Wilson International Center.
[13] Mao Zedong (1961), “Memorandum of conversation between Mao Zedong and Cuban president Osvaldo Dorticos”, Woodrow Wilson International Center.
[14] Mao Zedong (1963), “Talk on June at a meeting with Cuban delegations of culture, trade unions, youth, etc.”, Woodrow Wilson International Center.
[15] Mao Zedong (1966), “Remarks at a Meeting with Friends from Japan, Cuba, Brazil and Argentina”, Woodrow Wilson International Center.
[16] Mao Zedong (1958), “Fight for national independence and do away with blind worship of the West”, Woodrow Wilson International Center.
[17] Mao Zedong (1956), “Conversation from audience with former president Árbenz of Guatemala and his wife”, Woodrow Wilson International Center.
[18] Mao Zedong (1964), “Remarks at a meeting with delegations of young students from Africa and Latin America”, Woodrow Wilson International Center.
[19] Mao Zedong (1964), “Talk to a delegation of Chilean journalists”, Woodrow Wilson International Center.
[20] Mao Zedong (1961), “Chairman Mao’s conversation with Cuban women’s delegation and Ecuadorian cultural delegation”, Woodrow Wilson International Center.
Obras consultadas
Fuentes primarias
Mao Zedong (1946), “Talk with the American correspondent Anna Louise Strong”, Woodrow Wilson International Center.
Mao Zedong (1949), “On the people’s democratic dictatorship: in commemoration of the twenty-eight anniversary of the communist party of China”, Woodrow Wilson International Center.
Mao Zedong (1956), “Conversation from audience with former president Árbenz of Guatemala and his wife”, Woodrow Wilson International Center.
Mao Zedong (1958), “Fight for national independence and do away with blind worship of the West”, Woodrow Wilson International Center.
Mao Zedong (1960), “Excerpts of the Memorandum of the conversation between Mao Zedong and Blas Roca Calderio”, Woodrow Wilson International Center.
Mao Zedong (1960), “Memorandum of conversation between Mao Zedong and Ernesto Che Guevara”, Woodrow Wilson International Center.
Mao Zedong (1961), “Chairman Mao’s conversation with Cuban women’s delegation and Ecuadorian cultural delegation”, Woodrow Wilson International Center.
Mao Zedong (1961), “Memorandum of conversation between Mao Zedong and Cuban president Osvaldo Dorticos”, Woodrow Wilson International Center
Mao Zedong (1963), “Talk on June at a meeting with Cuban delegations of culture, trade unions, youth, etc.”, Woodrow Wilson International Center.
Mao Zedong (1963), “There are two intermediate zones”, Woodrow Wilson International Center.
Mao Zedong (1964), “Remarks at a meeting with delegations of young students from Africa and Latin America”, Woodrow Wilson International Center.
Mao Zedong (1964), “Talk to a delegation of Chilean journalists”, Woodrow Wilson International Center.
Mao Zedong (1966), “Remarks at a Meeting with Friends from Japan, Cuba, Brazil and Argentina”, Woodrow Wilson International Center.
Mao Zedong (1974), “On the question of the differentiation of the three worlds”, Woodrow Wilson International Center.
Fuentes secundarias
Luis Abraham Barandica (2013), De viajeros, ideas y propaganda. Latinoamérica y la China Popular, Palabra de Clío.
Paul Lawrence (2016), “De revolucionarios a colaboradores”, en Istor, Maoísmos en la historia.
Zheng Bingwen (2012), “The present situation and prospects of China-Latin American relations: review of the history since 1949”, en He Shuangrong, China-Latin American relations: review and analysis.
Los días 9 y 10 de diciembre el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, encabezó la Cumbre por la Democracia, un evento al que convocó a varios países de la comunidad internacional supuestamente para fortalecer el desarrollo de la democracia en el mundo. No todos los países asistieron, sino únicamente aquellos a los que EE. UU. les extendió una invitación. China, Rusia, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, entre otros, no fueron invitados. El argumento esgrimido fue que estos no eran países democráticos; sin embargo, en el fondo las motivaciones no se relacionan con el sistema político, sino con el hecho de que estos países se han negado a plegarse a los intereses estadounidenses. Tras cuatro años de la administración Trump, Biden busca lavarle la cara a Estados Unidos frente a sus aliados internacionales y reclama para sí el papel de “líder del mundo libre”.
Paralelamente, Biden ha endurecido su presión contra China al boicotear los Juegos Olímpicos de Invierno que se celebrarán en Beijing en 2022. El 6 de diciembre Washington declaró que no enviará a su delegación de deportistas supuestamente en protesta por las violaciones a los derechos humanos que el Estado chino ejerce contra la población uigur de la provincia de Xinjiang. Al boicot estadounidense se sumaron Canadá, Reino Unido y Australia, quienes tampoco enviarán delegaciones oficiales a las Olimpiadas. El argumento para el boicot son los derechos humanos; sin embargo, está ampliamente documentado que los derechos humanos solo le importan a Estados Unidos cuando se trata de países que no responden a sus intereses imperialistas.
Otro punto caliente en la relación China-Estados Unidos es la situación de Taiwán. La isla es reivindicada por China como parte de su territorio, mientras el partido gobernante en Taiwán busca formalizar su independencia. Desde que Richard Nixon y Mao Zedong se entrevistaron en Beijing en 1972 y reanudaron las relaciones diplomáticas entre los dos países, Estados Unidos dejó de reconocer a Taiwán y se comprometió a aplicar la política de “una sola China”. La relación entre Beijing y Taiwán ha sido difícil desde 1949, pero la tendencia a resolver pacíficamente las diferencias cambió drásticamente con la llegada de Biden al poder. El presidente estadounidense ha apoyado públicamente a los independentistas de Taiwán y en octubre pasado se confirmó la presencia de militares norteamericanos en suelo taiwanés, lo que obstaculiza los esfuerzos por no detonar un conflicto militar en la región.
Cabe recordar que el pasado septiembre Estados Unidos, Australia y Reino Unido firmaron un tratado de seguridad militar (AUKUS) por medio del cual Australia adquirió submarinos nucleares que podría utilizar en conflictos armados, un pacto evidentemente orientado a presionar militarmente a China. El mismo septiembre, Biden fungió como anfitrión de la primera reunión presencial del Diálogo Cuadrilateral de Seguridad, mejor conocido como QUAD: los jefes de Estado de Japón, India, Australia y Estados Unidos se reunieron en Washington para reactivar el mecanismo y reafirmar su alianza estratégica.
Además de estas medidas de fuerza, la administración Biden continúa la política de sanciones económicas contra China e insta a las empresas estadounidenses a abandonar el gigante asiático. Todas estas medidas, iniciadas bajo la administración Trump y acentuadas por Biden, han resultado insuficientes para frenar a China: en 2020 fue la única economía del mundo que creció y según lo informó la consultora McKinsey en noviembre, China ya superó a Estados Unidos como país más rico del planeta.
Ante este aumento de presiones diplomáticas, militares y económicas contra China, se hace necesario que los países interesados en preservar la estabilidad internacional se pronuncien contra los excesos que cometen Estados Unidos y sus aliados. Por su parte, México se ha sumado al bando estadounidense y ha llamado a los países de América Latina a aceptar las órdenes norteamericanas en aras de conformar un bloque continental que detenga a China. Este fue el planteamiento que hizo López Obrador ante los países de CELAC en julio, y posteriormente ante Biden y Trudeau en noviembre.
Debido a sus condiciones geográficas y económicas, para México resulta complicado asumir una posición de soberanía total respecto a los designios del imperialismo estadounidense; sin embargo, siempre han existido márgenes de negociación que pueden ser aprovechados para detener la escalada guerrerista de Estados Unidos contra China. Al no hacerlo así y sumarse felizmente a la campaña norteamericana, AMLO contribuye al posible estallido de un conflicto militar y en esa medida pone en riesgo la seguridad de México. Es necesario que el gobierno de México modifique su posición considerando la coyuntura geopolítica global. Por el bien de los mexicanos.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
El confucianismo es uno de los rasgos culturales más característicos de China. Esta corriente de pensamiento (que difícilmente puede ser catalogada como religión o filosofía según nuestros estándares) fue fundada por Kǒng Qiū en el siglo VI a. C. y llegó al conocimiento de Occidente a través de los misioneros jesuitas que arribaron a China en el siglo XVI. A ellos debemos la transliteración del original Kǒngfuzǐ al español Confucio, que quiere decir “maestro Kong” y que da nombre al confucianismo.
El confucianismo nació como respuesta a un periodo de gran inestabilidad política que en la historiografía se conoce como Primaveras y Otoños (VIII – V a. C). Según Confucio, la única forma de lograr que China recuperara la estabilidad y la grandeza de antaño era la formación de personas virtuosas que respetaran las normas y los ritos fijados por los grandes reyes del pasado. Las personas virtuosas debían cultivar cinco relaciones sociales básicas para garantizar la estabilidad política y el correcto funcionamiento de la sociedad: 1) la relación entre el soberano y sus súbditos, 2) entre padres e hijos, 3) marido y mujer, 4) hermano mayor y hermano menor, y 5) amigo y amigo. De estas, solo la última es una relación entre iguales, mientras las primeras cuatro son entre un superior y un inferior. Confucio sostenía que el respeto a estas relaciones ayudaría a terminar con el caos.
El confucianismo no fue la única respuesta a la inestabilidad china, pues en ese periodo también surgió el taoísmo, el yin y yang, el mohísmo, la escuela de los cinco elementos, entre otras corrientes. Sin embargo, el confucianismo se convirtió en la corriente preponderante gracias a que el imperio de la dinastía Han (II a.C – II d.C) hizo de ella la doctrina oficial del Estado. Desde entonces, el confucianismo fue elevado al estatus de doctrina imperial, algo que ni siquiera cambió con la dinastía Yuan (XII-XIV) fundada por los mongoles, o con la dinastía Qing (XVII-XX) del pueblo manchú.
A mediados del siglo XIX, las potencias occidentales, Inglaterra a la cabeza, sometieron a China con la Guerra del Opio, los tratados desiguales y las invasiones militares que derrotaron las rebeliones chinas que se suscitaron. El declive de China ante los países imperialistas llevó a muchos pensadores chinos de la época a cuestionar los valores dinásticos, así como la estructura política imperial que había existido durante dos mil años. De esta manera, la Revolución de Xinhai de 1912 derrocó al último emperador y fundó la República de China, abriendo un nuevo periodo histórico en el que el confucianismo comenzó a ser rechazado por asociársele tanto al pasado dinástico como al sometimiento semicolonial.
En 1949, el Partido Comunista ganó la guerra civil contra el Kuomintang y fundó la República Popular de China. El nuevo gobierno renegó abiertamente del legado confuciano. Mao Zedong, máximo líder del Partido Comunista y de la República Popular de China, rechazó los postulados del confucianismo por considerar que habían sido desarrollados por las clases dominantes del periodo imperial para mantener dominadas a las clases oprimidas. En la visión de Mao, Confucio era parte de ese pasado feudal que debía erradicarse de China en aras de construir el socialismo. En contra de las relaciones verticales de autoridad confuciana, Mao oponía la crítica constante a todo lo establecido. En el periodo más álgido de la Revolución Cultural, las brigadas de estudiantes que se movilizaron por todo el país incluso atacaron la tumba de Confucio, quien se convirtió en blanco favorito de las fervientes juventudes revolucionarias.
La muerte de Mao y advenimiento de Deng Xiaoping al poder marcó el inicio de una nueva etapa en la historia de China, misma que se caracteriza por la reforma y la apertura, el crecimiento económico y su integración plena al sistema político internacional. La valoración de la figura de Confucio comenzó a cambiar paulatinamente durante este periodo y fue recuperado como elemento central de la cultura china.
En la actualidad, las condiciones de China han alentado el espíritu nacionalista del pueblo chino y el gobierno de Xi Jinping ha elevado la figura de Confucio a un nivel inédito desde 1912. En su carácter de potencia económica y política mundial, y acosado por el imperialismo estadounidense, el gobierno chino impulsa un orgullo nacional que no solo se basa en sus éxitos socioeconómicos de las últimas décadas, sino también en su milenaria historia dinástica y en los grandes pensadores que China le ha dado al mundo. No es casualidad que los institutos que el Estado chino tiene distribuidos en todo el mundo para fomentar la enseñanza del mandarín lleven precisamente el nombre de Confucio.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
La VI cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), realizada el pasado 18 de septiembre en la Ciudad de México, es una clara expresión de la política exterior del gobierno de AMLO. Se trata de una política que perfectamente puede calificarse de errática, es decir, según las definiciones de la RAE: 1) que se mueve sin rumbo fijo o sin asentarse en un lugar y, 2) que es impredecible o que cambia con frecuencia. El primer elemento de este diagnóstico es el giro drástico que dio la 4T al abandonar la fórmula “la mejor política exterior es la política interior” establecida al principio del gobierno y asumir un rol activo en la escena latinoamericana. En la cumbre de CELAC 2021 encontramos más elementos de esta política sin rumbo fijo. Veamos.
En el discurso inaugural de la cumbre, AMLO planteó una idea que ya había expresado el 24 de julio, cuando conmemoró el nacimiento de Simón Bolívar. El presidente mexicano abrió su intervención haciendo votos para “consolidar las relaciones entre nuestros países de América Latina y el Caribe, y alcanzar el ideal de una integración económica con Estados Unidos y Canadá en un marco de respeto a nuestras soberanías”. En otras palabras, AMLO retomó la idea de que Estados Unidos debe dirigir un bloque económico continental, que incluya a todos los países latinoamericanos, para crear una alianza que le haga frente a la amenaza china.
Este planteamiento de integrar subordinadamente a las economías latinoamericanas (porque no puede ser de otra manera en las condiciones actuales) se hace en el seno de un organismo que fue creado para discutir problemas y alcanzar acuerdos específicamente latinoamericanos. La CELAC nació con el sello bolivariano que le imprimieron Lula y Chávez en el afán de construir un espacio latinoamericano paralelo a la OEA. Y es en ese lugar donde AMLO plantea la integración con Estados Unidos y Canadá. Por un lado, México busca relanzar la CELAC mediante la presidencia Pro Témpore, y por otro lado busca someter a América Latina a los intereses de Norteamérica. Por un lado, llama a terminar con la OEA por considerarla un instrumento intervencionista, y por el otro llama a los países latinoamericanos a abrirle sus puertas al imperialismo yanqui. ¿La 4T hace suyas las consignas de Martí y Bolívar o enarbola la bandera de la doctrina Monroe?
La participación de Xi Jinping en la cumbre es otro elemento importante. Xi congratuló a los países de la CELAC por los 10 años del organismo, felicitó a México por su conducción como presidente Pro Témpore y llamó a seguir fortaleciendo el Foro China-CELAC establecido en 2014. Además, el presidente chino enfatizó que las relaciones entre China y América Latina han entrado en una nueva era. Por un lado, AMLO invita a China a participar en la cumbre de la CELAC, pero al mismo tiempo sostiene que América Latina debe unirse bajo la égida de Estados Unidos para hacerle frente a la amenaza china. ¿La 4T apoya el acercamiento de México y América Latina a China o a Estados Unidos?
Lo mismo ocurre en la participación de México al interior de América Latina. La 4T se ha acercado a Cuba, Venezuela y Bolivia, ha denunciado el carácter títere de la OEA, y se ha desmarcado del Grupo de Lima. Sin embargo, en su intervención en la CELAC, López Obrador apeló al humanismo y a la sensibilidad política de Estados Unidos y solicitó un plan de ayudas económicas para América Latina similar al plan que lanzó Kennedy en la Guerra Fría para frenar al comunismo. De esa manera, AMLO se pronuncia a favor del eje Cuba-Venezuela-Bolivia (y en esa medida se aleja de Colombia-Chile-Brasil) pero no comparte su posición antiimperialista, lo que lo coloca en medio de los dos bandos que existen en América Latina. Este punto medio le da a México cierta neutralidad política, necesaria para encabezar un bloque regional, pero la ambigüedad de su posición se vuelve contra el país al trazar propuestas concretas de integración.
Más allá de pensar en un plan maestro detrás de la errática política exterior de la 4T, la hipótesis más plausible es que esta forma de tomar decisiones inmediatistas y poco pensadas es un rasgo distintivo de todo el gobierno de AMLO, algo que se observa por igual tanto en política interior como en política exterior. Si en el nivel interior es preocupante tomar decisiones de esta forma, en el nivel exterior es peligroso, sobre todo en un momento en el que se radicalizan las posiciones globales y el mundo parece marchar hacia un conflicto militar entre potencias.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
La muerte de Abimael Guzmán ha vuelto a poner en el centro del debate político y mediático el papel de Sendero Luminoso en la historia contemporánea de Perú. Sendero Luminoso fue una organización guerrillera que se desprendió del Partido Comunista de Perú en 1969, ideológicamente se consideraba marxista-leninista-maoísta, y poseía una base social campesina. Desde su fundación inició operaciones contra el Estado en lo que llamó “guerra popular”: se trataba de generar un levantamiento armado masivo, derrotar al Estado burgués e instaurar un Estado socialista. Durante la década de 1980, Sendero Luminoso llevó sus operaciones más allá del ámbito rural y comenzó a incursionar en las ciudades más importantes de Perú, sobre todo Lima, la capital. Para ese momento, los aparatos de seguridad del Estado peruano ya tenían varios años luchando contra la organización sin poder derrotarla. Fue hasta 1992, con la captura de Abimael Guzmán, cuando Sendero Luminoso quedó militar y políticamente aniquilado.
Si bien Sendero Luminoso provenía de la tradición comunista peruana (tomaron su nombre de una frase de Mariátegui: “el marxismo-leninismo abrirá el sendero luminoso del futuro”), el componente maoísta definió las características más agresivas de la guerrilla. En la concepción de Mao, la guerra popular prolongada era la única opción que tenían los pueblos de los países colonizados y subdesarrollados para lograr su liberación y comenzar la construcción del comunismo, las fuerzas revolucionarias debían nutrirse fundamentalmente del campesinado, y el campo debía rodear a la ciudad hasta tomarla completamente. Bajo esta lógica, aplicada a las condiciones concretas de la realidad peruana, operó Sendero Luminoso bajo la dirección de Abimael Guzmán.
Sendero Luminoso no fue la única organización que llegó a la conclusión de que debía iniciar una lucha armada contra las élites de su país, ni Perú fue el único lugar de América Latina que vivió este tipo de conflictos durante el siglo XX. De hecho, en todos los países latinoamericanos existieron guerrillas socialistas durante la segunda mitad del siglo pasado. Algunas triunfaron, como en Cuba y Nicaragua, la mayoría se disolvió sin lograr su objetivo, y otras siguen existiendo, aunque ya solo como excepciones del escenario político, como las FARC en Colombia.
La peculiaridad de Sendero Luminoso consistió, fundamentalmente, en su carácter extemporáneo y en el grado de violencia que desplegó en su lucha. A nivel de América Latina, la primera oleada de guerrillas socialistas derivó del triunfo de la Revolución Cubana. Después de 1959, los movimientos guerrilleros comenzaron a proliferar en todo el continente y llegaron a su auge en las décadas de 1960 y 1970. Para 1980 la lucha armada ya había perdido fuerza, lo que coincidió con la crisis del bloque socialista a nivel mundial. Paradójicamente, fue en el ocaso de los movimientos armados a nivel continental cuando Sendero Luminoso lanzó su campaña militar. Fuera de Perú, en la década de 1980 solo Centroamérica mantenía conflictos armados activos debido a sus guerras civiles.
En lo que se refiere a la violencia, los senderistas se caracterizaron por sus métodos de reclutamiento forzoso, el castigo a los delatores, los asesinatos masivos, mutilaciones públicas, quema de pueblos, carros bomba en las ciudades, explosión de instalaciones eléctricas, entre otros. Fue esta violencia la que le enajenó el apoyo de algunos pueblos campesinos, quienes incluso se armaron por medio de rondas para defenderse de Sendero Luminoso. La espiral de violencia que se detonó en el campo peruano, en la que participaban los senderistas, el ejército y los ronderos, llevó a los tres actores participantes a emplear métodos de tortura y exterminio propios de una guerra. El informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación habla de 69,280 muertes derivadas del conflicto: 46% atribuidas a Sendero Luminoso, 30% al Estado y 24% a otros actores. Los juicios que se realizaron por estos hechos llevaron a prisión no solo a Abimael Guzmán, sino también a Alberto Fujimori (presidente de Perú) y a Vladimiro Montesinos, encargado de la inteligencia peruana que combatía a los senderistas.
La figura de Abimael Guzmán y de Sendero Luminoso siguen generando polémica en la sociedad peruana. Tras anunciarse su fallecimiento, el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Perú advirtió que “toda manifestación pública que respalde o enaltezca alguna agrupación terrorista o justifique sus actos, así como rinda homenaje a sus líderes o cabecillas, como Abimael Guzmán, es considerado delito de apología al terrorismo”. El presidente Pedro Castillo, rondero en Cajamarca, anunció el fallecimiento del “cabecilla terrorista Abimael Guzmán, responsable de pérdidas de incontables vidas de nuestros compatriotas” y condenó el terrorismo. Vladimir Cerrón, fundador y líder del partido gobernante Perú Libre, señaló que “la muerte de Abimael Guzmán debe hacer reflexionar al país acerca de si las causas del terrorismo subversivo y del Estado han desaparecido, menguado o se mantienen. Mientras existan grupos humanos privilegiados y otros explotados, la violencia encontrará tierra fértil”. Condena, repudio, justificación o comprensión: la sociedad peruana no termina de ponerse de acuerdo sobre la figura de Abimael Guzmán.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales
El problema entre China y Taiwán se remonta a 1949. Ese año las fuerzas comunistas de Mao derrotaron militarmente al ejército de Shang Kai-shek y el Partido Comunista de China declaró la fundación de la República Popular de China. Después de tomar Beijing, el Ejército Popular de Liberación comenzó una campaña para liberar la parte sur del país y derrotar definitivamente a las fuerzas del Kuomingtang (KMT). Con la capital perdida, la posición de debilidad frente a los comunistas y la falta de apoyo estadounidense, Shang Kai-shek huyó con dos millones de soldados a la isla de Taiwán, donde se apertrechó para resistir el embate comunista.
Una vez recuperada la parte sur de China continental, al Ejército Popular de Liberación solo le faltaba tomar Taiwán para completar su victoria. Los comunistas comenzaron los preparativos, movilizaron más tropas hacia el sur para iniciar el ataque y desarrollaron una estrategia militar que garantizara la captura de la isla. Era cuestión de meses para que Taiwán cayera, pues EEUU le había retirado su apoyo a Shang Kai-shek y las fuerzas comunistas superaban numéricamente a las nacionalistas. Sin embargo, el plan se frustró al iniciar la Guerra de Corea (1950-1953). Con el estallido del conflicto, EEUU movilizó la séptima flota naval al estrecho de Taiwán y declaró que protegería al gobierno del KMT de cualquier ataque comunista. Este cambio en la correlación de fuerzas, y el conflicto militar coreano que se desarrollaba en su frontera noreste, obligó a Beijing a posponer la toma de Taiwán.
El avance de la Guerra Fría y la consolidación del mundo bipolar colocaron a Taiwán bajo la protección militar de Estados Unidos por más de tres décadas. Así, mientras Beijing persistía en sus esfuerzos por liberar a Taiwán y unificar todo el territorio chino, el KMT y Washington mantenían una alianza militar que dificultaba un resultado positivo para la República Popular de China. Por otro lado, en el contexto de la Guerra Fría, el estallido de un conflicto bélico entre China y Estados Unidos podía convertirse en una guerra de escala global que involucrara a la URSS, Japón, Europa, Estados Unidos, etc. Por mucho que Mao y sus sucesores lo deseaban, los riesgos de iniciar una guerra por la toma de Taiwán eran demasiado grandes.
Al terminar el mundo bipolar, y con la apertura de China al mundo, el gigante asiático pudo recuperar dos importantes territorios que le habían sido arrebatados por las potencias europeas durante el siglo XIX: Hong Kong (1997) y Macao (1999); no obstante, Taiwán permaneció independiente. Durante la segunda mitad del siglo XX, Beijing logró que los organismos internacionales (ONU, etc.) dejaran de aceptar a Taiwán como representante del Estado chino, y el gobierno del PCCh desplazó en todos los foros al gobierno del KMT. Todo esto no fue suficiente para que Taiwán se reunificara políticamente con China continental.
Durante décadas, Taiwán fue una sociedad económicamente más desarrollada que China, pero esto comenzó a cambiar con el despegue económico de Beijing en los años 1990 y 2000. La realidad económica no tardó en reflejarse en la presencia diplomática de China: actualmente Beijing cuenta con 173 embajadas, mientras Taipéi solo tiene 15; China es ya el país con más representaciones diplomáticas en el mundo (por encima de Estados Unidos) y las embajadas de Taiwán solo sobreviven en pequeños países de África y Centroamérica.
Si estas tendencias económicas y diplomáticas se mantienen, es posible que en el corto plazo China termine de aislar diplomáticamente a Taiwán, un territorio que no es reconocido oficialmente por la ONU. Por la vía diplomática, Beijing puede presionar a Taiwán para que acepte la reunificación. Por otro lado, la ruptura de 70 años entre China y Taiwán ha permitido el nacimiento de una nueva identidad en la isla: quienes vivieron la separación política en 1949 ya no existen más y las generaciones jóvenes de hoy crecen sin considerar que Taiwán forma parte de China, pues además ya no mantienen relaciones familiares con los habitantes de China continental, algo que sí ocurría en el pasado.
En el centenario de su nacimiento, el Partido Comunista de China ha asumido el problema de Taiwán como una cuestión prioritaria, pues sabe que entre más tiempo pasa, más lejana parece la reunificación de la “provincia rebelde” con el resto del territorio chino. En contraparte, Estados Unidos también conoce este problema y sabe que Taiwán puede ser un aliado militar en la guerra que el gobierno norteamericano ya prepara contra China. Hoy, como en la Guerra Fría, China sigue viendo en Taiwán un problema difícil de resolver.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales
La salida de Estados Unidos de Afganistán y la toma del poder por parte de los talibanes modificó el escenario geopolítico de Asia Central. Esta reconfiguración tiene un impacto diferenciado. Los países directamente afectados por compartir frontera con Afganistán son Irán, Paquistán China, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. Por otro lado, Turquía, Grecia y los países de Europa Oriental que han servido como ruta de paso para los migrantes provenientes de Asia, se enfrentan al reto de controlar el flujo migratorio proveniente de Afganistán a raíz de la toma del poder por los talibanes. En tercer lugar, los países que integran la OTAN ya han comenzado a cuestionar el liderazgo militar de Estados Unidos por sus desastrosos resultados en Afganistán. Por último, también se encuentran las potencias regionales que tienen intereses en la región, fundamentalmente Rusia, por la importancia estratégica del espacio postsoviético, y Arabia Saudita por la afinidad religiosa sunita.
Llamó la atención que Rusia y China fueran de los primeros Estados en reconocer a los talibanes como el gobierno legítimo de Afganistán. Por parte del gobierno ruso, Putin ha defendido el derecho a la autodeterminación que tiene cada pueblo, e hizo un llamado a los países de la OTAN para que detengan la política de imponer desde afuera valores ajenos a los pueblos. Detrás de ese discurso se encuentra el interés estratégico ruso de alejar la presencia militar estadounidense tanto en Asia Central como en Europa Oriental. Por su parte, el gobierno chino reconoció al nuevo gobierno talibán a través del canciller Wang Yi, quien expresó que el mundo debe respetar las decisiones del pueblo afgano. ¿Pero qué busca China en realidad al reconocer al gobierno talibán tan tempranamente?
China persigue fundamentalmente tres objetivos en Afganistán. El primero es la estabilidad política que necesitan los capitales chinos para garantizar su inversión en los proyectos de infraestructura y minería que ya se encuentran avanzados en Afganistán. Esta es una característica general de la Iniciativa de La Franja y La Ruta para todos los países: independientemente del sistema político (república, monarquía parlamentaria, emirato musulmán, etc.) o del grupo que tenga el poder, China busca que sus inversiones en los diferentes Estados se realicen adecuadamente. Así, al gobierno chino no le interesa si Afganistán tiene un gobierno democrático o talibán, sino las condiciones de estabilidad política.
El segundo objetivo es evitar que el radicalismo religioso de los talibanes se expanda a la provincia de Xinjiang, la zona más occidental de China y con problemas de estabilidad política desde hace décadas. Xinjiang es una región autónoma con una población predominantemente uigur, una etnia que tiene su propia lengua, su propia escritura y que históricamente ha estado más ligada a los pueblos túrquicos que a la etnia han. La estrecha relación de Xinjiang con el Turquestán ha permitido que el islamismo se extienda a esta zona hasta convertirse en la religión más practicada de la provincia. Todas estas condiciones hacen de Xinjiang una región especialmente problemática para el gobierno chino. El compromiso de los talibanes de no buscar influir en los grupos islámicos de Xinjiang para alentar insurrecciones religiosas, jugó un papel importante para que China reconociera al nuevo gobierno afgano.
El tercer punto tiene un carácter geoestratégico. Se trata del fortalecimiento de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). Esta organización está integrada por ocho Estados miembros: China, Rusia, India, Kazajistán, Kirguistán, Pakistán, Tayikistán y Uzbekistán, y cuatro Estados observadores interesados en adherirse como miembros de pleno derecho: Bielorrusia, Irán, Mongolia y Afganistán. Como se ve, esta organización, fundada en 2001 en Shanghái, es un bloque de poder euroasiático dominado sobre todo por China y Rusia. Si bien sus principales objetivos son garantizar la seguridad y mantener la estabilidad, también el comercio y la cooperación internacional se han convertido en parte de sus actividades. Un gobierno afgano estable, sin intervención militar de la OTAN, abre las puertas para pensar en la integración de este país a la OSC y seguir ampliando la esfera de influencia china.
Algunos analistas han señalado que al reconocer al nuevo gobierno afgano, el Partido Comunista de China actúa como apoyo de los talibanes y le da la espalda al verdadero pueblo de Afganistán, que vive oprimido por el grupo talibán. Este tipo de análisis no faltan a la verdad; sin embargo, la China de Xi no es la China maoísta de las décadas de 1950 y 1960. Aquella política exterior de pueblo a pueblo, que buscaba impulsar la revolución mundial para derrocar al capitalismo, desapareció a inicios de los años 70, cuando el propio Mao entabló relaciones con Nixon y formaron una alianza contra la URSS. El Partido Comunista de China actualmente no se plantea la revolución mundial como una de sus tareas inmediatas, sino que busca desarrollar las fuerzas productivas de los países periféricos, respetando al mismo tiempo la diversidad cultural de todos los pueblos. Finalmente, la revolución, como la democracia liberal gringa, no se puede exportar.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales
El ascenso de China como potencia económica mundial modificó el tablero político internacional a partir de la primera década del siglo XXI. Por su extensión territorial, el tamaño de su población, el crecimiento de su economía, su sistema político y el gobierno consolidado del Partido Comunista, Estados Unidos identificó a China como un país que potencialmente podía amenazar el orden liberal internacional nacido de la Segunda Guerra Mundial y que podía atentar contra la hegemonía estadounidense consolidada con la caída del bloque socialista. En contra de esta percepción, China siempre consideró que ese tipo de planteamientos ignoraban su verdadera situación de país en desarrollo y defendió que China estaba muy lejos de ser una potencia y menos todavía de ser un rival para Estados Unidos.
Desde los tiempos de Deng Xiaoping hasta el gobierno de Hu Jintao (1978-2012), los líderes chinos mantuvieron deliberadamente un perfil bajo que le permitiera al país desarrollarse económica y tecnológicamente sin generar reacciones agresivas por parte de los países del capitalismo central. Esto fue así hasta la llegada de Xi Jinping al poder, en 2013. El nuevo mandatario asumió que China había llegado a un momento de su desarrollo en el que ya no podía seguir tratando de ocultar sus verdaderas dimensiones y decidió que era conveniente que el país le planteara al mundo sus objetivos e intereses en el escenario internacional.
Xi llegó a la presidencia con un conjunto de políticas adecuadas a la nueva etapa que vivía China. Planteó la eliminación de la pobreza extrema para 2020, la transformación de China en un país socialista moderno para 2049 y lanzó la idea del Sueño Chino, la gran propuesta de Xi para su periodo de gobierno. En pocas palabras, el Sueño Chino se entiende como el rejuvenecimiento de la nación China, lo que quiere decir que China vuelva a ser un país grande, rico y poderoso, tal como lo fue por milenios antes de la llegada de las potencias europeas en el siglo XIX (Rosales, 2020).
El Sueño Chino contempla una política de carácter interno y otra política de carácter externo. Al interior, el objetivo es elevar las condiciones de vida del pueblo chino para alcanzar una sociedad socialista moderadamente acomodada y armoniosa. Al exterior, Xi lanzó la propuesta de una Comunidad de Futuro Compartido por toda la humanidad, dentro de la cual se desarrolló la iniciativa de La Franja y La Ruta, el gran proyecto chino de inversiones para conectar diversas regiones del mundo y dinamizar más la producción y el comercio.
La Trampa de Tucídides
Antes de que Xi Jinping llegara al poder, la creciente proyección internacional de China ya había captado la atención del gobierno de Estados Unidos. Desde que se normalizaron las relaciones entre China y Estados Unidos (1978) la apuesta de los norteamericanos fue que la integración de China al sistema internacional liberal y el desarrollo de una economía abierta necesariamente conducirían a la modificación del sistema político chino, al establecimiento de una democracia liberal y a la caída del Partido Comunista. De esta manera, China se integró al sistema internacional y tuvo un impresionante desarrollo económico derivado de la reforma y apertura de Deng Xiaoping; sin embargo, la modificación del sistema político, la implantación de una democracia liberal y la caída del Partido Comunista nunca ocurrieron. Así, en la primera década del siglo XXI China se había convertido en una potencia económica gobernada por el Partido Comunista y con una proyección internacional creciente.
Ante la nueva situación de China, Estados Unidos decidió cambiar su estrategia respecto al país asiático. Fue así como el gobierno de Obama, en 2010, desarrolló la estrategia Pivote a Asia. Esta nueva política asumía que Asia se había convertido en una región especialmente importante para el gobierno estadounidense, pues en ese espacio se debía contener la expansión de China y disminuirla hasta donde fuera posible; simultáneamente, la nueva estrategia norteamericana buscó limitar el crecimiento chino imponiendo sanciones económicas, políticas y militares. En este contexto, Estados Unidos fortaleció los nexos con sus países aliados en la zona (Japón, Corea del Sur, Taiwan, etc.) y comenzó las acusaciones contra China en los foros internacionales. Con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos las sanciones económicas y el hostigamiento diplomático se recrudecieron, escalando las tensiones entre ambos países.
Al mismo tiempo que las élites políticas y económicas norteamericanas comenzaron su campaña contra China, los medios de comunicación estadounidenses hicieron lo propio y en las universidades se empezaron a desarrollar teorías que le permitiera a Estados Unidos enfrentar mejor su rivalidad con China. Fue en ese contexto que el politólogo estadounidense Graham Allison, profesor de Harvard, planteó la idea de la Trampa de Tucídides, primero en un artículo del Financial Times escrito en 2012[1] y posteriormente en el libro Destined for war (Allison, 2017).
La Trampa de Tucídides afirma que en la historia existe una tendencia que permite concluir que ocurrirá un conflicto bélico entre China y Estados Unidos. Allison presenta 16 casos de los últimos 500 años en los que una potencia emergente desafió la hegemonía de una potencia consolidada y concluye que solo en cuatro de esos casos el conflicto se resolvió sin una guerra de por medio. En el resto, la guerra fue el mecanismo mediante el cual la potencia emergente se impuso o la potencia consolidada conservó su hegemonía. En los 12 casos que hubo un conflicto armado, ninguna de las dos potencias buscó deliberadamente la guerra, pero esta finalmente estalló por el entramado internacional que se había formado en torno a una potencia o la otra. El nombre lo tomó Allison del historiador griego Tucídides, autor de La guerra del Peloponeso, un texto que describe la guerra entre la potencia emergente Atenas y la potencia consolidada Esparta durante el siglo V a.C.
De esta manera, Graham Allison justifica una agresiva política exterior estadounidense que no busca mejorar las relaciones con su contraparte china, sino derrotarla militarmente. Con base en esta idea desarrollada por Allison, además de los planteamientos de otros politólogos proimperialistas[2], desde hace años el gobierno norteamericano se prepara en el terreno económico, tecnológico y militar para lo que considera un inevitable conflicto bélico con China. La preparación va más allá del desarrollo de capacidades: en los últimos años se han multiplicado los ejercicios militares cerca de las costas chinas en espera de una reacción que pueda justificar el inicio del conflicto armado. Esta es la forma en la que EE.UU. ha decidido afrontar su rivalidad con China: la guerra.
La Comunidad de Futuro Compartido
El concepto de Comunidad de Futuro Compartido por Toda la Humanidad fue lanzado por Xi Jinping en 2012, en el XVIII Congreso del Partido Comunista de China, y se convirtió en una de sus principales políticas exteriores a partir de que Xi asumió la presidencia, en 2013 (Llandres, 2021). Si bien al inicio este concepto fue propuesto como una variación del multilateralismo, con el paso del tiempo se ha ido desarrollando para definir objetivos más claros. Actualmente, se entiende que la Comunidad de Futuro Compartido consta de tres partes (Yiwei, 2021):
Avanzar en el desarrollo común, promover el renacimiento de las diferentes civilizaciones y unir a los pueblos del mundo. Xi Jinping ha dicho que el desarrollo común no es retórica diplomática, sino un aspecto fundamental para que China pueda rejuvenecer como nación. El desarrollo de un país depende del desarrollo de los demás países.
Ofrecer la sabiduría china y la forma en la que China ha podido resolver algunos problemas comunes de la humanidad. Para ello es necesario romper las relaciones de centro–periferia y la dependencia que han existido hasta ahora. El destino común de los países es la interdependencia.
Rechazar el occidente-centrismo y el antropocentrismo tal como se han venido practicando. La nueva era tecnológica definida por la inteligencia artificial y el internet de todo permiten pensar en un futuro que se aleje de las dinámicas perjudiciales que han prevalecido hasta ahora.
Los planteamientos englobados en el concepto de Comunidad de Futuro Compartido han jugado un papel importante en la diplomacia china desde 2013 y Xi Jinping ha impulsado su aceptación en los foros internacionales de mayor renombre: en la 70 asamblea general de la ONU, en 2015, Xi planteó la propuesta de la Comunidad de Futuro Compartido e invitó a todos los países a trabajar coordinadamente para poder construirla; en 2017, Xi logró que el concepto se integrara en una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU; y en 2021, en el Foro Económico Mundial de Davos, Xi hizo un llamado a practicar el multilateralismo y promover la construcción de la Comunidad de Futuro Compartido.
Esta política es el marco general de la iniciativa de La Franja y La Ruta, pero es además un esfuerzo por modificar las relaciones internacionales y conjurar lo más posible un eventual conflicto armado con Estados Unidos. En repetidas ocasiones el gobierno de Xi ha rechazado el señalamiento de que China es una potencia revisionista, es decir, un país que busca modificar el orden liberal internacional construido y vigilado por Estados Unidos. Lo único que busca China, afirma Xi, es el desarrollo pacífico de su pueblo. No tiene ambiciones de sustituir a Estados Unidos como potencia hegemónica ni busca construir un nuevo orden internacional. No hay motivos para una guerra, pues.
A pesar de las declaraciones de China de buscar el desarrollo de su pueblo a través de vías pacíficas, los Estados Unidos, basados en la Trampa de Tucídides, mantienen un acoso permanente sobre China y acusan al país de tratar de construir un orden internacional autoritario, sin libertades y sin derechos humanos. En este contexto, algunos de los elementos propagandísticos más empleados por los medios estadounidenses han sido los casos de Taiwán, Hong Kong y Xinjiang, así como las islas Paracelso en el mar de China meridional. Por su parte, China ha respondido en el plano internacional haciendo un llamado a favor del multilateralismo y en contra de las sanciones unilaterales dictadas por Estados Unidos.
Derivado de su propio peso específico como país potencia y de las presiones estadounidenses agudizadas en los últimos años, la posición de China en el terreno internacional ha evolucionado. Al principio China aceptaba el orden internacional liberal y lo respetaba porque gracias a su dinámica de libre mercado había podido desarrollarse en solo un par de décadas; sin embargo, al desarrollarse China se convirtió en una amenaza para dicho orden, pues, de acuerdo con sus creadores, el lugar que le corresponde al país asiático no es el de las potencias económicas del centro capitalista, sino el de un país periférico y dependiente. Ante este escenario a China se le presenta la disyuntiva de detener la búsqueda de su desarrollo para no interferir con el actual sistema internacional o perseverar en su trayectoria de desarrollo y atentar contra el estado de cosas actual. Ha sido esta situación la que ha llevado a China a buscar la construcción de un nuevo orden que le permita desarrollarse todavía más sin que los países del capitalismo central se lo impidan abierta o veladamente.
En esta búsqueda de construir un nuevo orden se enmarca la propuesta de Xi de una Comunidad de Futuro Compartido. En sus discursos de los foros mundiales, el presidente chino ha lanzado la iniciativa a todos los países por igual; sin embargo, los principales destinatarios de esta nueva política son los países del mundo periférico y dependiente: Asia, África y América Latina, precisamente los países en los que se desarrolla la iniciativa de La Franja y La Ruta. A través del concepto de una Comunidad de Futuro Compartido y la iniciativa de La Franja y La Ruta, China busca influir en los países de la periferia capitalista para poder construir un nuevo orden mundial que les dé a esos pueblos las oportunidades de desarrollo que el orden internacional actual les niega.
China se ha pronunciado por una reforma del sistema internacional que se adecue al nuevo momento que vive el mundo. Su demanda no se desprende solo del hecho de que la interdependencia entre todos los países es hoy más patente que nunca (como lo prueba la pandemia) sino que parte fundamentalmente de la certeza de que el orden actual fue diseñado y construido exclusivamente por los países imperialistas de Europa y Norteamérica. En un orden así, el resto del mundo (que es la mayoría en términos territoriales, poblacionales, de recursos naturales, etc.) solo se podía integrar subordinadamente al sistema mundial. Ha llegado el momento, plantea China, de que esta integración subordinada de los países colonizados llegue a su fin y se construya un nuevo sistema que permita oportunidades de desarrollo iguales para todos en una dinámica de cooperación.
Conclusión
La Trampa de Tucídides y la Comunidad de Futuro Compartido son dos estrategias contrapuestas. Estados Unidos se apega a la Trampa de Tucídides y busca detonar una guerra contra China que le permita derrotarla militarmente y mantener así su hegemonía mundial. China se rehúsa a entrar en guerra y busca inmiscuir a Asia, África y América Latina en la reforma del sistema político internacional. Cada una de las dos potencias emplea todo su arsenal de recursos económicos, mediáticos, diplomáticos, culturales y militares para impulsar su propia estrategia.
De la mano de Joe Biden, Estados Unidos ha llamado a los países del G7 a tomar nuevamente el liderazgo del mundo, ha aumentado la agresividad de los ejercicios militares cerca de China, mantiene las sanciones económicas impuestas por Donald Trump y explota mediáticamente los casos de Taiwán, Hong Kong y Xinjiang. En respuesta a la proyección mostrada por China en la pandemia, Estados Unidos urgió a los países ricos a donar vacunas y medicamentos a los países de renta baja o media[3], y en el G7 ya se ha comenzado a discutir un proyecto de alcance mundial que compita con la iniciativa china de La Franja y La Ruta[4].
En el extremo opuesto, Xi Jinping ha seguido profundizando las relaciones de China con Asia, África y América Latina. A la iniciativa de La Franja y La Ruta se le suman organismos internacionales como la Organización de Cooperación de Shangai y los acuerdos económicos como el recientemente firmado RCEP. Por otro lado, China ha procurado que su alcance no se restrinja a los países periféricos y ha ganado terreno tanto en Europa oriental como en países de Europa central. Al mismo tiempo, siguiendo una tradición inaugurada por Deng Xiaoping, Xi trata de evitar la guerra con Estados Unidos pero no deja de desarrollar las capacidades militares chinas que garanticen su seguridad.
El escenario de un conflicto militar, la Trampa de Tucídides, llevaría necesariamente a una nueva guerra mundial. La narrativa de una nueva Guerra Fría, impulsada por Estados Unidos, busca instalar el sentido común de que el mundo ya se encuentra en la antesala de un conflicto bélico en el que participarían todos los países del mundo. El escenario de una Comunidad de Futuro Compartido impulsado por China, plantea una reforma pacífica al sistema internacional para construir un nuevo orden más favorable para los pueblos de Asia, África y América Latina, en el que se establezcan relaciones de igualdad y respeto y se eliminen las relaciones imperialistas que actualmente rigen al mundo.
La Trampa de Tucídides y la Comunidad de Futuro Compartido son incompatibles: el éxito de una implica el fracaso de la otra. Es difícil calcular cuál de las dos estrategias terminará imponiéndose, pero puede afirmarse que la configuración global del siglo XXI y la paz mundial dependen de ello.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
El 28 de julio Pedro Castillo tomó protesta como presidente de Perú para el periodo 2021-2026. La llegada de un profesor rural, nacido en una de las regiones más pobres y marginadas del país, es ya un acontecimiento positivo para los sectores más vulnerables de Perú, pues es el primer mandatario que proviene de las capas populares y, en ese sentido, es el primer presidente portador de una visión no elitista de los problemas del país.
Pedro Castillo llegó al poder de la mano del partido Perú Libre, un partido fundado en 2016 y que se define como marxista, leninista y mariateguista. Sin embargo, Castillo no es propiamente un militante de dicho partido. Antes fue miembro de Perú Posible, un partido de centro izquierda que desapareció en 2017, y también tuvo una participación destacada como dirigente sindical en la huelga que protagonizaron los maestros en 2017 y que cimbró a todo el país. Fue ese movimiento el que catapultó su imagen como dirigente político y permitió que en 2020 Perú Libre le extendiera la invitación para participar como candidato presidencial por dicho partido.
Castillo no tiene un partido que lo respalde completamente, lo que ya se ha comenzado a observar en sus primeros días de gobierno: mientras el nuevo presidente trata de moderar sus posiciones de izquierda integrando al gobierno a cuadros neoliberales, Vladimir Cerrón, fundador y líder de Perú Libre, ya ha empezado a señalar que no se deben ceder espacios a la derecha. La fuerza que puede tener un presidente sin el respaldo de un partido es algo que debe considerarse al hacer política, pues el mandatario queda en una situación muy debilitada en un país que desde 2017 ha vivido una alta inestabilidad política, provocando que en cuatro años cuatro presidentes abandonen el cargo.
Por otro lado, la capacidad de efectuar cambios profundos que impacten sustancialmente en la mejora de las condiciones de vida de las clases populares se ve altamente limitada por la composición del Congreso. De los 130 curules que componen la cámara, Perú Libre solo tiene 37. Aunque es el partido con más escaños, no tiene la mayoría necesaria para aprobar las leyes que se consideren oportunas por parte del nuevo gobierno. En este escenario, Castillo deberá cabildear con los otros partidos para que se aprueben sus iniciativas, existiendo la posibilidad de que se aprueban en una versión descafeinada o simplemente sean rechazadas.
También debe considerarse que la candidatura de Castillo no recibió todo el apoyo electoral que podría esperarse. En la primera vuelta, Perú Libre fue el partido más votado, con el 16% de los electores, y en segundo lugar quedó Keiko Fujimori, la hija del dictador Alberto Fujimori, con 11% a su favor. En términos absolutos, de los 25 millones que podían votar en la primera vuelta, solo 17 millones lo hicieron, de los cuales 2.7 millones sufragaron por Castillo, 1.9 lo hicieron por Keiko, 12.4 millones votaron por otras opciones y hubo una abstención de 8 millones. Para la segunda vuelta, las fuerzas políticas se alinearon en torno a los únicos dos partidos en juego y el resultado favoreció ligeramente a Castillo, quien obtuvo 50.13% de la votación contra el 49.87% de Keiko. En números absolutos, 8.8 millones votaron por Castillo y 8.7 lo hicieron por Keiko: la diferencia fue de apenas 44 mil votos. Así, pues, sí hay un respaldo mayoritario al gobierno de Castillo, pero es una mayoría muy débil frente a la oposición derechista encabezada por Keiko Fujimori.
Pese a estas limitaciones, la llegada al poder de un maestro rural de las profundidades de Cajamarca es una señal inequívoca de los cambios sociales y políticos que se están efectuando en Perú. El modelo neoliberal instalado en Perú en los años 80, y gestionado por las élites durante los 90 y 2000, empezó a hacer crisis en 2017; la elección de 2021 no ha hecho más que expresar la voluntad popular de buscar nuevas formas de desarrollo. Perú está entre esos países que resistieron el empuje popular que vivió América Latina en la primera década del siglo XXI, y que hoy viran hacia la izquierda en nuevos procesos que buscan dejar atrás el modelo neoliberal. Perú, Chile, Colombia y México, los mejores aliados del imperialismo estadounidense durante los últimos años, adalides del modelo neoliberal, y quienes integraron la Alianza del Pacífico para hacerle contrapeso a la UNASUR, hoy también buscan un nuevo pacto económico y social.
Es claro que hay una recomposición de las fuerzas políticas en el país andino y hay un hartazgo general de las clases populares respecto al modelo neoliberal. En el terreno internacional la cabeza del imperialismo estadounidense parece haber comprendido que el neoliberalismo se ha agotado como modelo de reproducción del capital y Joe Biden ya encabeza los esfuerzos por construir un modelo alterno que siga garantizando el funcionamiento del sistema capitalista y la hegemonía del imperialismo de Estados Unidos. En Perú, Pedro Castillo se inspira en los ejemplos de Evo en Bolivia y de Correa en Ecuador para trascender el neoliberalismo y dar paso a un país más generoso con las clases trabajadoras ¿Podrá hacerlo? Es un reto difícil, mas no imposible.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
El discurso pronunciado por López Obrador en el Castillo de Chapultepec el 24 de julio, con motivo del 238 aniversario del nacimiento de Simón Bolívar, generó polémica por sus planteamientos: la creación de una especie de Unión Europea pero con los Estados americanos, la sustitución de la OEA por otro organismo que “no sea lacayo de nadie”, y el reconocimiento a Cuba por haber resistido 60 años de bloqueo. Los analistas pro gobierno presentaron dicho discurso como una muestra de aplomo del jefe de Estado, una firme defensa de la soberanía nacional frente al gigante del norte, y un importante gesto de acercamiento a los países de América Latina. En realidad es todo lo contrario.
En su lucha por la independencia de las colonias españolas, Simón Bolívar entendió que la única forma de lograr que los nacientes Estados latinoamericanos pudieran integrarse al escenario mundial en un plano de igualdad era la formación de una gran confederación latinoamericana que sumara todas las potencialidades de los territorios recién liberados. Bolívar reconoció a Estados Unidos como una potencia imperialista más al lado de las potencias europeas y nunca planteó que la confederación que buscaba tuviera entre sus miembros a la potencia norteamericana. Para Bolívar, Estados Unidos no era un aliado de América Latina, sino un enemigo. Así lo expresó en una carta escrita en 1829, donde afirmó que “los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a poblar la América de miseria en nombre de la libertad”.
Al contrario del sueño de Bolívar, AMLO planteó en Chapultepec que América Latina debía crear una especie de Unión Europea pero a nivel continental, es decir, con Estados Unidos y Canadá como integrantes de esta entidad. En lugar de buscar la integración latinoamericana, Obrador busca la integración subordinada de América Latina con Norteamérica. Según dijo, debe ser una integración que respete la cultura, historia, identidad y soberanía de cada país, pero en los hechos una integración económica y política de todo el continente necesariamente reflejaría las asimetrías económicas existentes y pondría a Estados Unidos y Canadá como cabezas de la comunidad, mientras el resto de países tendrían roles subordinados. “No queremos ser un protectorado, una colonia de Estados Unidos”, dijo AMLO en Chapultepec, pero su propuesta parece avanzar más allá de eso para colocar a los países latinoamericanos simplemente como otros estados de la Unión Americana presentes en las estrellas de la bandera estadounidense. No hay un planteamiento latinoamericanista en el discurso de AMLO, sino un planteamiento pro imperialista.
Como si fuera necesario convencer a Estados Unidos de que esta integración con América Latina es conveniente para sus intereses imperialistas, AMLO expresó que una alianza de este tipo podría ser un contrapeso al rápido crecimiento económico de China. Sin ambages, afirmó que a los países latinoamericanos “nos conviene que Estados Unidos sea fuerte en lo económico y no solo en lo militar”, pues de esa manera podría evitarse un conflicto bélico en el Pacífico que busque aliviar la disparidad económica entre China y Estados Unidos. En otras palabras, Obrador propuso que América Latina cierre filas con Estados Unidos en contra de China, y señaló que permitir el crecimiento desmesurado del país asiático significa permitir que este se vuelva un país hegemónico y significa también poner en riesgo la paz del continente americano.
Este planteamiento de AMLO atenta directamente contra el espíritu bolivariano, contra la soberanía de los países latinoamericanos, y contra el derecho del pueblo chino a desarrollarse pacíficamente. Por otro lado, en perfecta sintonía con los intereses norteamericanos, AMLO llama a aceptar al imperialismo estadounidense como la mejor opción para América Latina. En un escenario en el que las inversiones y la presencia de China siguen creciendo en la región y siguen ganándole terreno a la influencia estadounidense, López Obrador actúa, de facto, como un propagandista y peón del imperialismo norteamericano.
Al contrario de lo que plantea AMLO, a México y América Latina sí les conviene el crecimiento de China y el debilitamiento del imperialismo estadounidense. La búsqueda de nuevas opciones de desarrollo para los países latinoamericanos es más factible entre más soberanos sean estos; pero dicha soberanía no se ganará apelando al humanismo, comprensión y respeto de Estados Unidos. Puede plantearse la integración de América Latina como estrategia para el desarrollo de nuestros países, como era el sueño de Bolívar, o cada país por separado puede buscar su propio desarrollo, pero una cosa es clara: que mientras no se debiliten las relaciones de dominación entre Estados Unidos y Nuestra América, el verdadero desarrollo de nuestros pueblos seguirá siendo solo un anhelo inalcanzable. China no es el enemigo de América Latina, sino nuestro mejor aliado en la lucha por liberarnos del yugo norteamericano.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
La cooperación internacional para el desarrollo (CID) se define como “el esfuerzo conjunto de gobiernos, apoyados por el dinamismo de organismos internacionales, sociedad civil, academia y sector privado, para promover acciones que contribuyan al desarrollo sostenible y a mejorar el nivel de vida de la población mundial a través de la transferencia, recepción e intercambio de información, conocimientos, tecnología, experiencias y recursos” (AMEXID, 2018).
El significado y propósito de la CID han cambiado a través de los años. La CID se creó al finalizar la Segunda Guerra Mundial, en un mundo marcado por la lucha entre el socialismo y el capitalismo, como un mecanismo impulsado por Estados Unidos para agilizar la reconstrucción de Europa occidental y contener la expansión del bloque socialista encabezado por la Unión Soviética. Posteriormente comenzó a darse la cooperación entre los países del Norte global[1] y sus antiguas colonias en África, Asia y América Latina. El principal objetivo de esta cooperación consistía en mantener la presencia de los países desarrollados en los territorios semicoloniales y en proteger determinados intereses geopolíticos enmarcados en el contexto de la Guerra Fría. Finalmente, surgieron también las relaciones de cooperación entre los países del Sur global para buscar el mutuo desarrollo sin necesidad independientemente de los países del Norte.
Si bien al principio la CID se entendía como la cooperación para que la economía de un país pudiera crecer más rápidamente, esta idea cambió conforme se modificó la propia idea de lo que significa desarrollo. Paulatinamente se abandonó la noción de que el desarrollo es únicamente crecimiento económico, y se amplió a otros ámbitos, como la salud y la educación. Más tarde también se añadieron los problemas climáticos y se planteó la necesidad de una nueva convivencia sostenible con el medio ambiente como un elemento ligado a la mejora de las condiciones de vida de los seres humanos. Actualmente, la CID está directamente relacionada con los Objetivos de Desarrollo Sostenible adoptados en 2015 por los países de la ONU (Anaya, 2018).
Cooperación sanitaria internacional en el contexto de la pandemia
La pandemia de COVID-19 vino a cuestionar la capacidad de la comunidad internacional para implementar mecanismos de cooperación frente a los desafíos internacionales comunes. Al declararse el inicio de la pandemia, la mayoría de los países reaccionó tomando medidas unilaterales frente a la amenaza y faltó coordinación a nivel internacional para implementar una respuesta conjunta, lo que permitió que los Estados privilegiaran la vigilancia de sus propias fronteras nacionales y descuidaran las repercusiones de la pandemia en el plano global. En algunos casos no se trató solo de una falta de coordinación, sino de un uso político de la pandemia para dirimir conflictos previos. Tal fue el caso de Estados Unidos, que en abril de 2020 decidió suspender el financiamiento a la Organización Mundial de la Salud (OMS) tras acusar al organismo de haber actuado irresponsablemente por no revisar rigurosamente a China al inicio de la pandemia. Como lo señaló el Secretario General de la ONU en septiembre de 2020, la pandemia vino a probar el fracaso del mundo en la cooperación internacional (Antonio Guterres, 2020).
La CID considera todos los aspectos que una sociedad necesita para desarrollarse, desde lo económico hasta lo educativo, pasando por cuestiones medioambientales, tecnológicas, etc. En el marco de la pandemia, ninguna de estas ramas del desarrollo se valoró como menos importante que las otras, pero los principales foros internacionales sí insistieron en la urgencia de cooperar en el ámbito de la salud debido a la propia naturaleza de la crisis. Era importante continuar la CID en términos generales, pero era urgente la cooperación internacional en términos sanitarios para controlar la pandemia cuando ésta rebasó los límites de Asia oriental y comenzó a extenderse al resto del mundo. Sin embargo, no se establecieron los mecanismos necesarios para que esta cooperación efectivamente se llevara a cabo. Al contrario: hubo respuestas individuales por parte de los Estados y cada cual se preparó para atender la crisis con el equipo médico con el que contaba.
Fallaron los mecanismos internacionales para la cooperación sanitaria, pero algunos Estados impulsaron desde el principio iniciativas bilaterales que apoyaran a los países afectados. En este sentido, sobresale la participación de China. Después de tres meses luchando por controlar los contagios de COVID-19, China comenzó a enviar a diferentes regiones del mundo médicos especialistas en la nueva enfermedad, equipo de protección como mascarillas, y pruebas rápidas para detectar al virus, justo cuando Europa atravesaba lo peor de la primera ola. Hasta octubre de 2020, China había enviado 29 equipos de médicos expertos en la nueva enfermedad a 27 países, y una cantidad importante de material sanitario: 70 mil millones de mascarillas, 340 millones de trajes protectores para médicos y enfermeras, 115 millones de lentes especiales para la atención hospitalaria, 96,700 ventiladores, 225 millones de pruebas rápidas, y 40 millones de termómetros especiales (Song, 2020). Algunos de los países receptores de la ayuda oficial china fueron Italia, España, Serbia, Grecia, República Checa, Turquía, Estados Unidos, entre otros. La donación no fue solo a países de renta baja o media baja (en la clasificación del Banco Mundial) sino también a las economías más desarrolladas del mundo, como las europeas y norteamericanas.
Otro país que destacó positivamente por su rápida reacción de ayuda en el plano internacional fue Rusia. A inicios de abril de 2020, cuando apenas había pasado un mes desde que la OMS declaró al COVID-19 como pandemia, el Estado ruso ya había enviado pruebas rápidas, mascarillas y equipo de protección hospitalaria a 15 países, los cuales aumentaron a 46 en agosto (Moscow Times, 2020). Algunos de los países receptores fueron: Estados Unidos, Italia, China, Irán, Corea del Norte, Venezuela, Mongolia, Armenia, Bielorrusia, Moldavia, Azerbaiyán, Afganistán, Siria y Myanmar (Global Times, 2020). A diferencia de China, cuyas donaciones alcanzaron alrededor de 190 países, Rusia envió equipo sanitario a un menor número de regiones. Cabe resaltar que las donaciones del Estado ruso se hicieron cuando los casos en ese país iban en aumento y todavía no se podía hablar de cierto control de la enfermedad, algo que contrasta con el caso chino, donde la pandemia ya estaba controlada desde marzo de 2020.
Un tercer caso que destaca en el plano internacional es Cuba. Continuando con su tradición de enviar brigadas médicas a diferentes países del mundo, el país caribeño respondió rápidamente ante la irrupción de la pandemia y en abril de 2020 ya tenía 22 brigadas médicas en 22 países, enviadas exprofeso para combatir la pandemia de COVID-19. Venezuela, Italia, Catar, Andorra, Sudáfrica y Angola fueron algunos de los países receptores de estas brigadas. En septiembre de 2020, la lista de países receptores de brigadas médicas cubanas sumaba cerca de 40 (Minrex, 2020).
En contraste con estos tres casos, los países del Norte global se centraron en sus respectivas poblaciones y no contribuyeron en el plano internacional mediante mecanismos de cooperación para apoyar a los países afectados. Aunque son los países con más recursos económicos, y a pesar de los llamados de la OMS y la ONU en general, no hubo voluntad de cooperación por parte de Europa y Norteamérica.
El desarrollo de las vacunas en los últimos meses de 2020 dio un giro en las prioridades de la cooperación sanitaria internacional. A diferencia del principio de la pandemia, esta vez la comunidad internacional sí se preparó para promover un acceso equitativo mundial a las vacunas a través del mecanismo COVAX, del cual forman parte 190 países. Pero más allá de este mecanismo, los países del Norte global, quienes desarrollaron primero la vacuna para la COVID-19 por sus ventajas científicas y tecnológicas, nuevamente tomaron acciones unilaterales para privilegiar la inmunización de sus poblaciones. Preocupados únicamente por su propia seguridad, los países más ricos compraron anticipadamente la mayoría de las vacunas que se estaban produciendo e ignoraron al mecanismo COVAX, que proponía una distribución más equitativa. El resultado de esta falta de cooperación internacional fue el acaparamiento de vacunas por unos pocos países y la carencia de ellas en la mayoría del Sur global. Por parte de la OMS ha habido llamamientos para que los países ricos retrasen la vacunación de niños y adolescentes y donen sus dosis a COVAX, pero la respuesta ha sido poco alentadora (ONU, 2021).
En la donación de vacunas a nivel internacional destacan los casos de China, la India y Estados Unidos. Con datos al 7 de julio, China era el Estado que más países había beneficiado con la donación de vacunas: un total de 85. Los receptores fueron, fundamentalmente, países del Sur global, pero también países de Europa oriental, como Georgia, Bielorrusia, Macedonia y Montenegro. La India donó vacunas a 57 países, de América Latina, Asia y África, pero también a Albania. Y las vacunas donadas por Estados Unidos fueron recibidas por 22 países. Si se revisan las cantidades de dosis donadas, son otros los países que aparecen en los lugares más destacados. El Estado que más donaciones ha pactado es Estados Unidos, con 587 millones; el segundo lugar es Reino Unido, con 100 millones; el tercero Japón, con 36 millones; cuarto lugar son Francia y Alemania, con 30 millones cada uno; y en quinto lugar China, con 29 millones de dosis donadas; al 7 de julio la India había donado 11 millones (Duke University, 2021).
Es importante considerar los tiempos de donación de cada país, pues hasta mayo de 2021, prácticamente los únicos países que habían hecho donaciones importantes eran China e India. Las donaciones de Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Francia y Alemania solo se volvieron significativas a partir del mes de junio, tras la reunión del G7 realizada en Londres, en la que acordaron que 2022 era el año límite para que este grupo de países desarrollados terminara de donar mil millones de dosis de la vacuna (BBC, 2021).
En otras palabras, antes de inmunizar a su población con sus propios productos, los Estados chino e indio decidieron donar sus vacunas a la comunidad internacional en los momentos más delicados de la pandemia, durante la primera mitad de 2020. Mientras tanto, los países del G7 solo decidieron cooperar internacionalmente hasta junio, cuando prácticamente ya habían terminado de inmunizar a su población y tenían un excedente de vacunas.
Cooperación sanitaria internacional en América Latina
América Latina no fue una de las primeras regiones que recibieron el impacto de la pandemia, pues esta se desarrolló antes en Asia, luego en Europa, en Norteamérica y finalmente en América Latina. Pero la magnitud que tuvo la crisis una vez que la pandemia comenzó en esta región fue devastadora. La pandemia encontró sociedades con sistemas de salud fragmentados, precarios sistemas de protección social y amplias desigualdades entre los estratos de la población. Todo esto facilitó la propagación del virus, dificultó la atención adecuada de los casos positivos y permitió que la mortalidad derivada del COVID-19 se elevara velozmente. América Latina se convirtió en el principal foco de contagios a nivel mundial en la segunda mitad de 2020.
En medio de la crisis, algunos países de otras regiones donaron equipo médico para contener los contagios en América Latina. En abril de 2020 China ya había enviado mascarillas y tests rápidos como donación a Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina y Chile. En mayo, México recibió de China una donación de 100 mil mascarillas y 50 mil tests rápidos. Rusia, por su parte, envió el medicamento Avifavir a siete países de la región para combatir al COVID-19 cuando todavía no se había desarrollado la vacuna, en agosto de 2020. Los países receptores fueron Argentina, Bolivia, Ecuador, El Salvador, Honduras, Paraguay y Uruguay.
A nivel de América Latina México realizó varias donaciones a diferentes países. Donó respiradores artificiales a Belice, Bolivia, Guyana, Guatemala, Haití, República Dominicana, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Surinam, y Trinidad y Tobago (SRE, 2021). México donó también un millón de equipos médicos a Guatemala, entre batas de aislamiento, trajes de protección, caretas, termómetros, digitales y mascarillas. Otro actor importante fue Cuba, que no se destacó por el envío de insumos médicos, pero sí por apoyar con brigadas médicas, las cuales beneficiaron a México, Venezuela, Honduras, Nicaragua, y a 11 países del Caribe.
En lo que se refiere a las vacunas, México ha hecho donaciones a varios países de América Latina. En junio donó 450 mil vacunas de AstraZeneca a Guatemala, Honduras y El Salvador. Ese mismo mes donó 400 mil vacunas Bolivia, Paraguay y Belice. En marzo de 2021 Chile donó 20 mil vacunas a Ecuador y 20 mil dosis a Paraguay (SRE, 2021). Brasil y Argentina, a pesar de ser economías importantes de la región, no han tenido la capacidad de donar vacunas a otros países de América Latina.
En general, la cooperación internacional en el aspecto sanitario, desplegada por los países de América Latina en el marco de la pandemia, ha sido escaza. Esto se debe, en parte, a que no son sociedades con recursos tan abundantes como Norteamérica o Europa; pero también a la poca cobertura y estabilidad que tienen sus sistemas de salud. Cuba es un caso paradigmático, pues a pesar de las adversas condiciones económicas de la isla, ha logrado cooperar para ayudar a otros países a enfrentar la pandemia y es el país latinoamericano más avanzado en el desarrollo de su propia vacuna para el COVID-19.
Hacia una cooperación sanitaria más sustantiva
En varios países la pandemia de COVID-19 ha comenzado a ser controlada por el número de personas vacunadas, pero todavía hay varios países en los que las metas de vacunación necesarias para lograr una inmunización colectiva no se han alcanzado. Es el caso del Sur global, que a pesar de ser más vulnerable por las carencias que lo caracterizan, no ha recibido los insumos médicos necesarios que le permitan controlar la pandemia. En el marco de una pandemia que todavía no ha terminado, y que continúa presentando nuevas amenazas (como la variante Delta) todavía hay mucho que puede hacerse desde la cooperación internacional para morigerar los efectos negativos de esta emergencia sanitaria.
En este sentido, una de las acciones que más podrían beneficiar a los países del Sur global es la liberación de las patentes de las vacunas. Las principales industrias farmacéuticas del mundo son las que lograron desarrollar primero las vacunas contra el COVID-19, pero todas ellas se encuentran en el Norte global y su producción fue vendida en primer lugar a esos países, por lo que las dosis que quedaron a disposición de los países menos desarrollados solo fueron aquellas que se comenzaron a producir después por las grandes farmacéuticas o aquellas que los Estados del Norte decidieron donar. Dado que los países del Sur no tienen un desarrollo científico y tecnológico tan avanzado como el que sí tiene el otro grupo de países, esperar a que cada país del Sur desarrolle su propia vacuna podría tomar años.
La transferencia de conocimientos por medio de la liberación de patentes para la fabricación de la vacuna constituiría una forma de cooperación más sustantiva que la donación de dosis, como hasta ahora se ha hecho. Tener a disposición de los Estados del Sur global el conocimiento necesario para la producción de vacunas aceleraría la producción mundial y permitiría que los países que se encuentran en los últimos lugares en las prioridades del Norte global puedan vacunarse a sí mismos.
A pesar de estos argumentos, la Unión Europea, el Reino Unido, Estados Unidos, Japón, Australia, Canadá, Brasil, Noruega y Suiza se han opuesto a la liberación de las patentes. Los representantes de estos Estados afirman que tomar una medida de este tipo perjudicaría severamente la seguridad de los estándares de producción, así como la innovación, pues consideran que si no se cuenta con los incentivos que genera la venta de vacunas en un contexto como el actual, es probable que en una emergencia futura del mismo tipo las farmacéuticas no se esfuercen por ser las primeras en obtener un medicamento eficaz.
A partir de la reunión del G7 celebrada en Londres, algunos Estados de ese grupo han comenzado a adoptar posiciones más positivas en lo que se refiere a la liberación de las patentes de las vacunas. Joe Biden, presidente de Estados Unidos, se pronunció por suspender las protecciones de propiedad intelectual para la vacuna de COVID-19, lo que ha tenido como efecto que también en la Unión Europea el tema vuelva a revisarse. Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la OMS, felicitó al gobierno de Estados Unidos por esa decisión; sin embargo, las empresas farmacéuticas directamente afectadas han hecho saber su inconformidad por una medida de ese tipo (EuroNews, 2021). Hace falta una coordinación entre todos los gobiernos del G7, del G20 y de la OCDE sobre este tema para que esta iniciativa pueda materializarse en el corto plazo.
Prepararse para nuevos retos comunes
La cooperación internacional para el desarrollo ha evolucionado durante la pandemia de COVID-19. En los primeros meses de 2020 hubo una gran descoordinación en la arena internacional para hacerle frente a la emergencia sanitaria, y cada país se preparó independientemente para afrontar a la nueva enfermedad con sus propios recursos. Algunos países, como China, Cuba y Rusia, sí enviaron cantidades importantes de insumos médicos a otros países, pero fueron casos excepcionales en un contexto mundial de respuestas unilaterales a la pandemia.
Más tarde, con la producción de las vacunas la ONU impulsó el mecanismo COVAX para garantizar un acceso equitativo a las vacunas y evitar su concentración en los países más desarrollados. Si bien la iniciativa continúa en marcha, en los hechos no logró su cometido, pues los países más ricos, aunque se sumaron a COVAX, compraron todas las dosis que pudieron y terminaron acaparando las vacunas. Un caso significativo es de la Unión Europea , que se pronunció en contra de que las empresas farmacéuticas con sede en esa región exportaran los medicamentos si antes no habían terminado de surtir la compra que la propia Unión Europea había hecho. Las donaciones de vacunas se hicieron más a través de mecanismos bilaterales entre países que a través de COVAX. Incluso los países que se caracterizaron por donar más vacunas en los primeros meses de 2021, China e India, no lo hicieron por medio de COVAX.
A partir de la reunión que mantuvo el G7 en junio, ha comenzado a haber un cambio importante en la posición de los países más desarrollados acerca de la cooperación sanitaria internacional. Desde que se realizó esa cumbre, los países miembros se comprometieron a donar cantidades importantes de vacunas y han comenzado a impulsar la liberación de las patentes para que los países del Sur puedan producir las vacunas necesarias sin necesidad de que las desarrollen independientemente con sus propios recursos.
La experiencia de la cooperación internacional para el desarrollo durante la pandemia es importante para la comunidad internacional porque permite identificar algunas áreas de oportunidad, pero, sobre todo, porque contribuye a preparar al mundo de cara a otras amenazas comunes que todos los países enfrentan. Quizá el caso más palpable en la agenda social internacional es el del calentamiento global, pero no puede descartarse el posible surgimiento de una nueva pandemia o una emergencia sanitaria similar a la del COVID-19. Como se ha documentado, la relación entre los seres humanos y el medio ambiente ha propiciado el surgimiento de nuevas enfermedades provenientes del mundo animal. No es descabellado hablar de que el mundo se debe preparar para la siguiente pandemia.
Por último, la cooperación internacional para el desarrollo durante la pandemia ha mostrado que en América Latina todavía hay mucho por hacer para enfrentar conjuntamente los principales retos. En el caso de los países que integran la OCDE (México, Costa Rica, Colombia y Chile) únicamente México ha participado activamente en la donación de insumos médicos y vacunas. Brasil, a pesar de ser una economía más grande que la mexicana, y a pesar del rol central que desempeña en América del Sur, no ha participado destacadamente en la cooperación sanitaria regional. En el otro extremo está Cuba, que desde el principio de la pandemia hasta ahora no ha dejado de cooperar para que los países de la región puedan atender de mejor manera la emergencia. Si se busca una mayor cooperación internacional para el desarrollo en América Latina para el futuro, es necesario hacer un balance crítico de la experiencia tenida durante la pandemia.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
[1] Los términos Norte y Sur no se refieren aquí a su acepción geográfica, sino a una dimensión económica y política. Pertenecen al Norte global los países más ricos y considerados centrales en la política internacional, dentro de los cuales no solo están Europa y Norteamérica, sino también Australia, Nueva Zelanda, Japón, Corea del Sur, entre otros. El Sur global, por otro lado, se refiere a la condición subdesarrollada, periférica o dependiente de la mayoría de los países de América Latina, África y Asia, mismos que comparten un pasado colonial.
Naciones Unidas, 2021, “La OMS pide a las farmacéuticas compartir las licencias de sus vacunas”. Consultado el 9 de julio de 2021”. Disponible en: https://news.un.org/es/story/2021/02/1487702
ONU, 2021, “COVID-19: Welthy nations urged to delay youth vaccines, donate to solidarity Scheme”. Consultado el 5 de julio de 2021. Disponible en: https://news.un.org/en/story/2021/05/1091952
Las protestas del 11 de julio en Cuba y la respuesta del gobierno reavivaron el debate en torno al sistema económico, político y social que impera en la isla desde 1959. Por un lado, el ala más liberal, defensora del orden burgués imperialista, volvió a la carga contra la “dictadura comunista de los Castro”, ignorando al bloqueo como factor determinante de las condiciones de vida del pueblo cubano y esgrimiendo los manidos argumentos acuñados durante la Guerra Fría. Pero también en el campo socialista surgieron críticas en la coyuntura, fundamentalmente señalando los mecanismos empleados por el gobierno para responder a las protestas: el uso de la fuerza policial, la “orden de combate” emitida por Díaz Canel para frenar a los contrarrevolucionarios, y el discurso oficial que calificó de títeres del imperialismo a quienes se lanzaron a las calles.
Las protestas en Cuba sí fueron generadas por el descontento popular respecto a la condición económica y social del país. El bloqueo impuesto por Estados Unidos desde 1962 y la caída de la Unión Soviética en 1991, que le había permitido a la isla sobrellevar el bloqueo y mantener cierto desarrollo, provocaron problemas económicos y sociales que el gobierno cubano ha sido incapaz de resolver satisfactoriamente, todo lo cual ha impactado en las condiciones de vida del pueblo. También debe considerarse el impacto de la pandemia, que en términos sanitarios no ha tenido fuertes repercusiones en la isla, pero en el terreno de la economía sí significó un importante golpe. El freno internacional del turismo, el confinamiento general, la imposición de 243 sanciones nuevas para reforzar el bloqueo económico en 2019, y la inclusión de Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo por parte de Donald Trump, ocasionaron que en 2020 el PIB se contrajera 11% (https://bit.ly/3igiRoB), la segunda mayor caída de la economía cubana en los últimos 50 años, solo detrás del -15% registrado en 1993 (https://bit.ly/3xP3L06). Por supuesto que el decrecimiento económico de 2020 redujo los niveles de bienestar del pueblo cubano y generó descontento entre las masas. Esto es un hecho incontestable. Tan es así que el 11 de julio el propio Díaz Canel lo identificó como el principal factor detonante de las protestas (https://bit.ly/3BbwYnW).
La inconformidad se originó, fundamentalmente, por el agravamiento de la situación económica y social, pero en las protestas se expresó bajo la forma de demandas políticas: “abajo la dictadura”, “Cuba libre”, “patria y vida”, “no tenemos miedo”, entre otras, fueron las principales consignas del 11 de julio. No es coincidencia que la última gran protesta que hubo en Cuba se presentara en 1994, en el contexto de la caída de 15% del PIB, y que las frases emblemáticas de aquella movilización fueran llamamientos contra Fidel Castro y contra el gobierno socialista. El patrón es el mismo: empeoramiento de las condiciones de vida, movilización popular y exigencias de cambio en el sistema político. Así, los dos eventos de protesta más importantes que ha habido en Cuba desde el triunfo de la Revolución no parten de la inconformidad con el sistema político, sino de la inconformidad con la situación socioeconómica.
Vemos, pues, que el gran problema de Cuba no es su sistema político, sino su sistema económico. Claro que hay una relación directa entre uno y otro, pues en última instancia el gobierno es el responsable del rumbo que toma el país, pero afirmar que el pueblo cubano protesta fundamentalmente por el fin del gobierno revolucionario y no por el mejoramiento de sus condiciones de vida es incorrecto o sencillamente falso. Partiendo de esta premisa, es necesario revisar hasta dónde alcanza la responsabilidad del gobierno cubano en la situación socioeconómica actual. Pero aquí es donde entra el ignominioso bloqueo impuesto a la isla: exigirle al gobierno cubano que haga crecer la economía a ritmos aceptables y que eleve los niveles de bienestar de toda la población, cuando su margen de acción está seriamente limitado por el bloqueo imperialista, es una exigencia irresponsable o equivocada, pues quien frena el desarrollo del pueblo cubano no es su propio gobierno, sino el gobierno de Estados Unidos. La lucha por el desarrollo de Cuba debe ser en primer lugar la lucha contra el bloqueo.
Sentada la responsabilidad del imperialismo estadounidense, ¿hasta dónde llega la responsabilidad del gobierno de Cuba en la situación actual? En primer lugar, es responsable por su declarado carácter socialista. Fue su socialismo el que motivó la ira del imperialismo norteamericano y la instauración del bloqueo en 1962, y mientras el pueblo cubano no renuncie a esta bandera es altamente probable que el bloqueo continúe. Pero el culpable del bloqueo no es Cuba, que como Estado soberano tiene el derecho de decidir libremente lo que quiere para su pueblo, sino el imperialismo estadounidense y su arrogancia de amo del mundo. No es el socialismo del Estado cubano lo que genera el pobre desempeño económico de Cuba; es el imperialismo estadounidense. De cualquier manera, el hecho objetivo es que, si Cuba sigue resistiendo y no renuncia al espíritu socialista de la revolución, el bloqueo seguirá, y con ello los problemas económicos que ha tenido el país desde que cayó la Unión Soviética en 1991. Entonces, si se asume este hecho, es responsabilidad del gobierno cubano encontrar la solución de esos problemas económicos. El Estado cubano y el Partido Comunista de Cuba (PCC) no lo ignoran y ya desde 2011 comenzaron la “Actualización del Modelo Socialista Cubano”; sin embargo, el proceso de reformas es gradual y lento, pues una aplicación brusca encierra el riesgo de generar desestabilización económica y política. El socialismo cubano tiene el reto de actualizarse exitosamente, y en el corto plazo, para convertirse en un “nuevo modelo de socialismo, próspero y sostenible”, tal como lo señaló el VI Congreso del PCC.
Por parte de algunas voces se ha planteado la necesidad de reformar al sistema político cubano para convertirlo en un régimen más plural, pues señalan que existe un clamor democrático en la isla en contra del régimen de un solo partido instaurado después de la Revolución. Sí al socialismo, dicen, pero no al autoritarismo: socialismo democrático. Pero quienes así piensan consideran, sin explicitarlo, a la democracia liberal como la única forma de democracia. Olvidan que ese tipo de democracia es un sistema político propio de las relaciones económicas capitalistas y por lo tanto incompatible con las relaciones económicas del socialismo. El Estado de las sociedades capitalistas, aunque puede tener distintas formas de gobierno, tiene siempre un carácter de clase: es una dictadura de la burguesía para garantizar el correcto funcionamiento del sistema capitalista. Pedir que el Estado socialista cubano adopte los ropajes democráticos del Estado capitalista es pedir el retorno de la dictadura del capital. Al socialismo cubano le toca inventar su propia democracia, pero no esperen que sea una copia fiel de la democracia liberal, pues un sistema así es indeseable e incompatible con el socialismo. Por otro lado, es falso que el sistema político cubano esté en crisis, sea insostenible o ya no cuente con legitimidad popular. Un sistema político que ha logrado resistir un acoso permanente durante 60 años, en medio de las carencias impuestas por el imperialismo norteamericano, no puede estar deslegitimado. No es un sistema falto de fallas, errores e imperfecciones, es verdad, pero fundamentalmente es el sistema que el pueblo cubano ha elegido construir para sí mismo.
Existe también la posibilidad de que el pueblo cubano abandone la construcción del socialismo y prefiera retornar a su condición de país colonizado, dependiente y subdesarrollado que le corresponde en el orden internacional capitalista. Ningún socialista del mundo ni de Cuba puede querer algo así, pero sigue siendo posible y en última instancia es derecho y responsabilidad del pueblo cubano decidir la forma en la que quiere vivir. ¿Fueron las protestas del 11 de julio un alzamiento contra el gobierno socialista? Algunos lo han visto así y aseguran que las nuevas generaciones están cansadas del socialismo y no les interesa mantener vivo el espíritu de la revolución, menos todavía les interesa resolver los retos del socialismo cubano. En el referendo para aprobar la Constitución cubana de 2019, cuyo artículo 4 subraya el “carácter irrevocable del sistema socialista”, participaron 7,848,343 cubanos, de ellos, el 86.85% votó a favor de la nueva constitución y el 9.0% votó en contra (https://bit.ly/3rcvvcs). Así pues, el pueblo cubano sigue siendo, en su gran mayoría, socialista. Esto puede cambiar en algunos años, pero ahora no es así. Ahora, el pueblo cubano está dispuesto a resistir y seguir construyendo el socialismo. Si los socialistas de otros países que le recriminan al gobierno cubano su respuesta a los acontecimientos del 11 de julio están esperando un gobierno socialista intachable, una sociedad sin problemas y un Estado socialista que no se comporte como Estado, para manifestar su apoyo al socialismo realmente existente, ya pueden esperar toda la eternidad, pues ese gobierno, sociedad y Estados socialistas idealizados no pueden existir en una realidad contradictoria por naturaleza. ¡Solidaridad, respeto y apoyo al heroico pueblo cubano en su decisión de construir el socialismo!
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
La idea de que el mundo se encamina a una nueva guerra fría ha sido ampliamente difundida por los principales medios de comunicación occidentales con el fin de instalarla como un nuevo sentido común. La fuente de este discurso se halla en las universidades y tanques de pensamiento norteamericanos, las cuales funcionan como instrumentos teóricos al servicio de las élites de Estados Unidos. De acuerdo con este discurso de factura imperialista, el enemigo común al que deben derrotar los países libres y democráticos del mundo en esta nueva guerra fría es China.
Retomando la idea que planteó Samuel Huntington sobre un choque de civilizaciones entre Occidente y el mundo árabe, ahora se presenta a China como un enemigo de los fundamentos culturales y políticos del mundo occidental. En lo cultural, acusan a China de no respetar los Derechos Humanos; en lo político, de implementar un sistema dictatorial incompatible con la democracia liberal de los países occidentales. Estas diferencias entre la organización social china y la organización social occidental son presentadas como irreconciliables al mismo tiempo que se denuncian afanes expansionistas e imperialistas de la potencia asiática. Planteado así el problema, en efecto resulta inevitable un conflicto de amplio espectro entre los dos actores principales de esta disputa: Estados Unidos y China. En este constructo se funda la idea de una nueva guerra fría.
¿Se apega este discurso a la realidad objetiva de una posible reedición del conflicto bipolar del siglo XX? Sencillamente no. A diferencia de la Unión Soviética, China no declara la guerra al capitalismo y, al contrario, busca desarrollarse bajo las reglas de este sistema mundial. Es verdad que el partido gobernante es el Partido Comunista de China, pero en el discurso oficial no existe una confrontación ideológica con los países capitalistas, no hay un aislamiento cultural para no “contaminarse” con la cultura capitalista, no se persigue a la burguesía china, no se alienta a las clases trabajadoras a tomar directamente el control de los medios de producción, y no se presenta como líder de los países anticapitalistas que buscan hacer una revolución mundial para construir el socialismo. China no es la Unión Soviética.
En lo que se refiere al respeto a los Derechos Humanos y a la democracia, el discurso de la nueva guerra fría tampoco se apega a la realidad. Las acusaciones contra China en estos temas giran básicamente en torno a los casos de Taiwan, Hong Kong y Xinjiang. En el caso de Taiwan, el Estado chino busca tomar el poder de lo que considera una provincia rebelde, aunque Taiwan se considera a sí mismo un país independiente; en Hong Kong, se reprime a los movimientos democráticos y se busca instalar un sistema dictatorial controlado por Beijing; y en Xinjiang la población musulmana es obligada a concentrarse en centros de reeducación y es sometida a trabajar en condiciones de esclavitud. Por supuesto, el gobierno chino niega tanto la violación de los Derechos Humanos, como la represión política de los movimientos democráticos.
Puede cuestionarse la versión oficial china, pero no interesa aquí si efectivamente estas acusaciones tienen fundamento o no. Lo que interesa es si la violación a los Derechos Humanos y a la democracia es lo que efectivamente estaría obligando a Estados Unidos a iniciar una nueva guerra fría. Y esto no es así: como se ha documentado, este tipo de violaciones ocurren como política de Estado en países aliados de Estados Unidos (Israel, Arabia Saudita, etc.) y ocurren también en la propia sociedad estadounidense. El argumento de los Derechos Humanos es solo un instrumento de una estrategia política más amplia.
El principal motivo por el que Estados Unidos está construyendo y difundiendo el discurso de una nueva guerra fría es que siente amenazada su hegemonía mundial por el desarrollo económico y tecnológico de China. El problema no es, pues, un supuesto ataque general lanzado por China contra Occidente, sino simplemente el éxito de los chinos en sus esfuerzos por convertirse en un país desarrollado.
Para desactivar la supuesta amenaza china, las élites estadounidenses están reagrupando a las potencias occidentales (incluyendo a Japón, Australia, etc.) en un solo bloque y al mismo tiempo hostigan al gobierno chino con ejercicios militares cercanos a su territorio. ¿Está dispuesto Estados Unidos a lanzar una guerra de exterminio contra China, montada en la mentira de que es una amenaza para la democracia y la libertad, cuando en el fondo solo busca preservar su hegemonía? No hay duda de ello. Es tarea de los revolucionarios desenmascarar el discurso de una nueva guerra fría y combatir las aventuras guerreristas del imperialismo estadounidense.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
El saldo electoral del pasado 6 de junio nos interpela directamente a quienes esperábamos un resultado desfavorable al partido en el poder. Morena ganó 11 de las 15 gubernaturas disputadas y a partir de octubre tendrá la titularidad del poder ejecutivo en 17 estados; en el Congreso de la Unión perdió 53 diputados, pero sigue siendo la principal fuerza política; tendrá el control de 19 congresos locales; y en el nivel municipal, si bien perdió la mayoría de las alcaldías en la Ciudad de México, fue el partido que más ayuntamientos ganó en el plano nacional. Estos no son los resultados que esperábamos.
¿Cómo explicar que las fallas del gobierno morenista no impacten negativamente en la evaluación que las clases populares hacen de él? AMLO no ha combatido eficientemente los principales problemas del país: la inseguridad, el desempleo, la desigualdad y la pobreza, pero los votantes no asociaron esos resultados al desempeño del presidente y de su partido en el ejercicio del poder. Además, esto no aplica únicamente para los problemas más importantes del país, sino también para las tragedias más estrepitosas, como los muertos de Tlahuelilpan, los muertos de la pandemia y el derrumbe de la Línea 12 del metro; o la escasez de medicamentos y el mal trato que el presidente da al movimiento de las mujeres por defender sus derechos. Nada de esto ha impactado de manera sustancial en la aprobación del gobierno de AMLO, tal como lo muestran los recientes comicios.
¿De dónde surge la aparente inmunidad de AMLO y Morena ante su falta de resultados y sus fracasos? Desde mi perspectiva, hay dos factores que pueden ayudar a explicar este fenómeno: por un lado, las profundas consecuencias socioeconómicas del modelo neoliberal y, por el otro, nuestra decadente clase política.
Es claro que las elecciones de 2018 significaron un rotundo rechazo al modelo neoliberal que representaban los partidos tradicionales. Luego de 35 años de aplicación de un modelo que generó más pobreza y desigualdad, el pueblo mexicano encontró una alternativa atractiva en el discurso de López Obrador y su partido. Su llegada al poder fue facilitada por la connivencia del PRI de Peña Nieto y por la aprobación del gobierno de Estados Unidos, sí, pero fundamentalmente fue el gran descontento incubado durante 35 años en el seno del pueblo mexicano lo que catapultó a Morena a Palacio Nacional. El de AMLO era un proyecto antineoliberal cuyo diagnóstico de la situación nacional recibió amplia aceptación entre las masas populares, las clases medias y las organizaciones de izquierda; sin embargo, hubo fuertes críticas en los métodos que ese proyecto se proponía aplicar para corregir la injusta realidad nacional, como la lucha contra la corrupción o la purificación moral del país.
El surgimiento de una plataforma política que señalara con energía las consecuencias negativas del modelo neoliberal sufridas por el pueblo mexicano encontró en esas mismas masas populares una amplia base social. Al mismo tiempo, el desprestigio que se ganaron a pulso el PRI y el PAN como responsables de instalar y gestionar el modelo neoliberal en México, les enajenó casi la totalidad del apoyo popular y quedaron desfondados. En esas circunstancias, el triunfo de Morena en 2018 fue visto por muchos votantes como la única vía posible para escapar de la espiral neoliberal. Sin embargo, ya en el poder, Morena no solo demostró que sus propuestas de “regeneración nacional” eran incapaces de combatir exitosamente al modelo neoliberal, sino que terminó profundizando las consecuencias negativas generadas por ese modelo al implementarlo con gran torpeza. Y esto no es un asunto de enfoques u opiniones, sino la dura realidad: todos los datos disponibles respaldan la afirmación de que la actual administración ha venido a agudizar los principales problemas del país. No debe quedar ninguna duda al respecto.
¿Por qué a pesar de esta realidad Morena conserva una parte importante del apoyo popular? Aquí entra el factor de nuestra clase política decadente. Los otros partidos existentes (PAN, PRI, PRD, MC, etc.) han sido incapaces de construir una propuesta política que interpele positivamente a las masas populares mexicanas; siguen atrapadas en el horizonte político de ese neoliberalismo que recibió un aplastante rechazo en 2018. A eso se debe que las múltiples críticas (correctamente fundadas) que le hacen estos partidos al gobierno morenista no logran convencer a los votantes de que los partidos tradicionales son mejores opciones de gobierno: no tienen un proyecto de país que ponga en el centro de sus preocupaciones mejorar las condiciones de vida de las masas populares. Resulta extremadamente difícil que el pueblo mexicano abandone la esperanza que le generó la llegada de Morena al poder si a cambio de ello se le ofrece elegir a quienes siguen planteando el ya caduco modelo neoliberal.
La pérdida de apoyo popular por parte de Morena es un proceso que necesariamente ocurrirá. Pero la velocidad con la que este proceso se desarrolle no depende tanto de las fallas de gobierno que ese partido tiene como de las plataformas políticas que se presenten como alternativas. Si las masas populares siguen apoyando a Morena a pesar de todos los resultados negativos, esto se debe a la necesidad desesperada de cambiar el rumbo del país. Se aferran a Morena como a un clavo ardiendo porque actualmente no existe otro partido que presente un diagnóstico crítico de la realidad nacional. En otras palabras, Morena puede seguir cometiendo todos los errores posibles en su gobierno, y los medios, la sociedad civil inconforme y los partidos políticos opositores pueden seguir criticando correctamente esos errores, pero mientras no exista una propuesta política dispuesta a superar el modelo neoliberal en pro de mejorar las condiciones de vida de las clases populares y las clases medias, el manto protector que hasta ahora mantiene inmune a AMLO y a Morena seguirá ahí. Esta inmunidad no puede ser eterna, es verdad, pero la falta de educación política del pueblo mexicano permite pensar que, de no surgir alternativas políticas, podrían pasar algunos lustros antes de que Morena pierda el apoyo popular que ahora tiene.
Ante esta realidad solo hay dos salidas posibles: o los partidos de oposición queman sus naves y se reinventan a partir de un programa que ponga en el centro a las masas populares y que se proponga trascender el neoliberalismo mediante acciones bien planeadas y ejecutadas, o surgen nuevos partidos que cumplan con esa plataforma política que demanda con urgencia nuestra situación nacional. Son tres las condiciones indispensables: poner en el centro a las masas populares, trascender el modelo neoliberal, y una planeación y ejecución científica de la política pública para lograr el objetivo deseado.
A nivel mundial, las condiciones son propicias para impulsar un cambio de modelo económico en México, pues las principales potencias capitalistas (incluido Estados Unidos) ya comienzan a buscar formas de superar ese modelo para escapar a la crisis social y política a la que se acercan. A nivel nacional, las condiciones también son propicias para el surgimiento de partidos antineoliberales, pues el discurso de AMLO (que no los hechos) obliga a los partidos a colocarse en ese registro si quieren tener alguna capacidad de convencimiento entre las masas populares.
Por todo lo anterior, parece difícil, por ahora, que Morena no vuelva a ganar las elecciones en 2024, aunque se le pueden ganar diversos espacios para acotar su poder. Sin embargo, los tiempos legales dictan que en 2025 habrá oportunidad de registrar a quienes busquen fundar un nuevo partido, y eso abre la posibilidad de que en las elecciones intermedias de 2027 comiencen a posicionarse los nuevos partidos y que en 2030 den la batalla por la Presidencia de la República. Es una ruta larga, pero no parece haber otra opción. Mientras tanto, a quienes nos proponemos transformar a México en un país más justo, menos desigual y más democrático, nos toca resistir los ataques del poder y perseverar en la educación y organización del pueblo, única manera de avanzar hacia la construcción de un país más vivible para todos los mexicanos.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
El ascenso económico de China se ha convertido en una preocupación de la clase política estadounidense y de sus centros académicos. ¿Qué hacer con China? Para algunos, bastan políticas lo suficientemente agresivas para frenar al país asiático y mantener la superioridad norteamericana: guerra comercial, tecnológica, mediática y militar están entre sus opciones. Por otro lado, hay académicos que analizan la correlación de fuerzas entre China y Estados Unidos aparentemente con mayor objetividad; entre estos se encuentra John Ikenberry, prestigiado politólogo de la Universidad de Princeton. Para Ikenberry el principal problema que enfrenta EE. UU. no es cómo mantener su hegemonía (la cual, afirma, se acerca irremediablemente a su fin), sino cómo preservar el orden internacional liberal cuando China haya desplazado a EE. UU. como potencia hegemónica[1].
De acuerdo con Ikenberry, la hegemonía de China significaría el fin del orden internacional liberal cimentado por las potencias occidentales en el siglo XIX y que hoy sigue vigente. Según el politólogo, el orden internacional liberal se puede entender de dos maneras: 1) Como un marco mundial que permite el florecimiento de la democracia; y 2) Como un conjunto de tres principios: a) El comercio y el intercambio son benéficos para todas las sociedades, b) La interdependencia económica es mejor si los Estados cooperan entre sí, y c) Las reglas e instituciones pueden facilitar la cooperación internacional. Este orden internacional logró mantenerse después de que Reino Unido perdió la hegemonía mundial gracias a que Estados Unidos, la nueva potencia hegemónica, era también una democracia liberal. Pero esta vez el orden internacional liberal se encuentra amenazado, pues China se encamina a alcanzar la hegemonía y su sistema político no es una democracia liberal.
La tesis de Ikenberry parece consistente; sin embargo, no resiste con solidez el contraste con la realidad. Si se revisan los tres principios del orden internacional liberal definidos por él, es claro que China no está tratando de subvertirlos. En lo comercial, Xi Jinping se ha convertido en uno de los principales defensores del libre mercado y busca alcanzar pactos comerciales cada vez más ambiciosos. Sobre la cooperación internacional, el desempeño de China durante la pandemia para apoyar a la OMS en la investigación sobre el origen del virus y el apoyo brindado a otros países con material médico y profesionales de la salud, son pruebas de una cooperación internacional mucho más sustantiva que la practicada por Estados Unidos. En lo referente al respeto a la institucionalidad existente, China participa en todos los niveles de la ONU e incluso ha ratificado más tratados de Derechos Humanos que los Estados Unidos.
Sin embargo, queda en pie el argumento de que China no es una democracia liberal, lo cual es cierto. Pero basta revisar la actuación de las democracias liberales en el orden internacional para esclarecer quiénes son la verdadera amenaza. No es China quien tiene bases militares en los cinco continentes, quien ha invadido países como Irak, Siria o Afganistán, ni son los chinos quienes han impulsado golpes de Estado para asegurarse el monopolio de los mercados o para instalar gobiernos supeditados a sus intereses. En los últimos 30 años, este rol lo ha desempeñado primordialmente Estados Unidos y antes que ellos Inglaterra y Francia. En los últimos dos siglos los principales agresores contra el orden internacional liberal han sido precisamente las democracias liberales que, supuestamente, son las únicas que pueden garantizar su estabilidad.
Ante el fin de la hegemonía estadounidense, Ikenberey propone conformar una coalición de democracias liberales que le haga frente a China en aras de preservar el orden internacional vigente. En el fondo, Ikenberry, los think tanks proimperialistas y la clase política estadounidense no temen el fin de un sistema que “permite el florecimiento de la democracia”; sencillamente se niegan a aceptar la pérdida de la hegemonía yanqui y llaman a las potencias occidentales a cerrar filas para el combate. China no es una potencia revisionista. No plantea destruir el orden internacional liberal y en su lugar construir otro orden marcado por el totalitarismo. Lo que sí promueve es que la institucionalidad internacional refleje mejor la diversidad social y cultural del mundo y no solo la occidental. No busca exterminar la democracia liberal. Busca ser incluida en términos de igualdad y respeto en un orden mundial diseñado por británicos y estadounidenses en el que China fue integrada de forma subordinada, sin atender a su soberanía y a su libre autodeterminación. China no combate a la democracia liberal en el plano mundial; quiere un orden internacional más plural en el que los Estados históricamente no hegemónicos reciban un trato más igualitario.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
[1] John Ikenberry, “¿El fin del orden internacional de la posguerra?” (conferencia, El Colegio Nacional, 19 de marzo de 2021).
La propuesta de reforma fiscal enviada por el presidente de Colombia, Iván Duque, al Congreso de su país el 15 de abril, detonó una intensa movilización política por parte de los sectores populares y las clases medias de todo el país en contra de las modificaciones propuestas. La reforma buscaba elevar la recaudación fiscal a través de medidas como: 1) Gravar con IVA del 19% algunos servicios públicos, 2) Gravar los servicios funerarios, y 3) Integrar al régimen de IVA más productos de la canasta básica. La única medida que no atentaba directamente contra el bolsillo de las clases populares y las clases medias era un aumento en el impuesto sobre la renta para los multimillonarios que ganan más de 669 dólares mensuales.
La protesta callejera en contra de la implementación de la reforma comenzó el mismo día que se envió el documento al Congreso para su votación; sin embargo, el conflicto fue escalando paulatinamente y entró en su fase final con el paro nacional de actividades convocado por los trabajadores a partir del 28 de abril. Al paro se le sumaron las manifestaciones en las calles de las principales ciudades y Duque optó por instalar un toque de queda en todas las ciudades del país. La situación se desbordó cuando los cuerpos policiales comenzaron a atacar a los manifestantes con armas de fuego, ante la evidente incapacidad del gobierno de desactivar la movilización. En lugar de dispersar al movimiento, la represión solo le imprimió mayor furia al clamor popular, lo que se tradujo en manifestaciones más nutridas y con más energía. Finalmente, con una policía desbordada por la protesta, Duque ordenó que los militares salieran a las calles. La movilización no cesó. Colocado contra las cuerdas por la persistente manifestación callejera y por la amplia cobertura mediática a la brutalidad policial y militar, el 2 de mayo Duque anunció que retiraba la propuesta de reforma fiscal. Además, el ministro de Hacienda, uno de los principales cuadros técnicos del neoliberalismo colombiano, se vio obligado a renunciar a su cargo. Una lucha ganada por el pueblo colombiano.
Es verdad, como afirma Duque, que el Estado colombiano necesita aumentar su recaudación fiscal para hacerle frente a las obligaciones que tiene con sus acreedores y para poner en marcha la recuperación económica tras la pandemia; sin embargo, lanzar una reforma fiscal claramente antipopular en un contexto económico completamente adverso para las clases trabajadoras es la peor manera de hacerlo. Como lo mencionó el ahora ex ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, solo el 27% de la recaudación que contemplaba la reforma fiscal vendría de las grandes empresas, mientras que el resto lo pagarían las “personas naturales”, el pueblo pues. El conflicto no surgió porque se intentaba elevar la recaudación fiscal, sino porque el gobierno de Duque atentaba contra la economía y la dignidad de las clases trabajadoras al cargarles más impuestos mientras dejaba intocadas a las grandes empresas.
El caso de Colombia puede ser una advertencia para México. El Estado mexicano también necesita urgentemente una reforma fiscal y todo indica que después de las elecciones del 6 de junio se iniciará un proyecto para llevar a cabo dicha reforma. ¿Qué tipo de reforma será? Hasta ahora, son pocos los detalles que se han ventilado en la prensa sobre la posible reforma; no obstante, solo pueden pensarse dos escenarios generales: 1) Una reforma progresiva que cobre más impuestos a las grandes empresas, a los más ricos del país y a los que tienen más ingresos; o 2) Una reforma regresiva que lastime más a la empobrecida clase trabajadora, como la que impulsó Duque en Colombia. La relación de cercanía y amistad entre AMLO y los representantes más prominentes de la burguesía nacional (Slim, Salinas Pliego, etc.), hace difícil pensar una reforma fiscal progresiva que lastime los intereses de los grandes empresarios, aunque, vistos los bandazos e indefinición que ha mostrado este gobierno, cabe la posibilidad. Queda entonces la otra opción, que es el impulso de una reforma fiscal regresiva, pero esto, como se vio en Colombia, puede detonar movilizaciones sociales que no solo deslegitimen al gobierno de AMLO, sino que amenacen directamente su estabilidad.
Con las condiciones económicas actuales de las clases trabajadoras de México, cargarles con más impuestos sería jugar con fuego. La contracción de la economía en 2019 y las afectaciones generadas por la pandemia, han impactado negativamente en los sectores de menores ingresos por la pérdida de empleos. Por otro lado, el poder adquisitivo de los salarios sigue siendo insuficiente para que los trabajadores tengan una vida digna. En general, las condiciones económicas de las clases trabajadores no son menores hoy que en 2018. A los problemas más sentidos por los mexicanos: la inseguridad, el desempleo y los bajos salarios, durante este sexenio se le han sumado las muertes causadas por incapacidad del gobierno para enfrentar la pandemia. Esta situación potencialmente explosiva puede estallar con una reforma regresiva, aunque es verdad que el pueblo mexicano ha mostrado que es capaz de tolerar ese tipo de ataques. También es posible que la reforma fiscal que necesita el Estado mexicano no se efectúe en este gobierno. Pero en algún punto de los próximos años tendrá que llegar. Y cuando eso ocurra, el gobierno de México bien haría en tener presente la experiencia colombiana.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.