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Abolir el más allá aboliendo el más acá

Febrero 2023

Carlos Marx reconoció desde muy temprano (1842) el mérito de Ludwig Feuerbach como crítico de la religión. Aun así, exigió muy pronto también (1843) que la crítica feuerbachiana del cielo se transformara en “crítica de la tierra”, que la crítica de la teología se convirtiera en crítica de la política, puesto que, si el secreto de la “sagrada familia” residía en la “familia terrenal”, ésta debía ser “teóricamente criticada y prácticamente subvertida”. Así, Marx reconoció que la crítica de la religión elaborada por Feuerbach contenía in nucela crítica del valle de lágrimas que la religión rodea de un halo de santidad”, estableciendo en consecuencia que la “misión de la historia (…), una vez desaparecido el más allá de la verdad”, consistía “en averiguar el más acá”: sólo de esta guisa la crítica de la religión “llega a convertirse… en crítica del derecho”, en crítica de la tierra.

Esto quiere decir que Marx reconoce dos momentos (cabe aclarar que no sucesivos, sino simultáneos, toda vez que Marx aceptaba que “no se conoce y no se comprende sino haciendo”): en primer lugar, la necesidad indispensable de comprender el “auto-desgarramiento” del “fundamento mundano” del mundo religioso, es decir, comprender la “contradicción con sí mismo” del mundo real, de la base terrenal del mundo imaginado; en segundo lugar (y mucho más importante para él), la necesidad de “revolucionarlo prácticamente por la eliminación de la contradicción”, es decir, de “subvertir prácticamente” el “fundamento mundano” no sólo de la enajenación religiosa, sino de las diversas enajenaciones.

El impulso de “subvertir prácticamente” el mundo mundano distingue por tanto al marxismo de todas las filosofías, precedentes y sucedentes. Marx proclamó en efecto la abolición o negación de la filosofía, pero para el marxismo “abolición” no quiere decir abolición teórica, o no tanto como abolición prácticarealización efectiva de la filosofía. No por otra razón la suerte de la filosofía en el mundo capitalista depende de una clase social, el proletariado. A juicio de Marx, “la filosofía no puede llegar a realizarse sin la abolición del proletariado, y el proletariado no puede abolirse sin la realización de la filosofía”.

Federico Engels compartía una perspectiva análoga cuando reconoció que “el movimiento obrero de Alemania es el heredero de la filosofía clásica alemana” y no, como más de un profesor o doctísimo doctor alemán hubiera creído, los filósofos de gabinete o los cenáculos intelectuales. El legado filosófico de Kant, Hegel, Fichte, Schelling, etc., corresponde por derecho propio a los trabajadores de todo el mundo; la clase obrera mundial es la heredera legítima de la filosofía clásica alemana.

Marx entendía en suma que la filosofía representaba el complemento ideal del mundo real; pero no ignoraba que la negación de la filosofía en cuanto tal complemento implicaba la negación de un mundo que necesita de tal complemento ideal. La superación de la felicidad ilusoria del pueblo conlleva en otras palabras la exigencia de su felicidad real. Si el mundo experimenta un desdoblamiento en un mundo imaginado y un mundo real, explicaba Marx, si el fundamento mundano se separa de sí mismo y se fija en un reino independiente, en las nubes, esto obedece y responde al “auto-desgarramiento”, a la “contradicción con sí mismo”, de este “fundamento mundano”. Por donde resulta que la negación de la filosofía exige su realización y su realización consiste en que el “fundamento mundano” de la propia filosofía “debe ser… prácticamente subvertido”. De este modo, la filosofía resulta eliminada, negada, abolida, en la práctica, en el mundo real.

Por tanto, la realización de la filosofía presupone la necesidad de “revolucionar prácticamente” el mundo real por la eliminación de su “auto-desgarramiento”, de su “contradicción con sí mismo”. La “subversión práctica” de la que hablaba Marx constituye la piedra de toque del marxismo y reviste un carácter radical en oposición a las revoluciones parciales. Desde la perspectiva del marxismo, el término radical significa “atacar el problema por la raíz”. Una revolución parcial representa en cambio una “revolución meramente política”, no-radical, a fuer de “que deja en pie los pilares del edificio”. Entonces, resulta claro que la realización de la filosofía supone una “praxis revolucionaria” que ataque “el problema por la raíz”, que remueva “los pilares del edificio”[social].

Según Marx, la revolución radical que implica la realización de la filosofía en cuanto complemento ideal de un mundo en contradicción con sí mismo corresponde a la clase obrera, heredera natural de la filosofía clásica alemana. La revolución radical representa por consiguiente la tarea histórica propia de los proletarios, en virtud de que la clase proletaria conforma una clase social con cadenas radicales, de modo que “no puede emanciparse sin emanciparse en el resto de las esferas de la sociedad y, simultáneamente, emanciparlas a todas ellas”. No por otro motivo Marx escribió que “cuando el proletariado proclama la disolución del orden universal precedente, no hace más que pregonar el secreto de su propia existencia, ya que él es la disolución de hecho de ese orden universal”. En el mismo sentido el marxismo declara que el proletariado es la “antítesis de la “propiedad privada”. Pero dentro de tal antítesis, el propietario privado desempeña una acción de mantenimiento, circunstancia por la cual representa la parte conservadora de la misma; mientras que el proletariado, en cuanto “propiedad privada disuelta y que se disuelve”, recalcaba Marx, desarrolla una acción de destrucción de la antítesis, motivo por el cual aparece como “su inquietud en sí” y como su parte destructiva. Así, el proletariado “está obligado a destruirse a sí mismo y con él a su antítesis condicionante que lo hace ser tal proletario, es decir, a la propiedad privada”.

De este modo, el proletariado “sólo vence —declaró Marx— destruyéndose a sí mismo y a su parte contraria”, condición que explica la singularidad de que “al vencer… no se convierte con ello, en modo alguno, en el lado absoluto de la sociedad”, todo lo contrario de la revolución parcial, “meramente política”, de una “parcialidad social” como la burguesía, clase social que, a diferencia del proletariado, sí se transforma al vencer en el “lado absoluto de la sociedad”. 

La praxis revolucionaria, la revolución radical del proletariado, presenta en suma la particularidad característica de abolir el “más allá” de la filosofía aboliendo el “más acá” de su fundamento mundano.


Miguel Alejandro Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

El problema de la enseñanza de la historia en México

Febrero 2023

En cada una de las agendas políticas de los gobiernos en turno la enseñanza se ha presentado como una cuestión a resolver. Parcialmente se debe a que desde hace décadas los resultados que arrojan las diferentes pruebas a las que constantemente se someten tanto estudiantes de todos los niveles como maestros son pésimos. De acuerdo con datos de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), más de la mitad de las y los estudiantes en México se encuentran en el nivel más bajo en matemáticas y 46.8 por ciento en lectura. Por tal razón, se esbozan proyectos, se discuten y hasta llegan a “implementarse”. Sin embargo, las estrategias hasta el momento no han resultado efectivas para contribuir a que los estándares en materia educativa se superen y, mucho menos, para evitar la deserción escolar.

En ese sentido, el gobierno ha destinado anualmente un presupuesto variable a la educación, cuya ejecución hasta ahora en lugar de incrementar ha ido disminuyendo aun cuando el contexto postpandemia ha demostrado que en comparación con otros años la educación en general ha presentado un retroceso. Pues bien, frente a este contexto, de acuerdo con el reciente estudio publicado por las organizaciones Mexicanos Primero y Red Latinoamericana por la Educación (Reduca), este año el presupuesto en educación básica ha sido el más bajo en los últimos 16 años, mientras en 2007 fue de 13.55% del total del presupuesto, en 2023 se ejercerá sólo el 9.46%. Pero, por si eso fuera poco, la friolera de esta distribución es que el sector docente ­­–a quien le toca lidiar directamente con los problemas de la enseñanza– ahora sólo recibirá durante todo el año $85 para su formación cuando hace unos años ascendía a $1644.

Bajo esta situación la enseñanza de la historia, entonces, podemos deducir seguirá la misma tendencia. O sea que, por mucho que se impriman cantidades y cantidades de los libros de Historia del Pueblo Mexicano y se distribuyan en las escuelas la formación del docente; es decir, la falta de capacitación de los maestros continuará, solo que ahora con mayor énfasis. Los esfuerzos de las y los historiadores que colaboraron en realizar ese proyecto no tendrán suficiente eco ni en las escuelas urbanas y mucho menos en las escuelas rurales en donde además los maestros escasean.

En conclusión, el programa de la Nueva Escuela Mexicana y su objetivo de universalizar la enseñanza de la historia, pese a que marcan una ruptura con los planes de 2009 y 2018 (años en los que se suprimió la enseñanza de la Historia en distintos niveles), son parches que solo simulan que el gobierno está pendiente a contribuir en la educación, cuando la realidad es que una condición sin la cual no puede despuntar es por medio de la asignación suficiente y necesaria de recursos económicos tanto a la formación docente como a la enseñanza en general, es decir, no sólo a la distribución de becas de manutención a  los estudiantes sino también destinar partidas importantes a la formación de los docentes y a recursos materiales, por ejemplo a la construcción de instalaciones óptimas o modernización de las ya existentes, a desarrollar materiales didácticos para fomentar una educación crítica –como pretende el libro ya mencionado– de lo contrario todos esos esfuerzos caerán en saco roto.


Victoria Herrera es historiadora por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Verificación vehicular, un impuesto regresivo para los poblanos

Febrero 2023

Una de las medidas más prácticas que tienen los gobiernos para actuar sobre los problemas del cambio climático son los impuestos ambientales. Desde hace algunos meses, el gobierno de Puebla está llevando a cabo la política pública de verificación vehicular, que consiste en un trámite que deben hacer los propietarios de automóviles en Puebla para probar que su carro no contamina o contamina en una cantidad permisible. Esta medida parte de una concepción errónea y parcial de los problemas y soluciones del cambio climático. Lejos de solucionarlo está ahondando los problemas de la desigualdad económica y social.

La política está mal planteada como posible solución a los problemas ambientales porque parte de supuestos falsos. El primero es suponer que el problema del medio ambiente es un problema individual y que se soluciona desde el lado de los consumidores. Los problemas ambientales necesitan soluciones colectivas no individuales como la verificación vehicular. Cobrar a los dueños de automóviles que circulen por Puebla no va a solucionar el problema de las emisiones de carbono, mientras las fábricas del norponiente de la ciudad sigan produciendo con los mismos niveles de contaminación. El segundo es suponer que la contaminación se produce por todos los individuos por igual. Un informe de Oxfam en 2021 reveló que el 1% más rico de la población mundial es responsable de más de 52% de las emisiones acumuladas en la atmósfera. Por tanto, hacer que todos paguen por igual los costos de la contaminación es una injusticia y una maniobra política en contra de la parte más pobre de la humanidad.

Por otro lado, esta medida tendrá resultados negativos para la población más pobre de Puebla. Cabe mencionar que esta población es una parte importante de los poblanos. De acuerdo con el Coneval 62.4% de la población de Puebla se halla en situación de pobreza, lo que equivale a 4.1 millones de personas. Para una población así los impuestos ambientales como la verificación vehicular resultan regresivos, esto quiere decir que hacen más daño a los grupos con menores ingresos, profundizan la desigualdad económica y social. Las personas más pobres consumen una parte mayor de su ingreso que las personas ricas, lo cual evita que ahorren. Además, los artículos sujetos a impuestos ambientales son precisamente los que consume la población más pobre. En el caso de los vehículos, los pobres tienden a tener autos con menos tecnología anticontaminante que hace más difícil que pasen los filtros para la verificación.

Otro rasgo importante es la forma de urbanización de la ciudad de Puebla. El crecimiento urbano de la ciudad se caracteriza por factores como la expansión de viviendas en la periferia lejos del centro de la ciudad. La mayoría de estos nuevos asentamientos no tienen acceso a servicios como el transporte público. Sin embargo, vivir en la periferia de la ciudad implica viajar grandes distancias para acceder al comercio, el trabajo, servicios de educación, salud entre otros, que por lo regular se encuentran en el centro de la ciudad. Por tanto, se crean soluciones de vehículos motorizados como moto taxis, taxis llamados “pirata”, combis o micros que responden a las necesidades de conectar los asentamientos ubicados en la periferia con el centro.

El tema de los impuestos ambientales no se puede tratar haciéndole la vida más difícil a las personas con menos recursos al incrementar todavía más el precio de sus bienes de consumo. Es un contrasentido querer “arreglar” los problemas medio ambientales, mientras que por otro lado se cometen injusticias sociales y se profundizan los problemas de desigualdad. El gobierno del estado de Puebla con esta decisión de política está atentando contra los pobres de la ciudad. Urge que todos los afectados se levanten en contra de esta política porque ya se vio que las autoridades no velan por sus intereses.


Samira Sánchez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Los tanques de 2023: un paso más hacia los extremos

Enero 2023

A la luz de los recientes compromisos militares por parte de Alemania y Estados Unidos, de enviar tanques de guerra Leopard 2 y Abrams para Volodimir Zelensky, en Francia se abrió el debate sobre la correspondiente remisión de tanques Leclerc para Ucrania. En ese sentido Marc Fauvelle, conductor del noticiero Franceinfo, entrevistó al diputado francés de oposición Manuel Bompard. Fauvelle, lanzó varias preguntas relativas al asunto.  “¿Es necesario”, cuestionó, “hacer todo para que Ucrania gane esta guerra?”. Con un tono de circunspección, adecuada en estos tiempos agitados, el diputado señaló que para responder a esa pregunta se imponía de antemano otra, a saber, “¿cuáles son los objetivos militares, estratégicos que nosotros [Francia] tenemos en Ucrania?… ¿Acaso se piensa que la victoria y la paz serán el resultado de una victoria militar frente a una potencia que es una potencia nuclear? Personalmente, yo no lo creo”.[1]

Segundos adelante, Fauvelle volvió al ataque preguntando a Bompard si él no quería que Ucrania ganara la guerra. La respuesta del diputado fue nuevamente cautelosa: en ese caso, dijo, cabría “preguntarse qué quiere decir ‘ganar’… ¿Quiere decir expulsar a las tropas rusas del territorio ucraniano?… Rusia, potencia militar y potencia nuclear, ¿es capaz de aceptar una derrota militar? Yo no estoy seguro”. Además, agregó, “yo creo que nuestra responsabilidad, evidentemente, es ayudar a los ucranianos a defenderse”, e insistió que al mismo tiempo “debe trabajarse en la formación  de una solución diplomática para llegar a la paz en el tiempo más corto posible”.[2]

Más allá de las discusiones posiblemente infértiles que habrá entre los representantes de los poderes del Estado francés, sobre si los carros galos serán conducidos o no por aurigas eslavos, etc., me parece que los cuestionamientos de Bompard son muy válidos en las circunstancias actuales. ¿Aceptará Rusia que le planten enfrente varias decenas o cientos de tanques pesados de casi última generación, cuyas capacidades destructivas están acreditadas en los conflictos más recientes de la historia? ¿Permitirán los rusos que se les apunte con estos compromisos militares, los más agresivos y directos que han tomado los países aliados de Estados Unidos hasta la fecha? ¿Permitirá el Estado Ruso que Occidente le gane la partida por su supervivencia sin mover previamente sus piezas, por no decir su poderoso arsenal bélico? Yo pienso, como aquel diputado, que no. La Federación Rusa no dejará pasar esta afrenta y para suprimirla dará una réplica militar más vigorosa. Acaso esto implique simplemente, al inicio, el empleo de más tanques y aviones por parte del ejército ruso; pero también se encuentra abierta la posibilidad de que se empleen pequeñas bombas nucleares (conocidas como tácticas) o las grandes bombas nucleares estratégicas, que pueden destruir ciudades o, incluso, a Europa entera de un sólo golpe. Esta vía hacia la destrucción masiva y absoluta, hacia el extremo último de la violencia, es un paso lógico en toda gran guerra: así lo pueden atestiguar la teoría militar clásica, sus derivados y prácticamente toda la historia entre las guerras de Napoleón y las guerras estadounidenses del siglo XXI. 

Aquí se pueden abrir más interrogantes: si lo último es cosa conocida y sistematizada en la teoría, ¿ignoraban los Estados Unidos, Alemania, Francia y el resto de aliados imperialistas del Atlántico Norte que Rusia puede responder de maneras extremas?, asimismo Zelensky, sus militares y sus asesores, ¿no están conscientes de que en cuanto Rusia ejerza su réplica, los primeros afectados por las explosiones nucleares o de otro género –las bombas no suelen saber discriminar qué gente debe explotar y qué gente no– serán los Ucranianos y no los occidentales que les envían nuevas armas? Yo creo que si no lo sabían, lo supieron por experiencia al menos desde el momento mismo en que iniciaron las hostilidades, hace ya casi exactamente un año. Pero en realidad todo el mundo lo podía saber, al menos desde que Carl von Clausewitz se hizo popular por su reflexión De la guerra (1832-1837). El incremento de los niveles de virulencia en un conflicto armado, apuntaba este destacado comandante prusiano, se debe en gran medida al incremento de los elementos de destrucción en manos de cada contrincante: los hombres, las armas, las bombas, los tanques, etc., que participan en la matazón. Es una cuestión elemental. Si un combatiente desea salir victorioso debe estar dispuesto a utilizar progresivamente todo lo que esté a su alcance (inclusas las bombas nucleares), pues esto le permitiría superar todos los recursos de su enemigo, neutralizarlo, someterlo o erradicarlo.

Desde febrero de 2022 los pasos de la guerra que comenzó Occidente han sido irracionales en el sentido más humano posible, el sentido de conservar vidas humanas. Las respuestas cada vez más agresivas de Rusia aparecen siempre contra los retos militares que le imponen primero Estados Unidos y sus satélites: el apoyo del bombardeo del Donbass que inició Zelensky en febrero pasado, el envío de armas y mercenarios para Ucrania, y el abandono de la vía diplomática por parte de Occidente (porque fueron los europeos, mas no Putin, quienes cerraron este camino): todos esos pasos han llevado al Estado ruso a responder de maneras cada vez más violentas. Si no hay salida diplomática, la única conclusión que puede resultar de esta dinámica alimentada por los señores del Atlántico Norte es la respuesta última: la guerra nuclear.

Aunque suene irracional, la naturaleza del conflicto en Ucrania deja ver que la destrucción total es el principal fin de la superpotencia nuclear que constituyen los Estados Unidos, así como el objetivo del Estado alemán y de los que sigan esa ruta. Tal vez los halcones “noratlantistas” han calculado que su imperio moriría si gana la vía más humana en estas circunstancias, la opción diplomática por la conservación del mundo. Tal vez han calculado que su supremacía sobrevivirá a la catástrofe nuclear, incluso si muriera una parte muy importante de la humanidad, entre ella muchos millones de estadounidenses y europeos inocentes. En todo caso, la remisión de tanques provocará un nuevo avance en esa dirección. Es muy probable que la respuesta rusa será la más violenta hasta este momento. Estamos más cerca de una experiencia nuclear.


Anaximandro Pérez es Maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] La entrevista se realizó en el noticiero de las 8:30 am del viernes 27 de enero de 2023. Se puede consultar en (https://www.francetvinfo.fr/replay-radio/8h30-fauvelle-dely/ukraine-retraites-partage-des-richesses-melenchon-quatennens-ce-qu-il-faut-retenir-de-l-interview-de-manuel-bompard_5597825.html). La traducción y las paráfrasis son mías

[2] Ibídem.

Algunas reflexiones sobre multipolarismo y socialismo (I/II)

Enero 2023

Discursos y análisis sobre la multipolaridad emergieron y proliferaron durante las últimas dos décadas en boca de diversos sectores políticos en todo el planeta. Sin embargo, la consolidación de China como potencia mundial y la guerra tecnológico-comercial que Estados Unidos libra contra ella, así como el estallido de la guerra en Ucrania, que apunta hacia la separación definitiva de Rusia del bloque occidental, han colocado al debate sobre la multipolaridad al orden del día. Del mismo modo, las fuerzas políticas de izquierda antimperialistas y socialistas se posicionan firmemente por la construcción de un mundo multipolar, y, generalmente, determinan sus posiciones en política exterior tomando como criterio principal la medida en que un evento particular contribuye a la multipolaridad. Esto vuelve imprescindible un análisis crítico acerca de la relación entre multipolaridad, imperialismo y socialismo.

El objetivo de este trabajo es contribuir a esa discusión. El argumento central es que el marxismo cometería un error enorme al rechazar el objetivo de la multipolaridad, pero también que no puede aceptar acríticamente ninguna las concepciones dominantes sobre la misma. El reto consiste en entender cómo el desarrollo real del capitalismo global se dirige o no hacia la multipolaridad, y cómo esto favorece o no los intereses de largo plazo de la clase trabajadora mundial. Esto demanda análisis concretos de cada situación en las que se juega el balance de fuerzas global, y no una toma de postura basada en un esquema fijo y predefinido. En esta primera parte, presento la concepción básica de la multipolaridad, su relación con el imperialismo y con las luchas de las masas por vías de desarrollo alternativas al neoliberalismo y, eventualmente, por el socialismo.  

Multipolaridad e imperialismo

La primera y obvia definición de multipolaridad es que es lo contrario a la unipolaridad. Esta última, a grandes rasgos, se refiere a la concentración del poder en un solo polo, que en la actualidad está liderado indiscutiblemente por Estados Unidos con sus aliados subordinados de Europa occidental y Japón. El marxista egipcio Samir Amin denomina a este polo la triada imperialista.  La fuente de esta asimetría de poder yace en la superioridad económica (que abarca aspectos tecnológicos, de infraestructura y organizacionales), científica y militar del bloque liderado por EE. UU. Esto le otorga la capacidad de limitar el espacio de acción de los gobiernos del resto del mundo y, más aún, de dirigir el desarrollo económico de los mismos de acuerdo con sus propios intereses. Este orden unipolar es, a su vez, producto del colapso del campo socialista en los ochenta y noventa del siglo pasado, que significó el fin del mundo bipolar. Los dos grandes polos en disputa eran el bloque imperialista (el “primer mundo”) y el campo socialista (el “segundo mundo”). Los países no abiertamente adheridos a uno de los bloques aprovechaban en distinto grado el conflicto entre los dos hegemones y en muchos casos el apoyo abierto y decidido de la Unión Soviética para negociar condiciones favorables a su desarrollo económico o a sus procesos revolucionarios y de liberación nacional. 

El multipolarismo, puesto de manera sencilla, significaría el fin del poder desproporcionado de la triada imperialista sobre el resto del mundo. Esto supone, necesariamente, el surgimiento de otros polos con capacidades económicas y militares, así como con importancia demográfica y estratégica, similares a las de la triada; esto, por un lado, obligaría a los participantes más importantes de cada polo a negociar en pie de igualdad cualquier cuestión en la que busquen avanzar sus intereses. Por otro lado, y quizás lo más relevante para la periferia mundial, que en el corto plazo no tiene posibilidades reales de consolidarse como poder global o regional, el mundo multipolar representaría un aumento efectivo de la soberanía nacional para todos los países del mundo. O, puesto en otros términos, representaría la posibilidad de elegir caminos de desarrollo económico y político que actualmente son sancionados y prohibidos por el imperialismo norteamericano.

Así entendida, muy pocas objeciones podrían encontrarse hacia la meta de construir un mundo multipolar. Sin embargo, esta es una elaboración sumamente abstracta de la cuestión. Al menos dos puntos se vuelven evidentes cuando se analiza el problema desde el punto de vista marxista. El primero es que se toma a los estados-nación e implícitamente a los gobiernos nacionales como la unidad básica de análisis. Se ignora así, en primer lugar, que cada nación está interconectada a todas las demás por complejas redes de producción y distribución que crecen y desarrollan siguiendo la lógica de la acumulación de capital, que tiene independencia relativa de los distintos gobiernos nacionales. En segundo lugar, y quizás más importante, en la formulación anterior cada estado-nación es una unidad homogénea, carente de contradicciones internas, la más importante de ellas siendo la división entre clases sociales antagónicas que luchan por coordinar la producción social y asignar el excedente que de ella se deriva.

Pongamos un ejemplo para ilustrar el problema. Supongamos que, fruto de conflictos internos entre Estados Unidos, Europa y Japón, el bloque que ellos representan se desmembrara en dos bloques distintos: Estados Unidos (junto con Canadá) contra Europa occidental y Japón. Para la ilustración del argumento, supongamos que ni China ni Rusia están en condiciones serias de equipararse a alguno de estos dos bloques. Este mundo, en el sentido puramente político, efectivamente habría dejado de ser unipolar: ni Estados Unidos ni Europa-Japón podrían avanzar sus intereses a costa del resto del mundo de manera unilateral. Ahora bien, en un sentido más profundo, el mundo seguiría siendo unipolar en tanto todo el planeta estaría dominado no solo por relaciones de producción capitalistas, sino por la unidad entre el estado nación de los países imperialistas con sus monopolios nacionales, que se repartirían el mundo para la provisión de materias primas, energía, mercados y súper explotación de fuerza laboral. En una palabra: habríamos regresado a 1914, a la antesala de la Primera Guerra Mundial, es decir, al sistema imperialista clásico en donde las diversas potencias se  dividen el mundo y, además, entran en conflictos inter-imperialistas por la redivisión del mismo, como tan nítidamente apuntaron los grandes teóricos marxistas del imperialismo clásico: Vladimir Lenin y Nikolai Bujarin. Ese mundo no es necesariamente más propicio para el avance de luchas proletarias que la unipolaridad imperialista. Como demuestra la historia durante el periodo imperialista clásico, las potencias capitalistas son capaces de superar temporalmente sus diferencias para aplastar avances revolucionarios que amenacen al orden capitalista; basta recordar la invasión conjunta de más de diez ejércitos extranjeros en apoyo a las Guardias Blancas contra el Ejército Rojo durante la Guerra Civil Rusa. Tampoco crea mejores condiciones para el desarrollo económico de la periferia: el mundo de la preguerra fue el del colonialismo abierto en toda Asia y África, mientras que América Latina cayó definitivamente bajo el mando norteamericano.

De aquí se desprende una conclusión que, aunque puede parecer obvia, no siempre se menciona con la claridad necesaria: para que el mundo multipolar desempeñe un papel progresista con respecto al unipolarismo, es indispensable que al menos uno de los polos emergentes tenga un carácter no-imperialista. Esto cambia radicalmente los términos del problema, porque en este caso, uno de los polos no determina su política exterior y su relación con el resto del mundo bajo el criterio del máximo beneficio para sus monopolios y el fortalecimiento estatal-militar. Las grandes potencias se ven en la necesidad, entonces, de negociar de manera más simétrica cuestiones que afectan sus intereses (los de su clase dominante), y el resto del mundo se puede beneficiar de esa nueva configuración.

Finalmente, es importante enfatizar que el carácter antimperialista o no-imperialista de un proyecto político no se puede determinar por los discursos o declaraciones de la clase dirigente del país en turno. La base de la teoría marxista del imperialismo es que la política de dominación más o menos directa sobre otras naciones, y los conflictos con otras potencias imperialistas, son la consecuencia necesaria de fenómenos de carácter económico: la formación del capital financiero o monopolista, problemas de subconsumo y rentabilidad a nivel interno, competencia con los oligopolios de otros países y sus respectivas maquinarias estatales, entre otros. Por eso, cometen un error quienes se apresuran a calificar de imperialista, a un país de acuerdo con sus acciones de política exterior (Rusia) o por la creciente importancia de sus relaciones con el exterior para la economía doméstica (China). Ninguno de los países que se perfilan a colocarse como fuerzas clave del nuevo polo emergente puede calificarse de imperialista en tanto su nivel de desarrollo es incomparablemente menor con el de los países de la tríada – siendo China la única posible excepción.

Por último, a pesar de que el polo no-imperialista estaría constituido temporalmente por países más “atrasados” en términos económicos, tecnológicos y militares, aspectos importantísimos como la magnitud de la población y el consecuente tamaño del mercado interno, y su papel en el suministro de recursos naturales y materias primas, pueden ser factores que eventualmente impongan costos enormes al polo imperialista si este último insiste en el ejercicio del poder unilateralmente. Sin embargo, como bien afirma Samir Amin, la triada deriva su poder de cinco grandes monopolios: el monopolio tecnológico, producto de descomunales gastos militares; el de armas de destrucción masiva; el de acceso a los recursos naturales, el de control sobre los medios de comunicación masiva, y el del sistema financiero global. Para que la multipolaridad sea una realidad, el polo no-imperialista debe romper inevitablemente esos monopolios, lo que demanda no solo coordinación entre gobiernos nacionales sino apoyo popular organizado y consciente: consciente de la explotación imperialista y la necesidad de revertir esa situación. Así, el régimen político y económico de los países que conforman el nuevo polo cobra importancia esencial en la lucha por un mundo multipolar.

En síntesis, la formulación de la multipolaridad como la simple coexistencia de múltiples polos cuyas fuerzas tienden a un equilibrio pacífico es incompleta al ignorar la naturaleza de los regímenes político-económicos que constituyen esos polos. Estos son determinantes importantes de la forma en que la multipolaridad contribuye o no con objetivos de tipo progresistas y revolucionarios. Por todo esto, los marxistas no pueden aceptar una visión de la multipolaridad que ignore la importancia de las relaciones de producción al interior de los nuevos polos emergentes y el papel que desempeñan en ellos las masas populares.

Y, a pesar de esto, no hay duda de que, partiendo del desarrollo real en la configuración de fuerzas, el mundo multipolar que emerge seguiría siendo un mundo capitalista, en tanto los nuevos polos de desarrollo seguirían estando caracterizados por relaciones capitalistas de producción al interior y entre los países que los conforman, con la excepción, siempre en disputa interna, de la República Popular China. En el resto de países no habrá desaparecido la explotación del trabajo ni la anarquía de la producción, con sus implicaciones en términos de pobreza, desigualdad, crisis, destrucción ambiental y el riesgo de nuevas guerras mundiales y nucleares. Todo esto, claro, con una menor fuerza que en el mundo unipolar actual.

Si este es el caso: ¿por qué poner como objetivo la multipolaridad y no directamente el socialismo? La respuesta más simple al cuestionamiento anterior es que la multipolaridad, que no es sinónimo de socialismo, sí crea las condiciones para una eventual transición a éste. La razón es que, en un mundo unipolar, todo proyecto político que vaya en contra de los intereses estratégicos de las potencias dominantes (dentro de los que se encuentran a la cabeza los proyectos socialistas) pueden ser dañados hasta niveles que vuelven al proyecto insostenible o sostenible con costos enormes. Los medios para provocar estos daños incluyen medidas económicas, políticas y militares, como bloqueos y sanciones, el aislamiento internacional, el sabotaje, o la intervención militar directa. Estas medidas, cuando no logran provocar el colapso definitivo del proyecto, obligan al gobierno en turno a adoptar medidas de emergencia en todos los ámbitos, lo que suele acompañar una enorme centralización del poder político que, en la práctica, se ha mostrado muy difícil de revertir. Desde esta perspectiva, la unipolaridad imperialista es un obstáculo casi infranqueable en la lucha revolucionaria.

En conclusión, habría que apoyar la formación de un mundo multipolar, fundamentalmente, porque creará mejores condiciones para una transición socialista. Pero, una vez más, incluso esta tesis bastante razonable merece ser sometida a un escrutinio detallado, y éste puede iniciar con las siguientes preguntas: ¿por qué ni Marx ni los clásicos del marxismo hablaron nunca del multipolarismo como una etapa intermedia entre el capitalismo y el socialismo? O, puesto, en otros términos, ¿qué transformaciones en el capitalismo global y en la experiencia revolucionaria han determinado la necesidad del multipolarismo como esa etapa intermedia necesaria? A estas dos cuestiones trataremos de dar respuesta en la segunda parte de este trabajo.


Jesús Lara es economista por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

¿Qué significa politizar el arte (de acuerdo con Walter Benjamin)?

Enero 2023

Este artículo es una conjetura con base en algunas de las ideas vertidas por Walter Benjamin en su libro La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica (2003). La conjetura en cuestión trata de responder la pregunta que da título a este artículo: ¿qué significa o cómo podemos entender la politización del arte? Cabe señalar que esta pregunta no es explícitamente respondida por Benjamin, al menos en este libro. Sin embargo, considero que, triangulando con la filosofía de Marx, específicamente con su crítica a las distintas formas de enajenación, y considerando la caracterización que Benjamin hace de la “estetización de la política” es posible inferir al menos un significado aceptable, y congruente con el marxismo, de lo que puede entenderse por politizar el arte.

Antes de comenzar debo decir que el término “politizar” es bastante común y polisémico, por lo que se usa con distintos significados entre analistas, columnistas e investigadores. Por lo mismo, debo aclarar que no pretendo dar una definición única o totalizante de lo que significa “politizar.” Lo que sí busco es, en cambio, proponer solo una forma, que sea a la vez crítica y programática, de entender la relación entre arte y política.

I. El autor

Walter Benjamin fue un judío e intelectual comunista nacido en 1892, en Alemania. El libro que nos ocupa fue publicado por primera vez en 1936, en el contexto de la consolidación del fascismo alemán. Tan solo cuatro años después, Benjamin moriría bajo circunstancias extrañas, presumiblemente como resultado de un suicidio, mientras trataba de huir, rumbo a España, de la ocupación alemana en Francia. Por su doble condición, como comunista y judío, Benjamin terminó por ser víctima de la abominación nazi (Echeverría, 2003, 2008).

La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, si bien es un libro que analiza los cambios en la función social del arte en relación con las innovaciones tecnológicas es, también y al mismo tiempo, una feroz crítica a los usos enajenantes del arte por parte de los Estados totalitarios, especialmente del fascismo.

II. El libro

Se trata de un libro breve, con poco más de 60 cuartillas, y está compuesto por 19 apartados cortos, cada uno con tan solo unas pocas ideas centrales. El estilo de Benjamin es, además, claro y ameno, aunque teóricamente profundo y conceptualmente denso. Con su estructura de apartados sucintos, ideas cortas y redacción clara, el libro resulta fácil de consultar y ameno de leer. Sin embargo, por su potencia y densidad teórica, el texto resulta también difícil de asir y sintetizar.

Se trata de un libro profundamente conceptual, pero también es un texto que recorre una línea argumentativa central, mientras abre todas las ventanas que encuentra a su paso, dejando que el lector se asome a una enorme cantidad de problemas, pero sin detenerse a analizar cada uno. El libro es una invitación a la teoría, que propone conceptos rigurosos, pero que no explora sus límites, dejando los horizontes abiertos. Todo esto hace que el libro de Benjamin termine por ser una especie de cuadro impresionista, efectivo para evocar imágenes, pero poco preciso para demarcar ciertos límites y fronteras. En otras palabras, el libro es muy sugerente e invita a la reflexión, pero también hay muchos temas y puntos que no desarrolla.

III. El argumento

El tema del libro es la función social del arte en relación con los cambios tecnológicos. El argumento de Benjamin es que, con el desarrollo tecnológico y la consecuente capacidad de reproducir y exhibir obras de arte de forma masiva, el arte mismo cambia su función social: si antes servía más como vehículo para la reproducción de órdenes, culturas e imaginarios tradicionales, ahora, con la reproductibilidad técnica, el arte pierde –en gran medida, si no es que completamente– esta función, cayendo por completo en el terreno de las disputas políticas, donde los distintos grupos y clases sociales buscan, de alguna manera, obtener algún provecho.

El arte en la época de la reproductibilidad técnica, dicho de manera muy sucinta, es un arte que podría servir como medio de educación y autoconocimiento creativo de las masas, pero también es un arte que está en constante disputa política y que continuamente se vuelve víctima de usos instrumentales y enajenantes. Esta forma de emplear el arte, como mera e irreflexiva propaganda de intereses particulares y, muchas veces, reaccionarios, es lo que Benjamin denomina “estetización de la política.” Para él esta es, precisamente, la manera en que el fascismo se relaciona con el arte, usándolo, por ejemplo, para embellecer y ensalzar la guerra, logrando que las personas sean capaces, incluso, “vivir su propia aniquilación como un goce estético de primer orden” (Benjamin, 2003, p. 99).

El libro termina afirmando, sin embargo, que, si bien el fascismo efectúa una estetización de la política, el comunismo, por el contrario, “responde con la politización del arte” (Benjamin, 2003, p. 99).

IV. ¿La politización del arte?

Benjamin no define lo que entiende por “politización del arte.” Sin embargo, una cosa es segura: se trata de una forma distinta de vincular el arte con la política, una forma que no puede ser enajenante ni meramente instrumental.

A continuación, trataré de formular mi conjetura, explicitando lo que podría entenderse por politización del arte para el marxismo en general y para Benjamin en particular. Para lograr esto, haré dos cosas: primero, analizaré un poco más la argumentación de Benjamin y, segundo, señalaré algunas cuestiones relativas al concepto marxiano de enajenación, mismo que está presente en el texto de Benjamin y que –a mi modo de ver– puede aclarar muy bien la cuestión.

V. La estetización de la política

Cuando Benjamin habla del arte previo a la reproductibilidad técnica, habla de un arte que es percibido con cierta “aura” de autenticidad, misterio y lejanía, y habla también de un arte cuya función social es reproducir y conservar la tradición. Con la reproductibilidad técnica esto cambia. La masificación del arte hace que el aura desaparezca. Antes, el arte obligaba a las personas a acercarse a él, comprendiéndolo en sus circunstancias y contexto, reconociendo su aura de autenticidad y, con ello, apropiándose subrepticiamente de la tradición cultural en que dicha obra está embebida. Pero con la reproductibilidad técnica esta obligación desaparece. Ahora las personas pueden apropiarse del arte en sus propios términos.

Con la reproductibilidad técnica, el arte pierde su anclaje funcional con el pasado y cae de lleno en el presente. Ahora el arte no nos obliga –tanto como antes– a mirar al pasado, sino que lo usamos para pensarnos desde nuestro presente. Por eso ahora la función social del arte cae por completo en las disputas políticas, en los conflictos del presente por definir el futuro, en la moderna lucha de clases.

Es en este contexto en el que el arte puede ser usado como mera e irreflexiva propaganda: como un simple instrumento de la política para manipular a las masas, sin crear conciencia y sin educar, e incluso previniendo que esto ocurra, generando distracción. La estetización de la política es esto: el arte como simple propaganda para manipular y prevenir la reflexión crítica de la sociedad.

VI. Arte y enajenación

Cuando Benjamin critica la estetización de la política no aboga por un arte desligado de la política. Esto es muy claro. Para él, el arte siempre realiza alguna función social, por lo que es preciso tener clara su relación con la política y tomar partido al respecto. La tesis crítica de Benjamin es, en todo caso, que el arte de masas no debería desempeñar un papel enajenante, reducido a la mera propaganda y, peor aún, en beneficio de posturas políticas misantrópicas, como las del fascismo.

Cuando hablamos de enajenación en el marxismo nos estamos refiriendo a una categoría de relevancia teórica y metodológica, pero también a una categoría de importancia programática. Por supuesto, en términos generales, y de acuerdo con Marx, puede afirmarse que la enajenación se refiere a cualquier producto o actividad humana que ha caído fuera del control de su creador. En otras palabras, hablamos de enajenación cuando algo nuestro se vuelve ajeno o extraño a nosotros (Marx, 1972). El concepto es tan amplio como eso y es de suma importancia para entender la fundamentación genético-estructural del materialismo histórico, así como la articulación de los conceptos en El Capital. Sin embargo, este concepto también es importante porque nos recuerda que las críticas del marxismo no son solo críticas científicas, sino que también son críticas que están orientadas normativamente. Esta orientación u horizonte normativo consiste, fundamentalmente, aunque no de manera exclusiva, en superar toda forma histórica de enajenación, creando las condiciones sociales que devuelvan autonomía real y capacidad de decisión efectiva a las personas en sociedad, favoreciendo, además, el desarrollo integral de sus necesidades y capacidades humanas (Hernández Jaime, 2022).

VII. La politización del arte

Cuando Benjamin afirma que la politización del arte se opone a la estetización de la política, lo que quiere decir es que, el marxismo se opone tajantemente a un arte enajenante, reducido al papel de mera propaganda y orientado a la destrucción humana. El arte de masas –pues se trata del arte en un contexto de reproductibilidad técnica– debe ser un arte orientado al autoconocimiento, a la educación y al desarrollo de los artistas y la sociedad, un arte que genere reflexión, que conmueva, que contribuya a generar pensamiento crítico. Por supuesto, el arte tiene que tomar postura política, pero este posicionamiento no puede ser irreflexivo y dogmático, no puede ser solo propaganda (aunque pueda llegar a serlo). La politización del arte es la superación del arte como instrumento político: es, en cambio, la activación política del arte como un arte consciente, reflexivo y crítico, que contribuya a formar estos atributos en la sociedad.  

La estetización de la política convierte al arte en instrumento de destrucción. La politización del arte convierte a esta última en un agente de liberación. Por supuesto, la diferencia entre una y otra no radica en si dicho arte aborda temas más o menos “bonitos”, “decentes” o “militantes.” El mundo es lo que es, con su luz, su oscuridad y sus matices, con su belleza y su fealdad. Todo tema merece ser tratado por el arte, y de la forma más conveniente que los artistas encuentren para hacerlo. La diferencia entre el arte que destruye y el arte que edifica radica en si la obra contribuye a generar autoconocimiento y crítica, o si se limita a hacer propaganda irreflexiva y a buscar obediencia ciega o desentendimiento.


Pablo Hernández Jaime es Maestro en Ciencias Sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Referencias

Benjamin, W. (2003). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Itaca.

Echeverría, B. (2003). Introducción. En La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Itaca.

Echeverría, B. (2008). Introducción. En Tesis sobre la historia y otros fragmentos. Itaca; UACM.

Hernández Jaime, P. B. (2022, marzo). La causa marxista por la liberación humana. ACES. Apuntes Críticos sobre Economía y Sociedad, 6–22. https://cemees.org/wp-content/uploads/2022/04/aces-5.pdf

Marx, K. (1972). Manuscritos: Economía y Filosofía. Alianza Editorial.

Estamos en una crisis de deuda global

Enero 2023

A finales de la década de los años 70 y principios de los 80 el mundo se encontraba en una profunda crisis económica. Esta crisis no era más que el reflejo del agotamiento de la forma de organización particular del capitalismo que comenzó con el fin de la segunda guerra mundial (SGM), así que tenía que reestructurarse. Entre otras cosas que sería extenso relatar para los propósitos de este artículo, la reorganización del sistema económico global llevó consigo, necesariamente, la desregulación bancaria y el crecimiento exponencial del poder de los grandes centros financieros: Wall Street y la City.

En un principio la deuda fue contraída por las necesidades del mismo sector financiero (recuérdese los eurodólares y petrodólares) más que por la necesidad de los ahora deudores, pero después, la contracción de deuda se volvió parte del funcionamiento vital para las empresas no financieras, los gobiernos y consumidores. Así, la deuda comenzó a ser fuente de poder de los acreedores de los grandes centros financieros, respaldados por las grandes instituciones mundiales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), ambas creadas desde el final de la SGM pero que solo jugaron un papel destacado a partir de este momento.

Las crisis de la deuda en América Latina y en África en la década de los años 80 y 90 dieron cuenta de este inmenso poder, capaz de obligar a naciones enteras a adoptar medidas draconianas de austeridad para asegurar el sacrosanto pago del servicio de la deuda. Desde entonces, el sistema económico ha sido inestable por el carácter especulativo mismo que impone el sistema financiero y que se ha manifestado en constantes crisis financieras. El gran cataclismo fue la crisis de 2008-09 y fue un parteaguas para el crecimiento de la deuda en cuanto a su ritmo de crecimiento global, acelerado por la crisis del Covid-19.

El resultado es que hoy nos encontramos a niveles sin precedentes de deuda. En 2021, la deuda global alcanzó el monto de 30.3 billones de dólares, monto equivalente a 3.5 veces lo que produce el mundo en un año, cuando en 2020 ascendía a 226 billones de dólares. Este salto representa la tasa de crecimiento más alta desde la SGM. La consecuencia de tales niveles de deuda, que en mayor proporción son dólares que se le deben a acreedores privados, es que numerosos países se encuentran al borde de una crisis de deuda, lo que significa que no serán capaces de cumplir con los intereses y el principal en el tiempo que establece el contrato.

Dos elementos contribuyen a agravar esta situación. En primer lugar, el incremento de las tasas de interés de la Reserva Federal –que prácticamente ejerce como banco central del mundo, pues a muchos bancos centrales no les queda otro remedio más que seguir sus políticas monetarias– hace que aumente el servicio de la deuda. En segundo lugar, que las tasas de crecimiento económico han sido bajas en los últimos años y se vislumbra un panorama de recesión a partir de este año.

El pago del servicio de la deuda representa, de por sí, una carga inmensa para los países del Sur Global: la OXFAM en su último informe resalta que los países pobres destinan cuatro veces más al servicio de la deuda que a los servicios de salud pública. El FMI estima que en esta situación de deuda insostenible se encuentra el 60% de los países de bajos ingresos, mientras que en los países emergentes –eufemismo para calificar a países como México y Brasil– 25% de ellos se encuentra en riesgo de sobreendeudamiento. No obstante, la organización Debt Justice estima que 54 países se encuentran ya en una crisis de deuda, 14 países están en riesgo de una crisis de deuda pública y privada, 22 están en riesgo de una crisis de deuda privada y 21 en riesgo de deuda pública.

Ante esta situación, los organismos internacionales solo ofrecen una solución: más austeridad, seguir recortando el gasto social para destinarlo al pago del servicio de la deuda. OXFAM estima que tres de cada cuatro gobiernos del mundo tienen previsto recortar el gasto público por un importe total de 7.8 billones de dólares aplicando medidas de austeridad durante los próximos cinco años. La verdadera solución, una quita sustancial de la deuda, no la propondrían siendo representantes de la oligarquía financiera. Sin embargo, la crisis de la deuda es solo un reflejo de la crisis mortal en la que se encuentra la forma de organización particular del capitalismo actual.


Gladis Mejía es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Salario o la insignificante repartición de la riqueza social

Enero 2023

La riqueza que produce la sociedad se distribuye, fundamentalmente, entre salarios y ganancias. El salario es lo que se le paga al trabajador por vender su fuerza de trabajo en una jornada laboral y es la fuente principal de ingresos de la mayoría de los mexicanos; mismo que cada día no les alcanza para satisfacer las necesidades de ellos y sus familias. En la forma de organización social y económica actual (capitalismo), los obreros se encargan de la producción que se realiza en la fábrica y los capitalistas de la apropiación mayoritaria de la riqueza social. La repartición de los frutos de la producción, al final del proceso, se presenta para el obrero en forma de salario y para el capitalista en forma de ganancia. Al ser los salarios una forma de repartición de la riqueza social entre trabajadores y capitalistas, importa saber cómo es éste entre los trabajadores en nuestro país y su verdadero alcance en el desarrollo pleno como verdaderos seres humanos.

La teoría marginalista en uso dice que los salarios deben estar en sincronía con el crecimiento de la productividad para que no generen inflación (aumento generalizado del precio de las mercancías). Expliquemos esto. La productividad se define como la cantidad de mercancías que se producen en una unidad de tiempo, verbigracia: si un zapatero produce 10 pares de zapatos en una hora, su productividad será 10:1; si por cualquier razón logra 20 pares en una hora, su productividad aumentó y si solo produce 5, disminuyó. Entonces, para que el aumento de los salarios no genere inflación, la productividad también debe aumentar. El razonamiento detrás de esto es que si aumentan los salarios sin que aumente la productividad, los precios subirán porque el poder de compra de los obreros aumenta y esto hace que demanden más mercancías, pero si no aumentó el número de mercancías producidas (aumento de la productividad) los precios subirán porque la escasez provoca que la gente esté dispuesta (y además tenga con qué) a pagar más por esa mercancía. Esta ha sido la letanía para no aumentar sustancialmente los salarios.

El 1 de diciembre el Gobierno de México anunció que a partir del 1 de enero de 2023 habrá incremento del 20% al salario mínimo, que esta había sido una decisión consensuada entre el sector obrero y empresarial, por lo que el monto mensual del salario será de 6 mil 223 pesos mensuales. La posición de los empresarios se reafirmó en un comunicado de la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo (CONCANACO SERVYTUR México) el mismo día, donde además decía: “la decisión debe ir acompañada de otras medidas como incentivos fiscales a las empresas, programas para incrementar la productividad”, pero de los obreros no hubo pronunciamiento, tal vez porque para ellos cualquier aumento es benéfico y con eso siempre estarán de acuerdo, pero ¿ese aumento es suficiente? ¿A cuántos trabajadores beneficiará?

Visto generalmente el aumento es bueno para los trabajadores, pero analizado particularmente hay elementos que configuran un panorama poco alentador para los trabajadores de México.

La población económicamente activa (PEA) de México es de 59.5 millones según el INEGI (28 de diciembre de 2022), de ellos: dos millones están desempleados; 32 millones está en el empleo informal; es decir, seis de cada 10 trabajadores no verán aumentados sus salarios en 2023, pues no son empleados formales o están desempleados. Pero si consideramos que el IMSS reportó que al cierre de noviembre el número de trabajadores permanentes y eventuales asegurados ascendió a 21 millones 718.6 mil personas, podemos afirmar que solo tres de cada 10 trabajadores son empleados formales y solo ellos se verán beneficiados directamente del aumento salarial. Los trabajadores que serán beneficiados con el aumento del salario son poquitos, pero, además de ello, el aumento es insuficiente, pues el costo de la canasta básica diaria para una familia de cuatro personas es de 574 pesos y el salario diario apenas será de 207. Todo ello sin considerar la inversión en educación, esparcimiento, salud, cultura, derechos a los que todo ser humano debe tener posibilidad para un desarrollo pleno.

Con los datos expuestos es evidente que la parte de la riqueza social de la que participan los trabajadores es insignificante, pues esta no le alcanza ni para vivir. Cambiar esta participación no será por obra de los que se llevan la ganancia ni tampoco por el gobierno, sino resultado de la lucha organizada de los trabajadores, así lo ha demostrado la historia y no hay razón para suponer lo contrario.


Rogelio García Macedonio es economista por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

¿Quién financia la cultura?

Enero 2023

Esta pregunta tan general debe ser delimitada de inmediato. No es mi intención el debate conceptual en torno al vocablo cultura. Me refiero en concreto a la producción artístico-cultural de un país (cine, literatura, teatro, etc.) y al viejo debate sobre sus formas de financiamiento.

El escándalo sobre la posible cancelación de los Premios Ariel 2022 de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas ha vuelto a colocar el tema en la mesa de debate. Obligados a la asfixia presupuestaria, la AMACC argumenta falta de presupuesto para los costos derivados de la premiación anual.

De un lado tenemos a los aplaudidores de la autonombrada cuarta transformación celebrando que “el pueblo de México” deje de pagar un cine que consideran deplorable. Del otro, las voces de personajes de vieja alcurnia en las instituciones culturales y de los exclusivos círculos de creación artística del país, que se escandalizan ante los ataques verbales y presupuestales de políticos que consideran primitivos.

No hay absolutos. Ambas posturas, aquí caracterizadas quizá de una forma demasiado general en aras de la brevedad, tienen elementos a su favor, pero también errores de perspectiva y conclusiones erradas.

Las posturas más triviales son aquellas que se alían en principio con la postura política. En un escenario tan polarizado, la lógica de las mentes menos acostumbradas a pensar por sí mismas es firme y esquemática. Los unos dicen: apoyar al gobierno en turno debe ser integral, incluyendo su política cultural; los otros sostienen: criticar al gobierno en turno debe ser integral, incluyendo causas que en principio me son indiferentes.

En realidad, ambas posturas parten de hechos duros. Es verdad que ciertos artistas, que viven total o parcialmente de subvenciones estatales, hablan en un lenguaje tan abstracto que son prácticamente ininteligibles salvo para un estrecho círculo de eruditos en la materia. Es cierto también que la legislación mexicana en materia cultural estipula expresamente la responsabilidad estatal de fomentar la producción artística (fomento que incluye, entre otros mecanismos, el financiamiento con recursos públicos) y que tal legislación no puede ser borrada de un plumazo por capricho de nadie. Es cierto que los círculos más exclusivos del mundillo cultural funcionan, a su manera, como una especie de mafia, favoritista y nepotista, en la que la refinada red de contactos, apellidos y apadrinamientos juega un papel de primer orden. Y es verdad que el nivel cultural de las principales figuras políticas de la llamada cuarta transformación es de una pobreza tan extrema, que provoca legítimas dudas sobre su capacidad de entender el rol social de la cultura más allá del de un instrumento de manipulación política redituable sobre todo en términos electorales.

Pero hay una verdad todavía más grande: la cultura en México la financia el pueblo a través del presupuesto público de las instituciones culturales, no los políticos ni las élites adineradas. Y por tanto, las y los millones de mexicanos que todos los días financian el trabajo de artistas y trabajadores de la cultura merecen una política cultural que les tome en cuenta, y merecen también un gremio artístico más sensible, más empático con los problemas de la sociedad mexicana.


Aquiles Lázaro es promotor cultural e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Cañones para Ucrania, guerra sin fin

Enero 2023

El notable oficial de Prusia Carl von Clausewitz, pilar del pensamiento militar moderno, advertía que en todo enfrentamiento bélico las hostilidades tienden hacia los extremos, lo que en la teoría puede traducirse como la tendencia al empleo progresivo de todos los recursos de todo tipo que el beligerante tenga a mano para someter a su enemigo y hacer valer su voluntad. Pienso que es pertinente recordar esto ahora que inicia el año 2023, marcado por una ampliación de los límites de la violencia en el conflicto de Ucrania. Y es que las recientes remisiones de dinero y armas occidentales para repuesto del ejército ucraniano de Volodimir Zelensky, fortifican sus capacidades para continuar la guerra contra Rusia. En otras palabras, reflexionar el asunto desde algunos puntos de la teoría del autor prusiano permite ver que ese dinero y ese armamento no servirán para hacer la paz y traer el bienestar para los ucranianos, sino todo lo contrario, para prolongar el caos y la incertidumbre de una guerra que no es de ese pueblo.

La guerra no es un acto de bondad y, decía Clausewitz, aquel que se sirve de la violencia “sin reparar en sangre tendrá que tener la ventaja si el adversario no lo hace”. En la guerra se establece por eso una primera interacción que conduce a un primer extremo: esto consiste en las dinámicas del desenvolvimiento de la relación mutua entre los contrincantes, en la cual “cada uno marca la ley al otro”.[1] Es decir, cuando un beligerante emplea 100 hombres, por ejemplo, esto obliga a su enemigo a tener 100 o más hombres para poder sobreponerse. Cuando las victorias del imperio napoleónico se fundaban sobre la circunstancia de que en Francia podían movilizarse de un solo golpe decenas o centenas de miles de soldados, sus enemigos tuvieron que acercarse a esa “ley”: el emperador ruso concurrió con más o menos 84,000 hombres para enfrentar a los 65,000 de Napoleón en la sangrienta batalla de Eylau (1807). Algo muy similar ocurrió después de que Estados Unidos empleó la bomba atómica contra Japón en 1945, pues sus enemigos por principio, la Unión Soviética, desplegaron inmediatamente esfuerzos para crear un arma similar que permitiera responder con la misma fuerza cualquier ataque contra ellos que tuviera las dimensiones de la destrucción de Hiroshima y Nagasaki. La primera bomba soviética se puso a prueba en 1949.

También, decía ese autor, “la peor situación a la que puede llegar un beligerante es la indefensión”, pues esto significaría su derrota. Este principio, así como la posibilidad de su verificación, está siempre en el pensamiento de las dos partes en pugna; por eso mientras los combatientes no han derrotado totalmente a su adversario existe la posibilidad aterradora de que éste se sobreponga y, superando los recursos de sus enemigos, los someta. Entonces la ley que marca uno de los contrincantes se adueña de la mente del enemigo y orienta sus actividades bélicas: esta es una segunda interacción que constituye un segundo extremo.[2] En ese sentido, por ejemplo, la entrada de Napoleón a España en 1808 parecía ser la derrota de la monarquía hispánica. Pero eso no ocurrió. La invasión provocó una adaptación de las fuerzas españolas que parecían derrotadas como una resistencia guerrillera que se prolongó hasta 1814. A su vez, la ley de las guerrillas obligó a los oficiales franceses a reorientar su violencia, de manera que las fuerzas regulares napoleónicas tuvieron que readaptarse como fuerzas irregulares contrainsurgentes, que pudieran perseguir a las partidas guerrilleras, cuidar las líneas de comunicación y reprimir a todo aquel que pareciera rebelde o que colaborara con los guerrilleros.

También en 1941, al inicio de la invasión nazi sobre la Unión Soviética, todo apuntaba a que ésta sería sometida fácilmente, pues Hitler llegó a concentrar contra ella más del 70% de su poder militar, tal vez el más moderno y competente de la época. Los soldados alemanes entraron a Rusia bajo el principio de exterminar a los pueblos eslavos y mataron a muchos millones de inocentes; pero, aun así, no triunfaron. La imperiosa necesidad de expulsar a los nazis se apoderó absolutamente del interés del gobierno de Stalin, y gracias a su gestión el Ejército Rojo superó el reto alemán, derrotó a los invasores en 1943 y avanzó victorioso hacia Berlín desde 1944.

Clausewitz señalaba, asimismo, que si se desea derrotar al enemigo, el esfuerzo desplegado en un combate debe medirse por la “capacidad de resistencia” del oponente. Esta capacidad está compuesta por dos elementos: las dimensiones de los recursos con que cuenta el beligerante y “la fuerza de voluntad”. El primero puede precisarse o medirse matemáticamente, a través de la consideración de las cifras de la economía, las armas, las fuerzas armadas, etc., del adversario; el segundo, en cambio, apenas puede estimarse medianamente en cuanto se comprende “la fuerza de las motivaciones” que mueven la hostilidad del enemigo. Sólo en la medida en que sean bien ponderados esos dos elementos se podría constituir una respuesta formidable; aunque el enemigo actuaría en el mismo sentido. Esto constituye la tercera interacción, que orienta las hostilidades hacia un tercer extremo.[3] Esto ocurrió cuando los ejércitos de las monarquías europeas intentaron apagar la Revolución Francesa. Los combates iniciales contra los gobiernos revolucionarios estaban proyectados bajo el paradigma bélico de los reyes de Antiguo Régimen (siglo XVIII), esto es, bajo un modelo que concebía las guerras como conflictos limitados, en los que combatían ejércitos medianos con el objetivo de subsanar una ofensa concreta cometida por un agresor determinado; en cuanto la ofensa quedaba pagada, la guerra terminaba. Pero las motivaciones de la República de Francia habían cambiado: las motivaciones de su violencia no buscaban cobrar una ofensa; ahora se trataba de la expansión de los principios revolucionarios por todo el mundo y del exterminio de todos los agentes no revolucionarios o monárquicos de Europa. También los recursos de guerra franceses crecieron, porque ahora las fuerzas revolucionarias se constituían por todos los franceses capaces de empuñar un arma. Esto superaba por mucho los alcances de cualquier otro ejército de las monarquías europeas y permitió el triunfo de la Revolución y, posteriormente, la expansión de las reformas revolucionarias y del primer imperio francés sobre todo el continente.

Igualmente, la guerra Franco-Prusiana de 1870 demostró que los franceses subestimaron las capacidades de Bismarck para movilizar tropas hacia la frontera y humillar ágilmente al ejército de Luis Bonaparte. Éste, confiando en la “superioridad” de sus fuerzas armadas, declaró la guerra a los alemanes en julio, pero los prusianos explotaron el sentimiento generalizado de protonacionalismo alemán que desataron las ambiciones francesas para reunir y alentar a sus fuerzas; de la misma manera, explotaron todas las facilidades que ofrecían las líneas férreas que intercomunicaban las provincias alemanas para acelerar su embestida contra Francia, la cual no contaba con un sistema ferrocarrilero tan moderno y tardó mucho en responder a ese golpe fatal.

Ahora bien, con todos esos elementos en mente, regresemos a la actualidad. Recordemos que el conflicto de hoy es el resultado de la prolongada persistencia de Estados Unidos en dotar de una mayor extensión a su organización militar, la OTAN. Se trata de una vieja tentativa por ceñir por las armas a Rusia. Desde el final de la guerra fría esa organización avanzó rápidamente sobre los países antiguamente soviéticos, o de influencia soviética, del este Europeo, procurando establecer bases militares controladas por Estados Unidos y cada vez más próximas de Moscú. Más adelante, en 2008, la administración de George Bush jr., intentó expandir las fronteras de la OTAN hasta Georgia. Vladimir Putin no cedió entonces, ni cedió cuando se verificó una proyección norteamericana más: el golpe de estado contra el gobierno legítimo ucraniano en 2014, auspiciado por la administración Obama. Este capítulo de la violencia imperialista americana quedó cerrado bajo la administración Trump, durante la cual se detuvo el expansionismo estadounidense que apuntaba rumbo a Rusia. Pero la guerra de 2022 dio inicio a uno nuevo y la administración Biden, ha escrito las primeras líneas con sangre ucraniana. En pocas palabras, las interacciones de las administraciones Putin y Zelenski no han constituido nunca realmente una guerra abusiva contra Ucrania, por el control ruso sobre este país; más bien nos encontramos frente a un conflicto abusivo de Occidente (léase Estados Unidos) contra la Federación Rusa, por el control de Rusia, que se libra en el territorio de Ucrania a costa de la sangre de los ucranianos.

Si ponemos atención a su desarrollo es evidente que la conflagración está tendiendo hacia el extremo en los tres sentidos que señalaba Clausewitz: cada movimiento ha engendrado una respuesta equivalente o superior por parte del adversario; cada decisión está dominada por proyecciones sobre las capacidades de reacción de cada contrincante, y cada política de guerra nace de cálculos hechos sobre el poder de resiliencia del enemigo: los ataques de Ucrania sobre el Donbass al inicio de 2022, continuación de lo empezado en 2014, dieron pie a la Operación Especial del presidente Vladimir Putin. La potencia de esta respuesta inicial de Rusia resquebrajó inmediatamente gran parte de la infraestructura ucraniana, pero pudo resistirse por medio del crecimiento de las capacidades guerreras del ejército de Zelenski: llegaron decenas de miles de mercenarios occidentales, se abrió la asistencia logística desde Europa y la OTAN se comprometió con el abastecimiento militar de Ucrania. Rusia modificó su táctica, estableciendo su centro de operaciones en el Donbass y varió sus medidas de guerra hacia el agotamiento progresivo de las posiciones militares ucranianas y las líneas de abastecimiento occidentales. Estados Unidos y sus satélites intentaron asfixiar al mismo tiempo a Rusia y desmoronar su esfuerzo bélico a través de sus famosas sanciones económicas, pero la economía de la Federación se adaptó, se independizó de las producciones occidentales y así nulificó el acoso. En contrapartida, Putin tomó medidas sobre los precios de los combustibles que afectan directamente a Europa, reforzó sus posiciones con el reconocimiento y anexión de las repúblicas separatistas del oriente ucraniano… etc., etc. Las tensiones escalaron y continúan escalando progresivamente; cada contrincante marca una nueva ley a su enemigo, éste responde con contundencia y abre la vía para una contrarespuesta, aún más violenta. Los contrincantes se enzarzan en una dinámica interminable hacia los extremos, cual si fuera el cuento de nunca acabar.

En todo ese contínuum de violencia, los países occidentales no han sufrido bajas. Estados Unidos se localiza en América, después de cruzar el océano Atlántico; los países de la Unión Europea y la OTAN, aunque están sumidos en la crisis de energía, mantienen a sus militares detrás de las fronteras del Este. Por su parte, los rusos han sufrido numerosas bajas, pero el territorio de la Federación Rusa se ha mantenido prácticamente intacto; gracias a la buena gestión de su gobierno, el país ha logrado sortear con éxito cada ley que le han impuesto sistemáticamente los occidentales. Ucrania, en cambio, es quien ha sufrido más bajas militares y civiles durante la guerra: el país está prácticamente en ruinas, su infraestructura bombardeada no promete una pronta recuperación, una porción importante de sus habitantes se encuentra huida y una porción considerable de su territorio forma ahora parte de Rusia. Sin embargo, a pesar de la destrucción sistemática de su ejército, las bajas en el seno de su pueblo y el desmoronamiento de su país, el gobierno de Zelensky no cede. En las peores condiciones, ha decidido proseguir el suicidio que es esta guerra, decidido a sacrificar hasta el último ucraniano en este conflicto, para satisfacer a Estados Unidos y sus ambiciones expansionistas.

Los medios de destrucción en manos del ejército ucraniano se han engrosado y parece que seguirán engrosándose durante un buen tiempo. En los primeros días de 2023 Estados Unidos anunció una “ayuda” que se calcula en 3 mil millones de dólares, “50 blindados de infantería tipo Bradley” y varias decenas más de otros vehículos militares; Alemania enviará 40 blindados para “transporte de tropas” y una batería antiaérea Patriot, y Francia prometió enviar una cifra aún no precisada de tanques tipo AMX-10 RC. También parece que el Reino Unido podría proponer en algunos días envío de tanques Challenger 2.[4] Es decir, con el envío de más dispositivos para la matanza quiere marcarse un nuevo umbral de la violencia para contener a Rusia. En pocas palabras, Occidente está tendiendo nuevamente hacia el extremo; los aliados desean marcar una nueva ley al ejército de Putin.

Como es natural, si los rusos no quieren ser sobrepasados, habrán de ofrecer una respuesta adecuada. Es decir, deberán contratacar con mayor fuerza y buscar soluciones para neutralizar de manera eficaz las posibilidades que se abren a Ucrania con la nueva participación, más directa que antes, de las potencias occidentales en la guerra. Por eso el 9 de enero todos los medios pro-occidentales difundieron que el portavoces del Kremlin Dimitri Peskov declaró que los envíos de armamentos prolongarán el sufrimiento de los ucranianos y no cambiarán el curso de las hostilidades.[5] En pocas palabras, el fin del conflicto quedará todavía más lejano en el porvenir.


Anaximandro Pérez es Maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] Carl von Clausewitz, De la guerra, Madrid, Madrid, La esfera de los libros, 2014, pp. 18-19.

[2] Ibídem, pp. 19-20.

[3] Ibídem, p. 20.

[4] « Les livraisons de Chars Occidentaux vont “prolonger les souffrances” des Ukrainiens », Le Point, 9 de enero de 2023, (consultado el 10 de enero de 2023, en lepoint.fr); sobre los tanques del reino unido informó Russia Today en su nota « Bloomberg: el Reino Unido contempla la posibilidad de suministrar tanques Challenger a Ucania », Russia Today, 9 de enero de 2023 (consultado el 10 de enero en actualidad-rt.com).

[5] Esto puede observarse, por ejemplo en el artículo de Le Point supracitado y en la nota de Reuters “Kremlin says new Western armoured vehicles for Ukraine will ‘deepen suffering’”, del mismo 9 de enero de 2023 (consultado el 10 de enero de 2023 en reuters.com).

Multitud e indiferencia

Enero 2022

A principios del siglo XIX los literatos escribieron sobre la multitud con especial interés. De aquel tiempo encontramos narraciones sobre millares de personas de todas las clases sociales con sus características propias, basadas en la organización de las multitudes para exigir a los gobernantes el cumplimiento de sus demandas, situación a la que los escritores se adaptaron de manera muy estrecha e incluso íntima. No fue el azar lo que llevó a Marx a retomar una de esas historias para describir la masa férrea y amorfa del proletariado, expuesta en Los misterios de París de Eugéne Sue.

Walter Benjamin dice que una de las versiones más antiguas del tema de la multitud se halla en un cuento muy conocido de Edgar Allan Poe, titulado “El hombre de la multitud” y narrado en primera persona, donde cuenta la historia de un hombre que por primera vez se enfrenta al tumulto citadino después de una larga enfermedad. Este acontecimiento transcurre en Londres, al anochecer. Allí, Poe describe a la multitud como tétrica y confusa, constituida por personas de la clase baja, transeúntes ‘que salen de sus cuevas por las noches’; por otro lado, describe a los empleados con mejor sueldo, quienes denotan una personalidad satisfecha consigo misma, sólidamente instalados en la vida, con el fin de abrirse paso entre la mayoría que se constituye principalmente por la gentuza, de la que añoran diferenciarse. Dentro de la aglomeración también se encuentran los miserables, es decir, las personas adineradas, aquellas que tienen el rostro encendido y están en soledad aunque se encuentren rodeadas de mucha gente, son individuos semiborrachos -dice Poe-, que conforman las clases altas: comerciantes, especuladores de bolsa y abogados. Para Allan Poe, la gente de negocios tiene algo de demoniaco, característica similar a la utilizada por Marx para referirse también a dichas personas, el filósofo les llama los fantasmas del viejo mundo.

Para Poe, la multitud constituye una amenaza, esta imagen es también retomada por Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra, donde describe la concentración colosal de dos millones y medio de humanos. Engels dice tácitamente que esos miles de personas tienen cosas en común: cualidades, capacidades e interés de ser felices. Sin embargo, añade, unos quieren sobrepasar a otros como si no tuvieran nada en común: “a ninguno se le ocurre dignarse a dirigir a los otros aunque sólo sea una mirada. La indiferencia brutal, el encierro indiferente de cada cual en sus propios intereses privados, resulta tanto más repugnante y ofensivo cuanto mayor es el número de individuos que se aglomeran en un breve espacio.” Ésta es una descripción de la multitud sensiblemente distinta de las que hallamos en los literatos del XIX.

La descripción de Engels sobre la multitud nos deja consternados, provoca una reacción moral, a la que puede añadirse una reacción estética: el desagrado por las personas que quieren adelantarse con desdén, sin empatía ni solidaridad por sus congéneres; la narrativa de Engels es atractiva por su crítica. En la ciudad es notoria la atomización del mundo, donde las personas se consideran objetos utilizables, donde el fuerte pisotea al débil y, de acuerdo con Engels, “uno ya no se asombra de nada, sino de que todo este mundo loco no se haya desmembrado todavía”. 

La individualización de los seres humanos llega a un punto egoísta en donde las conciencias se encuentran enajenadas, éstas no siempre obedecen a sus propietarios; en muchas ocasiones, las conciencias humanas son alienadas y, de alguna manera, se vuelven ajenas a ellas mismas. Foucault explica que esto ocurre de manera congénita a la gubernamentalidad. De acuerdo con dicho filósofo, la gubernamentalidad es un régimen económico específico en el que las y los ciudadanos son elementos de una red comercial cuyo mínimo reducto es la familia. En ese sistema, la vigilancia de las personas se da a través de sólidos dispositivos de seguridad. “La gubernamentalidad es una forma “muy compleja de poder que tiene por blanco principal la población, por forma mayor de saber la economía política y por instrumento técnico esencial los dispositivos de seguridad.””[1] Este orden social, inscrito en el neoliberalismo, conduce la conducta de la gente hacia la competitividad. La indiferencia descrita por Poe y por Engels está fundamentada en el modelo económico capitalista.

No obstante, el capital no es la forma absoluta de ser del mundo; pese a que imponga sus leyes, hay otras normas que gobiernan el universo. Esto es, que hay fuerzas ajenas al momento presente, a lo que se es actualmente.[2] Es allí en donde entra en función la historia, cuando se asoman acciones que no pertenecen de manera originaria al capitalismo, como el trabajo colectivo, la rebelión o la educación popular. Una de las funciones de la historia consiste en rememorar que no somos meras personas hiper-individualizadas y sujetas a la explotación, sino que podemos construir nuestros propios significados.

Los peligros del sistema invocan al conocimiento de la historia como resistencia. Benjamin afirmaba que “son los peligros del presente los que convocan a la memoria, en tanto que son una forma de traer el pasado como un relámpago, como una iluminación fugaz al instante de peligro actual.”[3] Los significados construidos a partir de la memoria no son repeticiones inermes, la fidelidad de las historias no consiste en la simple repetición de un hecho pasado idéntico. De ser así, los contenidos de la memoria no podrían transmitir vida a sus oyentes, por eso, es necesario que las memorias de la gente contengan proyectos de vida, posibilidades de futuro.

Así, la historia, aludiendo a la memoria popular, construye coordenadas de sentido que permiten solucionar los problemas actuales. Esto posibilita la continuidad de las historias, no se analiza la historia de forma aislada sino que se conecta con el presente para tener un uso práxico. Saber los orígenes del presente permite construir formas de resistencia.

Hay, entonces, otros ciclos heterogéneos que se contraponen al ciclo capitalista, hay otras temporalidades y otros espacios, que emergen desde los instantes de peligro y ofrecen nuevas posibilidades de lo real.


Betzy Bravo es licenciada en filosofía por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Bibliografía

Calveiro, Pilar. Resistir al neoliberalismo: comunidades y autonomías, Ciudad de México: Siglo XXI, 2021.

_____________ “Los usos políticos de la memoria”, apud Sujetos sociales y nuevas formas de protesta en la historia reciente de América Latina. Argentina: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).

Sartre, J. P., Crítica de la razón dialéctica, Buenos Aires: Losada, 1963.


[1] Calveiro, Pilar. Resistir al neoliberalismo: comunidades y autonomías, Ciudad de México: Siglo XXI, 2021, p. 13.

[2]  Cf. Sartre, J. P., Crítica de la razón dialéctica, Buenos Aires: Losada, 1963, p. 63.

[3] Calveiro, Pilar, “Los usos políticos de la memoria”, apud Sujetos sociales y nuevas formas de protesta en la historia reciente de América Latina. Argentina: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), p. 378.

El imperialismo y la cultura

Enero 2023

Cuando en 1916, en su conocido estudio sobre el imperialismo, Lenin sentenciaba que “el monopolio capitalista engendra inevitablemente una tendencia al estancamiento y la decadencia”, se refería exclusivamente a un fenómeno de carácter económico.

La especial relevancia que para el padre de la Revolución de Octubre tenía la estructura económica en el análisis integral de los fenómenos sociales la plasmó con toda claridad en su Breve esbozo biográfico de Marx con una exposición del marxismo: el contenido esencial del marxismo es su doctrina económica.

Pero si el imperialismo es un fenómeno esencialmente económico, es al mismo tiempo un fenómeno general, que abarca todas las dimensiones de lo social, entre ellas la de la cultura.

La característica principal de imperialismo cultural se encuentra en el hecho de que los elementos centrales que definen el perfil cultural de una sociedad son diseñados y producidos en los países imperialistas del hoy llamado Norte Global.

Si Lenin identificaba la exportación de capitales como un rasgo inequívoco para caracterizar al imperialismo económico, la dominación cultural se caracteriza por la exportación de productos culturales: modas, películas, música, plataformas de entretenimiento, celebraciones, marcas, comida, etc. En la compleja geopolítica post Guerra Fría, las élites de los países imperialistas han entendido que la dominación económico-política debe venir acompañada de un sutil aparato de dominación de la conciencia, a través del cual se convenza a las poblaciones sometidas de la “superioridad cultural” de sus opresores.

Por eso vemos hoy que los nuevos tambores de guerra son las campañas mediáticas de manipulación colectiva, ejercicios perfectamente diseñados en los que, durante meses, se manipula a la opinión pública del mundo para dejarle claro un mensaje: la cultura occidental es superior a todas las demás, es la más desarrollada, la más avanzada y, por tanto, tiene el derecho de juzgar y de imponerse en todo el mundo.

Y así, mientras en el centro del discurso permanece la discusión sobre los sistemas políticos o la organización económica, sutilmente se cuestiona y ridiculiza también el perfil cultural de las sociedades bajo asedio: su lengua, sus códigos de vestimenta, sus normas de comportamiento colectivo, su gastronomía, sus celebraciones, etc.

Pero este programa de acción, profundamente injusto e ilegítimo desde el punto de vista estrictamente político, es también altamente nocivo en lo que atañe a la cultura. Al intentar imponerse como la única cultura, este imperialismo cultural destruye la diversidad y avanza en un proceso unidireccional de homogeneización cultural. Por eso, todo intento por preservar el perfil cultural de una población constituye un acto de resistencia contra este mecanismo de dominación.


Aquiles Lázaro es promotor cultural e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

La visión de los vencidos

Enero 2023

De todas las sugerentes ideas que rondan el texto de Enzo Traverso en Melancolía de izquierda hay una que llama especialmente la atención de quien escribe: la correspondiente a definir cuál es el punto de vista de aquellos que han sido derrotados en algún momento de la historia por sus correspondientes contrarios.

El famoso escritor George Orwell hizo conocida aquella frase que reza “la historia la escriben los vencedores”, y en cierto sentido así es. Pero no hay que olvidar a la dialéctica, si no queremos correr con el riesgo de que después nos cobre el precio por hacerla a un lado. Aquí también aplica aquello de que los extremos no son buenos, por lo menos cuando queremos encontrar la forma más certera de entender un fenómeno, por lo que hay que explorar no solamente aquello que los vencedores escriben desde su postura de vencedores, sino las condiciones en que los vencidos siguen su actividad; esta es la perspectiva que Traverso explora.

Y es que si bien después de la caída de la URSS hubo una gran desbandada, producto de un periodo de depresión del que fueron víctimas aquellos que creían en un mundo mejor —aunque más como si de un acto de fe se tratara y no de un estudio a profundidad del estado de cosas real— también hubo quienes se mantuvieron en el barco del socialismo, solo que se vieron obligados a adoptar un punto de vista distinto, pues claramente ya no podían asirse de aquel proyecto (el de la URSS) que encarnaba todos los deseos de terminar de una vez y para siempre con el sistema de producción que se había identificado como el causante de los grandes problemas de pobreza y desigualdad: el capitalismo.

Los vencidos siguen viviendo. Si están lo suficientemente preparados seguirán con su lucha por otros medios. Contrario a lo que los vencedores quisieran, los vencidos no se limitan a agachar la cabeza ante los opresores en turno, sino que buscan la manera de reorganizar sus fuerzas.

Analizando la derrota y trazando el plan de acción a seguir, podríamos decir que en este caso se aprende más del fracaso que de la victoria, pues es necesario un análisis más científico que el anterior para poder entender a profundidad la razón del movimiento. Lo que antes era un simple deseo se vuelve ahora, por necesidad, el conocimiento científico de que solamente transformando de raíz el estado de cosas actual podemos aspirar a una sociedad más libre, justa y equitativa.

Por todo esto es que, tomando como base las expresiones artísticas salidas de la izquierda derrotada, Traverso nos dice: “Su arte radica en la organización del pesimismo: extraer lecciones del pasado y reconocer una derrota sin capitular frente al enemigo, con la conciencia de que un nuevo comienzo tomará ineludiblemente nuevas formas, caminos desconocidos. La vista de los vencidos es siempre crítica.”

Pero ¿cuántas veces puede la izquierda consecuente fracasar? Mientras haya mundo existe la posibilidad de combatir por el bienestar de todos. Pero he aquí el problema, mientras no sea el pueblo trabajador el que gobierna para los intereses de la mayoría, son los dueños del capital los que imponen su lógica, que es la lógica de la máxima ganancia. Por esto la participación cada vez más activa de las masas es necesaria, por esto es por lo que se hace cada vez más apremiante un cambio de rumbo en la política y la economía del mundo. El fracaso enseña importantes lecciones y nos hace estar alertas en cada paso que damos, pero debemos tomar en cuenta que el capital no descansará hasta consumir todo lo consumible, aún a riesgo de terminar con la humanidad.


Alan Luna es filósofo por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

El sincretismo religioso

Diciembre 2022

En su libro La conversión de los indios en la Nueva España, el historiador Christian Duverger explica las razones de por qué en la Nueva España el cristianismo obtuvo rápida aceptación entre los nuevos conversos; el papel de los primeros religiosos franciscanos es resaltado en sus justos términos: religiosos compenetrados por la cultura y la sensibilidad indígenas que reemplazaron ritos y prácticas mediante un sincretismo evidente; haciendo posible un cristianismo popular no siempre ortodoxo y sí muy flexible.

Este proceso de yuxtaposición de imágenes no fue una innovación: ya el catolicismo de los súbditos de Castilla y Navarra había sufrido una transformación harto similar en sus lugares de origen. Por principio, desde la Hispania visigoda, en el siglo VII, el cristianismo se alejaba de la ortodoxia, para acercarse al culto de María, doctrina que no era tan típica en el cristianismo del resto de Occidente. Es en estos siglos de la Edad Media donde se desarrolla la teología mariana y es, justamente, en la actual España donde encontrará a sus mejores apologistas: Leonardo e Isidoro de Sevilla, San Ildefonso de Toledo, entre otros. Un rasgo a considerar es que el culto mariano no fue una doctrina desarrollada por las élites eclesiásticas, su propagación corrió a cargo de “la religiosidad popular” hispano-lusitana, ésta a su vez había sido suscitada por la mezcla de la religiosidad ibérica, fenicia, cartaginesa y principalmente grecorromana, con el pensamiento cristiano de los primeros siglos y el pensamiento germánico y, más tarde, al enriquecerse con elementos orientales e islámicos dieron origen a lo mozárabe.

La arqueología hoy nos da noticias de una veneración de figuras femeninas ya en la época prerrománica. La llegada del catolicismo retoma sus cultos que no rompe, sino que más bien moldea; así por ejemplo, no pocas de las divinidades veneradas anteriormente en la península aparecen como advocaciones marianas: Virgen de la Luz (Lux)  La Gran Madre de Dios (Matter Magna), Virgen de la Salud (Salus), entre muchas; Richard Nebel, en su obra erudita sobre “Virgen de Guadalupe”, dice: “(…) por la interpretatio christiana que aplica a la Santísima Virgen varios símbolos antiquísimos (tierra, agua, luna, etc.), muchas veces al convertir en santuario mariano un templo dedicado a viejas diosas madre, éstas eran sustituidas por María, conservando sus mismos patrocinios y prácticas” (p.43).  El carácter popular de esta adoración la alejó de la teología y doctrina oficial y con esto creó condiciones para poder ser adecuada a las veneraciones locales, regionales o nacionales. 

Un rasgo más de similitud del sincretismo español con el americano: las apariciones. En el periodo de la Reconquista, la imagen de la virgen María fue un elemento de unidad; es, junto con Santiago, un símbolo de identidad de la cristiandad hispana. Paradójicos resultaron los esfuerzos musulmanes por suprimir el culto de imágenes, especialmente las católicas. Sus fieles durante la batalla escondieron varios objetos de culto, al ser reencontradas se erigieron santuarios. Por supuesto que la imaginación popular no las relata como hallazgos de esculturas o pinturas sino como verdaderos prodigios divinos. La virgen de Ocotlán en Tlaxcala ofrece aquella similitud: una advocación de María en un lugar de culto donde en antaño los tlaxcaltecas adoraban a la diosa Xochiquetzalli, diosa de la fertilidad y de la primavera, madre de todos. La teología ha defendido esos puntos de similitud más que como políticas evangelizadoras, sí como señales de que el cristianismo ha sido universal, aunque presentado bajo formas muy extrañas y un tanto contrapuestas. De cualquier modo, no debemos olvidar que la religión, como toda parte integrante de la superestructura, según Marx, refleja inexorablemente los hechos concretos: la evangelización en nuestro país fue, a la postre, una mezcla de todos los elementos de dos culturas; en donde coincidió, hubo sobrevivencia y donde no, hubo adecuación, pero no completo olvido.


Marco Antonio Aquiáhuatl es historiador por la Universidad Autónoma de Tlaxcala.

La inevitable esterilidad del arte posmoderno

Diciembre 2022

Contundentemente el arte tiene una función social. No porque alguien lo enjuicie, sino porque así ha sucedido históricamente. Durante la Edad Media las artes plásticas y, la pintura en particular, fueron utilizadas por la Iglesia y por los mecenas para representar su vida opulenta y perfecta o para mostrar escenas bíblicas. De hecho, uno de los factores que impulsó el arraigo de la fe católica en la sociedad fue precisamente la cultura y más detalladamente el impacto de obras maestras expuestas intencionalmente en las catedrales europea, cuya arquitectura, dicho sea de paso, también estuvo financiada por el Papa y los burgueses de entonces, en particular la familia Medici. Baste recordar las figuras de Giotto di Bondone o Miguel Ángel, escultores, arquitectos y pintores al mismo tiempo. El objetivo era utilizar su arte como medio de “adoctrinamiento” de las “masas populares”. No por ello las obras maestras producidas por los grandes maestros renacentistas pierden su valor artístico, sobre todo si se considera la maestría con que desarrollaron la técnica de las artes plásticas en que incursionaron.

El argumento de que el arte ha tenido históricamente una función social —inconsciente o conscientemente por parte del artista— se sostiene todavía más si lo trasladamos, por ejemplo, al México posrevolucionario, en donde el llamado muralismo mexicano encabezado por Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco tomó como modelo a los maestros florentinos antedichos para utilizar su arte exactamente de la misma forma en que lo hicieron sus precursores, pero desde otra óptica, con otras imágenes. Los muralistas mexicanos sustituyeron las escenas bíblicas en Iglesias por escenas heroicas de la Historia nacional en edificios públicos. El objetivo entonces era el de difundir la historia del “pueblo” mexicano.

El otro ejemplo, que se sigue casi naturalmente, es el del expresionismo abstracto surgido en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial abanderado por Jackson Pollock, Clyfford-Still y Rothko. No hay ninguna coincidencia en el hecho de que Pollock haya estudiado a Diego Rivera. Pollock es presentado, sin embargo, como el epítome de la libertad artística, y esto no es ninguna exageración: en el Museo Albertina Modern está abierta de hecho una exposición con obras de estos artistas que lleva por nombre Ways of freedom, en la que se indica “fueron representantes de una nueva libertad del arte, tal como se manifiesta en su reinvención de la abstracción estadounidense. Su ruptura artística radical en 1945 también marcó el nacimiento de la libertad en Europa facilitada por los estadounidenses.”

Para la mayoría de los críticos contemporáneos, así como para ciertos artistas, esta idea es incuestionable porque ambas expresiones tienen como base una misma filosofía, el posmodernismo, el cual niega la existencia de la realidad concreta y promueve la libertad individual por encima de todo, tal como, precisamente, lo hizo el expresionismo abstracto, las vanguardias de la segunda mitad del siglo XX y como lo siguen haciendo algunos artistas contemporáneos, por ejemplo, la exposición Lovers de Urs Fisher en el Museo Jumex, en la que el elemento casi único son inodoros. Esta situación, por supuesto, no se explica como un problema moral-subjetivo, sino como producto de un contexto histórico particular.

En suma, el arte le ha servido, hasta estos momentos, a la Iglesia, a las élites económicas y políticas y ahora sólo a los propios artistas. Como una suerte de tesis inicial, puede decirse que el arte renacentista cumplió una función social específica, adoctrinar, siendo superado por la síntesis que realizó posteriormente el muralismo mexicano, cuyo fin fue la enseñanza de la Historia nacional por la vía de las paredes de espacios públicos y la antítesis. La negación inevitable de ambos movimientos sería ni más ni menos que el arte posmoderno, expresado ahora en el expresionismo abstracto, que por sus propios principios y objetivos se concentra en la individualidad del artista. No por otra cosa termina siendo necesariamente estéril. ¿Cuál es el objetivo de mostrar en las salas de museos unas pinceladas (que solo el artista sabe que tienen una carga emocional) o ver urinarios de cabeza o inodoros llenos de frutas?


Victoria Herrera es historiadora por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Chéjov y las contradicciones del arte

Diciembre 2022

Todo arte refleja las condiciones de su época. Así que, mutatis mutandis, podemos aplicar para el arte aquello que Hegel decía para la filosofía. Pues si la filosofía es su tiempo traducido en pensamiento, el arte es reflejo de aquella realidad que el artista experimenta y que nutre su sensibilidad, aquella que lo mueve a crear su obra.

El problema radica aquí en saber qué parte de la realidad es la que el arte está reflejando. A veces no es tan claro lo que el artista quiere mostrar con su obra y se requiere cierta preparación estética para entender y disfrutar de manera cabal su arte. En otras ocasiones, el artista refleja condiciones que se leen entre líneas, las contradicciones internas que no se mencionan explícitamente pero que uno puede distinguir estudiando la realidad económico-social en que el creador vivió.

Por lo anterior, siempre es interesante estudiar las obras que han sobrevivido al difícil dictamen del tiempo, pues estas obras conjugan dentro de sí una de las contradicciones que a la filosofía le ha tomado milenios analizar: la contradicción de la unión de lo particular con lo universal.

Según la dialéctica, lo universal no puede sino aparecer y manifestarse en lo particular, pero a su vez lo particular es lo contrario de lo universal, por lo que se niegan uno al otro. Esta contradicción está condenada a estar unida y a habitar en la obra de arte para sobrevivir. Esto es así porque , para poder sobrevivir en el tiempo, la obra de arte necesita representar cosas que son de interés universal, pero para eso utiliza las representaciones, las formas de su tiempo.

Chéjov, el gran literato ruso, es muestra de lo anterior. Pongamos por ejemplo su obra de teatro La gaviota. ¿Sobre qué trata? A simple vista sobre las relaciones mundanas de una familia aristócrata, que tiene problemas mundanos en su casa de campo a orillas del lago. Pero todo esto no es sino el escenario sobre el cual se representan las más variadas opiniones sobre la belleza y el arte.

El tema de fondo de La gaviota es el arte. Chéjov representa en dicha obra una cuestión que llegó a atormentarlo en alguna etapa de su vida: “¿para qué escribo? ¿para quién?”. El sentido del arte es una de las cuestiones que el artista intenta resolver y sobre lo que sustenta su propuesta artística.

Pero hay otra cuestión en el fondo de dicha obra de Chéjov igualmente interesante. Este es el de la lucha, la contradicción, entre el arte viejo y el nuevo. El joven artista que lucha porque las nuevas formas tengan reconocimiento y el viejo arte que se conforma con lo logrado hasta ese momento. Uno y el otro se tratan como contrarios irreconciliables, ignorando que, en realidad, uno vive en el otro.

La maestría de Chéjov era precisamente esa: tratar temas profundos, en los que se mezclaba filosofía en el más puro sentido de la palabra con una imagen cotidiana, con la escena de la cotidianidad de la vida. Esto no podría ser de otra forma, pues lo más profundo, lo más elevado, solamente puede manifestarse y acontecer en las formas particulares de la vida que se manifiestan en las relaciones sociales cotidianas. De esta manera, ni la filosofía ni el arte están en un “más allá”, sino que representan lo que realmente acontece; lo representan probablemente en formas que sí procuran una imagen estética, formas que ya no pueden encontrarse tan fácilmente en la realidad, pero que no dejan de ser una necesidad de la vida misma.


Alan Luna es filósofo por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Guillermo del Toro o las paradojas del éxito

Diciembre 2022

Opinaba un crítico que Guillermo del Toro es uno de esos personajes a quienes es imposible no querer. Simpático, humilde y desprendido, el cineasta mexicano encarna precisamente la contra-imagen del artista arrogante que el gran público odia veladamente: señores envanecidos, de mirada altanera y de palabras proféticas en tonos pedantes, al estilo de un Vargas Llosa o un Borges.

Tres noticias, casi simultáneas, volvieron a colocar al realizador jalisciense en los titulares. La primera fue el desacuerdo con la cadena de distribución Cinemex respecto a la exhibición de Pinocho, su película más reciente; luego de la negativa de Cinemex a exhibir la película, el cineasta lanzó un llamado de solidaridad a todos los espacios independientes de exhibición del país, llamado al cual respondieron instituciones como la Cineteca Nacional y la UNAM, así como muchísimos espacios independientes en los estados. Dos: Del Toro alzó la voz públicamente, y con bastante dureza, contra la Secretaría de Cultura por la precaria situación financiera que ha provocado en la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas; dicha situación propiciaría la cancelación este año de los premios Ariel, espacio central —y de gran valor simbólico— para la débil industria cinematográfica mexicana; el director se ofreció a aportar una parte de los recursos económicos necesarios para la premiación, si con eso se garantizaba su realización. Por último, el doctorado honoris causa que le otorgó la UNAM por su destacada trayectoria en el cine mundial y mexicano.

Debo confesar que me sorprendió la solidez intelectual y el amplio panorama cultural del realizador, cuya figura solo conocía a través de sus películas. Al hablar de su trabajo, de sus concepciones y de sus experiencias se expresa con bastante precisión, en palabras sencillas y directas, perfectamente asequibles, sin sacrificar en absoluto la profundidad de sus ideas. Su horizonte cultural no es nada estrecho; menciona sus referencias con sobriedad, sin los malabares de la grandilocuencia discursiva. Me parece que no es cosa menor, sobre todo en los mundos del cine comercial, hallar un artista de tal perfil.

El de Guillermo del Toro es un cine comercial; y no es una afirmación peyorativa. Él mismo se defiende contra quienes dicen que prefieren sus películas «más personales» diciendo que todas sus películas son profundamente personales. Y aquí se abre la primera puerta del viejo debate: ¿puede el lenguaje del artista ser personal, auténtico, cuando se le somete a los criterios de la industria comercial? Del Toro parece afirmar que sí; él afirma que su cine es auténtico y personal. Después de todo, agradar o desagradar al público, acercarse o alejarse intencionadamente de él, también es una postura artística. Y de hecho, la fórmula de Del Toro funciona perfectamente: una narrativa sencilla y directa, un universo visual característico, y una reinvención de temas en torno a la fantasía. Su propuesta conmueve a millones de espectadores alrededor del mundo.

Su postulado es firme: las películas deben conectar con el público. Pero esta es una consigna peligrosa. ¿Hasta qué grado las exigencias del gran público determinan también el lenguaje del artista? Finalmente, como afirmaba Theodor Adorno sobre la música, la característica principal del cine comercial es precisamente la estandarización, la predominancia de fórmulas más o menos rígidas y, por tanto, predecibles. ¿Puede un artista que eleva (o reduce) como criterio máximo de su trabajo el agradar al gran público, salirse de los estrechos marcos de la industria para avanzar en la construcción de un lenguaje todavía más personal?

Creo haber aprendido que la única forma de que un artista pueda desplegar por completo sus capacidades artísticas es trabajando en el medio adecuado. En este sentido, es claro que el cine de Guillermo del Toro solo funciona, precisamente, en ese contexto: el de un cine de intención artística, pero principalmente comercial.

Solo que aquí el propio Del Toro comete un error de perspectiva. Al referirse a la precaria situación de la industria cinematográfica mexicana, en el contexto de su desacuerdo con la Secretaría de Cultura ya mencionado, el director arremetió en un tono bastante irrespetuoso contra el cine comercial mexicano, colocando los nombres de Eugenio Derbez y Omar Chaparro como ejemplo de pobre calidad; y en contraparte, citaba como cine de alta factura el trabajo de algunas realizadoras mexicanas, como Tatiana Huezo o Alejandra Márquez Abella. El centro de su argumento es claro: el cine comercial, por serlo, no requiere de estímulos financieros de las instituciones culturales públicas, como sí lo requiere el cine artístico.

Hasta aquí estamos todos de acuerdo. Pero cuando Guillermo del Toro admite tácitamente que el cine comercial es de una calidad inferior, se abren de nuevo las puertas a las viejas discusiones. ¿En qué sentido puede calificarse de inferior el cine comercial? No digo que no lo sea, sino que es necesario establecer criterios claros; de hecho, en parámetros como el alcance masivo o la aplicación en gran escala de los adelantos tecnológicos, el cine comercial es bastante superior al cine artístico. Si hablamos en términos, digamos, más artísticos, como la profundidad de los temas o la experimentación técnica, puede concederse al cine artístico una posición preponderante. Y sin embargo, aún desde esta perspectiva, figuras del cine mundial como Pedro Costa o Lav Díaz —cuyas películas exigen un esfuerzo intelectual descomunal— podrían legítimamente alzar la voz contra una propuesta esencialmente comercial como la de Guillermo del Toro. Hablando francamente, si lo situamos ecuánimemente en el amplio espectro del cine artístico mundial, el cine deltoriano quedaría más cerca de Eugenio Derbez que de Tatiana Huezo.

Sea como sea, el cine de Guillermo del Toro tiene el mérito de haber logrado un sello profundamente personal en un medio dominado por lo homogéneo. Su lenguaje visual es accesible sin llegar a ser banal, y sus historias, todas en torno a temas fantásticos, se reinventan en cada nueva película. El laberinto del fauno (2006) ha sido calificada por algunos, quizá prematuramente, como su obra maestra. No lo podemos saber todavía, pero sí es una película que recoge con gran pulcritud los principales elementos de su lenguaje: un cine educativo y accesible, perfecto para quienes prefieren un cierto grado de intención artística sin sacrificar la sencillez narrativa.


Aquiles Lázaro es promotor cultural e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

México: más explotación de los trabajadores

Diciembre 2022

Para entender cómo ocurre la explotación del trabajador mexicano, primero tenemos que definir qué se entiende por explotación. La explotación es la apropiación del trabajo ajeno. En el capitalismo, la relación de explotación entre el capitalista y el trabajador se efectúa mediante el salario. Esto es posible por la sencilla razón de que los capitalistas son los dueños de los medios de producción y los trabajadores poseen, esencialmente, su fuerza de trabajo para sobrevivir. El trabajador vende su fuerza de trabajo por un salario, el cual repone en un tiempo menor del que dura la jornada laboral. Quien crea todos los bienes que consumimos y las casas que habitamos son los trabajadores, pero ellos no pueden disfrutar de esa riqueza que crearon con su trabajo porque ellos no se apropian del producto que generaron. Así, se forman dos grandes clases sociales, los capitalistas que viven de las ganancias, y los trabajadores, que viven de su salario.

La explotación del trabajador mexicano se ha agudizado a niveles alarmantes a partir de la imposición del modelo neoliberal en México, lo que ha tenido como consecuencia principal un incremento de la desigualdad y del deterioro de las condiciones de vida de la clase trabajadora. Para demostrar esto, revisemos tres indicadores que sirven para visualizar estas tendencias.

Jornada de trabajo

La Ley Federal del Trabajo especifica que la jornada laboral debe ser de 8 horas diarias, con un día de descanso a la semana. Pero en México, los trabajadores que trabajan más de 48 horas a la semana van en aumento.

En 2005, 12.9 millones de trabajadores trabajaban más de esas 48 horas semanales, mientras que, en 2021, eran ya 15 millones. Estos 15 millones representan casi la tercera parte de la Población Económicamente Activa ocupada. Durante las crisis más importantes de nuestra época, la Gran Recesión de 2008-2009, y en 2020 la crisis del Covid, los trabajadores son los que pagan los platos rotos: en 2009 y 2020 el número de trabajadores en esta condición disminuye, pero no es porque hayan encontrado un mejor trabajo, sino porque se encuentran parados absolutamente sin posibilidad de emplearse ni de ganarse la vida[1].

Es decir, en los hechos, la jornada laboral va en aumento, aunque la ley diga otra cosa.

Salario absoluto

El salario mínimo, de acuerdo con la Ley Federal del Trabajo, es la “cantidad menor que debe recibir en efectivo el trabajador por los servicios prestados en una jornada de trabajo”, y “deberá ser suficiente para satisfacer las necesidades normales de una o un jefe de familia en el orden material, social y cultural, y para proveer la educación obligatoria de las y los hijos”. El monto de este salario mínimo lo fija el Estado.

Si revisamos el comportamiento del salario mínimo real, es decir, descontando los efectos de la inflación, podemos ver que el poder adquisitivo ha venido disminuyendo desde mediados de la década de los años 70.

Comparando la Canasta Alimenticia Recomendable (CAR) que elabora la Facultad de Economía de la UNAM, con el salario mínimo, vemos que se ha vuelto imposible costear la alimentación de una familia trabajadora (sin contar la energía que se necesita para cocinar, sin contar el vestido, la renta o esparcimiento): en 1987 era posible adquirir 1.6 veces la canasta; pero para 1997 con el salario mínimo ya sólo se podía adquirir el 54%[2];

Y, en 2021, con el salario mínimo en $141 pesos y la canasta en $301 pesos no era posible ni siquiera adquirir la mitad. Es decir, ahora, para adquirir la CAR de acuerdo con el salario que fija el Estado como mínimo se necesitaría trabajar casi 3 jornadas laborales, o bien, ganar diariamente 3 salarios mínimos. Por lo tanto, cada vez se vuelve más costoso para los trabajadores reponer su fuerza de trabajo diaria: paradójico con la propia definición que el Estado da acerca de qué es un salario mínimo.

Además, el número de trabajadores subordinados remunerados que ganan hasta 2 salarios mínimos o menos, que ya dijimos que son insuficientes para reponer la fuerza de trabajo, ha aumentado.

Mientras que, en 2005, 35% de los trabajadores recibía este monto, en 2021, más de la mitad de los trabajadores subordinados remunerados, el 63%, no podía adquirir la canasta alimenticia recomendable.  En los años 2009 y 2020 es cuando más aumentan los trabajadores que ganan menos de 2 salarios mínimos. Esto se debe, nuevamente, a las crisis, pues éstas traen más desempleo y eso deprime los salarios todavía más.

El incremento de los trabajadores que ganan entre 1 y 2 salarios mínimos en 2019 se debe a los aumentos nominales que el gobierno de la 4T ha instrumentado. El problema de estos aumentos unilaterales, que no van acompañados de cambios estructurales en el mercado de trabajo ni de la estructura económica, es que en México casi el 60% de la fuerza laboral está en el empleo informal, es decir, sin seguridad social, sin prestaciones y sin la capacidad de sindicalizarse, y, por lo tanto, no hay un efecto directo de los aumentos sobre su salario. ¿Cuál es el verdadero resultado de estos incrementos? El aumento sustancial de trabajadores que pasaron a formar parte de las filas de aquellos que ganan entre 1 y 2 salarios mínimos.

Por lo tanto, el salario mínimo que fija el Estado alcanza cada día menos para reponer la fuerza de trabajo del trabajador y su familia; el número de trabajadores subordinados que no reponen su fuerza de trabajo íntegra alcanza el 63% de ellos y va en ascenso esta proporción.

Salario relativo

El ingreso que se genera en México ha aumentado en el periodo y tiene una tendencia creciente siempre. Pero, ¿quién se apropia de este ingreso?, ¿los trabajadores o los capitalistas?

Para el total de la economía[3], es decir, tomando en cuenta el sector público y el sector privado, la parte que se apropian los trabajadores ha venido disminuyendo desde la década de los años 90. Pero si tomamos únicamente el sector de la empresa privada[4], la parte que se apropian los trabajadores del ingreso que ellos generaron mediante su trabajo es sorprendentemente menor: en 1990, su participación era de 28.7%, mientras que, en 2015, la apropiación del fruto de su trabajo era del 22.6%.

La concentración del ingreso es tan alta, que el 50% de los mexicanos solamente disfruta de menos del 10% del ingreso generado anualmente desde el año 2002 mientras que el 1% de la población mexicana, los capitalistas más ricos y dueños de inmensas fortunas, se apropian casi del 30% del ingreso anual generado por los trabajadores.

¿Pero por qué ha aumentado la explotación de la clase trabajadora? Hay dos causas generales. Hay una política de represión contra la organización de los trabajadores ejercida por la clase capitalista, nacional e internacional. Además, el Estado juega un papel importante, pues desde el cambio de modelo económico al neoliberalismo, las reformas laborales solo han servido para mermar la capacidad de organización de los trabajadores y eliminar toda exigencia por mejores condiciones de vida, privilegiando, con ello, el enriquecimiento de las clases altas. Y, en segundo lugar, el modelo económico con el que compite México en el escenario internacional tiene su base en fuerza de trabajo con bajos salarios y extensas jornadas laborales, para provecho del capital imperialista. La organización de los trabajadores mexicanos se vuelve más necesaria que nunca.


Gladis Mejía es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] Organización Internacional del Trabajo. (2020). “México y la crisis de la COVID-19 en el mundo del trabajo: respuestas y desafíos”.

[2] Lozano Arredondo, A. y Lozano Tovar. (2001). Pobreza y Desarrollo Económico en el Sur de Jalisco, Municipio de Tamazula de Gordiano (1990-1997). Tesis UNAM.

[3] Ibarra, C. A., & Ros, J. (2019). The decline of the labor income share in Mexico, 1990–2015. World Development, 122(C), 570-584.

[4] Ibarra, C. A., & Ros, J. (2019). The decline of the labor income share in Mexico, 1990–2015. World Development, 122(C), 570-584.

Algunas aclaraciones sobre el cambio climático

Diciembre 2022

El cambio climático ha existido siempre, es parte de la historia de la tierra; la tierra se ha calentado y se ha enfriado más de una vez desde que se formó, hace aproximadamente 4 mil 600 millones de años. El “efecto invernadero” formado principalmente por dióxido de carbono (CO2), metano y óxidos nitrosos, también existía antes de que la especie humana apareciera sobre la superficie terrestre. El efecto invernadero fue incluso necesario para el origen de la vida sobre el planeta; ya que, por un lado, se requería una temperatura planetaria ni tan fría ni tan caliente, con un promedio superficial de aproximadamente 20°C, y por el otro, esta temperatura tenía que ser relativamente estable para que las distintas moléculas reaccionaran entre ellas y se asociaran formando a las primeras células y a los primeros seres vivos.

Algunos gases que forman el “efecto invernadero” que está provocando el calentamiento global actual provienen de fuentes no humanas: el CO2 proviene de la actividad volcánica y de procesos biológicos como la respiración; el metano y los óxidos nitrosos se producen por la descomposición de las plantas, entre otros procesos naturales. Sin embargo, las concentraciones de tales gases de efecto invernadero (GEIs) son mayores en la actualidad que antes de la existencia humana y, además, ahora existen otros gases de efecto invernadero que son enteramente producto de actividades humanas como la industria y el uso de aerosoles, es el caso de los clorofluorocarbonos que no existían antes de los humanos. ¿Cómo distinguimos las causas no humanas de las causas humanas del calentamiento global actual? Mediante dos mecanismos: el estudio de los ciclos solares y las huellas de los isótopos del carbono [1].

Según los hallazgos de los científicos que estudian la paleo-climatología o el clima del pasado, las etapas del cambio climático pasado han estado relacionadas con los ciclos solares. Estos son ciclos de 11 años en los que el Sol cambia por completo su campo magnético; es decir, 11 años en los que el Polo Norte magnético del Sol cambia con su Polo Sur magnético. Los científicos estudian la irradiación solar total durante estos ciclos y han detectado que cuando hubo disminución de la actividad solar, la temperatura de la tierra disminuyó y se desencadenaban eras de hielo en la Tierra. Por el contrario, cuando la irradiación solar aumentaba, la tierra se calentaba. Otro aspecto directamente relacionado con el cambio climático del pasado fue la actividad volcánica, puesto que esta produce altas cantidades de CO2 que forman un efecto invernadero que atrapa el calor dentro del planeta.

En el presente,  la tierra se está calentando, pero sin un incremento significativo de irradiación solar, como se esperaría si la causa principal del calentamiento actual fuera la actividad solar; tampoco ha habido mucha actividad volcánica que esté incrementando la cantidad de CO2 en la atmósfera. Esto quiere decir que ahora existen otras causas detrás del incremento de gases de efecto invernadero y el consecuente calentamiento de nuestro planeta. ¿Cuáles son y cómo saberlas?

Aquí entra el estudio de las huellas de los isótopos. Los isótopos son átomos del mismo elemento, en este caso del Carbono, que tienen la misma cantidad de protones, pero distinta cantidad de neutrones en el núcleo. Ciertos isótopos son más abundantes en algunos materiales que en otros, ya que algunos procesos físicos y químicos “prefieren” un isótopo sobre otro. Asumamos, por ejemplo, que en la quema de combustibles fósiles se produce el isótopo “x” del Carbono y en la respiración biológica se produce el isótopo “y”.  Entonces, a la hora de estudiar el Carbono presente en la atmósfera, los científicos pueden saber de dónde viene la mayor cantidad de isótopos de carbono presentes, ya que estos traen consigo su huella de origen: si hay mayor cantidad de isótopos “x” del Carbono, significa que la mayor cantidad de gases de efecto invernadero viene de la quema de combustibles fósiles. Estas etiquetas isotópicas sirven entonces para determinar qué porcentaje del carbono presente en la atmósfera en forma de CO2 proviene de la quema de combustibles fósiles realizada por la industria y qué porcentaje proviene de procesos naturales no-humanos.

Aunque no había humanos presentes cuando se formó nuestro planeta ni cuando éste experimentó periodos de enfriamiento y periodos de calentamiento, los científicos pueden tener ideas al respecto mediante el estudio de los estratos o las capas de suelo y de las capas de hielo. En las capas del suelo y en las capas de hielo hay evidencias de las especies de seres vivos que existieron en el pasado y también hay información sobre las condiciones en que estas vivían.  Para distinguir el calentamiento global actual de aquellos que sucedieron en el pasado, nos referiremos a él como crisis climática.

Fue en la Revolución Industrial, a finales del siglo XVIII, que la concentración de gases de efecto invernadero se disparó en la atmósfera. Sucedió así porque en este periodo se gestaba un tipo de sociedad con una forma de producir mercancías basada en el uso de combustibles fósiles y en la explotación acelerada de la naturaleza, tanto de su componente no humano, como de su componente humano. Desde entonces varias de las actividades productivas y, particularmente las actividades industriales, han seguido emitiendo más y más gases de efecto invernadero en la atmósfera. El deseo acelerado de ganancias económicas no ha dado tregua a los ecosistemas y estos no han podido recuperarse al ritmo de la destrucción y alteración que en ellos ha hecho este sistema económico de producción.

¿Pero quienes en concreto han generado la mayor parte de las emisiones? ¿hemos sido todos los humanos por igual? La crisis climática está indisolublemente unida a la desigualdad económica: se trata de una crisis impulsaba por las emisiones generadas por los ricos, pero que afecta fundamentalmente a los pobres. En su informe titulado “La desigualdad extrema de las emisiones de carbono” la OXFAM [2] establece que el 10% más rico del planeta es responsable de más de la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero; y el 50% de la población mundial más pobre es apenas responsable del 10% de las emisiones. Es decir, la mitad más pobre de la población mundial no deforesta miles de hectáreas de bosques que podrían estar absorbiendo el CO2 atmosférico y mitigando la crisis climática; la mitad más pobre de la población mundial no posee compañías aéreas ni vuelan regularmente en aviones privados emitiendo toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera. Son ciertas aerolíneas en concreto las que hacen un uso ineficiente del combustible, liberando miles de toneladas de CO2 en la atmósfera [3].

La mitad más pobre de la población mundial no posee compañías de extracción y producción de petróleo y derivados. Son 20 las empresas privadas y estatales que desde 1965 han producido el 35% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono y metano: Saudi Aramco, Chrevon, ExxonMobile, BP, Royal Dutch Sheel, Petrobras, Pemex, Petróleos de Venezuela, PetroChina, entre otras [4]. Existe otra lista elaborada por el Carbon Disclosure Project de 100 empresas responsables del 71% de las emisiones globales de CO2 desde 1988 [5]. En palabras de Mattew Hubber [6]: “Son los capitalistas quienes han expropiado nuestros medios de vida y han expropiado también el futuro de nuestro planeta. Los capitalistas han expropiado nuestra atmósfera, nuestros océanos y los han convertido en su vertedero privado”. La misma responsabilidad han tenido los gobiernos que protegen los intereses del capital en lugar de proteger el bienestar general de los humanos y el uso equilibrado de los recursos naturales de los territorios que gobiernan.


Citlali Aguirre es maestra en ciencias biológicas por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Referencias

[1] https://climate.nasa.gov/evidence/

[2]https://www-cdn.oxfam.org/s3fs-public/file_attachments/mb-extreme-carbon-inequality-021215-es.pdf

[3] https://www.ngenespanol.com/naturaleza/contaminacion-de-aerolineas-listado-eficacia-de-combustible/.

[4] https://www.eldiario.es/internacional/theguardian/solo-empresas-emisiones-dioxido-carbono_1_1323782.html

[5] https://cdn.cdp.net/cdp-production/cms/reports/documents/000/002/327/original/Carbon-Majors-Report-2017.pdf?1501833772

[6] Matthew T. Huber. 2022. Climate Change as Class War: Building Socialism on a Warming Planet, London; New York: Verso Books.

Por la reconquista de Eurasia

Diciembre 2022

La lectura del imperialismo estadounidense de la Guerra Fría del siglo XX que hacía uno de sus halcones más conspicuos, el consejero Zbigniew Brzezinski (1928-2017), parece adquirir nuevo vigor en la geopolítica, es decir en las decisiones e implicaciones de carácter global, que actualmente ejecuta el gobierno Estados Unidos (EE. UU.). Las pugnas del presidente Joe Biden en Ucrania y en Taiwan, tanto en el océano Atlántico como en el Pacífico, buscan una reconquista del continente euroasiático; es decir, el sometimiento de las naciones que componen Europa y Asia en favor la hegemonía del imperio americano. Sin embargo, los elementos de poder que le permitieron ser “única potencia global” después de la caída de la Unión Soviética y la política guerrerista está chocando con un bloque continental bastante potente, la alianza ruso-china.

Los “dominios clave” que hicieron posible la llegada de ese país al trono mundial, dice Brzezinski en su obra principal (El gran tablero mundial, 1997), eran cuatro: la superioridad mundial militar, económica, tecnológica y cultural que adquirió EE. UU. a lo largo del siglo XX. Esa preeminencia absoluta se produjo gracias a la conquista de Eurasia, el territorio más poblado y rico del mundo, base histórica de los imperios más poderosos de la humanidad. Después de las guerras mundiales (1914-1945), la situación aislada e imperial que conservaba desde el siglo XIX a través del dominio completo que los estadounidenses tenían sobre el continente americano, les permitía ser la primera potencia económica. El país representaba entonces el 50% del producto mundial bruto (Brzezinski, p.47), y sus marines surcaban todos los mares, siendo desde entonces dueños únicos de ese inmenso espacio vital. No dominaban, en cambio, el territorio euroasiático: sus vasallos en esa masa continental solo eran los países occidentales de Europa, algunos países del sudoeste asiático, así como las islas japonesas y Taiwán, por el lado oriental. La mayor parte de esa inmensa superficie estaba bajo el dominio de la poderosa alianza estratégica sino-soviética, que acordaron los gobiernos comunistas de Stalin y Mao (Ibid, pp. 31-32).

Frente a este obstáculo, indica el autor, los gobiernos consecutivos de Estados Unidos emprendieron una política general de desestabilización sobre Eurasia, tratando de sacudirle de encima a la potencia comunista bicéfala. Las medidas fueron drásticas. Por un lado, frentes de verdadera conquista territorial e ideológica en Indochina, Corea y, ulteriormente, en Golfo Pérsico y en Afganistán; por otro lado, con el objetivo de desestabilizar a los aliados comunistas de la Unión Soviética, abrieron brechas de conquista ideológica –mediada por la intimidación nuclear de la amenazante Organización del Tratado del Atlántico Norte– desde las fronteras imperiales de occidente. La pujanza económica de los estadounidenses y la propaganda apabullante que desarrollaron a través del cine, los periódicos, la televisión, las radiodifusoras, etc., hicieron posible que la tecnología, el modo de vida y el sistema bipartidista, “democrático”, de los americanos se impusieran en todo el planeta como los paradigmas de civilización y desarrollo mundial.

La conquista efectiva de Europa y Asia ocurrió de manera paulatina tras la muerte de Stalin (1953). La república China y la Unión Soviética enfriaron sus relaciones con el ascenso de Nikita Jrushchov. El vacío entre estos dos gigantes comunistas fortaleció las posiciones euroasiáticas estadounidenses y finalmente, el imperio mundial americano se entronizó cuando Mijaíl Gorbachov tiró la bandera de la hoz y el martillo en 1991. Por eso las perspectivas de la gestión imperial norteamericana parecían positivas en el año en que Brzezinski escribió su libro. En la década de los 90 del siglo XX la economía estadounidense representaba 30% del PMB, su modelo cultural era copiado por sus vasallos, su tecnología ocupaba los primeros lugares en ventas en todos los mercados y sus “legiones” tenían destinos en todo el mundo, preparadas para saltar contra los impulsos antiimperialistas. Cualquier intento de retorno a la multipolaridad parecía neutralizado. De hecho, el nuevo gobierno ruso de Boris Yeltsin y el gobierno chino establecieron negociaciones con esa “potencia global”, la primera de su especie en la historia (p. 49).

No obstante, la historia no terminó ahí. A unas décadas de los cantos triunfales que interpretaba Brzezinski, el mundo se halla trastocado. Por un lado, China está convirtiéndose aceleradamente en la primera potencia económica y tecnológica del mundo: de acuerdo con la información ofrecida en el sitio de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE; https://data.oecd.org/gdp/gross-domestic-product-gdp.htm), en 2021 el producto interno bruto (PIB) de ese país alcanzó los 24,313,685 millones de dólares (mdd). Esta cifra es superior al PIB de Estados Unidos (23,315,085 mdd), así como al de la Unión Europea (21,759,094 mdd). Además, por lo menos desde 2013 el vigor económico chino se proyecta de manera abierta sobre toda Eurasia; pero a diferencia del estadounidense que somete a los países a sus condiciones, China ofrece al mundo un verdadero proyecto alternativo, de cooperación económica y de beneficio mutuo entre los países de toda esa masa continental: se trata de la Nueva Ruta de la Seda o, por su nombre oficial, la Iniciativa de la Franja y la Ruta (“Belt and Road Initiative” BRI), cuyas características positivas para el progreso económico intracontinental común han sido detalladas por la propia OCDE, en su “China’s Belt and Road Initiative in the Global Trade, Investment and Finance Landscape” (documento publicado en 2018, disponible en línea). La atracción que genera una alternativa económica de ese género ha permitido afianzar progresivamente las relaciones económicas de los países de Asia y de Europa con China. El crecimiento chino está vigente. De ahí que en la primera mitad de 2022 las exportaciones de ese país se multiplicaran hacia los mercados de sus principales socios: EE. UU., la Unión Europea y los países del sudeste asiático (https://espanol.cgtn.com). Los pilares económico y tecnológico del imperio están en cuestión; a menos de medio siglo de su entronización, se desmoronan frente a la alternativa asiática.

Por regla general, el destino que pesa sobre aquellos pueblos que han osado resistirlo está marcado por la destrucción absoluta, el despliegue de las legiones imperiales: Yugoslavia, Afganistán, Irak, Siria, Libia, entre otros, pueden ilustrar el trato de la nación que se cree soberana del mundo.  Pero también esto se acabó. Aquellos “socios” que se doblaron ante Estados Unidos cada vez inclinan menos la cabeza. Rusia, el país que Brzezinski consideraba “socio” arrodillado bajo el mandato de Yeltsin, se rebeló: su gobierno detuvo esa política de servilismo y ha exigido respeto desde la primera década del siglo XXI. Recordemos, en ese sentido, el intento fallido norteamericano de crear un escenario a lo ucraniano en Georgia, en 2008 bajo el Gobierno de George W. Bush. El presidente Vladimir Putin no está dispuesto a dejar mancillar su país: por eso ha desarrollado su tecnología militar desde hace mucho tiempo y conserva el vasto arsenal nuclear que heredó de los soviéticos, lo que convierte a Rusia en la segunda potencia militar del mundo. Las capacidades bélicas de este país fueron probadas muy recientemente, durante las prácticamente imparables operaciones rusas en Siria, únicas que destruyeron al ya fallecido Estado Islámico. La Operación Especial de 2022 también evidencia esas cualidades rusas: aunque todas las armas, la inteligencia y asistencia logística de la OTAN llegan a granel a Ucrania, Rusia sigue de pie: incluso domina ya todo el Donbass y mantiene a raya las capacidades ucranianas. Recientemente, Zelensky anunció que las pérdidas militares ucranianas ascendían hasta ahora a 13,000 bajas; sin embargo, la radiodifusora Franceinfo señaló que Washington estimaba que la cifra real era al menos 10 veces más grande, 130,000 muertos (noticia dada durante la programación matutina de Franceinfo el 2 de diciembre de 2022). China también ha desarrollado sus arsenales, de manera que es la tercera potencia militar del mundo, con un ejército y marina altamente tecnologizados, y con un importante arsenal nuclear. Tampoco está dispuesta a que se le amenace desde Taiwan, que Estados Unidos viole el principio de una sola China que respetaba hasta hace algún tiempo. Por eso el presidente Xi Jinping pidió a sus fuerzas armadas que estuvieran listas para la guerra cuando el gobierno de Biden visitó esa isla.

En ese sentido, el imperio americano ya no se sostiene sólidamente sobre aquellos cuatro “dominios clave” de Brzezinski. Actualmente son dominios en disputa. La alianza de la Federación Rusa y de la República Popular de China constituye una nueva potencia antiimperialista euroasiática. Los lazos económicos de esos países, que proponen el fin del imperio universal, eran conocidos desde hace mucho, pero sus compromisos de asistencia y colaboración mutuas se reafirman prácticamente cada día en medio de las amenazas de Ucrania y Taiwán. El 28 de noviembre de 2022, por ejemplo, el sitio de noticias Infobae –que no puede ser acusado de publicar cosas prorrusas– comenzaba una nota así: “El canciller del gigante asiático”, China, “se reunió con el embajador ruso y dijo que la relación de ambos países será impulsada ‘sin importar cómo evolucione la situación internacional’” (infobae.com). En esas circunstancias, la única salida que ve Estados Unidos para reconquistar su hegemonía es la vía de reconquistar Eurasia por la fuerza. En la medida  en que su forma de imperio por subyugación inapelable ya no es opción atractiva para buena parte de los pueblos del continente –aquellos que prefieren una cooperación pacífica–, únicamente queda en sus manos el camino bélico. Es decir, promover la destrucción de aquel bloque de resistencia euroasiática desde los dos frentes guerreristas de Ucrania y Taiwán. La hora de la guerra ha llegado: se enfrentan el modelo de imperio por sometimiento de EE. UU. y el modelo de colaboración honesta y equitativa entre naciones de la alianza de China y Rusia. Los países del mundo deberíamos elegir el derrocamiento de la unipolaridad norteamericana.


Anaximandro Pérez es Maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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