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La prueba PISA y la desigualdad

| Por Pablo Hernández Jaime

Persisten los puntajes bajos de México en la prueba PISA para la evaluación de estudiantes (por sus siglas en inglés: Programme for International Student Assessment). Pero ¿qué significa esto? Para comprender hay que aclarar algunos puntos.

La prueba PISA, que se aplica cada tres años desde el 2000 en diversos países de la OCDE, tiene el objetivo –y cito textualmente– de “evaluar la formación de los alumnos cuando llegan al final de la etapa de enseñanza obligatoria, hacia los 15 años”. Para ello se aplican exámenes de lectura, matemáticas y ciencias. “Es importante destacar que si bien PISA utiliza la herramienta de las preguntas de opción múltiple, una porción importante de los reactivos, particularmente los más complejos, requieren del alumno la redacción de textos e incluso la elaboración de diagramas” [1].

PISA, entonces, mide el desempeño de jóvenes de 15 años a nivel mundial en pruebas de habilidad que tratan de capturar su grado de preparación en áreas de conocimiento básico. Es importante aclarar esto porque, PISA no evalúa programas ni sistemas educativos; su diseño no está pensado para eso. PISA, en cambio, sirve para obtener una medida común de habilidades que permita a los distintos países y a sus creadores de política pública pensar mejor el contexto educativo sobre el que tratan de intervenir.

Esta aclaración es importante por una razón fundamental: los desempeños observados en habilidades básicas por PISA no son resultado exclusivo de cada individuo o del sistema educativo de cada país, sino de las condiciones sociales en su conjunto. En este sentido, los puntajes de “habilidad” no reflejan ni la “inteligencia” de los estudiantes, ni inmediatamente “la calidad del sistema” sino, más en general, la habilidad media que los estudiantes logran desempeñar dadas las condiciones de su sociedad y las de su sistema educativo.

“Se necesitan fuertes inversiones en políticas de compensación para construir condiciones de equidad”

Esta distinción no es menor. Baste señalar que, si bien los puntajes promedio de lectura, matemáticas y ciencias para México son de 420, 409 y 419 respectivamente (el promedio OCDE es 487, 489 y 489), los estudiantes de condiciones sociales aventajados, de acuerdo con el propio informe PISA 2018[2], tendieron a obtener resultados 81 puntos promedio superiores a los de sus compañeros de estratos sociales desaventajados. La habilidad escolar también tiene su marca de clase.

Este señalamiento es importante porque en contextos de suma pobreza y desigualdad, como lo es México, el sistema educativo se enfrenta a un problema que en muchos sentidos lo excede y que no puede resolver por sí solo. La solución entonces no puede llegar por vía exclusiva del sistema educativo, sino que debe haber un mejoramiento integral de las condiciones de vida de la sociedad, el cuál debe venir acompañado de una política educativa orientada fuertemente a la compensación de carencias socioeconómicas y educativas en los sectores más vulnerables.

Considérese, por ejemplo, que “alrededor del 27% de los estudiantes en México matriculados en una escuela desaventajada (promedio OCDE: 34%) y el 17% de los estudiantes matriculados en una escuela aventajada (promedio OCDE: 18%) asisten a una escuela cuyo director informó que la capacidad de la escuela para proporcionar instrucción se ve obstaculizada, al menos en cierta medida, por escasez de personal docente.”[3] El dato es elocuente; y es que, aunque la tasa neta de escolarización en educación primaria ya es de 98.4% y en secundaria de 86.2%, los problemas de desempeño en habilidades persisten de manera generalizada.

El problema entonces no es —como ha sugerido el presidente de la República— un problema de simple cobertura. Al menos en educación básica el sistema educativo es asequible para la población. El problema es que la escuela en México se enfrenta a tales carencias, y sus recursos son tan limitados, que no puede dar los resultados esperados. El problema es sistémico y si la educación mexicana quiere contribuir en algo necesitará fuertes inversiones en políticas de compensación para construir las condiciones de equidad que necesitamos.

Pablo Hernández Jaime es maestro en ciencias sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
pablo.hdz.jaime@gmail.com


[1] Ver: https://www.oecd.org/pisa/39730818.pdf

[2] Ver: https://www.oecd.org/pisa/publications/PISA2018_CN_MEX_Spanish.pdf

[3] idem

Creación artística y consumo

Diciembre 2019

En un texto que se publicó como Introducción general a la crítica de la economía política escrito en 1857, Marx hace mención de temas que no tratará después de manera tan explícita. Uno de estos es el de la dialéctica entre la producción de las mercancías y el consumo de estas. La pregunta a responder es la siguiente ¿quién crea a quién?, ¿la producción determina al consumo o el consumo determina a la producción? Casi siempre que se nos presentan problemas teóricos como estos, tan comunes en la realidad, el pensamiento tradicional tiende a ver la verdad en solo uno de los opuestos.

Una forma común de resolver el problema es pensando que la producción no hace sino satisfacer la necesidad del hombre, es decir que las mercancías solo existen porque el hombre necesita comer, vestir, etc., y, por tanto, la producción la determina el consumo; la necesidad, la demanda de mercancías.

Pero la cosa no es tan sencilla. Marx nos dice que hay que tomar en cuenta que la producción determina el consumo de varias maneras. La forma en la que se produce puede determinar el modo en el que se consume. Un sistema de producción en donde lo primordial sea la creación de mercancías como medio para incrementar el capital de los dueños de los medios de producción, creará incluso nuevos bienes de consumo que no sean los estrictamente necesarios para el hombre en un principio. De esta manera, el dueño del capital provoca la necesidad de consumir bienes que bien pudieran no ser una necesidad en un principio. De igual manera, una producción regida por la lógica de la mayor ganancia posible, no repara en modificar las contaminantes formas en las que produce, si con ello cumple su propósito; por lo tanto, la forma en la que se consume, es también contaminante en exceso, y el origen está, como vemos, en la lógica del sistema de producción.

Producción y consumo están unidos, se determinan mutuamente, pues es verdad que la necesidad del hombre exige de la producción de los bienes necesarios para poder satisfacer dicha necesidad.

En la relación producción-consumo en el arte ocurre algo muy parecido. El arte es una necesidad del hombre para expresarse y lograr realizarse como ser creador, pero también el arte ya realizado impacta sobre la sensibilidad de la gente y hace que se aprecien cosas que antes no demandaba el espectador. La educación estética se va desarrollando en parte por lo que se observa en el entorno social, y se puede decir que no solamente el espectador es el responsable de la demanda del arte, sino que el artista puede proponer lo que quiere expresar y hacer partícipe al espectador, buscar que este se sienta identificado con sentimientos que aún no había podido expresar o con nuevas propuestas que sean de su interés.

Este tema cobra relevancia al hablar del llamado “arte de masas”, expresiones creadas supuestamente para satisfacer la demanda popular, creaciones en masa que pretenden ajustarse a la exigencia de la mayoría, obviando deliberadamente que las dolencias y pasiones populares no son estáticas y que están determinadas por la sociedad en la que viven. Aquí se hace notar la importancia de un arte orientado a la masa sin que sea enajenante, es decir, que al mismo tiempo sea una representación de las pasiones generales y una forma de incrementar la sensibilidad y la cultura de todos. Un arte que haga evolucionar el consumo artístico al que se ha acostumbrado al pueblo en nuestros días.


Alan Luna es investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
alunamojica@gmail.com

Autoritarismo presidencial en PEF 2020

Noviembre 2019

En los últimos 15 días pasó a ocupar el centro de atención de la agenda nacional la aprobación del Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF) 2020. De acuerdo con la Ley Federal de Presupuesto y Responsabilidad Hacendaria, el presupuesto debió aprobarse por la Cámara de Diputados a más tardar el 15 de noviembre. Sin embargo, esto no se hizo porque la sesión ordinaria de la Cámara de Diputados fue pospuesta tres veces consecutivas, a causa del plantón que mantienen distintas organizaciones sociales, populares y campesinas afuera de la Cámara de Diputados exigiendo una distribución equitativa de los recursos para atender los problemas del campo y de rezago social.

Estos acontecimientos mostraron actitudes antidemocráticas y dictatoriales del Presidente de la República que no se pueden pasar por alto y deben ser señaladas.

Debe destacarse, en primer lugar, que ante estas manifestaciones de descontento la respuesta del presidente únicamente ha sido la descalificación de las organizaciones sociales, acusándolas de corruptas y de que quieren moches, a pesar de que se le han hecho saber públicamente los programas y obras de carácter social donde se requiere canalizar los recursos. El presidente se ha negado a escuchar y dar respuesta a las inconformidades de sus gobernados, rechazando la legitimidad de sus demandas, a sabiendas de que son parte de la ciudadanía que paga impuestos y tiene derechos consagrados en la constitución.

En segundo lugar, al desacreditar públicamente a estas organizaciones sociales, están atropellando los derechos de petición y organización estipulados en nuestra Carta Magna, violando el juramento que hizo al tomar protesta como Presidente de la República; además, se provoca un clima de linchamiento social hacia las organizaciones.

Y en tercer lugar, quebrantando la división de poderes, le ha ordenado a la Cámara de Diputados que apruebe el PEF 2020 en su totalidad, sin hacerle ninguna modificación.

Es apremiante que el presidente reconsidere esta actitud y atienda las demandas de sus gobernados.


Ollin Vázquez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Más recortes a cultura en Presupuesto 2020

| Por Aquiles Lázaro

A estas alturas, ya puede distinguirse una tendencia sobre el lugar que ocupa el sector cultural en el gobierno autonombrado cuarta transformación. Aunque salpicada de declamaciones superficiales sobre los grupos marginadas y los pueblos indígenas, la línea general gubernamental en materia cultural se diferencia poco de los proyectos precedentes.

El objetivo que se fija la el gobierno federal en su Plan Nacional de Desarrollo, el de garantizar la universalidad del acceso a los bienes y servicios culturales, desde las últimas décadas del siglo pasado, la línea común sobre la que se han diseñado y aplicado las políticas estatales. Este gobierno se enfrenta, además, a la insuficiencia permanente de infraestructura pública; lo que ha propiciado un rápido crecimiento en la oferta de bienes culturales desde el sector comercial privado, oferta que constantemente se expande y diversifica.

Si se considera que las actividades vinculadas al sector de la cultura han alcanzado en los últimos años más del 3 % del PIB, y que estas actividades provienen mayoritariamente del sector privado, se aprecia el imperativo de diseñar criterios nítidos sobre la responsabilidad estatal de garantizar el acceso a la cultura.

En esta misma línea, el debilitamiento de la participación pública en la oferta de bienes culturales ha contribuido a establecer en la población patrones de consumo dominados por los repertorios comerciales de grandes empresas del entretenimiento: televisoras, radiodifusoras, productoras fílmicas o sellos discográficos. Más aún: si tales patrones de consumo cultural son aplicables a la población en general, es precisamente en los sectores sociales de bajos ingresos donde adquieren un alcance casi universal. Esto configura un panorama adverso, que exige el diseño de estrategias precisas desde la política cultural en lo que se refiere a la reducción de los niveles de desigualdad social.

“La política de reducción de presupuestos representa un retroceso respecto a los proyectos culturales de gobiernos anteriores”

Y a pesar de todo lo anterior, las políticas de la nueva administración han estado encaminadas a la disminución presupuestal. El monto asignado al sector cultural en el PEF 2019 representó ya una reducción real respecto al promedio anual del sexenio pasado; para 2020, y a pesar de las protestas de varios sectores del gremio cultural, el presupuesto vuelve a recortarse. Esto acentúa una continuidad general con los presupuestos insuficientes de las últimas décadas.

Debe añadirse, por otra parte, el fortalecimiento de las relaciones gubernamentales con grupos empresariales que participan de modo relevante en el mercado del entretenimiento (Salinas Pliego, Slim, Azcárraga). Esto representa un potencial impulso a los contenidos comerciales masivos, con el correspondiente incremento en ganancias de los inversionistas beneficiados.

En suma, la política de reducción de presupuestos a la infraestructura cultural representa un retroceso respecto a los proyectos culturales de los gobiernos anteriores. Si se tiene en cuenta, además, la desventaja del sector cultural público frente a la oferta comercial del sector privado, así como el estrechamiento de relaciones con grupos empresariales interesados en el mercado del entretenimiento masivo, puede apuntarse que la política cultural se enmarca, de hecho, en el postulado neoliberal clásico sobre disminuir la responsabilidad estatal de desarrollar infraestructura desde el sector público.

Aquiles Lázaro es promotor cultural e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
aquileslazaromendez@gmail.com

Presupuesto 2020 afectará a sectores campesinos

| Por Jorge López Hernández

En el Proyecto de Egresos de la Federación para el 2020, prácticamente se desmantela toda la red de programas y apoyos destinados al fomento del sector agropecuario. Por ley, todos los recursos que se destinan al medio rural se etiquetan en el programa especial concurrente (el conocido PEC). Este programa atiende a través de varias secretarías, todos los aspectos relacionados con el medio rural, que van desde la salud, alimentación, educación, medio ambiente, cuestiones agrarias, y por supuesto el fomento a las actividades del sector agropecuario.

En el proyecto de presupuesto de egresos para el próximo año se contempla quitarle al PEC más de 20 mil millones de pesos, para ello se propone eliminar a 53 programas y a otros disminuirle su presupuesto. La secretaría más afectada es la de agricultura y desarrollo rural que le quitan 19 mil millones de pesos, es decir, una reducción de casi el 30% de su presupuesto con respecto al año en curso.

La mayoría de los programas que se eliminan están destinados al fomento de las actividades productivas del sector agropecuario como: la comercialización, el financiamiento, el seguro, la investigación y desarrollo tecnológico, impulso a la capitalización de las unidades productivas, sanidad e inocuidad, entre otros. Además, es importante señalar que programas como el de fertilizantes y el de crédito ganadero a la palabra se le quitan 3,500 millones de pesos, a pesar de ser programas implementados por este gobierno y, por si faltaba menos, se elimina el programa de apoyo para la adquisición de leche a productores nacionales, solo por mencionar algunos.

“Con estas políticas, la pobreza y la desigualdad seguirán arraigándose en el campo”

Con estas acciones, el gobierno olvida que el sector agropecuario es un sector productivo y muy importante para el desarrollo del país. Que necesita infraestructura carretera, almacenes, sistemas de riego, transferencia de tecnología, disponibilidad de insumos a bajos precios, financiamiento a proyectos productivos, capacitación, etc. Se necesita resolver el problema de la baja productividad de las unidades de producción. Y nada de esto se está haciendo.

Si no se hacen cambios importantes en el presupuesto para el sector agropecuario, los problemas del campo se agudizarán. Pero sobre todo, la pobreza y la desigualdad seguirán arraigándose en el campo.

Jorge López Hernández es maestro en economía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
avpa_jorge@hotmail.com

Latinoamérica revuelta y México en silencio

| Por Abentofail Pérez

Las últimas semanas se ha dado a conocer a través de los medios de comunicación y sobre todo, a través de las redes sociales, el impacto de las manifestaciones en contra de los más conspicuos gobiernos neoliberales de América Latina. Las multitudinarias manifestaciones que inundaron las calles de la capital chilena la semana pasada, y que continúan en varios puntos del país, fueron efecto inmediato del alza en el precio del transporte, principalmente del metro. Este es el más evidente síntoma de descontento. A pesar de que parecen ser un movimiento inmediatista producto del descontento de un sector de la población, no olvidemos que existe un fermento social y económico altamente polarizado que propicia, y explica, el descontento social: en el país andino el 1% de la población posee el 26% del ingreso nacional, y que el 50% más pobre tiene solo el 2.1% de la riqueza. Lo que explica que la protesta, inicialmente de carácter estudiantil, sea secundada ahora por un amplio sector de trabajadores.

Por su parte, en Ecuador se registró una de las manifestaciones masivas más grandes de su historia. Cientos de miles de estudiantes, indígenas y campesinos arribaron a Quito exigiendo no se eliminara el subsidio a los combustibles; una de las medidas implementadas por uno de los más deshonrosos personajes del último siglo en la política latinoamericana: el actual presidente Lenín Moreno, quien, acatando órdenes del FMI, pretende aplicar una serie de medidas de austeridad del más puro corte neoliberal que, naturalmente, dañan el bienestar del pueblo. Ante la formidable resistencia popular, Moreno se vio obligado a dar marcha atrás; las protestas han cesado, pero el intento neoliberal sigue en suspenso, lo que hace esperar, o nuevas manifestaciones, o una política represiva cuyos efectos serán más desastrosos para el gobierno ecuatoriano, que los vistos hasta ahora.

En Haití ocurre una resistencia ignorada por los medios internacionales. El levantamiento del pueblo haitiano lleva ya un mes, y el gobierno de Jovenel  Moïse no se resigna a abandonar el poder a pesar de la debacle política en la que se encuentra sumido. Más allá de la poca información que sobre el problema haitiano llega a nuestro país, es llamativa la opinión del periódico francés Le Humanité, al respecto: “Las reivindicaciones se han vuelto tan radicales que parecen una lucha de clases.” A este estado de ebullición y malestar político, hay que añadir el triunfo de Evo Morales en Bolivia con más de 10 puntos de ventaja sobre el partido conservador Comunidad Ciudadana. Así como la victoria de la fórmula Fernández-Fernández en Argentina, que después de cuatro años bajo el mando del gobierno ultraneoliberal de Mauricio Macri, permite el regreso del partido peronista comandado por Cristina Fernández.

“En México, el gobierno morenista ha demostrado representar los mismos intereses políticos y económicos que sus predecesores”

Las profundidades de la política latinoamericana se encuentran pues, revueltas. Los gobiernos neoliberales, cuyos intereses han estado en todo momento al servicio de los sectores privilegiados y acaudalados de una de las zonas más pobres del planeta, empiezan a pagar su desinterés y abandono hacia las clases populares. Podemos hablar, sin temor a equivocarnos, de un nuevo despertar en el seno de las clases más desamparadas de la región. A pesar de ello, es necesario ser cautelosos en lo que respecta al fin de un modelo económico como el que ahora sintomáticamente demuestra su decadencia. La experiencia mexicana debe servir a las luchas en Latinoamérica. En nuestro país, el gobierno morenista ha demostrado representar los mismos intereses políticos y económicos que sus predecesores. Desde su arribo al poder la situación de las clases pobres no solo no ha cambiado, sino que se encuentra peor aún que antes de su llegada. Las palabras del analista político Atilio Borón demuestran que todavía el impacto de la ilusión no se ha desvanecido. En su artículo “Agonía y muerte del neoliberalismo en AL” califica todavía al gobierno de López Obrador como un “holocausto social sin precedentes en México” en contra del neoliberalismo. Lo que demuestra, o un desconocimiento preocupante de la política nacional, o el ser víctima, como hasta hace algunos meses lo fue el pueblo mexicano, del espejismo provocado por Morena, un efecto ilusorio y engañoso del gobierno de AMLO.

Si México ahora está en silencio, en el momento en que Latinoamérica parece acercarse a un “nuevo amanecer”, es precisamente porque la furia acumulada por la desigualdad, la pobreza y la miseria, se ha fugado sin realizarse. La inconformidad que las masas acumularon durante años, y que debió reflejarse en un estallido político similar al que ahora observamos en los pueblos de América Latina, se difuminó en el fenómeno político morenista; mejor dicho, quedó coptado y ahogado. El neoliberalismo con él ha tomado un respiro y ha vaciado el espíritu de rebeldía de un pueblo que hoy, más que nunca, la necesita.

Latinoamérica deberá cuidarse, pues, de caer nuevamente en la trampa neoliberal. Si el pueblo quiere salvarse deberá hacerlo con sus propios medios y por sí mismo. La izquierda tiene nuevamente en América Latina la oportunidad de ponerse al frente de la resistencia; pero deberá hacerlo con y para el pueblo que le ha reiterado su confianza, si no quiere allanar el camino del enemigo que hoy dice combatir, como sucede en nuestro país, y como ya sucedió en la región, donde la derecha recobró el poder. No caigamos de nuevo en los mismos errores, y vivamos prevenidos contra ilusiones y conclusiones fáciles.

Abentofail Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
abenperon@gmail.com

A 30 años de la caída del Muro de Berlín

| Por Abentofail Pérez

Han pasado treinta años desde la caída del Muro de Berlín; las grandes esperanzas que pronosticaron los vencedores para el porvenir de la humanidad se han desvanecido, y hoy, más que en ninguna otra época, la desilusión y la desesperanza parecen regir el sentir de gran parte de la humanidad.

Recordar Berlín, a treinta años de su “unificación”, nos permite hablar de los grandes problemas de nuestra época, de sus causas y de las soluciones que los dueños reales del mundo pretenden esconder bajo tierra, o desprestigiar mediante infames descalificaciones. La caída del Muro de Berlín representa “el fin de una época” que inició con la Primera Guerra Mundial y que “había cobrado forma bajo el impacto de la revolución rusa de 1917”. Para comprender su significado en todos sus alcances, es preciso remontarnos a su origen y al proceso a través del cual llegó a constituir un acontecimiento de alcances incalculables.

La Primera Guerra Mundial y la irrupción del socialismo

Antes de 1914 no había ocurrido en el mundo ninguna guerra mundial. Los conflictos entre los grandes imperios habían tenido lugar sobre todo dentro de sus colonias; y aunque era innegable el carácter imperialista y de conquista, que desde el descubrimiento de América y la conformación del mundo moderno habían ocurrido, ninguno de los conflictos previos había confrontado directamente a las grandes potencias en el mundo entero como sucedió en la Gran Guerra. Se enfrentaron dos grandes bloques: la Triple Alianza conformada por Alemania y Austria Hungría, y a la que posteriormente se unirían el Imperio otomano y Bulgaria, frente a la Triple Entente conformada por el Reino Unido, Francia y el Imperio ruso, a los que a lo largo del conflicto se sumarían Estados Unidos y Japón. El afán imperialista fue, sin lugar a dudas, la causa que desencadenó el que para entonces se consideraba el más grande conflicto bélico de la historia.

No es momento para desentrañar a fondo el proceso acaecido entre 1914 y 1918, aunque es fundamental conocer su razón de ser para comprender los acontecimientos que más adelante se desencadenaron. Para ello, sirva como referencia la explicación de Lenin que, desde Rusia y bajo la dominación del imperio zarista, presentaba una explicación clara de las causas subyacentes de este fenómeno:

“El socialismo ruso emergió como expresión de las carencias y desilusiones del proletariado ruso”

“Se verá que durante decenios, casi desde hace medio siglo, los gobiernos y las clases dominantes de Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Austria y Rusia practicaron una política de saqueo de las colonias, de opresión de otras naciones y de aplastamiento del movimiento obrero. Y esta política precisamente, y sólo ésta, es la que se prolonga en la guerra actual […] Basta considerar la guerra actual como una prolongación de la política de las “grandes” potencias y de las clases fundamentales de las mismas para ver de inmediato el carácter antihistórico, la falsedad y la hipocresía de la opinión según la cual puede justificarse, en la guerra actual, la idea de la “defensa de la patria” (V. I. Lenin, El socialismo y la guerra).

En este contexto de confrontación entre las grandes potencias imperialistas en el mundo entero surgió, o para expresarnos correctamente en términos históricos, resurgió, el socialismo (considerando que durante el siglo XIX, principalmente en las revoluciones de 1848-49 y sobre todo, en el corto pero significativo periodo de la Comuna de París, había librado ya sus primeras batallas contra la burguesía occidental). Posiblemente como uno de los efectos que más lamentaron las grandes potencias una vez terminada la guerra, el socialismo ruso emergió como expresión de las grandes carencias y desilusiones que por más de un siglo había sufrido una clase todavía en gestación en Rusia (el proletariado), pero unificada entre todos los sectores sociales por el desgaste y descomposición que, si bien ya existía, la expoliación de la guerra permitió despojar de las ilusiones que in petto todavía acariciaban algunos sectores de la población de encontrar solución en el sistema vigente.

La Revolución Rusa, ocurrida en octubre de 1917, elevó al poder a una nueva clase que hasta entonces, quitando las heroicas embestidas de 1848 y 1871, se había limitado a resistir la opresión de una burguesía que había cumplido ya su papel revolucionario en la historia. La gran gesta encabezada por V. I. Lenin cambió de manera definitiva la forma de ser y entenderse en el mundo, sobre todo para una clase que hasta entonces dudaba todavía de la capacidad de su razón y su fuerza.

El impacto de una nueva forma de conocer y transformar el mundo, cimentada en los principios del socialismo científico, a cuya cabeza se encontraban los fundamentos emanados del marxismo, cimbró en lo más profundo de la conciencia y la política universales; a tal grado que a partir de entonces, y sobre todo a raíz de la Segunda Guerra Mundial, transformó de manera radical y definitiva la configuración social, económica, política y cultural del orbe entero.

Segunda Guerra Mundial

La Segunda Guerra Mundial, surgida en el imaginario occidental como consecuencia de una resistencia al fascismo, tiene sus verdaderas raíces en el afán de control y conquista económica del imperialismo y los grandes capitales. El nazismo y el fascismo representan la cara más putrefacta y vil del capitalismo, es innegable que sus raíces más profundas se hallan en este sistema y sus principios. Como manifestara Brecht en 1934, cinco años antes del estallido de la guerra: “Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo” (Las cinco dificultades para decir la verdad).

“Nazismo y fascismo representan la cara más putrefacta y vil del capitalismo”

Durante el período de consolidación del fascismo, sobre todo en Alemania e Italia, las grandes potencias capitalistas, encabezadas todavía por un cada vez más endeble Imperio británico, se hicieron de la vista gorda ante el crecimiento del monstruo germano. Winston Churchill, primer ministro del imperio británico, llegó a aseverar, en un discurso ante la cámara de los comunes que: “Si me viera en la tesitura de tener que elegir entre el comunismo y el nazismo, fuese a optar por lo segundo”. El verdadero temor de Inglaterra, Francia y Estados Unidos y sus aliados no estaba, durante el período entre guerras, en el desarrollo y crecimiento del fascismo. Su verdadero enemigo, su enemigo de clase era, a todas luces, el socialismo, representado para entonces por la cada vez más poderosa Unión Soviética. Si occidente permitió y alentó las degeneraciones fascistas de Hitler fue, precisamente, porque lo veían como la gran oportunidad para deshacerse de manera definitiva del socialismo soviético. Era Hitler un amigo incómodo pero, a fin de cuentas, peleaban en el mismo bando.

La Segunda Guerra Mundial se desencadenó precisamente cuando la bestia que habían creado para acabar con su principal enemigo decidió por sí misma. El Frankestein que el imperialismo vio crecer se salió de control ante su propio creador y fue entonces cuando la catástrofe se hizo presente. A pesar de las esenciales diferencias políticas e ideológicas la Unión Soviética, encabezada por Stalin, se unió por necesidad a Inglaterra, Estados Unidos y Francia para conducir la resistencia frente a las potencias del eje, a cuya cabeza se encontraban Alemania, Italia y Japón. No es el objetivo narrar las vicisitudes de la más grande tragedia sufrida por la humanidad, pero es indispensable señalar, por el objetivo del análisis trazado, el papel que jugaron cada una de las naciones en este brutal y fatal proceso.

Las consecuencias de la guerra fueron particularmente devastadoras en el este. “Los franceses, al igual que los británicos, los belgas, los holandeses, los daneses, los noruegos, e incluso los italianos, resultaron comparativamente afortunados, aunque no fueran conscientes de ello. Los verdaderos horrores de la guerra se habían vivido más hacia el este. En la Unión Soviética, 70,000 pueblos y 1,700 ciudades quedaron destruidos en el curso de la guerra, así como 32,000 fábricas y 40,000 millas de vía férrea […] los daños materiales sufridos por los europeos durante la guerra, por terribles que hayan sido, fueron insignificantes comparados con las pérdidas humanas. Se calcula que entre 1939 y 1945 murieron aproximadamente 36 millones y medio de personas por causas relacionadas con la guerra” (Tony Judt, Postguerra, una historia de Europa desde 1945).

La Unión Soviética fue el pueblo que realmente derrotó y por ello, pagó, las consecuencias de la afrenta fascista. “La Unión Soviética fue el país más gravemente afectado: perdió una cuarta parte de su riqueza nacional y tuvo unos 27 millones de muertos, de los que las tres cuartas partes eran hombres de entre quince y cuarenta y cinco años” (Josep Fontana, Por el bien del Imperio, una historia de Europa desde 1945)

A diferencia de lo que la historiografía moderna y el impacto de la ideología norteamericana y occidental han contado a través del cine y la literatura, fue la Unión Soviética la que salvó a la humanidad del holocausto nazi. Solo en la batalla de Berlín, la batalla decisiva en la que el nazismo, tras el suicidio de Hitler, se rindió al Ejército Rojo,  perecieron 78,000 soldados soviéticos.

Muchas podrán ser las críticas que posteriormente, y en algunos casos de manera justificada, recibiera Stalin y el gobierno soviético; pero por no “corromper la verdad histórica”, es necesario decir que fue gracias al esfuerzo del socialismo soviético y de su heroico pueblo que la humanidad se salvó, hasta entonces, de la peor catástrofe de su historia.

Guerra Fría

La Guerra Fría fue, desde la perspectiva histórica imperante, una confrontación entre los dos órdenes sociales vigentes: la Unión Soviética y los Estados Unidos y, sobre todo, entre las dos ideologías y modelos políticos dominantes en la época: el socialismo y el capitalismo, que determinó el devenir de los años subsiguientes hasta la disociación de la Unión Soviética en 1991.

La confrontación, declarada oficialmente por el presidente norteamericano Harry S. Truman, iniciaría en 1947, y sus objetivos quedan descaradamente manifiestos en las palabras de George Kennan, uno de los “padres de la Guerra Fría”, en febrero de 1848: “Tenemos alrededor del 50% de la riqueza del mundo, pero solo el 6.3 de su población (…) En esta situación no podemos evitar ser objeto de envidias y resentimiento. Nuestra tarea real en el período que se aproxima es la de diseñar una pauta de relaciones que nos permitan mantener esta posición de disparidad sin detrimento de nuestra seguridad nacional” (George Kennan, “Review of current trends in U. S. foreign policy”).

A diferencia de los Estados Unidos, cuya participación durante la guerra había comenzado hasta 1941, y que fue en realidad un protagonista desde la distancia; la Unión Soviética a la que ya se consideraba como el gran enemigo a vencer mucho antes de la guerra, que era en realidad la continuación de una confrontación ideológica esencial, estaba realmente en crisis como toda Europa; en un proceso de recuperación del que le llevaría varios años salir, al igual que al resto de los protagonistas de la contienda, tanto ganadores como perdedores.

El conflicto ideológico entre el comunismo y el capitalismo puso de relieve dos sistemas económicos antagónicos que, sin embargo, durante el proceso que corresponde a la Guerra Fría, quedó relegado por parte de occidente en detrimento de sus intereses políticos e ideológicos a favor de una economía planificada, en gran medida similar a la impulsada teóricamente por la Unión Soviética. En términos generales, el miedo, totalmente justificado por los Estados Unidos, de verse rebasado como sistema político y económico por el socialismo, sacó a flote el lado más “bondadoso” del capitalismo, amparado en el keynesianismo, y puso en práctica un estado de bienestar que durante casi tres décadas disminuyó la desigualdad y la pobreza y promovió, en varios países del orbe, los llamados “milagros económicos”. “El período que va de 1945 a 1979 había sido en los Estados Unidos, y en el conjunto de los países avanzados, una etapa de reparto más equitativo de los ingresos, en que el aumento del salario real en paralelo con la productividad permitió mejorar la suerte de la mayoría” (Fontana, Por el bien del Imperio).

“La política estalinista se centró en la lucha externa sobre la hegemonía del comunismo soviético”

Esta amenaza era, por lo demás, completamente real: “Los éxitos electorales de los comunistas locales, unidos a la gloriosa aura del invencible Ejército Rojo, hacían que la idea de un “cambio hacia el socialismo” resultara plausible y seductora. Para 1947, 907,000 hombres y mujeres se habían unido ya al Partido Comunista Francés. En Italia, la cifra era de dos millones y cuarto, muy superior a la de Polonia o incluso Yugoslavia. Incluso en Dinamarca y Noruega, uno de cada ocho votantes se sintió al principio  atraído por la promesa de una alternativa comunista” (Judt, Posguerra).

Por esta razón, en 1952, Lord Ismay, secretario general de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) manifestó que el propósito de esta recién creada organización (vigente hasta nuestros días con 29 miembros europeos bajo el mando de Estados Unidos) era “mantener a los rusos fuera, a los americanos dentro, y a los alemanes controlados”.

Por su parte la Unión Soviética, a pesar del impacto de la poderosa arma teórica con la que contaba, no supo aprovechar la necesidad exigida por la humanidad para implementar una estrategia que respondiera a dichas necesidades. La incapacidad del capitalismo como sistema económico había quedado ya de manifiesto después del crack del 29 y las dos fatídicas guerras mundiales. La realidad reclamaba un cambio y el marxismo estaba en condiciones de demostrar su eficacia. Lamentablemente, la mala administración, las luchas intestinas dentro del partido, la represión política y el implemento de los gulags y otras formas de control político sobre los países satélite, llevaron a desencantar a los pueblos del modelo soviético.

La política estalinista se centró en la lucha externa sobre la hegemonía del comunismo soviético. Países como Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Checoslovaquia y Yugoslavia quedaron bajo la órbita soviética, y en la mayoría de los casos, quitando posiblemente el caso de Yugoslavia en el que Tito se negó a admitir la injerencia directa de Stalin, el control era casi absoluto desde Moscú. El error de la comprensión de la idea de las nacionalidades que Lenin había dilucidado ya mucho antes de la Revolución de Octubre, por parte de Stalin, le costó caro al orden soviético.

Alemania, la gran derrotada, quedó en poder de los “cuatro grandes”. El país se dividió temporalmente entre Inglaterra, EU, Francia y la Unión Soviética; estos últimos controlando todo el este del país desde Berlín. Los primeros tres pactaron un acuerdo de cooperación del que surgiría la “bizona” o lo que más adelante sería la República Federal de Alemania. Por su parte Nikita Jrushchov, ya en el poder después de la muerte de Stalin acaecida en 1953, decidió, en 1961, levantar el muro que dividiría las dos alemanias, creando así, la República Democrática Alemana.

La escalada de enfrentamientos entre los gobiernos soviético y americano continuaría durante las siguientes tres décadas. La crisis de los misiles fue, naturalmente, el momento más álgido de la contienda, principalmente por el peligro en el que pusieron ambos bandos al mundo entero bajo la amenaza de iniciar una guerra nuclear. A ésta le acompañó la lucha en el terreno científico que encabezó la URSS con el envío de la primera nave tripulada al espacio en 1961, a lo que respondieron los americanos en 1969 enviando al primer hombre a la luna, acontecimiento que más allá de su impacto publicitario no se tradujo en ningún aporte significativo. Los conflictos militares entre países pertenecientes a ambos bandos no cesaron durante este largo período. La guerras más representativas que definieron toda la segunda mitad del siglo XX fueron la de Corea en 1950, la invasión a Vietnam por parte de los norteamericanos en 1955, la Revolución cubana de 1959 y, sobre todo, la Revolución china entre los comunistas encabezados por Mao y los nacionalistas del Kuomintang, cuyos efectos a largo plazo nunca imaginó el bloque capitalista.

Se renueva la esperanza

A grandes rasgos fueron estos los acontecimientos más importantes acaecidos durante la llamada Guerra Fría. En realidad, la “Guerra Fría” había comenzado desde el triunfo de los bolcheviques en Rusia en 1917 y la esencia de la misma fue siempre el conflicto de clases entre proletarios y burgueses. La lucha entre los grandes poseedores del capital y las masas trabajadoras no cesó nunca desde que la burguesía, en 1789, se hizo del poder político. La caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 ha cobrado un significado ideológico que la sociedad ha asimilado erróneamente. El fracaso de la Unión Soviética, si bien es cierto que representó un golpe duro a la causa proletaria, no significó el fin de la contienda. La traición de Gorbachov y el desmantelamiento de URSS representan una de las batallas perdidas más importantes en la historia de la lucha proletaria; sin embargo, hoy más que nunca, la lucha se revitaliza con mayor fuerza ante la grosera desigualdad que reina en el mundo.

Todos aquellos que han buscado en la caída del Muro de Berlín el “fin de la historia” se equivocan de cabo a rabo y de una manera totalmente intencionada. La ideología capitalista, entendida como conciencia de su época, o lo que una sociedad piensa de sí misma, no deja de considerar este fenómeno como uno de los momentos cumbre de su historia, pero como aseverara Marx en su famoso Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política: “Del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolución por su conciencia”. Así pues, la conciencia proletaria debe invertir el significado del fenómeno y reconocer en él no el espíritu derrotista y fatal difundido por el neoliberalismo, sino el momento de esencial transformación exigido por la Revolución.

“La potencia actual más grande del orbe, China, conserva en lo profundo la teoría de Marx, Engels y Lenin”

A raíz de la entrada del neoliberalismo como manifestación última del capitalismo, las clases han acentuado sus contradicciones, la riqueza se ha concentrado cada vez en menos manos  y lo único que se ha repartido entre los hombres es la miseria (según Oxfam tan solo ocho personas tienen la misma riqueza que la mitad de la población mundial, es decir, 3,600 millones de personas).  

Creer que la contienda entre pobres y ricos terminó por el fracaso de un momento de la historia del socialismo, es considerar que la historia ha terminado; y esta seguirá existiendo mientras exista el hombre. Hoy, más que nunca, el socialismo se levanta con la fuerza renovada de Anteo y pone de manifiesto no solo su vitalidad, sino principalmente, su necesidad. La potencia actual más grande del orbe, China, conserva en lo profundo la teoría que Marx, Engels y Lenin propusieron para transformar el mundo. El fracaso de la aplicación del “socialismo real” en un área del mundo debería servir para evaluar al capitalismo de la misma manera, observando que hoy en día, son pocos, muy pocos, los países que pueden demostrar que dicho sistema ha triunfado. En esta época que augura transformaciones, es necesario voltear la mirada hacia el pasado, pero no para lamentar la derrota, sino para obtener la luz y la fuerza necesarias para construir el nuevo mundo que la humanidad reclama.

Abentofail Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
abenperon@gmail.com

¿A quién beneficia la Ley de Ingresos 2020?

Noviembre 2019

El 25 de octubre, las voces de los representantes del Senado, de la Secretaría de Hacienda y del Banco de México se declararon satisfechos con la ley de ingresos aprobada porque dicen que garantiza la estabilidad macroeconómica del país. Arturo Herrera, Secretario de Hacienda y responsable de la propuesta, se dijo satisfecho del resultado con la Ley de Ingresos final. Asimismo, Gerardo Esquivel, subgobernador del Banco de México, declaró que “es positivo que se haya aprobado la ley de ingresos. Tal como ha sido planteada junto con la propuesta de presupuesto de egresos […] plantean una política fiscal prudente […] es una garantía que se mantendrá la macro estabilidad económica en el país”.

La discusión de los presupuestos del estado en las cámaras de representantes se basa en el supuesto de la democracia de que en dichas instituciones se hallan efectivamente representados los intereses de los distintos grupos sociales que conforman a la sociedad que se trate, de modo que cada uno de ellos defiende ahí la distribución que se hace de la parte de la riqueza social que gestiona el estado. En México, cada año se discute en las cámaras de diputados y senadores el paquete fiscal. Este consiste por un lado en la propuesta que hace el presidente sobre las fuentes y los montos de ingreso del gobierno federal para todo el año siguiente, lo que implica definir a quiénes se cobrará y cuánto por motivo de impuestos, cuánto por la explotación de los recursos nacionales, cuánto por los servicios que presta el estado, etcétera. Y de otro lado, como se menciona arriba, el paquete fiscal conlleva el proyecto de gasto del mismo gobierno; es decir, la propuesta de en qué se va a gastar el dinero público.

Los presupuestos de 2020 se hicieron con el mantra del presidente de la austeridad republicana. Se comprometió a no incrementar la deuda, los impuestos, etc., consistente todo ello con su diagnóstico de que lo único que requiere México es combatir la corrupción nada más para resarcir todas las injusticias que se cometen en la sociedad. De acuerdo con la propuesta el gobierno ingresará un total de 6 billones de pesos, apenas muy poco más del 20% del PIB. La estructura de los ingresos es muy similar a la del gobierno de Peña Nieto, particularmente después de 2015 con la caída del precio del barril de petróleo que dejó al gobierno sin una fuente importante de ingresos. La Ley de Ingresos 2020 ya fue aprobada por los diputados y los senadores, y ha sido aplaudida porque implica garantía para la estabilidad macroeconómica.

Y qué significa la estabilidad macroeconómica. Esencialmente poca variabilidad del poder adquisitivo del peso mexicano; es decir, primero una inflación controlada, por debajo de la tasa objetivo del Banco de México (3%), y segundo, un comportamiento estable del tipo de cambio del peso mexicano en términos de dólar. Sin embargo, no nos dicen que la estabilidad macroeconómica tiene costos consustanciales: implica, por otro lado, contener la inversión, contener la demanda de los consumidores, contener el crecimiento económico y, por tanto, la generación de empleo. La estabilidad macroeconómica así, no es beneficiosa para todos por igual, sino para los que ya de por sí tienen garantizado un ingreso. Hay que volver a recordar que en México, entre desempleados, subempleados y empleados en el sector informal, suman 45 millones de trabajadores.


Vania Sánchez es doctora en Economía Aplicada por la Universidad Autónoma de Barcelona e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

La 4T: lo real y lo racional

Octubre 2019

Cierta teoría del conocimiento postula que “la cuestión de saber si corresponde al pensamiento humano una verdad objetiva, no es una cuestión teórica, sino práctica”. Sólo así se entiende que la misma teoría epistemológica arguya la necesidad inevitable de que el hombre demuestre “en la práctica la verdad, esto es, la objetividad de su pensamiento”. Ambos principios plantean la idea nodal de que “la discusión sobre la realidad o la irrealidad de un pensamiento que se aísla de la praxis es una cuestión puramente escolástica”. En otras palabras: establecen que la praxis (es decir la actividad práctica social de los individuos concretos e históricamente dados) representa la categoría fundamental de la teoría del conocimiento.

No obstante algunas perspectivas superficiales reducen y tergiversan el sentido filosófico de los principios anteriores. Al respecto resulta útil recordar una fábula muy popular que ilustra la estrechez de los enfoques que distorsionan el verdadero papel de la práctica como criterio definitivo de verdad. Tomas de Iriarte, el autor, cuenta la simpática historia de un burro que encuentra una flauta olvidada. El animal protagonista no abriga más que el sencillo y comprensible deseo de oler el objeto; sin embargo, al acercarse a él, deja escapar un resoplido…“por casualidad”—advierte Iriarte—; el aire, expectorado casualmente, se cuela a través de los orificios de la flauta y el instrumento emite una nota musical… también “por casualidad” —insiste el narrador—. ¿Qué concluye el borrico después de semejante portento? Sin mayor análisis exclama con jactancia: “¡Oh!, qué bien sé tocar”, e incluso agrega con un orgullo digno de envidia: “¡y dirán que es mala la música asnal!”

De la misma manera que el burro flautista proceden los intérpretes superficiales de la doctrina epistemológica que adopta la praxis como categoría fundamental del conocimiento. El incrédulo que desconfíe de la sabiduría musical del asno no tiene más que considerar y aceptar la validez inobjetable de la más definitiva de todas las pruebas posibles: la práctica musical del cuadrúpedo. ¿Qué otra cosa demuestra la nota sonora que produjo sino la “objetividad” de su pensamiento?

Sin embargo, y a despecho de los partidarios de la “música asnal”, el procedimiento anterior constituye un modo muy simple de considerar y de resolver el problema de la relación entre lo real y lo racional. La pregunta no es nueva pero hoy reporta un interés particular: ¿”todo lo real es racional, y todo lo racional es real”? Hace poco más de doscientos años Hegel identificó los puntos más relevantes de la discusión. En términos generales el “titán del idealismo alemán del siglo XIX” demostró que “no todo lo que existe, ni mucho menos, es real por el sólo hecho de existir”. En la doctrina hegeliana —explica Friedrich Engels— “el atributo de la realidad sólo corresponde a lo que, además de existir, es necesario”. “La realidad —afirma el propio Hegel—, al desplegarse, se revela como necesidad (…) Pero todo lo necesario se acredita también, en última instancia, como racional”.

La filosofía hegeliana de lo real establece que, dentro de los dominios de la historia humana, la realidad no es un “atributo inherente a una situación social y política dada”. Hegel indica que “todo lo que un día fue real se torna irreal” cuando “pierde su necesidad, su razón de ser, su carácter racional”. Entonces —concluye— “el puesto de lo real que agoniza es ocupado por una realidad nueva y vital”.

Algunos de los más acérrimos defensores del régimen actual ignoran u olvidan los planteamientos de la dialéctica hegeliana. Los mismos personajes afirman que los resultados de las pasadas elecciones demuestran la “objetividad” del programa político de los triunfadores: la praxis prueba mejor que nada el carácter real y racional de la 4T. Sin embargo aceptar que la nueva situación política es “real por el simple hecho de existir” equivale a admitir sin cortapisas el talento musical del burro flautista. Las reglas del método discursivo hegeliano exigen algo más: que el régimen actual pruebe, en la práctica, que resulta necesario.

Aquí sólo cabe apuntar que los hechos recientes han venido demostrando dos cosas: 1) que el gobierno en turno carece de toda razón de ser, de toda necesidad, y 2) que presenta un carácter irracional (irracional en tanto que, según Hegel, “la necesidad se acredita, en última instancia, como racional”); en una palabra: que la 4T representa un fenómeno “irreal”. Así las cosas, ¿cuál es la perspectiva que aparece en el horizonte? Tal vez las palabras del mismo Engels ofrezcan una pista al respecto: “la tesis de que todo lo real es racional se resuelve (…) en esta otra: todo lo que existe merece perecer”.


Miguel Alejandro Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Por qué la austeridad profundiza el neoliberalismo

Octubre 2019

En materia de política fiscal, la apuesta del gobierno actual de México es la austeridad. La propuesta es atractiva si pensamos en aquellos que viven en un estado derrochador y corrupto; pero antes de aplaudirla sin más reflexión que la del enojo y desprecio a los gobernantes anteriores, habría que preguntarnos si esta postura es toda virtud dada la situación económica de nuestro país.

En días pasados el INEGI publicó los indicadores macroeconómicos de 2018 del sector público. La producción bruta del sector público en México en 2018, que comprende la actividad de las empresas públicas y el gasto del gobierno federal representa el 16% del nacional. El estado mexicano es ya de por sí pequeño en comparación con otros; además de los de las economías más desarrolladas también estamos por debajo de países latinoamericanos como Brasil y Uruguay, en los que la actividad del gobierno representa una porción mayor del PIB que en México en casi 10 puntos porcentuales.

Uno de los principios económicos de la política neoliberal es la reducción del gobierno a su mínima expresión económica y funcional. Los gobiernos mexicanos paulatinamente han ido retirándose de la actividad económica en general. Desde 2003, su participación en el producto global ha perdido 7 puntos porcentuales al pasar de 23 al 16%, ya mencionado. La austeridad no hace más que profundizar este proceso.

Así, más austeridad implica mayor penetración del capital privado en la satisfacción de las necesidades de las personas. Es decir, dejar que sean los intereses privados los que determinen qué mercancías se producen y quiénes pueden acceder a ella, mediante la fijación de los precios. Hay que agregar que esta política se refuerza con la política social basada en transferencias monetarias directas, pues deja a los beneficiarios a la suerte de los mercados.

Para nadie es sorpresa el estancamiento de nuestra economía. El sector privado no está invirtiendo a pesar de las promesas y compromisos que ha hecho públicamente. Y con la política de austeridad, ¿cómo va a responder el gobierno mexicano a las necesidades de nuestro desarrollo?


Vania Sánchez es doctora en Economía Aplicada por la Universidad Autónoma de Barcelona e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

¿Es posible el arte dentro del capitalismo?

Octubre 2019

Dentro de la economía capitalista hay una legalidad de la producción, esto quiere decir que todo lo que se produce bajo este sistema está en sintonía con la lógica del modo de producción. Marx menciona que existe una tendencia a la hostilidad hacia el arte dentro del capitalismo, esto porque todo lo que se hace en él corresponde a las necesidades de reproducción del capital. En este sentido, hay una oposición entre el arte: una actividad eminentemente creadora del hombre, donde pone en juego toda su capacidad para desenvolverse, crear y transformar la naturaleza de acuerdo con sus aspiraciones e inquietudes y el capitalismo: un modo de producción que, como nos explica Marx en los Manuscritos del 44 niega dicha capacidad creadora del hombre para hacer que solo reciba órdenes y nunca se cuestione el estado de cosas existente.

Pensar esta contradicción de manera simple conduciría, o a la simplificación de los planteamientos de Marx, o tirar a la basura una idea tan valiosa por el hecho de que en la realidad resulte ser inoperante. El arte dentro el capitalismo no solamente no ha desaparecido, sino que en ocasiones experimenta momentos en los que brotan nuevas expresiones artísticas nada desechables como formas de exponer pensamientos profundos sobre la sociedad, es por esto que cabe el cuestionamiento acerca de la vigencia de la tesis de Marx acerca de la hostilidad natural del sistema de producción capitalista hacia el arte.

Por lo anterior, es mejor pensar la relación de manera más compleja pero más acertada. El que una tendencia o una visión del mundo sea la dominante no quiere decir que solamente ésta exista, de hecho, cuando mencionamos que una forma de ver el arte es dominante, es porque implícitamente notamos la existencia de las visiones subyugadas. Es similar a la contradicción que existe en la sociedad de acuerdo a una forma de pensamiento: existe la forma dominante pero también las formas dominadas.

En el caso del arte la contradicción subsiste porque, aunque la sociedad quiera destruir lo que en los textos tempranos de Marx se nombra como “esencia” del hombre, el hombre mismo se esfuerza por no ceder a esta imposición de la lógica de producción, el hombre crea aún en las condiciones adversas que les son dadas, hace lo posible por transformar la naturaleza de acuerdo a un fin y esto, en sí mismo, provoca que sea complicada la exterminación de las expresiones artísticas diversas.

El capitalismo no puede evitar la vida misma, y a lo largo de ésta el hombre necesariamente tiene contacto con la naturaleza exterior a su conciencia. Esta condición crea impresiones que dotan al ser humano de capacidades, preocupaciones y proyectos que luchan por expresarse de algún modo. En las condiciones hostiles hacia el hombre de la actualidad se juega una contradicción compleja: por un lado, la tendencia a menospreciar al arte por la naturaleza de lo que la sociedad busca, el arte no parece ser útil de acuerdo al concepto de utilidad pragmática que se tiene en la actualidad; por el otro, nuevas condiciones de existencia del hombre llevan la posibilidad de nuevas formas en que el artista puede expresarse. El campo de acción de los artistas de las clases dominadas es tan grande como su enemigo, el arte dominante, y tan potente como la reacción hacia toda expresión artística que intente cambiar el estado de cosas establecido por la clase dominante.


Alan Luna es investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
alunamojica@gmail.com

Inversión en infraestructura, olvidada por gobierno de AMLO

Por Jorge López Hernández

La infraestructura, es de gran importancia para el desarrollo económico y social del país, ya que influye en la formación del Producto Interno Bruto, en la productividad de los insumos productivos y de las empresas, es decir, ante mayor infraestructura, la productividad de los factores productivos (tierra, trabajo y capital) aumenta y mejora el crecimiento económico. Dada su importancia, el estado debe procurar la inversión pública para mantener y crear infraestructura que permita al país incrementar la riqueza, ser más competitivo y generar un mayor bienestar a la población. 

¿Cuál es la situación de la infraestructura en México? Si se revisa el gasto público en infraestructura, se observa que la inversión en este rubro ha sido insuficiente. De acuerdo con el Centro de Estudios de las Finanzas Públicas (CEFP), a partir de 1982, la inversión en infraestructura tuvo drásticas reducciones en todos los sectores; además, se redujo el gasto en mantenimiento. De 2001 a 2006 el nivel de inversión pública fue de 4.2% del PIB en promedio anual; en el periodo de 2006 a 2012 fue de 5.1% del PIB en promedio por año. Sin embargo, a partir de 2015 el gasto en inversión disminuyó, llegando a representar el 2.9% del PIB en el PEF 2020. 

El bajo nivel de inversión pública en infraestructura en los últimos 30 años ha provocado un déficit en caminos, carreteras, redes ferroviarias, puertos, conexión a internet, redes de agua potable y de saneamiento, escuelas, hospitales, sistemas de riego, etc. Por ejemplo, de 1994 a 2016 el crecimiento de las vías ferroviarias fue de apenas 0.3%; el promedio de suscriptores a banda ancha en México es de apenas trece por cada 100 habitantes, mientras que el promedio de los países de la OCDE es de 30; la infraestructura hidroagrícola en el sur de México es muy baja, solo cuenta con el 9% del total existente (esto explica en parte, el rezago de la agricultura en esta zona del país); la red de agua potable a nivel nacional no tiene la capacidad de satisfacer la demanda del vital líquido, tiene un déficit del 14.6% aproximadamente; en 2015 había un rezago de 9.2 millones de viviendas(CEFP)

“El presupuesto para 2020 contempla una disminución del gasto en inversión pública”

Dada la importancia y el rezago en infraestructura que padece México se podría pensar que el gobierno de AMLO destinaría recursos suficientes para invertir en infraestructura y así cambiar la situación actual. Sin embargo, el presupuesto para 2020 contempla una disminución del gasto en inversión pública de 5% con respecto al gasto del 2019 (CIEP). Además, al analizar la distribución del presupuesto en este rubro, se observa que, de cada 100 pesos que el gobierno invertirá, 50 son para Pemex, 3 para salud, 2 para educación, y 43 centavos para el abastecimiento de agua (MÉXICO EVALÚA). La mayoría de los recursos se destinarán a los proyectos prioritarios de esta administración, como la construcción de la refinería de Dos Bocas, el corredor transístmico, internet para todos y la construcción del aeropuerto de Santa Lucia, que en total concentran el 94.6% del presupuesto de inversión. 

Lo anterior implica que no se atenderá el rezago en infraestructura; es más, se olvida, se deja de lado la inversión en este rubro. Esto es un error gravísimo, ya que condiciona al país a un bajo crecimiento económico, además, impide al estado cumplir con su obligación de otorgar servicios básicos a toda la población. Ante esta situación, se pierden todas las esperanzas de que el país logre tasas de crecimiento económico mayor al 4% y de tener un modelo de bienestar similar al de los países nórdicos. 

México necesita diseñar, proyectos estratégicos de infraestructura pública con visión de mediano y largo plazo, que funcionen como base y motor de la economía mexicana. Solo así, nuestro país se encaminará en el camino correcto del crecimiento y desarrollo económico.

Jorge López Hernández es maestro en economía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
avpa_jorge@hotmail.com

Exámenes de admisión: lo mediático de la meritocracia

Por Daniel Cobos

El pasado 25 de julio, aproximadamente a las 10:00 pm., a 293 mil 323 estudiantes de 310 mil 159 registrados al examen de asignación de la Comisión Metropolitana de Instituciones Públicas de Educación Media Superior (Comipems), les fue otorgado un espacio en la educación media superior, ya sea a través de la asignación directa o “con derecho a otra opción”; los 16 mil 836 estudiantes restantes, es decir, el 5.4% no cumplieron con los requisitos para presentar el examen o simplemente no lo presentaron, de acuerdo con datos del Ceneval.

Como cada año, desde hace 22, los jóvenes de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México que se inscriben a este examen se juegan su futuro educativo y laboral ante la exigencia de que elijan una escuela y también, como cada año, existe alrededor del examen una sanción y premiación social mediática: los estudiantes con puntajes perfectos contra los estudiantes con los peores puntajes. ¿Qué representa esta división?, ¿a qué responde el hecho de que existan peores y mejores puntajes?, ¿qué efectos sociales se pueden advertir en esta oposición?

Una aproximación es observar la forma en la que se encuentra estructurado el sistema público de educación media superior en México; existen múltiples investigaciones, tanto nacionales como internacionales, que identifican que el tipo de escuela a la que las personas atienden, tanto si es propedéutico o técnico, o técnico-profesional, definirá la posición laboral o educativa posterior; aunada a esta característica de este nivel educativo, en México, algunas de las instituciones de educación media superior se encuentran vinculadas a la educación superior, cuyos mecanismos de ingreso privilegian la entrada a estudiantes que provienen de esas escuelas.

Por lo tanto, el tipo de asignación no es un tema menor. Existe una predilección por las escuelas que se encuentran vinculadas a la educación superior, tanto por el prestigio como por la posibilidad de transitar con menores dificultades a la educación superior, en un país en el que solamente tres de cada diez jóvenes en edad de estudiar la universidad tienen la posibilidad de hacerlo. Dada una lógica de oferta y demanda en la asignación de lugares y el prestigio de las instituciones, es muy probable que estudiantes con los mayores puntajes obtengan un espacio en estas escuelas, mientras que los demás son canalizados o distribuidos en otras instituciones.

“Las personas con mejores posiciones sociales suelen obtener mejores resultados en los exámenes”

Aún más, existe una serie de evidencias que identifica que las personas con mejores posiciones sociales suelen obtener mejores resultados en exámenes de este tipo, tanto por su familiaridad con los contenidos escolares como por sus condiciones socioeconómicas, que les permite prepararse de una mejor manera con respecto de aquellos con posiciones más precarias. Esta oposición de posiciones y condiciones socioeconómicas genera que existan circuitos de escolarización diferentes para distintos estratos sociales, esto es, instituciones y escuelas para diversos orígenes sociales.

Ante este panorama, el de la competencia por las mejores posiciones, se construyen diversas narrativas sociales que permiten observar cómo se sanciona el esfuerzo que los estudiantes le imprimen anualmente a la preparación y a la presentación de exámenes de asignación y selección en los distintos niveles educativos. No obstante, prevalece una narrativa de contraste entre los extremos, es decir, los mejores frente a los peores puntajes, y aún más, el destacar los puntajes perfectos, y cómo “cualquier persona puede lograrlo si se lo propone”.

En un análisis semántico, realizado a través de datos públicos de la plataforma Twitter, se obtuvieron pares de asociaciones de las palabras más frecuentes o bigramas, en tres momentos, el primero a las 7:00 horas del 26 de julio, el segundo a las 19:00 horas y el último a las 10:00 horas del 27 de julio de 2019, la condición de filtro fue la palabra Comipems, y la cantidad de tweets solicitados fue de 2,500 en cada caso; no se filtraron retweets. Se obtuvieron 6mil 203 tweets, y 14 mil550 bigramas. Los datos fueron procesados a través de la paquetería R, con las librerías RTweet y Tidyverse.

Como se tenía previsto, el contenido de los tweets asociado al examen se orientó a las personas que obtuvieron “un puntaje perfecto”. Una de las personas fue Erick Fabián de Jesús Hernández, la otra persona, por solicitud de anonimato según diversas fuentes, no fue noticia. Como se aprecia en la gráfica lo que destaca, obviando la frecuencia de la asociación del nombre propio, son las frecuencias asociadas al haber realizado un puntaje perfecto en el examen. La asociación “reprueba-programa” hace referencia a los encabezados de la noticia en la que, al realizarle una entrevista al estudiante, éste hace una crítica al programa de becas universales del Gobierno Federal, por considerar que las personas que las reciben las destinan a otras cosas menos a su educación. Las asociaciones siguientes, hacen referencia al logro en el examen, se destaca el logro de conseguir la primera opción. Las siguientes asociaciones destacan el método de estudio, que según las notas fue a través de ver videos y tutoriales de Youtube, en un sentido autodidacta-complementario. Las otras asociaciones se presentan con menor frecuencia.

Como puede advertirse, la difusión mediática, al menos en la plataforma analizada, refuerza una narrativa de perfección en los resultados. El foco se centra en una persona de referencia, que además destaca que su método complementario de estudio se relaciona con ver videos, relativamente al alcance de todos, por lo que se puede inferir que el mensaje invita a aquellos que no lograron un espacio en la primera opción a que se esfuercen para conseguir ese puesto, pues todos podrían llegar a él. La lógica detrás de las asociaciones presentadas ofrece un ejemplo sobre cómo, en torno de la publicación de los resultados de un examen de asignación o selección, se privilegia la atención al caso emblemático y al que los estudiantes que realizan su paso de la secundaria a la educación media superior deberían aspirar.

Como conclusión se puede postular que las narrativas mediáticas importan, pues en el caso de la publicación de los resultados del examen Comipems, ocultan el hecho de que no todos pueden aspirar a obtener puntuaciones perfectas, pero la explicación de las causas no se encuentra en el grado de esfuerzo de los estudiantes, por no haber estudiado lo suficiente o no buscar otros recursos de forma autodidacta; más bien se oculta el hecho de que las oportunidades son limitadas, y éstas no solamente se reducen a la capacidad o características del sistema educativo, sino también a las oportunidades sociales que son condición de aspirar a mejores condiciones de vida. Por lo anterior, es necesario proponer y generar formas de ingreso más justas y equitativas para todos los estudiantes; sólo observando la mediación de la desigualdad social en los mecanismos de acceso se logrará reducir las brechas en las oportunidades educativas.

La sintaxis de construcción de los datos se encuentra en el siguiente repositorio: https://github.com/Dancobm/researchexercises/blob/master/wordcloudcomipems


Daniel Cobos es maestro en ciencias sociales por El Colegio de México. Opinión invitada.
dancobm@hotmail.com

68: fugacidad sin trascendencia

Septiembre 2019

El 2 de octubre de 1968 una gran masa estudiantil combativa, aglutinada entre julio y septiembre del mismo año, se concentró en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco para exigir el cumplimiento de una serie de demandas frente al estado mexicano. Pero los manifestantes fueron reprimidos por policías militarizados y la lucha quedó tendida sobre el suelo para no volver a levantarse. ¿Por qué pasó eso?

Porque se trató de un movimiento que nació y murió fugazmente. Emergió tras una intervención policíaca en tres preparatorias del IPN y la UNAM. Su nacimiento espontáneo antojaba necesario realizar un ejercicio de reflexión, en el que se plantearan objetivos precisos, dirigidos sobre la raíz de los problemas de México, que fueran atractivos para la masa y ganaran su apoyo. Sin embargo, las demandas estudiantiles, presentadas por el Consejo Nacional de Huelga, su órgano dirigente, se limitaron a un pliego petitorio de seis puntos: 1) libertad a todos los presos políticos del movimiento; 2) derogación del artículo 145 del código penal, que arbitrariamente hacía delito las expresiones discordantes que “perturbaran” el orden público; 3) la desaparición del cuerpo de granaderos; 4) destitución de jefes policiacos; 5) indemnización para las víctimas de la represión, y 6) establecimiento un diálogo entre autoridades y estudiantes.

Así, las demandas eran de corte político, es decir, expresaban la inconformidad de los mexicanos hacia el estado monopolizado por el Partido Revolucionario Institucional, pero esta inconformidad era sobre todo de la clase media (estudiantes, profesores, profesionistas, etc.), que no encontraba voz en la política nacional. No trascendía a otros sectores. Si bien las manifestaciones del 68 abrieron un espacio a esa disidencia, ninguna demanda cuestionó el problema más profundo: la injusta distribución de la riqueza que aqueja a nuestro país desde tiempos inmemoriales. No se elevó una voz en contra de las expresiones más palpables de esa problemática, a saber, contra el desempleo, los míseros salarios, la mala educación, la ausencia de servicios básicos para la población, etc. Así, no era fácil que el pueblo pobre cerrara filas con el movimiento.

Finalmente, el estado no desaprovechó esta experiencia y se fortaleció. El brote de inconformidad del 68 hizo notable la necesidad de incluir paulatinamente a las voces inconformes en el gobierno nacional. El partido en el poder lo hizo bien, al punto en que unos años después se legalizó el antes perseguido Partido Comunista Mexicano. De esa manera, la lucha de los estudiantes expresó con claridad que México tenía problemas, pero fue incapaz de encauzar la inconformidad nacional hacia un cambio realmente radical. México siguió y sigue padeciendo el cáncer de la desigualdad.

Movimiento y organización

“La revolución no se hace, sino que se organiza”, decía Lenin en torno a la cuestión de la conformación de los movimientos sociales que bullían en la primera mitad del siglo XX, como respuesta a las fallas de las democracias burguesas, las cuales estaban instaladas en una permanente crisis desde las últimas décadas del siglo XIX.

Si bien, el movimiento estudiantil de 1968 no fue una revolución socialista, sí fue un proceso que evidenció el descontento de distintas capas de la sociedad contra el autoritarismo del estado; por tanto, diversos actores políticos buscaron redirigir ese descontento.

Sin embargo, y paradójicamente desde los ámbitos del poder se ha construido un discurso que reniega de la organización del movimiento y apunta por el impulso, por el arrastre y por el desorden absoluto. Se nos pinta a los estudiantes y a los sectores en rebeldía como soñadores idealistas inconformes solo por inercia y que la masacre de Tlatelolco fue un exceso (atípico del proceder del estado mexicano) atribuible al carácter voluble (casi paranoico) de Gustavo Díaz Ordaz, o a la astucia maquiavélica de Luis Echeverría Álvarez.

Frente a ese discurso absolutamente espontaneísta, se muestran los intentos de organización y encauzamiento del movimiento por diversos actores políticos. Cabe mencionar que el apoyo de algunos sectores y la proliferación de movilizaciones en los cinco continentes fortalece la idea de la crisis de la “ola dorada del capitalismo”.

El movimiento estudiantil de 1968 en México estuvo articulado desde distintas tácticas políticas y posturas ideológicas que difícilmente se pueden identificar entre sí, probablemente polarizadas en sus antípodas. Sin embargo, los actores políticos usaron una plataforma preexistente, fruto de una lucha estudiantil previa.

De modo que el núcleo organizativo del 68 —el Consejo Nacional de Huelga— tuvo como precedente la agrupación de varias federaciones estudiantiles en 1967 en torno al objetivo de federalizar la Escuela Superior de Agricultura “Hermanos Escobar.” En julio del 67 la Escuela Nacional de Agricultura, el Instituto Politécnico Nacional, la UNAM, las Normales Rurales, entre otros, conformaron esta estructura con miras a construir una organización permanente e interuniversitaria para encauzar las demandadas del estudiantado de nivel superior. El éxito de esta estructura devino en que para 1968, esta organizó a cincuenta y nueve escuelas superiores que participaban en las asambleas internas.

Incluso también remiten a esta organización de base las brigadas de las facultades de Ciencias Políticas y de Filosofía y Letras de la UNAM, aun cuando sus fines no eran exclusivamente estudiantiles, pues participaron grupos políticos de tendencia comunista, trotskista, maoísta u otras organizaciones sociales que permitieron la ampliación del movimiento.

La Guerra Fría en el 68

Durante los años sesenta en México la vida política adquirió expresiones acordes a la política internacional. Es decir, frente a un contexto mundial en donde la mayoría de las decisiones políticas se basaban en la relación bilateral Estados Unidos-Unión Soviética, el gobierno mexicano no quedó exento de dicha condición, sobre todo por el trato de la buena vecindad que se alcanzó unas décadas atrás. De manera que cuando comenzó la Guerra Fría (a inicios de los años cincuenta) y el conflicto entre ambas potencias quedó explícito, el gobierno mexicano se alineó indefectiblemente con su vecino del norte. Así, si el enemigo principal del gobierno norteamericano era la Unión Soviética y, por lo tanto, los comunistas, estos también lo eran para el estado mexicano.

De modo que para el estado todas las actitudes “subversivas”, fundamentalmente realizadas por estudiantes y obreros, tenían una base abiertamente comunista y, en consecuencia, con acuerdo con el Código Penal (artículo 145 bis) deberían ser castigados por la razón de alterar la “soberanía nacional”, dado que representaban —según los defensores del gobierno mexicano— ideas ajenas exportadas en contra de la Revolución Mexicana. En ese contexto el movimiento estudiantil de 1968 que reivindicaba en términos generales la libertad y la democracia no estuvo dirigido ni mucho menos se identificó con el comunismo a pesar de que en él sí concurrieron algunos miembros de las Juventudes Comunistas o de otras vertientes de la izquierda mexicana; no obstante, para el presidente Gustavo Díaz Ordaz la mano que mecía la cuna provenía del Partido Comunista Mexicano.

Esta percepción del movimiento estudiantil generó cierta repulsión por parte de los medios de comunicación y de algunos intelectuales reconocidos hacia los estudiantes movilizados y, como consecuencia directa, la aversión de otros sectores populares hacia los estudiantes en general. Tal es el caso de los “estudiantes” linchados unos años después por la población de Canoa en Puebla incitados por el cura del pueblo a causa de ser “comunistas”.

En conclusión, el discurso anticomunista generado por los Estados Unidos durante la Guerra Fría fue aplicado por el gobierno mexicano como un arma de doble filo; en primer lugar para evitar la expansión del comunismo y, en segundo lugar, para mantener la “estabilidad política” que comenzó a ser cuestionada por distintos sectores de la sociedad: desde los años cincuenta por los sindicatos magisterial y petrolero, en los sesenta por organizaciones estudiantiles, en los setenta por grupos guerrilleros hasta que, finalmente, en los años ochenta dicha estabilidad política y económica entró en una crisis que hasta ahora reciente sus secuelas.

Cultura de la rebeldía

En México, el nacimiento de la cultura mediática de masas trajo consigo la figura del joven rebelde. Tal representación, que originalmente tenía un carácter apolítico y que se manifestaba muchas veces en forma de conflictos emocionales, evolucionó rápidamente alimentada por fenómenos mundiales que impactaron fuertemente en las prácticas culturales de las generaciones jóvenes.

Sucesos de relevancia mundial como la Guerra Fría, las agresiones militares a Vietnam o el triunfo de la Revolución Cubana, escalaron rápidamente en una politización radical de las conciencias juveniles, particularmente de los sectores universitarios.

Para finales de los años sesenta, el joven políticamente rebelde es ya una auténtica contracultura; curiosamente, sin embargo, tal contracultura se halla perfectamente normalizada dentro de sus propios marcos: las universidades y los círculos sociales que en torno a ellas se agrupan. El estereotipo del estudiante rebelde usa playeras del Che Guevara, lee textos de teoría política, escucha música de protesta y rock norteamericano. Ser estudiante y políticamente contestatario es la norma.

Todo esto terminó en 1968. El ocaso del movimiento estudiantil fue, al mismo tiempo, el ocaso de la cultura juvenil de la rebeldía política.

En las décadas consecuentes, las prácticas culturales que dominaban en los sectores universitarios de 1968 fueron perdiendo relevancia hasta convertirse, finalmente, en reliquias pasadas de moda, piezas de museo cuya principal utilidad era —y sigue siendo— nutrir los relatos nostálgicos de novelistas, intelectuales y “líderes” que participaron en el movimiento estudiantil.

También ese espíritu de rebeldía de 1968 fue absorbido por el propio sistema, y los rebeldes que entonces persiguió el ejército hoy son respetables personalidades de la intelectualidad y profesores honorables de las universidades.

Los críticos del sistema se convirtieron en ahijados del sistema, ejemplificando con toda claridad la vieja crítica a la superficialidad del joven que se pone el traje de revolucionario mientras cursa la universidad. Tales dinámicas, con los recurrentes ensayos fallidos de organización estudiantil desde las universidades mismas, persisten hasta hoy como un reflejo pálido del movimiento de 1968.

La contradicción principal de tales desenlaces es que la sociedad mexicana sigue siendo, esencialmente, la misma en sus injusticias más profundas. Incluso puede decirse que algunos de los flagelos sociales que entonces apenas se gestaban, hoy han alcanzado las más insultantes dimensiones.

Para los millones de víctimas del capitalismo mexicano, para los trabajadores de las fábricas, para los comerciantes ambulantes, para los campesinos pauperizados, para los indígenas reducidos a limosneros de las ciudades, los logros del movimiento estudiantil de 1968 son frases de humo pronunciadas en la televisión por señores de corbata y café.

La sombra de 1968

Sin exagerar se puede admitir que la sombra del movimiento estudiantil de 1968 se cierne sobre todos nosotros y, de manera particular, sobre las organizaciones estudiantiles de la actualidad. Hasta nuestros días, el 68 es una fuente inagotable de paradigmas, ejemplos, símbolos y mitologías que, sin embargo, muchas veces no hacen más que oscurecer la perspectiva y ofuscar la visión de los actores estudiantiles del presente.

Según la idea más extendida, el 68 fue un momento de total y absoluta excepcionalidad histórica. Este enfoque presenta a los estudiantes de la época bajo el velo de una milagrosa singularidad ininteligible y los concibe como protagonistas indeterminados de un trágico drama histórico en el que la “fuerza” venció a la “fantasía”. En nombre del mito anterior numerosas asociaciones estudiantiles de la época actual y del pasado reciente ensayan formas de organización inadecuadas, desdeñan las metas de largo alcance y promueven una apología desmesurada del “horizontalismo”, el “espontaneísmo” y la “imaginación” en detrimento de los aspectos objetivos de la problemática estudiantil.

Contra esa manera de entender las cosas, se encuentran varias investigaciones que hacen énfasis en las bases sociales de ese movimiento. Desde hace mucho tiempo se sabe que el 68 mexicano no constituyó un fenómeno aislado en el tiempo y en el espacio, sino que, por el contrario, formó parte de un mosaico de rebeliones estudiantiles y populares que estallaron casi todas al mismo tiempo y en distintos puntos de la geografía mundial. En ese sentido, el caso de México se une a los de Francia, Italia, Hungría, Alemania, etc., y no se puede comprender más que como la manifestación de un gran ciclo de rebelión contra el orden mundial del capital. Aunque las interpretaciones usuales siguen haciendo abstracción del suelo social sobre el cual se levantaron las diferentes expresiones del 68, también se ha demostrado que ese amplio proceso de rebeldía simultánea solo se puede entender si se acepta, al mismo tiempo, que se gestó en las propias entrañas de la onda larga de expansión económica que se abrió en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial.

Entender el sustento material (la base económico-social) del 68 mexicano constituye una de las tareas más importantes del movimiento estudiantil actual. Solo así los estudiantes podemos empezar a ponderar la importancia inestimable de no exagerar el papel que juegan la “imaginación” y la “fantasía” en el curso de las luchas que llegamos a abrazar y defender. Solo así podemos empezar a extraer las valiosas lecciones que nos legaron los protagonistas de ese movimiento. Solo así podemos comenzar a valorar la importancia de contar con una organización estudiantil que deje atrás las nociones pueriles del “horizontalismo” y la “autogestión” en beneficio de una estructura sólida y disciplinada, capaz de hacer realidad las metas de un programa propiamente estudiantil que integre tanto las “luchas espontáneas” como las metas a largo plazo del movimiento. Solo así nos olvidaremos de las sombras y los fantasmas del pasado y alcanzaremos una “mayoría de edad”, tan urgente como necesaria.


Victoria Herrera, Miguel Alejandro Pérez, Aquiles Celis, Anaximandro Pérez y Aquiles Lázaro.

Mala calidad educativa sin perspectivas de mejora

Por Pablo Hernández Jaime

El 11 y 12 de junio de 2019, la SEP aplicó las pruebas PLANEA en educación básica; el objetivo fue “conocer en qué medida los estudiantes logran dominar un conjunto de aprendizajes esenciales al término de la Educación Secundaria, en dos campos de formación: Lenguaje y Comunicación, y Matemáticas”. Los resultados no son alentadores. En el caso de matemáticas, el 55% de los estudiantes reprobó la prueba y sólo 9% obtuvo resultados sobresalientes. 

Tales resultados vuelven a poner sobre la mesa el grave problema de la calidad educativa en México; y es que, aunque es verdad que la cobertura educativa aún es insuficiente en los niveles medio superior, superior e inicial (cero a tres años), en primaria y secundaria la cobertura es alta, de 94.6% y 96.5% respectivamente. El problema entonces no está en la cobertura sino en el aprovechamiento.

¿Por qué está fallando el sistema educativo? Tal pregunta merecería una respuesta rigurosa y detallada que aquí no puedo ofrecer, sin embargo, apuntaré algunas de las problemáticas que considero principales.

En primer lugar, y esto está ampliamente documentado por los estudios sobre desigualdad y educación, el desempeño escolar está fuertemente influido por la disposición de recursos económicos y culturales en los hogares. En este sentido, los hijos de clases sociales mejor posicionadas poseen condiciones que se traducen en ventajas educativas y, a su vez, en mejores desempeños; y, por el contrario, las desventajas asociadas a las clases bajas acarrean desempeños pobres. Así, pues, ¿qué desempeños podemos esperar en un país como México donde –de acuerdo con la UNICEF– el 54% de los niños menores de cinco años viven en pobreza? La respuesta es clara; y es que, aunque es verdad que tener recursos no se traduce directamente en buenos aprovechamientos, también es cierto que carecer de recursos representa un obstáculo real para obtenerlos. Los estudiantes pobres tienden a obtener pobres resultados. 

Otro problema importante son las deficiencias del personal docente. Y quiero tener precaución aquí, porque esta situación no es culpa directa de la mayoría de los profesores quienes también son fruto del sistema educativo deficiente, y en el cuál, además, deben enfrentar el reto de educar en condiciones muchas veces adversas y en las que ellos también son víctimas de la precariedad y la pobreza. ¿Qué mejora sustancial podemos esperar de los profesores cuando la docencia se encuentra en estas circunstancias? Claro que la docencia es deficiente en nuestro sistema educativo, y claro que éste es un gran problema; pero seríamos muy ciegos si no vemos que tales deficiencias son en parte una consecuencia de las condiciones laborales e institucionales en que están insertos los profesores. 

“Las escuelas deben ser capaces de nivelar las desventajas económicas y culturales de sus estudiantes”

Lo mencionado hasta aquí nos dice que, si no reducimos la desigualdad y la pobreza, los avances en aprovechamiento escolar serán limitados. Y es cierto. Sin embargo, dejar el análisis aquí sería sacarle la vuelta al problema. ¿Acaso las escuelas no pueden hacer nada para corregir los problemas educativos? 

Para educar mejor, las escuelas deben ser capaces de nivelar las desventajas económicas y culturales de sus estudiantes; y ello solo es posible creando, de una parte, un sistema integral de cuidados que incluya comedores, becas, transporte, útiles e incluso alojamiento; y, de otra parte, con un sistema integral de asesoría y andamiaje que considere programas permanentes y complementarios de regularización, de capacitación docente, la inclusión de programas culturales y deportivos, así como de tutores para asistir académica, psicológica y socialmente los casos que así lo ameriten. 

Por supuesto, para realizar lo anterior es necesario incrementar significativamente el presupuesto a educación. La labor es titánica, y continua sin hacerse. 

Las políticas educativas del nuevo gobierno, en lugar de incrementar el presupuesto, lo han reducido. Las políticas de profesionalización docente pasaron de ser erradas a ser prácticamente inexistentes; y la política de becas, que entra en detrimento de la obra pública escolar y en sustitución de otras transferencias no representa cambio alguno. Parece ser que los malos resultados observados hoy en PLANEA no solo nos hablan del presente, sino que nos advierten sobre un futuro que, posible y lastimosamente, resulte ser muy similar.

Pablo Hernández Jaime es maestro en ciencias sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
pablo.hdz.jaime@gmail.com

Brote de dengue en México: ¿falta de insecticidas?

Por Donají Gallardo

Desde hace varias semanas, la fiebre causada por el virus del dengue ha figurado en los titulares de los principales noticieros y periódicos nacionales. ¿La razón? El alarmante aumento de casos de esta enfermedad en el país, cantidad que, se dice, ha rebasado la estadística nacional de los últimos 50 años. Efectivamente, el aumento de los casos de dengue es el más nuevo de la la lista de errores de la administración de la 4T.

La fiebre por dengue (también conocida como “fiebre quebrantahuesos”) es una enfermedad febril causada por el virus del mismo nombre, el cual es transmitido por el mosquito Aedes aegypti. México, desde hace muchos años, ha sido catalogado como región endémica, razón por la cual se han puesto en marcha numerosos programas para reducir el número de casos, con la clara intención de erradicar la enfermedad. Uno de los más importantes es el control del mosquito transmisor de la enfermedad, mediante la reducción o eliminación de reservorios de agua y la fumigación de las viviendas. Es justo aquí donde se inserta la problemática de estos días.

Durante la conferencia mañanera del 05 de septiembre, el Dr. Hugo López Gatell, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, haciendo referencia a la protesta por la falta de insecticidas, refirió que el aumento de casos de dengue no se debe a una acción humana, sino a condiciones climatológicas. Añadió, además, que, aunque el número de casos de este año se triplicó, respecto a los reportados en 2018, éste se mantiene dentro del promedio para esta época del año.

“Las condiciones de pobreza implican un deficiente o inexistente abastecimiento de agua potable”

Al respecto, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) informa que, en lo que va del año, México ha registrado 74, 277 casos de dengue, ubicándose en el 4° lugar, sólo después de Brasil, Nicaragua y Colombia (1 958 031, 94 513 y 84 644, respectivamente). Además, la Secretaría de Salud informa que el 70% de los casos corresponden a los estados de Veracruz, Quintana Roo y Chiapas. A esto hay que sumar los casos de mortalidad: 28 a la fecha; 10 de los cuales fueron documentados en Chiapas.

De las declaraciones emitidas por el subsecretario podría suponerse que esta enfermedad es algo esperado, puesto que año con año nuestro país se ve azotado por este problema de salud. Sin embargo, aunque es cierto que el problema no se debe totalmente a la falta de insecticidas, el subsecretario olvida un factor clave para la prevención de esta enfermedad, mismo que ha sido pobre e ineficazmente resanado.

Me refiero a la pobreza. Las condiciones de pobreza implican un deficiente o inexistente abastecimiento de agua potable; por ello, la población se ve obligada a almacenar la poca agua que llega a sus municipios. Esto desemboca en la aparición de múltiples reservorios, que se convierten en hogares propicios para la reproducción de los moscos vectores del dengue. Si a esto sumamos la falta de insecticidas para controlar la proliferación de vectores, y un sistema de salud desarticulado e ineficiente, obtendremos el resultado de una “epidemia de dengue”.

El problema del dengue, en lugar de servir como excusa para defender la posición de “un sistema insuficiente, ineficiente, depauperado y corroído por la corrupción, que nos fue legado por el gobierno pasado”, debería servir como aliciente para que el actual gobierno empiece a resolver realmente el problema de la pobreza que azota a nuestro país, y que trae consecuencias gravísimas para sus habitantes, como la muerte por dengue, una enfermedad que es perfectamente prevenible si se mejora la calidad de vida de los mexicanos.

Donají Gallardo es médico cirujano por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
donadele4495@gmail.com

Regeneración y esperanza

| Por Victoria Herrera

Cuando se trata de preservar el poder, el estado capitalista posee la asombrosa capacidad camaleónica de separar la forma del fondo y de resolver la contradicción consecuente por medio de fórmulas o consignas “universales”. En ese sentido, los discursos supuestamente “renovadores” o “regeneradores”, y junto con ellos la esperanza, juegan una función de primer orden. A partir de esa clase de subterfugios un político viejo y desprestigiado, por el simple hecho de pasar de un partido con las mismas características  a uno renovado o que dice perseguir propósitos regeneradores, pierde esos atributos negativos y adquiere la imagen de un político nuevo e inmaculado, como si, a partir de entonces fuera, en efecto, un político regenerado. 

Esa clase de malabares ideológicos jugaron a favor del partido triunfador en las pasadas elecciones. En ese momento la esperanza cumplió un papel absolutorio y conciliador pero, además, se presentó como la condición única, necesaria y suficiente para lograr un cambio político. Todo, absolutamente todo, se trataba de tener confianza en los hombres del partido “nuevo”, como si, en los hechos, éstos fueran políticos realmente distintos, dignos de recibir la confianza irrestricta del electorado nacional.

Nadie objeta el hecho de que la esperanza y el optimismo han sido unas —no necesariamente las primeras— de las condiciones de posibilidad de las grandes transformaciones de la historia. Todos los proyectos transformadores parten del supuesto de que los deseos, personales y colectivos, pueden hacerse realidad. Si no existiera esa  expectativa nadie estaría dispuesto a participar en una empresa de esa clase. Con todo y eso, la esperanza, por sí misma, no produce ningún cambio y, muchas veces, se convierte en una ideología que, en lugar de motivar el cambio verdadero y profundo, apacigua los ánimos con el pretexto de que ese rasgo es “el último que debe morir”, de que no hay que perder la fe y de que, a fin de cuentas, si el cambio nunca llega se debe, seguramente, a que dejamos de tener confianza en un futuro promisorio que estaba a punto de hacerse patente cuando dejamos de creer en él. En esos momentos la esperanza deja de ser un impulso dinámico y se convierte en un discurso hueco, en un narcótico que aletarga la conciencia y la voluntad de cambiar las cosas. 

“la esperanza por sí misma no produce ningún cambio”

Alguien puede decir que la voluntad humana no tiene límites, que es omnipotente, que basta y sobra con desear y esperar un cambio, incluso puede declarar que el cambio está en uno mismo, pero los hechos demuestran que, en efecto, “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente”. 

En las  pasadas elecciones, los votantes tenían una tarea única: votar por la esperanza y el resto del cambio quedaría en manos de los candidatos impolutos (¡ja!) del partido regenerador, quienes harían efectiva la fe depositada en ellos. No obstante, ahora que el cielo se comenzó a despejar, y que empieza a sobrevolar (o incluso a ser un hecho) la probabilidad de que los nuevos gobernantes no cumplan algunas de sus promesas de campaña más importantes (por ejemplo, acabar con la corrupción), la ideología de la esperanza vuelve a proteger a los triunfadores y a obnubilar la mente de las personas que votaron por ellos.

A un año de gobierno de la 4T no está de más recordar que la esperanza es una condición necesaria, pero no suficiente, para lograr una transformación social verdadera, y también que hace falta una fuerza social poderosa, invencible, organizada y educada políticamente, en una palabra, una organización de masas capaz de hacer realidad, de materializar, de objetivar los programas políticos que promueven un futuro positivo de esperanza y de transformación.

Victoria Herrera es historiadora por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
vickipato@gmail.com

La independencia de México y el fracaso de una revolución

Por Abentofail Pérez
Febrero 2021

La Revolución de Independencia constituye un periodo de la historia nacional cuyos efectos se mantienen vivos en nuestra realidad social. La Historia es el pilar sobre que el que se cimenta la vida de un pueblo y cuando recurrimos a ella no es únicamente para rememorar viejas y gloriosas acciones, sino con el objetivo de comprender lo que somos hoy en día, para así, estudiadas y entendidas nuestras raíces, florecer en un futuro. Un individuo o una sociedad se compone esencialmente de lo que fue y si queremos hoy en día cambiar nuestra realidad, debemos antes conocer la fuente de donde ésta emanó. La Independencia de México abrió una herida en nuestra historia que sigue sin ser cauterizada. Aquellos que se propusieron extirpar el mal que en el ser social existía reconocieron el problema y se decidieron a operarlo, pero una vez abierto el cuerpo se olvidaron cerrar la herida, que hoy se nos aparece inflamada y corrompida por el devenir de los años.

Los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX representaron en el mundo entero el reajuste político que la estructura económica demandaba. La burguesía desplazaba del poder a la vieja aristocracia, y la Revolución Francesa acaecida en 1789, así como la Independencia de las trece colonias de Norteamérica, en 1776, fueron solo el preámbulo de una serie de revoluciones de carácter mundial que encumbrarían en el poder a una nueva clase, la burguesía, desplazando al viejo y caduco régimen. España no podía ser la excepción, habiendo representado por siglos el poder monárquico, fue víctima de la transformación que de Francia surgía y que a la “madre patria” llegaría encabezada por Napoleón. Naturalmente, sus colonias sufrieron los estragos de la invasión napoleónica y se creó en ellas un vacío de poder, algo inusitado después de trescientos años de dominación, que propició el levantamiento popular en todo el continente americano.

La Nueva España, conocida como “la joya de la corona” por su basta riqueza, no tardó en reaccionar a este reajuste político. En 1810 se levantó en Dolores el cura Hidalgo a la cabeza de miles de hombres que junto con él buscaban reconquistar la soberanía perdida el fatídico 13 de agosto de 1521. La insurgencia no tardó mucho en encender la llama revolucionaria y apenas unas semanas después aquel incipiente ejército contaba con más de 2,000 hombres. Las conquistas militares de este primer grupo de insurgentes fueron sucediéndose una tras otra, tomando primero Guanajuato y llegando en pocos meses a las puertas de la Ciudad de México. Lamentablemente, la desorganización provocada por un ejército tan grande y heterogéneo provocó, aunado a las decisiones equivocadas de los líderes del movimiento, que apenas iniciado el año de 1811 cayera derrotado por el ejército realista en la fatídica batalla de Puente de Calderón. La desbandada fue general, y los líderes insurgentes cayeron en manos de la reacción; para evitar nuevos alzamientos, las cabezas de los líderes ejecutados fueron colgadas, como escarmiento, en el escenario que meses atrás había arrojado esperanzas a la Revolución, la Alhóndiga de Granaditas.

Calleja, entonces jefe de las fuerzas realistas, esperaba que con esta dura derrota la rebelión llegara a su fin, pero lo que él había logrado apagar era solo una llamarada del inmenso incendio que en el país había provocado el levantamiento de Hidalgo. Las tropas desperdigas se reorganizaron y Morelos, quien había sido alumno de Hidalgo y a la vez pieza fundamental de su rebelión, se encargó de avivar la esperanza revolucionaria y organizó en el sur un ejército más capacitado y sobre todo con ideales más claros. La reorganización que encabezó no fue solo militar; la proclama cambió radicalmente y era ahora el grito de independencia el que se escuchaba en los más recónditos rincones del país. Creó una constitución que aunque sobrellevaba algunos viejos lastres del viejo sistema, en esencia respondía a la necesidad que la realidad exigía. La esclavitud se declaró abolida, la libertad de los hombres era su principal proclama y la soberanía nacional se convirtió en la bandera de este resurgimiento revolucionario. “Morelos profundizó las medidas de Hidalgo a favor de las clases desposeídas americanas: abolió los tributos personales y la esclavitud sin indemnización alguna” (Zavala).

Fueron varias las batallas que entre 1811 y 1815 libró el ejército de Morelos; el sitio de Cuautla sobresale entre ellas. La falta de conocimientos, que el mismo Morelos admitía, fue suplida por la inteligencia y la sagacidad natural de un hombre que a pesar de haber pasado su vida entera tras las puertas de una iglesia, dio muestras de verdaderas dotes militares que, cuenta la historia tal vez por hacerle justicia, que Napoleón reconoció al grado de aseverar “con diez hombres como Morelos, yo conquistaría el mundo”, aunque el objetivo de Morelos y las fuerzas humanas reflejadas en él emanaban no de un espíritu de conquista, sino de uno de liberación.

Morelos le dio cohesión y estructura al movimiento, pero no logró superar las trabas que un ejército poco preparado y adiestrado terminó por manifiestas al caer ante las fuerzas realistas. Todo el odio y la inquina que el clero y la aristocracia habían acumulado al ver peligrar la riqueza que habían amasado durante trescientos años y que se manifestaba en un miedo rayano en el pánico, se ensañó en la figura de Morelos, quien fue condenado en la tierra, en el cielo, y en el infierno, a falta de más lugares en los que su presencia fuera posible. La inteligencia a lo largo de la historia ha provocado el mismo efecto en los espíritus insensatos y reaccionarios. El terror que provoca una idea correctamente defendida y que logra, cual espejo, reflejar la insensatez de los enemigos del progreso es hoy, como hace doscientos años, el mismo.

La muerte de Morelos, a finales de 1815, parecía echar por tierra las esperanzas de un México independiente; sin embargo, la historia ha demostrado que no depende del individuo para realizarse, una vez roto el dique, la fuerza contenida de las olas es incontenible. “La muerte de Morelos paralizó la revolución, pero no la extinguió. Como en el resto de América, la dominación española tocaba en México a su fin; la aprehensión o la desaparición de los caudillos eran incidentes pasajeros”.

La última etapa del proceso de independencia se dio a través de guerrillas en varias regiones del país. El apoyo de un grupo de liberales encabezados por Javier Mina proveniente de España fue insuficiente y las esperanzas recayeron en la figura de Vicente Guerrero. Aunado a esto, el levantamiento popular en España había logrado en 1812 con la Constitución de Cádiz realizar transformaciones estructurales que dejaban sin poder al expatriado Fernando VII. Muchas de estas transformaciones afectaban también los intereses de la aristocracia y el clero novohispano que, aunque se aferró en un principio al sostenimiento del monarca, demostró a la postre que sus intereses personales estaban sobre cualquier ideología, y abrazó con sorprendente entusiasmo la causa que había condenado por diez años y a la cual ahora acudía buscando con ello salvaguardar su riqueza. Este cambio intempestivo significó un duro revés a la lucha insurgente. La fuerza política y militar de aquellos que defendían los ideales promulgados por Hidalgo y Morelos, los verdaderos ideales del pueblo mexicano, era insuficiente para triunfar sola, y se vio en la necesidad de forjar una alianza más fatídica que la que Julio César fraguara con Bruto.

El destino de la independencia quedó en manos de sus enemigos. Iturbide, años antes de cambiar de bandera, se ufanaba de haber vencido y derrotado a Morelos. Con estas palabras se dirigía al enemigo más grande del ejército revolucionario, el general Félix María Calleja: “Muy venerado y amado general y protector mío, deseo a su casa más prosperidades y gloria que a mí mismo”. Este hombre era ahora el encargado de darle la tan añorada independencia al país. La clase que había pretendido en 1810 reconquistar su soberanía era ahora un amigo incómodo de los que entraban triunfantes el 27 de septiembre de 1821 a la Ciudad de México. El plan de Iguala y los tratados de Córdoba, con los que se da fin al proceso de independencia, estaban claramente divorciados de la realidad histórica y de las necesidades de desarrollo de aquella nación en ciernes.

La Revolución de Independencia, a grandes rasgos desarrollada líneas atrás, no responde en absoluto a la que de manera oficial nos han inculcado. Es cierto que México oficialmente se independizó de España, pero la verdadera libertad que buscaron los próceres a los que ahora recordamos, sigue sin llegar a nuestro país. Se dio un paso importante, la liberación nacional, pero el sometimiento económico, que es el verdaderamente importante si se quiere hablar de libertad en una sociedad, se trasladó a nuestro vecino del norte. Las cadenas que nos tenían atados a la corona nos tienen ahora en manos de los Estados Unidos. Finalmente “la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases” (Marx), y la clase que valientemente puso el pecho a las balas del conquistador y ofrendó su vida por la liberación de nuestro pueblo, no es la que ahora goza del fruto de ésta. Vinieron otras luchas y gestas esencialmente iguales, pero en este siglo y hasta este momento sigue pendiente la histórica tarea de lograr la verdadera independencia, aquella que le permita a nuestro país romper el yugo de la clase que le oprime y una vez que el proletariado, clase históricamente sojuzgada, haya conquistado el poder, entonces sí, el pueblo podrá festejar una independencia no fingida ni enmascarada, sino real e indestructible.


Abentofail Pérez es Maestro en Filosofía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

La educación superior no es garantía de empleo

| Por Irving Góngora

El 12 de agosto se llevó a cabo en México el “Día Internacional de la Juventud” en el que diversos colectivos y autoridades abordaron la problemática de las altas cifras de desempleo que atañe a este grupo etario. Para combatir este problema, el gobierno ha dedicado diversos apoyos monetarios para que los jóvenes inviertan en su “capital humano” mediante la formación laboral y educativa. Considero que estas medidas, dirigidas al individuo, no son suficientes para abatir esta problemática laboral, si no están acompañadas de acciones gubernamentales para regular los mercados de trabajo, ya que en un país como el nuestro existen grandes obstáculos como la desigualdad, la pobreza y la baja movilidad social. Para muestra de esto, a continuación, se presenta el caso de desempleo de jóvenes profesionistas, mismos que, si tienen problemas de empleabilidad se debe a carencias del mercado de trabajo y no de los individuos.

Conseguir un empleo, que en este escrito consideraré como sinónimo de “éxito laboral”, no se explica solo por la cantidad de “capital humano” adquirido, sino, también, por muchos otros factores. Por desgracia, en la actualidad, dicho “capital” busca presentarse como la única vía para explicar la inserción laboral. Así, por ejemplo, en diversos contextos podremos escuchar cosas como: “que alguien es pobre porque no le echó ganas”, que “si yo pude, toda persona puede”. Detrás de estas palabras se haya la noción del mérito que responsabiliza al individuo por el resultado de sus decisiones y acciones, aciertos y errores.

De acuerdo con la teoría del “capital humano”, se esperaría que mientras más años de escolaridad tengan las personas, mayores serán sus posibilidades de obtener un empleo y, además, con altos ingresos. Como acierto para esta teoría, se ha documentado que en países con mayores niveles de igualdad económica y movilidad social existe, de hecho, cierta correlación entre el nivel escolar y la obtención de empleo. Sin embargo, en países como el nuestro, con mayores brechas de desigualdad, tal relación dista de ser lo esperable; aquí, diversas investigaciones han hallado que tener educación universitaria no es suficiente para lograr el éxito laboral. Tal parecer que el logro educativo, aunque se ha vuelto condición necesaria, no podemos considerarla como condición suficiente, y menos aún en países con altas brechas de desigualdad. Si no hallamos solución para los problemas estructurales de México, las diversas acciones llevadas a cabo por los jóvenes como: la acumulación de experiencia laboral y estudios de posgrado, tendrán poco impacto para que logren emplearse. 

“Conseguir empleo para los jóvenes es difícil, pero es incluso más para los jóvenes profesionistas”

A continuación, presento las cifras de desempleo para la población mexicana con estudios de licenciatura y más según los diversos grupos de edades. La tasa de desempleo se construye mediante la razón del total de personas que no están ocupadas (formal o informalmente) y están buscando activamente empleo entre el total de la Población Económicamente Activa (PEA); es decir, dicha tasa nos ayuda a conocer cuántas personas, a pesar de seguir buscando empleo, no lo han conseguido. Elegimos a los jóvenes profesionistas porque éstos tienen los mayores niveles de escolaridad en el país lo que se traduce en ventajas, en comparación con sus pares que carecen de estudios universitarios, para lograr empleo. Estos datos fueron tomados del segundo trimestre de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo que realiza el INEGI.

Por un lado, se puede observar que las tasas de desempleo para la población total y para los profesionistas son 3.54% y 4.23% respectivamente, lo que indica que la población con más estudios tiene cifras de desempleo 0.69% mayores que la media nacional. Por otro lado, se aprecia que son precisamente los jóvenes quienes presentan cifras más alarmantes de desempleo. Para el total de la población, el grupo de 20-24 años presentan tasas de 7.16% mientras que el de 25-29 años de 4.81%. 

Ahora bien, si nos detenemos en el caso de los profesionistas esto se torna más alarmante, pues para los mismos grupos de edad se presentan cifras de 11.48% y 6.44%, respectivamente. Por tanto, los jóvenes, incluso lo que tienen licenciatura y más, presentan desempleo hasta tres veces mayor que la media nacional.

Podemos concluir que conseguir empleo para los jóvenes es difícil, pero es incluso más para los jóvenes profesionistas; y no hablamos de conseguir trabajo bien remunerado o con excelentes condiciones, sino tan siquiera conseguir una ocupación. Podremos suponer un sinfín de cosas que explique por qué los jóvenes profesionistas carezcan de empleo. Pero si consideramos que estos jóvenes y sus familias han invertido, al menos, 15 años en la formación educativa los réditos no se han traducido en éxito en los mercados de trabajo. 

Si invertir en capital humano, educativamente hablando, no es suficiente para conseguir trabajo, entonces ¿de qué depende el éxito laboral? ¿qué más pueden hacer los individuos para lograr insertarse en el mercado de trabajo? Parece que la respuesta no está en las características de los individuos, sino en la estructura misma del mercado de trabajo y sus desigualdades. Desde lo aquí analizado podemos decir que no basta el mérito individual para el éxito laboral y que las acciones que prioricen al individuo no son suficientes si éstas no van acompañadas de intervenciones profundas en los mercados de trabajo.

Es necesario que las políticas de gobierno den cuenta de la complejidad de factores que intervienen en lograr una ocupación, pero también es indispensable que los ciudadanos sean conscientes de tales dificultades. El éxito en las personas depende de la cantidad de vacantes reales en los mercados. Sin tales vacantes poco servirá que el individuo acumule más capital humano. La exigencia de la ciudadanía para la intervención gubernamental en los mercados de trabajo es tan loable como exigir que la ciudadanía se prepare más.

Irving Góngora es maestro en ciencias sociales por El Colegio de México. Opinión invitada.
igongora24@outlook.com

Su crítica y la nuestra

| Por Pablo Hernández Jaime

Son tiempos de confusión en el panorama político nacional y resulta preciso hacer claridad. La “izquierda” (así, entre comillas) ahora es gobierno, y un sector visible –no sé si importante– de los “intelectuales” (también entre comillas) que apoyaron el proyecto, continúan haciéndolo. Sin embargo, la nueva administración, en los hechos, ha tomado una dirección que parece poco congruente con las posturas que de palabra y con entusiasmo sostiene (por decir lo menos). Enumeraré un par de ejemplos que, no obstante, no pretenden ser exhaustivos ni una caracterización completa del gobierno morenista.

Comienzo hablando un poco de lo económico. Primero, la férrea decisión de mantener la política fiscal regresiva se traduce en una restricción presupuesta para el gasto público gubernamental que limita las posibilidades de acción del Estado en materia de seguridad social e inversión (cuando menos). Esta restricción, ciertamente, no es nueva. No se está reduciendo la recaudación. La política fiscal implementada por el nuevo gobierno no representa un cambio, sino una continuidad con respecto a las administraciones anteriores.

¿Cuál es el problema con mantener una política fiscal como esta? Técnicamente –y desde el punto de vista de la redistribución– los problemas son fundamentalmente dos: primero, se mantiene limitada la capacidad de gasto del gobierno y, segundo, se mantienen intactas las brechas de desigualdad socioeconómica asociadas con la acumulación de capitales (desigualdades que resultan ser las fundamentales). Bajo estas restricciones, la capacidad de acción del gobierno para atender los problemas sociales resulta, como ya se dijo, limitada.

Pero el gobierno de López Obrador dice querer atender los problemas sociales, y sabe que para eso necesita recursos. Pues bien, para solucionar este problema, sin tocar la política fiscal, tiene básicamente una medida: el supuesto combate a la corrupción. La lógica del planteamiento es sencilla: el monto de recursos “x” que tiene el gobierno es limitado, sí, pero si se hace un uso eficiente de él, rendirá más; y para hacer un uso eficiente de él, es preciso eliminar las fugas, esto es, la corrupción. El planteamiento no es en sí mismo malo; de hecho, es razonable y la medida resulta necesaria. El problema no está, entonces, en el planteamiento abstracto, que por abstracto acepta múltiples interpretaciones y aplicaciones; el problema está, más bien, en la aplicación concreta de tal planteamiento; y ¿cuál ha sido tal aplicación? El recorte presupuestal generalizado; primero, eliminando el ramo 23 para la construcción de obras y servicios públicos; segundo, eliminando programas como Prospera, las guarderías y comedores comunitarios; tercero, recortando el presupuesto a instituciones públicas, etcétera. La justificación retórica de tales acciones es, sencillamente, que “con menos recursos o sin ellos no podrán robar”.

Pero ¿qué hará el nuevo gobierno con el ahorro de su combate a la corrupción? En primer lugar, financiar sus propios programas de transferencia monetaria, programas cuya lógica y supuestos de base no difieren de Prospera u otros programas de váucher social y que, no obstante, están peor diseñados, son más opacos y serán distribuidos sin ningún criterio claro pues el llamado censo del bienestar carece de un diseño metodológico pertinente. En pocas palabras, en materia de seguridad social, el nuevo gobierno está cavando un hoyo para tapar otro; en este sentido, difícilmente puede decirse que habrá avances significativos. La estrategia de seguridad social –como ya lo han señalado algunos críticos– parece obedecer más a una lógica política de captación de clientela que a un plan de combate a la pobreza.

En segundo lugar, con lo ahorrado del combate a la corrupción el nuevo gobierno planea invertir en obra productiva (dos bocas, tren maya, corredor transístmico). Como el combate a la corrupción, esto tampoco suena mal. Sin embargo, de nuevo se nos presenta el problema de la aplicación concreta. Veamos. Desde el punto de vista del desarrollo productivo nacional, los problemas con el planteamiento económico señalado son dos: primero, la propuesta –tal y como la ha mencionado el presidente en los foros públicos– supone la posibilidad de implementar un nuevo modelo desarrollista en México, lo que parece obedecer más a un anhelo nostálgico del pasado que a un análisis puntual de la economía internacional; hoy día, ni existe el contexto de crecimiento económico global pautado por el periodo de posguerra, ni nos encontramos ante las oportunidades que brinda un mercado global donde las principales potencias se encuentren en condiciones de desventaja para acaparar la demanda; todo lo contrario, venimos de una crisis económica (2008) de la cuál no hemos remontado, nos encontramos en un contexto de gran competencia donde el desarrollo tecnológico de las principales potencias nos haría casi imposible competir sin una previa, adecuada e intensiva preparación y, por si fuera poco, en el panorama se dibuja la sombra de una nueva contracción global de la economía.

“Las acciones puntuales del nuevo gobierno se nos presentan de manera ambigua”

Ahora bien, todo esto no quiere decir que sea mala idea que haya un plan de inversión productiva para México. El problema no es ese. El problema es que no existe tal plan. La propuesta del nuevo gobierno es “juntar ahorritos” para iniciar un par de proyectos que, en su conjunto, no están articulados, no forman parte de un plan integral de desarrollo productivo nacional. Cabe señalar que de los tres proyectos más conocidos: dos bocas, el corredor transístmico y el tren maya, solo el primero de ellos es de carácter productivo y, sin embargo, carece de visión, está deficientemente pensado, y lo más probable es que como opción de inversión sea infra-óptimo.

En pocas palabras, las acciones puntuales del gobierno se nos presentan de manera ambigua, difícil de asir, y difícil de clasificar. El gobierno insiste en llamarse de “izquierda” y sus “intelectuales” así lo sostienen; los esfuerzos que estos sesudos pensadores ponen para interpretar de manera progresista las acciones del nuevo gobierno han llegado a tal punto que recurren al análisis de lo posible; reconociendo el carácter ambiguo de las políticas de López Obrador sostienen ufanos: “seguro todo es parte de un plan más complejo y bien elaborado que no alcanzamos a comprender”.

Sin embargo, en los hechos, la nueva administración se resulta ser una suerte de estado mínimo –propio del neoliberalismo– que, poco a poco y so pretexto de combatir a la corrupción, desmantela las instituciones y programas de seguridad social del estado, para sustituirlas, enfáticamente, con políticas de váuchers –transferencias directas– que lo único que hacen es brindar soluciones negligentemente individualistas a problemas de orden estructural que requieren de una intervención institucional.

Quizás con una reforma fiscal progresiva, el gobierno podría ampliar la cobertura de seguridad social sin caer en una lógica de váuchers y sin desmantelar los programas existentes. Quizás con una reforma fiscal de este tipo, el gobierno tendría mayores capacidades de inversión productiva. ¿Por qué no implementarla? No estamos hablando de socialismo alguno, estamos hablando de modificar los esquemas de recaudación dentro de los límites del propio capitalismo. Se dirá que tal medida puede resultar un desincentivo a la inversión privada y, por tanto, en una desaceleración de la economía nacional. Esta crítica es importante y no debemos dejarla de lado, aunque nos consideremos de izquierda.

El crecimiento económico es la base de la redistribución. No entraré ahora en este tema, baste señalar que, en las sociedades económicamente ricas, el surgimiento de la pobreza es un resultado de la desigualdad; sin embargo, la igualdad económica no es sinónimo de erradicación de la pobreza. Si una sociedad se empobrece, si deja de crecer, entonces, aunque sea igualitaria, no tendrá recursos que distribuir. El subdesarrollo también es causante de pobreza y eso tiene que quedar muy claro. Quizás por eso uno podría pensársela dos veces antes de establecer una política fiscal progresiva que “espante” a la inversión. No se sabe con claridad si estos son los motivos que llevan al actual presidente a evadir la reforma fiscal; pero si este fuera el caso, entonces la estrategia no está resultado del todo bien: el crecimiento económico de casi el 0% en lo que va del año indican que no; falta ver si el reciente aumento en las inversiones de 1.5% contribuyen a paliar el problema. En todo caso, lo que se puede apreciar es que evitar la reforma fiscal no es un incentivo suficiente a la inversión. Ante este panorama es casi evidente que al actual gobierno le falta un plan de desarrollo estratégico con incentivos focalizados a áreas estratégicas de la producción que pueda ir acompañado de una reforma fiscal progresiva.

El problema del crecimiento económico es preeminente y se toca directamente con el problema del bienestar social. Solo acompañados de un desarrollo productivo nacional relativamente firme, estaremos en condiciones de mejorar las condiciones del mercado laboral, creando empleos; y asimismo, solo con una política de redistribución adecuada, que no apague la llama de la producción y del crecimiento, podremos mejorar estructuralmente las condiciones de dicho mercado de trabajo, dignificando los empleos creados. No sabemos con claridad cuales sean las intenciones reales del presidente, pero en los hechos y desde el punto de vista del desarrollo económico y la construcción de bienestar, no son ni de izquierda ni progresistas, es decir, ni están creando mejores condiciones para la redistribución ni, aparentemente, están promoviendo el crecimiento.

Aunque centrada en algunos aspectos de lo económico, esta es nuestra crítica. Discrepamos radicalmente de quienes condenan el diseño de políticas de seguridad social. Nosotros decimos: ¡sus políticas son una simulación! Necesitamos otras mejores. Estamos de acuerdo con los que se preocupan por el crecimiento económico; pero no estamos de acuerdo con dar todas las concesiones a la industria privada: ¡necesitamos un esquema fiscal progresivo que, de un lado, de incentivos focalizados a la producción nacional y al desarrollo tecnológico y, de otro, permita una recaudación mayor para sostener una justa redistribución!

Pablo Hernández Jaime es maestro en ciencias sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
pablo.hdz.jaime@gmail.com

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