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Reseña de “Slouching Towards Utopia” de J. Bradford DeLong

Marzo 2023

Difícil es negar que la humanidad ha progresado, pero asumir el progreso como el hilo conductor de la narrativa histórica nos puede conducir a sobrevalorar los tiempos actuales. El libro “Slouching Towards Utopia” (que en español podría traducirse como “Acercándonos lento a la utopía”) de J. Bradford DeLong nos pone más cerca de la utopía de lo que en realidad estamos. Su tesis principal es que los ciento cuarenta años que conforman el periodo que va de 1870 a 2010 forman una unidad histórica, el “gran siglo XX”.  Lo que lo hace característico es que su historia es esencialmente una historia económica, es el recuento de los progresos económicos que llevaron a la humanidad, por primera vez, a ponerle fin a la aguda pobreza material que había sufrido desde su origen. Para el autor, fue el surgimiento de tres instituciones las encargadas de tal hazaña: la globalización, los laboratorios de investigación industrial y las modernas corporaciones. Esta combinación engendró la mayor fuerza creadora de riqueza y brindó a la humanidad entera un mínimo de seguridad económica.

La idea de que la enorme capacidad del capitalismo para producir riqueza no guarda la misma proporción con el bienestar humano, es una idea que se impone a la luz de la enorme y creciente desigualdad y pobreza que hay en el mundo. DeLong no es ajeno a esta verdad. Pero a pesar de todo, DeLong insiste en que lo distintivo del siglo XX es que mejoró cada vez más los estándares de vida de la población, comparados con aquellos de nuestro pasado más inmediato, los del feudalismo. Citando a Keynes, el autor nos recuerda que para 1914, a las clases medias y altas de todo el mundo “la vida ofrecía, a bajo costo y sin mayor problema, facilidades, comodidades y servicios que superaban a los que tenían alcance los monarcas más ricos y poderosos de todo el orbe” (p.50); y que para 2010 una “familia típica ya no enfrentaba como problema más urgente la tarea de adquirir suficiente comida, cobijo y ropa para el próximo año o la próxima semana” (p.17).

Quizá la familia típica a la que se refiere DeLong está más cerca de la familia promedio de las clases medias estadounidenses o de los países de alto ingreso. Si tan solo esta familia típica fuera representativa a nivel global; si tan solo fuera cierto que esta familia típica de nuestros días pudiera jactarse de vivir mejor que los más poderosos monarcas de cualquier lugar, entonces, me atrevería a decir que estamos ya en la utopía misma. DeLong basa su optimismo en las cifras oficiales del Banco Mundial sobre la pobreza extrema: para 2010, menos del 9% de la población mundial vive con menos de 2 dólares al día. Así, pues, dos dólares son la vara que DeLong le pone al progreso económico alcanzado. Pero si miramos los estándares de medición de pobreza nacionales, o regionales, el panorama es generalmente más desolador. Por ejemplo, para el caso de México, en 2010, el porcentaje de la población en pobreza extrema es de 4.5% de acuerdo con los cálculos del Banco Mundial, y de 11.3% según el INEGI. Aun ateniéndonos a medidas internacionales, cuando pasamos de la pobreza extrema (menos de 9% para 2010) a otros tipos de pobreza, encontramos, por ejemplo, que el 32% de la población mundial es identificada como multidimensionalmente pobre[1] (OPHI, 2010).

No es mi intención, sin embargo, negar todos los avances que ha logrado la humanidad. Es verdad, el progreso tecnológico alcanzado es visible y sorprendente. Este libro es prolijo en el registro de los progresos tecnológicos más destacados del largo siglo XX, así como de anécdotas que bien reflejan su ímpetu creador, ímpetu que quedó personificado en inventores como Nikola Tesla. Desde la fabricación del acero para la industria, hasta los microprocesadores, pasando por la universalización de los servicios de electricidad, gas, teléfono, agua potable, la creación masiva de entretenimiento, la televisión, electrodomésticos, automóviles, aviones, cohetes espaciales, etc., todo esto ha cambiado definitivamente nuestras vidas para bien. Todo este progreso tecnológico evidentemente nos separa años luz de las épocas anteriores. Sin embargo, no es verdad que todo sea resultado del “progreso tecnológico” a secas. En la capacidad productiva también debe considerarse, sobre todo, la intensificación del trabajo y el abuso de los recursos naturales del mundo. Nada se dice al respecto.

DeLong, en su esfuerzo por resaltar las proezas productivas del largo siglo XX, también nos ofrece una medición de esa capacidad productiva de riqueza. Según sus estimaciones, entre 1870 y 1914, las mejoras tecnológicas y productivas crecieron a una tasa de 2 por ciento al año, un ritmo más de 4 veces mayor al que experimentó la humanidad durante todo el siglo anterior, de 1770 a 1870. La mayor conquista de esta gigantesca capacidad productiva alcanzada es que nos dio la oportunidad de crear lo suficiente para dar un poco más de un mínimo de seguridad económica a toda la población mundial, tal y como lo comprueban todos los promedios de riqueza e ingreso. Pero esos son tan solo promedios aritméticos. Por eso, aunque con ciertos matices, concuerdo con la idea de DeLong de que una parte del problema humano ya está resuelto: hay abundante riqueza material. Pero el verdadero progreso no consiste en la productividad y la abundancia en sí mismas, sino en la posibilidad real de acceder a ella. Como bien dice DeLong, la prosperidad material se distribuye desigualmente por todo el planeta hasta un punto grotesco, incluso criminal.

Para DeLong, una de las razones por las que la humanidad no alcanza la utopía es que se halla mediada casi totalmente por la economía de mercado. Productividad y abundancia son el resultado de una sorprendente coordinación y cooperación de billones de personas participando en la producción de la riqueza, mediada por la economía de mercado. Pero, aunque la producción de riqueza es cada vez más social, el mercado no recompensa según la contribución que cada uno tuvo en la generación de la riqueza social, sino según los títulos de propiedad que tengas sobre ese trabajo social. DeLong no lo dice, pero en la sociedad capitalista pasamos del “esto en mío porque yo lo hice” al “esto es mío porque tengo el título de propiedad”.

En su gran narrativa, DeLong nos envuelve en un diálogo en torno a las virtudes y los límites de esta economía de mercado. A través de la conversación que el autor establece entre Friedrich von Hayek y Karl Polanyi, el autor busca representar a la humanidad buscando la utopía. Así, DeLong entiende el gran siglo XX como una disputa política entre quienes, por un lado, se adhieren al lema “el mercado da, y el mercado quita”, y por el otro, quienes sostienen que “el mercado está hecho para el hombre, no el hombre para el mercado”. Por tanto, la historia que DeLong nos ofrece de su siglo XX es una historia centrada en los cambios políticos que definieron los patrones de crecimiento del capitalismo. En particular, es una narrativa centrada en el papel de las élites gobernantes de los países ricos del hemisferio norte, lideradas por los de Estados Unidos. Más adelante comentaremos más sobre este punto.

Nos ocuparemos primero de los tres factores que causaron la explosión de la productividad: la globalización, los laboratorios de investigación industrial y las modernas corporaciones. De acuerdo con DeLong, estos tres factores brindaron a la productividad el medio propicio, la forma necesaria y el actor decisivo para desarrollarse. El medio es la globalización, la formación del mercado global. Los laboratorios industriales, la forma que tomó la creación sistemática de la innovación tecnológica. Las corporaciones modernas, los sujetos que financiaron esos laboratorios de investigación industrial, y que además adoptaron las tareas de control y mando, en fin, los que organizan la forma de organizar la producción. En efecto, desde el punto de vista tecno-económico, el rol que juegan estos tres factores son los que menciona el autor. Sin embargo, la globalización y la organización de la producción mediante la configuración de las cadenas globales de valor bajo el mando de las matrices corporativas nos muestran una narrativa totalmente distinta para el Sur Global.

Se dice que la globalización, mediante la sana competencia, promueve el desarrollo de la tecnología, e incrementa y hace más eficiente la producción. En este sentido, es benéfica para todos. Por eso, los países deben echar abajo cualquier obstáculo a la libre circulación de mercancías y capitales en pro de la eficiencia productiva. Después de décadas de apertura económica e integración a las cadenas globales de valor, los países del Sur Global no han logrado la abundancia económica de los países más industrializados del Norte. Ante este hecho, DeLong solo alcanza a responder: algunos se han acercado. Para el autor, el problema principal reside en la naturaleza inestable y desequilibrada de los gobiernos del Sur Global. Por tanto, DeLong se adhiere a la receta de promover los mercados e incentivar la acumulación de capital, por un lado, y establecer la democracia liberal, por el otro.

Desde la perspectiva del colonialismo, la gran narrativa del siglo XX bien podría ser la narrativa de la formación y consolidación de una ventaja histórica del Norte Industrializado sobre el Sur Global. Una ventaja histórica que tiene su origen en el enriquecimiento de los hoy países ricos a partir de guerras de conquista, saqueos, políticas comerciales abusivas impuestas muchas veces por la fuerza (por ejemplo, los monopolios y los impuestos), la esclavitud y otras formas de explotación laboral, etc. Mucho se habla de las ventajas competitivas y comerciales del Norte Industrializado, pero estas ventajas no se asocian con su pasado colonialista. El Norte promovió la globalización poseyendo las cantidades de dinero más grandes del planeta, siendo los productores casi exclusivos de tecnología y teniendo los medios de comunicación y transporte más desarrollados.

Aquí entra el tema del imperialismo. DeLong habla de dos tipos de imperialismo: el formal y el informal.  De acuerdo con esta distinción, las prácticas abusivas colonialistas son propias de los imperios formales. Pero para él, el largo siglo veinte es el siglo en el que se transita del imperialismo formal al imperialismo informal, siendo los Estados Unidos la máxima expresión de este último. Cuatro componentes principales definen a un imperio informal: libre mercado, monopolio industrial, libre migración y libertad de inversión. En 1945, nos dice el autor, Estados Unidos desplazó a Gran Bretaña como la primera potencia industrial, comercial e imperial del mundo… una vez que Estados Unidos se consolidó como la primera potencia mundial, construyó un imperio americano que, a diferencia de sus predecesores, era casi totalmente informal (p.115). Esta narrativa, usando convenientemente los alcances de la “historia económica”, pasa por alto que esta nación ha invadido militarmente al resto del mundo para defender sus intereses, y los de nadie más. Este imperio informal inició una guerra genocida en Vietnam, arrasó Korea, empleó armas nucleares sobre civiles en Hiroshima y Nagasaki, se alió con el Apartheid, financió mercenarios en Nicaragua, respaldó dictaduras militares en Sudamérica, se colude con fascistas, en suma, es un imperio forjado y sostenido por la guerra… todo esto queda a la sombra de la supremacía puramente “económica”, “tecnológica”, “organizativa”, y “comercial” de los Estados Unidos sobre el resto del mundo.

Aunque DeLong reconoce las consecuencias negativas de los imperios informales sobre el mundo subdesarrollado, como la desindustrialización y la consiguiente especialización en los productos agrícolas o primarios, al final admite, pero no condena. Por un lado, dice que los imperios, formales e informales, ambos, retrasaron más de lo que permitieron avanzar al Sur Global. A renglón seguido añade: Sí, las cosas no van bien para el Sur Global, pero, aun así, “la actividad económica y los avances de una región (del Norte Global) del mundo casualmente determinan la actividad económica y los avances de las otras regiones (las del Sur Global) del mundo” (p.116). En efecto, la suerte del Sur Global está ligada a las necesidades de expansión y acumulación capitalista del Norte industrializado. Pero no menos cierto es que sin la transferencia constante de recursos de todo tipo (dinerarios, naturales, humanos, etc.) del sur al norte, este último no podría erigir su imperio. En lugar de interdependencia, DeLong solo ve una dependencia unilateral, la del Sur del Norte. Y en lugar de sometimiento DeLong ve casualidades de tipo puramente económico.

Es fácil ser optimista cuando se ignora el lado defectuoso de las cosas. Pero lo menos que puedo criticarle a DeLong es su optimismo, sino más bien su parcialidad. En su balance de los hechos, los reveses que el sistema capitalista ha tenido ya sean de tipo económico, político, o social, muchas veces o son obviados (¿dónde está el éxito productivo del capitalismo en el Sur Global?), o perdonados porque “pudo haber sido peor” (el Sur Global estaría peor si no acepta las reglas del Norte Global), o simplemente explicados como anomalías quizá evitables (tal es el caso de las guerras mundiales). Al final, nada puede negar todo el progreso que logró la civilización mundial desde 1870. Estamos en el mejor de los mundos posibles.

DeLong afirma que antes de 1870, la única forma de gozar de una comodidad material suficiente era quitándole a los demás. Después de 1870, ya no es el caso, pues la humanidad encontró la forma de crear más riqueza para todos. Claramente, esta gran narrativa se opone al análisis Marxista del capitalismo. Aunque DeLong cuenta a Marx entre los optimistas que quisieron, a su modo, alcanzar la utopía, y reconoce que Marx entendió mejor que muchos el significado de la Revolución Industrial y cómo ésta afectaría el futuro de la humanidad, a diferencia de Marx, no ve en las contradicciones del capitalismo un desenlace fatal. Es verdad, dice DeLong, que el sistema capitalista distribuye injustamente la riqueza, pero la explicación no está en que sea un sistema de explotación, sino en que el mercado solo recompensa los derechos de propiedad. ¿Pero cómo explicar entonces que unos tengan derechos de propiedad y otros no? DeLong responde: algo de suerte y capacidad de invención.

A la idea marxista de que el capitalismo guarda una contradicción insalvable, puesto que al tiempo que crea mucha riqueza también genera mucha pobreza, DeLong responde: socialdemocracia. Cuando Marx denuncia la naturaleza inestable del capitalismo y su proclividad a las crisis, DeLong responde: políticas económicas, en particular, Keynes. “No es verdad que las economías de mercado produzcan necesariamente una desigualdad y una miseria cada vez mayores en compañía de una riqueza creciente. A veces es así y a veces no. Todo depende del gobierno, quien tiene herramientas suficientemente poderosas para distribuir el ingreso y la riqueza” (p.239), afirma DeLong. En suma, a una sociedad postcapitalista, DeLong responde: una economía de mercado reformada, bien gestionada y más equilibrada.  

Cierto es que en los años que llevamos de capitalismo y socialdemocracia ha habido periodos en los que la desigualdad en el ingreso y la riqueza, y la pobreza han disminuido. ¿Se puede afirmar, no obstante, que estos periodos son atribuibles a la buena gestión de los gobiernos liberales socialdemócratas del Norte Global? DeLong pasa por alto, o quizá no quiere reconocer, la contribución innegable que a este propósito han tenido los movimientos populares más radicales y sus gobiernos, con especial mención el Estado Soviético y el Partido Comunista Chino. Además, al referirse a China, DeLong no hace más que contradecirse. Para apoyar la idea de que la humanidad avanza, aunque a gatas, hacia la utopía, afirma que hoy la población que vive en la pobreza extrema es muy pequeña. Sin embargo, China es de los países que más ha contribuido a este resultado (Darvas, 2018). DeLong incluye, pues, la contribución de China en sus datos, pero rechaza el camino que China ha mostrado al mundo para avanzar más decididamente hacia la utopía de DeLong. Para él, el socialismo del Partido Comunista de China no es más que un “capitalismo de vigilancia estatal autoritario y corrupto con características chinas… de modo que el avance de China parece […] poco prometedor para dirigirnos a la utopía. Por el contrario, parece señalar un retorno…” (p.531).

Si DeLong no habla más de la desigualdad es porque para él lo importante a destacar es que “el gran crecimiento económico después de 1870 implicó que las clases trabajadoras de todo el mundo también se estaban haciendo cada vez más ricas comparadas con sus predecesoras” (p.240). En este sentido nos hemos acercado a la utopía: hay abundancia y la mayoría goza de lo mínimo indispensable.  El camino por recorrer tiene solo que ver con asuntos pendientes que podemos englobar en el término “inclusión”. Todo dependerá de que la humanidad se haga de buenos gobernantes. En la Narrativa de DeLong, los protagonistas del verdadero progreso logrado en el largo siglo XX son las facciones demócratas de las grandes naciones occidentales, y en varias ocasiones, destacadas figuras políticas como John Maynard Keynes y Franklin Delano Roosevelt.

Decíamos entonces, que en la narrativa de DeLong, el camino hacia la utopía depende de la capacidad de los gobiernos de manejar correctamente la economía. En este sentido, Keynes y Roosevelt nos habrían allanado el verdadero camino hacia ella. Keynes impulsó la socialdemocracia desarrollista del Atlántico Norte tras la Segunda Guerra Mundial, y Roosevelt hizo posible un New Deal que convirtió a los Estados Unidos en una modesta socialdemocracia al estilo europeo. Esto es lo mejor que la humanidad ha tenido, nos dice el autor. Para el autor, “Keynes y Roosevelt son recordatorios de la importancia que tienen los individuos que actúan de determinadas maneras en momentos precisos, que no sólo piensan, sino que tienen la oportunidad de hacer que esos pensamientos se materialicen. Incluso en los grandes relatos” (p.523).

Los individuos importan, cierto. Keynes y Roosevelt son personajes de talla histórica, también es cierto. Sin embargo, DeLong termina asignando un peso desproporcionado al papel que jugaron estos dos personajes. Las transformaciones más progresistas de la historia no han sido concedidas, se ha luchado por ellas. Detrás del derecho de sindicalización “otorgado” por Roosevelt, hay toda una historia de luchas obreras exigiendo ese derecho. Detrás de la socialdemocracia misma hay toda una historia de movimientos populares exigiendo democracia, igualdad y libertad. Esta narrativa es, pues, un intento por borrar el papel de la lucha de clases; por esconder la mayor fuerza del progreso: el despertar consciente y la unidad de acción de las masas de desposeídos de la tierra. Es la narrativa de la llamada ala liberal progresista demócrata de la élite gobernante de los Estados Unidos, la cual, según el autor, puede guiarnos más rápido a la utopía. A menos de un año de la publicación de este libro, esta élite nos empuja peligrosamente hacia una nueva guerra mundial.


Tania Rojas es economista por El Colegio de México e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] Los índices de pobreza multidimensional complementan las medidas tradicionales de pobreza monetaria, incluyendo las carencias en materia de salud, educación y servicios básicos.

Referencias

  • Darvas, Zsolt. (2018, Abril 19). Global income inequality is declining -largely thanks to China and India. bruegel. https://www.bruegel.org/blog-post/global-income-inequality-declining-largely-thanks-china-and-india
  • DeLong, J. B. (2022). Slouching towards utopia: an economic history of the twentieth century (Primera edición.). Basic Books.
  • OPHI (2010). ‘Multidimensional Poverty Index 2010’, OPHI Briefing 02, Oxford Poverty and Human Development Initiative (OPHI), Universidad de Oxford.

Algunas reflexiones sobre multipolarismo y socialismo (II/II)

Febrero 2023

En la primera parte de este trabajo concluimos que:

  1. Para que el multipolarismo sea distinto del imperialismo con múltiples potencias rivales, los nuevos polos emergentes deben ser no-imperialistas. Este carácter no-imperialista se puede desprender del carácter periférico o dependiente de los nuevos polos emergentes o de su estructura económica y política con contenido socialista.
  2. El mutipolarismo no es socialismo, pero sí crea mejores condiciones para una eventual transición a éste. La razón es que la existencia de polos de desarrollo no-imperialistas limita la coerción que las potencias capitalistas pueden ejercer sobre proyectos socialistas.

En este trabajo vamos a analizar críticamente esta segunda conclusión. El punto de partida es que, aunque no siempre se reconozca abiertamente, la posición multipolarista asume que los cambios revolucionarios ocurren dispersos en el tiempo entre los países.  O, en otras palabras, que las revoluciones, o la llegada al poder de proyectos políticos antiimperialistas con potencial socialista, ocurren “de país en país”, como resultado de condiciones que no se suelen presentar en más de un país al mismo tiempo. Y, si ese es el caso, en un mundo unipolar el proyecto emancipador triunfante quedaría aislado ante un mundo imperialista hostil, frustrando sus capacidades revolucionarias y transformadoras en los ámbitos económico y político.

Esta formulación, sin embargo, choca directamente con la concepción marxista clásica dominante hasta los años posteriores a la Revolución Rusa de 1917. Y es que, la obra de Marx, Engels, Trotski, Lenin hasta poco antes de su muerte, y un sin fin de teóricos y revolucionarios marxistas, está atravesada por un supuesto distinto al expuesto en el párrafo anterior. Este es que la revolución socialista sería internacional y simultánea. Esto no quiere decir que, de la noche a la mañana, la clase obrera de todas las naciones y colonias del mundo se haría con el poder del Estado para construir el socialismo. Pero se vislumbraba que, al menos en los países capitalistas avanzados, el estallido revolucionario en uno de ellos contagiaría rápidamente a los demás, colocando a la clase obrera de estos países a la cabeza de la transición socialista internacional. La idea de “el socialismo en un solo país” jamás atravesó la obra de Marx y Engels, porque incluso cuando la experiencia de la Comuna de París demostró la vulnerabilidad de las revoluciones triunfantes ante agresiones militares locales e internacionales, se mantuvieron firmes en la idea y en la práctica política de que la crisis del capitalismo generaría una revolución más o menos simultánea en los países de Europa Occidental.

Esta concepción, incluso, fue llevada al extremo por las alas más radicales del Partido Socialdemócrata Alemán y otros, quienes defendían la “teoría del derrumbe” del capitalismo, según la cual el sistema llegaría eventualmente a una crisis tan devastadora de la que sería imposible recuperarse. En esta perspectiva, la situación revolucionaria llegaría uniformemente en todos los países capitalistas avanzados y la tarea de los revolucionarios era preparar las condiciones subjetivas para ese momento, que vendría dado por la crisis económica terminal del capitalismo. Por otro lado, la teoría clásica del imperialismo de Lenin y Bujarin, aunque no se adhería a la teoría del derrumbe, mantenía la perspectiva de una situación revolucionaria simultánea a nivel internacional. Esta coyuntura sería el resultado de la crisis capitalista en la etapa del capital monopolista, caracterizada por la guerra entre estados imperialistas, que colocaría a la clase obrera de cada país directamente en contra de sus burguesías nacionales y en alianza por el fin de la guerra y la construcción del socialismo.

Cabe señalar que, aunque, efectivamente, la realidad tomó un camino distinto, el desarrollo de los hechos parecía sustentar la perspectiva de la revolución socialista internacional y simultánea. A la Revolución de Octubre en Rusia siguieron la revolución soviética en Hungría y Baviera, mientras que todo el continente europeo ardía en agitación y radicalismos revolucionarios. Un libro reciente titulado “Reformar para sobrevivir: los orígenes bolcheviques de las políticas sociales” muestra que las clases dominantes de los países nórdicos, y de Noruega en particular, veían a la revolución socialista como algo inminente, lo que precipitó la formación de su estado de bienestar.

Pero las revoluciones húngara y alemana fueron aplastadas y la revolución europea nunca se concretó. Así, cuando fue aplastado el levantamiento comunista alemán en 1923, los bolcheviques, con Lenin a la cabeza, comenzaron a asumir que, por un periodo de tiempo prolongado, y contra su voluntad, Rusia permanecería como la única nación del mundo con un gobierno obrero. La posibilidad nunca contemplada en la teoría se hacía realidad en la práctica; las condiciones fueron tan duras que los bolcheviques tuvieron que hacer una “retirada táctica” y restablecer las relaciones mercantiles en la agricultura para evitar el colapso económico, ganar tiempo, y recuperar fuerzas para avanzar. La revolución había triunfado en Rusia porque era “el eslabón más débil de la cadena imperialista” donde se conjugaban con mayor fuerza las contradicciones del capitalismo global y estaba listo el partido de vanguardia más avanzado del mundo. El capitalismo, como demostró Marx, genera crisis recurrentes, cada vez más violentas, pero esto no era suficiente para provocar una revolución; y aunque se prepararan las fuerzas para aprovechar esa coyuntura en el futuro, los revolucionarios no podían asumir que tal coyuntura se presentaría al día siguiente en el resto de los países. Por primera vez, los bolcheviques dejaron de anclar sus planes y acciones en la perspectiva de una inminente revolución europea. 

En estas durísimas condiciones emergió el debate sobre “el socialismo en un solo país”, encabezado por Stalin y Trotski. Este debate no era, como podría interpretarse por el título del mismo, acerca de si habría que fortalecer a la URSS o apoyar a la revolución internacional. Ambos coincidían en la necesidad de hacer ambas cosas. El debate se planteaba en términos de si la revolución internacional era condición necesaria para la construcción del socialismo en la URSS: Trotski afirmaba que sí, Stalin que no. La centralidad política de este debate era que de su resolución se desprendían prioridades políticas distintas: ¿debía el Partido canalizar todas sus fuerzas al fortalecimiento de la URSS y la construcción del socialismo internamente o a apoyar la revolución internacional? El resultado final es bien conocido por todos.  

Resultó, a fin de cuentas, que sí fue posible construir una forma de socialismo en la URSS: una forma que, ni más ni menos, convirtió al país en la segunda potencia económica mundial y eventualmente le permitió derrotar al ejército Nazi en la guerra más brutal y trascendental de la historia. Este desarrollo, además, provocó el fin del aislamiento soviético y la formación de un campo socialista en Europa del Este y China, que posteriormente se expandió a Asia, África y América Latina: el unipolarismo imperialista había desaparecido y los pueblos del mundo estaban en condiciones incomparablemente mejores para luchar tanto por su liberación nacional del yugo colonial, como por la construcción de una sociedad socialista adecuada a sus propias circunstancias.

Sin embargo, las condiciones en que se encontraba la URSS en los veintes, cuando se realizó el viraje al socialismo en un solo país, son radicalmente distintas a las de la mayoría de los países del mundo, en ese entonces y ahora. La URSS era un conjunto de repúblicas, pero por su magnitud bien podríamos referirnos a su caso como “el socialismo en un solo continente”; un continente rico en tierras cultivables, recursos naturales y con una población que llegaba a los 150 millones en 1927. Además, aunque las potencias capitalistas trataron de evitar el desarrollo económico soviético por múltiples vías, la URSS fue capaz de importar masivamente la tecnología occidental e incluso mantener enormes flujos comerciales con la mayoría de estos países. Con todo y esto, la construcción del socialismo en un solo continente, bajo el peso del subdesarrollo interno, la maquinaria estatal zarista heredada, y el asedio imperialista, tuvo dramáticos costos que afectaron radicalmente la forma del socialismo en la URSS. La colectivización forzosa de la agricultura, la industrialización a marchas forzadas y la ultra-centralización del político fueron fenómenos que dejaron una huella permanente en el primer estado obrero-campesino.

Hoy, el mundo está profundamente más interconectado y, para la mayoría de los países, su subordinación a los centros imperialistas es muchísimo mayor que el de la URSS en los años veinte. Más aún, el colapso del bloque socialista y la reacción política e ideológica que conllevó, hacen muy difícil pensar en oleadas revolucionarias socialistas que sacudan a numerosos países simultáneamente. Los procesos revolucionarios siguen estallando “en los eslabones más débiles de la cadena”, y el multipolarismo es la configuración del capitalismo global que crea las mejores oportunidades para que los pueblos del mundo avancen en sus luchas con un margen de maniobra mayor y, por lo tanto, con mayores oportunidades de éxito. Por eso, y por muchas otras razones, el combate al unipolarismo imperialista es la bandera estratégica válida para las fuerzas socialistas internacionales.

Sin embargo, con respecto a esta postura se abren diversas posibilidades; analizar los dos extremos puede ser útil para entender cómo los razonamientos esquemáticos y basados en fórmulas abstractas son absolutamente insuficientes. Por un lado, a “la izquierda”, está el rechazo absoluto a la multipolaridad como objetivo de los socialistas en virtud de que, con contrapesos o sin ellos, el mundo sigue siendo capitalista. Esta posición la mantienen las formas más recalcitrantes de trotskismo en países ricos e incluso en países periféricos. Desde esta perspectiva, las relaciones de producción al interior de los países lo son todo, y mientras un proyecto político nacional no las transforme en un sentido socialista, ese mismo proyecto no merece apoyo y solidaridad de ningún tipo. Así, esta postura, llevada a sus consecuencias lógicas, cae en extremos tan lamentables y reaccionarios como el apoyo a las intervenciones militares de Estados Unidos y la OTAN -como en Libia, Afganistán y Siria- y suele sumarse a la condena de China, Venezuela, Corea del Norte, Cuba y Vietnam, calificándolos de “dictaduras”, “regímenes bonapartistas” o “colectivismos burocráticos” que reprimen a la clase obrera o cometen el “crimen” de querer construir el socialismo en un solo país, guiados por una “dictadura burocrática”. Estas posiciones, como mencionamos al inicio, no ven más allá de las dinámicas capitalistas al interior de los países, y rara vez se cuestionan las implicaciones geopolíticas de sucesos que ocurren a escala nacional. Siguen asumiendo que la revolución debe ser y será internacional y simultánea y, cuando eso no sucede, culpan y acusan a todos los que no siguen su esquema sobre cómo se cambia al mundo. 

Y, en el extremo opuesto, se encuentra una forma de antiimperialismo que absolutiza a la geopolítica; aquí se colocan quienes, al posicionarse contra la unipolaridad imperialista en cada coyuntura internacional, ignoran todos los demás aspectos del problema, siendo la lucha de clases al interior de las naciones el más importante de ellos. Así como la posición anterior asume la revolución internacional y simultánea pero no lo dice, desde estas posiciones se suele presuponer que, si un régimen político se posiciona en contra de Estados Unidos en algún tema en particular, es porque persigue objetivos de tipo antiimperialista o incluso socialistas. Así, se ignoran por completo las contradicciones de clase en el seno de las naciones y su expresión en el terreno político. Se omite que la dirigencia política de un determinado país, aliada con la burguesía nacional, puede, en determinadas coyunturas, ver en la oposición a la triada la estrategia que mejor avance sus intereses de grupo y de clase, y no la que sirva para elevar la situación material de las masas y avanzar en objetivos antiimperialistas. Se omite pues, que, aunque un régimen político contribuya con sus acciones a la multipolaridad, sigue siendo un proyecto capitalista -con todo lo que ello implica- y que las masas populares de ese país no solo están en su derecho de ajustar cuentas contra quienes defienden un sistema que los explota y oprime, sino que merecen la solidaridad de la clase obrera mundial.

En síntesis, esta última postura sustituye la lucha de clases por la lucha entre estados nacionales -acercándose mucho a la concepción liberal-realista de las relaciones internacionales, mientras que la primera absolutiza la lucha de clases e ignora las implicaciones de distintas configuraciones geopolíticas. Desde el punto de vista marxista, no se puede aceptar ninguno de estos dos extremos: ambos son formulaciones abstractas de la problemática real que enfrentan los pueblos del mundo que luchan por su emancipación.

Pero la solución no está en otro igualmente abstracto “justo medio” entre esos dos extremos, que termine por nunca posicionarse contundentemente y actuar en consecuencia. Urge un mundo multipolar y el primer paso para alcanzarlo es, sin lugar a dudas, frustrar el proyecto de dominación económico-militar de Washington. Ya no solo por las consideraciones de largo plazo que se han expuesto en este trabajo, sino porque la existencia misma de la civilización depende de ello. Pero para que este posicionamiento sea verdaderamente consciente y, por lo tanto, se traduzca en acciones correctas por parte de quienes lo asumen, debe partir de un análisis científico de cada situación concreta. Así, quedará claro que la toma de posiciones contundentes no está en conflicto con el reconocimiento de la complejidad y contradicciones inherentes a cada fenómeno. Solo así podremos dejar de ser agentes pasivos de los acontecimientos que estremecen al mundo, y estaremos en mejores condiciones para construir la multipolaridad que mejor responda a los intereses de largo plazo de las masas trabajadoras.


Jesús Lara es economista por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

La situación del sindicalismo en México (breve comentario)

Febrero 2023

Desde hace unas décadas, particularmente, desde la instauración global del neoliberalismo como modelo económico se ha vuelto una tendencia­ –en ciertos países, sobre todo, en los subdesarrollados­– a la dispersión de la clase trabajadora. Es decir, el porcentaje de la clase obrera sindicalizada cada vez es menor. Los analistas explican este fenómeno como una cuestión multifactorial determinada por la globalización, por los avances tecnológicos, el cambio en la naturaleza del trabajo como el trabajo a tiempo parcial o la subcontratación e incluso, lo analizan como una cuestión cultural en la que los trabajadores consideran que la unión en sindicatos es algo anticuado e irrelevante.

Sin embargo, resulta paradójico que mientras en los países más desarrollados de Europa como Suecia, Dinamarca, Finlandia, Noruega y Alemania, los sindicatos tienen una fuerte presencia y una gran influencia en la política laboral y social, existan otros como España, Francia e Italia en donde los sindicatos, aunque tienen una presencia importante han sufrido cierto declive: mientras la afiliación sindical en los países escandinavos supera el 50%, en los segundos (España, Italia y Portugal) ésta se encuentra entre el 10 y 15%.

Para el caso de América Latina, según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el promedio en 2018 fue del 17,6%, aunque el porcentaje varía significativamente de un país a otro. Por ejemplo, en países como Argentina, Brasil y Uruguay, la afiliación sindical es relativamente alta, con niveles que superan el 30%. En otros países, como Chile, México, Perú y Colombia, la afiliación sindical es más baja, con niveles que oscilan entre el 10% y el 20%.

Particularmente en nuestro país la tendencia a la disminución es clara. De acuerdo con la OIT en la década de los sesenta el porcentaje de la clase trabajadora mexicana sindicalizada era muy alto, con tasas de afiliación que superaban el 50% de la fuerza laboral. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI)  la tasa de afiliación sindical en México ha disminuido significativamente en las últimas décadas; si en 1970 ésta rondaba en un 21,6%, veinte años después (1990) disminuyó a un 12,8% y una década más tarde (2000) cayó  a un 11%. En 2010, la tasa de afiliación sindical fue del 10,4%, luego en 2015, según el IPADE (Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa), la tasa de afiliación creció a un 13.1% y durante el actual sexenio aunque iba creciendo un punto porcentual al año, en 2022 éste retrocedió.

Llegados a este punto cabe aclarar que los trabajadores mexicanos se encuentran divididos entre quienes tienen un trabajo formal, los menos (44.9%) y los trabajadores del sector informal, que se emplean a sí mismos, los más (55.1%). De modo que de los menos, es decir, de los trabajadores mexicanos que cuentan con un trabajo formal, de acuerdo con datos del Observatorio de Trabajo Digno (OTD) 8 de cada 10 trabajadores y trabajadoras en el país no pertenecen a un sindicato. El 86% de la población asalariada en México no está afiliada a un sindicato.

Las argumentos que los analistas dan para analizar el descenso en la afiliación sindical para el caso mexicano son los mismos que se exponen para el resto de los países con el agregado de que existe una cuestión histórica, que determina la situación del sindicalismo nacional: el charrismo sindical. Es decir, que las y los obreros no confían en este tipo de organizaciones, aunque más los trabajadores (12.4%) que las trabajadoras (16.7%). Sin embargo, eso no significa que la clase obrera mexicana sea indiferente a la justicia laboral y a la democracia sindical.

La existencia de los sindicatos en el mundo sigue siendo una alternativa, pero sólo una alternativa, un medio (Rosa Luxemburgo en Reforma o revolución) para la regulación de los derechos laborales. El caso de los países más desarrollados es la muestra palpable de que no se trata de un instrumento obsoleto para la propia clase trabajadora, por ello es importante la organización obrera, siempre y cuando se encabece por ella misma. De otro modo, la situación de la clase obrera será la misma que desde hace décadas: un sector explotado, desprotegido y manipulado. En ese sentido, las reformas encabezadas desde el gobierno (como la reforma laboral del 2019 por mucho que repitan que los obreros mexicanos gozan de democracia sindical) no resuelven el problema de la explotación laboral y la corrupción sindical, tan solo veamos que de los 13 mil contratos colectivos que se legitimaron a raíz de la reforma de 2019, de acuerdo con el coordinador del Centro de Investigación Laboral y Asesoría Sindical, el 50% de los contratos colectivos fueron simulados.


Victoria Herrera es historiadora por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

¿Se ha acabado el analfabetismo político en México?

Febrero 2023

En la conferencia matutina del 31 de enero del año en curso, Andrés Manuel López Obrador sentenció: “[…] México debe estar en los primeros lugares en el mundo en politización, ya no existe el analfabetismo político […], en lo que más se ha avanzado es en la revolución de las conciencias”[1]. Además, el mandatario dijo que en la Ciudad de México los medios de comunicación se han encargado de realizar campañas en contra de su gobierno, por lo que él considera que eso aturde y engaña a la gente, haciendo que la población no esté de acuerdo con él. Ese engaño de las masas proviene de su “falta de politización”. Sin embargo, agregó que a los medios de comunicación les ha costado más “engañar a la población”, es decir, hacer que estén en contra de su gobierno, porque ya tienen niveles de politización más altos.

Por analfabetismo político de las masas populares debe entenderse la falta de conciencia o comprensión de las causas económicas, políticas y sociales que condicionan la vida material y espiritual en la que vive la población. Para el caso de la clase trabajadora, se entendería como la inconciencia o desconocimiento de las causas de su situación de pobreza.   Esta falta de conciencia impide su participación activa en la lucha por acabar con la miseria y mejorar radicalmente sus condiciones de vida, estando sujeta a la manipulación y el engaño que hacen de ella los partidos políticos y las clases dominantes.

Cuando Andrés Manuel emplea el término de analfabetismo político trata de dar a entender que el pueblo es incapaz de discernir entre lo que es y no es beneficioso para sí mismo, limitando el alcance y reduciendo a un mínimo nivel la comprensión del significado de lo que es la conciencia política. Como él mismo ha dicho[2], por ejemplo, el pueblo es analfabeta políticamente si, habiendo dos candidatos para las elecciones, eligieran a aquél que tiene una agenda que va en contra de los intereses del pueblo. Y dado que el presidente se asume como el defensor de los intereses del pueblo, el 45% de la población mexicana que actualmente desaprueba[3] su administración está en contra de los intereses de los más pobres y, por tanto, ese porcentaje está conformado por la población que es analfabeta políticamente.

Entremos a analizar este razonamiento equivocado. Primero, deberíamos poner en tela de juicio si de verdad el gobierno de la 4T defiende los intereses de la población más pobre. Haciendo un repaso breve de lo que ha ocurrido a lo largo de este sexenio encontramos una imagen desoladora, donde quienes se han visto más perjudicados son las clases trabajadoras, aquellas a las que se dice apoyar.  En primero lugar, la pobreza no ha disminuido. De acuerdo con datos del CONEVAL, de 2018 al 2020 alrededor de 3.8 millones de personas se sumaron al 41.9% de la población mexicana que se encontraba en situación de pobreza, mientras que 1.9 millones de personas pasaron a engrosar las filas de la población en pobreza extrema. De 2020 a 2021 la pobreza laboral disminuyó, pero el número de pobres siguió estando por encima de antes de la pandemia. En segundo lugar, los apoyos de transferencia monetaria de los que se enorgullece la 4T se han vuelto más regresivos, es decir, que apoyan en mayor medida a los deciles de mayores ingresos. De acuerdo con Máximo Jaramillo, doctor en sociología por el Colegio de México, el decil más pobre redujo en 32% las transferencias que recibían del gobierno, mientras que el decil más rico aumentó la recepción de transferencias en 93%. De acuerdo con Gonzalo Hernández Licona, director de la Red de Pobreza Multinacional, el programa Adultos Mayores tuvo un incremento de 16.6% para el decil más pobre, mientras que el decil más rico incrementó en 457%, de 2018 a 2020. Además, en 2018 el 60% de familias pobres recibían apoyos gubernamentales, mientras que ahora solo lo reciben el 34% de familias. En tercer lugar, recordemos que durante el sexenio hubo subejercicio del gasto en el sector salud: de enero a septiembre de 2020, 37 mil mdp; de enero a septiembre de 2021, 24 mil 500 mdp; de enero a junio de 2022, 16 mil mdp (19.3% del total). De acuerdo con Gonzalo Hernández, de 2018 a 2020 la carencia de acceso a la salud aumentó de 16.2% a 28.2% y el gasto de salud de bolsillo creció 40%. En cuarto lugar, su política errada de seguridad pública ha llevado a este sexenio a ser el más violento en la historia, superando en los primeros 42 meses de administración los homicidios dolosos y feminicidios ocurridos en el mismo tiempo del sexenio de Felipe Calderón, de acuerdo con datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).

Esta situación nos demuestra, incluso, que la 4T no defiende los intereses del pueblo, como lo afirma el presidente en su discurso. Desde este punto de vista, es cuestionable que quienes apoyan a la 4T tengan conciencia política, porque no es posible creer que vayan en contra de sus intereses políticos a sabiendas de que la 4T está afectando sus intereses con su política económica y social. Por tanto, debemos concluir que quienes apoyan al presidente están obnubilados por la manipulación de su conciencia lograda a través de los programas de transferencias monetarias. En diciembre de 2020 se censó a los damnificados de las inundaciones de Tabasco con las listas de afiliación de los Servidores de la Nación con el pretexto de contabilizar los daños, y los pocos apoyos que se dieron se anunciaron como “órdenes del presidente Andrés Manuel López Obrador”[4]; en febrero de 2022 se dieron montos mayores en los apoyos a adultos mayores y en las becas a estudiantes porque iba a haber “veda electoral” por revocación de mandato en los días siguientes[5] y días antes del 10 de abril, fecha en que se realizaría la votación de revocación de mandato, se acosó a los adultos mayores mediante llamadas telefónicas y visitas de los servidores de la nación, amenazándolos de retirarles los apoyos si no salían a apoyar al presidente[6]. También, Andrés Manuel ha engañado al pueblo sistemáticamente en las conferencias mañaneras. De acuerdo con un análisis de la consultora Spin, cada mañanera se hace un promedio de 94 afirmaciones falsas o engañosas. En estas pláticas a menudo se atacan a quienes opinan lo contrario a él y se minimizan los problemas sociales con cifras maquilladas.

Pero, desgraciadamente, la realidad de la despolitización del pueblo de México es más grave de lo que aparenta, pues el hecho de que en 106 años de historia después de la revolución mexicana el pueblo pobre no haya construido un partido que verdaderamente represente y encabece la lucha por sus intereses a nivel nacional demuestra la falta de conciencia política generalizada. Presidentes van y vienen, y el pueblo sigue votando por quienes lo han llevado a la espantosa cifra de 56 millones de pobres en México, y el caso más reciente queda expresado en el hecho de que el pueblo votó y un porcentaje considerable de mexicanos sigue apoyando al presidente que se ha encargado de destruir las instituciones sociales que beneficiaban al pueblo, aumentando la pobreza, echando abajo el estado de derecho, atacando el sistema de salud y reduciendo las capacidades del país en desarrollo e investigación científica, para favorecer al capitalismo nacional y extranjero. Esta absurda realidad solamente puede explicarse por la falta de politización de la gente, por la carencia de una conciencia política que provoca que el mismo pueblo se arrodille ante su verdugo.

Lenin decía en el ¿Qué hacer? que para politizar a las masas se les tenía que organizar, educar y enseñar a luchar por sus intereses, porque la miseria solo podría erradicarse de raíz si tomaban el poder político y lo ponían a su servicio. Todo lo demás era inútil. Por eso, los mexicanos deben tomar conciencia de que sus males no acabarán mientras ellos no tomen en sus manos su destino y sigan apoyando a presidentes que defienden los intereses del capital nacional y extranjero. La tarea es difícil pero necesaria, mientras esto no se haga, el pueblo seguirá sufriendo las injusticias de todo tipo que tienen su causa en el sistema económico actual.


Ollin Vázquez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] https://www.eluniversal.com.mx/nacion/colectivo-por-mexico-no-tendra-impacto-en-los-ciudadanos-amlo-ya-no-existe-analfabetismo-politico

[2] https://www.eluniversal.com.mx/nacion/colectivo-por-mexico-no-tendra-impacto-en-los-ciudadanos-amlo-ya-no-existe-analfabetismo-politico

[3] https://www.elfinanciero.com.mx/nacional/2023/02/02/desaprobacion-a-amlo-alcanza-su-nivel-mas-alto-del-sexenio-en-encuesta-ef-enero-2023/

[4] https://www.eluniversal.com.mx/estados/destina-bienestar-2-mil-mdp-de-apoyo-para-damnificados-de-tabasco

[5] https://www.forbes.com.mx/politica-por-veda-electoral-de-revocacion-de-mandato-adelantaran-pensiones-y-becas/

[6] https://www.animalpolitico.com/politica/revocacion-mandato-piden-votar-adultos-mayores-maestros

Estados Unidos, ¿la gran excepción?

Febrero 2023

El Excepcionalismo Americano (es decir, estadounidense) es una teoría que afirma que la historia de los Estados Unidos se concibió de la libertad; que los Estados Unidos son una nación que se fundó sobre la base de los ideales republicanos; que es una sociedad que inició libre de residuos feudales y monárquicos y cuya evolución no encuentra comparación en ningún otro lugar del mundo. Por esta gracia original, las leyes generales de la historia no aplican al caso estadounidense. Por tanto, esta nación es la única que puede asumir criterios diferentes a los del resto del mundo. Pero ¿qué ley general de la historia es la que se niega? La de la lucha de clases. ¿Qué criterio es el único válido? El de la superioridad de su sistema político, cultural y económico. El Excepcionalismo Americano es pues, la teoría que justifica el derecho de los Estados Unidos a imponer su juicio a la humanidad entera.

Las tesis del Excepcionalismo Americano están especialmente incorporadas en los análisis sobre la historia de los Estados Unidos, trátese de grandes narrativas, o de eventos concretos. Tal es el caso de la llamada “Gran Excepción” de Jefferson Cowie. Este es el nombre con el que este historiador define el periodo comprendido entre 1930 y 1970 en el que la sociedad americana, en particular la clase trabajadora, fue testigo de importantes acontecimientos que, aunque temporales, representaron un quiebre total en las políticas económicas y sociales de los años anteriores; entre los más importantes, el compromiso del Estado de gobernar a favor de las clases trabajadoras y el auge de los derechos económicos colectivos por encima de los derechos liberales individuales. En el centro de esta ruptura, el New Deal surgió como la materialización de los cambios que se estaban produciendo.

Las pruebas de la “excepcionalidad” de este periodo son abundantes. Por ejemplo, mejoró la igualdad económica, aumentó la densidad sindical y los ingresos de los trabajadores crecieron sistemáticamente. Sin embargo, para Cowie, el calificativo de “excepción” va más allá de las cifras. La “excepción” tiene que ver con circunstancias históricas que suspendieron algunos de los “aspectos característicos de la sociedad estadounidense” (a saber, la segregación por etnia, raza, nacionalidad, religión, estatus migratorio, etc.), abriendo espacio para un New Deal que rompió con la tradición política. Estas circunstancias históricas fueron la Gran Depresión y el papel transformado del Estado; la reducción de la inmigración y, en consecuencia, la formación de una clase trabajadora más homogénea, esto es, blanca; una “gran tregua religiosa”; y la existencia de una política ambivalente con relación a la población negra (para ganarse a los votantes afroamericanos y aliarse al mismo tiempo con el “Sur Sólido”). En conjunto, estas circunstancias históricas crearon un sentimiento de unidad entre la clase obrera basado en la idea de un destino económico compartido, en una nación en la que el Estado había mantenido una política antilaboral y la clase obrera llevaba mucho tiempo sin unirse. En este contexto, la cultura política cambió, y personajes como Roosevelt y el senador Robert Wagner pudieron comprometerse con un programa político radical. En resumen, muchas “excepciones” condujeron a una “gran excepción”.

El capitalismo tiende naturalmente a la desigualdad, a menos que existan fuerzas y mecanismos que favorezcan la distribución de la riqueza. Esas fuerzas son políticas, nos dice el autor. El problema es que esas fuerzas políticas las hace exclusivas de la sociedad estadounidense que, por su naturaleza liberal y democrática, originó por sí sola, sin conflictos sociales de clase desestabilizadores, una nueva visión política que iniciaría la época del liberalismo moderno. En otras palabras, lo “excepcional” de este periodo es el surgimiento de un “interregno obrero” a pesar de la ausencia de una tradición de partidos de base obrera o socialdemócrata y de la debilidad histórica de la movilización de la clase trabajadora. En esta interpretación, el New Deal fue el resultado de circunstancias históricas (las mencionadas más arriba), dificultades comunes (la crisis de 1929) y habilidades políticas de los gobernantes, con mención especial, las de Franklin Delano Roosevelt.

No obstante, la principal fuerza política los asediaba desde afuera. La economía estadounidense se vio obligada a introducir cambios significativos porque las ideas socialistas se extendían por todo el mundo, más aún cuando los estadounidenses tenían graves problemas de desempleo y pobreza causados por la crisis de 1929 y la Primera Guerra Mundial. De ahí la urgencia y la necesidad de hacer algo rápido. El miedo al socialismo obligó al capitalismo a distribuir la riqueza. Quizá la clase obrera estadounidense no se distinguió particularmente en su lucha contra el capital, pero la lucha de los trabajadores del resto del mundo y la de los bolcheviques rusos, provocó la transformación más grande todavía no igualada del siglo XX en favor de la clase trabajadora de todo el planeta. Esta fuerza política produjo un periodo excepcional no solo en los Estados Unidos, sino en el mundo entero.

En El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914, el historiador catalán Josep Fontana establece que la amenaza de subversión del orden de cosas que representó la transformación social iniciada en Rusia en 1917 vino a marcar la trayectoria política posterior de los órdenes políticos entonces prevalecientes. Estos últimos se empeñaron en combatir el modelo revolucionario bolchevique tratando de impedir a toda costa que su ejemplo cundiera por el mundo. Para Fontana, la política “socializante” del New Deal constituyó una suerte de “reformismo del miedo” que se encaminó a adaptar medidas favorables a la clase obrera con el propósito de evitar que el descontento la empujara en dirección de la revolución.

Quienes sustraen a los Estados Unidos del sino de toda economía capitalista, esto es, la proletarización del grueso de la población, olvidan que la gran “excepción” es que Estados Unidos domina al mundo, y que por tanto tiene a su alcance recursos dinerarios, materiales y humanos, que hasta hace poco le había permitido brindar a sus ciudadanos oportunidades de superación individual. Que, así como abre y cierra las fuentes de crédito, abre y cierra los flujos migratorios, y abre y cierra los mercados, según sus necesidades de expansión y crecimiento. A pesar de esto, el supuesto excepcionalismo americano se viene desvaneciendo desde hace tiempo, y el grito lo han dado en primer lugar los mega millonarios, quienes espantados por el alto riesgo de conflicto social que la grotesca desigualdad en la riqueza provoca, gritan al mundo ¡que nos cobren impuestos! 


Tania Rojas es economista por El Colegio de México e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Los murales de Rina Lazo

Febrero 2023

Hablar de muralismo implica, indudablemente, señalar a los grandes pintores precursores de esta corriente. Es inevitable hablar de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros o Clemente Orozco, en reconocimiento a los aportes que hicieron no solo desde el muralismo, también desde la militancia, a la vida cultural y política de México. Pero ninguna creación humana es totalmente producto de la individualidad; siempre va acompañada de otras personas que participan consciente o inconscientemente de la creación en cuestión. En el caso del muralismo, los nombres de estos hombres, aunque son los más reconocidos no alcanzan a dar cuenta de todo lo que fue el muralismo. En este sentido, vale la pena recuperar otros nombres que orbitan alrededor de los tres anteriores, pero que pueden resultar valiosos para ampliar los alcances que el muralismo tuvo o para reivindicar un trabajo artístico poco valorado.

Rina Lazo fue una de las mujeres del muralismo. Aunque ella no nació en México, sino en Guatemala, casi toda su carrera artística la hizo aquí. Desde muy joven ganó una beca para estudiar en México y, tras algunos años de estudio y preparación, se convirtió en la ayudante principal de Diego Rivera. De ella Rivera decía que era su mejor alumna, y no fue para menos. Su producción artística abarca obras de caballete, pero también grandes formato como el mural; los temas son variados, desde naturalezas muertas hasta las raíces de los pueblos mesoamericanos.

La formación de Lazo no se redujo a la enseñanza de Rivera. Su conocimiento casi nato de la cultura maya fue una fuente constante de inspiración que hizo de sus obras la manifestación de su creatividad, de una perspectiva estética que el muralismo que se inspiraba fuertemente en los murales aztecas no explotó del todo. Pero lo suyo no era la copia fiel del mural maya; sus trabajos están atravesados por toques oníricos, pero también por una posición política, aunque no tan central como en la obra de sus maestros muralistas.

El cuadro Gloriosa Victoria, que condena la intervención estadounidense en Guatemala, puede considerarse como la síntesis de lo que fue buena parte de la carrera artística de Rina Lazo. Esta pieza fue pintada por Lazo y por Rivera, pero según el testimonio de ésta, Rivera le dijo que firmara el mural como suyo. Lazo no se atrevió, tal vez intimidada por ser Rivera quien se lo pedía, pero al ser el lienzo tan suyo como de Rivera, pudo haber accedido. La timidez que se vio en ese momento pudo haber estado nutrida por una serie de abusos al ser una pintora independiente en un contexto artístico dominado por varones. En varias ocasiones Lazo tuvo que ocultar que era madre para que le dieran un trabajo, tras experimentar que en ese momento ser mujer, madre y pintora independiente era mal visto por sus colegas. En Gloriosa Victoria Rivera reconoce la co-autoría de Lazo poniendo su nombre en un corazón tras las rejas, tal vez como metáfora de la sumisión que se exigía de las muralistas.

Lazo murió a los 96 años (2019). Su pintura es, según ella misma, una unión entre emoción y mensaje; un mensaje que busca conmover, que alcanza a entrever que la emoción no es suficiente, pero que no la deja de lado.


Jenny Acosta es licenciada en filosofía por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Breve problematización de la acumulación primitiva

Febrero 2023

Una de las categorías marxistas más discutidas hoy en día es el concepto de acumulación primitiva. Marx, en el capítulo sobre la acumulación primitiva del volumen 1 de El Capital, habla del secreto de la acumulación primitiva refiriéndose a aquellos procesos iniciales en la génesis del capitalismo que dieron origen a la acumulación capitalista propiamente dicha, es decir, a la valorización del capital sobre la base de la relación de explotación del trabajo asalariado. Esto es, fueron aquellos hechos históricos que hicieron posible la puesta en marcha del engranaje capitalista. En efecto, sin eventos como el despojo de tierras, el saqueo de recursos, el robo directo contra los productores precapitalistas, no hubiera sido posible la creación de las relaciones capitalistas y la hegemonía de los capitalistas sobre los trabajadores. Para que el asalariado no tenga más alternativa que vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, tiene que haber sido separado completamente de sus medios tradicionales de subsistencia y de sus medios de producción. Esto ocurrió tanto en los países europeos como en sus colonias alrededor del mundo con el uso de la violencia y la fuerza generalmente apoyada en el aparato estatal.

Aunque la desposesión de tierras es quizá el principal mecanismo de acumulación primitiva, no es el único. Otras formas incluyen la mercantilización y privatización de tierras, expulsión forzada de poblaciones campesinas que antes trabajaban y ocupaban esas tierras, mercantilización de la mano de obra y la supresión de formas alternativas de producción precapitalistas, apropiación de recursos naturales, la usura, deuda pública y el sistema de crédito, entre otras.

Ahora bien, para explicar las nuevas dinámicas del capitalismo de nuestros días, llamado comúnmente neoliberalismo, algunos teóricos contemporáneos han intervenido para reformular esta categoría. En este trabajo me referiré a dos representantes conspicuos de estas nuevas teorizaciones, a saber, David Harvey y Rajesh Bhattacharya.

Aunque ambos se distancian de la noción tradicional de acumulación primitiva, es decir, como un hecho histórico que pertenece a los albores del capitalismo, y lo ven más bien como un proceso continuo que forma parte intrínseca del capital, hay algunas diferencias en sus respectivas concepciones.

Empecemos por David Harvey. Este autor llama a la acumulación primitiva, acumulación por desposesión. En su visión, estos procesos de desposesión no se restringen a los inicios del capitalismo ni a un periodo de transición de modos de producción precapitalistas al capitalismo. Más bien son fenómenos que siguieron ocurriendo en las distintas etapas de capitalismo y que siguen ocurriendo bajo nuevas formas en el neoliberalismo, pues son necesarias para la reproducción y la expansión de las relaciones capitalistas, particularmente en periodos de crisis del sistema. Entre las actividades que incluye está la privatización de activos públicos, incluido los recursos naturales, la liberalización financiera y comercial, y los procesos de devaluación que ocurren luego de crisis económicas o financieras. Otro ejemplo importante son los derechos por propiedad intelectual.

Para Harvey, esta acumulación por desposesión ocurre porque el capitalismo es un sistema caracterizado por una geografía de desarrollo desigual a lo largo del mundo. Los países capitalistas, generalmente los más avanzados, presentan constantemente crisis de sobreacumulación en que el proceso de valorización del capital se interrumpe, por lo que buscan un nuevo spatial fix, es decir, una nueva configuración espacial o temporal del capital que consiste básicamente en encontrar nuevos mercados más allá de las fronteras nacionales para sus mercancías o nuevos sitios de inversión para su exceso de capital.

Harvey se apoya en la idea de subconsumo de Rosa Luxemburgo, cuando se refiere al hecho de que el capitalismo requiere “algo fuera de sí mismo para acumular”, un espacio no capitalista que sirva para seguir recreando las relaciones capitalistas, crear nuevos mercados, extraer recursos naturales como materias primas, o como fuente de fuerza de trabajo. El capitalismo puede continuar recreando estos arreglos espaciales mientras existan espacios no capitalistas ya dados que pueda seguir subordinando a su dinámica de acumulación o puede manufacturar estos espacios para acomodarlos a sus necesidades. Una crítica a Harvey en este sentido es su visión capitalocéntrica de estas dinámicas, es decir, en donde los espacios no capitalistas son vistos como sujetos pasivos que solo reciben los efectos del capital sin que haya a su vez una fuerza operando en dirección opuesta.

Bhattacharya entiende a la acumulación primitiva en términos similares a Harvey, sin embargo, en su visión el capital no es una fuerza omnipotente que barre con todo inexorablemente, más bien opera dentro de ciertos límites impuestos por factores tanto económicos como políticos y culturales que pueden restringir o acelerar su reproducción y expansión. En otras palabras, las dinámicas propias de la acumulación del capital pueden no ser suficientes por sí mismas para reproducir sus condiciones de existencia. Lo que es más, pueden estar contribuyendo a la recreación de un espacio de subsistencia o un espacio de dinámicas no capitalistas. Por poner un ejemplo: ¿es la pequeña producción de mercancías en los países pobres simplemente un remanente de formas precapitalistas de producción o está el capitalismo contemporáneo reproduciendo o contribuyendo activamente a la reproducción de este tipo de producción? Para este autor es lo segundo. En su narrativa, la noción smithiana de acumulación capitalista, caracterizada por una expansión del capital e incremento de los trabajadores productivos empleados simultáneamente es solo una de las múltiples posibilidades del desarrollo capitalista. Otras formas pueden incluir una expansión de la escala de valorización y del valor mismo sin que haya lugar a un crecimiento en el número de trabajadores asalariados requeridos para tal proceso, es decir, que se requieran menos trabajadores para poner en marcha un mismo volumen de capital o incluso uno mayor. En este último escenario, la dinámica del capital daría lugar a una población excedente que tendría que buscar una forma de subsistencia fuera de la economía capitalista.

Como se ve, esta nueva problematización del concepto de acumulación primitiva permite analizar la realidad capitalista de manera alternativa con el objeto de entender las dinámicas y los fenómenos presentes en la sociedad contemporánea tales como las especificidades del capitalismo en los países pobres caracterizados por una población excedente que no halla acomodo en la producción capitalista propiamente dicha.


Arnulfo Alberto es maestro en economía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Referencias

Bhattacharya, R. (2010). Capitalism in post-colonial India: Primitive accumulation under dirigiste and laissez faire regimes. University of Massachusetts Amherst.

Harvey, David (2003), The New Imperialism, OUP Catalogue, Oxford University Press, number 9780199264315, October.

IMSS, 80 años y lejos de la universalidad de calidad en materia de salud

Febrero 2023

El 19 de enero de 2023 se cumplieron 80 años de la creación del IMSS y de la Ley del Seguro Social en México. Con ello se intentó concretar uno de los derechos estipulados en el artículo 123 de la Constitución Mexicana de 1917 que prometía a los trabajadores contar con seguro de “invalidez, de vida, de cesantía involuntaria de trabajo, de enfermedades y accidentes u otras con fines análogos”. El IMSS significó el acceso de los trabajadores a la atención médica y a la seguridad social. Este hecho indudablemente impactó en las condiciones de vida de los trabajadores y contribuyó al incremento de la esperanza de vida de la población mexicana en los años que siguieron a su fundación. Sin embargo, esta conquista del pueblo, por la que pagó con su sangre durante la Revolución Mexicana, se ha venido perdiendo a medida que los cambios en el modelo económico y las reformas consecuentes han minado la capacidad de la institución para atender a los trabajadores y sus familias, el sector de la población al que estaba avocado. Hoy, son recurrentes las denuncias que refieren las deficiencias del organismo, la falta de médicos, de medicinas, de suministros como guantes y gasas, el abandono de su infraestructura, etc.

De acuerdo con el Informe al Ejecutivo Federal y al Congreso de la Unión sobre la Situación Financiera y los Riesgos del IMSS 2021-2022, al cierre del 2021, el IMSS tenía registrada una derechohabiencia de 60 millones: 34.5 millones titulares y 24.7 millones familiares de los primeros. Esto es, un servicio que cubre a menos del 50% de los mexicanos. Y tenía que ser así porque el IMSS surgió como un derecho restringido a la población ocupada y subordinada a un patrón distinto al del estado. Por tanto, quedó pendiente el acceso de los mexicanos que no tuvieran esta condición a los servicios de salud. Esta deficiencia se ha ido agravando a medida que el desarrollo económico ha condenado a la informalidad a millones de trabajadores.

Pero no queda ahí el problema del IMSS. De acuerdo con el mismo informe, en 2021 el IMSS tuvo ingresos del orden de 519 mil millones de pesos, del que apenas 20% son aportaciones del presupuesto federal; el 80% restante son las aportaciones obrero-patronales. El ingreso está a razón de 8.5 mil pesos por individuo adscrito al IMSS y su gasto debe incluir las pensiones y jubilaciones que representan 28% del gasto total. Como es de entenderse con presupuesto tan restringido, la mayor parte del gasto se concentra en el pago al personal sanitario y a la compra de materiales y suministros. Mientras que a la inversión física se destina 0.9% apenas y 0.5%, al equipamiento. Esto es, un total de 1.4% a la mejora e innovación de las condiciones materiales. Un verdadero problema porque, como el informe citado menciona, apenas 50% de sus instalaciones y equipo se halla en buenas condiciones.

Este deterioro se ha ido agrandando y resintiendo con la puesta en marcha del programa IMSS bienestar en 2022. De acuerdo con el plan, la afiliación del IMSS se duplicará. Mientras que la infraestructura, la inversión y el presupuesto para el funcionamiento de la institución pasará a ser manejado por el organismo. Un incremento muy lejos de ser en la misma proporción que el incremento de los beneficiarios. Esto es, se pretende conseguir la universalidad solo en términos formales, sin ampliar en la realidad la calidad y la cuantía de los servicios sanitarios.  

En las declaraciones que hizo el presidente a propósito del 80 aniversario del IMSS, destacó el carácter tripartita del financiamiento del organismo, es decir, que los trabajadores, los empresarios y el gobierno contribuyen a ella. No es así, las aportaciones que hacen tanto el gobierno como los empresarios también son fruto del trabajo y esfuerzo de quienes crean la riqueza social, esto es, del conjunto de trabajadores de México. Así pues, el IMSS es pagado en su totalidad por el pueblo, por todo él, el afiliado y también el que no está adscrito a él.

Los 80 años del IMSS nos recuerdan que la seguridad social es todavía una promesa para la mayoría de los mexicanos; que no se puede reproducir el esquema de mexicanos de primero y segundo, niveles en el acceso a la seguridad social; que la justicia social es una promesa por la que debemos seguir luchando. Nos recuerda que, una seguridad social universal y de calidad no se logrará con el abultamiento formal de la filiación, sino con más inversión en infraestructura, con equipo material y humano suficientes. Por eso repudiamos la propuesta de la Cuarta Transformación que hace de la política de salud una parte de su estrategia electoral y, por ese mecanismo, refuerza la violencia que de por sí conlleva la falta de servicios médicos sobre los sectores más vulnerables. El pueblo mexicano en su conjunto debemos exigir un sistema sanitario y de seguridad social, verdaderamente digno. Esto solo será posible con un pueblo en pie de lucha para la defensa de sus conquistas históricas y por su futuro. 


Vania Sánchez es doctora en Economía por la Universidad Autónoma de Barcelona.

El metro de la Ciudad de México: trampolín o lastre de los políticos de la 4T

Febrero 2023

El metro y los accidentes

Se está haciendo costumbre para los habitantes de la Ciudad de México amanecer con noticias sobre fallas en el Sistema de Transporte Colectivo Metro. El Metro, como usualmente lo llaman los capitalinos, es el sistema de transporte público más grande de México. Aquí se movilizan 4.6 millones de almas humanas diariamente. Es un fenómeno sorprendente ver cómo en las horas pico los usuarios son capaces de compactarse por cientos en espacios tan reducidos y cómo, si existe, aunque sea el mínimo resquicio para abordarlo, siempre cabe uno más. En los nueve vagones que posee cada tren del metro de la CDMX caben 1,530 personas, 360 sentados y 1,170 parados.

Las noticias abordan desprendimiento de vagones, cortos circuitos, incendios y las explicaciones oficiales de esto vienen a abonar a los tan abundantes mitos que existen sobre el metro. Por ejemplo, como que se desprenden vagones del tren porque una tuerca se reusó a seguir funcionando, o como que alguna señora ama de casa “arrojó un aspa de lavadora” a las vías para “sabotear las operaciones”, u otra, como que tres sujetos fueron detenidos en diferentes estaciones porque arrojaron su celular a las vías del metro (como si en esta época todo mundo no estuviera pegado a esos aparatos). Esos, aunque parecen mitos, son algunas versiones que han manejado oficialmente las autoridades e instituciones del Gobierno de la Ciudad de México para responder a los cuestionamientos de por qué hay accidentes frecuentemente en este sistema.

Las explicaciones del accidente

El 27 de enero del año en curso el vocero de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México informó que el choque de trenes acaecido el 7 de enero del mismo año en la Línea 3 del metro (Indios Verdes-Universidad), se debió a dos causas: 1) a la quema y corte con dolo (voluntad deliberada de cometer un delito a sabiendas de su ilicitud) de cables de comunicación, señalización y pilotaje automático y 2) a la conducción negligente del operador por no respetar las medidas de seguridad. La hipótesis que maneja la fiscalía es la misma que manejó la Gobernadora de la Ciudad de México, Dra. Claudia Sheinbaum, casi inmediatamente ocurrido el suceso, porque consideró que “han venido ocurriendo en los últimos meses episodios anormales… no quisiera ponerle nombre, pero sí se tratan de momentos, acciones, hechos atípicos en el metro”. Acto seguido, anunció que la Guardia Nacional haría presencia en el metro para que vigilara que estos sucesos no se repitieran.

Es decir, siguiendo la cronología de los hechos, inmediatamente ocurrido el hecho se afirmó que fue sabotaje y para evitarlos se instruyó -con anuencia del Gobierno Federal- que la GN se hiciera cargo de la vigilancia, después, la Fiscalía de la Ciudad de México “confirma la hipótesis” y, además, vincula a proceso y da cárcel preventiva al conductor del metro. Esta es la versión del Gobierno de la Ciudad de México y sus consecuencias.

Pero existe otra más acorde con la realidad: la falta de mantenimiento. Esta otra versión ha sido contradicha por el Gobierno de la CDMX, pero los datos muestran otra realidad. De las acciones programadas y acciones realizadas de mantenimiento, según una infografía de El economista, es la siguiente: en 2019 se cumplió con el 85.7%, en 2020 54.3% y en 2021 56.8% de las acciones que se debieron ejecutar. Es decir, en la administración de la Dra. Sheinbaum se dejó de dar mantenimiento al metro. Esto no es una opinión, son datos que obtuvieron de la cuenta pública de la Ciudad de México, datos que sintetiza y organiza el periódico.

Trampolín o grillete

Dada estos últimos datos y la versión del Gobierno de la Ciudad de México ¿Por qué se niegan a reconocer que hubo falla en la administración pública para afrontar el problema? ¿Por qué, si eran hechos ocasionados por el sabotaje, las fallas y accidentes no pararon una vez que la Guardia Nacional tomó la vigilancia en sus manos? La explicación plausible es que existe una reticencia de la Gobernadora para afrontar con responsabilidad y honestidad el error de su administración, pues se dejó de lado el mantenimiento.

Este comportamiento es sintomático de los servidores públicos del sistema político mexicano, un comportamiento que en este sexenio el Ejecutivo federal dijo estaría desterrado de la administración pública. Hablando de los problemas que tiene el metro -desde que la Dra. Claudia asumió el gobierno- no trascendió el hecho de que se haya derrumbado la Línea 12 del metro, no hay una investigación que haya determinado y deslindado las responsabilidades, es más no existe algún funcionario público que esté asumiendo las consecuencias de ello. Esto ha sido sistemático con otros problemas más pequeños. Ahora la novedad es que, además de no aceptar la responsabilidad, acusan a los trabajadores del metro y a su falta de pericia.

Negar la irresponsabilidad del gobierno de la Ciudad de México es una estrategia que ha decidido seguir la Dra. Claudia y toda la estructura partidista y gubernamental que la respalda como la candidata favorita y más fuerte a la sucesión presidencial de 2024, por el partido Movimiento de Regeneración Nacional y el presidente de la República. Lo que esta estrategia va evidenciando es que partido político y gobierno están mezclados para ejercer el poder a conveniencia de un grupo político, el de la denominada 4T. Se aprecia así cuando la Fiscalía se presta a sostener la versión del sabotaje o cuando muestra “incapacidad” para la investigación limpia y certera de los hechos con lo de la Línea 12 o cuando se usa a la Guardia Nacional para alimentar una versión paranoica e irracional, además, todo esto se hace con anuencia del presidente.

Al final, parece que la versión del gobierno de la Ciudad de México se va diluyendo poco a poco por inverosímil y los capitalinos van tomando conciencia de que El metro se está convirtiendo cada vez más en un transporte poco seguro. Si los políticos de la 4T y su administración fueran sensatos sabrían que apostar por un sistema de transporte público eficiente y económico para los capitalinos sería un camino mucho mejor para ganar acreditación ante los ciudadanos, pero dada su incapacidad y su poco compromiso con las necesidades sociales prefieren la parafernalia y la deshonestidad antes que resultados sociales. Esto quiere decir que el metro pudo ser un medio por el cual la Dra. Claudia Sheinbaum hubiera ganado la simpatía de los capitalinos si hubiera apostado desde el principio de su administración por mejorarlo y ampliarlo, pero no, se decantó por la parafernalia -limpiando los letreros y haciendo el aseo- y por potencializar su imagen política con “acciones de gobierno” poco trascendentes para los capitalinos.

Pagar los platos rotos

La masa de trabajadores que se mueve diariamente sufre las consecuencias de un transporte desorganizado, ineficiente, sucio, obsoleto e inseguro. Viajar jornadas de hasta cuatro horas, es ir apretado “como sardinas”. A la de por sí difícil situación de la vida económica de los capitalinos se suma el deplorable metro de la Ciudad de México. Por ello es necesario que los citadinos, así como han sido siempre la vanguardia de la efervescencia política, se propongan exigir más y mejor servicio de transporte público, incluido El metro. Solo una exigencia de ciudadanos organizados puede garantizar un mejor vida en la Ciudad de México.


Rogelio García Macedonio es economista por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

“Vestigios” de Gerardo Almaraz. Una voz colectiva

Febrero 2023

El poema es una unidad de estructura extremadamente delicada. Se le construye despacio, matemáticamente, y una sílaba, o apenas una letra desafortunada, tropieza y arruina el conjunto. De ahí la vieja palabra, común a todas las artes: composición. Desde el punto de vista estrictamente técnico, el poema es una organización estructurada de elementos.

Pienso que una obra artística merece como crítica un comentario desde lo artístico, es decir lo técnico, como condición del comentario político o social. Vestigios (Editorial Esténtor, 2022) de Gerardo Almaraz propone, es cierto, poesía social, pero en un lenguaje muy particular: un balance bien logrado entre la fórmula política pseudopoética y la densa oscuridad de lo enigmático. Cualquiera puede hablar de la violencia, las desapariciones, la migración forzada; el tema, en poesía, es cómo se hace. Dicho esto, insisto: no creo que las limitaciones o los méritos de un trabajo poético deban medirse exclusivamente con el criterio de la ausencia o presencia de temas sociales.

El lenguaje poético de Gerardo Almaraz (Oaxaca, 1996) es todavía débil, pero es; y eso es lo más importante. Desconozco la gestación del poemario, pero me atrevo a suponer que los poemas fueron compuestos a lo largo de algunos años, pues la calidad de ciertas piezas es verdaderamente contrastante. Ignoro también qué criterio siguió el autor para ordenar los poemas. Curiosamente, las composiciones más débiles son precisamente las primeras y las últimas, y los poemas más sólidos se encuentran hacia la mitad del libro: “Restos”, “Cuerpo” “Post mortem”, “Picnic”, “Dolor de ombligo”. Debo decir que “Vestigio” —poema al que seguramente el autor guarda especial valía, a juzgar por el título del libro— no me pareció una de las mejores piezas del poemario.

Otra limitación inherente a las voces jóvenes es la curiosidad formal, forma primitiva y espontánea de la exploración formal sistemática. Almaraz rasca aquí y allá, “curioseando” las posibilidades formales de la prosa, la crónica o el catálogo terminológico, debilitando con esto la cohesión estructural del poemario como unidad. Esta limitación relativa, no obstante, es más bien un síntoma de madurez: la joven voz ha tomado ya autoconsciencia del oficio poético, y esquiva sistemáticamente la fórmula estandarizada y el lugar común. La imitación directa, forma vulgar de la admiración, es el único estado de la creación artística que no merece ser tomado en serio. Por fortuna, Almaraz pisa ya terreno firme.

El principal eje estructural del libro es precisamente el temático. Violencia, desapariciones, migración forzada, temas no del todo nuevos en la poesía mexicana, son revisitados por Almaraz desde una perspectiva sutil de destacable originalidad: la voz de la ciudad provinciana, la mirada de la periferia rural. Como centro temático en la literatura mexicana, larga historia tienen tanto la miseria urbana (Efraín Huerta, José Revueltas) como la rural (Elena Garro, Juan Rulfo, Rosario Castellanos). También es cierto que la Ciudad de México ejerce siempre su embrujo sobre cada nueva generación de poetas; solo que se perciben siempre en estas voces ciertos elementos homogeneizadores que, precisamente por homogéneos, restan personalidad a cada poeta individual. ¿Será la típica perspectiva chilanga clasemediera a la manera de José Agustín? ¿La amable mirada desde el privilegio de un Fernando del Paso? ¿El olor a café del profesor universitario David Huerta? ¿O incluso la culta vulgaridad de Armando Ramírez?

Almaraz escapa a estas viejas escuelas y lo mira todo con otros ojos. Si mira la ciudad, es con los ojos del campesino migrante chilanguizado, del vendedor ambulante, del pasajero de la última combi nocturna. Su voz es una más en el desfile colectivo, y no la de quien mira altivamente pasar el desfile desde la mesa de honor. La línea personal se profundiza más todavía al descentralizar a la capital del país como epicentro temático: los poemas viajan por Zacatecas, Guanajuato, Oaxaca, Baja California, para reivindicar al doble marginado, social y geográfico.

Esta sensibilidad original y sutil es, sin duda, la aportación más valiosa de Vestigios, a pesar de que el continente formal de tal sensibilidad aparece todavía como un trabajo en construcción. A Almaraz se le debe clasificar no como un principiante que ensaya, sino como un poeta legítimo, aunque joven, cuya forma de expresión habrá de recorrer todavía algunos años de trabajo tenaz para labrar un lenguaje verdaderamente personal. Pero Vestigios es, me parece, un excelente punto de partida: en la creación artística los primeros pasos son, a la vez que los más inseguros, los más decisivos.


Aquiles Lázaro es promotor cultural e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

¿A quiénes favorecieron los gobiernos durante la pandemia?

Febrero 2023

La primera repartición de la riqueza social ocurre en la producción: los trabajadores reciben su salario y los capitalistas se quedan con las ganancias, que representan más del 60% de la riqueza producida en México anualmente. Aquí es, en la producción, donde se encuentra el origen de la desigualdad, la raíz misma de la existencia de ricos y pobres. La disminución de la desigualdad de ingreso en esta distribución primaria sucede cuando los trabajadores, a través de su lucha organizada, logran aumentos salariales.

Sin embargo, el Estado puede hacer una segunda distribución de la riqueza y tiene dos mecanismos para hacerlo. En primer lugar, a través del cobro de impuestos. Por ejemplo, un gobierno que pretenda disminuir la desigualdad lo hace cobrando más impuestos sustantivos a quienes más tienen y a quienes realizan una apropiación mayoritaria de la riqueza social. Pero esto no basta porque, una vez que el Estado tiene los recursos, el destino de ese gasto también reflejará para qué clase social trabaja. Así, si destina esos recursos que gravó a la construcción de hospitales, escuelas de calidad, pavimentación de calles, alumbrado, etc., efectivamente estará haciendo una redistribución de la riqueza generada hacia los trabajadores.

La crisis económica gestada partir de la Covid-19 tuvo efectos distintos para las distintas clases sociales. Aquellos que tienen más, pudieron quedarse en sus casas sin la necesidad de ir a trabajar, sin enfermarse y, si llegaron a enfermarse, tenían los mejores médicos a su disposición; la otra cara de la moneda, los trabajadores, muchos de ellos se quedaron sin trabajo, disminuyó su sueldo y su familia se vio severamente disminuida por la enfermedad. Una crisis económica generalizada no es un asunto que se deba tomar a la ligera, pues los males materiales crónicos exacerban el sufrimiento humano provocado por el modo de producción existente. ¿Qué hicieron los distintos gobiernos del mundo durante la pandemia para paliar esta situación? Los gobiernos mismos alentaron y profundizaron esas desigualdades a través de los dos mecanismos ya descritos.

El índice de compromiso con la reducción de la desigualdad (CRI, por sus siglas en inglés) de la OXFAM (http://bit.ly/3Hpyg2D) muestra que esta situación ocurrió manera generalizada en el mundo y no nada más en México: “A pesar de que se haya producido la mayor emergencia de salud pública mundial en un siglo, la mitad de los países de renta baja y media-baja redujo su porcentaje de gasto en salud durante la pandemia (…), la mitad de los países analizados en el Índice CRI recortó su porcentaje de gasto en protección social (…), el 70% de los países redujo el porcentaje de gasto en educación (…), dos tercios de los países no incrementaron el salario mínimo en línea con el producto interior bruto (PIB)”. Es así como, por el lado del gasto público, los gobiernos mundiales profundizaron la desigualdad de manera alarmante.

Pero la otra cara de la moneda, los ingresos públicos a través de impuestos, tampoco sirvieron para paliar la situación de desigualdad (a pesar de su necesidad, pues la recaudación tuvo una baja sustancial debido a la crisis): “El 95 % de los países no ha aumentado la imposición a las empresas y personas más ricas”. Además, once países aplicaron rebajas fiscales para los más ricos, pero, eso sí, el impuesto al consumo, que es el más regresivo, se mantuvo para todos los países. Por lo tanto, el actuar de los gobiernos durante la pandemia permitió que los ricos se hicieran más ricos, y los pobres cada vez más pobres.

La situación descrita se trata de males ya viejos pero agudizados. Desde la década de los años 80, los gobiernos comenzaron a aplicar medidas de austeridad en el mundo y a eliminar muchos impuestos progresivos, funcionando, en los hechos, para los grandes capitales, nacionales y extranjeros. El correlato fue que también en la esfera de la producción muchos derechos de organización y lucha se perdieron para las clases trabajadoras. La consecuencia es un incremento a niveles no vistos de la desigualdad: desde 2020, el 1% más rico ha acaparado casi dos terceras partes de la nueva riqueza generada, mientras que el 99% de los habitantes de este planeta se apropia de apenas un tercio. Pero la acumulación de cambios cuantitativos no seguirá al infinito porque, necesariamente, llevarán a cambios cualitativos. El mundo es un polvorín y debemos estar preparados.


Gladis Mejía es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Eros encadenado

Febrero 2023

“Hay que reinventar el amor.” Sobre este verso de Arthur Rimbaud, el filósofo Alain Badiou, en su texto Elogio del amor, construyó una fortaleza en la cual la principal tarea militar es defender el amor. Defenderlo a capa y espada y a pecho descubierto, contra la batida a la que está siendo sometido por el sistema que, como decía Passolini, todo lo consume, lo digiere, lo excreta y lo vende.

La defensa del amor, en tiempos apocalípticos como el nuestro, se antoja como una frivolidad o como una candidez irresponsable. Sobre todo, porque esta apología no trata sobre el amor grandilocuente que abarca el sentimiento universal: no es el amor por todos los seres, las flores o las constelaciones. Es sobre el sencillo acto de amar al otro.

En todo caso, es necesario romper una lanza a favor del amor. Porque, como todo, Eros se encuentra encadenado a las formas de dominio y de enajenación del capitalismo; ha sido incapaz, como todo, de resistir el flujo corriente que arrasó y arrasa continuamente con todos los aspectos de la vida. Sometido, encadenado, humillado y ofendido, Eros necesita de la férrea defensa de todos aquellos que luchan por la libertad.

El amor se encuentra asediado por los cuatro costados, amenazado por todas partes. Y aunque las amenazas están por ahí, para Alain Badiou dos son las principales conflagraciones que se suscitan contra el amor. En primer lugar, está la amenaza securitaria, consecuencia de los acontecimientos de nuestra época. Esta amenaza consiste en eliminar y reducir al margen más estrecho los riesgos, el azar y el sufrimiento que representa el amor. Reducirlo a una interacción segura como la compraventa de un vehículo de lujo. Nada de contratiempos. Pero como el amor, es un asunto colectivo, no podemos asociarlo con la ausencia total de riesgos puesto que así no sucede en la existencia.

En segundo lugar, la amenaza que se cierne sobre el amor en nuestros tiempos es el hedonismo generalizado, esa variante que consiste en evitar a toda costa cualquier variante de alteridad, no establecer ningún compromiso con el otro ni permitir la diferencia frente a nuestra única forma de ver el mundo. Porque si el amor es una obstinada aventura, habrá que cuidar el flanco aventurero, pero también el lado obstinado. Renunciar al compromiso a las primeras divergencias o dificultades es una figuración errónea del amor auténtico. El amor no es el oropel del deseo.

No nos referimos aquí a las concepciones transfiguradas, inauténticas o corrompidas del amor; al amor romántico contaminado por la tradición patriarcal ni al amor mediatizado por las religiones. Sobre lo primero es cierto que existe una concepción “romántica” sumamente extendida que debe ser impugnada. Esa concepción vertical y patriarcal del amor difundida y defendida por un sinfín de novelistas apologéticos que repiten ad nauseam el paradigma de Romeo y Julieta no permite el desarrollo de las potencias subjetivas emancipadoras de autonomía y libertad que caracterizan al amor.

También es necesario desprender el amor de sus usos proselitistas y del abuso de las instituciones religiosas que medran con él como una mercancía para lograr sus objetivos. Para Badiou las religiones sólo están interesadas en el recurso de la intensidad, “ese recurso subjetivo que sólo el amor puede crear” para dirigir esas pasiones hacia la fe o la iglesia. Habrá que anteponer a ese amor monástico, sumiso, callado y obediente el “auténtico amor combatiente, creación terrestre, felicidad arrancada punto por punto.”

El amor, como potencia subjetiva, es un pariente cercano de la política, sobre todo de la política establecida por los de abajo. En ambos anida el deseo de cambiar las cosas, ambos desestiman, e incluso desafían la autoridad y ambos buscan como objetivo supremo la felicidad y la libertad radical de todos los individuos. Necesitamos el amor, así como el amor necesita de nosotros para ser defendido. Porque como hemos visto, parafraseando a Rousseau, Eros ha nacido libre y, sin embargo, por todos lados se encuentra encadenado.


Aquiles Celis es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Impuestos u horquillas: la “revolución” de los ricos

Febrero 2023

Como ya es costumbre, a propósito de la reunión anual del Foro Económico Mundial realizado cada año en el mes de enero en Davos, Suiza, Oxfam publicó un nuevo informe sobre la desigualdad extrema en el mundo. El documento, que lleva por título La ley del más rico, denuncia que el 1% más rico del mundo acaparó más del 60% de la riqueza que se ha generado desde que inició la pandemia en 2020. Ante tal despropósito, Oxfam hace un nuevo llamado a combatir la desigualdad extrema. En esta ocasión, el llamado se centra en cobrar impuestos a los más ricos y viene respaldado por una carta titulada Poner fin a la era de la riqueza extrema. Gravar a los ultra ricos, en la que más de 200 millonarios de 13 países diferentes piden encarecidamente se les cobren impuestos.

Detrás de esta carta están los “Millonarios Patriotas”, un grupo de multimillonarios, estadounidenses en su gran mayoría, que desde 2010 realizan una campaña de concientización sobre la urgente necesidad de pagar impuestos dirigida a los ricos con un ingreso de por lo menos un millón de dólares al año o con una riqueza valuada en 5 millones de dólares. El asunto es ya, en sus propias palabras, “un éxito mediático”. En efecto, la prensa nos ha sumido en una densa niebla ideológica que desvía nuestra mirada del problema de la desigualdad entre pobres y ricos, y en su lugar nos presenta el de la desigualdad entre los propios ricos, entre los multimillonarios y los billonarios, entre los herederos de Disney, Jeff Bezos y Elon Musk. No obstante, los planteamientos de los Millonarios Patriotas, que dicho sea de paso son claros y directos, nos dicen mucho del problema de la desigualdad extrema y, sobre todo, nos anuncian hasta dónde el sistema capitalista está dispuesto a ceder voluntariamente para enfrentarlo.

Los Millonarios Patriotas sostienen que la solución a los problemas de la sociedad está en los impuestos a los más ricos. En su diagnóstico, los problemas que la sociedad enfrenta son la inestabilidad política causadas por la pobreza y la desigualdad en el ingreso y la riqueza, y los riesgos que esa inestabilidad pone al buen funcionamiento de los negocios y a la posibilidad de unir fuerzas contra el cambio climático. El problema último, es pues, la extrema desigualdad. Sin embargo, la explicación a esa desigualdad, según ellos, está en que una élite, en la que se cuentan a unos diez billonarios, ha cooptado el poder del Estado para asegurar el incremento estratosférico de sus riquezas, despreciando así los intereses de las mayorías, en los que los sufridos Millonarios Patriotas se cuentan. El reto es, nos dicen, aumentar el poder político de quienes se comprometan a:1) fomentar una mayor representación política; 2) establecer un salario mínimo digno; y 3) implementar un sistema fiscal progresivo, entiéndase, gravar a los ricos.

Estas propuestas son pan con navaja. En la naturaleza del capitalista consolidado no está el hablar a medias tintas. El pragmatismo y los intereses de clase no lo abandonan cuando habla del interés común. Cuando pide acabar con la desigualdad extrema, en realidad solo busca combatir la riqueza extrema (¡tackle extreme wealth!, dice la carta). Cuando pide mayor representación política, la pide para la fracción de los millonetas que han quedado excluidos; el problema no es que haya millonarios, sino que haya millonarios que no aprovechen su dinero y poder político para luchar por el bien “común”. Cuando pide un salario mínimo digno lo que quiere es asegurarse un nivel estable de demanda agregada, y cuando pide que le cobren impuestos es porque, como personas de negocios, entienden mejor que los políticos, la urgente necesidad e importancia de una inversión pública constante y elevada. Y, finalmente, cuando pide estabilidad política, lo que realmente quiere es mantener la desigualdad económica en niveles manejables, de modo que el malestar entre los pobres no ponga en peligro el funcionamiento del sistema capitalista, y con él, su existencia misma como clase. “Impuestos u horquillas” (“Taxes or Pitchforks”), el título de la primera carta enviada en 2020, no deja lugar a malinterpretaciones.

Los Millonarios Patriotas han entendido que la filantropía y la teoría del goteo se han vuelto inservibles para defender el statu quo, que resultan incluso impresentables por su falsedad. Ven en los impuestos la vía rápida y conveniente para recomprar su legitimidad y esperan con ello el reconocimiento público de la estructura de clases imperante. Están dispuestos a enfrentarse a unos cuantos billonarios, y a invertir parte de su riqueza en el “bien común”, con tal de no dejar de ser millonarios. Están realmente preocupados, pero no por la desigualdad extrema, sino por el descontento y la polarización. Hablan del bien público, en beneficio de todos, pero no tocan en absoluto la explotación del trabajo asalariado, de donde brota la ganancia del capitalista. Sí, impuestos a los ricos, pero no en lugar de, sino además de salarios y empleo dignos.


Tania Rojas es economista por El Colegio de México e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Para terminar con la pobreza y la desigualdad, terminemos con el capitalismo

Febrero 2023

Bajo el capitalismo nunca vamos a terminar con la pobreza y la desigualdad, por lo menos no con la desigualdad económica. Y no porque haya élites políticas insensibles a este problema, sino porque la propia lógica del capitalismo exige que haya siempre desigualdad y pobreza. Y conforme más se desarrolla el capitalismo, conforme más riqueza crea la humanidad, más crecen la desigualdad y la pobreza en el mundo.

Desde el siglo XIX, la desigualdad no ha hecho más que crecer, aunque hubo un periodo en el que el crecimiento de la desigualdad y la pobreza fue más lento. Ese periodo fue entre 1917 y la década de 1980. ¿A qué se debió esa ralentización? Básicamente a que en ese periodo una parte importante del mundo decidió superar el modo de producción capitalista y se propuso construir el socialismo, un modo de producción diferente que terminara por completo con la desigualdad y la pobreza. Rusia inició este movimiento internacional en 1917 y después se sumaron países de Europa del este, Asia y África. La presencia de una alternativa al modo de producción capitalista obligó al capitalismo de Europa y América a bajar el grado de explotación de los trabajadores, y a ralentizar el aumento de la pobreza y la desigualdad. En esa época se crearon los Estados de Bienestar para mejorar un poco las condiciones de vida de las clases trabajadoras y para espantar al fantasma de la revolución socialista. De esto han hablado autores como el historiador Joseph Fontana en sus libros “El siglo de la revolución” y “Por el bien del imperio”, además de estudios económicos recientes, como “Reformando para sobrevivir: los orígenes bolcheviques de las políticas sociales”.

A partir de la década de 1980, cuando la Unión Soviética ya atravesaba serias dificultades, los grandes multimillonarios calcularon que el mundo socialista ya no representaba una amenaza para la supervivencia del capitalismo. En ese momento comenzó a instalarse el modelo neoliberal en todo el mundo, un modelo que terminaba con el periodo anterior y retomaba el desarrollo capitalista sin ninguna consideración por los trabajadores. Esto significó crear riqueza más rápido, aumentando las desigualdades y generando más pobreza. Todos los países donde antes habían tratado de construir el socialismo, cayeron bajo este mismo modelo.

En enero de este año OXFAM publicó un informe donde dice que el 1% más rico de la población mundial ha acaparado casi dos tercios de la nueva riqueza generada en los últimos dos años, casi el doble que el 99% restante de la humanidad. En otras palabras, desde 2020, por cada dólar de nueva riqueza que pudiera obtener cualquier persona perteneciente al 90% más pobre, un millonario se embolsa 1.7 millones de dólares. En México, Carlos Slim, solo, concentra más riqueza que la mitad de la población mexicana, unos 65 millones de personas. Mientras tanto, el número de personas en pobreza en México pasó del 41% en 2019 al 50% en 2021.

Para disminuir la desigualdad y la pobreza, OXFAM propone ponerle más impuestos a los más ricos. Este llamado se ha hecho tan popular en los últimos años que incluso algunos millonarios han iniciado un movimiento pidiendo que les cobren más impuestos. La política de subir los impuestos a los más ricos es perfectamente justa, lógica y racional, pero limitada. Porque incluso una política así tendría como marco de operación el mismo modo de producción capitalista.

En el Manifiesto de Partido Comunista, Marx aplaudía a la burguesía y al capitalismo por su gran capacidad para crear riqueza, pero al mismo tiempo criticaba ese modo de producción por su tendencia a concentrar en unas pocas manos la mayoría de la riqueza mientras a las grandes masas trabajadoras, las verdaderas creadoras de la riqueza, solo les tocaba una parte mínima de lo que ellas mismas producían.

Mientras exista el capitalismo, en cualquiera de sus modalidades, seguirá creciendo la riqueza y simultáneamente seguirá aumentando la concentración de la riqueza, y seguirán creciendo la desigualdad y la pobreza. Solo bajo un modo de producción que supere las contradicciones del capitalismo, bajo un modo de producción socialista, podremos eliminar las desigualdades y la pobreza. Pero este cambio no llegará solo. Hay que impulsarlo entre todos y todas.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.

Marxismo y belleza. El juicio de Plejánov

Febrero 2023

En El arte y la vida social, el más importante de los trabajos sobre estética del marxista ruso Gueorgui Plejánov, y uno de los textos más influyentes en la estética marxista posterior, podemos hallar el pasaje siguiente: “El lector conocerá seguramente a los artistas llamados cubistas. Si tuvo ocasión de contemplar sus obras, creo no equivocarme al suponer que éstas no le han causado emoción alguna. Por lo menos, en lo que a mí se refiere, el cubismo no me produce nada que se asemeje al goce estético. «¡La estupidez elevada al cubo!». He aquí las palabras que involuntariamente nos vienen a los labios en presencia de estos pretendidos ejercicios artísticos”.

Este juicio de Plejánov ha envejecido mal. Pero si bien pudiera parecer un exabrupto espontáneo descontextualizado al tomarse como cita aislada, el pasaje en cuestión es un punto de llegada: se desprende de un razonamiento previo que Plejánov expone con una sofisticada precisión argumentativa.

El cubismo, nos dice, es una interpretación distorsionada de la realidad, derivada directamente de la proclama artística de que los objetos de la realidad, y por tanto sus formas precisas, son incognoscibles a nuestros sentidos. Por tanto, sobre la objetividad de tal realidad material prima la percepción, la apreciación subjetiva del yo, la personalidad.

Contra este postulado gnoseológico, de corte claramente anti-materialista, se alza Plejánov y lo lleva hasta sus últimas consecuencias: “Para encontrar lo nuevo hay que saber buscarlo. El que es sordo a las nuevas doctrinas del movimiento social, aquel que no cree que existe otra realidad que su «yo», no encontrará nada en sus investigaciones por hallar algo «nuevo», a excepción, claro está, de nuevos absurdos”.

Resulta al menos incómodo que una exposición tan clara, tan coherente, deba conducir necesariamente al juicio de denostar al cubismo como “estupidez elevada al cubo”. A manera de epílogo, el autor incluyó una polémica con Lunacharski precisamente a propósito del juicio sobre la belleza. Es ahí donde pueden rastrearse las inconsistencias del planteamiento plejanoviano.

Plejánov suscribe la presunta objeción de Lunacharski: “No hay ni puede haber criterio absoluto de belleza”. Y continúa con toda seguridad: “Pero si no hay criterio absoluto de belleza, si todos los criterios son relativos, esto no quiere decir que estemos privados por completo de toda posibilidad objetiva de juzgar si está bien realizado o no determinado designio artístico. Supongamos que el artista desea pintar la «mujer vestida de azul» [nombre del cuadro cubista del que se ha estado ocupando]. Si aquello que él representa en su cuadro se parece en realidad a dicha mujer, entonces diremos que consiguió pintar un buen cuadro. Pero si en vez de una mujer vestida de azul vemos en el lienzo unas cuantas figuras estereométricas, coloreadas en parte de tonos más o menos azules y en forma más o menos grosera, diremos que hizo todo menos un buen cuadro. Cuanta más relación haya entre la ejecución y el intento, o bien, empleando un término más general, cuanto más se identifique la obra de arte con su idea, tanto más afortunada será esta obra. He aquí la medida objetiva”.

Aquí Plejánov pasa, en rápida escalada, de formulaciones imprecisas a completos disparates. El gigante teórico, lastrado por el juicio de sus gustos personales, se desploma ante el problema dialéctico de la representación en la creación artística.

De este tipo de juicios se desprendió la crítica de toda una corriente marxista que acuñó el término peyorativo de “sociologismo” para señalar esta postura. Tal postura sociologista quiere del arte una copia fiel de la realidad, y no una representación; copia pedestre, en que el artista retrocede al papel de “medium” medieval, esta vez no de lo divino, sino de la materia.

Resulta que para Plejánov, el “criterio objetivo” de la belleza es en qué grado “se identifica la obra de arte con su idea”; pero esta formulación imprecisa, para ser coherente con el resto del planteamiento, debiera sustituir la palabra idea por objeto. Y precisamente este error contiene el punto nodal de la cuestión: en última instancia, el arte no representa objetos; representa ideas. Y el juez que proclame “criterios objetivos” de la belleza podrá sacar su cinta métrica para comparar la talla real de la mujer con la figura plasmada en un lienzo, para sentenciar a cuántos centímetros se quedó el artista de “realizar bien el designio artístico”. Pero sobre la correspondencia de la obra con la idea no podrá decirnos nada.

Otro error de Plejánov es el extrapolar la naturaleza del proceso de conocimiento científico a la naturaleza de la creación artística. Ya Marx indicaba la naturaleza particular del trabajo artístico frente al trabajo enajenado de la sociedad capitalista, pero la naturaleza de la representación en el trabajo artístico también presenta peculiaridades respecto a la representación que requiere la investigación científica. El error preciso consiste en extrapolar la teoría marxista del conocimiento que, como teoría general, exige una representación subjetiva lo más precisa posible al objeto estudiado, lo más fiel posible al fenómeno objetivo. La creación artística no funciona en absoluto de ese modo.

Con todo, si bien las ideas plejanovianas sobre el criterio de la belleza no llegaron muy lejos, sí lo hizo su teoría general del arte, punto importantísimo de la estética marxista. Independientemente de aristas particulares, la ideas centrales que Plejánov plasmó en El arte y la vida social, en concreto aquella sobre la naturaleza en última instancia material de la obra de arte, marcaron un punto de no retorno a favor del marxismo en la lucha ideológica sobre el origen de la obra de arte, y sobre la función social del quehacer artístico.


Aquiles Lázaro es promotor cultural e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

¿Qué hay detrás del “súper peso”?

Febrero 2023

Como consecuencia de la apreciación del peso mexicano frente al dólar estadounidense, ha sido común escuchar o leer en los últimos meses sobre lo que se ha denominado “el súper peso”.  Así como Andrés Manuel, una buena parte de la población se ha convencido de que tal evento es consecuencia de un conjunto de buenas políticas implementadas por el actual gobierno. Sin embargo ¿qué tanto hay de cierto en esta aseveración?

Aunque son varios los elementos que influyen sobre la variación del tipo de cambio, es consenso entre los especialistas sobre el tema, como los de la Union Bank of Switzerland (UBS) o Banorte Estrategia, dirigido por Alejandro Padilla[1], adjudicar que el actual fortalecimiento del peso mexicano está determinado principalmente por dos elementos. Por un lado, está la preferencia de los inversionistas por activos de riesgo; es decir, ante el gran diferencial de las tasas de interés entre México y Estados Unidos (600 puntos base en favor del primero), los inversionistas se han visto motivados a comprar títulos de deuda de origen mexicano, que, aunque están catalogados dentro del marco de “inversiones riesgosas”, por la probabilidad de que estas nunca sean saldadas, generan más ganancia en el corto plazo. Por lo tanto, la apreciación del peso como consecuencia del diferencial de la tasa de interés no es producto de una política propiamente mexicana, sino que es resultado de que la Reserva Federal de los Estados Unidos (FED) ha sido precavida con el aumento de su tasa de interés, consciente de las terribles consecuencias que esa medida podría tener sobre la economía real de ese país.

Precisamente, los costos del aumento de la tasa de interés, que viene incrementándose desde inicios del 2021, ha tenido repercusiones sobre todo en la economía productiva. Por ejemplo, aun cuando el contexto pandémico ha clamado por créditos asequibles, muchas empresas y personas se han visto restringidas a acceder a ellos por su creciente costo. No está por demás recordar que, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), 1.6 millones de negocios, sobre todo las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes), se han visto obligados a cerrar sus instalaciones como consecuencia de la insolvencia que ha causado la pandemia.[2]  Además, de acuerdo con el INEGI, en el país hay 4.9 millones de mipymes que emplean a más de 27 millones de personas. Es decir, el cierre de estas empresas representó 32.7 por ciento de todas las mipymes, afectando directamente al decrecimiento que sufrió la economía mexicana entre el 2019 y 2021, y por consecuencia a la falta de ingresos del gobierno para hacer frente a sus obligaciones. De ahí se explica en parte, la imposibilidad del gobierno para hacer frente a las inclemencias médicas que sufrió la población en los tiempos más álgidos del COVID-19.

Por otro lado, está la “disciplina fiscal” como elemento que ha contribuido a que el tipo de cambio disminuya con relación al dólar. Regularmente, las calificadoras de riesgo, que son un elemento que los inversionistas toman en cuenta a la hora de colocar su dinero, procuran dar buena calificación a los países que priorizan el equilibrio fiscal; es decir, a aquellos que no gastan más allá de los ingresos que tienen, e inclusive ahorran; a esos que priorizan pagar el costo de la deuda, antes que atender deberes con su población. Con el aumento de puntuación de México ante las calificadoras,[3] los inversionistas extranjeros, sobre todo de capital financiero, han visto en el país un lugar seguro para colocar su dinero. La llegada de nuevos capitales ha significado un aumento de la demanda por la moneda mexicana, y se sabe que, por la ley de oferta y demanda, todo aquello a lo que su demanda crece, su precio tiende a subir. En este caso la moneda ha tendido apreciarse, encarecerse, con relación al dólar estadounidense.  

No obstante, ¿a qué costo se ha logrado mantener el equilibrio fiscal? En un estudio realizado por el FMI[4] se concluye que, de las economías más importantes de América Latina, México ha sido el país que menos ha invertido para combatir el asolamiento causado por el Covid-19. Por ejemplo, menciona que mientras Brasil invirtió por encima del 8 por ciento del producto interno bruto (PIB) del año 2020 para dar solución a los diferentes sectores afectados (salud, educación, economía, etc.), México apenas invirtió 0.7 por ciento del PIB para dar cara a los mismos problemas. Es decir, menos de 1 punto porcentual para intentar prevenir las miles de muertes por coronavirus[5]; los más de 5 millones de estudiantes que se vieron forzados a dejar la escuela[6]; más de 1 millón de negocios cerrados, etc. Esto solo por mencionar algunos de los casos de mayor repercusión, porque paralelamente a estos hechos, el gobierno de Andrés Manuel dejó sin medicamentos a los niños con cáncer; redujo el presupuesto del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), principal institución en el financiamiento de estudios de posgrado; eliminó el programa de Escuelas de Tiempo Completo que proveía de educación a más de 3.6 millones de niños en condiciones de pobreza. Son innumerables las medidas negligentes que se han tomado en este gobierno en favor de mantener lo que ni el FMI ha recomendado para estos tiempos difíciles: la tan mentada “disciplina fiscal”.

Ahora, por un momento supongamos que todas las medidas antes mencionadas eran necesarias para alcanzar un “peso fuerte”, la pregunta que surge es ¿qué beneficios tiene la apreciación del peso sobre la gran población? A grandes rasgos se puede decir que ninguna. Aunque en teoría la apreciación de una moneda se refleja en la disminución de los precios de los productos importados, en la realidad los productos son más baratos para los empresarios mexicanos, pero no necesariamente para el consumidor final, el pueblo mexicano. Así lo corrobora Luis Gonzali, vicepresidente y codirector de inversiones en la firma de inversiones Franklin Templeton: “El tema es que ellos [los empresarios] lo van a conseguir más barato, pero no necesariamente se lo van a dar más barato al mexicano, generalmente los precios no bajan”. Es decir, aunque en apariencia habría algún provecho para la población mexicana, lo cierto es que el encarecimiento del peso solo beneficia a la pequeña clase empresarial.

De este modo, llegamos a la conclusión que no hay mucho para festejar por el “super peso”. La apreciación de una moneda en sí misma no tiene real relevancia, lo que importa es que la ha llevado a ese lugar. En vez de ser producto y reflejo de una economía fuerte, que recibe inversión extranjera productiva, con salarios dignos y mercados internos fuertes; la apreciación de la moneda mexicana, como se describió más arriba, es reflejo de la política monetaria del país vecino; de la raquítica política fiscal; pero, sobre todo, de la negligente actuación del gobierno mexicano.


Christian Damián Jaramillo Reinoso es economista por la UNAM. Opinión invitada.

[1] https://expansion.mx/mercados/2023/01/11/super-peso-mexicano-por-que-esta-fuerte

[2] https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/aproposito/2022/EAP_Demog_MIPYME22.pdf

[3] https://datosmacro.expansion.com/ratings/mexico

[4] Fondo Monetario Internacional. (2021). La Política Fiscal en Tiempos de Pandemia: ¿Cómo les ha Ido a América Latina y al Caribe?

[5] https://datos.covid-19.conacyt.mx/

[6] https://www.inegi.org.mx/contenidos/investigacion/ecovided/2020/doc/ecovid_ed_2020_nota_tecnica.pdf

El “súper peso”: más allá de la retórica

Febrero 2023

Del oscuro panorama económico en México, caracterizado por falta de crecimiento e inflación, emergió una bandera rápidamente alzada por el gobierno federal y sus seguidores: el llamado “súper peso”, o la apreciación reciente de nuestra moneda con respecto al dólar. Pero no siempre hay suficiente claridad sobre qué es el tipo de cambio y cuáles son sus implicaciones económicas.

De manera muy simple, la apreciación del tipo de cambio significa que se necesitan menos pesos para comprar un dólar u otra unidad de moneda extranjera si ésta permanece constante. El efecto inmediato de esto se da en el comercio internacional. Asumamos que el tipo de cambio inicial es de 20 pesos por dólar. Si una mesa producida en Estados Unidos tiene un precio de seis dólares, esto quiere decir que en México pagaríamos 120 pesos por ella (6 × 20 = 120). Si el peso se aprecia, por ejemplo, alcanzando un tipo de cambio de 15 pesos por dólar, ahora solo necesitaríamos 90 pesos (6 × 15 = 90) para comprar esa misma mesa. Por el contrario, si una silla producida en México tiene un precio de 60 pesos, inicialmente los estadounidenses necesitarían tres dólares para comprarla (60 ÷ 20 = 3). Después de esa misma apreciación del peso, el precio de la silla para Estados Unidos sería ahora de cuatro dólares (60 ÷ 15 = 4).

Así pues, la apreciación del peso encarece los productos que vendemos al exterior (exportaciones), y abarata lo que compramos de fuera (importaciones); mientras que la depreciación (el encarecimiento del dólar) tendría el efecto opuesto. 

Según la narrativa oficial, la apreciación del peso es prueba contundente de la excelente gestión económica del gobierno de AMLO, y surge de la intuición de que, mientras más barato el dólar, mejor. Tal concepción puede rastrearse a las crisis de 1982 y 1995; éstas fueron precedidas por o provocaron profundas devaluaciones del peso, dando paso a años de desempleo, inflación y, en el caso de la crisis de 1995, la pérdida del patrimonio de millones de mexicanos. Por otro lado, la recuperación de esas crisis tuvo como condición la estabilización del tipo de cambio, o el fin de las devaluaciones. Con esa historia reciente, no es sorprendente que la apreciación del peso se vea como símbolo de estabilidad interna y fortaleza en el ámbito internacional. 

La falsedad de esta percepción se puede observar de dos grandes formas. La primera es que, como ilustra el ejemplo con el que inició este artículo, los movimientos en el tipo de cambio siempre generan efectos contrarios para distintos participantes de la economía; vimos que, en el caso de la apreciación, lo que compramos del exterior se vuelve más barato, y esto podría elevar los salarios reales. Por otro lado, lo que vendemos al resto del mundo se vuelve más caro, lo que podría disminuir el ritmo de crecimiento de los sectores económicos que le venden al resto del mundo por ser menos competitivos en sus precios. Asimismo, salen perjudicados quienes reciben remesas (los dólares compran menos pesos) o quienes dependen del turismo (México se vuelve menos atractivo por hacerse “más caro”). Estos ejemplos solamente ilustran que los movimientos en el tipo de cambio, sin importar su dirección, nunca pueden calificarse de absolutamente positivos o negativos. 

La segunda razón tiene que ver con las causas de la reciente apreciación del peso. En el nivel más inmediato, el tipo de cambio depende de los movimientos en la oferta y demanda de pesos con respecto a dólares. Si el peso se aprecia, eso significa que la gente en general, y los inversores en particular, están aumentando su demanda de pesos en relación con la oferta disponible. Y en el caso actual, la causa principal de este fenómeno la podemos encontrar en la política monetaria del Banco de México, que ha elevado de manera sostenida las tasas de interés buscando contener la inflación. Esto es importante porque la tasa de interés determina los rendimientos que se obtienen de invertir en pesos, y su aumento provoca la entrada de capitales de quienes buscan maximizar la rentabilidad de sus inversiones. Sin embargo, esta política ha fracasado para contener la inflación, que vuelve a repuntar después de un breve descenso y, por otro lado, perjudica el desempeño económico de México al encarecer el crédito y, por lo tanto, la inversión productiva. 

En conclusión, la apreciación del peso no es señal de futura prosperidad para los mexicanos, pues no ha servido para evitar el aumento de los precios y es el resultado de una política macroeconómica que afecta las perspectivas de recuperación económica para nuestro país. Y así, mientras las autoridades presumen al “súper peso”, los problemas estructurales de desempleo, pobreza, desigualdad y violencia se mantienen y agudizan. Solo cuando veamos progreso real en estos ámbitos habrá algo qué celebrar.


Jesús Lara es economista por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Del Estado de bienestar al neoliberalismo

Febrero 2023

La historia de la humanidad se ha desarrollado como una lucha entre dos clases opuestas que, esencialmente, se disputan cuál es la mejor sociedad que se puede construir de acuerdo a los intereses particulares de esas clases. Esta ha sido la maldición de Sísifo para la humanidad. En esa lucha se puede insertar la siguiente reflexión que pretende esgrimir algunas ideas en torno a cómo el viraje hacia al neoliberalismo significó, en realidad, un triunfo del capital sobre el trabajo, esta lucha de siglos entre oprimidos y opresores, sobre cómo la clase capitalista, una vez más, logró derrotar al proletariado.

Las disputas por construir sociedades más equitativas no son novedad, así, haciendo una síntesis, podemos encontrar en su devenir la disputa entre esclavos y esclavistas, siervos y señores feudales, proletarios y capitalistas, y que lo que esencialmente se ha disputado es, la distribución de la riqueza creada socialmente. Por ello no es ocioso recordar la disputa entre los acaparadores de la tierra y los desposeídos en Grecia clásica, la gesta de Espartaco en su intento por liberar a los esclavos del Imperio de Romano, la disputa entre montañeses y girondinos, la disputa entre los comuneros y la reacción europea y, por último, la disputa entre el país de los soviets, encabezado por la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y el capitalismo, liderado por Estados Unidos de América. Esta última era la situación del mundo en la década de 1970.

Al hacer su aparición en el mundo un gobierno de obreros y campesinos en la Rusia de principios del siglo XX, la reacción occidental intentó por todos los medios exterminarlo desde el primer momento de su conformación. Al no poder matar al niño en la cuna, tal como las serpientes no pudieron matar a Hércules[1], pretendieron que si dejaban crecer a Hitler política, militar y económicamente, este podría derrotar a la URSS, pero ese sueño anhelado se derrumbó cuando -además, occidente creyó que Hitler se conformaría con una expansión hacia oriente, pero no, él quería el mundo entero- los soviéticos lograron derrotar al nazismo, ganando así la Segunda Guerra Mundial. La consecuencia más importante de la Segunda Guerra Mundial fue la creación de dos bloques que partieron a Europa por la mitad: los capitalistas y los comunistas.

Estados Unidos de América fue el país que resultó bien posicionado en la política internacional al no ser afectado por la guerra, lo que lo catapultó como la única nación que podía reconstruir Europa occidental, además de que, siguiendo la idea de que el liberalismo económico era el camino para la humanidad, ayudó a Japón a crear un país que sirviera como hegemón del “mundo libre” en Asia. La reconstrucción fue un hito importante que sirvió al mundo capitalista  para, después de la Segunda Guerra Mundia, tener tasas de crecimiento económico envidiables[2], lo que además convirtió a EUA en el país del capital productivo y financiero, es decir, la fábrica del mundo y el mercado financiero más importante estaban en América del norte[3].

Los años dorados del capitalismo (1950-1973) significaron crecimiento y estabilidad económica del mundo occidental, pero especialmente para Estados Unidos. En este periodo de la belle époque el pensamiento económico que dominó y orientó la política económica de Estados Unidos fue el planteado por John Maynard Keynes a principios de la década 1930, cuando fue necesaria una nueva economía capaz de revertir los efectos de la crisis económica de 1929. A partir de entonces algunos principios fueron esenciales; la estimulación de la demanda porque el problema no era falta de producción, sino falta consumo para echar a caminar de nuevo a la economía: la eliminación permanente del desempleo generalizado porque los ingresos de los trabajadores estimulaban la demanda, esta tenía, además, un objetivo político, evitar explosiones sociales: implementación del sistema de seguridad social en 1935: y la intervención del Estado como mediador entre capital y trabajo, lo que conduciría a la creación del “Estado de bienestar”. Es decir que el periodo de la época gloriosa del capitalismo se sustentó en un estado que iba regulando la economía por el lado de la demanda.

Los primeros síntomas del agotamiento de una economía que había demostrado capacidad de generar bienestar para su población se vislumbraron al hacerse presente una inflación que no cedía, pues en 1971 se ubicó en 6%, además de que los déficits de la hacienda nacional eran cada vez más grandes y lo más importante fue el rompimiento del acuerdo de Bretton Woods. Esta situación duró alrededor de una década antes de dar el giro hacia el neoliberalismo, viraje que empezará con Jimmy Carter[4]. El 15 de julio 1979 ofreció un discurso a la nación que mostraba su preocupación y reflejaba este malestar: “recordamos cuando la frase «suena como un dólar» era una expresión de absoluta fiabilidad, hasta que diez años de inflación comenzaron a reducir nuestro dólar y nuestros ahorros. Creíamos que los recursos de nuestra nación eran ilimitados hasta 1973, cuando tuvimos que enfrentar una creciente dependencia del petróleo extranjero”.[5] Además del problema general para los estadounidenses, el capital también se vió en problemas, pues existe un consenso generalizado de que para esos años las tasas de ganancia disminuyeron[6], como consecuencia del agotamiento del modelo económico y porque Alemania y Japón empezaron a crecer en la participación del mercado mundial.

La percepción de Carter era acertada porque él arribó al poder cuando explotó la situación con el aumento de los precios de la energía, pero ya estaban presentes el paro, inflación y caída del poder adquisitivo de los salarios, sumando todo ello a la menor capacidad del Estado como consecuencia de los déficits crecientes de los presupuestos estatales el panorama era complicado.

Dada esta situación, Carter enfrentó los problemas con intención de modificar el modelo -además de que la fuerza de los empresarios presionaba en el Congreso para que ocurriera. Así, el primer aviso del golpe de timón para terminar con el Estado de bienestar fue el objeto que tuvo la Reforma Laboral de 1977, que pretendía eliminar obstáculos a los empleadores limitando a los sindicatos, afortunadamente no entró en vigor, pero el que entendió el mensaje correctamente fue el líder sindical de los trabajadores automotrices Fraser Douglas: “Creo que los dirigentes de la comunidad empresarial han escogido desencadenar una guerra de clases unilateral (…) contra los trabajadores (…) y contra buena parte de la clase media. Los líderes de la industria, el comercio y las finanzas de los Estados Unidos han roto y descartado el frágil acuerdo no escrito que estuvo en vigor durante un período pasado de crecimiento y progreso” (Fontana, 2011). Para octubre de 1978 se aprobó la desregulación a las aerolíneas, lo que se sumó a un camino que iba siendo cada vez más evidente: la desregulación de la economía. Lo más significativo fue el papel que Paul Volcker desempeñó en 1979 al frente de la Reserva Federal al implementar una política destinada a lucha contra la inflación subiendo las tasas de interés sin importar las consecuencias que ello conlleva, es decir, a reducir la actividad económica. Es así como Carter fue el iniciador de una tarea que culminaría con Reagan.

Ronald Wilson Reagan llegó a la presidencia de Estados Unidos en 1981, antes de eso fue gobernador de California. Su educación y su carrera política no fue relevante, gran parte de su vida antes de la política la hizo como locutor y actor de cine, realizó papeles en 53 películas, dirigió el sindicato de actores de 1947 a 1952, además de que fue informador secreto del FBI dando nombres de quienes le parecían sospechosos. Su primer contacto con la política fue en la carrera presidencial de Barry Goldwater en 1964, pues participó en la campaña a su favor, pero Goldwater perdió ante Lyndon B. Johnson, no obstate, su papel en esta contienda le suministró simpatías del ala derecha republicana y de los millonarios que le financiarion la campaña para ser gobernador de California de 1966 a 1974. Intentó ser candidato presidencial en 1968 enfrentando a Nixon y en 1976 enfrentando a Gerald Ford, no es sino en 1980 que se postula como candidato.

Su discurso de campaña versó sobre ideas típicas de la guerra fría, condenando así la distensión iniciada por sus predecesores y la apertura de la defensa de los derechos humanos. Este permeó en la sociedad norteamericana porque la economía estaba mal, con paro y elevado interés, algo que prometió resolver disminuyendo el gasto gubernamental y rebajando los impuestos, pero mantendría alto el presupuesto de defensa para estar acorde con su discurso renacido de la guerra fría. Con esto Reagan derrotó a Carter con el 51% de los sufragios.

Más arriba se apuntó que Carter empezó el camino de la liberalización económica, pero fue Reagan quien terminó por enterrar la política económica preocupada por elevar el bienestar de las capas populares gracias a un sistema de impuestos progresivo, a la provisión de servicios y ayudas sociales, y al apoyo a la acción de los sindicatos, es decir, el pacto establecido en el New Deal de Roosevelt que había dado buenos resultados.

Además de la liberalización se inició una reforma fiscal que beneficiaría a los más ricos y al capital financiero. David Stockman, “el niño maravilla de Washington”, se encargó de convencer al Congreso de que era necesario. La idea consistió en que una vez recortados los impuestos y los egresos del gobierno, sin importar la eliminación de toda una serie de programas en educación, vivienda y ayudas sociales, con lo que se consiguió aumentar el número de quienes vivían en la pobreza del 11,7 por ciento en 1979 al 15,3 por ciento en 1983. El mismo Stockman advirtió que el programa estaba basado en la creencia de que el sistema funciona y que “la parte más difícil del recorte de impuestos a la oferta es bajar la tasa máxima del 70 al 50%. El texto implícito era claro: para apoyar a los trabajadores industriales, hombres, blancos,… [para que puedan] volver a trabajar y para patear a los pobres eliminando los programas sociales” (Komlos, 2019).

Es en este periodo donde la batalla de las ideas keynesianas y neoliberales se estaba definiendo en favor de esta última. Estas ideas estaban derrumbando el Estado de bienestar y se estaba dando tránsito a las que aducen que la intervención del Estado en la economía dificultan el control de la inflación y el recorte de los costes, que había de hacer posible el aumento de los beneficios, que era el auténtico motor del crecimiento económico en una economía capitalista, arguyendo, así, que la mano invisible del mercado produciría la riqueza de la nación y esta se distribuiría hacia abajo, es decir, que permean hacia las clases más pobres.

Otra forma de saber que los defensores del ultraliberalismo económico estaban ganando esta batalla de ideas es que el premio Nobel de Economía en 1973 fue para Friedrich von Hayek y para 1976 fue para Milton Friedman. Coincidían en que la perturbación de la economía por el Estado hacía, por ejemplo, que la expansión del crédito bancario estimulado por este, no sólo causa inflación, sino que aumentan las malas inversiones. Así, pues, con esta visión inicia lo que se denominará neoliberalismo, que visto sobriamente, es un liberalismo puro, donde el mercado es el que crea y distribuye la riqueza y el individuo es el conducto por el que se realizan las mejores obras. Esta visión liberó la economía de la regulación y uno de los sectores más beneficiados fue el capital financiero, a tal grado que logró a través de cabildeos y artimañas crear un sistema financiero poderoso y financiero que desencadenaría crisis importantes, como la de 2008-2009.

Con el neoliberalismo se impulsaron cambios importantes: disciplina presupuestaria, reforma fiscal encaminada a buscar bases imponibles amplias y tipos marginales moderados; liberalización financiera, especialmente de los tipos de interés; búsqueda y mantenimiento de tipos de cambio competitivos; liberalización comercial; apertura a la entrada de inversiones extranjeras directas; privatizaciones; desregulaciones; garantía de los derechos de propiedad (Williamson, 1999). Y los resultados más visibles fueron: elevar la importancia del sector financiero en relación con el sector real, transferir los ingresos del sector real al sector financiero y contribuir a aumentar la desigualdad de ingresos y el estancamiento de los salarios (Palley, 2007: 3).

Este cambio de paradigma en Estados Unidos generó un impacto internacional que terminaría por generar la globalización, lo que significó el libre tránsito de mercancías y capital por todo el mundo -aunado a que en la década de 1990 la URSS se desintegró-, es decir, las ideas de Hayek y Friedman habían logrado derrumbar la economía keynesiana y se imponía a todo el mundo[7]. Las consecuencias de un mundo determinado por el mercado ahora se revelan con meridiana claridad. Según World Inequality Report 2022 la mitad más pobre de la población mundial apenas posee el 2% del total de la riqueza. En contraste, el 10% más rico de la población mundial posee el 76% de toda la riqueza. En Estado Unidos: el 10% superior de la población capta el 45,5% de los ingresos totales, mientras que sólo el 13,3% va a parar al 50% inferior. Como reacción a la concentración de la riqueza han aparecido nuevos análisis en el campo de la economía de cuáles son sus consecuencias, los problemas que plantea al crecimiento económico y cómo combatirla. Las ideas que mejor resuelvan este problema son las que deben importarnos, pues definirá el futuro de la humanidad.


Rogelio García Macedonio es economista por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] Hera, enojada con Zeus por consumar otro adulterio, envía a la cuna de Hércules dos serpientes para asesinarlo, pero Hércules, al ser hijo de Zeus, usó sus poderes y estranguló a las mandadas a asesinarlo.

[2] De acuerdo con Perren & Padín (2019) la tasa de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) global de 1950-1973 fue de la siguiente manera: Estados Unidos 3.6%, Europa Occidental 5.5% y Japón 10.3%.

[3] En 1950 EUA poseía por sí solo alrededor del 60% de las existencias del capital de todos los países capitalistas avanzados, generaban 60% de toda la producción de los mismos, para 1970 seguían teniendo 50% de las existencias de capital de todos esos países y casi la mitad del producto total (Hobsbawm, 1998: 278).

[4] Presidente de los Estados Unidos de América (1977-1981); gobernador del estado de Georgia (1971-1975) y senador en la Asamblea General de Georgia (1962-1966).

[5] Parte importante del crecimiento de la inflación se debió a la guerra del Yom Kippur y a la posición de la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo (OAPEC) que decidió suspender los envíos a los países que apoyaron a Israel y después optó por subir el precio del crudo (esto último conjuntamente con la OPEP).

[6] Se puede encontrar esta información en Historia del siglo XX de Hobsbawm, 1998; Por el bien del Imperio de Josep Fontana, 2012; y La crisis global en su laberinto de Arturo Guillen, 2015.

[7] Después de la disolución de la URSS no había impedimento para que EUA proclamara la superioridad de su forma de vida. La idea del profesor Fukuyama al determinar “el fin de la historia” es un ejemplo significativo de ello, pues ya no veía oposición a la nación americana.

Bibliografía

Fontana, Josep (2011). Por el bien del imperio. Ed. Crítica, España.

Komlos, J. (2019). Reaganomics: una línea divisoria. tiempo&economía, 6(1), 47-76.

Palley, T. I. (2007). Financialization: What It Is and Why It Matters. The Levy Economics Institute of Bard College, 1-31.

Williamson, J. (1999). Lo que Washington quiere decir cuando se refiere a reformas de las políticas económicas. En M. Guitián, & J. Muns, La cultura de la estabilidad y el consenso de Washington (págs. 67-117). Barcelona: Caja de ahorros y pensiones.


AMLO, escudero de EEUU en lucha contra China

Febrero 2023

China es el motor de la economía mundial desde la década de 1990. Gracias a su crecimiento económico sostenido, en 2010 desbancó a Japón como la segunda economía más grande del mundo, en 2020 superó el crecimiento económico de toda la Unión Europea y desde 2014 supera a la economía de Estados Unidos si calculamos el PIB con base en la paridad de poder de compra. Este crecimiento se ha reflejado internamente en la erradicación de la pobreza extrema y el surgimiento de megamillonarios; externamente, se ha reflejado en iniciativas como “La Franja y la Ruta”, la cual busca invertir en proyectos de infraestructura de otros países para potenciar el comercio internacional.

Estados Unidos percibió el crecimiento económico de China como una amenaza a su hegemonía mundial. Como parte de su política exterior, en su segundo mandato presidencial, Obama impulsó la creación de un bloque comercial transpacífico denominado TPP, con el objetivo de frenar a China; Trump cambió la estrategia y sacó a EEUU de ese bloque, pero a cambio inició una guerra comercial y tecnológica contra China; Biden continúa la estrategia de Trump, solo que añadiéndole tintes más militaristas. Pero, a pesar de los esfuerzos por detener a China, Estados Unidos ha sido incapaz de reactivar su crecimiento económico.

Ante esta realidad, AMLO ha optado por asociarse con EEUU para frenar a China. Esta posición la hizo pública en 2021 y desde entonces la ha sostenido en múltiples foros. En esencia, AMLO propone crear un bloque económico de todo el continente americano para fortalecer la economía continental y contrarrestar el crecimiento económico de China, pues sostiene que este sería peligroso para América. Para coronar su propuesta, plantea que EEUU lidere la coalición.

En América Latina están muy lejos de estas posiciones filo estadounidenses. En las últimas dos décadas, China no solo ha aumentado sus inversiones y sus préstamos en los países de la región, sino que ya se convirtió en el segundo socio comercial. Visto más de cerca, México, Centroamérica y el Caribe (salvo Cuba) siguen teniendo como principal socio comercial a EEUU, pero toda América del Sur (salvo Colombia y Ecuador) ya comercia más con China. Hasta la fecha, 20 países latinoamericanos han firmado el memorándum para participar en la iniciativa de “La Franja y la Ruta” (entre ellos Brasil, Argentina, Chile, Perú, etc.), Ecuador firmó un tratado de libre comercio con China este 2023 y Uruguay está en negociaciones para conseguir un tratado similar.

El comercio con China no solo les da más margen de soberanía a los países latinoamericanos respecto a la histórica dominación estadounidense, sino que China practica una política exterior más respetuosa al no intervenir en los asuntos internos de los diferentes Estados. Esta realidad ha llevado a mandatarios latinoamericanos como Gustavo Petro, Alberto Fernández, Lula da Silva, Luis Arce, entre otros, ha expresar públicamente el deseo de estrechar más sus lazos con China. Otros han ido más lejos, como Nicolás Maduro, quien llama a crear un bloque internacional alineado política y estratégicamente con China y Rusia, los principales rivales de EEUU.

En la coyuntura actual, EEUU busca recuperar su hegemonía sobre América Latina para cerrarle el paso a China, los países latinoamericanos buscan aprovechar el ascenso del gigante asiático para su propio desarrollo nacional, y solo México sigue llamando a la unidad continental bajo la égida estadounidense. AMLO se ha quedado solo en su defensa de EEUU.

Algunos análisis, marcados por el determinismo geográfico, sostienen que México está fatalmente atado a la economía de EEUU por nuestra vecindad, pero este argumento es debatible. Antes de la instauración del modelo neoliberal y la firma del TLCAN (ahora TMEC) la economía mexicana estaba menos integrada a la estadounidense y por lo tanto el país era menos dependiente de la superpotencia.

A México le conviene fortalecer su relación económica con China (ya es nuestro segundo socio comercial) para disminuir su dependencia de EEUU e impulsar un proyecto de desarrollo centrado en las necesidades nacionales y no en las del capital estadounidense. Pensar que México puede alcanzar esos objetivos fortaleciendo su dependencia respecto a EEUU es ignorar nuestra historia y desconocer los fundamentos económicos del imperialismo. México necesita un gobierno que sepa aprovechar la coyuntura internacional inteligentemente y no uno que se asuma como escudero de la decadente hegemonía estadounidense.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.

Un imperio en deuda

Febrero 2023

El 19 de enero de los corrientes el gobierno de Estados Unidos alcanzó el tope de deuda que por ley está autorizado para pagar sus obligaciones fiscales, cumplir con sus transferencias de seguridad social y otros programas sociales y sobre todo para sufragar los gastos de su inmenso aparato militar. La jefa del Departamento del Tesoro, la respetada economista Janet Yellen ha reconocido que aun haciendo uso de “medidas extraordinarias” a su disposición de acuerdo con nota de The New York Times del 18 de enero, esto solo podría postergar la fecha de default a penas a mitad de año, en junio para ser más precisos. Si esto acontece, sería la primera vez que el vecino del norte cae en default, o sea, en una incapacidad para cumplir con los intereses sobre su deuda.

La deuda de Estados Unidos alcanza los 31 billones de dólares, siendo el país más endeudado del mundo, mientras que su límite de deuda se sitúa en 31.381 billones. Solo la deuda del gobierno federal representó el 102% del PIB en 2022. Este porcentaje se ha duplicado desde 2009, de acuerdo con estimaciones de la Casa Blanca.

Los medios en ese país ya se preparan para lo que será una batalla campal (más) entre el partido republicano y los demócratas, quizás la más encarnizada de la última década. Para incrementar el límite de deuda y evitar la bancarrota, ambas cámaras, la de representantes y la de senadores deben aprobar el aumento del límite o la eliminación de la ley. Y recordemos que los republicanos tienen una ligera mayoría en la Cámara de Representantes mientras los demócratas por su parte controlan el senado.

La hipocresía de uno y otro partido es espeluznante. Los republicanos se niegan a incrementar el tope de la deuda a menos que vaya aparejado con un recorte del gasto excesivo del gobierno federal ahora encabezado por el demócrata Joe Biden; sin embargo, no mencionan, por ejemplo, que el complejo militar industrial completamente financiado con recursos públicos es el mayor recipiente con una suma que alcanza el 22.1% del PIB de acuerdo con datos oficiales (usaspending.gov). La “defensa nacional” es un rubro sagrado que no está a discusión por ninguna de las bancadas, así como otros gastos como el subsidio militar a Ucrania. Convenientemente pugna por recortes en los gastos sociales en un país cuya red de seguridad social está completamente desmantelada y cuyo oneroso sistema de salud se encuentra casi totalmente privatizado.

Los demócratas por su parte no promueven ninguna reforma fiscal que incrementa las tasas impositivas de las grandes fortunas y corporaciones, y prefieren tomar la vía fácil que es incrementar el nivel de deuda pública, lo que aparentemente no representa ningún riesgo para su economía en el entramado actual del sistema financiero con el dólar como moneda clave, un sistema que fue diseñado por Estados Unidos luego de la segunda guerra mundial y que coincidió con su expansión militar por el globo. Cómo no prestarle al bully del mundo.

Estados Unidos sigue siendo el país más rico del mundo, si se mide el PIB en dólares y en términos nominales; sin embargo, en términos de paridad de poder adquisitivo, China ya es la primera potencia económica. En este predominio económico nominal, es instrumental el sistema financiero internacional y en particular, el rol del dólar. La fortaleza de esta moneda radica en gran parte por las políticas económica de su país emisor, por su cumplimiento de las deudas y la confianza de los inversionistas, pero sobre todo por su hegemonía política y militar.

El asunto es problemático sobre todo en conjunción con tres problemas que acechan a esta nación. Uno es el problema del déficit fiscal, hay un gran boquete entre lo que recauda el estado y su enorme gasto público. Otro es el problema en su balance de pagos, ya que presenta un déficit en su cuenta corriente, principalmente, porque sus niveles de importación son mayores a sus exportaciones, es decir, impulsan su consumo doméstico con créditos de países extranjeros. Japón es el mayor acreedor de los títulos del departamento de Tesoro, mientras que China (excluyendo Hong Kong y Macao) se ubica en segundo lugar con el 12% de ellos. Autores como Thompson (2007) alertan de la amenaza que representa esto para la cada vez menguante supremacía de EE. UU. El tercero es que los niveles de ahorro se encuentran en niveles bajos comparados internacionalmente, por ejemplo, en 2019, su tasa de ahorro por hogar como porcentaje del ingreso disponible fue de 9.1%, mientras que en China alcanzó los 34.8% de acuerdo con datos de la OCDE.

La ruptura y la inestabilidad interna contribuye a la erosión de la confianza de los inversores en el dólar y en el gobierno de EE. UU. Por lo que esta nueva lucha entre los dos partidos hegemónicos será un paso más en esta dinámica autodestructiva en la que está embarcada la nación entera desde hace década. Las raíces profundas del problema tienen que ver con las especificidades del capitalismo imperante en Estados Unidos. En un contexto de estancamiento secular y falta de dinamismo del imperio, para Brenner y Riley (2022) hay un cambio estructural en el régimen de acumulación de este país, que llaman capitalismo político, que se caracteriza por una serie de mecanismos de redistribución política de la riqueza de las capas bajas a las altas entre las que destacan, “exenciones fiscales, la privatización de activos públicos a precios de ganga, flexibilización cuantitativa y tasas de interés extremadamente bajas, que incentivan la especulación en el mercado de valores y un gasto estatal masivo dirigido directamente a la industria privada”. A esto hay que sumar el enorme gasto militar.

Una salida para el problema de déficit público es incrementar las tasas de tributación sobre todo de las grandes fortunas y de las corporaciones, que en el caso de EE. UU. están por debajo de otros países desarrollados. En este sentido el año pasado, Biden tímidamente propuso un aumento a la tasa de impuesto corporativo de 21 a 28%, que muy probablemente no será aprobado en el congreso. Y es que como afirman Brenner y Riley, el capitalismo norteamericano opera una redistribución política de la riqueza como vía para incentivar las inversiones privadas, pues la tasa de ganancia y el crecimiento de la economía no se han dinamizado en el neoliberalismo, por lo un aumento de impuestos no genera simpatía a los ojos del capital.

A nivel social se presentan otra problemas y divisiones como las étnico-raciales, las de género, además de las profundas divisiones de clase, la enorme desigualdad, la pobreza y la crisis de violencia y opioide, tenemos el cóctel perfecto para una sociedad fracturada y profundamente inestable que se encamina hacia su propia decadencia. El imperio, pues, se va comprimiendo objetivamente y ensaya innovaciones de ayer y hoy para contener la pérdida de la hegemonía y el dominio global.


Arnulfo Alberto es maestro en economía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Fuentes

https://ticdata.treasury.gov/Publish/mfh.txt

Historical Tables | OMB | The White House

Debt and Power: The United States’ Debt in Historical Perspective, Helen Thompson, International Relations 2007 21: 305 DOI: 10.1177/0047117807080198

Dylan Riley & Robert Brenner, Seven Theses on American Politics, NLR 138, November–December 2022 (newleftreview.org)

Household accounts – Household savings – OECD Data

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