Alan Luna

La falsa conciencia y la 4T

Marzo 2020

Tras las elecciones presidenciales del 2018 se desencadenó un gran furor al darse a conocer que el ganador de la contienda era el Lic. Andrés Manuel López Obrador. Esto fue así porque el descontento popular era tal que el pueblo de México ya no estuvo dispuesto a seguir aplicando la misma fórmula de las elecciones pasadas, y decidió poner al frente del Estado mexicano a un político que desde hace mucho tiempo había estado tratando de convencer a la masa de que él era la mejor opción para sacarla de su miseria. Esta situación representa un intento del pueblo mexicano por cambiar la situación en que los gobiernos anteriores lo habían mantenido; sirvió para poner de relieve —si es que aún no era evidente— cómo el pueblo mexicano cree que puede tomar en sus manos las riendas del país para encaminarlas a mejoras para él mismo, es decir, para la mayoría.

Pero lo que verdaderamente llama la atención de este proceso electoral y su resultado es la cantidad de argumentos, y sobre todo la baja calidad de éstos, que se vertieron para apoyar la idea de que López Obrador era la mejor opción para los mexicanos. Uno de los más repetidos —sobre todo por intelectuales más críticos hacia la figura del ahora presidente— es que, de todos los candidatos, era el aspirante de MORENA quien representaba el mal mejor, el que más convenía por ser el que tenía el discurso de más apoyo (y al parecer la disposición también) hacia la gente pobre. Otros mencionaban que, aunque no pudiera cumplir con todas sus promesas de campaña, por lo menos estaría contribuyendo a que el pueblo despertara de una vez por todas y empezara a tener una participación más activa en la política, que le permitiera ir avanzando en su concientización para conseguir la emancipación definitiva de las clases que hasta ahora han dominado la política en nuestro país.

Argumentos tan abstractos como éstos no ayudan a aclarar la complejidad de la política y la mejor manera de ayudar al pueblo a través de ella, muy al contrario, pretenden que se acepten las razones más simples, más generales y, de esta manera, utilizar la inconformidad de la gente para que le dé su voto a los candidatos que representan los intereses de algún sector de la sociedad. ¿Bajo qué premisas se argumenta que el candidato con el discurso más popular es el mejor?, ¿por qué se cree que las simples reformas en la política o economía del país van a ayudar a la politización de la gente? Las respuestas a estas preguntas implican una preconcepción filosófica que sustentan dichas opiniones, y estos fundamentos filosóficos, en muchas ocasiones, no son explicitados, o bien por ignorancia de las ideas que presuponen o bien por un deliberado intento de esconder las ideas de fondo que defiende quien así lo ha manifestado. Pues bien, la intención del presente trabajo es hacer explícitas las razones profundas de por qué un cambio como el que propone el presidente de la república puede significar un mal grande para la politización del pueblo.

Hay que recordar que para el marxismo es importante caracterizar bien a los movimientos revolucionarios; no cualquier movimiento de este tipo puede efectuar una transformación de la realidad. En algunos momentos de su vida, Marx le puso más ahínco al combate contra los falsos revolucionarios que contra los abiertamente conservadores o reaccionarios, esto porque consideraba que la caracterización del movimiento revolucionario debería ser tal que la masa popular eligiera de manera correcta —contando con los elementos necesarios para tal elección— al partido revolucionario que realmente entendiera la realidad social, ya que, de otra manera, podría resultar infructuoso o contraproducente para el proceso revolucionario.

En el caso del gobierno de López Obrador se pueden mencionar por lo menos dos aspectos que han puesto de manifiesto cómo la forma de hacer política que él busca es, en realidad, contraproducente para la organización y concientización de la masa popular. El primero de estos aspectos consiste en el análisis abstracto que se hace de la sociedad. El conjunto social —según la posición filosófica de algunos pensadores como los iusnaturalistas, Hobbes o Locke— es la suma de todos los individuos que la conforman, por eso, si se quiere hacer un análisis de este conjunto se tiene que analizar al individuo. El error de una postura como esta se encuentra en que se toma al individuo creyendo que puede existir independientemente del conjunto social, de la colectividad; se le analiza como si pudiera existir antes de que el conjunto social lo formara. Esta manera de proceder “… cuando… cree haber encontrado la máxima concreción es cuando está más lejos de ella: la sociedad como totalidad concreta, la organización de la producción a un nivel determinado del desarrollo social y la división en clases que esa organización produce en la sociedad”.

La sociedad está conformada por individuos, eso es cierto, pero éstos no son sujetos que puedan presentarse antes de la formación social, menos aún cuando lo que se está pretendiendo analizar es un momento específico, una forma concreta de la sociedad. Los individuos adquieren características específicas dependiendo del contexto social en el que se encuentren (tales como gustos estéticos, lenguaje, forma de comprender su entorno, hábitos, sólo por mencionar algunos), y estos rasgos están determinados más directamente por la clase social a la que los individuos pertenezcan.

Tomando en cuenta lo dicho hasta aquí se comprende con mayor profundidad esta aseveración de Marx: las relaciones que se establecen dentro del conjunto social “… no son relaciones de individuo a individuo, sino relaciones entre obrero y capitalista, entre campesino y propietario de la tierra, etc. Borren estas relaciones y habrán aniquilado toda la sociedad…”. No sólo se comprende mejor, sino que también respalda lo ya dicho: la manera que más garantiza un análisis certero de los problemas de una sociedad en específico, es considerando al individuo como un miembro orgánico de un conjunto social que le da forma, a partir del cual se van determinando, en última instancia, los problemas con los que se enfrenta. Es por esto que la manera que este gabinete ha presentado como la más optima para solucionar los problemas del país es, en realidad, la más errónea.

Es lugar común en los discursos del señor presidente afirmaciones del tipo: Todo el apoyo se dará a cada ciudadano; ya no atenderemos demandas de conjunto porque los líderes se quedan con el apoyo; si le damos el apoyo directamente al ciudadano afectado, aseguramos su buen uso y que el problema se erradique… Se trata de una política que prioriza los problemas del individuo por encima de los problemas del colectivo, que no alcanza a notar cómo los problemas de los ciudadanos no tienen su origen únicamente en las particularidades del ciudadano sino también en las particularidades de su contexto social, siendo este último el que marca la tendencia de los problemas individuales. El modo de solucionar es congruente con el modo de analizar, pero esta forma de estudiar la sociedad es incorrecta pues se deja de estudiar la sociedad; es decir, aunque se está haciendo el análisis que se cree más concreto, en realidad se están negando los sustentos materiales que hacen concreto el análisis social y el del individuo, o sea, las condiciones histórico-concretas que originan dichos problemas. Creer que la suma de las “soluciones” a las inconformidades o problemáticas individuales da como resultado la solución a los problemas del conjunto es una idea falsa, pues tal vez se “solucionan” los efectos pero no la causa. Incluso éstos no encuentran un remedio totalmente satisfactorio, precisamente porque no se logra erradicar las condiciones que les dan pie.

Este análisis abstracto de la realidad trae como consecuencia —al tiempo que puede ser también su origen— un segundo aspecto de la política de la 4T que retrasa la concientización colectiva del pueblo mexicano. Es pertinente que antes de entrar propiamente a exponer este tema se muestre cuál es la relación que existe entre la lucha colectiva y el conjunto social que origina los problemas que aparecen como “individuales” —que es el problema que se trató en el aspecto primero— y su transformación, para que el aspecto que nos interesa en este segundo punto sea más claro.

Que la historia es un proceso humano es una de las premisas del marxismo y de otras corrientes filosóficas como la Ilustración. Se trata de aceptar que el destino de los humanos y los pueblos está en sus manos; que se tiene la posibilidad de encaminar la dirección hacia algún u otro lugar. Esto no significa que se pueda tomar el camino que se sienta, piense o imagine como el mejor sólo porque así parece ser; los deseos, esperanzas o acciones que se tomen pueden estar en desfase con las condiciones concretas de la sociedad y, en ese sentido, sólo pueden quedarse en el deseo. Esta imagen que los hombres se forman de su realidad sin lograr acercarse a las posibilidades objetivas que la realidad brinda, es lo que se conoce como falsa conciencia. La falsa conciencia es falsa no porque sea lo que un grupo o individuo espere, sino porque eso que se espera está en desfase con las condiciones concretas en las que ese deseo surge.

Una conciencia verdadera, por su parte, adquiere su carácter de verdad porque es “… la reacción racional adecuada, que, de este modo, debe ser adjudicada a una situación típica determinada en el proceso de producción, es la conciencia de clase.” Se trata, pues, de una concepción y percepción de los procesos concretos acorde a estos procesos concretos, un análisis de la realidad que responde congruentemente con la objetividad analizada y que es tomada como propia por un sector de la sociedad. Esta conciencia verdadera no será la misma para todos los sectores de la sociedad pues, según lo dicho anteriormente, las condiciones específicas de todos estos sectores es distinta. Aquí se vuelve a mostrar la necesidad de una análisis que responda a las condiciones objetivas, pues sólo así se puede tener conciencia del lugar en que se está y, a partir de éste, las acciones que se deben tomar para llegar a cierta situación deseada.

Antes de contestar a la pregunta inmediata de en qué sentido la postura adoptada por la 4T no permite la correcta obtención de la conciencia de clase, debe decirse que lo que interesa es la concientización pero de un sector en específico. Evidentemente habrá algún sector que vea en la política implementada por este gabinete la forma correcta —de acuerdo a sus condiciones concretas— de solucionar sus problemas; sin embargo, esta característica de “adecuada” o “correcta” no puede ser propia de todos los sectores sociales. El sector cuya conciencia de clase interesa en este trabajo es el de los proletarios. Con este matiz en la mira veamos cómo la política de la 4ªT no es la respuesta racional adecuada para la clase proletaria, incluso cuando algunos fragmentos de esta clase lo consideren de esta manera —en este sentido hablamos de una falsa conciencia—.

Los fundamentos de la política que está siendo realizada por el licenciado López Obrador pueden encontrarse en dos puntos: el combate a la corrupción —que desde su perspectiva es la fuente de la pobreza nacional— y la aplicación de programas de Transferencia Monetaria Directa —con los que se pretende subsanar los estragos de la corrupción—. Un análisis detenido y objetivo sobre cómo surgen las relaciones entre política y economía mostraría, primero, que la forma que adopte cualquier sistema político responde a las condiciones económicas de la sociedad en cuestión, por tanto —y en última instancia—, son estas condiciones las que determinarán y guiarán tendencialmente las formas políticas. No se trata, entonces, de que la corrupción política sea la semilla de la desigualdad social, más bien la corrupción es el resultado de ésta, misma que se explica por el modelo económico bajo el que se organiza la sociedad en cuestión. Segundo, al ser la corrupción una consecuencia y no una condición, el ataque a ella, por más directo que sea, no la terminará, así como para curarte de una enfermedad no basta con que vayas contra los síntomas para estar sano nuevamente. Además, las transferencias monetarias, que buscan reducir la pobreza con la inyección de dinero estatal a las familias mexicanas, no pueden erradicar la desigualdad económica del país, principalmente porque el Estado no puede solventar los gastos individuales de todos y cada de sus ciudadanos de manera constante sin ver afectadas las demás funciones —además de la ayuda social— que debe desempeñar —construcción de infraestructura, creación de empleos, gasto en obra pública…—. Lo mejor que se podría hacer para cesar la desigualdad sería la creación de empleos bien remunerados para quienes no tengan y un aumento en los salarios que sea suficiente para una buena calidad de vida del trabajador y su familia. Si el aumento en los niveles de empleo, así como los salarios percibidos, estuviesen en los primero planos de la agenda política de la actual administración, podría enfocarse una mayor cantidad del gasto social para que la calidad de vida de la población mejore de la forma más equitativa posible. Pero esto es sólo una parte del problema que podríamos denominar como administrativa.

Hay un problema, incluso más profundo que los administrativos, que surge a partir de buscar solucionar los problemas sociales de este modo. La “repartición” de riqueza a partir de dinero que el gobierno da directamente a las clases trabajadores no permite que se cree esta conciencia de clase mencionada al principio. La razón más “inmediata” para mostrar lo dicho es que no toma los problemas de los ciudadanos como sociales sino como individuales. Si se observa el modus operandi y el discurso que el presidente ha defendido para avanzar como sociedad, es visible que predomina la atención al ciudadano separado, dejando completamente de lado la atención y el trato con organizaciones sociales, las que pueden ser un ejemplo del necesario establecimiento de lazos sociales que los humanos deben establecer para alcanzar cierta meta colectiva, incluso individual.

Cuando se niega la respuesta a las organizaciones sociales por el hecho mismo de ser organizaciones —acusadas de una corrupción en muchas ocasiones falta de comprobación—, se acepta en el terreno efectivo, que es mejor que el individuo busque aliviar sus males individualmente; que él no debe preocuparse por los problemas que aquejan a los demás; que primero él, después él y, si le cae la suerte, puede ayudar a los demás pero sólo después de ayudarse a sí mismo. Aunque hay algunos problemas que el individuo debe solucionar por sí mismo, existen también otros cuya solución es imposible si no se busca con los otros, si no se establecen lazos de unión con los demás; este tipo de problemas son, precisamente, los problemas sociales.

Por esto la lógica de solución de la 4ªT no ayuda a que se planteen soluciones acorde con las condiciones del proletariado, clase que nos interesa, y es más bien un retroceso para que se logre formar la mencionada conciencia de clase. Crea, entonces, una falsa conciencia porque hace creer a los desprotegidos de México que no deben organizarse porque sus problemas se pueden solucionar individualmente, pero los problemas principales del pueblo mexicano sólo pueden solucionarse si se hace una transformación efectiva de las condiciones sociales y económicas que los originan.

Puede verse, entonces, cómo los dos puntos mencionados caen, precisamente, en la deformación del espíritu de unidad que acompaña la más básica supervivencia humana, y cómo no se trata de dos aspectos independientes entre sí, sino que responden a una concepción específica de las relaciones y problemas sociales que es la menos conveniente para la clase trabajadora mexicana.


Jenny Acosta y Alan Luna son especialistas en Filosofía por la UNAM e investigadores del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

La estética soviética: Mijaíl Lifschitz

Febrero 2020

Mijaíl Lifschitz fue un filósofo marxista nacido en la antigua Unión Soviética, conocido sobre todo por sus análisis en el campo de la estética. A lo largo de sus escritos se percibe el compromiso con la revolución socialista a pesar de la naturaleza de su trabajo, pues se trataba de investigar en una rama de la filosofía no tan explorada por los manuales de filosofía soviéticos. Él demuestra en sus escritos la importancia del análisis del arte para la transformación del mundo, y la necesidad de crear ideas estéticas contrarias a la ideología dominante, pues cree firmemente que la batalla de las ideas -en este caso en el campo de la estética, o lo que Hegel llamó “Filosofía del arte”- es necesaria como parte de la educación de las masas y, por lo tanto, requisito para enseñarle a estas una nueva forma de ver el mundo.

Son dos los textos sobre los que hay que llamar la atención por la aparente contradicción entre ellos: La filosofía del arte de Karl Marx y El arte y la ideología. El primero de ellos es complejo por la naturaleza del tema; trata de analizar el desarrollo de los textos en donde Marx habla explícitamente del arte, e intenta deducir una teoría general del arte marxista. El segundo texto es más amigable para el público; en él se abordan las expresiones artísticas y su relación con el sistema de producción dominante. El capitalismo también tiene necesidad de una concepción del arte, pues este es una de las armas más eficaces para penetrar en la conciencia de la gente, por eso, en algunos de los apartados del mencionado libro se explicar ampliamente el significado e importancia del modernismo, corriente artística nacida ya en las mieles del capitalismo. Su intención no es descartar el aporte al arte de dicha corriente, sino analizar su problemática y sus contradicciones como una tarea necesaria para hacer claridad en los problemas teóricos de su realidad.

Sus aportes en la divulgación teórica marxista lo llevaron a trabajar en el instituto Marx-Engels, donde conoció a George Lukács, otro indagador en la teoría del arte marxista y con quien sostuvo una gran amistad. La correspondencia entre estos dos autores es una muestra de su compromiso político y de las preocupaciones intelectuales, que siempre intentaban engarzar con el movimiento revolucionario de la URSS.

Llegó la Segunda Guerra Mundial y con ella una dura prueba del compromiso revolucionario. Fiel a sus convicciones, se enlista voluntariamente en la marina soviética; no ocurrió sin novedades su periodo en batalla: fue capturado por los alemanes y escapó de ser asesinado por ellos. De regreso a su labor teórica entabló en los años 50 amistad con Évald Iliénkov, destacado filósofo soviético que enriqueció el pensamiento de Lifschitz y con quién colaboró en numerosos artículos.

A la muerte de Stalin apoyó al nuevo gobierno pensando que los tiempos eran propicios para luchar contra los dogmas desarrollados en la época estalinista, sin embargo, su opinión sobre Stalin era muy distinta a la de los antiestalinistas liberales. En su opinión, las decisiones del líder soviético estaban supeditadas a la compleja realidad rusa y era a través de esta que había que analizar el desempeño del fallecido líder.

A lo largo de la vida de Lifschitz se muestra la difícil combinación entre el desarrollo de los problemas teóricos del marxismo y la preocupación por los problemas cotidianos de la revolución.


Alan Luna es especialista en Filosofía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Creación artística y consumo

Diciembre 2019

En un texto que se publicó como Introducción general a la crítica de la economía política escrito en 1857, Marx hace mención de temas que no tratará después de manera tan explícita. Uno de estos es el de la dialéctica entre la producción de las mercancías y el consumo de estas. La pregunta a responder es la siguiente ¿quién crea a quién?, ¿la producción determina al consumo o el consumo determina a la producción? Casi siempre que se nos presentan problemas teóricos como estos, tan comunes en la realidad, el pensamiento tradicional tiende a ver la verdad en solo uno de los opuestos.

Una forma común de resolver el problema es pensando que la producción no hace sino satisfacer la necesidad del hombre, es decir que las mercancías solo existen porque el hombre necesita comer, vestir, etc., y, por tanto, la producción la determina el consumo; la necesidad, la demanda de mercancías.

Pero la cosa no es tan sencilla. Marx nos dice que hay que tomar en cuenta que la producción determina el consumo de varias maneras. La forma en la que se produce puede determinar el modo en el que se consume. Un sistema de producción en donde lo primordial sea la creación de mercancías como medio para incrementar el capital de los dueños de los medios de producción, creará incluso nuevos bienes de consumo que no sean los estrictamente necesarios para el hombre en un principio. De esta manera, el dueño del capital provoca la necesidad de consumir bienes que bien pudieran no ser una necesidad en un principio. De igual manera, una producción regida por la lógica de la mayor ganancia posible, no repara en modificar las contaminantes formas en las que produce, si con ello cumple su propósito; por lo tanto, la forma en la que se consume, es también contaminante en exceso, y el origen está, como vemos, en la lógica del sistema de producción.

Producción y consumo están unidos, se determinan mutuamente, pues es verdad que la necesidad del hombre exige de la producción de los bienes necesarios para poder satisfacer dicha necesidad.

En la relación producción-consumo en el arte ocurre algo muy parecido. El arte es una necesidad del hombre para expresarse y lograr realizarse como ser creador, pero también el arte ya realizado impacta sobre la sensibilidad de la gente y hace que se aprecien cosas que antes no demandaba el espectador. La educación estética se va desarrollando en parte por lo que se observa en el entorno social, y se puede decir que no solamente el espectador es el responsable de la demanda del arte, sino que el artista puede proponer lo que quiere expresar y hacer partícipe al espectador, buscar que este se sienta identificado con sentimientos que aún no había podido expresar o con nuevas propuestas que sean de su interés.

Este tema cobra relevancia al hablar del llamado “arte de masas”, expresiones creadas supuestamente para satisfacer la demanda popular, creaciones en masa que pretenden ajustarse a la exigencia de la mayoría, obviando deliberadamente que las dolencias y pasiones populares no son estáticas y que están determinadas por la sociedad en la que viven. Aquí se hace notar la importancia de un arte orientado a la masa sin que sea enajenante, es decir, que al mismo tiempo sea una representación de las pasiones generales y una forma de incrementar la sensibilidad y la cultura de todos. Un arte que haga evolucionar el consumo artístico al que se ha acostumbrado al pueblo en nuestros días.


Alan Luna es investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
alunamojica@gmail.com

¿Es posible el arte dentro del capitalismo?

Octubre 2019

Dentro de la economía capitalista hay una legalidad de la producción, esto quiere decir que todo lo que se produce bajo este sistema está en sintonía con la lógica del modo de producción. Marx menciona que existe una tendencia a la hostilidad hacia el arte dentro del capitalismo, esto porque todo lo que se hace en él corresponde a las necesidades de reproducción del capital. En este sentido, hay una oposición entre el arte: una actividad eminentemente creadora del hombre, donde pone en juego toda su capacidad para desenvolverse, crear y transformar la naturaleza de acuerdo con sus aspiraciones e inquietudes y el capitalismo: un modo de producción que, como nos explica Marx en los Manuscritos del 44 niega dicha capacidad creadora del hombre para hacer que solo reciba órdenes y nunca se cuestione el estado de cosas existente.

Pensar esta contradicción de manera simple conduciría, o a la simplificación de los planteamientos de Marx, o tirar a la basura una idea tan valiosa por el hecho de que en la realidad resulte ser inoperante. El arte dentro el capitalismo no solamente no ha desaparecido, sino que en ocasiones experimenta momentos en los que brotan nuevas expresiones artísticas nada desechables como formas de exponer pensamientos profundos sobre la sociedad, es por esto que cabe el cuestionamiento acerca de la vigencia de la tesis de Marx acerca de la hostilidad natural del sistema de producción capitalista hacia el arte.

Por lo anterior, es mejor pensar la relación de manera más compleja pero más acertada. El que una tendencia o una visión del mundo sea la dominante no quiere decir que solamente ésta exista, de hecho, cuando mencionamos que una forma de ver el arte es dominante, es porque implícitamente notamos la existencia de las visiones subyugadas. Es similar a la contradicción que existe en la sociedad de acuerdo a una forma de pensamiento: existe la forma dominante pero también las formas dominadas.

En el caso del arte la contradicción subsiste porque, aunque la sociedad quiera destruir lo que en los textos tempranos de Marx se nombra como “esencia” del hombre, el hombre mismo se esfuerza por no ceder a esta imposición de la lógica de producción, el hombre crea aún en las condiciones adversas que les son dadas, hace lo posible por transformar la naturaleza de acuerdo a un fin y esto, en sí mismo, provoca que sea complicada la exterminación de las expresiones artísticas diversas.

El capitalismo no puede evitar la vida misma, y a lo largo de ésta el hombre necesariamente tiene contacto con la naturaleza exterior a su conciencia. Esta condición crea impresiones que dotan al ser humano de capacidades, preocupaciones y proyectos que luchan por expresarse de algún modo. En las condiciones hostiles hacia el hombre de la actualidad se juega una contradicción compleja: por un lado, la tendencia a menospreciar al arte por la naturaleza de lo que la sociedad busca, el arte no parece ser útil de acuerdo al concepto de utilidad pragmática que se tiene en la actualidad; por el otro, nuevas condiciones de existencia del hombre llevan la posibilidad de nuevas formas en que el artista puede expresarse. El campo de acción de los artistas de las clases dominadas es tan grande como su enemigo, el arte dominante, y tan potente como la reacción hacia toda expresión artística que intente cambiar el estado de cosas establecido por la clase dominante.


Alan Luna es investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
alunamojica@gmail.com

La cultura y las instituciones públicas

Julio 2019

Uno de los puntos más importantes, aunque también muy relegado, para medir el bienestar y desarrollo de una sociedad es el grado de cultura que tienen sus habitantes. Por grado de cultura no sólo se entiende qué tantos conocimientos tienen los ciudadanos sobre pintores, escultores, compositores, y demás clases de artistas, también se hace referencia al desarrollo de su capacidad artística: qué tan familiarizados están con la práctica de algún arte, con qué frecuencia acuden a eventos culturales, la oferta de servicios de esta naturaleza que tienen cerca, por mencionar algunos puntos.

Una de las formas más aceptadas para aumentar el grado de cultura de una sociedad es mediante la implementación de políticas públicas encaminadas en este sentido. En esta forma de concebir el problema, el grado de cultura de una nación no es sólo problema de los individuos sino una cuestión social y, por tanto, debe ser tratada con recursos del estado. Otra forma posible de ver el problema diría que la cultura es responsabilidad de cada individuo, que cada quien conoce hasta donde quiere conocer, y que si no se sabe o disfruta más de expresiones artísticas y culturas es porque no se quiere. En esta última forma de concebir la cuestión, el problema es individual y debe ser, por tanto, solucionado en concordancia con los recursos individuales.

Debemos aceptar que el grado de conocimiento adquirido sobre cualquier tema tiene un grado importante de interés personal; sólo si te interesa lo que estás aprendiendo estarás dispuesto a dedicarle más tiempo y, con esto, aumentar tu conocimiento sobre el tema. Sin embargo, no todo el problema ni toda la solución se pueden reducir a estos términos y menos aún cuando se trata de algo, como la cultura, que tiene su origen en el conjunto social y que sólo puede seguirse nutriendo a través de éste.

La cultura de una sociedad en particular, y de la humanidad en general, es un producto surgido de una labor temporal y social, se construye gracias a los esfuerzos de muchos individuos a lo largo de distintos periodos de tiempo. Además, al hablar de un producto tan extenso y que todo el tiempo está en constante transformación, es poco probable que un individuo promedio, únicamente con sus medios personales, pueda agotar lo mínimo para decir que se tiene un nivel cultural suficiente.

Aquí es donde se esperaría que entraran las instituciones públicas con una agenda bien estructurada que ayudara a que los medios personales se ampliaran con su ayuda. Su labor no se limitaría únicamente a esto, también podría servir como medio para despertar la curiosidad de las personas por conocer sus raíces culturales, su contexto artístico o los logros que la humanidad ha tenido en este terreno. Así, se podría establecer una relación orgánica entre instituciones e individuos para elevar el nivel cultural de una sociedad al tiempo que se dan frutos en este terreno. Pero para que las instituciones públicas puedan alcanzar este grado de desarrollo, se necesitan recursos económicos. Estos recursos tendrían que destinarse a la difusión, divulgación, conservación y creación de la cultura en el país en cuestión.

Teniendo todo lo anterior como base y aplicándolo al contexto actual mexicano, concluimos en que los esfuerzos que se están haciendo para elevar la educación artística y cultural de los mexicanos son insuficientes, por mucho que en el discurso presidencial este sector del desarrollo se presuma como prioritario.

Los recortes a los programas de cultura, que han conducido a cierre de museos, a museos sin visitas, y a condiciones deplorables de los mismos, entre otras cosas, sostienen esta conclusión.


Alan Luna es investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
alunamojica@gmail.com

Utopía, distopía y realidad

Mayo 2019

Cuando, al terminar su diálogo de La República, le preguntaron a Platón que en dónde se encontraba lugar tan perfecto como el que acababa de describir, él respondió u-topos, es decir, en ningún lugar. Desde entonces se ha utilizado a la palabra utopía para caracterizar a todos aquellos pensadores que intentan proyectar en sus escritos un mundo en donde todo funcionaría de modo perfecto, sin injusticia, sin desigualdad. Más importante aún, se caracteriza de utópicos a aquellos pensadores que plantean proyectos irrealizables o muy alejados de la realidad.

Ejemplos de planteamientos utópicos son los de Tomás Moro, Campanella y Saint-Simon. Todos ellos intentaron imaginar un régimen político-económico que fuera perfecto, en donde no se vieran las desgracias y pobrezas de la sociedad de su tiempo.

Estas ideas fueron fuertemente criticadas por el pensador Karl Marx. A pesar de esto, Marx reconoció su intento por hacer claridad de que la sociedad, tal y como estaba organizada, no era la mejor.

Pero al seguir la crítica de la sociedad capitalista naciente y, por tanto, al exigir que existiera una nueva sociedad sin las contradicciones capitalistas, muchos críticos del marxismo dijeron que esta nueva doctrina, el marxismo, no era más que otro utopismo condenado a fracasar al momento que se llevara a la práctica.

Llegó la Revolución de Octubre de 1917 inspirada en las ideas de Marx y con ella la oportunidad de criticar al marxismo en su práctica concreta. Nació una nueva literatura que criticaba lo que pretendía ser nuevo pero que, por otro lado, rompía con los logros alcanzados por la sociedad a lo largo de su historia. Principios del capitalismo eran la “libre” competencia por la producción de las mercancías y la “libre” decisión por el consumo; de este modo la libertad abstracta se coronaba como principio filosófico elemental de las sociedades civilizadas.

Cuando la sociedad socialista propuso el control tanto en la producción como en el consumo para, de este modo, encaminarse hacia una economía planificada por el estado, los defensores de los “logros de la humanidad” vieron un error en ello y los literatos empezaron a demostrar en sus escritos cómo la pretendida sociedad futura diferente de la actual estaba llena de profundas contradicciones. El afán de control y vigilancia iba más allá del ámbito económico. Para poder implantar una nueva sociedad lejos del proceso natural de la sociedad, esto es, lejos de la libertad lograda por el desarrollo social, era necesario que se controlara al individuo en todas sus facetas.

Es así como pintaron es su literatura los distópicos a una sociedad que no tenía prácticamente vida privada, y en donde para estar bien, había que ajustarse a los caprichos de “el partido” e incluso participar en las alabanzas al líder. Pues bien, ha terminado el periodo en la historia llamado el “socialismo real” y el mundo que describieron los literatos de la distopía no se ha ido más que consolidando, pero en una sociedad distinta a la imaginada por los utópicos o, menos aún, por los marxistas.

Es en la sociedad capitalista en donde verdaderamente no se puede tener libertad de ningún tipo; en donde hay que quedar bien con los que mueven la economía mundial para que no se vea atropellado nuestro derecho a vivir dignamente; en donde la libertad de opinión es algo que vamos olvidando paulatinamente. La vigilancia que el estado puede tener sobre los individuos en la época actual de desarrollo cibernético es mucho más abarcadora y preocupante que lo que cualquier libro de ficción ha podido imaginar hasta ahora.


Alan Luna es investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
alunamojica@gmail.com

La literatura de Gustave Flaubert

Abril 2019

La literatura de Flaubert no ha sido olvidada por los lectores actuales: aún se ven en las librerías ediciones recientes de los textos más emblemáticos del autor francés. Por eso es importante analizar su relevancia y actualidad.

Son tres los textos clave de Flaubert: Madame Bovary, Salambó y La educación sentimental. Fue Salambó el que le dio, según el propio artista, la mayor fama, mientras que La educación sentimental no fue bien recibida por el público, y fue hasta después de su muerte que se vio la originalidad del tema tratado en la novela.

Los tres textos, aunque desde diferentes temas, tratan de reflejar objetivamente las condiciones en que se desenvolvía una época, las preocupaciones, la forma de vida y la concepción del mundo por medio de la cual los hombres continúan su existencia.

Salambó es una novela histórica que relata los tiempos de Amílcar Barca en Cartago. La historia se ubica al término de la Primera Guerra Púnica, cuando se lleva a cabo la rebelión de los mercenarios que, no viendo la paga por sus servicios a Cartago, deciden hacer la guerra a los cartagineses para cobrarse por mano propia lo que no quería ser entregado voluntariamente.

No son las hazañas de un héroe lo que le interesa relatar a Flaubert. Amílcar no es intachable, es simplemente una persona histórica, es decir, determinada por su sociedad, por sus propios intereses y por los intereses de su clase. Salambó, antes que el relato de la vida de Amílcar, o de Salambó, hija de aquél (personaje inventado por el propio Flaubert), es el relato de las crueldades de la guerra, y dentro de estas condiciones, nadie está exento de culpa.

El relato se va tejiendo en una línea de traiciones, alianzas, falacias retóricas para poner a unos contra otros, batallas que nada tienen que ver con los honores de la épica. Amílcar, a quien menos podemos criticar según la moral contemporánea, llega a sacrificar a un niño esclavo con tal de no entregar a su hijo Aníbal a los sacerdotes para aplacar a los dioses que, según ellos, exigían el sacrificio de sangre joven para acabar con los dolores de la guerra. Se muestran de esta manera las formas crueles de un proceso que, aunque toma apariencias individuales, representa los intereses de distintas clases sociales que se juegan su fortuna con las condiciones históricas que se les presentan.

En La educación sentimental el contexto es muy distinto pero el propósito es idéntico: exponer la complejidad de la vida en un conflicto que cimbra las bases de la sociedad. En este caso el conflicto es la Revolución en Francia de 1848, retratando claramente las costumbres de ese tiempo se nos deja ver de manera cruda todos los vaivenes de la vida del hombre. Pretende ser una novela realista, razón por la que en su tiempo no llega a ser apreciada, pues sale de los cánones de la literatura de ese momento.

En este sentido podemos decir que Flaubert inaugura prácticamente toda una corriente de literatura francesa, pues grandes literatos como Émile Zola o Guy de Maupassant, se inspiraron en este texto para encontrar la forma en la que querían retratar la realidad francesa de su tiempo, creando así el naturalismo. La realidad y la sinceridad con la que nos habla Flaubert, la forma en que retrata los problemas más pequeños y cómo en estos se muestran los grandes problemas, son algunas de las causas por las que esta literatura aún tiene mucho que decir a los lectores de hoy.


Alan Luna es investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
alunamojica@gmail.com

Scroll al inicio