Alan Luna

De la renuncia a la superación del conflicto

Enero 2022

El nihilismo, como postura filosófica, es viejo. Desde la Antigua Grecia (¡qué no pensaron los griegos!) se ha rechazado la posibilidad del conocimiento de la realidad y hubo filósofos que se burlaron de otros que, al contrario, intentaron descubrir las formas en que se puede conocer la realidad a cabalidad.

Son características del pensamiento nihilista, sin distinguir sus variaciones, el pesimismo en todo lo que ha construido la sociedad, y ver en este desarrollo, más que una ayuda, una carga, que va oscureciendo la mente de los seres humanos y, como consecuencia de lo anterior, conduce a la pérdida de la esperanza en este mundo, las cosas mismas y las relaciones sociales pierden su valor.

Cuando Nietzsche declara la muerte de Dios no es por júbilo, porque inicie en la humanidad una época nueva en la que por fin el género humano comenzará a actuar libre de todo miedo hacia lo desconocido y contra un ser todopoderoso caprichoso que impusiera una forma de vida correcta que implica el no desarrollo cabal en todos los ámbitos en que las personas son capaces. No, el grito de Nietzsche era más bien de tristeza y temor, en donde el desapego de la idea de dios nos debería hacer reflexionar sobre la manera de invertir los valores modernos para crear otros que le den sentido a la vida.

A pesar de la aclaración de los defensores de Nietzsche de que este no era nihilista, podemos ver a través de las preocupaciones de Nietzsche lo que para muchos pensadores implicó el desarrollo de la sociedad. Toda la modernización, con la tecnificación que implica, muestra más la decadencia de la humanidad que su avance. Heidegger, en este aspecto continuador de Nietzsche, pensaba que el mundo se había hecho demasiado complejo, ya no valía la pena que se intentara explicar la realidad porque nadie era capaz de entenderla y si alguien pudiera, le sería igualmente imposible explicarle a los demás el funcionamiento y la manera de poder conocer el mundo, tan mal estamos que sostiene en una entrevista: “solamente un Dios puede salvarnos”.

Lo anterior es la justificación filosófica, resumida y reducida por supuesto, de la renuncia hacia el conocimiento del mundo y sus conflictos, con toda la complejidad que esta encierra. El pensamiento pesimista es utilizado para infundirle desconcierto a las multitudes, en formatos menos elaborados que el de las reflexiones filosóficas. Los políticos con alma de dictadores encuentran “sustento” en sus aspiraciones en esta clase de pensamiento, no hay que olvidar que toda filosofía, así como el arte, es en algún sentido el reflejo de su tiempo, de tal manera que el nihilismo muestra en esa medida el sentimiento de una época en donde parece que todo lo establecido se ha roto y las masas se cuestionan cómo llegar a un mejor futuro.

Ahora bien, la salida fácil es esperar que algún individuo supremo mande la salvación, puesto que es inútil que nosotros, simples mortales, podamos transformar el caos reinante. El uso ideológico de este pensamiento ayuda precisamente, a ocultar la verdadera salida: la que implica un compromiso y una acción de aquellos mismos que quieren una vida mejor. Ya decía Marx que solamente el pueblo puede salvar al pueblo, esto contradice a la famosa expresión de Heidegger; una muestra que solamente a través del trabajo del pueblo se puede crear un mundo mejor, y la otra difunde la idea de que nadie puede hacer nada a no ser que esté iluminado a la manera de un mesías. Dos posturas contradictorias que luchan por impregnarse en la conciencia de la masa para convertirse de simple idea sin importancia en fuerza viva.


Alan Luna es filósofo por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Elena Huerta Múzquiz

Noviembre 2021

Elena Huerta Múzquiz es conocida por sus murales, a pesar de haber podido trabajar solamente en tres. Aún así, no es solamente su trabajo como muralista el que respalda su importancia como una artista que merece ser reconocida y cuya vida y obra deberían difundirse más entre nuestro pueblo.

Desde muy joven decide adherirse al Partido Comunista Mexicano cuando, proveniente de su natal Coahuila, se instala en la capital del país para continuar con su preparación en las artes, de esta forma se mantiene al tanto de los movimientos sociales de la época que influyen enormemente en sus temas, siempre orientados por el activismo político.

La historia de Elena Huerta, la “Nena”, como le decían de cariño, representa las condiciones que las mujeres artistas tenían que sortear en una época en la que el ámbito artístico estaba más bien dominado por los varones, en donde muchas veces el trabajo de las mujeres se limitaba a asistir a los muralistas hombres. Sin embargo, no solamente su condición de mujer, también sus posturas políticas, le trajeron inconvenientes para desarrollar plenamente sus capacidades creativas. No le fue fácil conseguir el trabajo de su primer mural: después de mucho buscar alguna oportunidad decidió pintar en Coahuila, en donde su familia tenía más influencia. Su primera oportunidad de pintar un mural fue en el hoy Tecnológico de Saltillo, ya que su cercanía con el gobernador de ese estado le abrió las puertas; sin embargo, se canceló el proyecto porque el director de la institución no estaba de acuerdo con el pensamiento político y la labor de la “Nena” Huerta. Fue poco después cuando el director de la Universidad Autónoma Agraria “Antonio Narro” la invitó a pintar un mural en la sede de dicha escuela, esta vez el proyecto logró concretarse, aunque no recibió el pago acordado por el trabajo.

El último de los murales que logró realizar ostenta el título de “el mural más grande hecho por una mujer en México”, lo cual es un gran mérito, tomando en cuanta la ausencia de oportunidades que tuve por ser mujer y comunista. En éste se narran 400 años de la historia de Saltillo, pretendiendo destacar los eventos importantes en el desarrollo histórico de todo el estado de Coahuila.

La etapa como muralista de Elena Huerta no fue extensa ni tan prolífica como la de otros muralistas reconocidos. Su labor como educadora y grabadora es también importante, sin embargo, en donde mejor se concentra la contradicción propia de la época es en los conflictos que rodearon sus murales dentro y fuera de su actividad como pintora: dentro porque en su temática se representa la vida cotidiana retratando la condición del campesino de la época, así como la esperanza de que las nuevas ideas influyan en la transformación real de la condición de los pobres de México; fuera, por las trabas políticas e ideológicas que no le permitieron desenvolverse como ella hubiera querido.

Su condición de mujer y su pensamiento de izquierda le mostraron la necesidad de convertir el arte en un arma para la transformación. Por todo esto, romper con las preconcepciones establecidas acerca de lo que era o no capaz una mujer artista fue uno de sus mayores logros. No fueron pocas las mujeres que intentaron figurar al lado de los grandes muralistas mexicanos, pero todas se encontraban con el mismo problema: pintar un mural en algún edificio importante era prácticamente imposible. Elena Huerta consiguió sumarse a la lista de muralistas mexicanas que lograron plasmar su nombre en la historia del arte mexicano.


Alan Luna es filósofo por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Gabriel Figueroa: el pueblo al cine y el cine al pueblo

Octubre 2021

Casi todos los mexicanos tenemos una referencia de la época del Cine de Oro Mexicano, ese periodo entre 1936 y 1956 en el que la producción cinematográfica mexicana fue reconocida a nivel mundial por su calidad técnica y artística y que en el interior del país fue recibida gratamente por su capacidad de llevar a la pantalla las inquietudes, vida y tradiciones del pueblo mexicano. El Cine de Oro Mexicano está asociado a nombres de grandes artistas como Luis Buñuel, Emilio “El indio” Fernández, Dolores del Río, María Félix, Flor Silvestre, Jorge Negrete, Pedro Infante, Mario Moreno “Cantinflas”, Ismael Rodríguez o Julio Bracho. A pesar de que se continúa reconociendo el trabajo de directores, actrices y actores, no siempre se hace justicia con las personas detrás de la cámara, encargadas de presentar las imágenes más congruentes con la historia contada y de cuidar la perspectiva estética de todo el filme.

Gabriel Figueroa fue uno de los cinematógrafos y directores de fotografía más importante del Cine de Oro Mexicano. Su producción abarca títulos como Allá en el Rancho Grande —de Fernando Fuentes, fundador del Cine de Oro Mexicano—, Macario, Nazarín, Los olvidados, Canasta de cuentos mexicanos y La noche de la iguana —de producción estadounidense con la que Figueroa ganó una nominación al Óscar por mejor fotografía—, entre otros.

Casi todas sus grabaciones fueron en blanco y negro, lo que puede ser una desventaja para el público acostumbrado a los colores vívidos del cine actual y más comercializado, pero el manejo de las sombras en manos de Figueroa alcanzó tal maestría que los colores no eran indispensables. Su estilo de fotografía se conoce como realismo, pues se enfocaba en reproducir las sombras y las luces para que la imagen se asemejara a lo que el ojo humano ve. Su fotografía era súper detallista y arriesgada; no todos los cinematógrafos de la cámara en blanco y negro se atrevían a hacer tomas en las que solo un elemento de la imagen fuera el protagonista, pues se requería un elevado grado técnico para que la imagen no estuviera demasiado iluminada u oscura y se perdieran los detalles, pero Figueroa se arriesgó y lo logró.

La calidad técnica y su amplia producción serían suficientes para que Gabriel Figueroa fuera reconocido por las siguientes generaciones de artistas, pero esto sería olvidar el compromiso social que Figueroa adoptó. Su fotografía mostró el paisaje, las costumbres y la vida del México que vivió, y lo hizo tan bien que Diego Rivera lo nombró “el cuarto muralista”. Pero no se limitó con llevar al pueblo mexicano a la pantalla grande, buscó también que el renombre alcanzado contribuyera a mejorar las condiciones de los trabajadores y en 1934 funda, junto con figuras como Jorge Negrete y “Cantinflas”, la Asociación Nacional de Actores, un sindicato de trabajadores del cine y la televisión. En este mismo sentido de defensa de los derechos laborales, Figueroa apoyó la huelga que mantuvieron los trabajadores cinematográficos hollywoodenses en 1946 y no permitió que los laboratorios mexicanos colaboraran con ninguna producción detenida por la huelga.

La vida y producción de Gabriel Figueroa son un ejemplo de que compromiso social y calidad artística no son antagónicos y de que un arte comprometido con el pueblo puede abrir nuevos caminos para el arte y para el pueblo.


Alan Luna es filósofo por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Lenin sobre Tolstoi y la teoría del reflejo

Septiembre 2021

En filosofía prácticamente ninguna doctrina se desarrolla sin que se desarrolle la postura contraria; todo planteamiento, argumento o postura acerca de la realidad, encuentra un contrario que intenta explicar de manera opuesta lo que sea que se intente estudiar. De esta manera, a lo largo de la historia de la filosofía encontramos que el desarrollo de la filosofía en general está determinado por sus posturas particulares y, a veces, antagónicas; el materialismo, por ejemplo, se ha desarrollado peleando constantemente con la filosofía idealista y muchos de los problemas clásicos del pensamiento filosófico son, como escribe Engels, distintas formas del conflicto contradictorio ente el idealismo y el materialismo.

En la llamada teoría del conocimiento, esa rama de la filosofía que, fundamentalmente, estudia las posibilidades y métodos de conocer la realidad, la contradicción mencionada anteriormente cobra otra dimensión. El problema es la forma correcta de conocer la realidad, y contestando esta pregunta es que han surgido grandes teorías. Dos de las más discutidas son el racionalismo y el empirismo. La primera sostiene que solamente se puede conocer por medio de la razón; la segunda argumenta el conocimiento certero por medio de la experiencia directa a través de los sentidos.

A pesar de que en ocasiones esta simple oposición de teorías ha servido para identificar a quienes defienden un lado u otro de la contradicción, el desarrollo de las teorías es tal que ahora quien apele a un simple racionalismo o, por el contrario, a un simple empirismo se le critica de mantener una postura parcial sobre el objeto que quiere conocer. Esta crítica ha sido muy recurrente hacia Lenin por la popularización de la teoría del reflejo —teoría que busca en las representaciones de la superestructura social el reflejo de su estructura—, de tal manea que no habría más misterio que el de encontrar la base económica en las múltiples teorías o instituciones sociales para encontrar su explicación racional. Pero Lenin desde muy temprano advierte lo que quiere decir con la teoría del reflejo, y sabe que no es una simplificación de la riqueza de los fenómenos. Podemos hacernos claridad al respecto en sus opiniones sobre Tolstoi.

En “León Tolstoi, espejo de la revolución rusa”, Lenin comienza preguntándose cómo es que puede llamar espejo de la revolución rusa a alguien que aparentemente estaba fuera de interpretar de manera correcta las contradicciones que Rusia tenía por el momento, y a quien, por lo tanto, le resultaba prácticamente imposible tomar acciones concretas para la transformación de su nación. Lenin aclara que con reflejo no quiere decir que todo fenómeno deba ser una calca total y acabada de lo que materialmente existe, hay que saber entender qué es lo que se refleja y cuáles son las limitantes y contradicciones de eso que se representa.

En este sentido, Tolstoi sería una representación de las contradicciones de su tiempo, el aspecto de la realidad que toma y critica es el del campesino ruso molesto con las contradicciones de su pasado y de su presente invadido por los antagonismos del capitalismo que gana terreno. Por esto vale la pena Tolstoi, si no como ideólogo, sí como artista que representa la inconformidad de un pueblo y las razones de esta. El pensamiento mismo de Tolstoi es contradictorio y hay que entender esa contradicción para poder rescatar la útil crítica de su tiempo, ya que era el reclamo sincero de su presente y pasado y el deseo de liberarse de él. Hay que entender el reflejo como reflejo de ciertas contradicciones, rastreables en las obras de los grandes artistas, pero necesitadas aún de un estudio más completo para descubrir el alcance y profundidad de la obra de la que se trate.


Alan Luna es filósofo por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Sobre ideología y ciencia en el pensamiento

Agosto 2021

Hay que insistir, porque es fundamental, que las ideas abstractas son poco certeras y, por lo tanto, poco científicas. Hay, por lo tanto, una línea muy delgada entre las ideas abstractas y el uso ideológico que se le puede dar a dichas ideas. Uno de los problemas del pensamiento abstracto, dice ya Aristóteles desde los primeros años de la filosofía tradicional, es que en su generalidad no dice nada concreto a cerca de los fenómenos particulares. Dice verdades que por universales son poco exactas. He ahí la necesidad de estudiar los fenómenos tomando en cuenta todo lo que lo determina; Hegel el gran filósofo alemán, ve necesario este tipo de estudio para poder construir un pensamiento verdaderamente científico.

En la historia de las ideas es común la utilización de pensamientos universales con apariencia de verdad, como uno de tantos tipos de falacias que existen para hacer pasar como verdaderos razonamientos falsos. Esto desemboca en una utilización a modo de las ideas abstractas, es decir, una utilización de algún pensamiento con el fin de servir a intereses particulares.

Dos ejemplos nos pueden clarificar al respecto, uno antiguo y otro reciente. En los primeros capítulos de la obra de Victor Hugo Los miserables se describe una escena peculiar. Un obispo visita a un viejo rebelde de la revolución francesa condenado por el pueblo a una vida en soledad como pago por su atrevimiento a intentar cambiar la vida de los franceses. El obispo intenta hacer recapacitar a esa ala desviada de los valores morales elevados diciendo que nadie puede desear la muerte del prójimo y el bien de los seres humanos, pero para el revolucionario no es tan fácil aceptar las abstracciones del obispo. ¿Qué vidas son las que debemos salvar?, ¿por cuáles debemos luchar?, ¿cuáles son los reproches que se le hacen al intento de cambiar la sociedad? Se habla de la sed de sangre que estos procesos desatan en algunos que tienen bien presente las malas condiciones en que han sido obligados a vivir, pero de todo lo que ha ocasionado esa ira —dice el rebelde— no se menciona nada. Está bien luchar por todas las vidas que sufren, pero en la vida real hay que tomar partido y, siendo así, procurar el mejoramiento de la vida de los pobres, que llevan sufriendo más tiempo.

El ejemplo reciente lo podemos encontrar en las manifestaciones en Cuba que se han difundido por los medios de comunicación internacionales como un grito de protesta del pueblo cubano por su liberación. Dejando de lado la comprobada falsificación de las notas en contra del régimen cubano, salta a la vista la utilización tendenciosa de las ideas abstractas de libertad y emancipación. El pueblo cubano puede querer liberarse, ¿de qué?; puede estar inconforme, ¿con quién? Todo esto se pasa por alto para introducir la idea de que el reclamo es con la revolución cubana, como si estuviera deseosa de emanciparse de un yugo que ya no soporta y con las ansias de volver a un pasado que considera mejor. Gente de este tipo seguramente habrá, sobre todo aquella que no conozca bien la historia del pueblo cubano o que no la acepte por intereses personales, pero aquellos que no olvidan su historia deberán reconocer que antes de la revolución Cuba no era un paraíso, salvo para los estadounidenses que hacían de la pequeña isla su lugar de recreo. Por lo tanto, es importante investigar científicamente el problema de la falta de recursos en Cuba, es decir, estudiar cuál es el verdadero origen de la desgracia de su pueblo así como cuáles son los intereses que se ocultan en la campaña en contra de su revolución difundida por los medios de comunicación del imperio, a riesgo de contribuir a la campaña internacional de desinformación.


Alan Luna es filósofo por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Educación y filosofía

Junio 2021

En la famosa alegoría de la caverna de Platón se narra la necesidad pedagógica de la filosofía, es decir, por qué aquel que conoce la “verdad” de las cosas, se ve en la obligación de no quedarse conforme con conocer él la realidad, sino que forzosamente intenta despertar de su error a los que aún ven puras sombras en el fondo de la caverna en la que se encuentran encadenados.

Suponiendo que existieran personas en el fondo de una cueva en donde, encadenadas, todo lo que conocen son las sombras proyectadas en el fondo de la pared, creerían estas personas que esas sombras son la verdad, la realidad, por ser todo lo que han experimentado hasta ese momento. Para Platón, el filósofo es precisamente el que se revela ante esa enseñanza de lo aparente e intenta conocer la verdad de las sombras que se proyectan en la cueva. Es como si saliera de la cueva (recordemos que el mito de la caverna es una alegoría, por lo que es necesario interpretarlo para extraer su verdadero significado) para conocer la verdad, aquello que está detrás de lo que se proyecta adentro.

El filósofo, o el ser humano de ciencia, no puede conformarse con su “descubrimiento” porque su actividad no tiene sentido si no se pone al servicio de la educación de los demás. Aquel que conoce cómo funciona la realidad tiene que volver a la cueva a tratar de convencer a los demás de que lo que están viendo son puras apariencias, que no es así como verdaderamente son las cosas y que es necesario que se revelen contra su situación de ignorancia para poder vivir una vida lejos de las cadenas que los mantienen atados a su situación.

Podríamos decir que, de manera general, se resume en el mito de Platón gran parte de la búsqueda y tarea de la filosofía desde sus inicios hasta ahora.

La realidad no se nos revela tal y como ella es. Hay un problema que es precisamente cómo podemos conocer lo real, pues nuestros sentidos no la captan de manera completa. De aquí se desprenden distintas posturas alrededor de esta problemática. Una de las cuales es la de los pensadores que creen que no es posible conocer la realidad más allá de nuestros sentidos, que solamente se puede conocer lo que a través de ellos percibimos; sin embargo, hay una amplia gama de filósofos que han investigado sobre esta cuestión presentando posturas diversas.

A pesar de las diferencias, el punto común de la investigación es claro: la realidad es más compleja de lo que a primera vista parece, hay cosas sencillas que necesitan de una mirada crítica sin la cual corremos el riesgo de quedarnos en el plano de la pseudo concreción, como la han llamado algunos pensadores, para referirse al plano de las cosas que parecen concretas, pero que no lo son. Si no investigamos más allá de la información de nuestros sentidos, algo tan fundamental como el movimiento de la tierra nos permanece oculto.

Por esto sorprende la postura del actual presidente respecto a aquellos que, según él, no apoyaron su proyecto en las pasadas elecciones porque pertenecen a la clase media y pueden estudiar a un nivel que, desgraciadamente, no todos los mexicanos. Deberíamos preguntarnos si para él es necesario, entonces, mantener al pueblo desinformado y con poco ejercicio de razonamiento crítico para que no salgan de la caverna de la ignorancia a la que todo ser humano está sujeto y donde es más fácil la manipulación de sus conciencias.


Alan Luna es filósofo por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Escritura y pensamiento, la advertencia de Sócrates

Mayo 2021

La postura de Sócrates sobre la escritura como medio para transmitir las ideas es interesante. Sócrates opinaba, grosso modo, que la transmisión escrita no era la más adecuada para el cultivo y desarrollo del pensamiento. El argumento que lo hace pensar así es mas o menos el siguiente: la escritura no ayuda a desarrollar la memoria. Hasta ese momento, gran parte de los poemas que se conocía se recitaban de memoria y se obligaba a quienes recibían la educación correspondiente a memorizar a su vez si querían conservar la sabiduría de la comunidad. Desde antes de Sócrates, la enseñanza se había transmitido oralmente y esto, según el pensador ateniense, sumaba al ejercicio mental que hacía fuerte las capacidades de pensamiento y argumentación. Además, al tener la referencia escrita, ya no necesitamos convencer y educar a nadie de acuerdo con nuestras propias capacidades, basta con ir a los textos y recitar lo que ahí se dice y hacerlo pasar como verdadero. Este es el motivo, según se piensa, de que todo el pensamiento de Sócrates se conozca por medio de su alumno Platón.

El argumento de Sócrates es sesgado, pues la memorización de las enseñanzas no es la única forma de ejercitar y desarrollar la capacidad del pensamiento abstracto; ni la aparición de la escritura imposibilita el ejercicio de análisis de la sociedad concreta. Incluso, gran parte de ese pensamiento se habría perdido a no ser por la conservación escrita que hicieron sus alumnos.

Esto último seguramente no le preocupaba a Sócrates, pues el pensamiento no debe ser letra muerta (aquí en un sentido muy plástico), sino que debe estar siempre vivo y ocupándose de los problemas de la actualidad y de los pueblos en particular; además, la mera actividad general del pensamiento lograría cuestionar las bases de cada sociedad y aportar, por lo tanto, la crítica necesaria para mejorar el espacio que cada uno habita. El pensamiento debe ponerse pues, al servicio de la comunidad y sus problemas y no encerrado en las bibliotecas. Esta parte del pensamiento de uno de los grandes filósofos de la antigua Grecia demuestra el carácter subversivo de la filosofía, de cuestionar de manera crítica incluso ahí donde pareciera que la verdad ya está descubierta. Pero nos muestra también que las cosas, los fenómenos, no son tan fáciles de estudiar y que tampoco es fácil posicionarse correctamente respecto a estos.

En lo general, a Sócrates le preocupaban las condiciones para la enseñanza y ejercicio de la mente de los habitantes de la polis, aquellos que tenían en sus manos el rumbo de la sociedad ateniense. Esto lo lleva a problematizar las condiciones que, según el, no permitían el desarrollo del pensamiento. La sociedad necesita hombres y mujeres pensantes, que sepan analizar los problemas a los que se enfrentan cotidianamente, solo así se logra una manera efectiva de transformación de la realidad.

En la actualidad no solamente no nos cuestionamos lo más elemental, no vemos si las verdades que aceptamos como tales son efectivamente tan intocables como las pensamos, sino que incluso las mentiras flagrantes que escuchamos todos los días pareciera que tienen sustento, o se intenta dárselo, solamente porque vienen de personajes que se venden como lo que no son: amigos del pueblo y luchadores sociales.

Aquí radica la importancia de la educación del pueblo y de los hijos de éste. Siempre, en la medida en que no nos preocupemos por elevar el nivel y la capacidad de pensar cosas cada vez más complejas, es un retroceso en la batalla contra los que quieren que las cosas permanezcan como están. Aunque encontremos errores concretos en la postura socrática demostrados por la historia o que se oponen a las posturas personales, el llamamiento general sigue siendo útil y digno de reflexión.


Alan Luna es filósofo por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Rosario Castellanos y la novela mexicana

Abril 2021

Rosario Castellanos fue una de las escritoras mexicanas más importantes del siglo XX. No solamente es un ícono dentro del feminismo latinoamericano, pues sus novelas, poesías y ensayos nos dan muestra de la capacidad creadora y de su importancia para la cultura de nuestro país.

Dentro de sus trabajos nos ofrece uno que es producto de sus preocupaciones en la composición literaria, su ensayo La novela mexicana contemporánea y su valor testimonial en donde expresa que: “La novela mexicana, desde el momento mismo de su aparición […] ha sido, no un pasatiempo de ociosos ni un alarde de imaginativos ni un ejercicio de retóricos, sino algo más: un instrumento útil para captar nuestra realidad y para expresarla, para conferirle sentido y perdurabilidad”. Su novela Balún Canán es una clara materialización de esta opinión de la novela mexicana.

Balún Canán es la forma como se le conocía al lugar de la actual Comitán, en Chiapas. Esta historia es mezcla de muchas cosas: del pasado indígena y sus costumbres, por un lado; y la situación de las familias poseedoras en tiempos de Lázaro Cárdenas, por otro.

La novela se centra en una familia que aún tiene a su disposición tierras e indios para que las trabajen, pero poco a poco la transformación que por esos tiempos se vivía fueron mostrando el clima de inestabilidad de esa época. Los diversos conflictos van saliendo a la luz conforme se desarrolla la narración.

Hay contradicciones que, aunque ilustradas como cosas del pasado, aún resuenan en nuestros días, no de la misma forma, no con la misma intensidad, pero el conflicto permanece por permanecer las circunstancias que las hacen posibles.

Los hacendados ven con extrañeza la naciente rebeldía de los indios, que saben y opinan que los tierras que ellos trabajan les han sido robadas. Los primeros, por su parte, creen que ellos son los legítimos dueños, pues gracias al esfuerzo de muchas generaciones de sus familias heredaron las tierras y demandan obediencia y lealtad de los indios hacia ellos, sus amos, no al presidente que ha mandado tomar posesión de la tierra como si, opinan, tuviera potestad para ello.

Al principio hay incredulidad, ha habido otros intentos de levantamiento de los indios y todas esas sublevaciones se han resuelto a favor de los poseedores, no hay razón para pensar que en este caso particular sea distinto. Pero esta confianza no dura mucho, Rosario Castellanos muestra pronto como hay situaciones históricas que no tienen marcha atrás. Aunque la situación de descontento parezca repetirse una y otra vez en circunstancias parecidas, llega un momento en que se configura la coyuntura histórica de tal manera que, por mucha resistencia que pongan los enemigos del cambio, sus esfuerzos son infructuosos para detenerlo.

No solamente es la situación de dominación de los hacendados sobre los indios lo que se ilustra en Balún Canán. Con una excelente narrativa ilustra el pasado indígena, aún muy presente en las tradiciones que los nativos se niegan a dejar, y su reclamo de respeto a sus creencias; así como las tradiciones dentro de la misma familia de los poseedores de tierras. Ilustra también el papel de la mujer y su situación dentro de la sociedad dominada por los deseos del hombre, a tal grado que, incluso dentro de los hijos, hay una distinción del varón por arriba del de la mujer, producto de la necesidad de la herencia de los bienes del padre.

Por todo esto es válido lo que la misma Rosario Castellanos expresaba sobre la novela mexicana como una forma de encontrar la realidad mexicana y estudiar sus contradicciones y desarrollo.


Alan Luna es filósofo por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Sobre la filosofía del trabajo y su importancia para el pensamiento marxista

Marzo 2021

La relación que se ha entablado entre el marxismo y la filosofía ha sido problemática desde el origen del primero. Se ha considerado por parte de cierto grupo de la tradición marxista que ocuparse de los problemas clásicos de la filosofía es caer en una metafísica ya criticada y superada por Marx mismo. De hecho, hay que decirlo, no es difícil ver la descarnada crítica hacia la “filosofía especulativa” o la metafísica en aquellos textos en que se le dedicaba un espacio a valorizar la actividad filosófica, por lo que la posición de esto grupos marxistas es, por lo menos, comprensible.

En este ambiente de disputa se ha desenvuelto gran parte de la problemática de la relación marxismo-filosofía, por lo que aquellos marxistas que han defendido en algunos de sus trabajos el sentido filosófico, o la utilidad filosófica, de los textos de Marx, han tenido que explicitar por qué es necesario rescatar dicha relación.

Uno de los autores que destaca por la buena recepción que tuvieron sus textos en su momento es Karel Kosík, quien en su libro Dialéctica de lo concreto exploró diversos problemas relacionados con lo antes expuesto. Uno de los capítulos que más llama la atención, y que inspira el presente trabajo, es el que lleva por nombre “El hombre y la cosa o la naturaleza de la economía” en donde se dedica a reflexionar sobre las implicaciones que desde el ámbito de la economía nos hacen pensar que existe una relación mutua entre el hombre y las cosas que produce, así como la relación contraria. Dentro del apartado ya mencionado arriba, hay especialmente una reflexión interesante, la concerniente a lo que Kosík llama La filosofía del trabajo donde se profundizan las implicaciones que, dentro de los textos de Marx, tiene su concepción del trabajo, las aristas que nacen de este y la necesidad del desarrollo de esta parte de la teoría dentro del marxismo.

Es en esta tónica que creemos que el libro de La condición humana de Hannah Arendt viene a revitalizar una filosofía del trabajo que desde Kosík se vio como una tarea necesaria dentro del marxismo. Hannah Arendt no era marxista, de hecho, ni si quiera aceptaba que se le considerara como filósofa, sino pensadora política. El debate dentro de su libro en ocasiones está muy cargado de crítica hacia algunos supuestos de Marx, pero esto no es razón para obviar la importancia que su texto tiene para revitalizar un debate tan fructífero y necesario, más tratándose de un texto de una rigurosidad y amplitud tal que nos da muchas bases para reconsiderar el problema y sus implicaciones prácticas.

Lo que pretendemos desarrollar en el presente trabajo es, a grandes rasgos, primero, la importancia de desvolver una problemática que podríamos agrupar bajo el nombre de filosofía del trabajo, desarrollando brevemente en primer lugar lo que nos dice Kosík al respecto; segundo, ver lo que podemos extraer de los textos de Marx más importantes al respecto, y tercero, analizar el desarrollo que Arendt hace en torno a la clásica visión del trabajo que desde el marxismo se tiene, intentando poner en constante debate tanto a Arendt como a Marx.

Karel Kosík y la filosofía del trabajo

Volviendo a Kosík e iniciando con el desarrollo del problema, debemos decir que este filósofo forma parte del marxismo que se ha aventurado a estudiar a Marx desde el punto de vista de su importancia filosófica, no porque sea imposible considerar a Marx como un filósofo típico, sino porque las implicaciones, así como las bases de las que aún él parte, no pueden ser desterradas de toda filosofía.

Kosík inicia su estudio de la siguiente manera: “La vinculación de la economía y el trabajo está tan profundamente enraizada en la ciencia y la conciencia ordinaria que nada parece más fácil que comenzar por el análisis del trabajo para llegar así a comprender el carácter de la economía; o, por el contrario, a través del análisis de la economía abrirse paso hacia la comprensión del trabajo” (Kosík, 1967: 214). Esta “conciencia ordinaria” a la que Kosík se refiere no cumplirá, sin embargo, con nuestras expectativas. “No orienta la indagación hacia el análisis del problema de determinar qué es el trabajo, sino que le somete un problema distinto y encauza la ciencia a la descripción y el análisis de los procesos del trabajo, de la actividad laboral de un plano histórico y sistemático, cuya generalización se muestra en la ‘definición del trabajo’” (Kosík, 1967: 214). La relación economía-trabajo no nos ayuda, a decir de Kosík, a entender el trabajo desde el punto de vista de la filosofía, empezando por resolver la pregunta de ¿qué es el trabajo? Dicha relación, al contrario, confunde a los que vean a la luz de la economía al trabajo o que intenten ver a este como una simple relación económica, pues se le reduce a una “ciencia de la descripción” encapsulando al trabajo en una relación específica y con muy pocas posibilidades de ver las implicaciones que tiene más allá de la economía.[1]

Pero si no se puede reducir al trabajo a su relación con lo que se conoce como ciencia económica, queda investigar la definición del trabajo, por lo menos la perspectiva bajo la cual Kosík lo concibe y presenta. Al respecto nos dice: “La cuestión del trabajo como problema filosófico y como filosofía del trabajo se basa en la ontología del hombre” (Kosík, 1967: 216). Al caracterizar a la filosofía del trabajo por su relación con la ontología del hombre, Kosík nos explica que esto quiere decir que la cuestión a la que responde esta filosofía es la siguiente: ¿qué es el hombre?, de esta forma, la definición del ser del hombre tiene relación con el concepto del trabajo.

El trabajo es, entonces, el concepto por medio del cual podemos distinguir al ser humano de los demás animales.

La transformación del deseo animal en deseo humano, la humanización de este deseo sobre la base del trabajo y en el proceso de este, es sólo uno de los aspectos del proceso que se opera en el trabajo. Con otras palabras: el modo de abordar el proceso del trabajo, que nos hemos procurado con la distinción de deseo animal y deseo humano, conduce a la comprensión de este proceso a condición de que en él no se vea sólo una esporádica o aislada transformación de la animalidad en humanidad, sino que se descubra la transformación en general (Kosík, 1967: 220).

Partiendo de la problemática acerca del trabajo se debate sobre un problema que es también eminentemente filosófico, a saber, el de la esencia del hombre. Como la crítica de Marx es contra la filosofía especulativa y la metafísica, pareciera que todo debate sobre si existe una esencia inmutable del hombre queda rechazado por Marx. Ahora bien, ¿cómo puede ser que por un lado Marx rechace la concepción esencialista del hombre y por el otro, marxistas como Kosík le devuelvan esa esencia definiendo al hombre a partir del concepto de trabajo?

Hannah Arendt, la esencia humana y el concepto de la vita activa

Una de las críticas con las que Hannah Arendt empieza a desarrollar en su libro de La condición humana es precisamente esta, y creemos que dicho texto sienta las bases para repensar el problema y clarificarlo en su complejidad.

La pensadora empieza su primer capítulo definiendo a la condición humana de la siguiente manera: “Con la expresión vita activa me propongo designar tres actividades fundamentales: labor, trabajo y acción. Son fundamentales porque cada una corresponde a una de las condiciones básicas bajo las que se ha dado al hombre la vida en la tierra” (Arendt, 2019: 21). Estas condiciones básicas son las que componen la condición humana. La explicación de lo que entiende Arendt por el concepto de condición humana se puede resumir retomando a la misma Arendt:

La labor es la actividad correspondiente al proceso biológico del cuerpo humano […]. La condición humana de la labor es la misma vida. […] Trabajo es la actividad que corresponde a lo no natural de la exigencia del hombre […]. La condición humana del trabajo es la mundanidad. La acción, única actividad que se da entre los hombres sin la mediación de cosas o materia, corresponde a la condición humana de la pluralidad, al hecho de que los hombres, no el Hombre, vivan en la Tierra y habiten el mundo (Arendt, 2019: 21-22).

Un par de cosas llamativas con respecto a lo que hemos estudiado hasta aquí. Lo primero es que en contra de la problemática “esencia humana”, Arendt nos ofrece otro concepto para definir mejor eso que especifica a la humanidad: la condición humana. No es poca cosa hacer esta distinción que pareciera terminológica. Un concepto como el de “esencia humana” es problemático porque hace referencia a una metafísica del ser humano, a una definición inmutable de lo ya dado que no puede ser modificado en ninguna circunstancia. Por este motivo, utilizar al trabajo como esencia humana ha sido un gran problema para los marxistas, pues la crítica de Marx a la metafísica y la filosofía especulativa pareciera anular todo juicio esencialista sobre las cosas, más aún tratándose del ser humano.

El concepto de condición humana responde mejor a la necesidad de definir a la humanidad bajo ciertas condiciones. De esta forma, solo se cumple una constante en el humano y su naturaleza cuando se parte de circunstancias y condiciones inamovibles, pero al cambiar dichas condiciones, cambiaría la condición humana. Por ejemplo, cuando Arendt reflexiona sobre la llegada humana al espacio dice que “El cambio más radical que cabe imaginar en la condición humana sería la emigración de los hombres desde la Tierra hasta otro planeta. Tal acontecimiento, ya no totalmente imposible, llevaría consigo que el hombre habría de vivir bajo condiciones hechas por el hombre, radicalmente diferentes de las que ofrece la Tierra. Ni labor, ni trabajo, ni acción, ni pensamiento, tendrían sentido tal como los conocemos.” (Arendt, 2019: 24). Al cambiar las condiciones en las que se manifiesta la condición humana, esta debe transformarse, ya no será la misma que se ha manifestado en este planeta y en estas circunstancias, por lo tanto, la postura arendtiana no defiende una concepción esencialista del hombre, ya que incluso lo que define a la humanidad es susceptible de ser transformado dependiendo de las nuevas circunstancias que se descubran o en las que se vean obligados los humanos a vivir.

También, y como segundo punto, es interesante que la condición humana no se reduzca solamente a un aspecto del contacto del ser humano con la naturaleza, sino que lo especifique bajo las distintas formas de dicha condición para denotar distintas actividades del ser humano que lo definen como lo que es. Una de las críticas que Arendt desarrollará en contra de Marx es precisamente que él no toma en cuenta que la intervención humana acontece en distintos niveles de la actividad del humano, que reduce solamente la naturaleza de la humanidad a lo que Arendt desarrolla como labor. Esto determina todos los aspectos de la teoría marxista hasta influir en la forma en que la política es vista, reduciéndola también a la utilidad en el desarrollo de las políticas económicas en este sentido. Más adelante volveremos sobre esto, lo que nos interesa hasta aquí es puntualizar cada uno de los aspectos de la condición humana que Arendt ve necesarios para entender el ser de la humanidad, así como la relevancia que le ve a este desarrollo.

Arendt contra Marx

Para Arendt, Marx había cometido el error de no distinguir entre labor, trabajo y acción. Aunque supo ver bien que el ser del hombre no era de una sustancia supra terrena y que en estricto sentido solamente se podía hablar de los hombres en tanto constituidos por las condiciones de trabajo (visto como labor desde la conceptualización arendtiana) que estos desarrollaban, todo se reducía a ver la condición humana solo como condición de producción de lo estrictamente necesario para sobrevivir.

Veamos un poco más de cerca la distinción entre labor y trabajo. Tal y como la expone Arendt,

(…) la distinción entre labor productiva e improductiva contiene, aunque con prejuicio, la distinción más fundamental entre trabajo y labor. En efecto, signo de todo laborar es que no deja nada tras sí, que el resultado de su esfuerzo se consume casi tan rápidamente como se gasta el esfuerzo. Y, no obstante, dicho esfuerzo, a pesar de su futilidad, nace de un gran apremio y está motivado por su impulso mucho más poderoso que cualquier otro, ya que de él depende la propia vida (Arendt, 2019: 102).

La importancia que Marx le da a la labor productora de la propia vida está determinada por el auge que en la Época Moderna tuvo la productividad. Pero la labor tiene esta limitante para la comprensión de todos los ámbitos en que se desarrolla la actividad del hombre: solamente se ocupa de la reproducción de la propia vida, se reduce a eso; es la producción inmediata y pasajera de lo necesario. La productividad también tiene distintos enfoques dependiendo de si nos referimos a la productividad de la labor o del trabajo: “A diferencia de la productividad del trabajo, que añade nuevos objetos al artificio humano, la productividad del poder de la labor sólo produce objetos de manera incidental y fundamentalmente se interesa por los medios de su propia reproducción; puesto que su poder no se agota una vez asegurada su propia reproducción, puede usarse para la reproducción de más de un proceso de vida, si bien no «produce» más que vida” (Arendt, 2019: 103). De esta manera, aunque la labor que no se agota en su propia reproducción puede, en algunos sistemas de producción en donde exista una porción de hombres ociosos, producir lo necesario para reproducir la vida de todos ellos, pero no podrá superar ese terreno.

Hablándonos de lo que Marx llama “el metabolismo del hombre con la naturaleza”, Arendt nos dice que esta producción y este consumo por medio del cual entablan su relación dialéctica el hombre y la naturaleza se da propiamente en el terreno de la labor, pues

La «necesidad de subsistir» domina tanto a la labor como al consumo, y ésta, cuando se incorpora, «recoge» y corporalmente «mezcla» las cosas proporcionadas por la naturaleza, realiza activamente lo que el cuerpo hace incluso íntimamente cuando consume el alimento. Ambos son procesos devoradores que apresan y destruyen la materia, y el «trabajo» realizado por la labor sobre sobre su material es sólo el preparativo para su final destrucción (Arendt, 2019: 112).

Lo que tenemos en la labor es una producción para la casi inmediata destrucción, sin posibilidad, por lo tanto, de estudiar todos aquellos elementos que permanecen más allá de esta relación inmediata, es decir, la construcción de los objetos y relaciones de producción que trascienden el momento y lugar de la labor, entendida esta tal y como hemos explicado, o sea, dejando de lado lo que Arendt relaciona con la mundanidad.

Ahora bien, la distinción y delimitación de los campos en que trabaja Marx y los que Arendt desarrolla no es simple capricho filológico. El modo de concebir a la actividad humana, que es lo que determina su ser de acuerdo con lo que ya se desarrolló, tiene implicaciones prácticas en la forma en la que se concibe al ser humano e incluso en las experiencias que como individuos nos hacen reaccionar de algún modo u otro a nuestra vida cotidiana. Arendt lo ilustra con el siguiente ejemplo: “Uno de los signos de peligro más claros en el sentido de que tal vez estamos acuñando el ideal del animal laborans, es el grado en que nuestra economía se ha convertido en una economía de derroche, en la que las cosas han de ser devoradas y descartadas casi tan rápidamente como aparecen en el mundo, para que el propio proceso no termine en repentina catástrofe” (Arendt, 2019: 141). Concebir al hombre a la luz del concepto de labor, es considerarlo en su relación inmediata con su vida misma y someterlo, por lo tanto, a la lógica de creación y destrucción inmediata de lo producido. Siguiendo esta lógica, incluso las decisiones políticas serán vistas con miras a este interés inmediato, reduciendo a la economía y su organización a la técnica de la producción de los bienes para poder sobrevivir.

Por esto se hace necesario para Arendt las otras dos dimensiones de la actividad humana que definen su condición humana. El concepto de acción, elemental para entender el ser del hombre, queda fuera de las consideraciones de la labor y sin aquella no se puede entender al humano en su complejidad, en la pluralidad de los intereses y preocupaciones de la humanidad.

La pluralidad humana, básica condición tanto de la acción como del discurso, tiene el doble carácter de igualdad y distinción. Si los hombres no fueran iguales, no podrían entenderse ni planear y prever para el futuro las necesidades de los que llegarán después. Si los hombres no fueran distintos, es decir, cada ser humano diferenciado de cualquier otro que exista, haya existido o existirá, no necesitarían el discurso ni la acción para entenderse (Arendt, 2019: 200).

En esta doble relación de igualdad y de distinción es que se relaciona la humanidad y en esta es que se desarrolla la acción del hombre.

La acción presupone al hombre como un ser actuante, con voluntad fuera de las determinaciones del trabajo o la labor, lejos de la preocupación de la sobrevivencia. Por tal motivo

La acción, a diferencia de la fabricación, nunca es posible en aislamiento; estar aislado es lo mismo que carecer de capacidad de actuar. La acción y el discurso necesitan la presencia de otros no menos que la fabricación requiere la presencia de la naturaleza para su material y de un mundo en el que colocar el producto acabado. La fabricación está rodeada y en constante contacto con el mundo; la acción y el discurso lo están con la trama de los actos y palabras de otros hombres (Arendt, 2019: 212).

Por esto podemos decir que es en el plano de la acción, y por lo tanto en el de la relación del hombre con los demás, que se crea el ambiente propiamente político, el plano de la acción es donde se pueden crear verdaderas relaciones sociales capaces de definir al hombre en su complejidad, de estudiar la sociedad humana en su doble relación de igualdad y distinción.

El planteamiento que en su libro hace Arendt es enriquecedor y nos ayuda a no perder de vista la complejidad de la condición humana. Sobre todo, nos abre la perspectiva de la teorización del trabajo, comprendido en su complejidad, quedando claro que la forma en la que el hombre se relaciona con el mundo y lo transforma no es a través de una sola relación, sino de una multiplicidad de estas, ni está determinado solamente por la preocupación de la producción de la propia vida.

Respuesta a Arendt desde Marx

Pero a pesar de la crítica que hace Arendt, si analizamos más de cerca la concepción de Marx, nos daremos cuenta de la forma en la que él veía el problema que nos ocupa. En el famoso pasaje de los Manuscritos del 44, donde trata el problema de la enajenación, nos da algunas claves para entender la relación del hombre con la naturaleza. En primer lugar “El trabajador no puede crear nada sin la naturaleza, sin el mundo exterior sensible. Ésta es la materia en que su trabajo se realiza, en la que obra, en la que y con la que produce” (Marx, 2016: 136). No puede haber hombre sin la naturaleza como medio que condiciona sus posibilidades y acciones. Es verdad que hay una dependencia del hombre hacia la naturaleza, pero esta solo como condición de posibilidad de su sobrevivencia. Esto también lo ve Arendt, de tal suerte que su opinión es que

Todo lo que entra en el mundo humano por su propio acuerdo o se ve arrastrando a él por el esfuerzo del hombre pasa a ser parte de la condición humana. El choque del mundo de la realidad sobre la existencia humana se recibe y siente como fuerza condicionadora. La objetividad del mundo -su carácter de objeto o cosa- y la condición humana se complementan mutuamente; debido a que la existencia humana es pura existencia condicionada, sería imposible sin cosas, y éstas formarían un montón de artículos no relacionados, un no-mundo, si no fueran las condiciones de la existencia humana (Arendt, 2019: 23).

Probablemente se cometa un error al equiparar lo que Marx entiende por naturaleza y aquello que Arendt menciona como los objetos que al entrar en contacto con el hombre lo condicionan. Lo que sí podemos sacar en claro es que el hombre no se determina sino a condición del medio que lo rodea. La cuestión será si para Marx esta relación con la naturaleza lo determina para actuar solamente como un consumidor de lo natural.

Dentro del estudio que Marx hace de la forma en que el hombre se relaciona con la naturaleza descubre que el trabajo que él realiza sobre la materia prima se le presenta como algo ajeno, fuera de su alcance, como algo extraño. Esto es así por una serie de condiciones que no hacen posible que el hombre se sienta identificado o realizado con el producto de su trabajo. Analizando más detalladamente la cuestión, Marx se da cuenta de que “… el resultado del extrañamiento no se muestra sólo en el resultado, sino en el acto de la producción, dentro de la actividad productiva misma” (Marx, 2016: 138). El acto de la producción, la forma en la que se relacionan el hombre y lo que produce para poder vivir, crean una serie de relaciones más allá de esa simple utilidad de consumo de un bien para sobrevivir. El acto de extrañamiento es incluso un acto psicológico, nacido de condiciones concretas, pero que trasciende la relación producción-consumo.

Es verdad que, en la posterior producción de Marx, en específico en la Introducción general a la crítica de la Economía Política de 1857, hay pasajes que parecieran afirmar la relación producción-consumo sin más. “La producción es también inmediatamente consumo. Doble consumo, subjetivo y objetivo: el individuo que al producir desarrolla sus capacidades, las gasta también, las consume en el acto de la producción, exactamente como la reproducción natural es un consumo de fuerzas vitales” (Marx, 2017: 40). Pero no debemos dejarnos llevar por la primera impresión. Se trata aquí más bien de la necesaria dialéctica entre la producción y el consumo. Al momento de echar a andar nuestras fuerzas para producir cualquier cosa, estamos al mismo tiempo consumiendo la propia fuerza de trabajo, de tal manera que es imposible que escapemos a la condición de que “… la producción es inmediatamente consumo, el consumo es inmediatamente producción” (Marx, 2017: 41).

Marx es más clarificador cuando analiza esta dialéctica en sus implicaciones más allá de la simple relación producción-consumo vista como la actividad primera y necesaria para salvar la vida misma:

En suma. El objeto no es un objeto en general sino un objeto determinado, que debe ser consumido de una manera determinada, que a su vez debe ser mediada por la producción misma. El hambre es hambre, pero el hambre que se satisface con carne cocida, comida con cuchillo y tenedor, es un hambre muy distinta de la de aquel que devora carne cruda con ayuda de manos, uñas y dientes. No es únicamente el objeto del consumo sino también el modo de consumo, lo que la producción produce no solo objetiva sino también subjetivamente (Marx, 2017: 42).

El acto de la producción determina el del consumo, más adelante dirá, con un análisis similar, que la forma de la producción determinará de igual manera el modo en que se distribuye lo que se produce. Queda claro pues, que la producción de los bienes de subsistencia no solamente produce eso, sino algo más: produce relaciones, llamadas en sentido amplio, relaciones sociales. Se produce no solamente el ámbito de lo objetivo, sino también el de lo subjetivo, la forma en la que nos relacionamos con los demás en una compleja red que nos determina como lo que somos en cada uno de los estadios y aspectos de la sociedad.

Probablemente este pasaje de El capital contribuya a clarificar mejor la relación hombre-naturaleza:

El trabajo es, en primer lugar, un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza. El hombre se enfrenta a la materia natural misma como poder natural. Pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su corporeidad, brazos y piernas, cabeza y manos, a fin de apoderarse de los materiales de la naturaleza bajo una forma útil para su propia vida (Marx, 2014: 215).

La propia vida, a la que hace referencia la última parte de la cita anterior al momento de la relación inicial entre el hombre y la producción de su vida, relación que rápidamente produce otro tipo de relaciones, desarrollos subjetivos que tendrán como referencia, en última instancia, esta producción material, pero que a su vez no serán ya esta relación.

La distinción por medio de la cual Arendt nos dice que la labor hace referencia a un proceso individual y la acción a uno social es interesante. Para Marx el valor no puede ser tampoco sino una relación social, es una determinación de lo socialmente necesario, no de las particularidades de cada productor. No solo esto, sino que “El proceso de trabajo es una totalidad, es decir, no es la suma de hechos aislados y sin relación y sin relación uno con otro, sino que todos los hechos son resultado y condición del funcionamiento del todo orgánico” (Garzón Bates, 1974: 157). Y esta totalidad de la que nos habla Juan Garzón Bates en su texto, implica ya una relación social más allá de la conjunción de las simples partes. Es algo distinto y que funciona con su propia lógica orgánica interna, y que determina la vida de los seres humanos. Regresando rápidamente a Kosík, podemos concluir con él que “El trabajo es tanto transformación de la naturaleza como realización de los designios humanos en ella. El trabajo es el proceso o acción en el que… se constituye la unidad del hombre y de la naturaleza sobre la base de su recíproca transformación: el hombre se objetiva en el trabajo, y el objeto es arrancado del contexto natural originario, modificado y elaborado” (Kosík, 1967: 222)

Conclusiones

La preocupación de Arendt no es, a pesar de todo, superficial. Hay parte de la tradición marxista que ha interpretado a Marx precisamente en su sentido más utilitarista y tecnocrático. No hay que olvidar que gran parte de la Segunda Internacional pensaba de esta manera, al respecto es importante la declaración de Rudolf Hilferding quien en su libro El capital financiero, en una suerte de declaración de intenciones, decía:

El conocimiento de las leyes que rigen la sociedad productora de mercancías muestra, al mismo tiempo, los factores que determinan la voluntad de las clases de esta sociedad. Poner de manifiesto la determinación de la voluntad de las clases es, en la concepción marxista, tarea de una política científica, es decir, una política que sepa describir relaciones causales. La política del marxismo, al igual que la teoría, está libre de juicios de valor. (Hilferding, 1963: 24).

Esta tendencia a la cientificidad de las relaciones políticas refleja en el fondo una tendencia hacia la aceptación de las relaciones inmediatas: solamente lo que se pueda estudiar sin subjetivar el fenómeno, sin concederle más importancia que la estrictamente científica, la mera reproducción de la vida como impulso natural y sin las voliciones de los humanos más allá de los impulsos casi animalescos. Así que el estudio de La condición humana, así como el desarrollo de los puntos principales que se exponen en él, puede ser un buen ejercicio para la profundización crítica de este tema y para la construcción de las bases de lo que con Kosík denominamos filosofía del trabajo. Sin embargo, este estudio no debe obviar el desarrollo que ya Marx hizo a lo largo de su obra. Si realmente se quiere aportar al desarrollo científico de los conceptos, y no criticar al marxismo solamente porque no se simpatiza con las implicaciones políticas que de su teoría se desprenden, lo más correcto es aceptar que ya se han hecho esfuerzos por romper de manera total con la forma tradicional de hacer teoría. Así se podrá ver cuales son las limitantes que tiene aún Marx, ya sea porque la época y el desarrollo de la teoría no le permitían ver más a profundidad o por simple falta de atención en algunos aspectos importantes de la realidad.


Alan Luna es filósofo por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] Lo que se desarrolla en estas breves líneas de Kosík nos serán de mucha utilidad cuando lleguemos a ver la crítica que se le hace a Marx por parte de Hannah Arendt. Uno de los problemas que ella ve en la concepción que Marx tiene del trabajo es precisamente su reducción hacia un problema bien delimitado y con implicaciones políticas de igual manera limitadas, que no permiten indagar todas las formas en las que el hombre se expresa sobre este mundo y que por lo tanto no permiten estudiar correctamente la condición humana.

Bibliografía

Arendt, Hannah (2019), La condición humana, Paidós, Argentina.

Garzón Bates, Juan (1974), Carlos Marx: Ontología y revolución, Grijalbo, México.

Hilferding, Rudolf (1963), El capital financiero, Tecnos, Madrid, España.

Kosík, Karel (1967), Dialéctica de lo concreto, Grijalbo, México.

Marx, Karl (2014), El capital Tomo I/Vol. I, Siglo XXI editores, México.

—. (2016), Manuscritos de economía y filosofía, Alianza editorial, Madrid, España.

—. (2017), Introducción general a la crítica de la economía política/ 1857, Siglo XXI editores, México.

Josep Bartolí

Marzo 2021

Josep Bartolí (1910- 1995) fue un dibujante y pintor nacido en Barcelona. Durante su vida tuvo una participación política muy activa. Fundó un sindicato de dibujantes y tuvo participación en partidos de izquierda, lo que lo llevó a tomar partido por estos últimos durante la Guerra Civil española.

A finales de la guerra, cuando se veía ya la derrota de los republicanos, buscó refugio en Francia junto con otros exiliados españoles. Francia, por su parte, resuelve ponerlos en campos de concentración. Así, por cerca de dos años, pasa de un campo de concentración a otro, donde conoce todo tipo de personas encontrándose con viejas amistades de las más variadas posturas ideológicas, con el denominador común del odio al franquismo.

Uno de los trabajos que más llama la atención de Bartolí son sus dibujos, de una crudeza tal que pueden ser tomados por fieles documentos de los principales problemas sociales de su tiempo. En gran parte de estos trabajos se puede ver la realidad de los campos de concentración, los problemas y condiciones con las que tenían que convivir los que allí se encontraban. Por todo ello, los dibujos de este artista sirven como punto de partida para una reflexión más profunda acerca de los problemas que siempre acarrean los intentos de que toda una nación se acomode a los intereses de una o pocas personas.

Bartolí fue más cercano al anarquismo que al comunismo, aún así, su labor dentro de la vida política, antes y después del exilio, fue abundante, y siempre desde el punto de vista, desde la posición de la clase oprimida.

Después de varios intentos de fugarse de los campos de concentración, logra llegar a México donde se pone en contacto con los artistas de izquierda que por ese tiempo estaban muy activos. Diego Rivera y Frida Kahlo son dos nombres que lo marcan en su paso por México.

La última etapa de su vida la pasa en Estados Unidos, nunca regresa de manera definitiva a Europa y su legado en el ámbito artístico se olvida poco a poco. Es su sobrino, Georges Bartolí, quien, con fotografías suyas y con ayuda del relato de Laurence García, publica un libro con varios de los dibujos de Josep titulado La retirada: éxodo y exilio de los republicanos españoles. De este modo, intenta rescatar su memoria y dar a conocer al mundo el trabajo de crítica que hizo Josep.

En una entrevista, el propio Georges explica que era necesario el libro acerca de la retirada de los republicanos españoles por el sorprendente olvido que existe, tanto en España como en Francia, de uno de los episodios que más influyó en la vida de ambas naciones en el siglo XX. Recordar el pasado es ayudar a la crítica del presente. No hay que olvidar, según sus palabras, que la monarquía que aún existe en España, aunque con diferencias, es la heredera directa de las políticas de Franco. Todavía existe un enorme apoyo hacia la España fascista y, en este sentido, siempre que se pueda dar la batalla desde cualquier trinchera en contra de las ideologías que promueven los intereses de los dueños del capital, será necesaria remover el pasado y hacer claridad de la naturaleza de los procesos históricos y de los intereses que movieron a los actores de las disputas históricas. En parte, estos intereses que aún juegan en España y el mundo, son los que mantienen ocultas las críticas más feroces a sus políticas, críticas como la que hizo Josep Bartolí a través de sus pinturas y dibujos.


Alan Luna es filósofo por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Guerra y Paz y el problema de la filosofía de la historia

Diciembre 2020

Guerra y Paz de Tolstói es uno de los libros mas destacados de la literatura rusa. Por la amplitud de temas que trata, es posible encontrar reflexiones importantes sobre problemas que desde hace mucho tiempo han ocupado la reflexión del género humano.

Aparentemente la historia se ocupa de la cotidianidad de la aristocracia rusa durante las guerras napoleónicas, pues esta clase cree tener la voluntad de Rusia en sus personas.

El tema de la guerra aparece muy pronto en la novela y permite observar la importancia que tiene para la nobleza poner a prueba su honor y su servilismo al zar Alejandro, o las ganas que tienen de conocer a Napoleón, la gran leyenda viviente que impresionaba a sus adversarios.

Dentro de todo lo que los personajes de Guerra y Paz ven en la guerra, hay una cuestión que poco a poco coge fuerza y es la de quién dirige la historia. ¿Napoleón?, ¿el zar Alejandro?, ¿los nobles que participaban en la guerra?, ¿los generales que dirigían las tropas? Todos ellos son los personajes más visibles, los que quedan en los libros de historia, aquellos que, supuestamente, gracias a su forma de pensar, lograron que se ganara o se perdiera la guerra.

Tolstói sostiene que no es así, que, aunque todo mundo creyó saber cómo se desenvolvería la historia, en realidad nada podría haber previsto cada una de las particularidades que se presentaron en la guerra y que desembocaron en la retirada de los franceses en Moscú.

Este azar por el que Tolstói se decanta en su explicación del curso de la historia tiene su explicación. La realidad es compleja, son muchas particularidades las que la componen; ni el esquema más complejo puede recuperar la riqueza de la realidad. En el libro se relata muy claramente, cuando reflexionando acerca de la guerra y viendo sus complicaciones alguien menciona que es como un juego de ajedrez, a lo que otro apunta que, aunque parecido, en el ajedrez tienes la certeza del valor de las piezas, que siempre hay manera de asegurar la partida privando al adversario de las piezas importantes o creando superioridad numérica, pero que en la guerra no pasa así, a veces un pequeño destacamento logra derrotar a gran cantidad de la armada contrincante y esto muchas veces por razones que no estuvieron en la pizarra de los generales. Sin duda esta concepción de la historia es discutible.

Otra temática más interesante aún es una de las preocupaciones por las que el autor se decide por esta explicación de los eventos históricos. Atribuirle a una persona la decisión del curso de la historia es creer que la voluntad individual decide el destino de toda una nación, lo que en estricto sentido sería negar la valentía del pueblo ruso. Cuando los franceses empezaron a penetrar el territorio ruso y después de las batallas perdidas de estos últimos, se empezó a reclutar a cualquiera. Ni los generales ni el zar tenían un plan para hacer triunfadores a los rusos, los nuevos reclutas iban a ser utilizados prácticamente como carne de cañón, nadie les dijo a qué plan táctico debían ajustarse y, contra todo pronóstico, fueron ellos y su coraje los que más daño hicieron a los franceses.

La literatura de Tolstói muestra una verdad de ese tiempo y de ahora: las mentes individuales, por muy grandes planes que tengan, solamente serán efectivas si las masas hacen suyos tales planes, de no ser así, el pueblo verá la manera de salir triunfante de los problemas que se le planteen.


Alan Luna es filósofo por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Arte, utilidad y capitalismo

Noviembre 2020

En uno de los libros donde se recupera parte de la producción en prosa del poeta mexicano Juan de Dios Peza se pueden encontrar algunas expresiones acerca del arte y su importancia para nuestro país. Según su punto de vista “un país sin artistas sería semejante a un cielo sin astros […] Yo busco en los artistas la encarnación de un ideal sublime porque el ideal es el alma de las obras humanas.”

Juan de Dios Peza, independientemente de la postura filosófica con la que podamos identificarlo, retrata de manera muy clara la necesidad, probablemente no material, de la producción de arte para un pueblo. Ya decía Carlos Marx al principio de su libro más importante que el hombre no solamente necesita satisfacer necesidades del cuerpo sino también de la mente. Desde muy temprano en su historia, el género humano tuvo necesidad de exteriorizar sus preocupaciones, sus pensamientos, sus concepciones del mundo y de la vida.

En muchas ocasiones el desprecio a la producción artística surge porque esta no produce algún tipo de bien material que la sociedad moderna considere útil; se tiende a dejar de lado al arte, no viendo su importancia. Se le suele dar el mismo trato que Aristóteles veía hacia la filosofía por parte de la élite política en su tiempo. No se crea nada útil porque lo útil es, en general, lo que se come o lo que se viste, aquello a lo que se puede dar un uso práctico, y como no se puede ver tal uso dentro de la filosofía, entonces tal actividad es inútil.

En la sociedad decadente que era la Grecia de Aristóteles, era claro que la prioridad era la producción de lo material, lo espiritual pasaba a un plano inferior; no hay tiempo de pensar en la esencia de las cosas, o en el devenir del humano. La crisis en que se sumió Grecia en ese tiempo obligaba a atacar a las actividades que necesitaban de una estabilidad económica para realizarse y se señalaron como ociosas y perniciosas, dignas de vagabundos y de desocupados.

Es ilustrativo recordar las opiniones de la Grecia antigua porque, mutatis mutandis, algo parecido pasa con el desdén al arte de la sociedad actual, y la base es también material.

En una sociedad que se ha basado en la producción de mercancías para el incremento de la ganancia de los grandes capitales, es también clara la prioridad de los valores que puedan con facilidad convertirse en mercancías. De esta manera, el arte se va asimilando a la lógica del sistema de producción capitalista y se va alejado cada vez más de la “encarnación del ideal sublime” que le reclama Peza.

Pero esto no es nunca una ley inamovible, sino la expresión de la tendencia y la generalidad. El que en algunos países o en ciertos sectores de la población el arte tenga más o menos difusión siempre precisa de un análisis de la situación concreta.

La política que en México se aplica a muchos de los organismos encargados de producir y difundir cultura es un claro ejemplo de las prioridades de un país que no se ha preocupado por mejorar el nivel de vida de sus habitantes, que ha ido en picada en sus proyecciones de progreso económico y que, por lo tanto, sacrifica al arte y sus artistas por considerar que estos no son tan importantes como, por ejemplo, el dinero destinado a los programas asistenciales. La austeridad hacia el arte en la política actual nos invita a reflexionar en las palabras de un poeta mexicano de antaño.


Alan Luna es licenciado en Filosofía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales

La guerra de las salamandras, de la ficción a la crítica social

Septiembre 2020

La guerra de las salamandras es una obra de ciencia ficción del escritor checo Karel Čapek. En ella se narra la historia que sigue al descubrimiento de una especie de salamandras identificadas con algún tipo de anfibio que se creía ya extinto. Durante toda la obra se van entrelazando los elementos fantasiosos con los de la crítica social.

El capitán J. van Torch, quien descubre a las salamandras gigantes, después de mucho reflexionarlo decide estudiarlas más de cerca y encuentra la forma de domesticarlas. Desde entonces las utiliza para su propio beneficio. Hace que le traigan perlas desde las aguas en las que nadan a cambio de modestas recompensas y de mínima protección contra los tiburones, quienes son identificados como sus enemigos naturales.

Desde que se entabla esta relación comercial, llama la atención la forma en que son utilizadas las salamandras trabajando para el capitán Van Torch, sin embargo, la relación inicial está envuelta cierto romanticismo, apoyada en los sentimientos paternalistas del capitán que no dejan ver toda la crueldad que se encierra en la naciente forma de explotación.

Conforme avanza la historia, al incrementarse la población de las salamandras, se hace necesario crear la forma de traspasar las barreras naturales y expandir su hábitat y la forma necesaria que adopta la resolución del problema a los ojos del capitán es la de crear barcos cisterna para transportarlas a otras costas y aprovechar la situación para seguir extrayendo perlas de los mares.

Los anfibios, que ya habían dado muestras de inteligencia y bondad, van desarrollando sus capacidades innatas tanto por su trabajo como por su contacto con el humano, de esta manera aprenden a hablar y a utilizar algunas herramientas para hacer trabajos bajo el agua, primordialmente con la intención de que cada nación saque provecho de sus salamandras, que ya se les vendían como mano de obra. El romanticismo que se percibía en un primer momento en la obra va desapareciendo poco a poco para dar paso a la más descarada explotación del trabajo, con las peores condiciones posibles y con clara ventaja para los que se creían con el derecho de hacer trabajar a las salamandras por ser superiores según ellos mismos. Es por esto que, utilizando todo lo aprendido en materia de ciencia y tecnología, se impulsa una reacción contra la tierra habitada por los humanos para dominarlos y hacerse del control total del planeta.

En la reacción tan descarnada y autoritaria que los animales adoptan muchos han visto una referencia al nazismo, que abiertamente era muy contrario a aquella ideología; incluso se llegan a lamentar algunos de los protagonistas de que se haya dejado crecer lo que desde un principio se mostraba peligroso. De alguna manera es cierto que se puede ver en las formas en las que evoluciona el problema cómo es que se va gestando el modo de pensar fascista de las salamandras, pero también el escritor es muy claro al recordarnos que lo que hace posible la existencia de pensamientos de esa índole, no es la naturaleza de algún ser, sino las condiciones materiales en las que se desenvuelve. El sentimiento de rencor y de venganza que posibilita el fascismo viene a su vez de la historia de humillaciones que han sufrido a lo largo de la historia, y por esto mismo dicha ideología nunca es buen síntoma para una nación, sino muestra de que son necesarios cambios profundos que permitan la elevación cultural de la gente.


Alan Luna es licenciado en filosofía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Courbet en la Comuna de París

Agosto 2020

Courbet es un representante clásico del realismo pictórico. Las escenas de la vida cotidiana, así como las representaciones de las actividades del pueblo son recurrentes en su trabajo.

Pero lo que llama la atención en la labor artística que desarrolló es la forma en la que compaginó esta con su compromiso político. En los inicios del Segundo Imperio, cuando Napoleón III era el “dirigente” político de Francia, Courbet se enemistó con él, principalmente porque las opiniones y posturas del pintor eran más cercanas al establecimiento de una república y a los impulsos de liberación y progreso que se respiraban entre las clases avanzadas de París. A tal grado estaba convencido de su crítica que cuando el gobierno le ofreció la Legión de Honor la rechazó sin pensarlo. En su carta de respuesta expresaba que el gobierno “… parecía haberse consagrado a la tarea de destruir el arte en nuestro país […]. El Estado es incompetente en esa materia […]. Tengo cincuenta años y siempre he vivido como hombre libre; déjenme terminar así mi existencia”.  Esta declaración es muestra del repudio que sentía por un régimen que consideraba contrario a los ideales de libertad.

El 18 de marzo, día en que inició el proceso revolucionario de la Comuna de París, Courbet inmediatamente tomó partido por los comuneros, por el pueblo parisino, pues estaba convencido de que venían a inaugurar una nueva forma de hacer política, misma que, al estar encabezada por las clases populares de la ciudad, sería más cercana a las necesidades del pueblo. Además de estas consideraciones de orden general, personalmente Courbet aseguraba que no podía dejar esta oportunidad para participar activamente en la nueva política de la Comuna.

Durante el breve tiempo que duró la Comuna, siempre fue un elemento crítico y ejemplo de dedicación en la construcción de lo que creía el nuevo régimen. Tomó medidas para blindar el famoso museo del Louvre, protección necesaria no tanto por los saqueos, sino porque desde el principio los opositores de la Comuna, representados por el ejército de Thiers concentrado en Versalles, bombardeaban sin compasión distintas partes de París para debilitar a los comuneros.

Siempre estuvo convencido de que el arte era un arma poderosísima en la construcción de la nueva sociedad. Convenció a los artistas para que se unieran a los intereses de la Comuna. Logró reunir a un grupo fuerte que tomó en sus manos la conservación de los monumentos y protección del arte en los museos, a la vez que intentaba persuadir a quien se cruzara en su camino de la legitimidad de la revolución en marcha.

Courbet, que exigía la libertad artística frente a las limitaciones y gustos impuestos por el Segundo Imperio de Napoleón III, exclamaba viendo el ánimo de los comuneros para impulsar el crecimiento artístico de su ciudad: “París es un verdadero paraíso […] Todos los grupos sociales se han establecido como federaciones y son dueños de su propio destino”.

Es verdad que no se puede valorar como bueno o malo a un artista por sus ideas políticas, de hecho, en muchas ocasiones la riqueza estética ha sido creada por artistas completamente conservadores. Sin embargo, es importante reconocer el compromiso de personas como Courbet para alejarnos de la idea de que el arte no tiene nada que aportar a la transformación de lo real. Con él se muestra el apego que muchos artistas han tenido por su pueblo y el rol activo que pueden jugar todos los sectores sociales en un proceso de transformación como el de la Comuna de París.


Alan Luna es licenciado en filosofía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Retrato de una mujer en llamas: mito y realidad de la condición femenina

Junio 2020

Ambientada en la Francia del siglo XVIII, la película Retrato de una mujer en llamas nos narra la historia de una pintora encargada de retratar a una mujer aristócrata, Héloise. La importancia del retrato estriba en que, una vez mandado a un señor de Milán, este decidirá si acepta casarse con la retratada. Esta condición no es aceptada por la aristócrata con la docilidad necesaria para llevar a cabo el encargo, lo que lleva a su madre a recurrir a una joven pintora que deberá hacerse pasar por dama de compañía de su hija para lograr retratarla en secreto.

De principio a fin, el filme se encarga de construir una crítica de la condición femenina que desde hace mucho tiempo pesa sobre la mujer, poniendo como ejemplo la sumisión en el contrato matrimonial que la madre de la aristócrata ha hecho y del que el retrato es el sello. Héloise, aunque sabe que no puede contradecir a su madre, intenta reflexionar el porqué de su situación. En el desarrollo de la trama va haciéndose cada vez más íntima de la pintora hasta forjar algo más que una simple amistad.

A lo largo de la historia hay una escena que destaca sobre las demás y cuyo genio inspiró el presente escrito: están las dos íntimas y la criada de la casa —con quien habían forjado también una amistad— leyendo juntas y a la luz de una vela un libro que la pintora (símbolo del librepensamiento) había traído consigo. Leen específicamente el mito de Orfeo y su amada Eurídice, la parte donde se relata la hermosa música que permite que los habitantes del Hades se apiaden de Orfeo brindando la posibilidad de que éste se lleve a su amada, así como la condición que le es impuesta para poder triunfar totalmente: no debe voltear a verla hasta estar completamente fuera del Hades. He aquí que estando a punto de salir, el mítico Orfeo no soporta más la curiosidad y, cegado por el amor, no se resiste a voltear a ver a Eurídice, quien al instante se desvanece, perdiendo con esto la oportunidad dada para que los enamorados se reencuentren nuevamente.

Las interpretaciones que se dan del mito son todas interesantes: Héloise opina primero que Orfeo estaba loco de amor, de ahí su impaciencia; Sophie, la criada, se indigna por considerar una injusticia la negación de lo previamente conseguido, pues piensa que ya habían sido convencidos los que pudieran darle la libertad nuevamente a Eurídice; Marianne, la pintora, llega a considerar que Orfeo eligió conservar el recuerdo de ella, que para los poetas es más duradero que la efímera existencia que ya había tenido oportunidad de probar. Después de la breve discusión Héloise sugiere: “Quizá fue ella quien le pidió que se girara”. Bajo esta interpretación, Eurídice nunca pidió salir del Hades, fue Orfeo el que asumió que los deseos propios son los de la amada y que es deber de ella regresar a su lado. Eurídice, en un arrebato de conciencia, decide tomar su destino en sus propias manos y lo seduce para que voltee a verla y sellar con esto su destino por decisión propia.

El mito y su interpretación no son cosas tan fáciles, pero con este sucede muchas veces como con el arte: en repetidas ocasiones dicen y enseñan más que lo que pretendieron los creadores en su origen.

Robert Graves, uno de los mitólogos más reconocidos, no da claves para la interpretación del mito en torno a la muerte de Eurídice. Para él incluso “parece ser que estos hechos se produjeron erróneamente de pinturas en las que aparece Orfeo siendo recibido en el Tártaro…”[1], no profundiza acerca de las intenciones de Eurídice o de su polémico destino, condenada a morir dos veces. En cambio, sintetizando la tradición que relata esta parte del mito, Graves nos relata que “un día, cerca de Tempe, en el valle del río Peneo, Eurídice se encontró con Aristeo, quien intentó forzarla. En la huida pisó una serpiente y murió a consecuencia de la mordedura.”[2]. Las condiciones en las que muere Eurídice hacen cada vez más claro el porqué el filme toma este mito como el símbolo de la crítica que se propone llevar a cabo. Eurídice muere por huir de un hombre que quería forzarla, por querer ser libre de entregarse o tal vez por tener la osadía de rebelarse ante aquel que se creía con el derecho de tomarla.

Tampoco Ovidio, el gran poeta latino, menciona gran cosa, exceptuando el pasaje en que narra que la amada “… al morirse por segunda vez, no emitió queja alguna de su esposo (¿de qué se iba a quejar, sino de haber sido amada?) …”[3]. Sí, probablemente no tenía nada que reprochar o tal vez no sentía esa segunda muerte como la pérdida de una libertad que jamás exigió, por la que abogaron otros sin pedirle opinión alguna.

Hurgando en las bases materiales del origen de la familia en El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, Federico Engels conecta el mito con el estudio histórico de las relaciones familiares rescatando la opinión de Bachofen con relación a la Orestíada de Esquilo. Esta interpretación parte del mito en el que se narra cómo Orestes, tras la muerte de su padre (Agamenón) por parte de su madre (Clitemnestra), decide matar a esta. Las Erinias, “… seres demoníacos que protegen el derecho materno…”[4], persiguen a Orestes hasta que intercede Apolo, quien es el que lo incitó al matricidio por medio de su oráculo. El asunto se resuelve en un famoso juicio donde Atenea convoca al areópago ateniense, obteniendo igualdad de votos a favor y en contra de Orestes, con lo que la diosa se ve obligada a decidir optando por la absolución de aquel. Con este gesto se muestra el triunfo del derecho paterno sobre el materno en las sociedades primitivas.

Para Engels el mito es importante porque proporciona claves para identificar cómo se entendían las relaciones familiares en una época de la que muchas veces no se tiene registro escrito. Muchos de los mitos de los que aún se tenía memoria cuando se empezaron a grabar en algo más que en la memoria, eran muestras de tradiciones, de relaciones sociales que ya no existían. Así, por ejemplo, de acuerdo con la interpretación respaldada por Engels, los mitos heroicos serían las referencias típicas de la transición del matriarcado al patriarcado. En los mitos anteriores, antes incluso de la rebelión de los dioses olímpicos contra los titanes, la mujer ocupa un lugar más importante, muestra del derecho materno imperante entre las tribus griegas de ese tiempo.

Pero Engels no se contenta con la interpretación mística; una de las grandes críticas que le hace a Bachofen es que este “… cree, como en su tiempo Esquilo, en las Erinias, en Apolo y en Atenea, es decir, cree que estas divinidades realizaron en la época heroica griega el milagro de echar abajo el derecho materno y de sustituirlo por el paterno.”[5] La clave es ver en esas construcciones de la mente del hombre las relaciones reales a las que hacen referencia.

Las relaciones familiares y el derecho que a ellas corresponde son también muestra de las relaciones de dominación de un género sobre el otro; de esta manera, en la familia construida sobre las relaciones naturales imperantes en la sociedad primitiva —basada en una producción limitada de los bienes necesarios para poder sobrevivir— no existía el excedente de lo que se producía en la tribu, salvo excepciones. De esta manera, la división social del trabajo entre hombres y mujeres hacía naturalmente a las últimas el núcleo de las relaciones familiares: hombres dedicados a la caza y mujeres y niños a labores menos peligrosas. La sobrevivencia de la especie dependía de relaciones familiares benefactoras para la mujer, en las que se sabía la descendencia por parte femenina y donde el padre nunca sabía a ciencia cierta quién era su hijo. Tampoco al padre le interesaba, dado el poco desarrollo de la economía, reclamar la seguridad en su descendencia. Esta situación cambió rápidamente con el desarrollo de los medios de producción y con el consiguiente incremento en la producción de las bienes materiales; la riqueza en aumento era ahora amasada individualmente, ya no era propiedad de la tribu. El hombre empezó a reclamar el derecho de posesión de aquello que producía y su riqueza en aumento sentó las bases para el derecho paterno. Fue aumentando la preocupación de a quién le dejaría las riquezas por él acumuladas, con lo que exigió la seguridad de tener hijos que con plena certeza fueran de su sangre. El derecho a la herencia fue la exigencia que desencadenó la necesidad de la propiedad privada de la mujer, condenándola a ser simplemente la cuidadora del hogar del padre.

La historia posterior nos enseña el lugar que ocupan el hombre y la mujer en la relación familiar dependiendo del papel que juegan ambos en el proceso de producción de los bienes materiales necesarios para sobrevivir como especie. La condición social de la mujer la ha orillado desde el nacimiento de la sociedad patriarcal a no participar como el hombre en la producción social, por lo que no puede ser libre, ni material ni espiritualmente, es esclava del hombre que la mantiene.

Por esto último, Engels considera que, para poder liberarse realmente de la esclavitud a la que ha sido sometida, la mujer debe buscar la transformación de sus condiciones materiales de vida, cambiando, en primer lugar, la posición que ocupa en el proceso de producción: “… la emancipación de la mujer y su igualdad con el hombre son y seguirán siendo imposibles mientras permanezca excluida del trabajo productivo social y confinada dentro del trabajo doméstico, que es un trabajo privado.”[6] Las ventajas de formar parte del “trabajo productivo social”, como Engels lo llama, son significativas. Al participar de la producción la mujer adquiere cierta independencia económica que la hace también independiente del sustento económico del hombre. También se crean condiciones para que pelee junto con sus hermanos obreros por mejores condiciones laborales, en un principio más desventajosas para las mujeres que para el hombre.

En este sentido, también Retrato de una mujer en llamas nos ilustra. Héloise está condenada a sufrir su matrimonio arreglado y al final, cuando no puede aplazarlo más, resiste estoicamente su destino. No puede ser de otra manera. Aunque no se sabe gran cosa de la historia de la familia, se sabe que, a pesar de su buena fortuna, no tienen otra manera de asegurar su futuro. La pintora en cambio, que también es mujer, decide libremente su futuro, poniendo, incluso, su propia academia de pintura; ella trabaja y con lo que gana crea su independencia económica, no se ve obligada a someterse al matrimonio arreglado. Por esto, el filme y toda su crítica hacia la condición de esclavitud velada de la mujer, nos recuerda que la clave para la liberación femenina es en realidad la clave de la liberación de la clase obrera como clase explotada: cambiar las relaciones económicas que permiten y hacen posible la dominación de un género sobre el otro, o de una clase social sobre otra.


Alan Luna es licenciado en filosofía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] Graves, Robert, Los mitos griegos 1, Alianza editorial, España, 2011, p. 168.

[2] Ibíd., p. 164.

[3] Metamorfosis, Libro X, 60.

[4] Engels, Federico, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, editorial fontamara, México, 2005, p. 8.

[5] Ibíd., p. 9.

[6] Ibíd., p. 162.

Paul Gauguin: la vuelta a lo salvaje y la contradicción occidental

Junio 2020

La pintura de Gauguin, como la de muchos pintores, siempre estuvo en constante transformación. Cuando definimos a un artista resulta complejo identificar las líneas de demarcación que enmarcan su creación, en donde muchas veces se confunden las características específicas del artista. Sin embargo, uno de los múltiples cambios que sufrió Gauguin nos hace reflexionar acerca de lo influenciado que está el arte por la historia misma de la sociedad.

En 1891 Gauguin decide hacer su primer viaje a Tahití, ¿la razón? La misma que lo había llevado a salir ya de Europa en ocasiones anteriores: buscar para sus lienzos representaciones de una vida aún no influenciada por la civilización europea. La nueva sociedad en desarrollo venía a influir en la decadencia del arte condenado a la homogeneización. Los estándares de belleza tenían que ser los europeos, así como el estilo y las representaciones de la vida cotidiana tenían que expresar la moderna civilización. Por todo esto, Gauguin pretendía revolucionar el arte volviendo a lo primitivo, pintando un mundo aún diverso, sin las normas morales de los burgueses, con los colores de un mundo que aún existía bajo la bota de los colonizadores.

Antes de llegar a Tahití ya había ensayado otros destinos. Inglaterra y sus tradiciones, que enorgullecían a los ingleses, o la atrasada Perú, no le dieron lo que buscaba. En Tahití apenas un rastro del mundo primitivo en transformación lo inspiró para trabajar en sus pinturas y grabados, pero la desilusión vino pronto, al ver cómo la religión europea y todo su adoctrinamiento estaba influyendo ya el espíritu de la gente.

El mundo que Gauguin quería pintar era uno que estaba desapareciendo ante la modernización y la globalización de la ideología occidental. La huida de este mundo en decadencia hacia uno puro representaba para él la renovación del arte a través de la vuelta a lo salvaje; sin embargo, la rueda de la historia no gira hacia atrás. La búsqueda de un mundo nuevo es la huida del artista de un mundo plagado de contradicciones que mataban todo lo que Gauguin consideraba bello; no obstante, su experiencia debió enseñarle que el nuevo cambio al que estaba asistiendo no podía evadirse.

La historia de la filosofía nos ha dado ejemplos de pensadores que, al ver las crueldades de las que es capaz la sociedad civilizada, plantean un regreso a tiempos primitivos donde todo era mejor; sin embargo, este pensamiento no pasa de ser una utopía sin fundamento. Incluso este pintor no pudo, en contra de sus deseos, separarse del dinero para poder sobrevivir, no pudo encontrar una vida donde se mantuviera de lo que la naturaleza por sí misma le daba, dedicado a pintar los mitos y demonios que causaban terror a los salvajes.

A pesar de la invasión occidental en los rincones más alejados del mundo, Gauguin consiguió hacer su arte a partir de los resabios de lo que encontró, pudo retratar a las gentes que no eran vistas comúnmente y, al pasar de los años, logró que se reconociera su trabajo como una aportación valiosa. Pero esa escapatoria de las contradicciones de lo moderno se nos antoja ahora lejana, ahora más que antes nos es imposible la huida de las tendencias del arte del capital. Pero por eso mismo, la salida hacia una transformación del arte se ve más clara sin su sustento utópico: el arte dedicado a la transformación de la sociedad actual a través de la transformación de la cultura dominante.


Alan Luna es Licenciado en Filosofía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Dos posturas del modernismo contra el arte comunista

Mayo 2020

El modernismo como movimiento filosófico y artístico tiene muchas aristas. Ni siquiera es sencillo delimitar a sus participantes. Lo que se conoce bien son sus orígenes como movimiento crítico del realismo y su tendencia a revolucionar y separarse de esta tendencia artística, pues se creía que el arte no debería aspirar a representar la realidad de manera exacta a como la vivimos, sino transcenderla. Como resultado lógico, hubo dos reacciones fundamentales ante este fenómeno, uno que lo apoyaba y otro que lo criticaba.

Quien lo apoyaba argumentaba que era momento de que el arte se moviera de su sitio actual, que se necesitaba una revolución en donde el arte dijera más cosas que solo las representaciones de la vida cotidiana. Quien lo criticaba veía en esta tendencia un olvido de la forma tradicional de hacer arte. Toda la enseñanza del arte antiguo y todas la técnica hasta el momento aprendidas se veían amenazadas, desde su punto de vista, por esta moderna forma de pensar. Lo curioso en esto es que, por lo regular, unos y otros estaban de acuerdo en un punto: su postura era contraria a la idea del arte comunista.

Los propulsores del modernismo veían que la postura comunista muchas veces protegía y rescataba la tradición cultural, y en este sentido, los identificaban como enemigos del cambio artístico, más cuando esto significaba abandonar toda influencia ideológica de las obras de arte para empezar a poner el acento en la subjetividad del creador. 

Por otro lado, los críticos opinaban que la idea de revolucionar el arte y romper los esquemas es fundamentalmente de inspiración comunista. En efecto, parecen pensar, fueron ellos los que han querido darle una sobre interpretación ideológica al arte al decir que debería crearse arte con más contenido proletario, odiando, por mandato de su revolución, todo el arte aristocrático o burgués, queriendo sepultar de una vez por todas este arte no popular, llevando su idea revolucionaria a niveles absurdos en materia del arte.

Es igualmente interesante cómo estas opiniones de crítica hacia el comunismo en el arte han sobrevivido hasta la actualidad. Desarrollando su teoría del arte, su estética, los modernistas refieren al comunismo como un arte esclavizante, contrario a la libertad del creador. Opinan que el comunismo quiere unificar todas las tendencias ajustándolas siempre a los intereses de clase. Esto detiene la libertad del artista para exponer en su arte lo que le venga en gana. Sin embargo, la teoría que se ha desarrollado en el sentido contrario, de crítica al modernismo, no es de apoyo a las ideas comunistas. Incluso han salido voces reconocidas como la de Avelina Lesper a declarar que “uniformar, igualar, es el comunismo del arte, es la obsesión de que no destaque lo realmente excepcional, es crear una masa informe en la que lo único destacado sea una ideología, no las personas”. Se refería así al arte moderno como una tendencia a borrar todas las diferencias técnicas, y en donde solo el criterio del autor nulificaría la capacidad de reconocer el arte de calidad del resto de las obras.

De todo esto se deduce que la defensa del arte de inspiración comunista no es sencilla. Exige, por un lado, una crítica específica hacia el arte tradicional, sin olvidar el aporte de ese mismo arte, recuperándolo hasta donde sea posible; por otro lado, demanda una propuesta clara que sea la muestra de la revolución artística sin caer en el anarquismo de la subjetividad.


Alan Luna es Licenciado en Filosofía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

El miedo al fascismo y la importancia de Lenin

Abril 2020

A últimas fechas ha llamado la atención la ferocidad con la que los simpatizantes del gobierno actual defienden la realidad de la transformación que para ellos significa la 4T. Algunos académicos, como John Ackerman, lo hacen incondicionalmente y sin aceptar posibles errores en las decisiones y actitudes del gobierno de Morena; otros, como Carlos Illades en su libro Vuelta a la izquierda, con críticas que intentan perfeccionar lo perfectible. Y es que, cuando pareciera que hay razones para dudar de la viabilidad de las medidas de Andrés Manuel, o cuando se empieza a argumentar sólidamente en contra de alguna de sus políticas, sale a relucir por parte de sus defensores un curioso reproche que se resume en la siguiente idea: “si no apoyamos a la izquierda de AMLO, podemos hacer que el pueblo busque a la extrema derecha para reemplazarlo”.

Es esto, el temor a la derecha, al fascismo, como luego lo mencionan, lo que impulsa a muchos intelectuales y académicos que se dicen de izquierda a defender y buscar un sustento racional a las medidas políticas y económicas del actual gobierno. Sin embargo, hay algunas objeciones que hacerle a este planteamiento, por mucho que les pese a los optimistas y aplaudidores de hoy.

En primer lugar, aceptar esta postura presupone que sólo hay una salida a la derecha, esto es, una única forma posible de entender la izquierda, la que tenemos en la actualidad. Esto, afortunadamente, no es verdad. Cualquiera que pretenda iniciar un proceso de transformación en la actualidad, debería tomar en cuenta la experiencia adquirida a lo largo de la historia de las luchas revolucionarias. Analizando los fenómenos sociales, nos damos cuenta de que los procesos revolucionarios nunca son sencillos, no es una lucha entre los buenos y los malos, o una lucha entre la izquierda y la derecha puras. Distintas acepciones de la derecha y de la izquierda hacen que en ocasiones las batallas más importantes se den al interior de alguna facción y, en el caso de la izquierda que se concibe como revolucionaria, esto cobra mucha importancia.

Lenin en su libro ¿Qué hacer? nos muestra un panorama complejo de los grupos de izquierda de la Rusia zarista, y es su propósito en este texto aclarar las diferencias de su grupo con las de los otros tantos existentes. Anarquistas, economicistas y marxistas, se diferenciaban tanto por las teorías con las que interpretaban su realidad social como por la forma en la que actuaban para transformarla. No es el propósito del presente artículo ver la superioridad de alguna teoría por sobre las demás, sino ver la importancia que tiene reconocer la lucha entre los que se dicen de izquierda como una contradicción elemental en el proceso revolucionario.

Para ilustrar lo anterior, podemos recordar la problemática, desarrollada en el libro, entre los economicistas y Lenin. Para este último, el gran problema de los economicistas era su culto a la lucha espontánea de las masas. Ellos creían que el movimiento revolucionario tenía que seguir un curso “histórico” determinado exclusivamente por las potencias del momento. Bajo esta lógica era imposible pensar en un impulso externo, en algo que influyera en las tareas que los obreros se habían trazado como importantes y, por tanto, la lucha de la gente quedaba reducida a la exigencia por mejoras económicas, pues eran estas las tareas que las masas veían como importantes. Lenin observa que precisamente esta concepción es una traba para el desarrollo del movimiento revolucionario. En efecto, la conciencia que puede alcanzar el obrero por sí mismo no es otra que la determinada por la influencia teórica que lo ha rodeado hasta ese momento. El obrero no tiene más que su experiencia para trazar su lucha revolucionaria, lo que lo lleva a pensar en las salidas y luchas más inmediatas para mejorar su situación económica; por esta razón, su perspectiva es limitada y necesita desarrollar una más crítica, con visión de futuro, que le permita superar la conciencia espontánea que le ha dado su educación bajo condiciones de explotación.       

Esta lucha entre los economicistas, (que eran, como ya vimos, alabadores de la espontaneidad de las masas, pues creían que no se podía imprimir fuerza externa al movimiento de los obreros sin que se viera perjudicado el curso “natural” de la revolución) y las ideas de Lenin, tenía gran importancia, pues como decía este último, el problema es que dependiendo del enfoque que se le dé a los problemas de la revolución, las soluciones y acciones propuestas para el desarrollo de ésta pueden ir por buen camino o pueden desviarse.

Un revolucionario, aquel que quiere de verdad la transformación de todo lo existente en pos de una sociedad mejor, debe estar siempre preocupado por que el camino tomado por el movimiento de masas sea el mejor posible, dado que los problemas de que la masa se deje guiar por una falsa izquierda son muy grandes.

Los demagogos, como Lenin los llama en su libro, no solamente viven del descontento popular y lo explotan por intereses personales, sino que traen problemas reales al movimiento de transformación social.

La mala educación del pueblo no es de importancia menor. Cuando éste está bajo la guía de alguien que no tiene un estudio científico de cómo debe ser transformada la sociedad en las condiciones concretas de su país, no adquiere ni proporciona las herramientas necesarias para la emancipación de su clase social. Por tanto, no se educa a la gente ni se hace lo posible por que sea ella la autora del cambio y transformación sociales. La mala guía, de este modo, repercute en primer lugar en la poca educación popular, lo que hace que se atrase la toma de conciencia y la decisión de la gente por cambiar el estado de cosas actuales, a falta de una guía de hacia adónde, hacia qué rumbo es que hay que conducir el cambio.

Lenin nos recuerda que en todo movimiento revolucionario está la posibilidad de la derrota, que no hay predestinados a la victoria nunca, y es precisamente por esto que hay que tratar por todos los medios posibles de reducir al mínimo la probabilidad de fracasar; esto se logra solamente si las medidas que se han tomado por quienes están al frente del proceso, son las correctas. En saber si el camino tomado por el pueblo (siguiendo a los que van al frente del movimiento) es el correcto, se juega el triunfo de las aspiraciones de justicia e igualdad del pueblo.

Otra razón para dar la batalla contra la falsa izquierda. Al difundir la idea de una sola posibilidad de cambio, de una sola izquierda posible, se va amoldando la conciencia del pueblo a identificar a la “izquierda” actual como representante de la izquierda en abstracto, esto es, como si fuera la izquierda en sí, no como una forma concreta sino como toda izquierda posible. De esta manera, cuando fracasa el movimiento (recordemos que la probabilidad de esto aumenta mientras menos preparado esté el grupo de izquierda en cuestión), dicho fracaso se identifica como característico de las políticas de izquierda. Así, la extrema derecha y las políticas fascistas cobran un impulso con los errores de los que se han autoproclamado la voluntad del pueblo.

Siguiendo con la argumentación, podemos decir que el temor de los que apoyan a Andrés Manuel por las consecuencias que pueda traer el dejar caer a la izquierda del gobierno, no es infundado ni irreal. El peligro del fracaso de la izquierda es, en efecto, que la derecha —y no cualquier derecha, sino la más descarnada y retrógrada— tome el poder, pues el pueblo estará harto de la ineficiencia e inexperiencia de los que pretenden “transformar” la economía y la política tradicional.

Pero quienes ven el peligro del fascismo no se dan cuenta, en el mejor de los casos, que es precisamente la falsa conciencia que le inculcan al pueblo la encargada de aplanarle el terreno a los discursos de extrema derecha. La conclusión que ellos sacan es la de apoyar por todos los medios a la autoproclamada 4T o, en otros casos, apoyar criticando algunas cosas que se pudieran hacer mejor, pero nunca criticando el fondo reaccionario que cualquier transformación a medias y sin un fin claro conlleva.

Por todo esto, es absurdo que aceptemos los reproches de los que, alabando al gobierno actual, critican a todos los opositores como parte de la derecha o como inconscientes de los peligros que trae el no apoyar o no “valorar lo que tenemos en este gobierno”. Precisamente porque hay que ser conscientes del peligro del viraje a la derecha, manifestado ya en la historia en muchos países en donde la izquierda —muchas veces debido a presiones extranjeras— ha dejado de gobernar, es que necesitamos desengañar a la gente de las falsas conclusiones de los propagandistas del gobierno. Si el peligro del fascismo es real, la conclusión no debe ser apoyar ciegamente lo que tenemos, sino ver las distintas opciones que nos ofrezcan una salida alterna, lejos de lo que ya sabemos que no funciona. No olvidemos que la derecha con el PAN ya gobernó, y por mucho que ahora salgan, envalentonados por los errores del gobierno, a hacer alarde de sus “logros”, no puede obviarse que en resumen fue el suyo un mal gobierno, de polarización de la sociedad y ahondamiento en la pobreza y la desigualdad.

Si esta opción ideal, de verdadera izquierda, aún no existe en la palestra política, entonces el deber del que quiere transformar la realidad es ayudar a construirla. Claro que es mucho más difícil hacer esto que alabar lo que ya está hecho, pero, como redacta Lenin, la falsa revolución es la peor enemiga de la clase explotada, pues no permite que las condiciones reales del cambio se lleven a cabo. Habrá quien piense que los promotores de otro tipo de cambio contrario a lo que vemos ahora pueden estar equivocados y ser, por este motivo, los portadores del falso cambio, pero esto lo tiene que decidir la historia, el proceso real y objetivo del movimiento social y no un puñado de predicadores que con el fin de acabar con toda tentativa de movimiento social alterno al de ellos, difundan la idea de que su transformación es la única posible.


Alan Luna es licenciado en Filosofía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

La moral eterna de San Andrés

Marzo 2020

Gran parte de la filosofía a lo largo de su historia ha intentado descubrir las verdades eternas, es más, un número importante de discusiones filosóficas tienen como base el definir si existen dichas verdades o si solamente son una ilusión de alguien que intenta sentar las bases de todo el conocimiento humano.

Los filósofos que creen en las verdades eternas buscan la forma de conocerlas. Un ejemplo clásico de esto es Platón, filósofo de la antigua Grecia, que creía en la división del mundo en dos partes: el mundo de las ideas y el mundo de las representaciones.

El mundo de las representaciones es el que todos conocemos, el que vemos y sentimos. Platón cree que al haber tanta diversidad entre las cosas no todas son iguales y, sin embargo, existen cosas que se agrupan categóricamente; ejemplo: todos los árboles que hay en el mundo son distintos, no hay dos que sean completamente iguales, no se repiten; sin embargo reconocemos que hay algo en lo que se parecen, pues todos son agrupados en la categoría de “árbol”. ¿Qué es eso que hace que podamos identificar a todos como lo mismo -que todos son árboles- si aparentemente todos son distintos? La respuesta de Platón es: la diversidad existe porque todo lo que vemos son representaciones de la idea de las cosas. En el ejemplo del árbol, todos son representaciones de la idea de árbol, se parecen entre sí porque copian a la idea que representan. La idea habita en el mundo de las ideas y es ahí en donde están las esencias de todo lo que nosotros conocemos. De este modo, conocer la verdad equivaldría a conocer las ideas perfectas; conocer las representaciones solo es importante en tanto nos acercamos a conocer la verdad contenida -en pocos grados- en las representaciones.

Pero las posturas filosóficas similares a esta parten del supuesto de que la verdad es una sola, es inmutable y es eterna. Lo que es verdad lo es porque siempre ha sido así, de otra manera no valdría la pena hablar de lo verdadero.

Ante la imposibilidad de descifrar o descubrir a la verdad en sí, se desarrolla una postura contraria llamada relativismo, que consiste en decir que la verdad es relativa; no existe una verdad sino muchas y, por lo tanto, es imposible investigar lo verdadero en sí. Esto trae como consecuencia que no se discuta si alguien tiene la razón respecto a algún punto u opinión, pues es “su verdad”, y como no se puede argumentar que lo que se opina contrariamente sea verdadero, la actitud correcta es respetar la verdad de cada quién.

Este estilo de debates en la filosofía ha encallado en todas las ramas de ésta. Así, por ejemplo, la ética durante mucho tiempo ha debatido si es posible una regulación moral que sea universal y aplicable a todos los seres humanos o si la moral es relativa a las costumbres de cada quién y si, por lo tanto, lo correcto es respetar la relatividad de las concepciones morales de la gente.

Uno de los filósofos que expresa más claramente este problema es Kant. En su investigación ética busca una moral eterna, aplicable a todos los humanos, sinónimo de una verdad absoluta en materia de comportamientos humanos. De esta forma podríamos decir cuál es la forma correcta de comportarse de todos, además de imponer reglas y patrones de conducta ayudados del sustento universal de la verdad moral. Sin embargo, Kant abandona este propósito al verse imposibilitado para encontrar algún sustento real en su búsqueda de la verdad superior en la moral, y decide lanzar su concepto de la “moral provisional” que consiste en adoptar la moral vigente en la sociedad, en lo que encuentra la respuesta a la moral universal.

Como en el problema de la verdad en general, esta cuestión vista desde su lado extremo lleva a plantear el relativismo moral. No se pueden dar lineamientos morales porque todos tienen su punto de vista de lo moralmente correcto y todos tiene derecho a pensar y actuar como quieran.

Debatir sobre estos problemas no es banal, muchas de las acciones que el ser humano emprende tienen algún sustento filosófico, es decir, de acuerdo con la forma en que se analiza la realidad, se actúa de un modo u otro.  Y esto cobra más importancia aún cuando las decisiones que se toman involucran la vida de miles de personas. Por esto siempre es importante analizar el sustento teórico de alguien como el Presidente de la República, pues según las políticas que el presidente implemente le irá mejor o peor al país. El sustento teórico juega un papel importante para conocer las concepciones del mundo que están detrás de sus políticas y su idea de transformación de México y, a través de éstas, podemos saber también cuán realistas son.

Parte del discurso del actual presidente se ha mostrado como una continuidad de la filosofía que cree en las verdades eternas, pues propone cambiar a la sociedad con una revolución moral. Lo que nos falta los mexicanos es actuar con bondad y honestidad. Nuestros problemas empezaron por alejarnos de los preceptos morales y, por lo tanto, basta con que empecemos a actuar de manera distinta para que se solucionen todos los males que arrastramos.

Como ya vimos, la cuestión no es fácil y precisa de muchas aclaraciones, pero son fundamentalmente dos preguntas las que saltan a la vista: ¿se puede dar por sentada la existencia de la verdad universal?, ¿qué le hace pensar al presidente que es la que propone y no otra la forma moral de actuar?

Tal y como se manifiestan en la historia, las costumbres y las reglas morales han ido transformándose, lo que ahora nos parece muy normal antes no lo era, e incluso en el mismo tiempo es común encontrarnos con que lo bueno en algunas costumbres no lo es en otras.

El pensador alemán Carlos Marx logra darnos pistas para resolver este problema lejos de la tradicional toma de postura por alguno de los polos opuestos del debate. Para Marx, si queremos entender el problema y, por lo tanto, darle una solución objetiva, debemos analizarlo tal y como se ha presentado en la historia. En textos importantes como La ideología alemana nos explica que la base del constructo social de la humanidad es la forma en la que esta produce los bienes materiales para poder sobrevivir. Esta forma de producción crea específicas relaciones sociales y una forma específica de vivir y pensar, por lo tanto, lo que los hombres y mujeres piensan no viene de otro lugar sino del entorno en el que viven y de la forma en que se han desarrollado. Las ideas, la filosofía, la religión, las leyes de una sociedad, corresponden a la forma en la que se ha configurado a través de la historia la estructura material de la sociedad. Este es el significado de la determinación de la superestructura por la estructura, como menciona Marx en la Contribución a la crítica de la economía política.

Cuando nuestro presidente Andrés Manuel menciona que lo que les hace falta a los mexicanos es recuperar los valores morales perdidos, comete dos errores fundamentales. El primero es que supone la existencia, sin argumentarla, de la moral eterna, de una verdad a la que todos deberíamos aspirar y creer y, más aún, a una verdad moral que él posee y que debemos admitir sin reclamos; probablemente por esto el discurso del presidente es tan ambiguo y poco claro. Al hacer pasar su discurso como universalmente verdadero no le queda otra más que enfocarse en generalidades como la honestidad, la justicia, la bondad, el respeto, (proponiendo como medida más concreta la difusión de una cartilla moral que todos debieran aprenderse y usar como guía de acción), sin pasar a darle contenido a esas ideas abstractas. Pero Marx nos demuestra que los conceptos siempre adquieren contenido, y además un contenido específico en el desarrollo histórico concreto de los pueblos.  

La justicia nunca es una justicia abstracta, adquiere siempre un contenido concreto. Justicia ¿para quién? En este sentido, dependiendo del momento histórico, lo que es justo para unos es injusto para otros. Esto mismo pasa con la honestidad y demás valores morales: no son aplicables a todos los sectores de la sociedad. Al configurarse la historia como una realidad en donde existen clases sociales antagónicas, tenemos que los intereses de esas clases son también distintos, por lo tanto, lo que persigue cierto sector de la sociedad no coincide con los intereses del otro. En un sistema de producción capitalista, lo justo para el dueño de los medios de producción será todo lo que le implique el incremento de su capital, lo justo para los trabajadores, en cambio, es conseguir mayores comodidades para trabajar, por ejemplo, mejores salarios, muchas veces en detrimento de la ganancia del capitalista.

El segundo error es de concepción del mundo. En la filosofía de AMLO, lo que determina la posibilidad del cambio es la transformación en la moral, la transformación en las conciencias, pero estas, como ya vimos, no son sino el producto de la historia de la humanidad y de las condiciones concretas en las que se vive. Así como no tienen los mismos intereses los que provienen de clases sociales distintas, tampoco las ideas, fruto de su condición material, son las mismas. Las ideas son el producto de las condiciones y con el cambio de éstas podemos lograr también el cambio de las ideas. Querer cambiar las condiciones de vida solamente con el cambio de las ideas en una utopía.

El presidente quiere que la sociedad mexicana por arte de magia piense de otro modo, abriéndole los ojos solo con el ejemplo de su bondad y honestidad, pero debemos darnos cuenta del peligro que conlleva enfocar de manera errónea el problema. El que se diga que lo principal es la revolución de las conciencias y no transformar las condiciones materiales de la gente para que se transforme con eso su forma de pensar, es no poner la atención en lo principal: el mejoramiento real material de la gente, más aún, es no considerarlo principal, de ahí la constante despreocupación por los temas de la economía en el gobierno federal. Como dice Lenin en su libro ¿Qué hacer?, cada uno puede opinar y practicar la filosofía que quiera, pero tratándose de políticas que afectan a millones de personas tenemos derecho a exigir claridad y realismo en las medidas que se implementen para combatir los males sociales. Vivimos en una realidad compleja y los problemas que se presentan son cada vez peores, necesitamos gente de ciencia en el poder y no ocurrentes.


Alan Luna es licenciado en Filosofía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

La necesidad de un arte nacionalista

Marzo 2020

Una de las varias funciones que tienen las bellas artes es la de inculcar valores. Son una herramienta para conocer el mundo, pero no el mundo en general, en abstracto, sino un mundo concreto, un mundo fruto de la visión de un artista. El arte nunca es imparcial y esa parcialidad hace que parte de la riqueza de los creadores de arte venga de su particular posición ideológica.  

En condiciones como las de México, donde un pueblo ha sido despojado de su historia, donde se le han metido en la cabeza las aspiraciones de otra cultura para alejarse de los problemas nacionales y para que no cobre conciencia de la enorme falta que le hace a su sociedad, es necesario un arte que le recuerde al pueblo su historia y le inculque un cariño por esa su explotada sociedad.

Jorge González Camarena, perteneciente a la llamada segunda generación de muralistas mexicanos, explora el sentimiento de nación que nos hace reflexionar acerca de nuestro pasado. Conocer y recordar la historia de México, es vital para el sentimiento de identidad entre todos los mexicanos y para, de esta manera, avanzar en la unificación del pueblo, lo que hará posible la acción de las masas.

González Camarena fue oriundo del estado de Jalisco, aunque su educación la recibió en la Ciudad de México, en la Academia de San Carlos. El clima artístico predominante en sus años estudiantiles era nacionalista, así como lo era también en su contexto más inmediato, la primera generación de muralistas mexicanos: Tamayo, Siqueiros y Rivera, por mencionar algunos.

Las pinturas de Camarena se caracterizan por retratar momentos históricos del pueblo mexicano, abarcando episodios de la Independencia, la Revolución, la vida cotidiana, y una sociedad futura con mejores características que la de su tiempo. La fusión de dos culturas y Abrazo retratan la Independencia, Veterano, la Revolución, Frisos de la Televisión, la vida cotidiana, y Liberación presenta una faceta futura del pueblo mexicano y la humanidad.

Pero lo que este gran pintor hizo por el arte nacional no se limita a retratar magistralmente etapas históricas. Camarena estudió la historia del arte azteca, obteniendo resultados asombrosos que nos permiten sentirnos orgullosos de nuestras raíces. Por ejemplo, fue él quien descubrió que los frescos de la iglesia de Huejotzingo, Puebla, fueron creados por Marcos Cipactli —último artista azteca y primer pintor mexicano—, además de exhibir que el primer lienzo de la Virgen de Guadalupe fue autoría de este mismo artista indígena.

González Camarena no fue un artista aislado que persiguiera las alturas por un interés mezquino. Él, como todos los muralistas, creía firmemente que el arte mexicano tenía una historia riquísima que los artistas modernos debían conocer y retomar, para que el pueblo mexicano se enorgulleciera de sus creaciones, para que viera reflejadas sus carencias y tomara valor para eliminarlas, para que la herencia del pasado que nos da unidad nacional no se perdiera en un mundo globalizado.

Es necesario que el trabajo de estos pintores no quede en el olvido y que cumpla el objetivo con el que fue creado: educar al pueblo, hacer que conozca la historia de su arte, que se identifique con las creaciones artísticas, que encuentre en las obras parte del valor para transformar su realidad. La tarea de difundir, desarrollar y promover el arte nacional, está ahora en nuestras manos.


Alan Luna es licenciado en Filosofía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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