Diciembre 2022

Las fiestas decembrinas, así como muchas otras celebraciones, han pasado de tener un objetivo religioso a un propósito comercial. Como dijeron Marx y Engels en El manifiesto del partido comunista, el capital eliminó todo sentimentalismo y fervor religioso en el hombre para convertirlo todo en un frío cálculo egoísta. Estas celebraciones religiosas, que conmemoran el día de San Nicolás y el nacimiento de Jesús, es decir, un festejo cargado de simbolismo para la religión cristiana, se ha convertido en un evento para aumentar la riqueza del gran capital industrial, comercial y financiero.

Durante estas fechas es común ver en las televisoras, la radio, el internet y la prensa escrita un gran número de comerciales invitando a la población a consumir masivamente para ser validados por la sociedad. Se realizan, por ejemplo, campañas de marketing incitando a demostrar el amor a los hijos festejándoles la llegada de “Santa Claus” y “Los reyes magos” con regalos; haciendo grandes fiestas de año nuevo con abundantes cantidades de comida y alcohol; metiendo en la cabeza de los consumidores que la mejor forma de recibir el año nuevo es estrenando las mejores vestimentas, etc. Todo se ha configurado para hacer de estas fechas una época de aumento del consumo: los aguinaldos, las vacaciones, las “promociones”, “rebajas” y “meses sin intereses” de los centros comerciales, la facilidad para dar préstamos, etc.

El resultado de estas campañas que juegan con la psicología de la población son jugosas ganancias para los grandes capitales comerciales e industriales. De acuerdo con un estudio realizado por IPSOS en compañía de Mercado Libre, en diciembre las compras en línea aumentan hasta 136%. Otro estudio realizado por Elogia, que analiza el comportamiento del consumidor mexicano, dice que cinco de cada diez encuestados realizan sus compras en el mes de diciembre dependiendo de la publicidad que reciben, principalmente de las redes sociales. A lo anterior debe agregarse que las compras para los festejos de diciembre comienzan desde el periodo denominado El Buen Fin. El presidente de la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicio y Turismo dijo que en 2022 se superaron los 195 millones de pesos en compras que se tenían contemplados.

Sin embargo, no todos los mexicanos cuentan con recursos suficientes para acceder al nivel de consumo mínimo para llevar una vida digna y mucho menos el que se les vende a través de las redes sociales, por lo que las familias mexicanas tienen que recurrir a la deuda. De acuerdo con datos del INEGI, en 2019 México alcanzó los 14.5 millones de trabajadores sin aguinaldo, cifra máxima respecto a años anteriores. A 2022 las cosas no han cambiado mucho, alrededor del 37% del total de asalariados siguen sin acceso a prestaciones mínimas como el pago de aguinaldo. Recibir aguinaldo ya de por sí es difícil porque se necesita tener un salario fijo y haber laborado durante un año en el mismo empleo; pero supongamos que una persona cumple con los requisitos y recibe el salario mínimo de $172.87 semanales. Tomando los 15 días mínimos de aguinaldo estipulados en la Ley Federal del Trabajo, esto daría $2,593 de aguinaldo, cuando, de acuerdo con la encuesta de Elogia, se gastaron alrededor de $4,661 entre el buen fin y las fiestas decembrinas. O sea que para 18.3 millones de personas que perciben el salario mínimo es ineludible la contratación de deuda para costear tales niveles de consumo, generando intereses que van a parar a las arcas de los capitalistas financieros.

Las fiestas decembrinas con su consumismo desenfrenado, lejos de traer paz y felicidad a los hogares mexicanos, generan estrés y endeudamiento para los trabajadores y enormes ganancias para los capitalistas de todo tipo. Por eso, en este 2022, los trabajadores tienen poco qué festejar.


Ollin Vázquez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Diciembre 2022

Mao Zedong es considerado el líder máximo del Partido Comunista de China. Incluso en la actualidad, cuando otros líderes, como Deng Xiaoping, gozan de muy buena reputación en el Partido y en la sociedad china, Mao sigue estando a una altura superior. En la plaza de Tiananmen cuelga solitario el retrato de Mao, no hay nadie más. Mao es presentado como el fundador del Partido, el líder guerrero que guio al pueblo chino para derrotar al Kuomintang y a los invasores japoneses, el teórico genial que sinizó el marxismo y sentó las bases del socialismo con características chinas, y el estadista que fundó la nueva China. Su impronta fue tan abarcadora que originó una corriente al interior del movimiento comunista internacional, presente hasta la actualidad: el maoísmo. Cuando murió, el Partido decidió que su imagen era muy importante como para dejarla desvanecer y erigieron un mausoleo donde resguardaron su cuerpo embalsamado.

Pero no siempre fue así. Si bien Mao fue uno de los asistentes al congreso fundacional del Partido, en 1921, en ese momento no era considerado como un elemento especialmente valioso. Para que Mao se convirtiera en el líder máximo tuvo que enfrentar a otros líderes del Partido, los cuales muchas veces tenían más autoridad que él. La rivalidad política trascendía los límites del Partido, pues desde Moscú Stalin seguía de cerca los movimientos de los comunistas chinos y a través de la Comintern ponía y quitaba dirigentes según fluctuaban sus intereses. Mao comenzó a destacar como uno de los principales líderes en 1935, en plena Larga Marcha, y alcanzó el nivel de máximo dirigente en 1944, con el Movimiento de Rectificación, en Yan’an. El VII Congreso del Partido, celebrado en 1945, consagró a Mao como líder indiscutible y plasmó en sus estatutos al Pensamiento Mao Zedong, al lado del marxismo-leninismo, como la principal guía teórica para la acción revolucionaria.

En este ensayo reviso la trayectoria política de Mao Zedong desde su juventud hasta su transformación en líder máximo del Partido Comunista de China, poniendo especial énfasis en la evolución de su pensamiento. En la primera parte analizo la juventud de Mao, su incorporación al Partido y su participación en la lucha revolucionaria; este periodo abarca del Movimiento del 4 de mayo de 1919 a la Conferencia de Zunyi, en 1935. En la segunda parte examino el periodo de ascenso de Mao dentro del Partido; de la Conferencia de Zunyi, en 1935, al inicio del Movimiento de Rectificación, en 1942. Posteriormente, estudio el triunfo de Mao dentro del Partido; del inicio del Movimiento de Rectificación, en 1942, al VII Congreso del Partido, en 1945. Por último, apunto algunas consideraciones finales a manera de conclusión.

Mao empieza

Mao comenzó a luchar por la transformación de China desde antes de conocer al comunismo  (Schram 2022). Se encontraba estudiando en Changsha, capital de su provincia natal, Hunan, cuando estalló el levantamiento de Wuchang de 1911, con el cual la etapa imperial de China llegó a su fin. En esa coyuntura, un Mao de 18 años se enlistó como soldado del ejército revolucionario en Hunan. Pero su participación en el ejército fue breve. Al cabo de seis meses retomó su vida como estudiante y en 1918 egresó de la Primera Escuela Normal de Changsha, donde había fundado varias organizaciones estudiantiles. Mao se trasladó a la Universidad de Beijing ese mismo año y trabajó como ayudante en la biblioteca de la universidad. Ese periodo en Beijing fue especialmente importante para el rumbo que tomó su vida.

En la universidad, Mao conoció el marxismo. Li Dazhao, el bibliotecario con el cual trabajaba, era uno de los principales intelectuales del momento. Li Dazhao y Chen Duxiu fueron de los primeros intelectuales chinos que comenzaron a mostrar especial interés por el marxismo y por los acontecimientos de la Revolución Rusa de 1917. Mao los conoció a los dos y ellos fueron quienes lo introdujeron al marxismo. En ese mismo periodo, Mao vivió el Movimiento de 4 de mayo de 1919, el cual tuvo como epicentro la Universidad de Beijing. Ese año, jóvenes estudiantes de Beijing protestaron contra el trato injusto que las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial le dispensaron a China, al pactar con Japón para que se quedara las posesiones chinas de Alemania, en lugar de regresárselas directamente a China. Políticamente, el movimiento significó el rechazo de la intelectualidad china a la democracia liberal y la condena del imperialismo encarnado en las potencias occidentales. En contra parte, los intelectuales nacionalistas chinos encontraron en la Unión Soviética a un país que hablaba de antiimperialismo y ofrecía su ayuda para liberar a China. En ese contexto Mao abrazó el comunismo.

Después de seis meses en Beijing, Mao volvió a Changsha y organizó una rama de la Liga de la Juventud Socialista. Como representante de esa organización, Mao asistió, en 1921, al congreso fundacional del Partido Comunista de China, realizado en Shanghái bajo el impulso de la Comintern (Connelly 2022). Comparado con los otros asistentes, Mao no representaba una autoridad política ni intelectual. El Congreso eligió a Chen Duxiu como secretario general del Partido, a Zhang Guotao como director de organización y a Li Da como director de propaganda. Mientras Mao apenas empezaba su carrera como comunista, otros miembros del naciente Partido ya tenían años de trayectoria.

Impulsado por la Comintern, en 1923 el Partido formó un frente unido con el Kuomintang de Sun Yatsen para derrotar a los caudillos militares y unificar a toda China. Mao participó activamente en las tareas del frente unido, entre las cuales estaba la de ser el jefe de propaganda, pero a raíz de la muerte de Sun Yatsen y el ascenso de Chiang Kaishek como jefe del Kuomintang, los comunistas comenzaron a ser excluidos de los principales órganos de dirigencia. Mao tuvo que abandonar Shanghái y se trasladó a su natal Hunan, donde descubrió el potencial revolucionario de los campesinos y comenzó a formar organizaciones campesinas para engrosar las filas comunistas. La alianza entre comunistas y nacionalistas terminó en 1927, cuando Chiang Kaishek ordenó la masacre de comunistas en Shanghái. En ese momento, el Partido encabezó insurrecciones armadas contra el Kuomintang en Cantón, Nanchang y otros lugares. Mao dirigió el levantamiento de la Cosecha de Otoño, un movimiento campesino armado que se proponía tomar Changsha. Todos los levantamientos fracasaron y los comunistas fueron expulsados de las ciudades (Wilbur 1983).

El levantamiento de la Cosecha de Otoño es importante en la evolución política e ideológica de Mao porque muestra dos aspectos centrales en su trayectoria posterior: el trabajo organizativo entre el campesinado y la dirección militar. Tras la derrota, Mao y Zhu De reúnen sus fuerzas y crean el Ejército Rojo. Tanto los jefes del Partido como los cuadros medios coincidían en la necesidad de tener un instrumento militar para protegerse de la persecución nacionalista, pero había discrepancias acerca del uso que debían darle. Por un lado, Mao insistía en que el Ejército Rojo debía crear y proteger áreas base en el campo para tener espacios seguros desde los cuales los comunistas pudieran impulsar su lucha por el poder. Por el otro, el secretario general de Partido, Li Lisan, sostenía que el Ejército Rojo debía conquistar ciudades de mediana importancia para hacer de ellas fortalezas comunistas y desde ahí impulsar la lucha.

La Comintern responsabilizó a Chen Duxiu por los fracasados levantamientos armados de 1927 y fue destituido como secretario general del Partido en 1928. Su lugar fue ocupado por Li Lisan (Ch’en 1983). Li Lisan, siguiendo las directrices de la Comintern, sostenía que la situación económica en Norteamérica y la política en Europa darían paso a una coyuntura crítica en China que debía ser aprovechada por los comunistas para tomar el poder. Debían pasar de la defensa al ataque. Bajo esa argumentación, Li Lisan ordenó que el Ejército Rojo tomara algunas ciudades de mediana importancia. El ataque fracasó y las tropas nacionalistas repelieron a las comunistas. Aunque Mao no estaba convencido de la posición de Li Lisan, aceptó las órdenes y dispuso que sus fuerzas participaran en las operaciones.

Las diferencias tácticas entre Mao y Li Lisan tenían de fondo diferencias ideológicas. Li Lisan defendía la centralidad del proletariado urbano como principal elemento para el triunfo de la revolución. De acuerdo con su posición, los comunistas debían volver a las ciudades cuanto antes para organizar a los obreros y formar grandes destacamentos comunistas en las fábricas. En la teoría marxista-leninista los obreros son el sujeto revolucionario por antonomasia y, por ello mismo, son la vanguardia de la revolución. El proletariado urbano debe dirigir la lucha por la destrucción del capitalismo y la construcción del socialismo; las otras clases sociales pueden ser aliadas (campesinos, intelectuales, estudiantes, etc.), pero siempre guiadas por la vanguardia proletaria. Alejarse de las ciudades, para Li Lisan, equivalía a alejarse del principal medio en el que los comunistas debían ejercer sus labores.

Mao tenía una visión diferente. En principio, aceptaba la centralidad del proletariado urbano y su papel de vanguardia respecto a todas las demás clases revolucionarias, pero le daba al campesinado una importancia diferente a la de Li Lisan. Ya en 1926, Mao había escrito un reporte al Comité Central del Partido, en el cual señalaba que se habían concentrado demasiado en las ciudades y habían ignorado a los campesinos (S. Schram 1986). Ese mismo año Mao escribió un artículo titulado “La revolución nacional y el movimiento campesino”, en el cual sostenía que la cuestión campesina era la cuestión central de la revolución nacional. Por la posición que tenían el proletariado fabril y el campesinado en la sociedad china, el campesinado podía jugar un papel más revolucionario, pues para liberarse debía liberar a todas las clases oprimidas en China, mientras las demandas de los obreros eran más reformistas. Para no ir frontalmente contra la ortodoxia del marxismo-leninismo, Mao matizaba su postura y decía que el proletariado urbano era la vanguardia de la revolución, pero si los campesinos no se levantaban no podrían derrocar al feudalismo y al imperialismo imperantes en China.

En “Análisis de las clases de la sociedad china”, de 1926, y “Reporte sobre una investigación del movimiento campesino en Hunan”, de 1927, Mao aportó más elementos acerca de la importancia que tenía el campesinado para la revolución. Mao no negaba los planteamientos de Li Lisan en torno a la centralidad de la clase obrera urbana, pero sostenía que la organización y el levantamiento de los campesinos era fundamental para que triunfara la revolución, algo que Li Lisan no compartía. De ahí que para uno mantenerse en el campo representara un periodo estéril mientras para el otro significara una oportunidad de organizar a uno de los grupos más importantes y menos atendidos por los comunistas: las masas campesinas. Esta posición de Mao no hizo sino consolidarse en los siguientes años.

El siguiente paso de Mao fue la formación del soviet de Jiangxi, en 1931. Mientras Mao y otros se lanzaron a crear áreas base en la China interior, el Comité Central del Partido permaneció en Shanghái, de modo clandestino. La persecución contra los comunistas en las ciudades era tan intensa que en 1931 el entonces secretario general del Partido, Xiang Zhongfa, fue capturado y ejecutado por las fuerzas nacionalistas. Eso llevó a la cúpula del partido a los 28 bolcheviques, un grupo de comunistas chinos que habían estudiado en la Unión Soviética y que se adherían completamente a los dictados de la Comintern. Políticamente, eran incondicionales a Moscú y teóricamente eran partidarios de la ortodoxia marxista-leninista. Wang Ming y Bo Gu, quienes fungieron como dirigentes del partido entre 1931 y 1935 pertenecían a ese grupo.

Por las condiciones de inseguridad y la falta de redes de comunicación, la relación entre el soviet de Jiangxi y el Comité Central del Partido era mínima. Obediencia externa y desobediencia interna era la actitud de Mao hacia los 28 bolcheviques radicados en Shanghái (Hsu 2012). En 1931 Mao ganó estatura política mediante la realización del Primer Congreso de los Soviets de China, en el cual fue elegido presidente del gobierno soviético de China. Son años difíciles para los comunistas: tienen que gobernar el soviet, aumentar las filas de su Partido, mejorar la cantidad y calidad de las tropas del Ejército Rojo, y defenderse de las campañas de aniquilación enviadas por Chiang Kaishek contra el soviet. En 1931 y 1932 Mao es el principal dirigente del soviet y tiene éxito en sus tareas: el gobierno que instaura tiene aceptación de los campesinos, hay estabilidad social, los campesinos se unen al Partido y al Ejército Rojo, y, con Zhu De, derrota las primeras tres campañas de aniquilación.

En 1933, el Comité Central del Partido abandona Shanghái por el recrudecimiento de la represión y llega al soviet de Jiangxi. Ahí, desplazan a Mao como principal líder político. Bo Gu toma las riendas políticas y Otto Braun, asesor militar enviado por la Comintern, sustituye a Zhu De como jefe militar. La nueva dirigencia aplica políticas radicales que enemistan a los campesinos ricos, debilitando la solidez del soviet. Militarmente, derrota a la cuarta campaña de aniquilación, pero es incapaz de defenderse contra la quinta campaña de Chiang Kaishek, en 1934. Sitiados totalmente por las fuerzas nacionalistas, los comunistas abandonan la defensa del soviet y rompen el cerco para retirarse hacia el oeste. 85 mil soldados y 15 mil funcionarios emprendieron la Larga Marcha, dejando atrás el área base donde se habían refugiado durante cuatro años.

Durante este primer periodo, Mao gana estatura política al interior del Partido por los resultados obtenidos en su trabajo de masas. El soviet de Jiangxi, que si bien no era el único soviet en China sí era el más grande e importante, lo habían fundado Mao y Zhu De. Militarmente, su estrategia de guerra de guerrillas le había permitido derrotar tres campañas de aniquilación de las fuerzas nacionalistas a pesar de su inferioridad numérica y armamentista. Había escrito varios textos en este periodo, pero su conocimiento del marxismo-leninismo todavía no era suficiente para competir en el terreno ideológico con los 28 bolcheviques, quienes podían presumir de leer a Lenin en el original y haber estudiado en la Unión Soviética, mientras Mao no hablaba ruso ni alemán, además de que nunca había salido de China. Un cuarto factor es que Mao no tenía respaldo de la Comintern, lo cual debilitaba su posición respecto a Wang Ming y Bo Gu.

Mao asciende

El ascenso político de Mao comienza en la conferencia de Zunyi, en 1935. Después de huir de las tropas de Chiang Kaishek, finalmente los comunistas tienen un momento de tranquilidad cuando toman la ciudad de Zunyi, en la provincia Guizhou (Ch’en 1983). Ahí la cúpula del Partido realiza una conferencia para analizar los acontecimientos de Jiangxi y tomar decisiones al respecto. Los grupos políticos dentro del Partido eran dos: aquellos que defendían la línea teórica y estratégica de los 28 bolcheviques, y por lo tanto de la Comintern, y los que defendían la estrategia de Mao. En la conferencia, Mao señaló a Bo Gu, el líder político, y a Otto Braun, el líder militar, como responsables de las derrotas del soviet de Jiangxi. Había pocos elementos para refutar las acusaciones de Mao, puesto que él había sido desplazado de la toma de decisiones con la llegada del Comité Central y era claro quiénes habían asumido la dirección desde 1933. En la conferencia, Mao contó con el respaldo de Zhou Enlai, Zhu De, Zhang Wentian, entre otros que se manifestaron para apoyarlo. El resultado fue la defenestración de la línea estratégica y política de Bo Gu y Otto Braun, mientras Mao fue ascendido al comité permanente del Comité Central del Partido.

Pero la conferencia de Zunyi no colocó a Mao como máximo dirigente del Partido. En términos de la institucionalidad partidaria, los cambios realizados en la conferencia no tenían ningún sustento, pues habían ascendido al Politburó personas que no habían sido electas como miembros del Comité Central en el último congreso, el VI, realizado en Moscú en 1928. En términos políticos, había rivales fuertes con los cuales Mao tenía que medirse todavía, como Zhang Guotao y Wang Ming. El primero tenía prestigio político por haber sido miembro fundador del Partido, y tenía buena reputación militar por haber salvado a las tropas de su propio soviet retirándose a la provincia de Sichuan cuando las tropas de Chiang trataron de aniquilarlo. Por su parte, Wang Ming, el máximo representante de los 28 bolcheviques, se encontraba en la Unión Soviética fungiendo como conexión entre el Partido y la Comintern.

El Ejército Rojo de Mao continuó su marcha hacia la provincia de Sichuan para encontrarse con las tropas de Zhang Guotao. En junio y agosto de 1935 se celebraron sendas reuniones entre el grupo encabezado por Mao y el de Zhang. Ahí se confrontaron dos análisis sobre la estrategia seguida hasta ese momento y dos visiones sobre el futuro que debía seguir el Partido. Para Zhang, la Larga Marcha y la expulsión de los comunistas hacia el oeste y el norte de China demostraba el fracaso de la estrategia de los soviets. De acuerdo con él, el Partido debía aprender de su experiencia y no insistir en seguir fundando esas áreas base. Mao se oponía. Para él los soviets no solo eran la mejor forma de organización en las condiciones del momento, sino la única, ya que las ciudades les estaban vedadas por el Kuomintang. Zhang sostenía que las tropas comunistas debían dirigirse a Xinjiang y fundar ahí su propio Estado, convirtiendo al Partido en un partido de minorías étnicas. Para Mao eso era inadmisible, pues significaba renunciar a los principios del comunismo y a la lucha por el poder político en China.

La disputa estratégica tenía de fondo una rivalidad política entre los dos jefes. Zhang se pensaba como un líder con los mismos o más méritos que Mao y se negaba a ser su subordinado. Mao insistía en integrar a Zhang y sus tropas para que juntos marcharan hacia el norte, hacia el soviet de Shaanxi. Las negociaciones no lograron conciliar las dos posiciones y al final Mao partió con sus tropas hacia el norte, mientras Zhang permaneció con sus fuerzas en Sichuan. Al llevar su ejército a la provincia de Gansu, en 1936, Zhang fue atacado por las tropas del Kuomintang y sufrió una derrota tan grande que quedó nulificado militarmente. Ante la falta de opciones, Zhang tuvo que dirigirse a Shaanxi y reunirse con Mao. Sin tropas ni masas que lo respaldaran, Zhang perdió la fuerza que tenía y en 1938 desertó del Partido para integrarse al Kuomintang.

El otro rival político era Wang Ming. En 1927 Wang llegó de Moscú a Yan’an, el soviet de Shaanxi donde finalmente Mao y los demás jefes comunistas habían comenzado a construir su nueva área base principal. Conocedor de los clásicos del marxismo-leninismo, y respaldado por la Comintern, Wang tenía un peso político importante dentro del Partido. Hombres como Zhou Enlai y Peng Dehuai lo tenían en alta estima y respetaban su preparación ideológica. Wang llegó a Yan’an como enviado de la Comintern para asegurarse de que el segundo frente unido entre comunistas y nacionalistas funcionara. Apenas en diciembre de 1936 había tenido lugar el incidente de Xi’an en el cual Chiang Kaishek había sido secuestrado por sus propios generales para obligarlo a pactar con los comunistas y sumar fuerzas contra la invasión japonesa. La cuestión del frente unido entre el Partido y el Kuomintang era central para la Comintern.

La posición de Wang Ming sobre cómo debía darse la alianza entre comunistas y nacionalistas era diferente de la posición de Mao (Slyke 1986). Wang Ming insistía en realizar una alianza militar casi total, muy cerca de las condiciones que ponía Chiang Kishek a los comunistas para poder concretar el frente. Mao se negaba. Él sostenía que no debían repetir los errores del primer frente unido con los nacionalistas, en la década de 1920, y debían conservar su independencia militar y política, aunque sí debían mantenerse coordinados con el Kuomintang para atacar al enemigo japonés.

Esta diferencia entre los dos líderes probablemente esté relacionada con los principales objetivos que perseguía cada uno. Wang Ming, representante de la Comintern y muy cercano al comunismo ruso, ponía como objetivo principal la derrota de los japoneses antes que el fortalecimiento de los comunistas chinos. Esto era así porque para Stalin era fundamental que China contuviera el avance militar japonés, ya que el poder de Hitler estaba creciendo en Europa y la Unión Soviética sería incapaz de enfrentar simultáneamente a dos enemigos poderosos como Alemania y Japón en dos frentes distintos. Por eso, Wang defendía la unión con los nacionalistas, incluso a costa de perder momentáneamente la independencia política y militar de los comunistas. Las prioridades de Mao eran otras. Mao no solo tenía mucha menos relación con la Comintern, sino que era incapaz de pensar en renunciar voluntariamente a la fuerza que habían logrado construir en esos años. Personalmente, Mao rechazaba una alianza con Chiang Kaishek por la persecución que este había desatado contra los comunistas desde 1927, pero al final aceptó formar la alianza.

A partir de 1937, el año en que inició la invasión japonesa a China, Wang Ming se concentró en Wuhan para coordinar los esfuerzos militares de los comunistas y los nacionalistas. Con las derrotas del Kuomintang ante Japón, Wang Ming tuvo que retornar a Yan’an. Mao había permanecido en Yan’an todo ese tiempo y había fortalecido su posición política y militar, pues en ese primer periodo de la guerra, los japoneses casi no atacaron a la base comunista, mientras los comunistas emplearon contra los japoneses la guerra de guerrillas.

El periodo de la Larga Marcha y los primeros años en Yan’an fueron importantes para la elevación política de Mao. Zhang Guotao quedó suprimido como rival y se pasó al bando nacionalista. Wang Ming prácticamente se había desconectado del comunismo chino entre 1931 y 1937, periodo en el cual vivió en Moscú; al volver a China, fue incapaz de reconectarse con el partido y las masas, mientras Mao ya había ganado el respaldo de los demás miembros de los 28 bolcheviques. En términos políticos y militares, Mao ya se había erigido como el principal líder, pero todavía le faltaba alcanzar la superioridad teórica sobre los demás dirigentes.

El periodo de Yan’an fue especialmente importante para Mao en este terreno. Después de años de luchar por la supervivencia y de resistir los ataques de Chiang Kishek, finalmente encontró el tiempo para adentrarse en el estudio sistemático del marxismo-leninismo. El periodista estadounidense Edgar Snow, que entrevistó a Mao en Yan’an en 1936, lo describió como un lector omnívoro. En esos primeros años, Mao buscaba llevar a cabo la nacionalización del marxismo, es decir, su adaptación a las condiciones específicas de la China del siglo XX, pues solo así podría explotarse todo su potencial revolucionario. El propio Engels había afirmado que el marxismo no era un dogma sino una guía para la acción. Para Mao, la sinización del marxismo era una tarea pendiente y él asumió la misión de realizarla. Resultado de sus esfuerzos intelectuales en esta coyuntura son sus ensayos titulados “Sobre la práctica”, “Sobre la contradicción” y “Contra el liberalismo”, escritos en 1937. Este es un momento crítico en el que Mao sienta las bases teóricas de lo que más tarde se llamaría Pensamiento Mao Zedong.

Mao triunfa

Los años de la invasión japonesa fueron fundamentales para el triunfo político de Mao al interior del Partido. Entre 1937 y 1945, los japoneses se concentraron en conquistar el norte y la costa de China; el Kuomintang se enfrentó a los japoneses en Shanghái y Nanjing, y luego huyó a Chongqing, donde se esforzó por sobrevivir; los soviéticos se ocuparon en combatir los ejércitos de Hitler en Europa; y los comunistas aprovecharon las circunstancias de la guerra para ampliar sus áreas base y consolidar su gobierno en el soviet de Yan’an, además de combatir a los japoneses a través de la guerra de guerrillas. En ese contexto tuvo lugar el Movimiento de Rectificación, ocurrido entre 1942 y 1944.

Desde su fundación hasta la llegada a Yan’an, el partido había vivido altibajos en lo que se refiere a su membresía. Cuando comenzó la Larga Marcha, en 1934, la columna del Ejército Rojo que salió de Jiangxi tenía aproximadamente 85 mil elementos; luego de caminar más de 12 mil kilómetros, enfrentando la adversidad climatológica y la persecución de Chiang Kaishek, a Yan’an llegaron solo 8 mil. En el nuevo soviet el Partido comenzó a reorganizarse y poco a poco su área de influencia comenzó a crecer más hasta consolidarse. No solo creció el soviet, sino también el Partido. Prácticamente todos los nuevos integrantes se habían sumado por las condiciones que vivía el país: huyendo de las zonas ocupadas por los japoneses o de las zonas nacionalistas, donde las políticas de Chiang Kaishek condujeron a una crisis política y económica. Casi todos desconocían los principios teóricos del marxismo-leninismo.

Movida por la necesidad de educar ideológicamente a los miembros recién integrados, y por terminar con las concepciones equivocadas al interior del Partido, la cúpula decidió lanzar un Movimiento de Rectificación (S. Schram 1986). Este movimiento recibió su nombre de dos discursos pronunciado por Mao los días 6 y 8 de febrero de 1942, en los cuales insistió en la necesidad de rectificar el estilo de trabajo del Partido. En concreto, llamó a desterrar al subjetivismo en el estudio, al sectarismo en el trabajo organizativo y al formalismo en la propaganda y el trabajo literario (Zedong 1942). Mao identificó a algunos miembros del Partido con los errores que él criticaba.

De acuerdo con Mao, dentro del Partido el subjetivismo estaba muy extendido. Este se presentaba bajo dos formas: como dogmatismo y como empirismo. El dogmatismo consistía en estudiar el marxismo-leninismo sin buscar aplicar a la realidad china las enseñanzas de los maestros del comunismo mundial. Tomar al pie de la letra los planteamientos de Marx y Lenin, memorizarlos y repetirlos acríticamente, no tenía ninguna utilidad para la transformación revolucionaria. Para Mao, lo que los comunistas chinos debían hacer era tomar la posición, el punto de vista y el método del marxismo-leninismo y aplicarlos a China. Wang Ming y los 28 bolcheviques fueron caracterizados como los principales representantes de ese dogmatismo.

El empirismo era la posición totalmente contraria al dogmatismo. Si el dogmatismo favorecía el estudio y aprendizaje del marxismo-leninismo, pero no lo aplicaba creadoramente a la realidad china, el empirismo favorecía el trabajo directo sobre la realidad china y daba poca o nula importancia al estudio teórico del marxismo-leninismo. Tanto una posición como la otra eran incorrectas, decía Mao, siguiendo la máxima leninista de que sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria y sin práctica revolucionaria no hay teoría revolucionaria. En este sentido, llamaba a unir indisolublemente la práctica y la teoría para poder sinizar adecuadamente el marxismo.

El sectarismo en el trabajo organizativo se refería al rechazo de algunos miembros al centralismo democrático. El centralismo democrático era el sistema de funcionamiento con el cual se había fundado el Partido, siguiendo la teoría de Lenin. De acuerdo con este sistema, la estructura partidaria debe practicar la discusión y toma democrática de decisiones en todos los niveles, pero al mismo tiempo existe una autoridad que radica en los órganos centrales, como el Comité Central. No respetar el centralismo democrático, ser excesivamente democrático hasta el punto de actuar de forma independiente, desacatando las indicaciones de los órganos centrales, es lo que Mao llama sectarismo. Otra manifestación del sectarismo es considerar que los cuadros y las masas con las que trabajan los dirigentes son “suyos”, pues esto da pie a que cada dirigente cree su propio grupo y se fracture la organización. Mao pone como ejemplos de sectarismo a Zhang Guotao y Chen Duxiu, pero insiste en que todavía existe en el Partido y en que debe combatirse.

El formalismo en la escritura se refiere al uso de palabras y fórmulas que son de difícil entendimiento para las masas y los cuadros del partido. Mao insistía en que los miembros del Partido debían usar un lenguaje que fuera accesible para las masas y con el cual estas pudieran identificarse. Llama a terminar con los estereotipos, con los formalismos hueros, que no le dicen nada a la gente, para desarrollar un estilo de escritura vivo y fresco, que interpele directamente a las masas chinas.

El Movimiento de Rectificación se trataba de una campaña para corregir los errores y vicios que el Partido había mantenido hasta ese momento. El objetivo no solo era educar ideológicamente a los nuevos miembros del Partido, sino también corregir a los cuadros más antiguos con la finalidad de que adoptaran nuevos métodos de estudio, trabajo y escritura. Ideológicamente, este movimiento significó el fin de la subordinación teórica del Partido Comunista de China respecto al Partido Comunista de la Unión Soviética. Mao lo planteó abiertamente de la siguiente manera:

“Un comunista es un marxista internacionalista, pero el marxismo debe tomar una forma nacional para que pueda tener algún efecto práctico. No hay algo así como el marxismo abstracto, solo existe el marxismo concreto. Lo que llamamos marxismo concreto es el marxismo que ha tomado una forma nacional, es decir, el marxismo aplicado a la lucha concreta en las condiciones concretas existentes en China y no el marxismo usado abstractamente. La sinificación del marxismo -o sea, un marxismo que en todas sus manifestaciones está imbuido de características chinas, usándolo según las peculiaridades chinas- es un problema que debe ser entendido y resuelto por todo el partido sin demora” (S. Schram 1986, 846)

Estas ideas sobre la necesidad de sinizar el marxismo habían sido expresadas por Mao en octubre de 1938. Entre 1937, cuando escribió sus ensayos “Sobre la práctica”, “Sobre la contradicción” y “Contra el liberalismo”, y 1944, cuando terminó el Movimiento de Rectificación, Mao trabajó en realizar esa sinización de la que hablaba.

El Movimiento de Rectificación fue más que solo el pronunciamiento por parte de Mao de algunos discursos. Se compiló una serie de documentos que todos los nuevos y viejos miembros del partido debían estudiar de forma colectiva, en círculos de estudio, para erradicar las antiguas formas de trabajo. Una característica de esta campaña fueron las sesiones de crítica y autocrítica, a través de las cuales los elementos del Partido buscaban identificar sus vicios para combatirlos conjuntamente y así avanzar en la adopción teórica y práctica de la nueva línea del Partido. Además de los problemas propiamente partidarios, Mao habló en otras ocasiones sobre el papel del arte y la literatura en la lucha revolucionaria, con lo cual pretendía orientar a los intelectuales que constantemente llegaban de las ciudades a Yan’an para integrarse a la lucha comunista.

El Movimiento de Rectificación significó el triunfo ideológico de Mao sobre Wang Ming, sobre los demás dirigentes comunistas chinos y sobre la línea ideológica de la Unión Soviética. El triunfo ideológico no solo tenía una base teórica, sino también un sustrato político. Entre 1942 y 1944 Wang Ming ya había perdido el poder que tenía cuando llegó a China procedente de la Unión Soviética y no tenía ninguna fuerza de masas para competir con Mao. Los demás dirigentes comunistas de nivel medio aceptaban la superioridad política de Mao por los resultados prácticos y militares que había mostrado desde la formación del soviet de Jiangxi, luego con la Larga Marcha y posteriormente con la consolidación del soviet de Yan’an. Internacionalmente, la Unión Soviética estaba preocupada por expulsar a los nazis de su territorio y ya en 1943 había declarado la disolución de la Comintern.

El triunfo ideológico y político de Mao se institucionalizó con el VII Congreso del Partido, celebrado en Yan’an entre abril y junio de 1945. En ese Congreso Mao fue electo como presidente del Comité Central del Partido, un cargo que no existía antes y que se creó en ese contexto. El Politburó quedó integrado por dirigentes que habían sido cercanos a Mao desde años anteriores o que habían aceptado abiertamente la superioridad de su línea: Zhu De, Zhou Enlai, Peng Dehuai, Zhang Wentian, Liu Shaoqi, entre otros, se convirtieron en la cúpula del Partido. Ese Congreso terminó totalmente con la influencia política de los 28 bolcheviques y de la Comintern.

Ideológicamente, el Congreso elevó los aportes teóricos de Mao a un nivel superior. Los asistentes consideraron que la sinificación del marxismo por parte de Mao ya había cobrado rasgos propios como para darle un nuevo nombre y plasmarlo en los estatutos del Partido. De esta manera, el Pensamiento Mao Zedong fue elevado al nivel del marxismo-leninismo como guía teórica para la acción revolucionaria de los comunistas chinos. En este proceso fue importante el papel de Liu Shaoqi, quien ya en 1943 había escrito un artículo celebrando los logros de la nacionalización del marxismo alcanzados por Mao.

El VII Congreso elevó a Mao al máximo grado de responsabilidad dentro del Partido, admitiendo su superioridad política, ideológica y militar. Su consagración como figura suprema de la historia china llegaría cuatro años después, con la derrota del Kuomintang, la huida de Chiang Kaishek a Taiwán y la fundación de la República Popular China, en 1949.

Conclusiones

El triunfo de Mao dentro del Partido Comunista de China le tomó 24 años. Fue un periodo de lucha constante tanto con fuerzas políticas externas al Partido como con fuerzas políticas internas. En el primer periodo, de 1921 a 1935, luchó contra el Kuomintang como fuerza externa y contra el liderazgo de Li Lisan y los 28 bolcheviques como fuerza interna. El Kuomintang buscaba aniquilar a los comunistas, mientras el liderazgo central del Partido buscaba terminar con la línea campesinista de Mao para volver a las ciudades. En el segundo periodo, de 1935 a 1942, la lucha externa fue contra los japoneses y el Kuomintang, y la lucha interna con Zhang Guotao y Wang Ming. En el tercer periodo, de 1942 a 1935, la lucha externa fue contra los japoneses y el Kuomintang, y la interna con un debilitado Wang Ming.

Si bien los resultados de la lucha de Mao se expresaron en términos políticos, no pueden excluirse los componentes militares e ideológicos de la lucha. La guerra de guerrillas practicada por Mao desde los primeros años le funcionó para derrotar las primeras tres campañas de aniquilación de Chiang Kaishek contra el soviet de Jiangxi, para sobrevivir en la Larga Marcha, para defender la existencia del soviet de Yan’an y para derrotar al Kuomintang tras la rendición japonesa. Ideológicamente, la línea de masas, la importancia del campesinado para la revolución china, la sinización del marxismo en el periodo de Yan’an y la conformación de una teoría propia, le permitieron a Mao ganar superioridad sobre los demás dirigentes y ganar independencia respecto a la Unión Soviética.

Las primeras dos etapas, hasta el inicio del Movimiento de Rectificación, fueron periodos de ascenso para Mao, de formación y defensa de su línea, y de confrontación con los demás. A partir del Movimiento de Rectificación, Mao ya tenía una autoridad política importante. Considerando el historial de lucha de Mao, los resultados de sus decisiones, sus análisis de los problemas de China y del partido, así como sus aportes teóricos, en 1945 sus compañeros dejaron de ver a Mao como un primus inter pares y lo elevaron a un nivel superior. Finalmente, fue bajo su dirigencia que los comunistas tomaron el poder y fundaron el nuevo Estado.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.

REFERENCIAS

Ch’en, Jerome. «The communist movement, 1927-1937.» En The Cambridge History of China, de John K. Fairbank, 168–229. Cambridge: Cambridge University Press, 1983.

Connelly, Marisela. «La revolución china y el triunfo del Partido Comunista Chino.» En Setenta años de existencia de la República Popular China, 1949-2019, de Connelly y Tzili-Apango, 686. México: El Colegio de México, 2022.

Hsu, Immanuel C. Y. «El Partido Comunista: 1921-1949.» En China de los Xia a la República Popular, de Eugenio Anguiano y Ugo Pipitone, 393-412. México: CIDE, 2012.

Schram, S. Reynolds. Encyclopedia Britannica. 5 de Septiembre de 2022. https://www.britannica.com/biography/Mao-Zedong (último acceso: 6 de Diciembre de 2022).

Schram, Stuart. «Mao Tse-Tung’s Thought to 1949.» En The Cambridge History of China, de John K. Fairbank and Albert Feuerwerker, 789–870. Cambridge : Cambridge University Press, 1986.

Slyke, Lyman Van. «The Chinese Communist Movement during the Sino-Japanese War 1937–1945.» En The Cambridge History of China, de John K. Fairbank and Albert Feuerwerker, 609–722. Cambridge : Cambridge University Press, 1986.

Wilbur, C. Martin. «The Nationalist Revolution: from Canton to Nanking, 1923–28.» En The Cambridge History of China, de John K. Fairbank, 527-720. Cambridge: Cambridge University Press, 1983.

Zedong, Mao. Marxist. 1942. https://www.marxists.org/reference/archive/mao/selected-works/volume-3/mswv3_06.htm (último acceso: 2022).

Diciembre 2022

Desde que el gobierno actual llegó al poder ha llamado la atención su crítica hacia las organizaciones civiles. Desde el punto de vista del presidente, no es necesario que la gente se organice para exigir sus derechos. Esto se evidencia porque cualquier manifestación que cuestione su mandato, aunque sea un poco, es duramente criticada con toda la fuerza mediática que ha construido para ese y otros propósitos que ayuden a la buena imagen de la 4T.

Pero si no es por medio de la presión popular ¿cómo se resolverán los males históricos del pueblo de México? (Desigualdad, pobreza, un mal sistema de salud, bajo nivel educativo, etc.) A pesar de la poca claridad que ha caracterizado a los que hoy nos gobiernan, la respuesta a la pregunta anterior parece indicar que es que debemos esperar que la solución a nuestros problemas llegue del Estado. Según la concepción del presidente, bastaba con que en el poder estuviera un hombre bueno, honesto, que hiciera lo que el Estado siempre estuvo obligado a hacer, mejorar las condiciones de vida de aquellos que viven bajo su manto protector.

Lo anterior ya tiene rato que se viene diciendo. Fue un punto de partida del análisis de la filosofía política de la época del llamado contractualismo, corriente que veía en el contrato social el acto que funda la vida en sociedad bajo un conjunto de reglas que el Estado se hará cargo de hacer cumplir. La necesidad de la existencia del Estado en resumidas, y muy simplificadas, cuentas viene del siguiente argumento: la sociedad se compone de numerosos individuos que no son todos iguales, por lo tanto, habrá intereses contrapuestos. Si no hay un orden o una ley estaríamos condenados a la pelea eterna pues cada quién velaría por sus intereses particulares; por esto, es necesario que haya un organismo superior que se encuentre por encima de los intereses particulares, que represente a todos los intereses por igual y que se encargue de resolver en favor de la justicia los problemas entre los desiguales.

Desde los tiempos de Hobbes, Locke y Rousseau, filósofos que impulsaron el desarrollo de la teoría contractualista, ya se advertían las complicaciones de que la teoría se aplicara a cabalidad en la construcción de las distintas naciones. Rousseau, probablemente el más radical de los mencionados, sabía que cabe la posibilidad de que  aquellos que ostenten el poder no correspondan a los intereses de los gobernados, y llegó a mencionar que, de ser este el caso, el pueblo tiene la facultad de renovarse y buscar nuevas formas de gobierno que sí les convengan.

Lo que era una excepción para los contractualistas para Marx era la generalidad. El Estado viola sistemáticamente los intereses de los particulares porque no representan sino a una clase en el poder. El poder económico en manos de unos pocos hace que lo que debería funcionar para el beneficio de la mayoría solamente responda a aquellos que tienen el dominio de la economía de cada nación. Siendo esto así, todo el aparato que se construye con el pretexto de beneficiar a todos los ciudadanos se convierte en distintos mecanismos para la dominación de aquellos que quedan fuera de los beneficios económicos.

Las leyes, la política, la policía, todos mecanismos que deberían servirnos solamente responden al amo del capital. ¿Cómo ampararnos en una legalidad que se utiliza constantemente en contra de nuestros intereses? El asunto es claro, todo mexicano tiene derecho a la vivienda, pero el gobierno no se preocupa por construir las condiciones que permiten el acceso a esta. También tenemos derecho a la educación, pero existen distintos problemas para obtenerla, desde la pobre oferta de lugares en las universidades públicas hasta el costo real de acabar una carrera fuera de las zonas de provincia.

No podemos esperar que el Estado resuelva los problemas que nunca ha tenido interés de resolver porque funciona como el guardián de los intereses de una sola clase social. Por muy bondadoso y honesto que sea el que venga a gobernarnos, la única garantía de que se defiendan los intereses de la mayoría es que el pueblo se mantenga organizado para reclamar mejoras en su nivel de vida. De lo contrario, lo único que nos quedaría sería la esperanza de tiempos de bonanza cada que uno de los buenos acceda al poder.

Como vemos, lo difundido ahora como la salida correcta para los males sociales no se sale del marco estatista que fundamentó gran parte de la filosofía política contractualista. Dados los límites del poder estatal, el pueblo debe exigir que se respete uno de los grandes logros del movimiento popular, el derecho a la organización, por medio de este es que se han logrado importantes avances en bien de los trabajadores y trabajadoras, en muchas ocasiones a pesar del capitalismo mismo.


Alan Luna es filósofo por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Diciembre 2022

El 2022 ha sido un año muy difícil, tan difícil como ya nos tiene acostumbrados nuestro horizonte plomizo, nuestro tiempo liminal histórico, como categorizaban Daniel Bensaid y Álvaro García Linera el presente en que nos desenvolvemos. El 2023, en ese sentido, será una continuación, no un quiebre ni una suspensión. Eso lo tenemos claro y, aun así, entraremos en la convención de celebrar las tradiciones decembrinas, los ritos y las libaciones consuetudinarias intentando que, de alguna manera, el pasado no nos persiga y el primero de enero de 2023 seamos capaces de quemar las naves y renacer “nuevos, virtuosamente y dispuestos”.

De hecho, algunos pensadores marxistas, en concreto Antonio Gramsci, se mantenía en contra de la celebración de los años nuevos, aduciendo que era una fractura artificial de la continuidad de la vida. Un jovencísimo Gramsci escribía “de ahí que odie esos años-nuevo de fecha fija, que convierten la vida y el espíritu humano en un asunto comercial con sus consumos y su balance y previsión de gastos. Estos balances hacen o perder el sentido de continuidad de la vida y del espíritu.”

De esta manera, si aceptamos que el próximo año será una consecuencia del actual y no implicará un recomenzar, debemos asumir que los problemas continuarán y los derroteros elegidos por nuestros amos políticos y económicos seguirán la misma tendencia sin que haya un abrupto cambio radical. En este sentido, ¿Cómo afrontar con dignidad y entereza el tiempo que discurre?, ¿cómo lograr sobrellevar el sinsentido del día a día sin caer en el pozo de la locura?

En cierta manera, la respuesta está en la esperanza. Pero como la esperanza -según Terry Eagleton- es un junco esbelto, un castillo en el aire, una compañera agradable pero mala guía, buena salsa, pero comida escasa; tenemos que pensar en qué tipo de esperanza necesitamos. A pesar de que la esperanza no es una categoría científica, bien es cierto que es un recurso humano. Es imprescindible la esperanza para los momentos que vendrán, la esperanza inteligente como mejor arma para poder afrontar el futuro.

Porque es cierto que el capitalismo ha convertido nuestro mundo en un páramo, en un erial invivible, pero, aun así, no nos sirve de nada el pesimismo estéril, que sólo conduce al cinismo o al desentendimiento. Como nos ha enseñado Eagleton, la esperanza auténtica debe estar basada en razones, ésta no es exclusivamente una característica del temperamento; no es el optimismo infundado de creer que todo va a salir bien simplemente porque tiene que salir bien, ni ver con jovialidad y ligereza el lado bueno de la vida. No; la esperanza parte del conocimiento auténtico del mundo y de la confianza en la fuerza interna y en el potencial de la organización para cambiar las cosas.

De esta manera hay que hacer la esperanza no basta con tener fe; hay que construirla. Obcecarse en la tarea de luchar por un mundo mejor entendiendo que todo puede mejorar y todo tiende al cambio. Hoy no estamos más derrotados que ayer, el socialismo cada vez se presenta como una alternativa más nítida para las nuevas generaciones, el viejo topo de la historia ha venido haciendo su tarea subterránea de demostrar con la experiencia histórica lo equivocado y lo perjudicial que ha resultado el impacto del capitalismo en este mundo. Si hay razones para permanecer pesimistas e incrédulos ante el futuro, también hay razones para albergar esperanza; para declararnos enemigos irreconciliables de las injusticias y organizarnos para cambiarlo radicalmente todo y lanzarnos a la conquista del futuro. En cualquier caso, citando el proverbio italiano que recupera Massimo Modonesi en un texto sobre Rosa Luxemburgo: “si son rosas, florecerán.”

Para la esperanza sólo hay un imperativo categórico que nos sirve para mantener la brújula calibrada y dirigida en la dirección correcta. No se trata de estar feliz, de mantenerse optimista, ni reproducir una boba visión positiva del mundo: se trata de estar siempre en contra de la injusticia y del lado de los pobres, como dijo el Che.

Como colofón, y regresando al inicio de nuestro problema, hay que abolir toda la parafernalia en torno al año nuevo, como concluye Gramsci: “Espero el socialismo también por esa razón. Porque arrojará al estercolero todas esas fechas que ya no tienen ninguna resonancia en nuestro espíritu, y el socialismo crea nuevas fechas, al menos serán las nuestras y no aquellas que debemos aceptar sin beneficio de inventario de nuestros antepasados.” El futuro está en juego y desde luego podemos vencer y crear una nueva sociedad. Feliz año nuevo, camaradas.


Aquiles Celis es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Diciembre 2022

La guerra civil china comenzó en 1927 y terminó en 1949. Los protagonistas de este conflicto fueron el Partido Comunista de China, dirigido por Mao Zedong, y el Partido Nacionalista o Kuomintang, dirigido por Chiang Kaishek. La guerra terminó con la victoria de los comunistas.

El Partido Comunista de China fue fundado en 1921 por un pequeño grupo de intelectuales marxistas preocupados por la situación de su país. Orientados por la Tercera Internacional, en 1924 los comunistas establecieron un frente unido con el Kuomintang para combatir juntos a los caudillos militares que se habían repartido China tras la disolución de la dinastía Qing, en 1912. Su misión era unificar todo el territorio bajo un único gobierno. En esta coyuntura el Partido Comunista pasó de ser un grupo de intelectuales a ser un partido de masas: miles de obreros, campesinos, estudiantes, soldados y mujeres abrazaron el comunismo. Con la muerte de Sun Yatsen, el fundador, y el ascenso de Chiang Kaishek como máximo líder del Kuomintang, los nacionalistas comenzaron a rechazar el frente unido. En 1927, Chiang Kaishek rompió la alianza y ordenó exterminar a todos los comunistas.

Los pocos supervivientes abandonaron las ciudades y se refugiaron en regiones marginadas e inhóspitas del campo. En el nuevo medio, los comunistas comenzaron a organizar a los campesinos y lograron que miles se sumaran a sus filas. Con esa fuerza, mayoritariamente campesina, y lejos de las ciudades, los comunistas fundaron un Estado dentro de un Estado, al cual llamaron “Soviet de Jiangxi”. El ejército rojo se creó para defender al soviet de las campañas de exterminio lanzadas por el Kuomintang. Pero las tropas de Chiang Kaishek eran más y tenían mejor armamento, entonces los comunistas tuvieron que abandonar el Soviet de Jiangxi y emprendieron una retirada estratégica, luchando por sobrevivir. De las 85 mil personas que iniciaron la Larga Marcha en 1934, solo 8 mil la terminaron en 1935.

En 1936 los comunistas formaron un nuevo soviet en Yan’an. Ahí reorganizaron sus mermadas fuerzas y nuevamente comenzaron a crecer con el trabajo de masas que realizaban entre los campesinos. El inminente inicio de la invasión japonesa (Japón ya había ocupado Manchuria desde 1931) llevó a los comunistas y nacionalistas a formar un segundo frente unido, esta vez para combatir juntos a los japoneses. En 1937 Japón invadió China. Las tropas japonesas aplastaron al ejército nacionalista en Shanghái y Chiag Kaishek cambió la capital de su gobierno a la ciudad de Chongqing, alejándose de las áreas conquistadas por Japón. En el norte, los comunistas combatían a los japoneses siguiendo una estrategia de guerra de guerrillas, lo que les daba más flexibilidad y los exponía a menos riesgos.

En 1945, Japón perdió la guerra contra las potencias aliadas y se rindió. Con el ejército que había reorganizado en los últimos años de la guerra, Chiang Kaishek lanzó una nueva campaña militar contra los comunistas. El ejército rojo había crecido numéricamente durante la guerra y había obtenido armas de los japoneses cuando estos se rindieron. A pesar de ello, las fuerzas del ejército rojo eran inferiores a las de Chiang Kaishek. Los nacionalistas tenían 2.5 millones de soldados, contaban con aviones y barcos de guerra, habían desarmado a 1.5 millones de japoneses y Estados Unidos los respaldaba. Los comunistas tenían menos de un millón de soldados, carecían de aviones y barcos, solo habían desarmado a 30 mil japoneses y ninguna potencia los respaldaba. A pesar de las diferencias abismales, los comunistas triunfaron.

Durante toda la guerra civil, el Kuomintang siempre tuvo más fuerza que el Partido Comunista. ¿Por qué ganaron los comunistas? Un factor determinante fue el descontento que los nacionalistas generaron en la población. El gobierno de Chiang Kaishek entre 1927 y 1937 había tenido cierta estabilidad política y económica, pero desde que inició la invasión japonesa el gobierno se volvió dictatorial y aplicó políticas económicas desastrosas. Los obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales repudiaron a los nacionalistas y comenzaron a apoyar a los comunistas. Hasta los empresarios deseaban la llegada de los comunistas, esperando que ellos pudieran controlar la inflación y estabilizar la economía. Varios sectores urbanos tenían miedo de los comunistas porque estos habían crecido en el campo y casi no tenían presencia en las ciudades; además, la propaganda anticomunista de los nacionalistas había hecho lo suyo. Pero la gente ya no soportaba más el gobierno del Kuomintang. Al perder el apoyo de las ciudades, Chiang Kaishek perdió sus principales bases de poder y los comunistas las ganaron.

Lenin dice que las revoluciones solo tienen éxito cuando los de abajo ya no quieren seguir viviendo como antes y los de arriba ya no pueden seguir gobernando igual. Así se entiende el triunfo de los comunistas en la guerra civil china.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.

Diciembre 2022

Gilbert Keith Chesterton fue un magnífico escritor, insólito y fuera de serie, autor de la novela El hombre que fue Jueves.

El hombre que fue Jueves cuestiona los alcances del anarquismo. La historia comienza con la discusión entre un poeta llamado Gabriel Syme, que defiende el orden y las leyes, y un anarquista llamado Gregory, quien aboga por la disolución de toda institución gubernamental. A partir de esa discusión, la historia girará en torno a las acciones de una red supuestamente anarquista.

En el desarrollo, aparece un personaje llamado Domingo, líder de un grupo anarquista que hablará una sola vez, después de que Chesterton ha planteado un misterio con la expectativa de ser resuelto. Domingo guarda silencio en buena parte del relato, y se espera que su participación en el diálogo resuelva los enigmas planteados en la historia. Sin embargo, cuando Domingo toma la palabra dice una serie de incoherencias que profundiza los problemas en lugar de aclararlos. Acto seguido, Gabriel Syme afirma lo siguiente: “¿Por qué han de pelear entre sí todas las cosas de la tierra? ¿Por qué cada cosa insignificante se ha de sublevar contra el mundo? […] Para que todo lo que obedece a una ley merezca la gloria y el aislamiento del anarquista. Para que todo el que lucha por el orden sea tan bravo, sea tan honrado como el dinamitero.” En pocas palabras, Syme afirma que el destino del universo es el anarquismo, o bien, el orden que ofrece la dignidad del anarquismo. En palabras del poeta que defendía a la ley, Chesterton expresa el anhelo de una revolución que logre conservar el orden.

En este aspecto, es importante recordar que Chesterton fue un militante político del ala conservadora: anhelaba conservar la familia, la nación y sus leyes. Sin embargo, la enseñanza de Chesterton no está en sus objetivos personales, no son sus anhelos conservadores lo que más se destaca de su texto, sino su análisis de la acción revolucionaria. En este sentido, en su libro Lo que está mal en el mundo, afirma que “la plebe nunca puede rebelarse si no es conservadora, al menos lo bastante como para haber conservado alguna razón para rebelarse.” Es decir, que un nuevo orden de cosas se instaura únicamente en la medida en que se conservan determinados estatutos, los cuales defienden el beneficio de la población mancillada. Por eso, paradójicamente, las rebeliones en contra de las injusticias tienen determinado tinte conservador y, al mismo tiempo, el objetivo de erradicar el estado actual de las cosas. Por otro lado, debe analizarse detenidamente qué se quiere conservar, qué se quiere defender, qué vale la pena sostener.

Marx advertía, en 1848, que todo lo sólido se desvanece en el aire, que el sistema económico moderno desvanece todo derecho y dignidad humana, fines humanos que debieran preservarse. Esta es una de las enseñanzas de Chesterton: conservar lo que merece la pena ser conservado.


Betzy Bravo es licenciada en filosofía por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Diciembre 2022

En su libro La conversión de los indios en la Nueva España, el historiador Christian Duverger explica las razones de por qué en la Nueva España el cristianismo obtuvo rápida aceptación entre los nuevos conversos; el papel de los primeros religiosos franciscanos es resaltado en sus justos términos: religiosos compenetrados por la cultura y la sensibilidad indígenas que reemplazaron ritos y prácticas mediante un sincretismo evidente; haciendo posible un cristianismo popular no siempre ortodoxo y sí muy flexible.

Este proceso de yuxtaposición de imágenes no fue una innovación: ya el catolicismo de los súbditos de Castilla y Navarra había sufrido una transformación harto similar en sus lugares de origen. Por principio, desde la Hispania visigoda, en el siglo VII, el cristianismo se alejaba de la ortodoxia, para acercarse al culto de María, doctrina que no era tan típica en el cristianismo del resto de Occidente. Es en estos siglos de la Edad Media donde se desarrolla la teología mariana y es, justamente, en la actual España donde encontrará a sus mejores apologistas: Leonardo e Isidoro de Sevilla, San Ildefonso de Toledo, entre otros. Un rasgo a considerar es que el culto mariano no fue una doctrina desarrollada por las élites eclesiásticas, su propagación corrió a cargo de “la religiosidad popular” hispano-lusitana, ésta a su vez había sido suscitada por la mezcla de la religiosidad ibérica, fenicia, cartaginesa y principalmente grecorromana, con el pensamiento cristiano de los primeros siglos y el pensamiento germánico y, más tarde, al enriquecerse con elementos orientales e islámicos dieron origen a lo mozárabe.

La arqueología hoy nos da noticias de una veneración de figuras femeninas ya en la época prerrománica. La llegada del catolicismo retoma sus cultos que no rompe, sino que más bien moldea; así por ejemplo, no pocas de las divinidades veneradas anteriormente en la península aparecen como advocaciones marianas: Virgen de la Luz (Lux)  La Gran Madre de Dios (Matter Magna), Virgen de la Salud (Salus), entre muchas; Richard Nebel, en su obra erudita sobre “Virgen de Guadalupe”, dice: “(…) por la interpretatio christiana que aplica a la Santísima Virgen varios símbolos antiquísimos (tierra, agua, luna, etc.), muchas veces al convertir en santuario mariano un templo dedicado a viejas diosas madre, éstas eran sustituidas por María, conservando sus mismos patrocinios y prácticas” (p.43).  El carácter popular de esta adoración la alejó de la teología y doctrina oficial y con esto creó condiciones para poder ser adecuada a las veneraciones locales, regionales o nacionales. 

Un rasgo más de similitud del sincretismo español con el americano: las apariciones. En el periodo de la Reconquista, la imagen de la virgen María fue un elemento de unidad; es, junto con Santiago, un símbolo de identidad de la cristiandad hispana. Paradójicos resultaron los esfuerzos musulmanes por suprimir el culto de imágenes, especialmente las católicas. Sus fieles durante la batalla escondieron varios objetos de culto, al ser reencontradas se erigieron santuarios. Por supuesto que la imaginación popular no las relata como hallazgos de esculturas o pinturas sino como verdaderos prodigios divinos. La virgen de Ocotlán en Tlaxcala ofrece aquella similitud: una advocación de María en un lugar de culto donde en antaño los tlaxcaltecas adoraban a la diosa Xochiquetzalli, diosa de la fertilidad y de la primavera, madre de todos. La teología ha defendido esos puntos de similitud más que como políticas evangelizadoras, sí como señales de que el cristianismo ha sido universal, aunque presentado bajo formas muy extrañas y un tanto contrapuestas. De cualquier modo, no debemos olvidar que la religión, como toda parte integrante de la superestructura, según Marx, refleja inexorablemente los hechos concretos: la evangelización en nuestro país fue, a la postre, una mezcla de todos los elementos de dos culturas; en donde coincidió, hubo sobrevivencia y donde no, hubo adecuación, pero no completo olvido.


Marco Antonio Aquiáhuatl es historiador por la Universidad Autónoma de Tlaxcala.

Diciembre 2022

Contundentemente el arte tiene una función social. No porque alguien lo enjuicie, sino porque así ha sucedido históricamente. Durante la Edad Media las artes plásticas y, la pintura en particular, fueron utilizadas por la Iglesia y por los mecenas para representar su vida opulenta y perfecta o para mostrar escenas bíblicas. De hecho, uno de los factores que impulsó el arraigo de la fe católica en la sociedad fue precisamente la cultura y más detalladamente el impacto de obras maestras expuestas intencionalmente en las catedrales europea, cuya arquitectura, dicho sea de paso, también estuvo financiada por el Papa y los burgueses de entonces, en particular la familia Medici. Baste recordar las figuras de Giotto di Bondone o Miguel Ángel, escultores, arquitectos y pintores al mismo tiempo. El objetivo era utilizar su arte como medio de “adoctrinamiento” de las “masas populares”. No por ello las obras maestras producidas por los grandes maestros renacentistas pierden su valor artístico, sobre todo si se considera la maestría con que desarrollaron la técnica de las artes plásticas en que incursionaron.

El argumento de que el arte ha tenido históricamente una función social —inconsciente o conscientemente por parte del artista— se sostiene todavía más si lo trasladamos, por ejemplo, al México posrevolucionario, en donde el llamado muralismo mexicano encabezado por Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco tomó como modelo a los maestros florentinos antedichos para utilizar su arte exactamente de la misma forma en que lo hicieron sus precursores, pero desde otra óptica, con otras imágenes. Los muralistas mexicanos sustituyeron las escenas bíblicas en Iglesias por escenas heroicas de la Historia nacional en edificios públicos. El objetivo entonces era el de difundir la historia del “pueblo” mexicano.

El otro ejemplo, que se sigue casi naturalmente, es el del expresionismo abstracto surgido en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial abanderado por Jackson Pollock, Clyfford-Still y Rothko. No hay ninguna coincidencia en el hecho de que Pollock haya estudiado a Diego Rivera. Pollock es presentado, sin embargo, como el epítome de la libertad artística, y esto no es ninguna exageración: en el Museo Albertina Modern está abierta de hecho una exposición con obras de estos artistas que lleva por nombre Ways of freedom, en la que se indica “fueron representantes de una nueva libertad del arte, tal como se manifiesta en su reinvención de la abstracción estadounidense. Su ruptura artística radical en 1945 también marcó el nacimiento de la libertad en Europa facilitada por los estadounidenses.”

Para la mayoría de los críticos contemporáneos, así como para ciertos artistas, esta idea es incuestionable porque ambas expresiones tienen como base una misma filosofía, el posmodernismo, el cual niega la existencia de la realidad concreta y promueve la libertad individual por encima de todo, tal como, precisamente, lo hizo el expresionismo abstracto, las vanguardias de la segunda mitad del siglo XX y como lo siguen haciendo algunos artistas contemporáneos, por ejemplo, la exposición Lovers de Urs Fisher en el Museo Jumex, en la que el elemento casi único son inodoros. Esta situación, por supuesto, no se explica como un problema moral-subjetivo, sino como producto de un contexto histórico particular.

En suma, el arte le ha servido, hasta estos momentos, a la Iglesia, a las élites económicas y políticas y ahora sólo a los propios artistas. Como una suerte de tesis inicial, puede decirse que el arte renacentista cumplió una función social específica, adoctrinar, siendo superado por la síntesis que realizó posteriormente el muralismo mexicano, cuyo fin fue la enseñanza de la Historia nacional por la vía de las paredes de espacios públicos y la antítesis. La negación inevitable de ambos movimientos sería ni más ni menos que el arte posmoderno, expresado ahora en el expresionismo abstracto, que por sus propios principios y objetivos se concentra en la individualidad del artista. No por otra cosa termina siendo necesariamente estéril. ¿Cuál es el objetivo de mostrar en las salas de museos unas pinceladas (que solo el artista sabe que tienen una carga emocional) o ver urinarios de cabeza o inodoros llenos de frutas?


Victoria Herrera es historiadora por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Diciembre 2022

Todo arte refleja las condiciones de su época. Así que, mutatis mutandis, podemos aplicar para el arte aquello que Hegel decía para la filosofía. Pues si la filosofía es su tiempo traducido en pensamiento, el arte es reflejo de aquella realidad que el artista experimenta y que nutre su sensibilidad, aquella que lo mueve a crear su obra.

El problema radica aquí en saber qué parte de la realidad es la que el arte está reflejando. A veces no es tan claro lo que el artista quiere mostrar con su obra y se requiere cierta preparación estética para entender y disfrutar de manera cabal su arte. En otras ocasiones, el artista refleja condiciones que se leen entre líneas, las contradicciones internas que no se mencionan explícitamente pero que uno puede distinguir estudiando la realidad económico-social en que el creador vivió.

Por lo anterior, siempre es interesante estudiar las obras que han sobrevivido al difícil dictamen del tiempo, pues estas obras conjugan dentro de sí una de las contradicciones que a la filosofía le ha tomado milenios analizar: la contradicción de la unión de lo particular con lo universal.

Según la dialéctica, lo universal no puede sino aparecer y manifestarse en lo particular, pero a su vez lo particular es lo contrario de lo universal, por lo que se niegan uno al otro. Esta contradicción está condenada a estar unida y a habitar en la obra de arte para sobrevivir. Esto es así porque , para poder sobrevivir en el tiempo, la obra de arte necesita representar cosas que son de interés universal, pero para eso utiliza las representaciones, las formas de su tiempo.

Chéjov, el gran literato ruso, es muestra de lo anterior. Pongamos por ejemplo su obra de teatro La gaviota. ¿Sobre qué trata? A simple vista sobre las relaciones mundanas de una familia aristócrata, que tiene problemas mundanos en su casa de campo a orillas del lago. Pero todo esto no es sino el escenario sobre el cual se representan las más variadas opiniones sobre la belleza y el arte.

El tema de fondo de La gaviota es el arte. Chéjov representa en dicha obra una cuestión que llegó a atormentarlo en alguna etapa de su vida: “¿para qué escribo? ¿para quién?”. El sentido del arte es una de las cuestiones que el artista intenta resolver y sobre lo que sustenta su propuesta artística.

Pero hay otra cuestión en el fondo de dicha obra de Chéjov igualmente interesante. Este es el de la lucha, la contradicción, entre el arte viejo y el nuevo. El joven artista que lucha porque las nuevas formas tengan reconocimiento y el viejo arte que se conforma con lo logrado hasta ese momento. Uno y el otro se tratan como contrarios irreconciliables, ignorando que, en realidad, uno vive en el otro.

La maestría de Chéjov era precisamente esa: tratar temas profundos, en los que se mezclaba filosofía en el más puro sentido de la palabra con una imagen cotidiana, con la escena de la cotidianidad de la vida. Esto no podría ser de otra forma, pues lo más profundo, lo más elevado, solamente puede manifestarse y acontecer en las formas particulares de la vida que se manifiestan en las relaciones sociales cotidianas. De esta manera, ni la filosofía ni el arte están en un “más allá”, sino que representan lo que realmente acontece; lo representan probablemente en formas que sí procuran una imagen estética, formas que ya no pueden encontrarse tan fácilmente en la realidad, pero que no dejan de ser una necesidad de la vida misma.


Alan Luna es filósofo por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Diciembre 2022

Opinaba un crítico que Guillermo del Toro es uno de esos personajes a quienes es imposible no querer. Simpático, humilde y desprendido, el cineasta mexicano encarna precisamente la contra-imagen del artista arrogante que el gran público odia veladamente: señores envanecidos, de mirada altanera y de palabras proféticas en tonos pedantes, al estilo de un Vargas Llosa o un Borges.

Tres noticias, casi simultáneas, volvieron a colocar al realizador jalisciense en los titulares. La primera fue el desacuerdo con la cadena de distribución Cinemex respecto a la exhibición de Pinocho, su película más reciente; luego de la negativa de Cinemex a exhibir la película, el cineasta lanzó un llamado de solidaridad a todos los espacios independientes de exhibición del país, llamado al cual respondieron instituciones como la Cineteca Nacional y la UNAM, así como muchísimos espacios independientes en los estados. Dos: Del Toro alzó la voz públicamente, y con bastante dureza, contra la Secretaría de Cultura por la precaria situación financiera que ha provocado en la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas; dicha situación propiciaría la cancelación este año de los premios Ariel, espacio central —y de gran valor simbólico— para la débil industria cinematográfica mexicana; el director se ofreció a aportar una parte de los recursos económicos necesarios para la premiación, si con eso se garantizaba su realización. Por último, el doctorado honoris causa que le otorgó la UNAM por su destacada trayectoria en el cine mundial y mexicano.

Debo confesar que me sorprendió la solidez intelectual y el amplio panorama cultural del realizador, cuya figura solo conocía a través de sus películas. Al hablar de su trabajo, de sus concepciones y de sus experiencias se expresa con bastante precisión, en palabras sencillas y directas, perfectamente asequibles, sin sacrificar en absoluto la profundidad de sus ideas. Su horizonte cultural no es nada estrecho; menciona sus referencias con sobriedad, sin los malabares de la grandilocuencia discursiva. Me parece que no es cosa menor, sobre todo en los mundos del cine comercial, hallar un artista de tal perfil.

El de Guillermo del Toro es un cine comercial; y no es una afirmación peyorativa. Él mismo se defiende contra quienes dicen que prefieren sus películas «más personales» diciendo que todas sus películas son profundamente personales. Y aquí se abre la primera puerta del viejo debate: ¿puede el lenguaje del artista ser personal, auténtico, cuando se le somete a los criterios de la industria comercial? Del Toro parece afirmar que sí; él afirma que su cine es auténtico y personal. Después de todo, agradar o desagradar al público, acercarse o alejarse intencionadamente de él, también es una postura artística. Y de hecho, la fórmula de Del Toro funciona perfectamente: una narrativa sencilla y directa, un universo visual característico, y una reinvención de temas en torno a la fantasía. Su propuesta conmueve a millones de espectadores alrededor del mundo.

Su postulado es firme: las películas deben conectar con el público. Pero esta es una consigna peligrosa. ¿Hasta qué grado las exigencias del gran público determinan también el lenguaje del artista? Finalmente, como afirmaba Theodor Adorno sobre la música, la característica principal del cine comercial es precisamente la estandarización, la predominancia de fórmulas más o menos rígidas y, por tanto, predecibles. ¿Puede un artista que eleva (o reduce) como criterio máximo de su trabajo el agradar al gran público, salirse de los estrechos marcos de la industria para avanzar en la construcción de un lenguaje todavía más personal?

Creo haber aprendido que la única forma de que un artista pueda desplegar por completo sus capacidades artísticas es trabajando en el medio adecuado. En este sentido, es claro que el cine de Guillermo del Toro solo funciona, precisamente, en ese contexto: el de un cine de intención artística, pero principalmente comercial.

Solo que aquí el propio Del Toro comete un error de perspectiva. Al referirse a la precaria situación de la industria cinematográfica mexicana, en el contexto de su desacuerdo con la Secretaría de Cultura ya mencionado, el director arremetió en un tono bastante irrespetuoso contra el cine comercial mexicano, colocando los nombres de Eugenio Derbez y Omar Chaparro como ejemplo de pobre calidad; y en contraparte, citaba como cine de alta factura el trabajo de algunas realizadoras mexicanas, como Tatiana Huezo o Alejandra Márquez Abella. El centro de su argumento es claro: el cine comercial, por serlo, no requiere de estímulos financieros de las instituciones culturales públicas, como sí lo requiere el cine artístico.

Hasta aquí estamos todos de acuerdo. Pero cuando Guillermo del Toro admite tácitamente que el cine comercial es de una calidad inferior, se abren de nuevo las puertas a las viejas discusiones. ¿En qué sentido puede calificarse de inferior el cine comercial? No digo que no lo sea, sino que es necesario establecer criterios claros; de hecho, en parámetros como el alcance masivo o la aplicación en gran escala de los adelantos tecnológicos, el cine comercial es bastante superior al cine artístico. Si hablamos en términos, digamos, más artísticos, como la profundidad de los temas o la experimentación técnica, puede concederse al cine artístico una posición preponderante. Y sin embargo, aún desde esta perspectiva, figuras del cine mundial como Pedro Costa o Lav Díaz —cuyas películas exigen un esfuerzo intelectual descomunal— podrían legítimamente alzar la voz contra una propuesta esencialmente comercial como la de Guillermo del Toro. Hablando francamente, si lo situamos ecuánimemente en el amplio espectro del cine artístico mundial, el cine deltoriano quedaría más cerca de Eugenio Derbez que de Tatiana Huezo.

Sea como sea, el cine de Guillermo del Toro tiene el mérito de haber logrado un sello profundamente personal en un medio dominado por lo homogéneo. Su lenguaje visual es accesible sin llegar a ser banal, y sus historias, todas en torno a temas fantásticos, se reinventan en cada nueva película. El laberinto del fauno (2006) ha sido calificada por algunos, quizá prematuramente, como su obra maestra. No lo podemos saber todavía, pero sí es una película que recoge con gran pulcritud los principales elementos de su lenguaje: un cine educativo y accesible, perfecto para quienes prefieren un cierto grado de intención artística sin sacrificar la sencillez narrativa.


Aquiles Lázaro es promotor cultural e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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