| Por Abentofail Pérez

“Y al escuchar aquellos gritos, mientras no sabía ya qué pensar, me sucedió que pude volver a ver la cara del condenado, que cada tanto la multitud ante mi ocultaba. Y vi el rostro de quien contempla algo que no es de esta tierra, como lo he visto a veces en las estatuas de los santos en rapto visionario. Y comprendí que, fuese santo o vidente, lúcidamente él quería morir porque creía que muriendo habría derrotado a su enemigo, cualquiera fuera éste. Y comprendí que su ejemplo habría llevado a otros a la muerte. Y sólo quedé pasmado ante tanta firmeza porque todavía hoy no sé si en éstos prevalezca un amor orgulloso por la verdad en la cual creen, que los lleva a la muerte, o un orgulloso deseo de muerte, que los lleva a testimoniar su verdad, cualquiera ésta sea. Y me siento inundado de admiración y temor”. (Umberto Eco, El nombre de la rosa).

Han pasado 100 años de la muerte de uno de los más grandes próceres de la Revolución Mexicana: Felipe Ángeles, un hombre que decidió sacrificar la vida antes que ensuciar uno sólo de sus principios. El único ideólogo del proceso revolucionario, como lo asevera Friederich Katz, cuyas ideas tienen vigencia todavía hoy en día.  

El juicio al que fue sometido en 1919 ha dejado una huella indeleble en los anales de la historia. En ocasiones la humanidad se pone a prueba en juicios aparentemente aislados como éste, en los que a simple vista no se condenaría mas que a un hombre cuando en realidad se condena una idea y una visión del mundo. 

En el recinto en el que se le juzgó había más de cuatro mil personas esperando la absolución del condenado, cuyo único delito había sido oponerse a la cerrazón de un hombre que había sacrificado los intereses del proceso revolucionario por los intereses de su clase. El pueblo que abarrotaba la sala y las afueras del auditorio exigía la liberación inmediata del general a sabiendas de que cualquier reclamo caería en los oídos sordos de Venustiano Carranza quien se había propuesto quitarle la vida, a como diera lugar, al único hombre de entre todos los grandes revolucionarios que le hacía sentir su necedad con sólo una mirada, aquel hombre al que no podía mirar a los ojos porque en ellos se vislumbraba tal y como era. 

“Las palabras de Ángeles fueron breves pero lo suficientemente certeras para nunca ser olvidadas”

Ángeles tomó la palabra a sabiendas de que no había posibilidad alguna de salir vivo de aquel percance y dejó grabada para la posteridad la idea trunca e inconclusa que le valió la vida a él y a los miles de hombres que se habían tomado enserio el proceso revolucionario y a quienes hasta nuestros días sigue sin hacérseles justicia. No era a un hombre a quien Ángeles dedicaría sus últimas horas, era a una idea, a la más grande tal vez por la que un hombre merece vivir y que no se destruiría hasta realizarse. Las palabras de Ángeles fueron breves pero lo suficientemente certeras para nunca ser olvidadas: 

El socialismo es un movimiento de respetabilidad que no podrá ser vencido. El progreso del mundo está de acuerdo con los socialistas… iEl pobre se ve siempre abajo! y el rico poco o nada se preocupa por el necesitado!… ¡Por eso protestan las masas; por esa falta de igualdad en las leyes! Es por lo que se lucha… La gente se ocupa tan sólo en adquirir los medios para vivir y por adquirir un título con el cual se cree salvaguardada; pero la vida tiene muchos escollos y el hombre debe ser hombre primero, después padre y sentir deberes para con la sociedad a la cual debe honor y respeto. Si en esta revolución se cometen errores, es porque toda la educación se limita a una verdadera fórmula. El pueblo bajo vive en la ignorancia y nadie se preocupa por su emancipación. El hombre intelectual, naturalmente tiene que apartarse de él. Esa diferencia ha hecho nacer el odio de los que no saben contra los que saben; de los que no tienen contra los que tienen; por ese odio ha nacido tan solo del corazón de los ignorantes o de los ambiciosos, o de’ los que teniendo cierta capacidad intelectual, se han valido y han explotado la ignorancia de las masas para satisfacer sus ambiciones y sus deseos desordenados. Si los hombres inteligentes de México hubieran tomado una parte activa y directa en esta lucha, la revolución no hubiera sido tan anárquica. Hubiera terminado pronto…”  

Las palabras que Felipe Ángeles pronunciara frente al patíbulo hace un siglo, siguen hoy tan vigentes como nunca y no dejarán de retumbar en los oídos de todos los enemigos del pueblo, aunque utilicen su nombre para legitimar su perfidia, hasta verse realizadas.

Abentofail Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
abenperon@gmail.com

| Por Pablo Hernández Jaime

Persisten los puntajes bajos de México en la prueba PISA para la evaluación de estudiantes (por sus siglas en inglés: Programme for International Student Assessment). Pero ¿qué significa esto? Para comprender hay que aclarar algunos puntos.

La prueba PISA, que se aplica cada tres años desde el 2000 en diversos países de la OCDE, tiene el objetivo –y cito textualmente– de “evaluar la formación de los alumnos cuando llegan al final de la etapa de enseñanza obligatoria, hacia los 15 años”. Para ello se aplican exámenes de lectura, matemáticas y ciencias. “Es importante destacar que si bien PISA utiliza la herramienta de las preguntas de opción múltiple, una porción importante de los reactivos, particularmente los más complejos, requieren del alumno la redacción de textos e incluso la elaboración de diagramas” [1].

PISA, entonces, mide el desempeño de jóvenes de 15 años a nivel mundial en pruebas de habilidad que tratan de capturar su grado de preparación en áreas de conocimiento básico. Es importante aclarar esto porque, PISA no evalúa programas ni sistemas educativos; su diseño no está pensado para eso. PISA, en cambio, sirve para obtener una medida común de habilidades que permita a los distintos países y a sus creadores de política pública pensar mejor el contexto educativo sobre el que tratan de intervenir.

Esta aclaración es importante por una razón fundamental: los desempeños observados en habilidades básicas por PISA no son resultado exclusivo de cada individuo o del sistema educativo de cada país, sino de las condiciones sociales en su conjunto. En este sentido, los puntajes de “habilidad” no reflejan ni la “inteligencia” de los estudiantes, ni inmediatamente “la calidad del sistema” sino, más en general, la habilidad media que los estudiantes logran desempeñar dadas las condiciones de su sociedad y las de su sistema educativo.

“Se necesitan fuertes inversiones en políticas de compensación para construir condiciones de equidad”

Esta distinción no es menor. Baste señalar que, si bien los puntajes promedio de lectura, matemáticas y ciencias para México son de 420, 409 y 419 respectivamente (el promedio OCDE es 487, 489 y 489), los estudiantes de condiciones sociales aventajados, de acuerdo con el propio informe PISA 2018[2], tendieron a obtener resultados 81 puntos promedio superiores a los de sus compañeros de estratos sociales desaventajados. La habilidad escolar también tiene su marca de clase.

Este señalamiento es importante porque en contextos de suma pobreza y desigualdad, como lo es México, el sistema educativo se enfrenta a un problema que en muchos sentidos lo excede y que no puede resolver por sí solo. La solución entonces no puede llegar por vía exclusiva del sistema educativo, sino que debe haber un mejoramiento integral de las condiciones de vida de la sociedad, el cuál debe venir acompañado de una política educativa orientada fuertemente a la compensación de carencias socioeconómicas y educativas en los sectores más vulnerables.

Considérese, por ejemplo, que “alrededor del 27% de los estudiantes en México matriculados en una escuela desaventajada (promedio OCDE: 34%) y el 17% de los estudiantes matriculados en una escuela aventajada (promedio OCDE: 18%) asisten a una escuela cuyo director informó que la capacidad de la escuela para proporcionar instrucción se ve obstaculizada, al menos en cierta medida, por escasez de personal docente.”[3] El dato es elocuente; y es que, aunque la tasa neta de escolarización en educación primaria ya es de 98.4% y en secundaria de 86.2%, los problemas de desempeño en habilidades persisten de manera generalizada.

El problema entonces no es —como ha sugerido el presidente de la República— un problema de simple cobertura. Al menos en educación básica el sistema educativo es asequible para la población. El problema es que la escuela en México se enfrenta a tales carencias, y sus recursos son tan limitados, que no puede dar los resultados esperados. El problema es sistémico y si la educación mexicana quiere contribuir en algo necesitará fuertes inversiones en políticas de compensación para construir las condiciones de equidad que necesitamos.

Pablo Hernández Jaime es maestro en ciencias sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
pablo.hdz.jaime@gmail.com


[1] Ver: https://www.oecd.org/pisa/39730818.pdf

[2] Ver: https://www.oecd.org/pisa/publications/PISA2018_CN_MEX_Spanish.pdf

[3] idem

Diciembre 2019

En un texto que se publicó como Introducción general a la crítica de la economía política escrito en 1857, Marx hace mención de temas que no tratará después de manera tan explícita. Uno de estos es el de la dialéctica entre la producción de las mercancías y el consumo de estas. La pregunta a responder es la siguiente ¿quién crea a quién?, ¿la producción determina al consumo o el consumo determina a la producción? Casi siempre que se nos presentan problemas teóricos como estos, tan comunes en la realidad, el pensamiento tradicional tiende a ver la verdad en solo uno de los opuestos.

Una forma común de resolver el problema es pensando que la producción no hace sino satisfacer la necesidad del hombre, es decir que las mercancías solo existen porque el hombre necesita comer, vestir, etc., y, por tanto, la producción la determina el consumo; la necesidad, la demanda de mercancías.

Pero la cosa no es tan sencilla. Marx nos dice que hay que tomar en cuenta que la producción determina el consumo de varias maneras. La forma en la que se produce puede determinar el modo en el que se consume. Un sistema de producción en donde lo primordial sea la creación de mercancías como medio para incrementar el capital de los dueños de los medios de producción, creará incluso nuevos bienes de consumo que no sean los estrictamente necesarios para el hombre en un principio. De esta manera, el dueño del capital provoca la necesidad de consumir bienes que bien pudieran no ser una necesidad en un principio. De igual manera, una producción regida por la lógica de la mayor ganancia posible, no repara en modificar las contaminantes formas en las que produce, si con ello cumple su propósito; por lo tanto, la forma en la que se consume, es también contaminante en exceso, y el origen está, como vemos, en la lógica del sistema de producción.

Producción y consumo están unidos, se determinan mutuamente, pues es verdad que la necesidad del hombre exige de la producción de los bienes necesarios para poder satisfacer dicha necesidad.

En la relación producción-consumo en el arte ocurre algo muy parecido. El arte es una necesidad del hombre para expresarse y lograr realizarse como ser creador, pero también el arte ya realizado impacta sobre la sensibilidad de la gente y hace que se aprecien cosas que antes no demandaba el espectador. La educación estética se va desarrollando en parte por lo que se observa en el entorno social, y se puede decir que no solamente el espectador es el responsable de la demanda del arte, sino que el artista puede proponer lo que quiere expresar y hacer partícipe al espectador, buscar que este se sienta identificado con sentimientos que aún no había podido expresar o con nuevas propuestas que sean de su interés.

Este tema cobra relevancia al hablar del llamado “arte de masas”, expresiones creadas supuestamente para satisfacer la demanda popular, creaciones en masa que pretenden ajustarse a la exigencia de la mayoría, obviando deliberadamente que las dolencias y pasiones populares no son estáticas y que están determinadas por la sociedad en la que viven. Aquí se hace notar la importancia de un arte orientado a la masa sin que sea enajenante, es decir, que al mismo tiempo sea una representación de las pasiones generales y una forma de incrementar la sensibilidad y la cultura de todos. Un arte que haga evolucionar el consumo artístico al que se ha acostumbrado al pueblo en nuestros días.


Alan Luna es investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
alunamojica@gmail.com

Noviembre 2019

En los últimos 15 días pasó a ocupar el centro de atención de la agenda nacional la aprobación del Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF) 2020. De acuerdo con la Ley Federal de Presupuesto y Responsabilidad Hacendaria, el presupuesto debió aprobarse por la Cámara de Diputados a más tardar el 15 de noviembre. Sin embargo, esto no se hizo porque la sesión ordinaria de la Cámara de Diputados fue pospuesta tres veces consecutivas, a causa del plantón que mantienen distintas organizaciones sociales, populares y campesinas afuera de la Cámara de Diputados exigiendo una distribución equitativa de los recursos para atender los problemas del campo y de rezago social.

Estos acontecimientos mostraron actitudes antidemocráticas y dictatoriales del Presidente de la República que no se pueden pasar por alto y deben ser señaladas.

Debe destacarse, en primer lugar, que ante estas manifestaciones de descontento la respuesta del presidente únicamente ha sido la descalificación de las organizaciones sociales, acusándolas de corruptas y de que quieren moches, a pesar de que se le han hecho saber públicamente los programas y obras de carácter social donde se requiere canalizar los recursos. El presidente se ha negado a escuchar y dar respuesta a las inconformidades de sus gobernados, rechazando la legitimidad de sus demandas, a sabiendas de que son parte de la ciudadanía que paga impuestos y tiene derechos consagrados en la constitución.

En segundo lugar, al desacreditar públicamente a estas organizaciones sociales, están atropellando los derechos de petición y organización estipulados en nuestra Carta Magna, violando el juramento que hizo al tomar protesta como Presidente de la República; además, se provoca un clima de linchamiento social hacia las organizaciones.

Y en tercer lugar, quebrantando la división de poderes, le ha ordenado a la Cámara de Diputados que apruebe el PEF 2020 en su totalidad, sin hacerle ninguna modificación.

Es apremiante que el presidente reconsidere esta actitud y atienda las demandas de sus gobernados.


Ollin Vázquez es economista por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

| Por Aquiles Lázaro

A estas alturas, ya puede distinguirse una tendencia sobre el lugar que ocupa el sector cultural en el gobierno autonombrado cuarta transformación. Aunque salpicada de declamaciones superficiales sobre los grupos marginadas y los pueblos indígenas, la línea general gubernamental en materia cultural se diferencia poco de los proyectos precedentes.

El objetivo que se fija la el gobierno federal en su Plan Nacional de Desarrollo, el de garantizar la universalidad del acceso a los bienes y servicios culturales, desde las últimas décadas del siglo pasado, la línea común sobre la que se han diseñado y aplicado las políticas estatales. Este gobierno se enfrenta, además, a la insuficiencia permanente de infraestructura pública; lo que ha propiciado un rápido crecimiento en la oferta de bienes culturales desde el sector comercial privado, oferta que constantemente se expande y diversifica.

Si se considera que las actividades vinculadas al sector de la cultura han alcanzado en los últimos años más del 3 % del PIB, y que estas actividades provienen mayoritariamente del sector privado, se aprecia el imperativo de diseñar criterios nítidos sobre la responsabilidad estatal de garantizar el acceso a la cultura.

En esta misma línea, el debilitamiento de la participación pública en la oferta de bienes culturales ha contribuido a establecer en la población patrones de consumo dominados por los repertorios comerciales de grandes empresas del entretenimiento: televisoras, radiodifusoras, productoras fílmicas o sellos discográficos. Más aún: si tales patrones de consumo cultural son aplicables a la población en general, es precisamente en los sectores sociales de bajos ingresos donde adquieren un alcance casi universal. Esto configura un panorama adverso, que exige el diseño de estrategias precisas desde la política cultural en lo que se refiere a la reducción de los niveles de desigualdad social.

“La política de reducción de presupuestos representa un retroceso respecto a los proyectos culturales de gobiernos anteriores”

Y a pesar de todo lo anterior, las políticas de la nueva administración han estado encaminadas a la disminución presupuestal. El monto asignado al sector cultural en el PEF 2019 representó ya una reducción real respecto al promedio anual del sexenio pasado; para 2020, y a pesar de las protestas de varios sectores del gremio cultural, el presupuesto vuelve a recortarse. Esto acentúa una continuidad general con los presupuestos insuficientes de las últimas décadas.

Debe añadirse, por otra parte, el fortalecimiento de las relaciones gubernamentales con grupos empresariales que participan de modo relevante en el mercado del entretenimiento (Salinas Pliego, Slim, Azcárraga). Esto representa un potencial impulso a los contenidos comerciales masivos, con el correspondiente incremento en ganancias de los inversionistas beneficiados.

En suma, la política de reducción de presupuestos a la infraestructura cultural representa un retroceso respecto a los proyectos culturales de los gobiernos anteriores. Si se tiene en cuenta, además, la desventaja del sector cultural público frente a la oferta comercial del sector privado, así como el estrechamiento de relaciones con grupos empresariales interesados en el mercado del entretenimiento masivo, puede apuntarse que la política cultural se enmarca, de hecho, en el postulado neoliberal clásico sobre disminuir la responsabilidad estatal de desarrollar infraestructura desde el sector público.

Aquiles Lázaro es promotor cultural e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
aquileslazaromendez@gmail.com

| Por Jorge López Hernández

En el Proyecto de Egresos de la Federación para el 2020, prácticamente se desmantela toda la red de programas y apoyos destinados al fomento del sector agropecuario. Por ley, todos los recursos que se destinan al medio rural se etiquetan en el programa especial concurrente (el conocido PEC). Este programa atiende a través de varias secretarías, todos los aspectos relacionados con el medio rural, que van desde la salud, alimentación, educación, medio ambiente, cuestiones agrarias, y por supuesto el fomento a las actividades del sector agropecuario.

En el proyecto de presupuesto de egresos para el próximo año se contempla quitarle al PEC más de 20 mil millones de pesos, para ello se propone eliminar a 53 programas y a otros disminuirle su presupuesto. La secretaría más afectada es la de agricultura y desarrollo rural que le quitan 19 mil millones de pesos, es decir, una reducción de casi el 30% de su presupuesto con respecto al año en curso.

La mayoría de los programas que se eliminan están destinados al fomento de las actividades productivas del sector agropecuario como: la comercialización, el financiamiento, el seguro, la investigación y desarrollo tecnológico, impulso a la capitalización de las unidades productivas, sanidad e inocuidad, entre otros. Además, es importante señalar que programas como el de fertilizantes y el de crédito ganadero a la palabra se le quitan 3,500 millones de pesos, a pesar de ser programas implementados por este gobierno y, por si faltaba menos, se elimina el programa de apoyo para la adquisición de leche a productores nacionales, solo por mencionar algunos.

“Con estas políticas, la pobreza y la desigualdad seguirán arraigándose en el campo”

Con estas acciones, el gobierno olvida que el sector agropecuario es un sector productivo y muy importante para el desarrollo del país. Que necesita infraestructura carretera, almacenes, sistemas de riego, transferencia de tecnología, disponibilidad de insumos a bajos precios, financiamiento a proyectos productivos, capacitación, etc. Se necesita resolver el problema de la baja productividad de las unidades de producción. Y nada de esto se está haciendo.

Si no se hacen cambios importantes en el presupuesto para el sector agropecuario, los problemas del campo se agudizarán. Pero sobre todo, la pobreza y la desigualdad seguirán arraigándose en el campo.

Jorge López Hernández es maestro en economía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
avpa_jorge@hotmail.com

| Por Pablo Hernández Jaime

Un total de 147 mil 180 estudiantes de Prepa en Línea SEP podrían no terminar sus estudios de bachillerato. Y al menos 2 mil 860 facilitadores, tutores, asesores y supervisores podrían perder sus empleos. Todo, debido a un posible recorte de 97.6% en la partida que dará recursos a este programa en 2020.

Para que se den una idea, el numero de estudiantes afectados podría llenar 100 unidades del Metro con sus 9 vagones o casi dos veces el Estadio Azteca en partido de futbol. Esta cantidad de estudiantes, de acuerdo la propia SEP, representan el 13% de la matricula total en media superior.

Pero, además, estamos hablando de un sector de la población que por diferentes razones no pudo continuar en el sistema presencial, quizás por carencias económicas o discapacidad, quizás porque tenían la necesidad de trabajar o quizás porque debían atender una familia.

“Solo 6 de cada 10 logra terminar la educación media superior”

En pocas palabras, Prepa en Línea representa la oportunidad para que un sector vulnerable de la población termine su bachillerato. Y es seguro que la modalidad tiene mucho mejorar. Sin embargo, en tan solo cinco años, a partir de su creación en 2014, esta modalidad ya cuenta con 14,404 egresados, de los cuales el 35% ya está en la universidad.

Resulta cuando menos contradictorio que la actual administración insista en manejar un discurso de justicia social, cuando en los hechos todas las señales apuntan en otra dirección. La educación media superior, con sus rezagos, con sus altos índices de abandono que rondan el 13% y con tasas de terminación donde solo 6 de cada 10 logra acabar, necesita grandes mejoras, no grandes amputaciones.

El pasado 5 de noviembre un grupo de estudiantes se manifestó fuera de San Lázaro para pedir que el presupuesto aumente y el programa permanezca. Para muchos de ellos, el 15 de noviembre será la fecha definitiva; ese día se decidirá si el nuevo Presupuesto de Egresos está a favor o en contra de la equidad en la educación pública.

Pablo Hernández Jaime es maestro en ciencias sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
pablo.hdz.jaime@gmail.com

| Por Abentofail Pérez

Las últimas semanas se ha dado a conocer a través de los medios de comunicación y sobre todo, a través de las redes sociales, el impacto de las manifestaciones en contra de los más conspicuos gobiernos neoliberales de América Latina. Las multitudinarias manifestaciones que inundaron las calles de la capital chilena la semana pasada, y que continúan en varios puntos del país, fueron efecto inmediato del alza en el precio del transporte, principalmente del metro. Este es el más evidente síntoma de descontento. A pesar de que parecen ser un movimiento inmediatista producto del descontento de un sector de la población, no olvidemos que existe un fermento social y económico altamente polarizado que propicia, y explica, el descontento social: en el país andino el 1% de la población posee el 26% del ingreso nacional, y que el 50% más pobre tiene solo el 2.1% de la riqueza. Lo que explica que la protesta, inicialmente de carácter estudiantil, sea secundada ahora por un amplio sector de trabajadores.

Por su parte, en Ecuador se registró una de las manifestaciones masivas más grandes de su historia. Cientos de miles de estudiantes, indígenas y campesinos arribaron a Quito exigiendo no se eliminara el subsidio a los combustibles; una de las medidas implementadas por uno de los más deshonrosos personajes del último siglo en la política latinoamericana: el actual presidente Lenín Moreno, quien, acatando órdenes del FMI, pretende aplicar una serie de medidas de austeridad del más puro corte neoliberal que, naturalmente, dañan el bienestar del pueblo. Ante la formidable resistencia popular, Moreno se vio obligado a dar marcha atrás; las protestas han cesado, pero el intento neoliberal sigue en suspenso, lo que hace esperar, o nuevas manifestaciones, o una política represiva cuyos efectos serán más desastrosos para el gobierno ecuatoriano, que los vistos hasta ahora.

En Haití ocurre una resistencia ignorada por los medios internacionales. El levantamiento del pueblo haitiano lleva ya un mes, y el gobierno de Jovenel  Moïse no se resigna a abandonar el poder a pesar de la debacle política en la que se encuentra sumido. Más allá de la poca información que sobre el problema haitiano llega a nuestro país, es llamativa la opinión del periódico francés Le Humanité, al respecto: “Las reivindicaciones se han vuelto tan radicales que parecen una lucha de clases.” A este estado de ebullición y malestar político, hay que añadir el triunfo de Evo Morales en Bolivia con más de 10 puntos de ventaja sobre el partido conservador Comunidad Ciudadana. Así como la victoria de la fórmula Fernández-Fernández en Argentina, que después de cuatro años bajo el mando del gobierno ultraneoliberal de Mauricio Macri, permite el regreso del partido peronista comandado por Cristina Fernández.

“En México, el gobierno morenista ha demostrado representar los mismos intereses políticos y económicos que sus predecesores”

Las profundidades de la política latinoamericana se encuentran pues, revueltas. Los gobiernos neoliberales, cuyos intereses han estado en todo momento al servicio de los sectores privilegiados y acaudalados de una de las zonas más pobres del planeta, empiezan a pagar su desinterés y abandono hacia las clases populares. Podemos hablar, sin temor a equivocarnos, de un nuevo despertar en el seno de las clases más desamparadas de la región. A pesar de ello, es necesario ser cautelosos en lo que respecta al fin de un modelo económico como el que ahora sintomáticamente demuestra su decadencia. La experiencia mexicana debe servir a las luchas en Latinoamérica. En nuestro país, el gobierno morenista ha demostrado representar los mismos intereses políticos y económicos que sus predecesores. Desde su arribo al poder la situación de las clases pobres no solo no ha cambiado, sino que se encuentra peor aún que antes de su llegada. Las palabras del analista político Atilio Borón demuestran que todavía el impacto de la ilusión no se ha desvanecido. En su artículo “Agonía y muerte del neoliberalismo en AL” califica todavía al gobierno de López Obrador como un “holocausto social sin precedentes en México” en contra del neoliberalismo. Lo que demuestra, o un desconocimiento preocupante de la política nacional, o el ser víctima, como hasta hace algunos meses lo fue el pueblo mexicano, del espejismo provocado por Morena, un efecto ilusorio y engañoso del gobierno de AMLO.

Si México ahora está en silencio, en el momento en que Latinoamérica parece acercarse a un “nuevo amanecer”, es precisamente porque la furia acumulada por la desigualdad, la pobreza y la miseria, se ha fugado sin realizarse. La inconformidad que las masas acumularon durante años, y que debió reflejarse en un estallido político similar al que ahora observamos en los pueblos de América Latina, se difuminó en el fenómeno político morenista; mejor dicho, quedó coptado y ahogado. El neoliberalismo con él ha tomado un respiro y ha vaciado el espíritu de rebeldía de un pueblo que hoy, más que nunca, la necesita.

Latinoamérica deberá cuidarse, pues, de caer nuevamente en la trampa neoliberal. Si el pueblo quiere salvarse deberá hacerlo con sus propios medios y por sí mismo. La izquierda tiene nuevamente en América Latina la oportunidad de ponerse al frente de la resistencia; pero deberá hacerlo con y para el pueblo que le ha reiterado su confianza, si no quiere allanar el camino del enemigo que hoy dice combatir, como sucede en nuestro país, y como ya sucedió en la región, donde la derecha recobró el poder. No caigamos de nuevo en los mismos errores, y vivamos prevenidos contra ilusiones y conclusiones fáciles.

Abentofail Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
abenperon@gmail.com

| Por Abentofail Pérez

Han pasado treinta años desde la caída del Muro de Berlín; las grandes esperanzas que pronosticaron los vencedores para el porvenir de la humanidad se han desvanecido, y hoy, más que en ninguna otra época, la desilusión y la desesperanza parecen regir el sentir de gran parte de la humanidad.

Recordar Berlín, a treinta años de su “unificación”, nos permite hablar de los grandes problemas de nuestra época, de sus causas y de las soluciones que los dueños reales del mundo pretenden esconder bajo tierra, o desprestigiar mediante infames descalificaciones. La caída del Muro de Berlín representa “el fin de una época” que inició con la Primera Guerra Mundial y que “había cobrado forma bajo el impacto de la revolución rusa de 1917”. Para comprender su significado en todos sus alcances, es preciso remontarnos a su origen y al proceso a través del cual llegó a constituir un acontecimiento de alcances incalculables.

La Primera Guerra Mundial y la irrupción del socialismo

Antes de 1914 no había ocurrido en el mundo ninguna guerra mundial. Los conflictos entre los grandes imperios habían tenido lugar sobre todo dentro de sus colonias; y aunque era innegable el carácter imperialista y de conquista, que desde el descubrimiento de América y la conformación del mundo moderno habían ocurrido, ninguno de los conflictos previos había confrontado directamente a las grandes potencias en el mundo entero como sucedió en la Gran Guerra. Se enfrentaron dos grandes bloques: la Triple Alianza conformada por Alemania y Austria Hungría, y a la que posteriormente se unirían el Imperio otomano y Bulgaria, frente a la Triple Entente conformada por el Reino Unido, Francia y el Imperio ruso, a los que a lo largo del conflicto se sumarían Estados Unidos y Japón. El afán imperialista fue, sin lugar a dudas, la causa que desencadenó el que para entonces se consideraba el más grande conflicto bélico de la historia.

No es momento para desentrañar a fondo el proceso acaecido entre 1914 y 1918, aunque es fundamental conocer su razón de ser para comprender los acontecimientos que más adelante se desencadenaron. Para ello, sirva como referencia la explicación de Lenin que, desde Rusia y bajo la dominación del imperio zarista, presentaba una explicación clara de las causas subyacentes de este fenómeno:

“El socialismo ruso emergió como expresión de las carencias y desilusiones del proletariado ruso”

“Se verá que durante decenios, casi desde hace medio siglo, los gobiernos y las clases dominantes de Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Austria y Rusia practicaron una política de saqueo de las colonias, de opresión de otras naciones y de aplastamiento del movimiento obrero. Y esta política precisamente, y sólo ésta, es la que se prolonga en la guerra actual […] Basta considerar la guerra actual como una prolongación de la política de las “grandes” potencias y de las clases fundamentales de las mismas para ver de inmediato el carácter antihistórico, la falsedad y la hipocresía de la opinión según la cual puede justificarse, en la guerra actual, la idea de la “defensa de la patria” (V. I. Lenin, El socialismo y la guerra).

En este contexto de confrontación entre las grandes potencias imperialistas en el mundo entero surgió, o para expresarnos correctamente en términos históricos, resurgió, el socialismo (considerando que durante el siglo XIX, principalmente en las revoluciones de 1848-49 y sobre todo, en el corto pero significativo periodo de la Comuna de París, había librado ya sus primeras batallas contra la burguesía occidental). Posiblemente como uno de los efectos que más lamentaron las grandes potencias una vez terminada la guerra, el socialismo ruso emergió como expresión de las grandes carencias y desilusiones que por más de un siglo había sufrido una clase todavía en gestación en Rusia (el proletariado), pero unificada entre todos los sectores sociales por el desgaste y descomposición que, si bien ya existía, la expoliación de la guerra permitió despojar de las ilusiones que in petto todavía acariciaban algunos sectores de la población de encontrar solución en el sistema vigente.

La Revolución Rusa, ocurrida en octubre de 1917, elevó al poder a una nueva clase que hasta entonces, quitando las heroicas embestidas de 1848 y 1871, se había limitado a resistir la opresión de una burguesía que había cumplido ya su papel revolucionario en la historia. La gran gesta encabezada por V. I. Lenin cambió de manera definitiva la forma de ser y entenderse en el mundo, sobre todo para una clase que hasta entonces dudaba todavía de la capacidad de su razón y su fuerza.

El impacto de una nueva forma de conocer y transformar el mundo, cimentada en los principios del socialismo científico, a cuya cabeza se encontraban los fundamentos emanados del marxismo, cimbró en lo más profundo de la conciencia y la política universales; a tal grado que a partir de entonces, y sobre todo a raíz de la Segunda Guerra Mundial, transformó de manera radical y definitiva la configuración social, económica, política y cultural del orbe entero.

Segunda Guerra Mundial

La Segunda Guerra Mundial, surgida en el imaginario occidental como consecuencia de una resistencia al fascismo, tiene sus verdaderas raíces en el afán de control y conquista económica del imperialismo y los grandes capitales. El nazismo y el fascismo representan la cara más putrefacta y vil del capitalismo, es innegable que sus raíces más profundas se hallan en este sistema y sus principios. Como manifestara Brecht en 1934, cinco años antes del estallido de la guerra: “Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo” (Las cinco dificultades para decir la verdad).

“Nazismo y fascismo representan la cara más putrefacta y vil del capitalismo”

Durante el período de consolidación del fascismo, sobre todo en Alemania e Italia, las grandes potencias capitalistas, encabezadas todavía por un cada vez más endeble Imperio británico, se hicieron de la vista gorda ante el crecimiento del monstruo germano. Winston Churchill, primer ministro del imperio británico, llegó a aseverar, en un discurso ante la cámara de los comunes que: “Si me viera en la tesitura de tener que elegir entre el comunismo y el nazismo, fuese a optar por lo segundo”. El verdadero temor de Inglaterra, Francia y Estados Unidos y sus aliados no estaba, durante el período entre guerras, en el desarrollo y crecimiento del fascismo. Su verdadero enemigo, su enemigo de clase era, a todas luces, el socialismo, representado para entonces por la cada vez más poderosa Unión Soviética. Si occidente permitió y alentó las degeneraciones fascistas de Hitler fue, precisamente, porque lo veían como la gran oportunidad para deshacerse de manera definitiva del socialismo soviético. Era Hitler un amigo incómodo pero, a fin de cuentas, peleaban en el mismo bando.

La Segunda Guerra Mundial se desencadenó precisamente cuando la bestia que habían creado para acabar con su principal enemigo decidió por sí misma. El Frankestein que el imperialismo vio crecer se salió de control ante su propio creador y fue entonces cuando la catástrofe se hizo presente. A pesar de las esenciales diferencias políticas e ideológicas la Unión Soviética, encabezada por Stalin, se unió por necesidad a Inglaterra, Estados Unidos y Francia para conducir la resistencia frente a las potencias del eje, a cuya cabeza se encontraban Alemania, Italia y Japón. No es el objetivo narrar las vicisitudes de la más grande tragedia sufrida por la humanidad, pero es indispensable señalar, por el objetivo del análisis trazado, el papel que jugaron cada una de las naciones en este brutal y fatal proceso.

Las consecuencias de la guerra fueron particularmente devastadoras en el este. “Los franceses, al igual que los británicos, los belgas, los holandeses, los daneses, los noruegos, e incluso los italianos, resultaron comparativamente afortunados, aunque no fueran conscientes de ello. Los verdaderos horrores de la guerra se habían vivido más hacia el este. En la Unión Soviética, 70,000 pueblos y 1,700 ciudades quedaron destruidos en el curso de la guerra, así como 32,000 fábricas y 40,000 millas de vía férrea […] los daños materiales sufridos por los europeos durante la guerra, por terribles que hayan sido, fueron insignificantes comparados con las pérdidas humanas. Se calcula que entre 1939 y 1945 murieron aproximadamente 36 millones y medio de personas por causas relacionadas con la guerra” (Tony Judt, Postguerra, una historia de Europa desde 1945).

La Unión Soviética fue el pueblo que realmente derrotó y por ello, pagó, las consecuencias de la afrenta fascista. “La Unión Soviética fue el país más gravemente afectado: perdió una cuarta parte de su riqueza nacional y tuvo unos 27 millones de muertos, de los que las tres cuartas partes eran hombres de entre quince y cuarenta y cinco años” (Josep Fontana, Por el bien del Imperio, una historia de Europa desde 1945)

A diferencia de lo que la historiografía moderna y el impacto de la ideología norteamericana y occidental han contado a través del cine y la literatura, fue la Unión Soviética la que salvó a la humanidad del holocausto nazi. Solo en la batalla de Berlín, la batalla decisiva en la que el nazismo, tras el suicidio de Hitler, se rindió al Ejército Rojo,  perecieron 78,000 soldados soviéticos.

Muchas podrán ser las críticas que posteriormente, y en algunos casos de manera justificada, recibiera Stalin y el gobierno soviético; pero por no “corromper la verdad histórica”, es necesario decir que fue gracias al esfuerzo del socialismo soviético y de su heroico pueblo que la humanidad se salvó, hasta entonces, de la peor catástrofe de su historia.

Guerra Fría

La Guerra Fría fue, desde la perspectiva histórica imperante, una confrontación entre los dos órdenes sociales vigentes: la Unión Soviética y los Estados Unidos y, sobre todo, entre las dos ideologías y modelos políticos dominantes en la época: el socialismo y el capitalismo, que determinó el devenir de los años subsiguientes hasta la disociación de la Unión Soviética en 1991.

La confrontación, declarada oficialmente por el presidente norteamericano Harry S. Truman, iniciaría en 1947, y sus objetivos quedan descaradamente manifiestos en las palabras de George Kennan, uno de los “padres de la Guerra Fría”, en febrero de 1848: “Tenemos alrededor del 50% de la riqueza del mundo, pero solo el 6.3 de su población (…) En esta situación no podemos evitar ser objeto de envidias y resentimiento. Nuestra tarea real en el período que se aproxima es la de diseñar una pauta de relaciones que nos permitan mantener esta posición de disparidad sin detrimento de nuestra seguridad nacional” (George Kennan, “Review of current trends in U. S. foreign policy”).

A diferencia de los Estados Unidos, cuya participación durante la guerra había comenzado hasta 1941, y que fue en realidad un protagonista desde la distancia; la Unión Soviética a la que ya se consideraba como el gran enemigo a vencer mucho antes de la guerra, que era en realidad la continuación de una confrontación ideológica esencial, estaba realmente en crisis como toda Europa; en un proceso de recuperación del que le llevaría varios años salir, al igual que al resto de los protagonistas de la contienda, tanto ganadores como perdedores.

El conflicto ideológico entre el comunismo y el capitalismo puso de relieve dos sistemas económicos antagónicos que, sin embargo, durante el proceso que corresponde a la Guerra Fría, quedó relegado por parte de occidente en detrimento de sus intereses políticos e ideológicos a favor de una economía planificada, en gran medida similar a la impulsada teóricamente por la Unión Soviética. En términos generales, el miedo, totalmente justificado por los Estados Unidos, de verse rebasado como sistema político y económico por el socialismo, sacó a flote el lado más “bondadoso” del capitalismo, amparado en el keynesianismo, y puso en práctica un estado de bienestar que durante casi tres décadas disminuyó la desigualdad y la pobreza y promovió, en varios países del orbe, los llamados “milagros económicos”. “El período que va de 1945 a 1979 había sido en los Estados Unidos, y en el conjunto de los países avanzados, una etapa de reparto más equitativo de los ingresos, en que el aumento del salario real en paralelo con la productividad permitió mejorar la suerte de la mayoría” (Fontana, Por el bien del Imperio).

“La política estalinista se centró en la lucha externa sobre la hegemonía del comunismo soviético”

Esta amenaza era, por lo demás, completamente real: “Los éxitos electorales de los comunistas locales, unidos a la gloriosa aura del invencible Ejército Rojo, hacían que la idea de un “cambio hacia el socialismo” resultara plausible y seductora. Para 1947, 907,000 hombres y mujeres se habían unido ya al Partido Comunista Francés. En Italia, la cifra era de dos millones y cuarto, muy superior a la de Polonia o incluso Yugoslavia. Incluso en Dinamarca y Noruega, uno de cada ocho votantes se sintió al principio  atraído por la promesa de una alternativa comunista” (Judt, Posguerra).

Por esta razón, en 1952, Lord Ismay, secretario general de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) manifestó que el propósito de esta recién creada organización (vigente hasta nuestros días con 29 miembros europeos bajo el mando de Estados Unidos) era “mantener a los rusos fuera, a los americanos dentro, y a los alemanes controlados”.

Por su parte la Unión Soviética, a pesar del impacto de la poderosa arma teórica con la que contaba, no supo aprovechar la necesidad exigida por la humanidad para implementar una estrategia que respondiera a dichas necesidades. La incapacidad del capitalismo como sistema económico había quedado ya de manifiesto después del crack del 29 y las dos fatídicas guerras mundiales. La realidad reclamaba un cambio y el marxismo estaba en condiciones de demostrar su eficacia. Lamentablemente, la mala administración, las luchas intestinas dentro del partido, la represión política y el implemento de los gulags y otras formas de control político sobre los países satélite, llevaron a desencantar a los pueblos del modelo soviético.

La política estalinista se centró en la lucha externa sobre la hegemonía del comunismo soviético. Países como Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Checoslovaquia y Yugoslavia quedaron bajo la órbita soviética, y en la mayoría de los casos, quitando posiblemente el caso de Yugoslavia en el que Tito se negó a admitir la injerencia directa de Stalin, el control era casi absoluto desde Moscú. El error de la comprensión de la idea de las nacionalidades que Lenin había dilucidado ya mucho antes de la Revolución de Octubre, por parte de Stalin, le costó caro al orden soviético.

Alemania, la gran derrotada, quedó en poder de los “cuatro grandes”. El país se dividió temporalmente entre Inglaterra, EU, Francia y la Unión Soviética; estos últimos controlando todo el este del país desde Berlín. Los primeros tres pactaron un acuerdo de cooperación del que surgiría la “bizona” o lo que más adelante sería la República Federal de Alemania. Por su parte Nikita Jrushchov, ya en el poder después de la muerte de Stalin acaecida en 1953, decidió, en 1961, levantar el muro que dividiría las dos alemanias, creando así, la República Democrática Alemana.

La escalada de enfrentamientos entre los gobiernos soviético y americano continuaría durante las siguientes tres décadas. La crisis de los misiles fue, naturalmente, el momento más álgido de la contienda, principalmente por el peligro en el que pusieron ambos bandos al mundo entero bajo la amenaza de iniciar una guerra nuclear. A ésta le acompañó la lucha en el terreno científico que encabezó la URSS con el envío de la primera nave tripulada al espacio en 1961, a lo que respondieron los americanos en 1969 enviando al primer hombre a la luna, acontecimiento que más allá de su impacto publicitario no se tradujo en ningún aporte significativo. Los conflictos militares entre países pertenecientes a ambos bandos no cesaron durante este largo período. La guerras más representativas que definieron toda la segunda mitad del siglo XX fueron la de Corea en 1950, la invasión a Vietnam por parte de los norteamericanos en 1955, la Revolución cubana de 1959 y, sobre todo, la Revolución china entre los comunistas encabezados por Mao y los nacionalistas del Kuomintang, cuyos efectos a largo plazo nunca imaginó el bloque capitalista.

Se renueva la esperanza

A grandes rasgos fueron estos los acontecimientos más importantes acaecidos durante la llamada Guerra Fría. En realidad, la “Guerra Fría” había comenzado desde el triunfo de los bolcheviques en Rusia en 1917 y la esencia de la misma fue siempre el conflicto de clases entre proletarios y burgueses. La lucha entre los grandes poseedores del capital y las masas trabajadoras no cesó nunca desde que la burguesía, en 1789, se hizo del poder político. La caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 ha cobrado un significado ideológico que la sociedad ha asimilado erróneamente. El fracaso de la Unión Soviética, si bien es cierto que representó un golpe duro a la causa proletaria, no significó el fin de la contienda. La traición de Gorbachov y el desmantelamiento de URSS representan una de las batallas perdidas más importantes en la historia de la lucha proletaria; sin embargo, hoy más que nunca, la lucha se revitaliza con mayor fuerza ante la grosera desigualdad que reina en el mundo.

Todos aquellos que han buscado en la caída del Muro de Berlín el “fin de la historia” se equivocan de cabo a rabo y de una manera totalmente intencionada. La ideología capitalista, entendida como conciencia de su época, o lo que una sociedad piensa de sí misma, no deja de considerar este fenómeno como uno de los momentos cumbre de su historia, pero como aseverara Marx en su famoso Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política: “Del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolución por su conciencia”. Así pues, la conciencia proletaria debe invertir el significado del fenómeno y reconocer en él no el espíritu derrotista y fatal difundido por el neoliberalismo, sino el momento de esencial transformación exigido por la Revolución.

“La potencia actual más grande del orbe, China, conserva en lo profundo la teoría de Marx, Engels y Lenin”

A raíz de la entrada del neoliberalismo como manifestación última del capitalismo, las clases han acentuado sus contradicciones, la riqueza se ha concentrado cada vez en menos manos  y lo único que se ha repartido entre los hombres es la miseria (según Oxfam tan solo ocho personas tienen la misma riqueza que la mitad de la población mundial, es decir, 3,600 millones de personas).  

Creer que la contienda entre pobres y ricos terminó por el fracaso de un momento de la historia del socialismo, es considerar que la historia ha terminado; y esta seguirá existiendo mientras exista el hombre. Hoy, más que nunca, el socialismo se levanta con la fuerza renovada de Anteo y pone de manifiesto no solo su vitalidad, sino principalmente, su necesidad. La potencia actual más grande del orbe, China, conserva en lo profundo la teoría que Marx, Engels y Lenin propusieron para transformar el mundo. El fracaso de la aplicación del “socialismo real” en un área del mundo debería servir para evaluar al capitalismo de la misma manera, observando que hoy en día, son pocos, muy pocos, los países que pueden demostrar que dicho sistema ha triunfado. En esta época que augura transformaciones, es necesario voltear la mirada hacia el pasado, pero no para lamentar la derrota, sino para obtener la luz y la fuerza necesarias para construir el nuevo mundo que la humanidad reclama.

Abentofail Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
abenperon@gmail.com

Noviembre 2019

El 25 de octubre, las voces de los representantes del Senado, de la Secretaría de Hacienda y del Banco de México se declararon satisfechos con la ley de ingresos aprobada porque dicen que garantiza la estabilidad macroeconómica del país. Arturo Herrera, Secretario de Hacienda y responsable de la propuesta, se dijo satisfecho del resultado con la Ley de Ingresos final. Asimismo, Gerardo Esquivel, subgobernador del Banco de México, declaró que “es positivo que se haya aprobado la ley de ingresos. Tal como ha sido planteada junto con la propuesta de presupuesto de egresos […] plantean una política fiscal prudente […] es una garantía que se mantendrá la macro estabilidad económica en el país”.

La discusión de los presupuestos del estado en las cámaras de representantes se basa en el supuesto de la democracia de que en dichas instituciones se hallan efectivamente representados los intereses de los distintos grupos sociales que conforman a la sociedad que se trate, de modo que cada uno de ellos defiende ahí la distribución que se hace de la parte de la riqueza social que gestiona el estado. En México, cada año se discute en las cámaras de diputados y senadores el paquete fiscal. Este consiste por un lado en la propuesta que hace el presidente sobre las fuentes y los montos de ingreso del gobierno federal para todo el año siguiente, lo que implica definir a quiénes se cobrará y cuánto por motivo de impuestos, cuánto por la explotación de los recursos nacionales, cuánto por los servicios que presta el estado, etcétera. Y de otro lado, como se menciona arriba, el paquete fiscal conlleva el proyecto de gasto del mismo gobierno; es decir, la propuesta de en qué se va a gastar el dinero público.

Los presupuestos de 2020 se hicieron con el mantra del presidente de la austeridad republicana. Se comprometió a no incrementar la deuda, los impuestos, etc., consistente todo ello con su diagnóstico de que lo único que requiere México es combatir la corrupción nada más para resarcir todas las injusticias que se cometen en la sociedad. De acuerdo con la propuesta el gobierno ingresará un total de 6 billones de pesos, apenas muy poco más del 20% del PIB. La estructura de los ingresos es muy similar a la del gobierno de Peña Nieto, particularmente después de 2015 con la caída del precio del barril de petróleo que dejó al gobierno sin una fuente importante de ingresos. La Ley de Ingresos 2020 ya fue aprobada por los diputados y los senadores, y ha sido aplaudida porque implica garantía para la estabilidad macroeconómica.

Y qué significa la estabilidad macroeconómica. Esencialmente poca variabilidad del poder adquisitivo del peso mexicano; es decir, primero una inflación controlada, por debajo de la tasa objetivo del Banco de México (3%), y segundo, un comportamiento estable del tipo de cambio del peso mexicano en términos de dólar. Sin embargo, no nos dicen que la estabilidad macroeconómica tiene costos consustanciales: implica, por otro lado, contener la inversión, contener la demanda de los consumidores, contener el crecimiento económico y, por tanto, la generación de empleo. La estabilidad macroeconómica así, no es beneficiosa para todos por igual, sino para los que ya de por sí tienen garantizado un ingreso. Hay que volver a recordar que en México, entre desempleados, subempleados y empleados en el sector informal, suman 45 millones de trabajadores.


Vania Sánchez es doctora en Economía Aplicada por la Universidad Autónoma de Barcelona e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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