Mayo 2023
La idea de que algo terrible está por suceder es un pensamiento recurrente que circunda como moneda corriente por los pensamientos de todos los sujetos afectados por las secuelas psicológicas que deja el capitalismo esquizofrénico. Y es que algo terrible está sucediendo cotidianamente; se puede sentir en la pesada atmósfera, en el cielo gris de los últimos años, en los árboles o en las aves. Los años de sequía han llegado y los días que traigan las lluvias se sienten lejanos o perdidos. Tal vez la catástrofe ya está aquí y no nos hemos dado cuenta. Quizá el mundo no terminó abruptamente, sino que gradualmente entró en una fase de enfermedad terminal que nos situó en un punto de no retorno.
Las interpretaciones más recurrentes sobre el futuro no son nada halagüeñas y el pesimismo se ha instaurado en la atmósfera como las micropartículas de gases tóxicos que han envenenado el ambiente y que cada tanto alertan sobre la contingencia. Jaques Attali, por ejemplo, nos propone tras muchos años teorizando sobre el futuro, que la próxima década será definitoria y el mundo se caracterizará por lo que ha catalogado como “hiperimperio”, “hiperconflicto” e “hiperdemocracia”, que no es sino una secuencia y exacerbación de los principales problemas que laceran nuestro presente. Sin embargo, esto nos invita a pensar el futuro, a comprender de dónde ha nacido nuestro porvenir y cómo podemos obrar para modificarlo, qué hacer para cambiarlo.
Nuestro horizonte liminal histórico, en palabras de Álvaro García Linera, caracterizado por la incertidumbre generalizada y la falta de certezas, nos ha privado de la posibilidad real de una alternativa radicalmente opuesta para la reorganización de la vida colectiva (como sí fue el socialismo realmente existente) y según Perry Anderson a partir de la caída de la Unión Soviética, por primera vez, desde la Reforma protestante, no hay oposiciones significativas –es decir, puntos de vista rivales sistemáticos- en el seno del universo de pensamiento occidental. De esta guisa se ha vuelto un lugar común, para resaltar nuestra incapacidad de construir un mundo nuevo y el fracaso histórico, esa reflexión de Frederic Jameson, (¿o de Slavoj Zizek?) de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. A este fenómeno lo ha definido Mark Fisher como realismo capitalista: la idea muy difundida de que el capitalismo no es sólo el único sistema económico viable, sino que es imposible imaginarle una alternativa.
La necesidad de construir una alternativa colectiva es perentoria porque el tiempo se agota. En algún momento de sus tesis sobre la historia, Walter Benjamin deslizaba una idea que parecía secundaria pero que ha cobrado una importancia mayúscula con el paso del tiempo. Benjamin sugería que, “si el derrocamiento de la burguesía por el proletariado no se cumple antes de un momento casi calculable de la evolución técnica y científica, todo se habrá perdido. Por eso es preciso cortar la mecha antes que la chispa alcance la dinamita.” ¿Cuál es el punto casi calculable? En realidad, no lo sabemos, por lo cual no podemos declarar el capitalismo como eterno, puesto que las contradicciones continúan ocurriendo y el desgaste del sistema puede generar un movimiento capaz de alterar su continuidad histórica. Aunque el capitalismo tenga la capacidad de perpetuarse y la voluntad de eternizarse, la lucha de clases puede inclinar la balanza al bando de los oprimidos.
Porque al contrario de lo que sucedió en las generaciones pasadas, el agotamiento y la esterilidad política es un sentimiento más generalizado, incluso la Cuarta Transformación, el acontecimiento político supuestamente más disruptivo y contestatario, que tanta esperanza generó entre los pobres de este país, ha mostrado sus límites y sus miserias en apenas cuatro años, desgastándose tan rápido como emergió y sin una posibilidad de cambiar radicalmente las condiciones materiales de la vida de las personas.
Y aunque en nuestra época el realismo capitalista, por tomar prestado de nuevo el concepto de Mark Fisher, ha instaurado una atmósfera posideológica caracterizada por el cinismo y el fin de los relatos de emancipación colectiva en detrimento de la consecución de la rutina y la aceptación de nuestra (amarga) suerte en tanto reproduzcamos el sistema, es necesario indagar en el pasado, en la historia de la tradición comunista para plantear los problemas inveterados y construir una alternativa por la liberación de los oprimidos, la instauración del gobierno de los trabajadores y la construcción de la democracia socialista.
La alternativa socialista y el movimiento comunista no han muerto ni están sepultados o relegados al cajón de experimentos utópicos fallidos del pasado y reclaman tozudamente la vuelta a la palestra, la materialización concreta y vigorosa en su movimiento concreto, la revolución reclama el nacimiento de sus revolucionarios y es el deber de los revolucionarios acudir a la reyerta.
A los revolucionarios y a los luchadores del presente se nos impone la tarea de recuperar y extraer de los momentos revolucionarios del pasado y de la tradición socialista, todos los elementos triunfantes y valiosos para traerlos al presente y configurar la estrategia, la alternativa revolucionaria para la abolición del capitalismo. Entre las herramientas que vale la pena recuperar por demostrar su éxito podemos encontrar cuestiones tan importantes como el partido, la lucha de clases o la dictadura del proletariado.
A nuestra generación le toca reelaborar los conceptos, analizar la realidad concreta y proponer soluciones concretas al mismo tiempo que repensar en la utilización de los dispositivos necesarios funcionales para redirigir el proceso hacia el objetivo trazado, que es ni más ni menos, que el control de la clase trabajadora sobre la sociedad, sin complejos, pero con memoria. No hemos de avergonzarnos por los errores cometidos en el pasado ni de decir en voz alta que es necesario tener la mirada dirigida hacia la reorganización de las relaciones sociales.
Es verdad que el pasado no se puede repetir y que las condiciones históricas que posibilitaron el advenimiento de la revolución de 1917 y la construcción del socialismo no pueden ser replicadas ni son idénticas, en algunos puntos ni siquiera parecidas. Por eso como apuntaba Mariátegui, la revolución socialista latinoamericana no puede ser “ni calco ni copia, sino creación heroica”. La alternativa socialista nos llama a construirla con determinación. Hay que actuar como si la revolución fuera inevitable, porque lo es.
Aquiles Celis es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.