Historia de los movimientos socialistas en EE.UU. (III/III)

Abril 2023

Neoliberalismo

A raíz del prolongado período de crisis social y económica de la década de 1970, caracterizado por episodios de “estanflación” (una profunda recesión combinada con alta inflación, un fenómeno aterrador hasta entonces desconocido en el mundo capitalista desarrollado), así como por un creciente malestar social interno y amenazas de revolución en el extranjero, la clase dominante se desplazó hacia una nueva ideología para consolidar su poder y volver a legitimar el maltrecho sistema capitalista. El giro hacia el “neoliberalismo”, experimentado por primera vez bajo el régimen brutal de Pinochet en Chile después de que un golpe respaldado por la CIA derrocara a Salvador Allende, se instaló plenamente en el mundo capitalista desarrollado con la presidencia de Ronald Reagan en los EE. UU. y el liderazgo de Margaret Thatcher en el Reino Unido. Este golpe de timón neoliberal se entiende generalmente como el rechazo al gobierno intervencionista “keynesiano” y un regreso a los dictados del capitalismo de “laissez-faire”, que exige desregulación, desmantelamiento de los servicios públicos, recortes de impuestos a las corporaciones y a los ricos, “libre comercio”, privatización del sector público, austeridad, etc. Sin embargo, más allá de transformaciones puramente económicas, el neoliberalismo marcó una nueva etapa en la lucha de clases: la élite gobernante se propuso arrebatarle al movimiento obrero y a la izquierda las conquistas obtenidas durante las décadas anteriores.

Una de las primeras medidas importantes de Reagan después de comenzar su mandato presidencial en 1981 fue despedir a más de 10.000 controladores de tráfico aéreo que estaban en huelga por mejores salarios. Paul Volcker, en ese momento presidente del banco central de EE. UU., calificó esta decisión de Reagan como “la acción individual más importante de la administración para ayudar en la lucha antiinflacionaria”, señalando la importancia que el actual gobierno le daba a domar el poder del movimiento obrero. De manera similar, el gobierno de Thatcher, en el Reino Unido, aplastó violentamente una huelga de más de un año de los mineros del carbón, una acción que su administración consideró una victoria decisiva sobre los trabajadores.

Con el inicio del neoliberalismo llegó una nueva ola de reformas anti obreras, así como una mayor escalada de la Guerra Fría y renovados sentimientos de anticomunismo en Occidente. Si bien la Ley antisindical Taft-Hartley de 1947 había regido ya durante muchos años, la era del neoliberalismo vio a las empresas aprovechar sus disposiciones con mayor frecuencia, así como a tribunales más conservadores que emitieron decisiones favorables a los patrones en las disputas laborales. Con los socialistas y comunistas ya eliminados de sus filas, el movimiento obrero de EE. UU. experimentó un declive constante: la afiliación sindical disminuyó de un máximo histórico de más del 30 % en 1950 a menos del 10 % en 2015.

El debilitamiento del movimiento obrero, la purga de socialistas de sus filas, la guerra contra la disidencia revolucionaria que culminó con el asesinato del líder de las Panteras Negras, Fred Hampton, de 21 años de edad, y la creciente hegemonía neoliberal, provocaron una rápida desintegración de cualquier esbozo de izquierda organizada en Estados Unidos. Al carecer de organizaciones cohesionadas que pudieran proporcionar un liderazgo revolucionario y construir una nueva generación de cuadros, los marxistas se retiraron en gran medida a al aislado mundo de la academia, y las pequeñas fuerzas organizadas permanecieron divididas en pequeñas camarillas con permanentes luchas internas y membresías en declive. Simultáneamente, en la academia surgió un creciente rechazo a la concepción de la clase social como punto focal de organización política, y se le reemplazó con otras facetas de opresión centradas en la identidad (por ejemplo, género, raza, orientación sexual, etc.), relegando aún más al marxismo a la periferia. Esto coincidió con el surgimiento de una rama de la filosofía conocida como “posmodernismo”, que rechazó las “grandes narrativas” propugnadas por métodos de análisis como el marxismo. Este desarrollo intelectual fue visto por la CIA gran entusiasmo, que aplaudió, por ejemplo, la desaparición de la “última camarilla de sabios comunistas” en la escena intelectual francesa a mediados de la década de 1980. En el momento del colapso de la Unión Soviética a principios de la década de 1990, las fuerzas del marxismo en los EE. UU. ya estaban efectivamente muertas.

La caída del socialismo en Europa del Este fue recibida con una profunda sensación de triunfo por parte de la clase dominante estadounidense, que celebró lo que Francis Fukuyama llamó “el fin de la historia”, es decir, lo que se percibía como la victoria final del capitalismo global y la destrucción del principal enemigo del imperio estadounidense. Sin la existencia de una alternativa poderosa, representada anteriormente por la Unión Soviética (una amenaza que una obligó a las clases dominantes de Occidente a crear el estado de bienestar para evitar la revolución) la clase dominante apuntó de lleno a desmantelar las instituciones creadas o conquistadas por la clase obrera en el periodo de posguerra. Mientras que el Partido Republicano había iniciado el giro neoliberal con la presidencia de Reagan en la década de 1980, la elección del demócrata Bill Clinton en 1992 marcó la consolidación total del neoliberalismo también en el Partido Demócrata. Clinton hizo retroceder aún más la red de seguridad social con “reformas” al sistema de bienestar, aseguró el dominio del libre comercio defendiendo el TLCAN y derogó regulaciones críticas sobre la banca y las finanzas, reformas que luego conducirían directamente al colapso financiero de 2008. El Partido Demócrata, anteriormente considerado como “el partido del trabajo”, se despojó por completo de cualquier lealtad a su base obrera en su búsqueda por superar al Partido Republicano en el financiamiento corporativo. Durante las décadas posteriores a los setenta, los trabajadores estadounidenses experimentaron el estancamiento de sus salarios, costos de vida en aumento, la eliminación de servicios públicos y el crecimiento dramático de la desigualdad. Esto condujo al agudizamiento de la escasez de vivienda,  al aumento del crimen, la drogadicción, las enfermedades mentales y las llamadas “muertes por desesperación”.

Etapa contemporánea

Pero, aunque la izquierda organizada fue efectivamente aniquilada, recurrentemente surgieron focos espontáneos de resistencia al orden neoliberal durante las dos décadas posteriores al colapso del bloque soviético. En noviembre de 1999, decenas de miles de personas se reunieron en Seattle para protestar contra una conferencia de la Organización Mundial del Comercio (OMC), lo que provocó enfrentamientos violentos con la policía, cientos de arrestos y la participación de la Guardia Nacional para sofocar las protestas. Del mismo modo, cientos de miles de ciudadanos protestaron en el periodo previo a la invasión de Irak buscando evitarla; tan solo el 15 de febrero de 2003 se manifestaron más de 400 mil personas en Nueva York. En 2006, millones protestaron contra cambios a la política de inmigración. Finalmente, a raíz de la recesión de 2008, en la que millones de familias perdieron sus hogares y pensiones, y que abrió un período prolongado de desempleo y transferencia de riqueza con rescates a los bancos considerados “demasiado grandes para quebrar”, el popular movimiento de 2011, Occupy Wall Street, hizo que “la clase social” regresara al centro de la política estadounidense. Comenzando con la toma del parque Zuccotti de la ciudad de Nueva York, ubicado en uno de los distritos financieros más importantes del mundo, y pronto extendiéndose a ciudades de todo el país e incluso más allá, el movimiento evidenció la desigualdad económica y el poder oligárquico de las grandes finanzas. Popularizó la noción de “el 99%”, es decir, la idea de que la mayoría de la población debe unirse contra el 1% más rico, que ejerce el poder económico y político. Al carecer de una organización cohesiva que le permitiera enfrentar la infiltración policial y represión, el movimiento finalmente se desvaneció. No obstante, Occupy Wall Street dejó un impacto duradero en la conciencia estadounidense al mostrar que, a pesar de las proclamaciones sobre “el fin de la historia”, no todo estaba bien ni siquiera en el mismo corazón del capitalismo global. El neoliberalismo, pues, no escapaba al juicio de las masas populares.

Desde entonces, se ha observado un repunte particularmente sostenido en el activismo político que se centra en cuestiones de desigualdad racial, especialmente en sus manifestaciones de brutalidad policial y encarcelamiento masivo. En 2013, tras la absolución de un hombre que mató a tiros a Trayvon Martin, un adolescente negro desarmado, el hashtag #BlackLivesMatter comenzó a ser tendencia en las redes sociales. El eslogan pronto atrajo la atención internacional, al proliferar videos de asesinatos policiales de personas negras desarmadas, lo que provocó algunos de los movimientos de protesta más grandes en la historia moderna de los Estados Unidos. Grandes manifestaciones estallaron en 2013 y 2014 luego de los asesinatos policiales de Michael Brown y Eric Garner en Ferguson, Missouri, con docenas de otros asesinatos recibiendo más atención local a lo largo de los años. Finalmente, el asesinato policial de George Floyd en Minneapolis en 2020, particularmente espantoso y capturado completamente en video desde múltiples ángulos, provocó las protestas más grandes de Black Lives Matter hasta la fecha, con una participación estimada de 15 a 26 millones de personas.[1] Las protestas a raíz del asesinato de George Floyd recibieron amplia cobertura y llevaron a que las demandas de igualdad racial fueran retomadas, al menos retóricamente, en los niveles superiores de la sociedad, con el Partido Demócrata presentándose a sí mismo como el campeón de la justicia racial y con las corporaciones estadounidenses adoptando los objetivos de “diversidad e inclusión”. Sin embargo, la política adoptada por el Partido Demócrata y las empresas consiste, en los hechos, en “diversificar” a la clase dominante. Esto contrasta con muchos activistas locales, que han relacionado los problemas de desigualdad racial con la clase y el sistema capitalista, subrayando, por ejemplo, que el 19.5% de los estadounidenses negros vive por debajo del umbral de la pobreza, en comparación con el 8.2% de los estadounidenses blancos, y que el 47% de los estadounidenses negros gana menos de 15 dólares por hora, en comparación con el 32% de la población total.

La insostenibilidad del statu quo se hizo claramente visible en las elecciones presidenciales de 2016. En las primarias republicanas, el “forastero político” Donald Trump realizó una exitosa campaña “antisistema”, rompiendo tabúes del Partido Republicano al criticar duramente el libre comercio, condenando la guerra en Irak y pidiendo “drenar el pantano” en Washington, lo que significaba tildar a las élites políticas de corruptas y dignas de desprecio.

En las primarias demócratas sucedía algo aún más sorprendente: la campaña del autodenominado “socialista democrático” Bernie Sanders. Sanders, independiente de toda la vida y crítico del Partido Demócrata, también llevó a cabo una campaña antisistema, y ​​casi ganó las primarias contra el modelo de las élites políticas serviles de Wall Street, representado por Hillary Clinton. Tanto Trump como Sanders dieron voz a los antagonismos de clase que enfrentan los trabajadores estadounidenses: salarios bajos, desempleo y precariedad creciente. Pero, mientras Trump culpó al establecimiento político y al “Otro”, utilizando una retórica racista y xenófoba para demonizar a los inmigrantes, Sanders señaló a la clase capitalista como el enemigo del pueblo estadounidense. En realidad, Sanders no es un socialista, sino un socialdemócrata que quiere emular los estados de bienestar más integrales de Europa occidental en los EE. UU., pidiendo atención médica universal, aumento del salario mínimo, educación universitaria gratuita, legislación favorable a los sindicatos, etc.[2] No obstante, al incluir en su discurso cosas como el enfrentamiento entre la clase trabajadora y la “clase multimillonaria”, Sanders, al igual que el movimiento Occupy Wall Street antes que él, revivió una conciencia política que yacía dormida desde hace mucho tiempo en EE. UU.: la del conflicto de clases. Aunque Sanders perdió las primarias demócratas de 2016 y 2020 (gracias en parte a que el Comité Nacional Demócrata corrupto conspiró en su contra y a favor de Hillary Clinton al menos en 2016), su campaña provocó un resurgimiento de las ideas marxistas y de intentos de organización socialista que no se habían visto en décadas.

La creciente influencia de las ideas socialistas se pudo observar claramente con la expansión de una organización nacional llamada Socialistas Democráticos de América (DSA)[3]. Con existencia desde la década de 1980, DSA creció de unos pocos miles de miembros en 2014 a más de 90,000 en 2022, y la mayor parte de este crecimiento se atribuye a su participación en las campañas de Sanders en 2016 y 2020.[4] Como una organización “de base amplia” con múltiples tendencias,  DSA explícitamente no se adhiere a ninguna ideología coherente y da la bienvenida a una amplia variedad de izquierdistas en su membresía, desde liberales de izquierda hasta marxista-leninistas y anarquistas, con inclinaciones y enfoques políticos organizativos que varían de una rama a otra. Varios “grupos de trabajo” dentro de DSA han estado activos en sindicatos y en movimientos por la justicia ambiental y racial, vivienda equitativa y derechos de inmigración. Sin embargo, desde la campaña de Sanders de 2016, DSA es más conocida por apoyar varias campañas electorales locales y nacionales en EE. UU. La elección de Alexandria Ocasio-Cortez, miembro de DSA, a la Cámara de Representantes en 2018, puso a la organización en el centro de atención nacional. Sin embargo, dado que los miembros de DSA no deben rendir cuentas a la organización, una vez elegidos al cargo, los candidatos respaldados por DSA han adoptado políticas contrarias a gran parte de la militancia, lo que ha dado lugar a debates dentro de la organización y llamamientos de algunos para un cambio sistémico. Alexandria-Ocasio Cortez y otros miembros del llamado “Escuadrón”[5] progresista en el Congreso, por ejemplo, han votado a favor de aumentos en el presupuesto militar de EE. UU., apoyado las políticas imperialistas del Partido Demócrata, y en general se han rehusado a cuestionar significativamente al establecimiento del partido. El tiempo dirá si DSA simplemente se establece como el ala izquierda del Partido Demócrata (una posición liberal defendida por muchos dentro de la organización), o si algunos elementos de DSA pueden organizarse en una fuerza de lucha genuina y relevante por el socialismo.

El crecimiento de DSA y el auge de las ideas socialistas a raíz de la campaña presidencial de Bernie Sanders en 2016 también se vieron favorecidos por la proliferación de una nueva ola de medios de comunicación con tendencias socialistas. Revistas, diarios, podcasts, canales de streaming, etc. nuevos o en renacimiento, crecieron en popularidad aprovechando el desarrollo de estas nuevas plataformas informativas, especialmente entre la generación más joven. La revista Jacobin, que se lanzó en 2010 y estaba administrada en gran parte por miembros de DSA y otros asociados con la organización, vio triplicarse sus suscripciones, de 10,000 en el verano de 2015, a 32,000 a principios de 2017. Otras revistas y medios de noticias de izquierda como Counter Punch, Current Affairs, y Mintpress News recibieron aumentos similares en el número de lectores. Otras modalidades, como podcasts o canales de YouTube de tendencia marxista también han ganado popularidad en los últimos años.

Además de DSA, también ha habido crecimiento en diversas organizaciones socialistas más pequeñas y cohesionadas. Alternativa Socialista (SA), la rama estadounidense de la Alternativa Internacional Socialista Trotskista (ISA), recibió atención nacional después de la elección de una de sus miembros, Kshama Sawant, para el consejo de la ciudad de Seattle en 2013. Tras la elección de Sawant, Seattle se convirtió en la primera ciudad importante de los EE. UU. en adoptar un salario mínimo de $15, y Sawant posteriormente llegó a los titulares nacionales al abogar por el control de alquileres y gravar a las corporaciones más grandes de la ciudad, incluida Amazon. Al igual que DSA, SA experimentó un crecimiento significativo desde 2016, con una militancia que pasó de menos de 250 en 2010, a más de 1,000 en 2018, y participa activamente en varias campañas así como en el movimiento obrero, aunque no ha tenido éxito en intentos posteriores de postular a más miembros para un cargo político. Sin embargo, a diferencia de DSA, SA es una organización de cuadros centralista democrática, lo que significa que la membresía implica más que el simple pago de cuotas: requiere, entre otras cosas, participación activa y educación política. Otras organizaciones más cohesionadas dedicadas a la construcción de cuadros políticos incluyen el Partido por el Socialismo y la Liberación (PSL), los Comunistas Revolucionarios de América, el Partido Comunista de EE.EUU (cuyo origen se remonta al CPUSA) y muchas otras, todas las cuales han experimentado incrementos en su membresía en la última década. No obstante, el número total de miembros de cada una de estas organizaciones sigue siendo bastante pequeño, y la mayoría no pasa de los cientos.

Así, aunque la campaña de Bernie Sanders de 2016 devolvió el término “socialismo” al discurso estadounidense y condujo a un resurgimiento sin precedentes del interés por las ideas marxistas y aumentos en la membresía de organizaciones socialistas, hasta ahora el impacto de las fuerzas del socialismo en los EE. UU. no debe ser exagerado. Aunque algunos candidatos de tendencia izquierdista, varios de los cuales incluso se llaman a sí mismos socialistas, han sido elegidos para cargos locales, estatales y federales, no ha habido ningún cambio en la política nacional favorable al socialismo. El establecimiento tradicional del Partido Demócrata sigue controlando firmemente al partido. El poder de los sindicatos, aunque posiblemente iniciando su repunte, sigue siendo relativamente débil. Estos siguen estando altamente burocratizados y son dependientes del establecimiento del Partido Demócrata. En ese sentido, están separados de cualquier sentido de lucha de clases colectiva. Los intereses del imperialismo reciben cero resistencia efectiva, incluso de la mayoría de las organizaciones socialistas[6]. Además, las membresías actuales de las organizaciones socialistas están constituidas generalmente por una pequeña sección de la generación más joven de estadounidenses provenientes de entornos de clase relativamente alta, especialmente aquellos con educación universitaria, que observan cómo se deterioran sus niveles de vida, pero siguen estando en gran medida separados de los estadounidenses pobres y de clase trabajadora. Así, mientras el Partido Demócrata, que sigue siendo el centro de atención de muchos activistas socialistas, se ha convertido cada vez más en el partido de la élite, el Partido Republicano, que desarrolló su propia versión de un ala antisistema desde la elección de Donald Trump, está ganando popularidad entre los pobres.[7]

En suma, los esfuerzos de organización socialista están actualmente paralizados. Pero el gran potencial sigue allí, como lo demuestra el entusiasmo por las campañas antisistema de Sanders y Trump, el aumento en la membresía de diferentes organizaciones socialistas, y la elección de algunos candidatos progresistas a cargos públicos. Las percepciones del socialismo entre los ciudadanos estadounidenses también reflejan este potencial. La pandemia disminuyó las opiniones positivas sobre el capitalismo tanto entre demócratas como republicanos.[8]  Los estadounidenses negros, en particular, son más positivos hacia el socialismo que hacia el capitalismo, y las opiniones favorables hacia el socialismo aumentan en las clases bajas, mientras que las opiniones favorables hacia el capitalismo disminuyen. La tarea de atraer a las clases bajas a las organizaciones socialistas es, pues, posible, pero sigue pendiente.[9] Por supuesto, estas percepciones del socialismo pueden significar gran variedad de cosas, que pueden incluir simplemente opiniones favorables a una visión socialista democrática como la de la campaña de Sanders. No obstante, esto marca de todos modos un enorme cambio con respecto a la historia reciente de Estados Unidos, en la que el “socialismo” estaba prácticamente prohibido en el discurso político. Está claro que existen sentimientos antisistema generalizados y un deseo de cambio económico entre los estadounidenses, pero queda por ver si las fuerzas del socialismo en los EE. UU. pueden desarrollar un movimiento popular que pueda atraer a una amplia gama de trabajadores a su programa y construir fuerzas efectivas de organización.


Bridget Diana y Evan Wasner son economistas por The University of Massachusetts Amherst.

[1] https://www.nytimes.com/interactive/2020/07/03/us/george-floyd-protests-crowd-size.html

[2] El Bernie Sanders de 1980 era de hecho mucho más radical que el Bernie Sanders de hoy, particularmente como crítico del imperialismo. Mientras que Sanders en la década de 1980 condenó abiertamente la guerra sucia de los EE. UU. en Nicaragua y elogió los avances de Cuba en alfabetización y atención médica, hoy, Sanders, lamentablemente, regurgita en gran medida los puntos de conversación del Departamento de Estado de los EE. UU. cuando se trata de política exterior.

[3] Democratic Socialists of America (DSA)

[4] Si bien el crecimiento de la membresía es impresionante, debe tenerse en cuenta que ser un “miembro” simplemente significa registrarse para pagar las cuotas en línea y no requiere una participación activa.

[5] Conocidos en EE.UU. como “the squad”.

[6] Quizás no sea una coincidencia que, después de muchas décadas de infiltración encubierta y ataques de los servicios de inteligencia, la mayoría de las organizaciones socialistas que existen hoy en los EE. UU. reflejan en gran medida al Departamento de Estado de los EE. UU. en términos de política exterior.

[7] Por ejemplo, el Partido Demócrata actualmente tiene 41 de los 50 distritos más ricos del Congreso, incluidos los 10 principales, mientras que el Partido Republicano controla la mayoría de los condados rurales de bajos ingresos.

[8] https://www.axios.com/2021/06/25/americas-continued-move-toward-socialism

[9]https://www.pewresearch.org/politics/2022/09/19/modest-declines-in-positive-views-of-socialism-and-capitalism-in-u-s/

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