Las injusticias de la belleza

Marzo 2023

Hablemos de la belleza. Pero no la de un cuadro o la de un atardecer frente al mar, sino la de una persona. La “belleza” es un atributo, una cualidad que le reconocemos a los demás, y a nosotros mismos, o no. Es un parámetro con el que evaluamos que tan “guapa”, “sexy” o atractiva nos parece una persona.

Por supuesto, la “belleza” no siempre es la misma, sino que cambia con el tiempo y de una sociedad a otra. Pero en todos los casos, una persona socialmente atractiva recibirá más atención e interés de los demás, unas veces para mal[1], pero muchas otras para bien (Hung et al., 2016; Seidman & Miller, 2013; Sui & Liu, 2009).

La “belleza” nos hace “deseables.” Tal vez esto se deba a nuestros impulsos animales de reproducción. Pero quizá lo más importante no sea el origen evolutivo de esta selectividad sexual, sino sus consecuencias sociales.

Cuando hablamos de “belleza” en términos sociales lo más importante no es la belleza en sí misma, sino su reconocimiento. No importa tanto lo que debería ser considerado bello o no, sino la manera en que la gente de hecho juzga la belleza. Son estos juicios los que definen sus acciones.

Una persona bella o atractiva es aquella que cumple con los estándares de lo que significa tener “buen cuerpo” o “bonita cara.” Aquí intervienen muchos factores como los rasgos faciales, el color de piel, la estatura, la estructura corporal, la complexión física, el color de los ojos, la edad, la gordura o esbeltez, la musculatura, entre muchas otras cosas[2].

En general, a las personas más bellas o atractivas las evaluamos como más sociables, cálidas, inteligentes, saludables y capaces (Dion et al., 1972; Feingold, 1992; Langlois et al., 2000; Lorenzo et al., 2010). Laboralmente, ser más atractivo puede aumentar las probabilidades de obtener un empleo o un mejor sueldo, situación que afecta de manera particular a las mujeres (Campos-Vazquez & Gonzalez, 2020; Liu & Sierminska, 2014). Adultos más atractivos, incluso pueden llegar a acceder a matrimonios económicamente más convenientes (Udry & Eckland, 1984).

En educación, estudiantes físicamente más atractivos obtendrán valoraciones más favorables de sus profesores sobre su personalidad, desempeño escolar y habilidad percibida (DeMeis & Turner, 1978; Parks & Kennedy, 2007). En primaria, incluso, se ha encontrado que los profesores suelen tener mejores expectativas de niños y niñas “más bonitos”, esperando que tendrán un coeficiente intelectual mayor, trayectorias educativas más prolongadas y mejores relaciones con sus compañeros de clase (Clifford & Walster, 1973). Estos estudiantes pueden llegar a recibir más atención y aliento de sus profesores, lo que tal vez les ayude a mantener buenos desempeños y un mejor aprovechamiento.

Incluso durante un juicio, los acusados suelen ser encontrados culpables con menos frecuencia cuando son físicamente más atractivos. Esta situación puede regularse con la deliberación colectiva de la sentencia, pero pone de manifiesto los sesgos de la belleza (Patry, 2008). En juicios sobre agresión sexual, por ejemplo, se ha encontrado que los agresores hombres son juzgados como más responsables cuando sus víctimas mujeres son más bonitas que cuando no, situación que claramente vulnera y revictimiza a ciertas mujeres solo por ser físicamente menos atractivas (Maeder et al., 2014).

La “belleza” es un atributo desigualmente distribuido y que otorga ventajas para acceder a otros beneficios sociales. No es extraño que las personas invirtamos tiempo, dinero y esfuerzo en lucir más atractivas, lo que resulta especialmente cierto para las mujeres, quienes están bajo mayor presión de cumplir con los estándares de belleza (Kuipers, 2015, 2016). Toda la industria de la moda, el maquillaje, el skin care, el fitness, etcétera, está orientada a “mejorar” la apariencia física de las personas. Tan solo en 2021, en el mundo se realizaron al menos 30.4 millones de procedimientos estéticos (quirúrgicos y no quirúrgicos)[3], siendo Estados Unidos, Brasil, China, Japón, Corea del Sur, India, Rusia, Argentina, México y Alemania (en ese orden) los diez países con más procedimientos estéticos estimados. De todos los procedimientos, el 86.5% fue realizado por mujeres.

Cuando las personas buscan maximizar su belleza también están buscando los beneficios que vienen con ella. Pero estos beneficios no son solo externos. Las personas aprendemos a vernos y a valorarnos en la mirada de los demás, para bien y para mal. Es con los otros con quienes aprendemos a apreciar lo bello, lo deseable y lo valioso, en los demás y en nosotros mismos. Por eso, en la medida en que la belleza se vuelve un criterio de merecimiento para ser valorado e incluso querido, se vuelve también un criterio para valorarse y quererse a uno mismo. Quizá esta sea la consecuencia más íntima y a la vez brutal de la belleza como forma de desigualdad, que nos enseña a sentirnos más o menos valiosos y merecedores de cariño, lo que puede suponer una injusta y pesada carga (Petrie & Moore, 2017; Sherlock & Wagstaff, 2018).

Por supuesto, la distribución desigual de la belleza no es el origen fundamental de nuestras injusticias más profundas. En el nivel de la producción económica[4], por ejemplo, la existencia de las clases sociales, con sus mecanismos de explotación asalariada y acumulación de capitales a nivel internacional, es en buena medida la responsable de la precarización laboral y el subdesarrollo en los países del Sur Global. En el nivel distributivo, por otro lado, la estratificación socioeconómica también es una de las grandes responsables de los procesos de reproducción social de desigualdades, lo mismo que las asimetrías educativas, de género y étnico-raciales.

Sin embargo, la belleza también es un factor de desigualdad: otorga ventajas en el acceso a otros beneficios, y, en nuestras sociedades capitalistas, es constantemente mercantilizada, ya sea en tratamientos de belleza, en la estética asociada a determinados productos, en el modelaje e, incluso, en la pornografía. Los cánones de belleza dominantes hacen que unas personas estén más cerca y otras más lejos del ideal. Estas son las asimetrías que otorgan ventajas a unos y desventajas a otros, incluso en términos de su bienestar subjetivo.

Por supuesto, todas las desigualdades se cruzan: los cánones de belleza están asociados con rasgos étnico-raciales, favoreciendo usualmente a las personas caucásicas, y son más demandantes para las mujeres que para los hombres. Una persona rica podrá procurarse mejores cuidados, ejercicio y tratamientos de belleza que una persona pobre, canjeando así sus ventajas económicas por estéticas. Los privilegios se refuerzan. Las desventajas se acumulan. Las desigualdades se mezclan y se reproducen con la facilidad que el agua se escurre entre los dedos.

Sin embargo, no se trata de emprender una campaña contra la belleza. De lo que se trata es de cuestionar la hegemonía de ciertos cánones y estar conscientes de los privilegios e injusticias que pueden surgir de ellos. Necesitamos conocer la realidad para cambiarla. Por eso, si queremos resolver las injusticias que surgen de estas y otras formas de desigualdad, es preciso conocer todas sus caras y facetas, para acercarnos a la conciencia de su necesidad y poder transformarlas.


Pablo Hernández Jaime es Maestro en Ciencias Sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] Es importante notar que el atractivo físico, aunque suele venir con ventajas sociales también puede acarrear desventajas, quizá bajo la forma de mayor condescendencia o acoso en lugares públicos. Estas desventajas, claramente, serían mayores para las mujeres y, especialmente, para las mujeres en condiciones socioeconómicas vulnerables, pues son ellas quienes deben enfrentar situaciones de riesgo de forma más cotidiana. Sin embargo, en este pequeño artículo me centraré en la dimensión positiva de la belleza.

[2] Por supuesto, hay otras cosas que pueden hacer que nos guste una persona, por ejemplo, su condición socioeconómica o su prestigio social, su agudeza intelectual, su habilidad para bailar, cocinar o hacer cualquier otra cosa que pueda ser de nuestro interés o admiración. Todo esto cuenta. Pero aquí nos enfocamos en las cuestiones del atractivo físico.

[3] De acuerdo con la International Society of Aesthetic Plastic Surgery (ISAPS). https://www.isaps.org/media/vdpdanke/isaps-global-survey_2021.pdf

[4] Olin Wright (1997, 2005) divide los conflictos económicos por la distribución de la riqueza en explotativos y no-explotativos. Lo que quiere decir con esto es que unos conflictos se operan a nivel de la producción de la riqueza, en torno a la explotación del trabajo. Otros, en cambio, se operan a nivel de la distribución de riqueza en el ámbito de la estratificación ocupacional. La idea de Wright es que, si bien, en la producción los trabajadores crean la riqueza que los capitalistas se apropian, la asignación que se hace entre el conjunto de todos los trabajadores no es igual, sino que está estratificada, por lo que unas posiciones ocupacionales recibirán mejores ingresos, prestigio y control que otras. Los conflictos explotativos giran en torno a la apropiación inicial del excedente económico, restringiendo o profundizando la explotación. Estos conflictos son los que, en alguna medida, fijan el rango de desigualdad de las sociedades. Los conflictos no-explotativos, por otro lado, giran en torno a la obtención de mejores salarios, a veces alcanzando también parte del excedente productivo. Esto último ocurre, por ejemplo, con los grandes ejecutivos o CEOs, cuya remuneración puede llegar a ser mucho mayor al mero costo de su fuerza de trabajo. Los análisis sobre desigualdades, estratificación y movilidad suelen analizar los distintos factores estructurales (no-explotativos) que intervienen en el acceso diferenciado a mejores posiciones sociales. La belleza como forma de desigualdad se ubica entre estos últimos factores.  

Referencias

Campos-Vazquez, R. M., & Gonzalez, E. (2020). Obesity and hiring discrimination. Economics & Human Biology, 37, 100850. https://doi.org/10.1016/J.EHB.2020.100850

Clifford, M. M., & Walster, E. (1973). The Effect of Physical Attractiveness on Teacher Expectations. Sociology of Education, 46(2), 248. https://doi.org/10.2307/2112099

DeMeis, D. K., & Turner, R. R. (1978). Effects of students’ race, physical attractiveness, and dialect on teachers’ evaluations. Contemporary Educational Psychology, 3(1), 77–86. https://doi.org/10.1016/0361-476X(78)90012-7

Dion, K., Berscheid, E., & Walster, E. (1972). What is beautiful is good. Journal of Personality and Social Psychology, 24(3), 285–290. https://doi.org/10.1037/H0033731

Feingold, A. (1992). Good-Looking People Are Not What We Think. Psychological Bulletin, 111(2), 304–341. https://doi.org/10.1037/0033-2909.111.2.304

Hung, S. M., Nieh, C. H., & Hsieh, P. J. (2016). Unconscious processing of facial attractiveness: invisible attractive faces orient visual attention. Scientific Reports 2016 6:1, 6(1), 1–8. https://doi.org/10.1038/srep37117

Kuipers, G. (2015). Beauty and distinction? The evaluation of appearance and cultural capital in five European countries. Poetics, 53, 38–51. https://doi.org/10.1016/j.poetic.2015.10.001

Kuipers, G. (2016). Beauty and inequality. Ted Talk.

Langlois, J. H., Kalakanis, L., Rubenstein, A. J., Larson, A., Hallam, M., & Smoot, M. (2000). Maxims or myths of beauty? A meta-analytic and theoretical review. Psychological bulletin, 126(3), 390–414. https://doi.org/10.1037/0033-2909.126.3.390

Liu, X., & Sierminska, E. (2014). Evaluating the Effect of Beauty on Labor Market Outcomes: A Review of the Literature. SSRN Electronic Journal. https://doi.org/10.2139/SSRN.2613431

Lorenzo, G. L., Biesanz, J. C., & Human, L. J. (2010). What Is Beautiful Is Good and More Accurately Understood. https://doi.org/10.1177/0956797610388048, 21(12), 1777–1782. https://doi.org/10.1177/0956797610388048

Maeder, E. M., Yamamoto, S., & Saliba, P. (2014). The influence of defendant race and victim physical attractiveness on juror decision-making in a sexual assault trial. https://doi.org/10.1080/1068316X.2014.915325, 21(1), 62–79. https://doi.org/10.1080/1068316X.2014.915325

Parks, F. R., & Kennedy, J. H. (2007). The Impact of Race, Physical Attractiveness, and Gender On Education Majors’ and Teachers’ Perceptions of Student Competence. http://dx.doi.org/10.1177/0021934705285955, 37(6), 936–943. https://doi.org/10.1177/0021934705285955

Patry, M. W. (2008). Attractive but Guilty: Deliberation and the Physical Attractiveness Bias. http://dx.doi.org/10.2466/pr0.102.3.727-733, 102(3), 727–733. https://doi.org/10.2466/PR0.102.3.727-733

Petrie, T., & Moore, F. (2017). Facial Treatment With Botulinum Toxin Improves Attractiveness Rated by Self and Others, and Psychological Wellbeing. Dermatologic surgery : official publication for American Society for Dermatologic Surgery [et al.], 43, S322–S328. https://doi.org/10.1097/DSS.0000000000001401

Seidman, G., & Miller, O. S. (2013). Effects of Gender and Physical Attractiveness on Visual Attention to Facebook Profiles. https://home.liebertpub.com/cyber, 16(1), 20–24. https://doi.org/10.1089/CYBER.2012.0305

Sherlock, M., & Wagstaff, D. L. (2018). Exploring the Relationship Between Frequency of Instagram Use, Exposure to Idealized Images, and Psychological Well-being in Women. Psychology of Popular Media Culture. https://doi.org/10.1037/PPM0000182

Sui, J., & Liu, C. H. (2009). Can beauty be ignored? Effects of facial attractiveness on covert attention. Psychonomic Bulletin and Review, 16(2), 276–281. https://doi.org/10.3758/PBR.16.2.276/METRICS

Udry, J. R., & Eckland, B. K. (1984). Benefits of Being Attractive: Differential Payoffs for Men and Women. http://dx.doi.org/10.2466/pr0.1984.54.1.47, 54(1), 47–56. https://doi.org/10.2466/PR0.1984.54.1.47

Wright, E. O. (1997). Class Counts. Comparative studies in class analysis. Cambridge University Press.

Wright, E. O. (2005). Fundations of neo-Marxist class analysis. En Approaches to class analysis. Cambridge University Press.

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