Concentración de la riqueza, ¿un problema ético?

Marzo 2023

Shylock el usurero

“Porque es cristiano le odio; pero más aún porque ruin y simple presta gratis el dinero y nos hace bajar la tasa de la usura en Venecia”, le dice Shylock a Basanio cuando habla de Antonio, este último, un mercader que se jacta de vivir del comercio: “mis riquezas, gracias por ello a mi buena estrella, no se hallan confiadas a un solo bajel, ni van a un mismo punto; el todo de mi fortuna no está sujeto a los percances del año presente”. 

En El mercader de Venecia Shylock es la representación del usurero y Antonio el comerciante que se aventura y arriesga en el comercio ultramarino. El retrato del primero es la de un hombre que obtiene su riqueza de los empréstitos que hace a otros y, desde el punto de vista de Antonio, es una injusticia el medio por el cual se enriquece, pues no se justifica desde las sagradas escrituras la usura como un medio para ganarse la vida. El papel del segundo, por el contrario, retrata una profesión noble, pues su riqueza proviene de las empresas del comercio y todavía más, es capaz de ser buen amigo y ser garante de pago en un préstamo. 

En la trama: Shylock, a pesar de ser insultado y mal visto por Antonio, presta dinero a Basanio, pero el que firma el contrato por esa deuda es Antonio, como garante de pago. El impago de esta deuda desembocará en la exigencia de Shylock en el cumplimiento del contrato que habían establecido: de incumplir el pago, Shylock “tenía” derecho a una libra de carne muy próxima al pecho de Antonio. 

En el juicio donde se dirime si se puede o no cobrar la libra de carne, tratan de persuadir a Shylock de aceptar 10 veces más del valor de lo prestado, pero él se niega, no quiere más, sólo el cumplimiento del contrato, el cumplimiento de la ley. En voz de Porcia, quien se hace pasar por médico en el juicio, admite que, en efecto, no puede dejar de cumplirse la ley: “eso no debe ser: no hay autoridad en Venecia que pueda alterar una ley vigente. Se citaría como un caso, y a su ejemplo, mil abusos se introducirían en el Estado. Eso no se puede”. 

Todo parecía indicar que se ejecutaría la sentencia de cobrar la libra de carne, pero en la misma resolución se aclara que el contrato no acuerda una gota de sangre, “toma tu libra de carne, mas si al cortarla derramas una gota de sangre cristiana, tus tierras y bienes, conforme a las leyes de Venecia, quedan confiscados a favor del Estado”. Es una ejecución de sentencia imposible, por lo que Shylock desiste de pedir cumplimiento del contrato y acepta recibir la suma de dinero ofrecida en pago, pero la corte ahora ha cambiado todas las condiciones. Al final, se retira sin su dinero dado en préstamo y con la confiscación de la mitad de sus bienes. Antonio se libra de la muerte y el Estado lo indemniza con la mitad de los bienes confiscados a Shylock. 

William Shakespeare nos muestra en esta obra las relaciones sociales que empezaban a aflorar en la época isabelina, periodo en el que las relaciones capitalistas estaban sentando las bases para la producción manufacturera y, propiciar así, el comercio exterior. Se ve, pues, cómo la disputa entre el usurero y el mercader están ambientadas en un escenario donde al primero se le veía con repulsa, mientras que el mercader era presentado como un hombre de bien.

La producción y apropiación capitalista

La forma de producción capitalista es la que predomina en todo el mundo en los días que corren. La unidad de la producción es la fábrica, aquí se reúnen: medios de producción (materia prima, medios de trabajo, etcétera) y fuerza de trabajo (los obreros) para producir mercancías. Los dueños de las fábricas son los capitalistas, es decir, son los dueños de los medios de producción. Los obreros no poseen nada más que su fuerza de trabajo, es decir, su capacidad de trabajar con los medios de producción para producir mercancías. De esta forma se producen todas las cosas que existen como mercancías en nuestra sociedad.

En la forma de producción capitalista la riqueza se crea en la fábrica, la crean los obreros. Los medios de producción y los obreros se reunen para produccir mercancias. Cuando un obrero va a la fábrica por una jornada de ocho horas no se le paga por el trabajo que realiza, sino por su fuerza de trabajo. Esto quiere decir que si produce, por ejemplo, zapatos por valor de 10 mil pesos, no se le paga 10 mil pesos (que fue lo que produjo, fruto de su trabajo), sino solo 207.44 (el salario mínimo actual de México), estos deberían ser suficientes para reponer sus fuerzas y volver al día siguiente por otra jornada de trabajo, significa que se le paga por su desgaste físico y mental: por su fuerza de trabajo. En esa jornada de trabajo las mercancías nuevas que se crean reciben su valor de dos fuentes: de los medios de producción que traspasan una parte de su valor, por ejemplo, a los zapatos y de la fuerza de trabajo, esta última es la verdadera creadora de valor, de la riqueza del mundo.

En la forma de producción capitalista los obreros son los únicos que pueden crear valor, los medios de producción sólo transfieren un valor que tienen petrificado. En la producción de zapatos, siguiendo con el ejemplo (supongamos) se emplea una máquina que tiene un valor de 100 mil pesos (y puede ser usada por 100 días) y solo se emplea un obrero para producir zapatos por valor de 10 mil pesos en una jornada de ochos horas, esto nos dará como resultado que: de los 10 mil pesos producidos, mil los transfirió la máquina y los otros 9 mil los creo el obrero al operar la máquina. Los mil pesos representan el desgaste que tuvo la máquina, al llegar a operar cien veces habrá transferido un valor igual a 100 mil, pero no habrá creado ningún valor, en cambio, al término de cien jornadas laborales la fuerza de trabajo del obrero habrá creado 900 mil. Pero contrario a la creación de la riqueza, la repartición de ella ocurre completamente al revés.

La repartición de la riqueza producida capitalistamente se la apropian mayoritariamente los capitalistas a pesar de son los obreros los que la crean. Al término del proceso de producción de los zapatos el obrero no se lleva lo producido, sino solo su salario. Todo el producto resultante se lo apropia el dueño de la fábrica: el capitalista. Este acude al mercado para venderla y así convertir esa montaña de mercancías en dinero contante y sonante con el único fin de volver a empezar de nuevo otra jornada de producción.

Al ser la producción una función donde participa la mayoría de la sociedad (los que crean las materias primas, los medios de trabajo, los obreros que producen, proveedor de la luz, etcétera) pero la apropiación de la riqueza es individual (el capitalista) provoca una concentración de la misma en las manos de estos, que en realidad son muy pocos, la mayoría de los individuos de la sociedad son obreros.

La persona del capitalista, al que llamaremos también empresario (mercader), y del banquero (usurero) son personajes que poseen dinero para organizar la producción capitalista, y podemos nombrarlos como tal: capitalistas. Su función principal es organizar la producción o prestar dinero para hacerlo con el único fin de obtener ganancias: ya sea por medio de la producción directa de bienes (dirigiendo una fábrica) o por medio de servicios bancarios (una forma de usura regulada por el Gobierno). Curiosamente, la función del banquero ya no es persona non grata, sino todo lo contrario, tanto el capitalista como el banquero son modelos a seguir para todos los que quieren obtener riquezas, que es el signo del éxito actual.

La ética del capital

En días recientes leí la respuesta del empresario mexicano Ricardo Salinas Pliego a un informe que realizó la Oxfam Internacional —una organización son sede en Inglaterra que trabaja para erradicar la pobreza a nivel mundial— el 16 de enero de 2023, llamado: La ley del más rico: gravar la riqueza extrema para acabar con la desigualdad que evidencia la alarmante concentración de la riqueza: “de cada 100 dólares de la riqueza generada en los últimos diez años (2012-2022): 54.4 dólares han ido a parar a manos del 1% más rico de la población, mientras que el 50 % más pobre sólo ha percibido setenta centavos de dólar”. Ante eso propone, entre otras soluciones, que se le cobre un impuesto al selecto 1% que concentra la riqueza para poder combatir la pobreza, el cálculo es que “podrían recaudarse 1.7 billones de dólares anualmente aplicando un impuesto al patrimonio neto del 2% a los millonarios, del 3% a aquellos con una riqueza superior a 50 millones de dólares, y del 5% a los milmillonarios de todo el mundo. Estos recursos adicionales serían suficientes para que 2000 millones de personas pudieran salir de la pobreza”.

A esta propuesta el magnate mexicano reviró con un texto que tituló: El tesoro de Rico McPato y las políticas públicas. En él dice que “OXFAM, una organización internacional maniqueísta que ya he mencionado en artículos anteriores por involucrarse en una cruzada global contra la riqueza y promover una absurda lucha de clases… ¿Qué propone? La propuesta es el despojo del tesoro del viejo pato para ser redistribuido entre los pobres, quienes sí son muy meritorios y merecedores de recibir dicho tesoro… Notemos que no hay justificación moral para el despojo sólo una consideración bastante difusa y conveniente de “utilidad social” definida por el autor… Es decir, si un empresario obtiene su riqueza gracias a su destreza para aprovechar la globalización, que no es otra cosa que el comercio entre las naciones, entonces, ¿debemos pensar que esa riqueza ´no es meritoria”?

Esta es una concepción bastante popular —y dañina— sobre la riqueza y, en consecuencia, desde niños hemos crecido con la idea de que, “la riqueza es perversa”. Llegamos a la vida adulta y nos encontramos con todo tipo de políticas públicas en contra de la acumulación de la riqueza.

La respuesta del empresario mexicano se queda en el plano ético, en discernir si la riqueza es buena o mala, como si de ella misma se derivaran propiedades especiales. Si nos atenemos a la definición de Adolfo Sánchez Vázquez (1969) de que la ética es la ciencia del comportamiento moral-práctico de los hombres en sociedad, se entiende que la ética reflexiona, cuestiona y trata de explicar las acciones del hombre desde su práctica moral; es decir, de si las acciones del hombre son correctas o incorrectas a la luz de la moral de la sociedad donde vive, donde se desarrolla en concreto.

La ética del capitalismo, de forma general, existe en función de todos los principios (“legales” desde luego) que lleven a los hombres a obtener la máxima riqueza posible. En ese sentido, Ricardo Salinas Pliego no está haciendo nada que el sistema político y económico en que vivimos no le permita hacer; es decir, si evaluamos en términos éticos si está bien o mal lo que está haciendo llegaremos a la conclusión de que está dentro del marco de la ley y que la mayoría de la sociedad estará de acuerdo en que se ha ganado su riqueza merecidamente. No hay duda ahí. Ese es el resultado desde el análisis ético, de si está bien o mal.

Pero la concentración de la riqueza no es un problema ético, o no fundamentalmente ético, sino un problema económico y social, y es a donde no quiere entrar a observar el magnate cuando se habla del problema. En parte de su respuesta deja ver en realidad su aversión cuando dice que Oxfam promueve “una absurda lucha de clases”. No quiere discutir desde una lucha de clases “absurda” porque ahí es donde está el problema. ¿Por ello la riqueza o el empresario son malos? Desde luego que no. Esto debe estudiarse desde el punto de vista de la lucha de clases y las relaciones sociales concretas que se establecen, pues es en la producción, donde interactúan esos elementos, es donde se produce la riqueza, es decir ¿Cómo se produce? ¿Quién produce la riqueza? ¿Quién se apropia la riqueza? Es decir, hay que entender el problema como parte de la organización capitalista de la producción, tal como se expuso en la primera parte de este texto.

Sólo si se ve el problema de la concentración de la riqueza como un problema económico y social se puede entender claramente el fenómeno y, sólo así, se comprenderá que un impuesto a la riqueza de los más ricos del mundo es necesario, no como meta final, sino como el primer paso para conducirnos a una sociedad menos desigual (no igualitaria, esto sería una locura). Entender de este modo el problema nos conduce a ver que la producción y apropiación capitalista de la riqueza conduce a crear pobres, pues la mayoría de las ganancias las concentra el capitalista y los obreros sólo su salario cuando tienen trabajo.

Hoy en día, desde el punto de vista ético y moral los millonarios son bien vistos por la sociedad, es más, todo mundo aspira a convertirse algún día en Rey Midas, donde también los proletarios -los sin medios de producción-, aspiran a ser capitalistas (poseedores de medios de producción), una situación que en sí misma es imposible; en eso se les va la vida y en esa vida diaria, aplican los preceptos éticos del capitalismo. Pero nadie repara en que ese camino no es para todos porque es imposible que todos sean capitalistas, también es necesario que existan obreros que creen la riqueza, es más, la tendencia actual es a que los capitalistas sean cada vez menos pero más ricos y los obreros sean más y cada vez más pobres.

¿Debemos llamar a igualar la pobreza para todos, como dice Salinas Pliego? No, sino distribuir equitativamente la riqueza social para todos. Esto significa mejorar las condiciones laborales de los trabajadores, significa crear empleos para todos, significa pagar salarios justos, significa que el gobierno cree obras de infraestructura social que sean capaces de crear más y mejores servicios para todos –de ninguna manera significa regalar dinero, como también  dice Salinas Pliego. En ese camino están llamados no solo los empresarios, sino, sobre todo, los trabajadores para que se organicen y logren mejores condiciones de vida. Oxfam no llama a los Shylocks y Antonios a la hoguera pública, sino que conmina a que se den cuenta de que el problema de concentración de la riqueza también es de ellos, pues, en última instancia, los que más tienen que perder son ellos, los trabajadores no pueden perder lo que no tienen.


Rogelio García Macedonio es economista por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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