Febrero 2023
Desde hace unas décadas, particularmente, desde la instauración global del neoliberalismo como modelo económico se ha vuelto una tendencia –en ciertos países, sobre todo, en los subdesarrollados– a la dispersión de la clase trabajadora. Es decir, el porcentaje de la clase obrera sindicalizada cada vez es menor. Los analistas explican este fenómeno como una cuestión multifactorial determinada por la globalización, por los avances tecnológicos, el cambio en la naturaleza del trabajo como el trabajo a tiempo parcial o la subcontratación e incluso, lo analizan como una cuestión cultural en la que los trabajadores consideran que la unión en sindicatos es algo anticuado e irrelevante.
Sin embargo, resulta paradójico que mientras en los países más desarrollados de Europa como Suecia, Dinamarca, Finlandia, Noruega y Alemania, los sindicatos tienen una fuerte presencia y una gran influencia en la política laboral y social, existan otros como España, Francia e Italia en donde los sindicatos, aunque tienen una presencia importante han sufrido cierto declive: mientras la afiliación sindical en los países escandinavos supera el 50%, en los segundos (España, Italia y Portugal) ésta se encuentra entre el 10 y 15%.
Para el caso de América Latina, según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el promedio en 2018 fue del 17,6%, aunque el porcentaje varía significativamente de un país a otro. Por ejemplo, en países como Argentina, Brasil y Uruguay, la afiliación sindical es relativamente alta, con niveles que superan el 30%. En otros países, como Chile, México, Perú y Colombia, la afiliación sindical es más baja, con niveles que oscilan entre el 10% y el 20%.
Particularmente en nuestro país la tendencia a la disminución es clara. De acuerdo con la OIT en la década de los sesenta el porcentaje de la clase trabajadora mexicana sindicalizada era muy alto, con tasas de afiliación que superaban el 50% de la fuerza laboral. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) la tasa de afiliación sindical en México ha disminuido significativamente en las últimas décadas; si en 1970 ésta rondaba en un 21,6%, veinte años después (1990) disminuyó a un 12,8% y una década más tarde (2000) cayó a un 11%. En 2010, la tasa de afiliación sindical fue del 10,4%, luego en 2015, según el IPADE (Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa), la tasa de afiliación creció a un 13.1% y durante el actual sexenio aunque iba creciendo un punto porcentual al año, en 2022 éste retrocedió.
Llegados a este punto cabe aclarar que los trabajadores mexicanos se encuentran divididos entre quienes tienen un trabajo formal, los menos (44.9%) y los trabajadores del sector informal, que se emplean a sí mismos, los más (55.1%). De modo que de los menos, es decir, de los trabajadores mexicanos que cuentan con un trabajo formal, de acuerdo con datos del Observatorio de Trabajo Digno (OTD) 8 de cada 10 trabajadores y trabajadoras en el país no pertenecen a un sindicato. El 86% de la población asalariada en México no está afiliada a un sindicato.
Las argumentos que los analistas dan para analizar el descenso en la afiliación sindical para el caso mexicano son los mismos que se exponen para el resto de los países con el agregado de que existe una cuestión histórica, que determina la situación del sindicalismo nacional: el charrismo sindical. Es decir, que las y los obreros no confían en este tipo de organizaciones, aunque más los trabajadores (12.4%) que las trabajadoras (16.7%). Sin embargo, eso no significa que la clase obrera mexicana sea indiferente a la justicia laboral y a la democracia sindical.
La existencia de los sindicatos en el mundo sigue siendo una alternativa, pero sólo una alternativa, un medio (Rosa Luxemburgo en Reforma o revolución) para la regulación de los derechos laborales. El caso de los países más desarrollados es la muestra palpable de que no se trata de un instrumento obsoleto para la propia clase trabajadora, por ello es importante la organización obrera, siempre y cuando se encabece por ella misma. De otro modo, la situación de la clase obrera será la misma que desde hace décadas: un sector explotado, desprotegido y manipulado. En ese sentido, las reformas encabezadas desde el gobierno (como la reforma laboral del 2019 por mucho que repitan que los obreros mexicanos gozan de democracia sindical) no resuelven el problema de la explotación laboral y la corrupción sindical, tan solo veamos que de los 13 mil contratos colectivos que se legitimaron a raíz de la reforma de 2019, de acuerdo con el coordinador del Centro de Investigación Laboral y Asesoría Sindical, el 50% de los contratos colectivos fueron simulados.
Victoria Herrera es historiadora por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.