Febrero 2023
Carlos Marx reconoció desde muy temprano (1842) el mérito de Ludwig Feuerbach como crítico de la religión. Aun así, exigió muy pronto también (1843) que la crítica feuerbachiana del cielo se transformara en “crítica de la tierra”, que la crítica de la teología se convirtiera en crítica de la política, puesto que, si el secreto de la “sagrada familia” residía en la “familia terrenal”, ésta debía ser “teóricamente criticada y prácticamente subvertida”. Así, Marx reconoció que la crítica de la religión elaborada por Feuerbach contenía in nuce “la crítica del valle de lágrimas que la religión rodea de un halo de santidad”, estableciendo en consecuencia que la “misión de la historia (…), una vez desaparecido el más allá de la verdad”, consistía “en averiguar el más acá”: sólo de esta guisa la crítica de la religión “llega a convertirse… en crítica del derecho”, en crítica de la tierra.
Esto quiere decir que Marx reconoce dos momentos (cabe aclarar que no sucesivos, sino simultáneos, toda vez que Marx aceptaba que “no se conoce y no se comprende sino haciendo”): en primer lugar, la necesidad indispensable de comprender el “auto-desgarramiento” del “fundamento mundano” del mundo religioso, es decir, comprender la “contradicción con sí mismo” del mundo real, de la base terrenal del mundo imaginado; en segundo lugar (y mucho más importante para él), la necesidad de “revolucionarlo prácticamente por la eliminación de la contradicción”, es decir, de “subvertir prácticamente” el “fundamento mundano” no sólo de la enajenación religiosa, sino de las diversas enajenaciones.
El impulso de “subvertir prácticamente” el mundo mundano distingue por tanto al marxismo de todas las filosofías, precedentes y sucedentes. Marx proclamó en efecto la abolición o negación de la filosofía, pero para el marxismo “abolición” no quiere decir abolición teórica, o no tanto como abolición práctica, realización efectiva de la filosofía. No por otra razón la suerte de la filosofía en el mundo capitalista depende de una clase social, el proletariado. A juicio de Marx, “la filosofía no puede llegar a realizarse sin la abolición del proletariado, y el proletariado no puede abolirse sin la realización de la filosofía”.
Federico Engels compartía una perspectiva análoga cuando reconoció que “el movimiento obrero de Alemania es el heredero de la filosofía clásica alemana” y no, como más de un profesor o doctísimo doctor alemán hubiera creído, los filósofos de gabinete o los cenáculos intelectuales. El legado filosófico de Kant, Hegel, Fichte, Schelling, etc., corresponde por derecho propio a los trabajadores de todo el mundo; la clase obrera mundial es la heredera legítima de la filosofía clásica alemana.
Marx entendía en suma que la filosofía representaba el complemento ideal del mundo real; pero no ignoraba que la negación de la filosofía en cuanto tal complemento implicaba la negación de un mundo que necesita de tal complemento ideal. La superación de la felicidad ilusoria del pueblo conlleva en otras palabras la exigencia de su felicidad real. Si el mundo experimenta un desdoblamiento en un mundo imaginado y un mundo real, explicaba Marx, si el fundamento mundano se separa de sí mismo y se fija en un reino independiente, en las nubes, esto obedece y responde al “auto-desgarramiento”, a la “contradicción con sí mismo”, de este “fundamento mundano”. Por donde resulta que la negación de la filosofía exige su realización y su realización consiste en que el “fundamento mundano” de la propia filosofía “debe ser… prácticamente subvertido”. De este modo, la filosofía resulta eliminada, negada, abolida, en la práctica, en el mundo real.
Por tanto, la realización de la filosofía presupone la necesidad de “revolucionar prácticamente” el mundo real por la eliminación de su “auto-desgarramiento”, de su “contradicción con sí mismo”. La “subversión práctica” de la que hablaba Marx constituye la piedra de toque del marxismo y reviste un carácter radical en oposición a las revoluciones parciales. Desde la perspectiva del marxismo, el término radical significa “atacar el problema por la raíz”. Una revolución parcial representa en cambio una “revolución meramente política”, no-radical, a fuer de “que deja en pie los pilares del edificio”. Entonces, resulta claro que la realización de la filosofía supone una “praxis revolucionaria” que ataque “el problema por la raíz”, que remueva “los pilares del edificio”[social].
Según Marx, la revolución radical que implica la realización de la filosofía en cuanto complemento ideal de un mundo en contradicción con sí mismo corresponde a la clase obrera, heredera natural de la filosofía clásica alemana. La revolución radical representa por consiguiente la tarea histórica propia de los proletarios, en virtud de que la clase proletaria conforma una clase social con cadenas radicales, de modo que “no puede emanciparse sin emanciparse en el resto de las esferas de la sociedad y, simultáneamente, emanciparlas a todas ellas”. No por otro motivo Marx escribió que “cuando el proletariado proclama la disolución del orden universal precedente, no hace más que pregonar el secreto de su propia existencia, ya que él es la disolución de hecho de ese orden universal”. En el mismo sentido el marxismo declara que el proletariado es la “antítesis de la “propiedad privada”. Pero dentro de tal antítesis, el propietario privado desempeña una acción de mantenimiento, circunstancia por la cual representa la parte conservadora de la misma; mientras que el proletariado, en cuanto “propiedad privada disuelta y que se disuelve”, recalcaba Marx, desarrolla una acción de destrucción de la antítesis, motivo por el cual aparece como “su inquietud en sí” y como su parte destructiva. Así, el proletariado “está obligado a destruirse a sí mismo y con él a su antítesis condicionante que lo hace ser tal proletario, es decir, a la propiedad privada”.
De este modo, el proletariado “sólo vence —declaró Marx— destruyéndose a sí mismo y a su parte contraria”, condición que explica la singularidad de que “al vencer… no se convierte con ello, en modo alguno, en el lado absoluto de la sociedad”, todo lo contrario de la revolución parcial, “meramente política”, de una “parcialidad social” como la burguesía, clase social que, a diferencia del proletariado, sí se transforma al vencer en el “lado absoluto de la sociedad”.
La praxis revolucionaria, la revolución radical del proletariado, presenta en suma la particularidad característica de abolir el “más allá” de la filosofía aboliendo el “más acá” de su fundamento mundano.
Miguel Alejandro Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.