Enero 2023
El notable oficial de Prusia Carl von Clausewitz, pilar del pensamiento militar moderno, advertía que en todo enfrentamiento bélico las hostilidades tienden hacia los extremos, lo que en la teoría puede traducirse como la tendencia al empleo progresivo de todos los recursos de todo tipo que el beligerante tenga a mano para someter a su enemigo y hacer valer su voluntad. Pienso que es pertinente recordar esto ahora que inicia el año 2023, marcado por una ampliación de los límites de la violencia en el conflicto de Ucrania. Y es que las recientes remisiones de dinero y armas occidentales para repuesto del ejército ucraniano de Volodimir Zelensky, fortifican sus capacidades para continuar la guerra contra Rusia. En otras palabras, reflexionar el asunto desde algunos puntos de la teoría del autor prusiano permite ver que ese dinero y ese armamento no servirán para hacer la paz y traer el bienestar para los ucranianos, sino todo lo contrario, para prolongar el caos y la incertidumbre de una guerra que no es de ese pueblo.
La guerra no es un acto de bondad y, decía Clausewitz, aquel que se sirve de la violencia “sin reparar en sangre tendrá que tener la ventaja si el adversario no lo hace”. En la guerra se establece por eso una primera interacción que conduce a un primer extremo: esto consiste en las dinámicas del desenvolvimiento de la relación mutua entre los contrincantes, en la cual “cada uno marca la ley al otro”.[1] Es decir, cuando un beligerante emplea 100 hombres, por ejemplo, esto obliga a su enemigo a tener 100 o más hombres para poder sobreponerse. Cuando las victorias del imperio napoleónico se fundaban sobre la circunstancia de que en Francia podían movilizarse de un solo golpe decenas o centenas de miles de soldados, sus enemigos tuvieron que acercarse a esa “ley”: el emperador ruso concurrió con más o menos 84,000 hombres para enfrentar a los 65,000 de Napoleón en la sangrienta batalla de Eylau (1807). Algo muy similar ocurrió después de que Estados Unidos empleó la bomba atómica contra Japón en 1945, pues sus enemigos por principio, la Unión Soviética, desplegaron inmediatamente esfuerzos para crear un arma similar que permitiera responder con la misma fuerza cualquier ataque contra ellos que tuviera las dimensiones de la destrucción de Hiroshima y Nagasaki. La primera bomba soviética se puso a prueba en 1949.
También, decía ese autor, “la peor situación a la que puede llegar un beligerante es la indefensión”, pues esto significaría su derrota. Este principio, así como la posibilidad de su verificación, está siempre en el pensamiento de las dos partes en pugna; por eso mientras los combatientes no han derrotado totalmente a su adversario existe la posibilidad aterradora de que éste se sobreponga y, superando los recursos de sus enemigos, los someta. Entonces la ley que marca uno de los contrincantes se adueña de la mente del enemigo y orienta sus actividades bélicas: esta es una segunda interacción que constituye un segundo extremo.[2] En ese sentido, por ejemplo, la entrada de Napoleón a España en 1808 parecía ser la derrota de la monarquía hispánica. Pero eso no ocurrió. La invasión provocó una adaptación de las fuerzas españolas que parecían derrotadas como una resistencia guerrillera que se prolongó hasta 1814. A su vez, la ley de las guerrillas obligó a los oficiales franceses a reorientar su violencia, de manera que las fuerzas regulares napoleónicas tuvieron que readaptarse como fuerzas irregulares contrainsurgentes, que pudieran perseguir a las partidas guerrilleras, cuidar las líneas de comunicación y reprimir a todo aquel que pareciera rebelde o que colaborara con los guerrilleros.
También en 1941, al inicio de la invasión nazi sobre la Unión Soviética, todo apuntaba a que ésta sería sometida fácilmente, pues Hitler llegó a concentrar contra ella más del 70% de su poder militar, tal vez el más moderno y competente de la época. Los soldados alemanes entraron a Rusia bajo el principio de exterminar a los pueblos eslavos y mataron a muchos millones de inocentes; pero, aun así, no triunfaron. La imperiosa necesidad de expulsar a los nazis se apoderó absolutamente del interés del gobierno de Stalin, y gracias a su gestión el Ejército Rojo superó el reto alemán, derrotó a los invasores en 1943 y avanzó victorioso hacia Berlín desde 1944.
Clausewitz señalaba, asimismo, que si se desea derrotar al enemigo, el esfuerzo desplegado en un combate debe medirse por la “capacidad de resistencia” del oponente. Esta capacidad está compuesta por dos elementos: las dimensiones de los recursos con que cuenta el beligerante y “la fuerza de voluntad”. El primero puede precisarse o medirse matemáticamente, a través de la consideración de las cifras de la economía, las armas, las fuerzas armadas, etc., del adversario; el segundo, en cambio, apenas puede estimarse medianamente en cuanto se comprende “la fuerza de las motivaciones” que mueven la hostilidad del enemigo. Sólo en la medida en que sean bien ponderados esos dos elementos se podría constituir una respuesta formidable; aunque el enemigo actuaría en el mismo sentido. Esto constituye la tercera interacción, que orienta las hostilidades hacia un tercer extremo.[3] Esto ocurrió cuando los ejércitos de las monarquías europeas intentaron apagar la Revolución Francesa. Los combates iniciales contra los gobiernos revolucionarios estaban proyectados bajo el paradigma bélico de los reyes de Antiguo Régimen (siglo XVIII), esto es, bajo un modelo que concebía las guerras como conflictos limitados, en los que combatían ejércitos medianos con el objetivo de subsanar una ofensa concreta cometida por un agresor determinado; en cuanto la ofensa quedaba pagada, la guerra terminaba. Pero las motivaciones de la República de Francia habían cambiado: las motivaciones de su violencia no buscaban cobrar una ofensa; ahora se trataba de la expansión de los principios revolucionarios por todo el mundo y del exterminio de todos los agentes no revolucionarios o monárquicos de Europa. También los recursos de guerra franceses crecieron, porque ahora las fuerzas revolucionarias se constituían por todos los franceses capaces de empuñar un arma. Esto superaba por mucho los alcances de cualquier otro ejército de las monarquías europeas y permitió el triunfo de la Revolución y, posteriormente, la expansión de las reformas revolucionarias y del primer imperio francés sobre todo el continente.
Igualmente, la guerra Franco-Prusiana de 1870 demostró que los franceses subestimaron las capacidades de Bismarck para movilizar tropas hacia la frontera y humillar ágilmente al ejército de Luis Bonaparte. Éste, confiando en la “superioridad” de sus fuerzas armadas, declaró la guerra a los alemanes en julio, pero los prusianos explotaron el sentimiento generalizado de protonacionalismo alemán que desataron las ambiciones francesas para reunir y alentar a sus fuerzas; de la misma manera, explotaron todas las facilidades que ofrecían las líneas férreas que intercomunicaban las provincias alemanas para acelerar su embestida contra Francia, la cual no contaba con un sistema ferrocarrilero tan moderno y tardó mucho en responder a ese golpe fatal.
Ahora bien, con todos esos elementos en mente, regresemos a la actualidad. Recordemos que el conflicto de hoy es el resultado de la prolongada persistencia de Estados Unidos en dotar de una mayor extensión a su organización militar, la OTAN. Se trata de una vieja tentativa por ceñir por las armas a Rusia. Desde el final de la guerra fría esa organización avanzó rápidamente sobre los países antiguamente soviéticos, o de influencia soviética, del este Europeo, procurando establecer bases militares controladas por Estados Unidos y cada vez más próximas de Moscú. Más adelante, en 2008, la administración de George Bush jr., intentó expandir las fronteras de la OTAN hasta Georgia. Vladimir Putin no cedió entonces, ni cedió cuando se verificó una proyección norteamericana más: el golpe de estado contra el gobierno legítimo ucraniano en 2014, auspiciado por la administración Obama. Este capítulo de la violencia imperialista americana quedó cerrado bajo la administración Trump, durante la cual se detuvo el expansionismo estadounidense que apuntaba rumbo a Rusia. Pero la guerra de 2022 dio inicio a uno nuevo y la administración Biden, ha escrito las primeras líneas con sangre ucraniana. En pocas palabras, las interacciones de las administraciones Putin y Zelenski no han constituido nunca realmente una guerra abusiva contra Ucrania, por el control ruso sobre este país; más bien nos encontramos frente a un conflicto abusivo de Occidente (léase Estados Unidos) contra la Federación Rusa, por el control de Rusia, que se libra en el territorio de Ucrania a costa de la sangre de los ucranianos.
Si ponemos atención a su desarrollo es evidente que la conflagración está tendiendo hacia el extremo en los tres sentidos que señalaba Clausewitz: cada movimiento ha engendrado una respuesta equivalente o superior por parte del adversario; cada decisión está dominada por proyecciones sobre las capacidades de reacción de cada contrincante, y cada política de guerra nace de cálculos hechos sobre el poder de resiliencia del enemigo: los ataques de Ucrania sobre el Donbass al inicio de 2022, continuación de lo empezado en 2014, dieron pie a la Operación Especial del presidente Vladimir Putin. La potencia de esta respuesta inicial de Rusia resquebrajó inmediatamente gran parte de la infraestructura ucraniana, pero pudo resistirse por medio del crecimiento de las capacidades guerreras del ejército de Zelenski: llegaron decenas de miles de mercenarios occidentales, se abrió la asistencia logística desde Europa y la OTAN se comprometió con el abastecimiento militar de Ucrania. Rusia modificó su táctica, estableciendo su centro de operaciones en el Donbass y varió sus medidas de guerra hacia el agotamiento progresivo de las posiciones militares ucranianas y las líneas de abastecimiento occidentales. Estados Unidos y sus satélites intentaron asfixiar al mismo tiempo a Rusia y desmoronar su esfuerzo bélico a través de sus famosas sanciones económicas, pero la economía de la Federación se adaptó, se independizó de las producciones occidentales y así nulificó el acoso. En contrapartida, Putin tomó medidas sobre los precios de los combustibles que afectan directamente a Europa, reforzó sus posiciones con el reconocimiento y anexión de las repúblicas separatistas del oriente ucraniano… etc., etc. Las tensiones escalaron y continúan escalando progresivamente; cada contrincante marca una nueva ley a su enemigo, éste responde con contundencia y abre la vía para una contrarespuesta, aún más violenta. Los contrincantes se enzarzan en una dinámica interminable hacia los extremos, cual si fuera el cuento de nunca acabar.
En todo ese contínuum de violencia, los países occidentales no han sufrido bajas. Estados Unidos se localiza en América, después de cruzar el océano Atlántico; los países de la Unión Europea y la OTAN, aunque están sumidos en la crisis de energía, mantienen a sus militares detrás de las fronteras del Este. Por su parte, los rusos han sufrido numerosas bajas, pero el territorio de la Federación Rusa se ha mantenido prácticamente intacto; gracias a la buena gestión de su gobierno, el país ha logrado sortear con éxito cada ley que le han impuesto sistemáticamente los occidentales. Ucrania, en cambio, es quien ha sufrido más bajas militares y civiles durante la guerra: el país está prácticamente en ruinas, su infraestructura bombardeada no promete una pronta recuperación, una porción importante de sus habitantes se encuentra huida y una porción considerable de su territorio forma ahora parte de Rusia. Sin embargo, a pesar de la destrucción sistemática de su ejército, las bajas en el seno de su pueblo y el desmoronamiento de su país, el gobierno de Zelensky no cede. En las peores condiciones, ha decidido proseguir el suicidio que es esta guerra, decidido a sacrificar hasta el último ucraniano en este conflicto, para satisfacer a Estados Unidos y sus ambiciones expansionistas.
Los medios de destrucción en manos del ejército ucraniano se han engrosado y parece que seguirán engrosándose durante un buen tiempo. En los primeros días de 2023 Estados Unidos anunció una “ayuda” que se calcula en 3 mil millones de dólares, “50 blindados de infantería tipo Bradley” y varias decenas más de otros vehículos militares; Alemania enviará 40 blindados para “transporte de tropas” y una batería antiaérea Patriot, y Francia prometió enviar una cifra aún no precisada de tanques tipo AMX-10 RC. También parece que el Reino Unido podría proponer en algunos días envío de tanques Challenger 2.[4] Es decir, con el envío de más dispositivos para la matanza quiere marcarse un nuevo umbral de la violencia para contener a Rusia. En pocas palabras, Occidente está tendiendo nuevamente hacia el extremo; los aliados desean marcar una nueva ley al ejército de Putin.
Como es natural, si los rusos no quieren ser sobrepasados, habrán de ofrecer una respuesta adecuada. Es decir, deberán contratacar con mayor fuerza y buscar soluciones para neutralizar de manera eficaz las posibilidades que se abren a Ucrania con la nueva participación, más directa que antes, de las potencias occidentales en la guerra. Por eso el 9 de enero todos los medios pro-occidentales difundieron que el portavoces del Kremlin Dimitri Peskov declaró que los envíos de armamentos prolongarán el sufrimiento de los ucranianos y no cambiarán el curso de las hostilidades.[5] En pocas palabras, el fin del conflicto quedará todavía más lejano en el porvenir.
Anaximandro Pérez es Maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
[1] Carl von Clausewitz, De la guerra, Madrid, Madrid, La esfera de los libros, 2014, pp. 18-19.
[2] Ibídem, pp. 19-20.
[3] Ibídem, p. 20.
[4] « Les livraisons de Chars Occidentaux vont “prolonger les souffrances” des Ukrainiens », Le Point, 9 de enero de 2023, (consultado el 10 de enero de 2023, en lepoint.fr); sobre los tanques del reino unido informó Russia Today en su nota « Bloomberg: el Reino Unido contempla la posibilidad de suministrar tanques Challenger a Ucania », Russia Today, 9 de enero de 2023 (consultado el 10 de enero en actualidad-rt.com).
[5] Esto puede observarse, por ejemplo en el artículo de Le Point supracitado y en la nota de Reuters “Kremlin says new Western armoured vehicles for Ukraine will ‘deepen suffering’”, del mismo 9 de enero de 2023 (consultado el 10 de enero de 2023 en reuters.com).