China como potencia mundial responsable

Enero 2023

En las últimas dos décadas, la República Popular China (China) ha emergido como un actor importante en la arena internacional. De ser un país distinguido por tener una economía boyante a principios de este siglo, se ha convertido en uno de los principales polos de poder a nivel global. Esta transformación se ha reflejado en los cambios de su política exterior. El bajo perfil internacional asumido por Deng Xiaoping, Jiang Zemin y Hu Jintao ha dado paso a un perfil más asertivo bajo el liderazgo de Xi Jinping. El crecimiento de China ha alarmado a los principales polos de poder, pertenecientes al Norte global, y ha generado expectativas entre los países de ingresos bajos y medios, localizados en el Sur.

En este ensayo me propongo revisar el papel de China como una potencia mundial responsable en el terreno internacional. Para ello, primero reviso qué se entiende por potencia mundial en Relaciones Internacionales y cuáles son las características de China como una potencia mundial contrahegemónica, posteriormente analizo cómo se presenta China a sí misma en tanto potencia mundial responsable y finalmente apunto algunas consideraciones a manera de conclusión.

China como potencia mundial contrahegemónica

En Relaciones Internacionales, tradicionalmente reciben el nombre de potencias aquellos Estados con capacidades sobresalientes para intervenir en el orden internacional. Karen Mingst (2019) clasifica en tres las fuentes de poder de los Estados: naturales, tangibles e intangibles. Entre las naturales están las dimensiones del territorio, los recursos naturales y el tamaño de la población. Las tangibles son el desarrollo industrial, la diversificación económica, el desarrollo de la infraestructura, la preparación de las fuerzas armadas y el desarrollo tecnológico. Las intangibles son la imagen nacional, la calidad del gobierno, el apoyo de la ciudadanía al gobierno, la moral y el liderazgo del gobierno. Otros autores llaman a las fuentes tangibles de poder hard power o poder duro, mientras a las fuentes intangibles las nombran soft power o poder blando. Siguiendo la clasificación de Mingst, las potencias son los Estados que tienes un mayor acceso a estas fuentes de poder.

Autores como Kenneth Waltz, Martin Wright y Paul Kennedy definen de manera similar lo que entienden por potencia. Desde un enfoque más cercano a la economía política, Jonathan Rynn (2001) propone entender a las potencias como los Estados que controlan los sistemas de producción de riqueza, capacidad de la cual surgen sus instrumentos de poder. Rocha y Morales (2010) dividen a las potencias en tres categorías, según el grado de poder que pueden ejercer en el sistema político internacional: potencias mundiales, medias y regionales. La clasificación de los Estados en estas tres categorías varía según los autores de referencia, pero todos coinciden en que el orden mundial es jerárquico y entre más poder tiene un actor, más se acerca a la cúspide de ese orden.

La distribución de poder entre los Estados no es estática, cambia con el tiempo. Waltz clasifica en tres las formas de distribución de poder en el sistema internacional: unipolar, donde un Estado tiene el poder suficiente para derrotar la fuerza combinada de todos los demás; bipolar, donde la mayoría del poder se divide entre dos Estados o coaliciones de Estados; y el multipolar, donde el poder se divide entre tres o más Estados o coaliciones de Estados. El poder de un Estado, su caracterización como potencia mundial, media o regional, no depende solo de sus capacidades, sino también de la forma de distribución del poder en el sistema internacional.

Una propuesta diferente para entender la distribución de poder entre los Estados la encontramos en Robert W. Cox (1983), quien recupera el concepto gramsciano de hegemonía para explicar la formación de potencias mundiales y los cambios en el sistema internacional. En Gramsci la hegemonía es el poder de una clase (la burguesía) para mantener dominadas al resto de clases (las subalternas). Esta dominación ocurre a través del consenso (la aceptación por parte de las clases subalternas de esa relación de poder) y la coerción (el uso de la fuerza contra quienes cuestionan el statu quo). Cox extrapola el análisis gramsciano al sistema internacional y examina los mecanismos de dominación hegemónica, afirmando que las instituciones internacionales son creadas por el Estado que establece la hegemonía. Al mismo tiempo, Cox apunta la posibilidad de que en el siglo XXI pueda surgir un reto contrahegemónico.

El papel de China en el sistema internacional puede entenderse con este marco analítico. Desde 1949 hasta 1980, China fue un país que difícilmente podía considerarse como potencia en el plano global. Su territorio y su población eran grandes, pero sus capacidades económicas, tecnológicas y militares estaban muy lejos de las potencias europeas o norteamericanas. Bajo el orden bipolar de la Guerra Fría, podía considerarse como una potencia regional dado que fue capaz de hacer que las potencias mundiales respetaran su soberanía y lanzó iniciativas en el plano internacional, como el Movimiento de Países No Alineados. En ese periodo China consiguió la bomba atómica, se enfrentó militarmente a Estados Unidos en la Guerra de Corea, defendió su soberanía sobre Taiwán y mantuvo breves conflictos armados con la India y la Unión Soviética. No era un Estado débil, pero estaba lejos de ser una potencia mundial.

Entre 1978 y 2012, China desarrolló las capacidades para convertirse en una potencia mundial. La principal fuente de poder que desarrolló fue la economía. El crecimiento económico detonado por la Reforma y la Apertura de Deng Xiaoping logró que entre 1980 y 2000 China desarrollara sus fuerzas productivas como jamás lo había hecho, recibiendo capitales de todo el mundo y aprovechando los beneficios de la globalización y el fin de la Guerra Fría. A partir de 2001, la participación de China en el comercio mundial se potenció, gracias a la entrada del país a la Organización Mundial del Comercio. Como consecuencia de ello, en 2018 China desbancó a Estados Unidos como principal socio comercial a nivel mundial. En 2010 rebasó a Japón como segunda economía más grande del mundo, medido por PIB nominal.

Mientras su economía crecía a tasas sin precedentes y se convertía en uno de los motores de la economía mundial, en su política exterior China seguía sin asumirse como una potencia media o como una potencia mundial. La política exterior de los 24 caracteres de Deng Xiaoping, la cual recomendaba esconder las capacidades, mantener un perfil bajo y no reclamar liderazgo, se mantuvo como la principal carta de presentación de China al mundo. Eventos puntuales, como las Olimpiadas de Beijing 2008 o la formación de los BRICS en 2006, dieron al mundo algunos destellos de las crecientes capacidades de China, pero durante los mandatos de Jiang Zemin y Hu Jintao, el país formalmente se adhirió a la política exterior de bajo perfil diseñada por Deng.

Cuando Xi Jinping llegó al poder, en 2012, la política exterior de China comenzó a alejarse del bajo perfil de antaño y asumió una política exterior más asertiva. Lanzó propuestas de alcance mundial, como la Iniciativa de la Franja y la Ruta, y buscó involucrarse más en el sistema de gobernanza global. Su influencia comenzó a sentirse más en los países de ingresos medios y bajos de Asia, África y América Latina, pero también desplegó mecanismos para colaborar con los países europeos. Paralelamente, China inició un proceso de modernización de sus Fuerzas Armadas. Al mismo tiempo que China comenzaba a asumir un comportamiento de potencia mundial, en 2014 su economía desplazó a la estadounidense como la más grande del mundo, medida por paridad de compra.

Con las capacidades económicas adquiridas en los últimos cuarenta años, China ya se ha convertido en una potencia mundial. Esta transformación ocurre en un momento histórico en el que el mundo unipolar de la post Guerra Fría ha llegado a su fin y las potencias medias y regionales comienzan a tener una participación más importante en el escenario internacional. El ascenso de China a la categoría de potencia mundial está aparejado con el surgimiento de un mundo multipolar, donde países como Rusia, India, Irán, Turquía, Brasil, entre otros, han obtenido mayor autonomía y actúan en el terreno internacional persiguiendo sus propios intereses nacionales, en ocasiones incluso contra los intereses de las potencias mundiales.

Por sus características políticas, sociales y culturales, y por las dimensiones de sus capacidades, China no emerge como una potencia mundial que se integra al orden hegemónico liderado por Estados Unidos, sino, recuperando los conceptos de Cox, como una potencia contrahegemónica. En los últimos 40 años, Estados Unidos ha sido incapaz de integrar de manera subordinada a China dentro de su hegemonía internacional. En ese sentido, el surgimiento de China como potencia mundial cuestiona la hegemonía construida por los países del Norte cuando el poder del sistema internacional se encontraba concentrado en ellos. Las estructuras de gobernanza mundial enfrentan la necesidad de reformarse para responder a las nuevas condiciones, lo cual implica reflejar de mejor manera la cambiante distribución del poder.

La posición oficial de China sostiene que el país no busca reemplazar a Estados Unidos como superpotencia mundial, ni busca construir nuevas instituciones cuyo centro político sea China (Xinhua 2019). No es, afirma, una potencia revisionista, sino reformista. No pretende construir un nuevo orden de gobernanza global, sino hacer que los organismos que ya existen reflejen mejor los intereses de todos los países. En lugar de un “orden basado en reglas”, China apuesta por defender un orden basado en el derecho internacional. Independientemente de si China busca destruir el orden internacional liberal actual, o si solo busca reformarlo, cualquiera de estas dos acciones es asumida por Estados Unidos como una seria amenaza a su hegemonía (House 2022). De ahí que la “great power competition” adquiera cada vez más importancia en la academia estadounidense de Relaciones Internacionales.

China como potencia mundial responsable

La noción de una gobernanza responsable no es nueva en China. Como menciona Yeophantong (2013), la responsabilidad asociada al poder se encuentra entre los textos canónicos del confucianismo, escritos por Mencio y el propio Confucio. En épocas tan tempranas como las dinastías Qin y Han, ya existía la idea de que el gobernante tenía la responsabilidad de mantener un nivel mínimo de bienestar entre sus gobernados. En caso contrario, era legítimo rebelarse, pues se consideraba que el gobernante había perdido el Mandato del Cielo.

Las atribuciones de un gobierno responsable han cambiado a lo largo del tiempo. En la China dinástica, la responsabilidad era asociada a mantener la estabilidad social y política en el imperio, que a su vez podía considerarse como mantener la estabilidad en el mundo (天下), dado que China era el Reino del Centro. En el periodo republicano y hasta la muerte de Mao, la responsabilidad consistía en expulsar a las fuerzas extranjeras, fortalecer al país y lograr el respeto de China en la arena internacional. A partir del periodo de Deng Xiaoping la responsabilidad se puede dividir en tres aspectos: doméstico, internacional y global. En el doméstico, equivale a mantener la estabilidad social y política, y continuar el desarrollo nacional a través del crecimiento económico. En el internacional, significa participar en las instituciones internacionales y adherirse a sus normas. En el global, la responsabilidad se asocia con mantener la estabilidad mundial a través del desarrollo común y la creación de un sistema de gobernanza inclusivo y plural (Yeophantong 2013, 363).

El crecimiento económico de China llevó a las autoridades de Estados Unidos a presionar al país para que asumiera más responsabilidades en el plano internacional. En 1995, en una reunión de la ONU, Bill Clinton le comunicó a Jiang Zemin que Estados Unidos le daba la bienvenida a China a la mesa de los grandes, y le advirtió que los grandes poderes también tienen grandes responsabilidades. Años después, en 2005, el vicesecretario de Estado Robert B. Zoellick pronunció un discurso donde reconoció a China como un poder emergente y la llamó a actuar como un “responsible stakeholder” (Deng 2015). En esa coyuntura, bajo el gobierno de Jiang Zemin, China comenzó a presentarse a sí misma como un país responsable en la arena internacional. Como lo señala Thomas (2020), el People’s Daily, órgano del Partido Comunista de China, comenzó a publicar artículos sobre China como una potencia responsable en 1998. Durante el gobierno de Hu Jintao estas publicaciones aumentaron de forma notable y lo hicieron aún más en el gobierno de Xi Jinping.

Gráfica 1. Artículos del People’s Daily que mencionan a China como potencia responsable

Fuente: Thomas, 2020

China no solo ha buscado presentarse como una potencia mundial responsable a través de los medios de comunicación, sino también impulsando iniciativas de alcance global en las que involucra a la comunidad internacional. Es el caso de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, lanzada por Xi Jinping en 2013. Esta iniciativa pretender atender el déficit de infraestructura que existe en los países del Sur global, pero, además de su dimensión económica, tiene también un componente político. Como sostiene Tzili (2022), la Iniciativa de la Franja y la Ruta es presentada por el gobierno chino como un bien público global que China provee al mundo. Al ser capaz de dirigir esta iniciativa, a la cual ya se han adherido más de 140 países, China se presenta como una potencia mundial y al mismo tiempo como una potencia responsable.

Si desagregamos los componentes que el gobierno chino le ha añadido posteriormente a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, podemos observar mejor los aspectos en los cuales China enfatiza su participación. Con la Ruta de la Seda Digital, China se presenta como un proveedor de infraestructura tecnológica que permita mejorar la comunicación de los países de ingresos bajos o medios. Con la Ruta de la Seda Polar, China plantea desarrollar las rutas árticas del tráfico marítimo para todos los países interesados (Tzili 2021). Con la Ruta de la Seda de la Salud, China busca participar en la mejora de la salud pública de los países miembros de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Xinhua 2017). Con la Ruta de la Seda Verde, China propone acciones para conservar los ecosistemas y desplegar relaciones respetuosas con el medio ambiente (Xinhua 2019). Con la Ruta de la Seda Espacial, China abre la puerta para terminar con la dominación de las potencias espaciales tradicionales y establecer nuevas relaciones de colaboración en el ámbito espacial.

Un aspecto al que China le ha dado especial atención para presentarse como una potencia mundial responsable es la seguridad. Aquí cabe destacar el cambio que ha tenido China, de ser un país mantenedor de la paz a un pacificador activo en conflictos armados, lo cual responde a sus intereses geopolíticos (Fierro 2022).  Entre 1980 y 2018, China participó en 24 operaciones de mantenimiento de paz de la ONU, con más de 35 mil soldados; además de ser el segundo mayor contribuyente económico de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. No todas las participaciones de China en las operaciones de mantenimiento de paz han sido en contextos bélicos, sino también en contextos de desastres naturales, como terremotos, tsunamis, inundaciones, entre otros. En 2017 China inauguró una base militar en Yibuti, la primera de ultramar, para contribuir a la seguridad marítima en el Cuerno de África. Esto ha proyectado globalmente la responsabilidad de China.

En abril de 2022, en el marco de la guerra de Ucrania, Xi Jinping presentó la Iniciativa para la Seguridad Global (Xinhua 2022). La iniciativa busca persistir en la visión de seguridad común, respetar la soberanía e integridad de todos los países, acatar los principios de la Carta de la ONU, tomar en serio las preocupaciones de seguridad de todos los países y solucionar las discrepancias de forma pacífica. Con esta propuesta, China pretende abonar a la construcción de su imagen como potencia mundial responsable. Su posición respecto a la guerra de Ucrania también contribuye a ello: no apoya abiertamente a Rusia ni a Ucrania, llama a ponerle fin a las hostilidades por medio de negociaciones, comprende las preocupaciones de seguridad de Rusia ante la expansión de la OTAN y apoya a Ucrania en la defensa de su integridad territorial.

La coyuntura de la pandemia por Covid-19 fue una oportunidad que China aprovechó para consolidar su imagen como potencia mundial responsable (CGTN 2021). En un contexto de escasez de mascarillas, guantes y pruebas, los países del Norte acapararon la oferta del mercado persiguiendo sus propios intereses. China, que para 2020 ya había logrado controlar al virus, envió equipos médicos y material sanitario no solo a los países de ingresos bajos y medios, sino también a países como España e Italia, lugares donde Europa resintió la pandemia con más fuerza en los primeros meses de 2020. Posteriormente, cuando China ya había logrado desarrollar sus propias vacunas, donó millones de dosis a varios países del mundo, además de otro número importante que vendió. Con toda su actividad en el plano internacional, China no solo logró contrarrestar los ataques de Donald Trump, que hablaba del virus chino y la culpa de China por el desastre mundial, sino también se presentó como un actor responsable en momentos de especial vulnerabilidad para los países del Sur global.

A propósito de la pandemia, en septiembre de 2021, Xi Jinping propuso una Iniciativa para el Desarrollo Global (Xinhua 2021). El anuncio lo hizo en la Asamblea General de la ONU. De acuerdo con Xi, la iniciativa busca orientar el desarrollo global después de los golpes sufridos por la pandemia de Covid-19. En resumen, la propuesta de China llama a la comunidad internacional a promover los procesos de cooperación multilateral para acelerar el cumplimiento de los Objetivos del Desarrollo Sostenible. Al presentar esta iniciativa, China se asume como un país con autoridad moral para hacerlo: ha tenido un buen crecimiento económico, ha contribuido notablemente a la reducción de la pobreza extrema en el mundo mediante la eliminación de la pobreza extrema en su territorio, promueve las relaciones entre todos los países, condena la mentalidad de Guerra Fría, y se ha comprometido a alcanzar su pico de emisiones de CO2 antes de 2030 y la neutralidad de carbono antes de 2060.

Un elemento más a considerarse cuando hablamos de China como potencia mundial responsable es el ámbito doméstico. Sobre todo tratándose de China, un país donde el texto clásico confuciano la Gran Enseñanza señala que para gobernar bien un reino, el gobernante debe empezar por gobernar bien su casa. La estabilidad social y política de China va más allá de las declaraciones oficiales del gobierno. Tal como lo mencionan Cunninghan, Saich y Turiel (2020), la ciudadanía china califica a su gobierno como más capaz y efectivo que nunca, lo cual es resultado directo del constante mejoramiento de las condiciones de vida materiales del pueblo. Este es uno de los factores que más prestigio le dan a China al compararse con otros países del mundo. En su perspectiva, solo un país responsable dentro de sus fronteras puede serlo también hacia el exterior.

Consideraciones finales

Las crecientes capacidades de China la han llevado a convertirse en una potencia mundial. Este nuevo sitio del país en el orden internacional comenzó a recibir atención de China durante el gobierno de Jiang Zemin; con Hu Jintao los discursos del “ascenso pacífico” y el “desarrollo pacífico” fueron instrumentos narrativos para consolidar la emergencia de China; y con Xi Jinping la consolidación del país como potencia mundial ha tenido como telón de fondo el llamado Sueño Chino. En 2012, Xi Jinping señaló que el Sueño Chino consiste en lograr el rejuvenecimiento de la nación china, lo cual equivale a lograr una sociedad moderadamente acomodada en 2021 y hacer de China un país socialista moderno, próspero, y fuerte en 2049 (Jinping 2014).

China asume que, para lograr el Sueño Chino, tiene que convertirse en una potencia mundial responsable. Pero la responsabilidad que China busca practicar no es la misma responsabilidad que le ha exigido Estados Unidos desde la época de Clinton hasta ahora. Para Estados Unidos, una China responsable equivale a una China que se inserta subordinadamente en la estructura de gobernanza global aceptando la hegemonía estadounidense. Para China, ser una potencia mundial responsable significa reformar la gobernanza global para adecuarla a la nueva distribución del poder en el sistema internacional. Para Estados Unidos, China es la principal amenaza del orden internacional liberal; para China, la principal amenaza del orden internacional liberal no es ella, sino el fin del mundo unipolar y el surgimiento del mundo multipolar, un proceso del cual China no puede ser señalada como responsable. El surgimiento de China como potencia mundial responsable y el surgimiento del mundo multipolar son procesos dialécticos.

La principal audiencia que China busca interpelar cuando se presenta como una potencia mundial responsable no es el Norte, sino el Sur global. Es entre los países de ingresos bajos y medios donde China busca ganar reconocimiento como potencia mundial responsable. Las potencias medias y regionales también le interesan. Los BRICS son un ejemplo de ello, un grupo al que ya han solicitado su admisión Argentina, Argelia, Egipto, Turquía y Arabia Saudita. Son estos países los que más ven limitadas sus posibilidades de desarrollo bajo el actual orden internacional liberal dominado por la hegemonía estadounidense, y por lo tanto son los más interesados en reformarlo. Por otro lado, estos países podrían jugar un papel importante en un escenario de conflicto como el que plantean algunos académicos estadounidenses bajo el concepto de “la trampa de Tucídides” (Allison 2015).

En 2017, en el marco del XIX Congreso del Partido Comunista, Xi Jinping aseguró que China promoverá la construcción de un nuevo tipo de relaciones internacionales y la construcción de una comunidad de futuro compartido por la humanidad, lo cual significa “mantener el respeto por los demás, la justicia, las relaciones ganar-ganar y abandonar la ley de la jungla, que deja a los débiles a merced de los fuertes; significa también aceptar que todos los países tienen derecho a escoger su propio camino de desarrollo y que no hay una sola vía para todo el mundo” (CGTN 2017). De acuerdo con China, estos son los criterios con los que se puede medir su responsabilidad. En la medida en que contribuye a cumplir esos objetivos, China se considera a sí misma más responsable.

Las políticas de contención aplicadas por Estados Unidos contra China bajo la administración Trump y Biden representan serias dificultades para que el país continúe desarrollando sus capacidades y para que se siga consolidando como potencia mundial. Las campañas mediáticas de desprestigio, las sanciones comerciales, las prohibiciones de exportar tecnología a China, las críticas por los derechos humanos en Xinjiang y los roces por la cuestión de Taiwán, son obstáculos que China debe enfrentar en la actualidad para mantener su crecimiento económico, su estabilidad social y política, y su proyección internacional. La manera como responda a estos desafíos impactará tanto en el desarrollo de sus capacidades como en la imagen que proyecte al mundo.


Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.

REFERENCIAS

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