Septiembre 2022
En febrero de 1921, Lenin apareció sorpresivamente por los pasillos de la Escuela Superior de Artes Aplicadas de Moscú. No era una visita oficial; el matrimonio Lenin-Krúpskaya había decidido espontáneamente visitar a Varia Armand, una hija de Inès Armand que estudiaba en dicha institución.
Así pues, el líder soviético no dictó una conferencia sobre arte ni sostuvo debates con los jóvenes estudiantes. Simplemente paseó un poco por la escuela, rodeado, eso sí, por un grupo nutrido de jóvenes curiosos ávidos de conocerlo en persona y de lanzarle algunas preguntas.
Más allá de sus preferencias literarias, perfectamente delimitadas y expresadas en numerosas ocasiones, Lenin se asumía en temas artísticos un completo diletante.
En la excitación de tener frente a frente al padre de la Revolución de Octubre, algunos de los jóvenes mostraban a Lenin sus dibujos, le explicaban ciertos detalles y, finalmente, preguntaban ansiosos por su impresión. Lenin, de muy buen humor, contestaba entre bromas, más bien eludiendo respuestas contundentes.
“¿Qué leen ustedes? ¿Conocen a Pushkin?”, preguntó Lenin. “¿Pushkin? ¡Era un burgués! Nosotros leemos a Mayakovski”, respondió espontáneamente alguno de los estudiantes. Lenin se sonrió: “Pushkin me parece mejor”, concluyó.
La anécdota, con más o menos detalles, es referida tanto por Nadezhda Krúpskaya, esposa de Lenin, como por Anatoli Lunacharski, viejo compañero de Lenin y su brazo derecho en temas educativos y artísticos. Es este último quien afirma en sus Recuerdos sobre Lenin, que el líder bolchevique “declaró que no se atrevía a hablar en serio de la materia, porque no se sentía lo bastante competente”.
Lo cierto es que, en este sentido, Lenin entraba en la boca del lobo. La Escuela Superior de Artes Aplicadas (Вхутемáс), creada en 1920 por un decreto del propio Lenin, era ya el germen de un poderoso movimiento artístico experimental que maduraría rápidamente en el suprematismo, el constructivismo, el rayonismo y otras escuelas auténticamente rusas que comenzaban a plantear discursos de creación —y de apreciación— bastante alejados de la corriente predilecta de Lenin: el realismo. El líder soviético valoraba, en general, con bastante desconfianza los lenguajes vanguardistas de su época, particularmente el futurismo.
Esta predilección leninista por el realismo se debe, en alguna medida, a que Lenin construyó su canal de apreciación artística más fuerte en la literatura; era un conocedor profundo de obras y autores, especialmente de la tradición rusa: Pushkin, Chéjov, Tolstoi, Turguénev. Ninguna otra manifestación artística le conmovía tanto como la literatura. Conocido es que valoraba y admiraba profundamente el talento artístico del escritor Máximo Gorki, contemporáneo suyo y compañero de partido, a pesar de las ásperas críticas que llegó a dirigir a ciertas concepciones filosóficas suyas. “Máximo Gorki es, sin duda, el representante más grande del arte proletario, por el que ha hecho mucho y puede hacer todavía más. […] En lo que al arte proletario se refiere, Gorki es un factor positivo enorme, a pesar de su simpatía a los adeptos de Mach”, escribió Lenin en una polémica de 1910.
“Una teoría hecha hombre”, es la célebre descripción que de Vladímir Lenin hizo el intelectual británico Bertrand Russell luego de conocerlo en persona. Y esta impresión muestra también algún alcance en la apreciación artística del gran revolucionario. Su convicción inquebrantable por la causa proletaria era integral: adivinaba, diríase que instintivamente, la lucha de clases y las posturas ideológicas en los pasajes de la literatura. En su lecho de muerte, Krúpskaya le leyó en una ocasión un cuento de Jack London. Profundamente conmovido por el relato “Amor a la vida”, Lenin pidió al día siguiente más cuentos de London. El cuento siguiente le decepcionó; en palabras de Krúpskaya, “estaba impregnado de moral burguesa”. Él echó a reír e hizo un ademán de fastidio.
Aquiles Lázaro es promotor cultural e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.