Septiembre 2022
China fue la economía más grande del mundo hasta mediados del siglo XIX. Esta preponderancia económica tenía su reflejo diplomático en el sistema tributario, un sistema de relaciones internacionales en el que China se asumía como centro político, cultural y económico, y los demás países reconocían su superioridad mediante el envío de delegaciones que presentaban tributos a las autoridades chinas. Durante catorce siglos Japón formó parte de este sistema. Sin embargo, la llegada de los occidentales lo cambió todo.
Al no poder penetrar el mercado chino por medio de mecanismos estrictamente económicos, los británicos iniciaron una guerra para obligar a China a abrir sus puertos a los comerciantes europeos. Esto marcó el inicio del declive de China. Pronto perdió su lugar como economía más grande del mundo, fue derrotada militarmente por las potencias occidentales, cedió algunos territorios y firmó una serie de tratados que iban en contra de sus intereses económicos. También en Japón el mercado fue abierto con las armas en la mano, aunque en ese caso fueron los estadounidenses, no los británicos, quienes les impusieron acuerdos económicos nocivos para sus intereses.
Chinos y japoneses aceptaron que estaba ante enemigos más poderosos que ellos y reconocieron la inferioridad de sus ejércitos respecto a los occidentales. ¿Qué hacer? En 1860, en China se inició un proceso de modernización conocido como Restauración Tongzhi (por el nombre del emperador), que tenía como objetivo principal mejorar las capacidades militares para expulsar a los occidentales; en Japón, la Revolución Meiji de 1868 también marcó el inicio de un proceso de modernización, aunque en este caso no solo se buscaba fortalecer al ejército, sino modernizar los ámbitos político, social, económico y cultural. Los resultados fueron muy diferentes. Para 1900, China seguía dominada por las potencias occidentales, con una economía raquítica y alta inestabilidad política; en cambio, Japón ya se había convertido en una potencia económica con un ejército poderoso que incluso había derrotado a China y la había obligado a ceder el territorio de Taiwán. Fue ese desarrollo acelerado el que más tarde llevó a Japón a chocar con otras potencias imperialistas durante la Segunda Guerra Mundial.
El éxito japonés y el fracaso chino en sus respectivos movimientos modernizadores tienen explicaciones de carácter geográfico, demográfico, filosófico y político. Aquí me limitaré a comentar el aspecto político, que fue, desde mi punto de vista, el más determinante.
En Japón, el Shogunato Tokugawa mantuvo su gobierno desde 1603 hasta 1868. Al interior, el periodo se caracterizó por mantener una economía tradicional y por una organización política semifeudal donde cada jefe tenía su propio ejército (samuráis) y su propio territorio; al exterior, Japón se cerró totalmente para evitar que los occidentales pudieran penetrar. Cuando las naves estadounidenses llegaron y demostraron su superioridad, algunos shoguns (jefes feudales) comenzaron a exigir la necesidad de modernizar Japón para poder competir con Estados Unidos y las demás potencias, pero los Tokugawa sostenían una posición más conservadora y buscaban proteger a Japón de la influencia extranjera. Entonces ocurrió la Revolución Meiji. Dos shoguns lideraron un movimiento armado para derrocar a los Tokugawa e instalar al emperador Meiji Tenno. Basándose en la autoridad central del emperador, se inició un proceso de modernización acelerada que implicó la unificación nacional, la industrialización económica, el establecimiento de un sistema educativo, la formación de una clase empresarial, la modificación del sistema político, la adaptación de costumbres occidentales, etc. Con el nuevo liderazgo, en treinta años Japón se convirtió en un país moderno y poderoso.
En China, la dinastía Qing gobernó desde 1644 basándose en los preceptos confucianos y respetando la antigua tradición política imperial, hasta que estalló la Guerra del Opio (1839) y el país entró en crisis. La dinastía se dividió en dos fracciones: por un lado, aquellos que buscaban una modernización completa de China para enfrentar a los extranjeros y, por el otro, aquellos que únicamente querían fortalecer el ejército, pero manteniendo las estructuras económicas, políticas y sociales de antaño. Las disputas internas y la falta de una autoridad central fuerte fueron obstáculos insalvables para China. La Restauración Tongzhi no pasó de ser un esfuerzo modernizador mal planeado y peor ejecutado: ni siquiera en el aspecto militar se llevaron a cabo reformas exitosas.
En conclusión, uno de los factores que más influyeron en la temprana modernización de Japón fue el establecimiento de un proyecto modernizador impulsado por una fuerza política central que se cohesionó alrededor de la figura del emperador. En China, la debilidad de la dinastía y las pugnas internas impidieron que el país se enrumbara hacia la modernización y las potencias extranjeras siguieron explotándola sistemáticamente. China tuvo que esperar hasta 1949, con el triunfo de los comunistas, para expulsar a las potencias occidentales, unificar al país, terminar con las rebeliones armadas y emprender su propio proceso de modernización.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y cursa una maestría en Estudios de China en El Colegio de México.