Septiembre 2022
En la actualidad, es común escuchar frases como “tú puedes alcanzar todo lo que te propongas”, “vibra alto y alcanzarás tus metas”, “sé tu propio jefe” o “sé un emprendedor”. Aunque estas apenas son una pequeña muestra de la cantidad de frases que forman parte del repertorio que emplean en el llamado “coaching”, parecen suficientes para ejemplificar el tema a desarrollar: analizar la posibilidad de que todos pueden alcanzar las metas que se proponen o si es cierto que todos podemos ser emprendedores.
Dando un voto de verdad a este tipo de corrientes motivacionales que afloran en nuestros tiempos, se puede decir que cualquier actividad siempre se realiza mejor con un poquito más de empeño; sin embargo, valdría preguntarnos ¿es suficiente con “echarle más ganas” al trabajo o “vibrar más alto” para conseguir nuestros objetivos? Dando otro voto de verdad, podría decirse que posiblemente sí, aunque no en nuestro contexto actual, ni de la forman en que se plantea, porque ¿qué significa específicamente vibrar más alto, u otras frases de ese estilo? En un tipo de sociedad diferente, sin embargo, es probable que algunas de las frases mencionadas tengan mayor resonancia. El Comunismo, por ejemplo, al tratarse de una organización social donde toda persona tiene acceso al trabajo por medio de la socialización de los medios de producción, y donde no hay una clase que se apropia del fruto del trabajo ajeno, es de pensar que alcanzar objetivos propios y particulares resultaría más factible si trabajas más arduamente por conseguirlos. Pues, al menos, la base material y espiritual de la reproducción vital del ser humano, que es el trabajo, estaría garantizada.
Sin embargo, vivimos en un sistema económico que no es tal. Las leyes económicas que rigen nuestros días son las del capitalismo, modo de producción que en su génesis lleva la cruz de la contradicción. Vivimos en una sociedad en donde el esfuerzo y el trabajo no es sinónimo de bienestar, de ahí que se encuentre a vuelta de esquina gente en la miseria, ya sea porque no tiene trabajo y si lo tiene no le alcanza para vivir. Esa es la suerte que viven millones de trabajadores que se montan diario en el camión a las 5 de la mañana para ir al trabajo y regresan a casa hasta altas horas de la noche. Ellos son la muestra palpable de que los argumentos motivacionales del esfuerzo por el “éxito” no se constata con la realidad.
Una de las frases, sin embargo, que más se ha puesto de moda entre las frases inspiradoras usadas por los coaches, es algo así como “tú puedes ser tu propio jefe, sé un emprendedor”. Pero ¿es realmente posible que todo aquel que se propone ser un emprendedor lo logre? Para empezar, hay que tratar de definir que es un “emprendedor”. Se puede decir, a grandes rasgos, que es un término que hace referencia a toda aquella persona que obtiene su sustento económico no a través de un salario, si no mediante la ganancia que le deja una actividad económica donde ha invertido su capital. Es decir, se trata de personas que posiblemente han vivido toda su vida como asalariados y de repente intentan ser ellos los que “crean” empleo a través de la apertura de nuevas empresas o negocios similares. En pocas palabras: personas que intentan pasar de la proletarización a ser capitalistas.
Es inevitable, por tanto, que de la frase mencionada se deduzcan dos conclusiones. La primera es que, de quererlo, toda persona puede ser emprendedora, y segunda, que, si toda persona optara por ese camino, se hablaría de un mundo habitado solo por capitalistas. Sin embargo, sería importante recordar que desde los tiempos que aparece la dominación del hombre por el hombre hasta nuestros días, o mejor dicho desde el modo de producción esclavista, las conformaciones sociales se han distinguido por estructurarse a través de clases sociales o jerarquizaciones de un carácter similar. El capitalismo no es una excepción, al contrario, en su fase avanzada es el sistema productivo que más claro demarca las clases sociales que la componen. Es decir, la existencia de los distintos modos de producción que han existido hasta estos días, solo se pueden entender en un contexto de lucha de clases. Es imposible comprender al feudalismo, por ejemplo, en la forma en que existió y se desarrolló (con privilegios de la clase noble sobre los siervos) sin entender que había una clase con poder que marcaba las reglas del juego y otra que las aceptaba con la impotencia de no poseer más que su trabajo, mismo que permitía mantener el juego en marcha. Esa es la historia del desarrollo de la humanidad. Lo mismo sucede con el capitalismo, es inconcebible su existencia sin comprender que detrás de ella hay una clase que, a través de su trabajo no remunerado, permite el desarrollo de la sociedad como la conocemos, con unos pocos multimillonarios que se mantienen del sudor de frente ajena.
De este modo observamos que no se puede imaginar de forma alguna una sociedad conformada únicamente por capitalistas, ya que son los mismos trabajadores por medio de su trabajo no remunerado (plusvalor) los que permiten la existencia de la clase capitalista. Sin el excedente que crean los trabajadores al final de cada proceso productivo, simplemente no habría “acumulación de capital”, elemento imprescindible en la reproducción de este modo de producción, y por tanto de la clase capitalista. Así mismo, queda diluida la idea de que te todos puedan se emprendedores, por más que se quiera, mientras se viva bajos los influjos del capitalismo, es necesaria la existencia de una clase (la trabajadora) que mantenga la reproducción de la capitalista. La dependencia de los capitalistas al trabajo de los obreros y campesinos del mundo es elemento sine qua non para su perpetuación.
Una forma más aterrizada de demostrar lo que hasta ahora se ha señalado, puede lograrse a través de las cifras del Estudio Sobre la Demografía de los Negocios (EDN) 2021, que estiman que durante 2020 nacieron 619 443 micro, pequeños y medianos establecimientos, mientras que en el mismo año 1 010 857 cerraron sus puertas definitivamente. Esto quiere decir que, aunque hay gente que se convence de las ideas que venden los cursos de coaching financiero, y deciden invertir sus ahorros en un negocio propio, el mercado se encarga de ponerlos en realidad y sacarlos del juego. A demás, hay que recordar que ya a mediados del siglo XIX Marx anunciaba las consecuencias que lleva consigo las distintas fases del desarrollo del capitalismo. Advirtió, por ejemplo, que, a medida que avanzaba y alcanzaba su fase monopólica, la apropiación del mercado estaría cada vez más concentrada en los grandes capitales, mientras se presenciara, al mismo tiempo la desaparición de otros capitales más pequeños. Hoy día el mundo es testigo de la fase monopólica transnacional. Es común observar, por ejemplo, como cada vez es menos común ir a comprar en las tienditas o a pequeños centros de abasto, en cambio es frecuente que nuestras compras rápidas las hagamos en establecimientos como 7- eleven, OXXO, Walmart, etc. El crecimiento exponencial de estos centros en nuestras ciudades, es la constatación palpable del desahucio que sufren los pequeños negocios, y que son, además, el tipo de empresas donde la mayoría de los “emprendedores” invierte.
Por más que se quiera encontrar la quinta pata al gato, se puede observar que más allá de “querer” tener un negocio propio y una vida con mayor bienestar material, las mismas leyes inherentes al capitalismo, su dinámica intrínseca, no permiten, en su mayoría de veces, que así sea. El único camino real que tienen los trabajadores del mundo para mejorar sus condiciones materiales y espirituales es concientizarse sobre su papel histórico en el desarrollo de la sociedad. Y aunque con tanta propaganda idealista-capitalista que se consume a diario, se entiende que sea complicado ver un poco más allá de los límites establecidos por el sistema imperante, no obstante, es necesario que cada trabajador haga el intento por tomar una postura política más activa. Porque, aunque se intente evitar la vida política para no llenar de “energías negativas” el día a día, hay que saber que, sin darse cuenta, esa postura de aparente apolitismo es también una postura política, una que permite y legitima que las cosas sigan tan mal como están y que no haya cambio alguno.
Si se quiere una vida mejor, hay que empezar por saber que el capitalismo no es el fin del mundo, no se acaba aquí la historia, el proletariado tiene en sus manos la capacidad de transformar sus vidas, así lo marca la ciencia del pensamiento marxista. Aunque parezca una obviedad, el simple hecho de saber que es posible un cambio y que no todo está dado o escrito sobre piedra (como se hace creer con la “eternidad” del capitalismo), es un primer paso para que los trabajadores se interesen, aún más, por mejorar sus vidas. Pero nada sucede por obra divina, los cambios no se encuentran en las “buenas vibras” ni en ángeles alados, se requiere de interés, compromiso político, de manos dispuestas y si el tiempo de la labor lo permite, organizarse.
Christian Damián Jaramillo Reinoso es economista por la UNAM. Opinión invitada.