Agosto 2022
En El mito de Sísifo, Albert Camus escribe a propósito del suicidio: “Es difícil fijar el instante preciso, el paso sutil en que el espíritu ha apostado a favor de la muerte […]. Matarse, en cierto sentido […] es confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que no se la comprende.” Preferir terminar con las sensaciones depresivas a través del suicidio que continuar bordeando los abismos depresivos o superarlos, es una confesión cada vez más frecuente, sobre todo en la población joven. En el mundo, cada 40 segundos se suicida una persona. En nuestro país, en 2020 se registraron casi ocho mil suicidios, y en junio, la Revista Forbes informó que el suicidio en niños, niñas y adolescentes aumentó un 12%.
En general, la salida a la depresión se plantea como un asunto meramente individual. El filósofo Albert Camus señala que el problema central del que debiera ocuparse la filosofía es el suicidio, y que dicho conflicto está envuelto en dos cláusulas en las que se encierra la persona depresiva: suicidarse o no hacerlo. Quien sorteará la enfermedad lo hará desde su individualidad, o se arrojará a la muerte, también desde su completa individualidad. Por otro lado, hay una tendencia, predominante también, a abordar las cuestiones de la salud mental en relación estricta con un estilo de vida que guarda los secretos de la estabilidad emocional: buena alimentación, ejercicio, meditación y dormir ocho horas al día; a esto se le pueden sumar la práctica de yoga y del mindfulness. Estas son las recomendaciones dominantes en casi todos los espacios que orientan con respecto a los trastornos mentales.
En el fondo de dichas recomendaciones y del discurso que apela a la solución de los trastornos como algo meramente individual, hay una idea transversal que responsabiliza exclusivamente a la persona que padece. En otras palabras: si no te encuentras bien, si estás agotada, irritable o lleno de tristeza, es tu culpa, pues no has puesto en marcha un estilo de vida al alcance de la población. Incluso hay folletos, libros y videos de YouTube que enumeran las diez, tres o cuatro cosas que debes cambiar en tu vida para tener bienestar, basta con que te cuides a ti mismo o con que te impongas una mentalidad de empresario.
Los resultados positivos de muchas recomendaciones son indudables, no obstante, en ese universo se pierden de vista las determinaciones sociales de la salud en general, es decir, las condiciones materiales de vida de las personas: dónde nacen, cuáles son sus alcances económicos, cómo se han desarrollado, etc. Las condiciones materiales se ignoran, ahora son llamadas “estilos de vida”. Pero es sabido que la gente pobre suele estar bajo altos niveles de estrés psicosocial, lo que termina por afectar su forma de vida en general. La depresión está relacionada estrechamente con la pobreza y con lamentables sucesos que se desencadenan de la desigualdad social. Esto, que no es la causa absoluta, forma parte del problema a solucionar si se quiere prevenir la depresión y el suicidio.
Eso no significa que la problemática se zanjará necesariamente hasta el momento en que todos los seres humanos tengan plenitud de vida. Las causas de los sentimientos depresivos deben ser combatidas no solo a través de la lucha por mejores condiciones sino también a través del mejoramiento de los vínculos de los individuos, tal como lo señaló Marx en su texto sobre el suicidio: “las verdaderas relaciones entre los individuos tienen que recrearse entre nosotros desde los cimientos, y el suicidio no es más que uno de entre mil y un síntomas de la lucha social en general”. Evitar el suicidio y resolver los problemas depresivos requiere otro tipo de relaciones sociales, relaciones en que la depresión no sea asumida individualmente. Solucionar los trastornos mentales forma parte de una lucha colectiva por el mejoramiento de la sociedad.
Betzy Bravo es licenciada en filosofía por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.