Práctica y teoría

Diciembre 2021

El problema de la relación entre práctica y teoría reviste una importancia fundamental. Pero casi siempre se zanja recalcando su separación y contraste. Muy rara vez se toma en cuenta el lazo recíproco y la asociación de ambas. Se separan y contrastan, por ejemplo, verdad y política, arguyendo que la esencia misma de la verdad consiste en ser incurablemente impotente y la de la política está en ser irremediablemente falsa. Se concluye entonces que la política excluye a la verdad, y viceversa, que la verdad excluye a la política. La verdad es esencialmente impráctica y la política es de suyo mendaz. Sanseacabó. Y esta opinión tan difundida como arraigada constituye el sustratum de dos de los estereotipos que resultan más comunes y hasta naturales en la mayor parte del mundo: el del intelectual “avinagrado” por su propia incapacidad de obrar y el del político incapaz de pensar, como si para pensar fuera preciso no actuar y para actuar fuera menester no pensar, sino únicamente “aventarse” o “atreverse”.

Desde este punto de vista, la práctica y la teoría son tan excluyentes e incompatibles entre sí como la política y la verdad, como el político (el individuo práctico) y el científico (el individuo teórico). Este se cuece en el jugo de un intelectualismo o teoricismo pedante y árido: la práctica y la política le parecen groseras y prosaicas e incluso hieren su delicada sensibilidad; aquel se regodea en su capacidad práctica: la teoría le parece vana y un ejercicio superfluo. Si uno tiende al economicismo y al espontaneísmo, el otro se estanca en la inanidad de “sesudísimas” cavilaciones y se enfanga en discusiones bizantinas.  

Práctica y teoría son tratadas, pues, como conceptos que se excluyen mutuamente, considerándose muy en general que lo que es práctica no es teoría y recíprocamente, que lo que es teoría no es práctica. Desde esta perspectiva se asume que práctica y teoría no son solo y meramente dos mundos “distintos”, sino abiertamente opuestos. Se acepta sin cortapisas que la práctica no tiene nada que ver con la teoría y que la teoría no tiene ni la menor relación con la práctica. Que son dos sustancias distintas que no tienen nada en común o nada “idéntico” entre sí y que no pueden tocarse una con otra: tanto así que la práctica no puede interactuar con la teoría ni la teoría con la práctica. Y consiguientemente se reafirma el doble prejuicio de que la política es una cuestión de pura voluntad (de acción pura y dura, de “pantalones”) y que el conocimiento es impráctico por naturaleza (intraducible a la práctica). Quienes se consideran a sí mismos como individuos única y exclusivamente prácticos rechazan de antemano todo aquello que despida hasta el más mínimo tufo de teoría o de estudio; quienes se asumen como espíritus única y exclusivamente teóricos reniegan o huyen de cualquier tipo de práctica que los coloque en la terrible encrucijada de concretar una sola de sus grandiosas y abstrusas ideas.

Pero no se trata en realidad de encontrar una suerte de punto de equilibrio o de justo medio entre ambos extremos. Se trata de reconocer la unidad indisoluble y la dependencia recíproca de práctica y teoría como dos momentos igualmente necesarios e indispensables. La relación entre cuerpo y pensamiento comprende un caso muy similar de unidad de contrarios. ¿Alguien ha visto acaso un cuerpo privado de pensamiento? ¿Y un pensamiento privado de cuerpo? ¡Nunca jamás! ¿Por qué? Por la simple y sencilla razón de que cuerpo y pensamiento no representan dos objetos opuestos o principios distintos y contrarios de investigación, sino solamente un único objeto: el cuerpo pensante del hombre vivo. “Deus sive natura” (Dios o la naturaleza), concluye Baruch Spinoza en su Ética; “Aut deus aut natura” (O Dios o la naturaleza), corrige Ludwig Feuerbach. Si natura o deus poco importa en última instancia en tanto en cuanto que Spinoza y Feuerbach comparten la perspectiva capital de que quien piensa no es un ser o yo abstracto. Quien piensa es un ser real, un yo material. Pensamiento y cuerpo no son, por tanto, dos objetos especiales, que existan separadamente uno de otro, sino solo dos atributos o propiedades —dos modos distintos de existencia o dos formas distintas de manifestación— de una y la misma “sustancia”: la Natura naturans de Spinoza, naturaleza que es en sí y que se concibe o produce por sí; el cuerpo pensante del hombre real. El pensamiento como tal solo existe en la imaginación bajo la forma de vacío, como sustancia especial que existe independientemente y separada del cuerpo. Un pensamiento privado o desprovisto de cuerpo es una abstracción tan falsa cuanto vacía; en la práctica el pensamiento es solamente un modo de existencia, una propiedad o atributo del único cuerpo pensante conocido. En otras palabras, quien piensa es el cuerpo mismo del hombre real, y no una sustancia contraria u opuesta al cuerpo.

Pensamiento y cuerpo no son, pues, dos objetos mutuamente excluyentes, sino un único objeto, de donde puede colegirse (premura aparte) que práctica y teoría tampoco pueden existir aislada e independientemente una de otra. Antes bien, son solo dos modos distintos de existencia, dos formas de manifestación de lo mismo. Representan la indisolubilidad del hacer y del conocer, del transformar y del entender, la unidad necesaria de la acción y del pensamiento.


Miguel Alejandro Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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