Beethoven, a 251 años de su natalicio

Por Marco Antonio Aquiáhuatl
Diciembre 2021

El 2021 es de Ludwig van Beethoven: 251 años de su nacimiento. La pandemia opacó muchos festivales conmemorativos en el mundo. Con todo, la obra del nacido en Bonn, Alemania, afortunadamente brillará mientras haya humanidad, pues este músico eminente no sólo era digno de admirar por la calidad artística de sus obras, sino, también, por su bonhomía y humanismo ejemplar: “cuando veo a un amigo necesitado si mi bolsillo no me permite acudir inmediatamente en su ayuda, no tengo más que sentarme en la mesa de trabajo y en poco tiempo lo he resuelto”. En otra parte dice: “mi arte debe consagrarse al bien de los pobres”.

Orientar la vida para el bienestar de los más desfavorecidos es una actitud que ha sido denostada con suficiente hipocresía por la sociedad contemporánea; la decadencia del espíritu humano, en general, se debe al declive del espíritu de la burguesía; pero Beethoven perteneció a una época de vertiginosos cambios, donde los ideales republicanos, de democracia e igualdad, promovidos por una burguesía en ascenso, contagió de optimismo a las mejores almas.

Nacido en 1770 en un hogar de altibajos económicos, su padre fue un músico borracho y vividor; a la muerte de éste, desde muy joven, se hizo cargo de sus hermanos; en estas condiciones, el camino para consolidar su carrera era muchísimo más adverso que el de un artista nacido en el lujoso confort cortesano. Desde los 26 años, comenzó a sufrir los estragos de una sordera irreversible. Este dolor no podría ser menor, pues cuando descubre su enorme talento y su carrera iba ascenso, la sordera lo acompañaba de una forma cada vez más intensa; en aquellos días, le confiesa a un amigo que intentó interrumpir su vida. La razón de su arrepentimiento: su amor a la vida. Parece ser que a partir de entonces, las agresiones viles que le da la vida le otorgaron el temple de su carácter; en vez de desarrollar en él un apaciguamiento y resignación llevada a solicitar la conmiseración de los demás, se siente más vigoroso y fuerte, presiente que la salida ruin del suicidio le haría perder la vocación para la cual sentía que habría nacido. Dice: “No, no lo soportaré ya, quiero morder al destino, que no ha de lograr doblegarme. ¡Es tan bello vivir mil veces la vida!”. A esto le agregamos que su vida amorosa no tuvo fines agradables, a pesar de su enorme talento, su estrechez económica y su sordera, le alejaron de la posibilidad de verse correspondido por sus amadas. Sus dificultades económicas fueron el pago de su rebeldía. Si Haydn y Mozart nunca pudieron sustraerse del yugo cortesano, en Beethoven esta liberación será una cuestión fundamental en su vida y en su obra. Por ejemplo, se sabe que su producción, el número de sinfonías, es mucho menor, si se le compara con los dos primeros: Beethoven no producía fundamentalmente para vender, para someterse al gusto de los nobles que eran los únicos mecenas de los grandes genios. Beethoven meditaba sus obras, gustasen o no a los demás.

En el fondo, él no creía en las relaciones de vasallaje, arremetía diciendo: “no reconozco otro signo de superioridad más que la bondad”. Sus amigos dicen de él: “amaba los principios republicanos y era partidario de la libertad sin limitaciones.” Quería que Francia tuviera sufragio universal, confiaba que Napoleón lo instaurase. Se discute aún si la sinfonía número 3, la “Heroica”, fue inspirada por este revolucionario francés; lo cierto es que nunca renunció al fervor que representaba la epopeya de Bonaparte y siempre se opuso a las pretensiones contrarrevolucionarias de la Santa Alianza.

Por ello es falso que su aparente misantropía y hosquedad en el trato fuese producto de un odio a la humanidad. Nada más lejos de la verdad. Tenemos a un hombre leal y honrado, fiel a sus ideales, aunque un tanto temperamental; como si el destino tortuoso le hubiese acendrado su sensibilidad nata. Sólo este espíritu libre y talentoso pudo acuñar obras como sinfonía número 6, “La pastoral”, donde aquel supuesto misántropo se siente embelesado por la naturaleza, impactado y sumergido.

Él refundó la sinfonía como el único formato que le proporcionaba los medios para poder plasmar el sentimiento, la intensidad, la profundidad del artista. El romanticismo no volvió a tener esa diversidad instrumental adquirida que traspasó los límites de su época, fue más allá. Un ejemplo: sus 17 cuartetos para cuerdas; en ellos sintetiza el amplio espectro de zonas musicales que exploró, adelantándose a épocas posteriores en la historia de la música. Cuando se estrenó el cuarteto número 7, la crítica vituperó: “Una mala farsa enloquecida. Música de un chiflado”. A lo que Beethoven respondió: “Esto no es para ustedes, es para el futuro”.

Lo paradigmático de este genio es que su monumental obra es inimaginable sin la sensibilidad hacia lo humano. No es algo menor que el aislamiento de nuestros artistas contemporáneos apunte hacia un ahogo de sus propias obras. Beethoven a pesar del destino, siempre quiso hablar en nombre de lo mejor de la humanidad, si hay dudas, escuchemos su novena sinfonía, que siempre nos nutrirá de esperanza, tan escasa por estos aciagos días.


Marco Antonio Aquiáhuatl es historiador por la Universidad Autónoma de Tlaxcala.

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