En defensa de la abstracción (o por qué odiamos el arte nuevo)

Por Aquiles Lázaro
Agosto 2021

Pienso que se equivocan quienes sustentan la tesis de la crisis actual del arte basados en los “absurdos” del arte contemporáneo. “Miren al David de Miguel Ángel —dicen—; eso sí que era arte”, y enseguida lo comparan con una pieza de arte contemporáneo, ridícula a su juicio. Pero aquellos que repiten irreflexivamente tal consigna rara vez conocen siquiera los rudimentos teóricos de lo que es, en realidad, una vieja discusión estético-filosófica.

¿Por qué la persona promedio del siglo xxi cree que el arte actual es un absurdo? Definitivamente, en la respuesta confluyen múltiples factores, pero pongamos sobre la mesa algunos de los más evidentes. En primer lugar, debe decirse que en todas las épocas esa ha sido la opinión dominante del hombre común. Salvo casos excepcionales que fueron verdaderos rockstars de su tiempo, la inmensa mayoría de las figuras de la historia del arte fueron en su tiempo hombres ignorados, tachados de locos; el hombre común se reía de sus “absurdos” lo mismo que hoy.

Un segundo punto es que nunca como ahora el flujo de información fue tan rápido y verdaderamente global. Hoy nos enteramos al amanecer de lo que exponen los museos al otro lado del mundo. Eso favorece un panorama casi total de lo que están haciendo las y los artistas actuales.

De lo anterior deriva un tercer punto. El tiempo se ha encargado de filtrar la producción artística de los siglos precedentes. Hubo, hay y habrá siempre arte malo (o llamémosle, para no entrar en otra discusión estética, arte intrascendente), solo que el eco de ese arte se apagó en los siglos posteriores, y a nosotros no nos llegó ya ningún sonido. Mientras Miguel Ángel esculpía el David, otros miles de artistas trabajaban también en otras obras. El mundo de hoy, en cambio, nos ofrece el catálogo completo, el diamante en bruto.

Pero creo firmemente que el factor más relevante de este rechazo al arte nuevo radica en un solo concepto central: la abstracción. Quizá es lo único común en la vertiginosa multiplicidad de estilos y lenguajes actuales: el arte es cada vez más abstracto. ¿Qué quiere decir esto exactamente? Quiere decir que se ha despojado no solo de toda referencia figurativa, sino incluso, a veces, intenta despojarse de todo tipo de referencia. Hace ya más de cien años que los pintores dejaron de pintar retratos, paisajes, cosas, para empezar a pintar emociones, sentimientos, ideas. Hoy, poco a poco, los artistas dan un paso más y han comenzado a trabajar con conceptos. Pero está claro, a la pereza del intelecto le es más fácil entender un angelito gordo que un lienzo de Yves Klein.

Pero la abstracción es el proceso supremo del pensamiento. La abstracción máxima es el destino final de nuestra especie. Solo nosotros, los humanos, abstraemos, y abstraemos todo y cada vez más profundamente. El lenguaje, el arte, la ciencia, la filosofía, todo es, en última instancia, una gran abstracción. La historia de la civilización no es más que una espiral eterna hacia la abstracción suprema.

¿Por qué habría de escapar el arte a esta ley general de lo humano? Pienso que quienes rechazan irreflexivamente el arte contemporáneo, rechazan implícitamente el grado de abstracción que ha alcanzado el arte del siglo xxi. Pienso también que es necesario diferenciar entre la experiencia estética y el entretenimiento, para dejar de exigir a los artistas ser rehenes de nuestros gustos banales. Pienso que en realidad, muchas veces, rechazamos lo nuevo solamente porque nos es incomprensible.


Aquiles Lázaro es promotor cultural e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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