Populismo ¿para qué?

Por Victoria Herrera
Agosto 2021

Es ya recurrente el uso de la palabra –término, concepto o categoría– populismo. En la esfera política, en el ámbito mediático e, incluso, en conversaciones académicas y de sobremesa el uso de ésta es y ha sido constante pero, principalmente, en el ámbito mediático. Allí es donde ha tenido mayor eco; sin embargo, el problema que gira en torno de la palabra: su significado y sus características, no ha podido resolverse hasta el momento, es decir, quienes recurren a su uso lejos de acercarse a caracterizar un fenómeno se alejan y lo distorsionan.

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El populismo es, hoy día, una de las palabras más usadas en el argot político. A decir de la mayoría de sus estudiosos es un término confuso, camaleónico en el sentido de que adquiere distintos significados dependiendo del contexto y lugar en el que se le sitúe. Desde la segunda mitad del siglo XX cuando la palabra comenzó a recobrar fuerzas y, sobre todo, a diferenciarse de los significados que previamente le habían otorgado los populistas rusos (naródniki) o los miembros del Partido Populista estadounidense, cuya noción se cimentaba en que populismo era sinónimo de pueblo; sociólogos e historiadores se dieron a la tarea de definirla, entenderla, precisarla y explicarla. Unas veces se distinguió por tratarse de  un movimiento, de una “lógica política”, una estrategia y otras veces por ser un síndrome o, simplemente, una forma de discursar y retoricar. Se cuestionó, también, si no se trataba más bien de una ideología que de una teoría política. Sin embargo, nunca se llegó a un consenso del significado total.

Pese a esta irresolución las discusiones en torno a la cuestión sí dejaron claro lo que no incluía el término. Entonces, y ahora en el siglo XXI, los analistas afirman que uno de los elementos, más sobresalientes, que se enfrenta a populismo es el de la “democracia liberal”, porque ésta tiene como fundamento el apego a las normas constitucionales que garantizan los derechos de los individuos por medio la división de poderes e instituciones; del llamado Estado de Derecho, a diferencia del populismo que se caracteriza por tender al autoritarismo so pretexto de superar a las democracias existentes.

Asimismo, quedó claro ­–y hasta ahora sigue siendo así–, aunque para disgusto de unos, que el populismo contemporáneo, en oposición a las teorías políticas que tienen todo un sistema filosófico del mundo y que son asumidas consciente y voluntariamente por los propios sujetos, la categoría en cuestión no tiene un corpus teórico y mucho menos es asumido consciente y voluntariamente por los “populistas”. Es más bien un mote que se impuso e impone a quienes de facto se oponen a la “democracia liberal”, a los adversarios políticos de ésta, como si tal democracia fuera el sistema político ideal, más acabado, que pueda experimentar la humanidad.

Si bien es cierto que para algunos analistas del siglo XX quedaban claros los elementos que no abarcaban la definición de populismo, como que se trataba de un adjetivo impuesto que carecía de un fundamento teórico, estudios posteriores concluyeron que dicha categoría sólo pudo ser resignificada, alimentada, y retroalimentada en un contexto específico, post Segunda Guerra Mundial. Sin este factor histórico resultaba difícil explicar su resurgimiento, de manera que este factor desembozó su verdadera naturaleza y su función.

En ese sentido, Marco D´Eramo, sociólogo italiano, descubrió por medio de una búsqueda en los catálogos de la red de bibliotecas de la Universidad de California (UC) que la palabra populismo antes de la Segunda Guerra Mundial era prácticamente inusual y que sólo después de ésta comenzó a emplearse de manera acelerada.

Desde 1920 en adelante los catálogos de la UC registran más de 6.200 voces, pero de ellas bastantes más de la mitad están fechadas en los últimos… ¡trece años! Y no solo eso: prácticamente toda la producción (excepto 53 títulos) está referida al periodo que va de 1950 en adelante. Además, desde la década de 1940 cada decenio produce cerca del doble que el decenio precedente, con una progresión, por lo tanto, exponencial. Dicho de otra manera: la producción de los últimos tres años es casi igual a la de los setenta años que van de 1920 a 1989. La difusión exponencial del discurso sobre el populismo es innegablemente un fenómeno de la (segunda) posguerra.

Marco D´Eramo, “El populismo y la nueva oligarquía”, New Left Review, 82, 2013.

Aunque el concepto no ha sido definido en su totalidad concreta resulta claro que no se trata de otra cosa más que de un recurso vacuo para calificar de manera peyorativa cualquier intento por encontrar y poner en práctica una alternativa distinta a la “democracia liberal”, particularmente en el siglo XX para desacreditar a los gobiernos de la Unión Soviética y Cuba y a las tendencias opositoras al régimen capitalista como las diferentes vertientes de izquierda.

El populismo, entonces, es un concepto nebuloso que posee la capacidad de adquirir la forma que mejor le convenga a quien lo utiliza. Se comporta como el “complejo de Cenicienta”, en cuyo caso “si hay un zapato que es la palabra populismo, en algún lugar habrá de haber un pie que le corresponda y aunque haya muchos tipos de pie que podrían entrar en él, no hay que dejarse engañar por el pie que calza más o menos bien.” (Marco D´Eramo) Es todo y nada a la vez.

Durante lo que va del siglo XXI el uso del término no ha cambiado drásticamente. Si en el siglo XX la palabra populismo se utilizó para desacreditar a los gobiernos que se oponían a las democracias occidentales, ahora lo que difiere es precisamente el contexto histórico y no el significado. En el primer escenario se trataba de un mundo bipolar, dividido entre quienes se sujetaban a la égida de los Estados Unidos y quienes ­–a su vez– apoyaban a la Unión Soviética; un escenario en el que los adversarios de cada facción estaban definidos con precisión de tal modo que quienes sujetaban la lápida de “populistas” eran, pues, el gobierno soviético y sus partidarios.

Ya en el siglo XXI, esta precisión se disipó gradualmente a raíz de la caída de la Unión Soviética en 1991, así que ahora, a quienes se les asigna el epíteto de populista, no son ya únicamente a quienes plantean alternativas diferentes a la “democracia liberal” sino, ­como se ha convertido para la los opinólogos de los grandes medios de comunicación en un sinónimo de autoritarismo, son ellos quienes han hecho uso indiscriminado del concepto tanto para referirse a los gobiernos que se autodenominan de izquierda como a los de derecha. Son éstos, por tanto, los que en su facultad de comunicadores han propagado el uso de la palabra sin reparar en las diferencias fundamentales de cada gobierno o corriente. Así como califican de populista al gobierno ruso de Vladimir Putin lo hicieron con el de Donald Trump, cuando entre ambos hay un sinfín de diferencias, sobre todo, ideológicas que no se explican a partir de la reducción del término. Para la mass media son populistas porque ambos son autoritarios y son autoritarios porque son populistas, punto.

En México, por ejemplo, los periodistas y opinólogos más reconocidos también han apuntado que esa es la característica principal del actual presidente Andrés Manuel López Obrador, la de ser un populista de izquierda al estilo de Hugo Chávez, con lo cual tampoco se explica nada; sin embargo, esa es la explicación que encuentran a sus malas políticas públicas. No obstante, calificar así a su forma (o estilo personal) de hacer política es errado porque omiten que el desarrollo del país ya venía haciendo crisis desde antes. Además, por si fuera poco, López Obrador si ha dejado claro algo es que no tiene una base filosófica y económica ni mucho menos científica para gobernar. Él mismo se ha encargado de decir que para gobernar no se necesita mucha ciencia, sólo un poco de sentido común. Más bien la ineptitud y el autoritarismo de su gobierno, o el populismo, si así se le quiere denominar al estilo de gobernar de López Obrador, no es más que un agravante a toda la crisis.

En suma, la palabra populismo no existe por sí misma, como simple sinónimo de autoritarismo o antónimo de democracia, sino que, desde su origen, prácticamente, desde la Grecia Antigua hasta hoy ­–a través de la re-significación que sufrió en el siglo XX– ha sido producto de una sociedad dividida en clases sociales, antes de ello fue imposible porque las causas de los pueblos eran comunes.


Victoria Herrera es historiadora por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Bibliografía

Marco D´Eramo, “El populismo y la nueva oligarquía”, New Left Review, 82, 2013.

Pierre Rosanvallon, El siglo del populismo, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2020.

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