Por Pablo Hernández Jaime
Mayo 2021
El marxismo es el fin de toda eternización. Con él mueren las verdades acabadas y las morales universales y, sin embargo, no es un relativismo absoluto, donde ninguna verdad es posible y ningún criterio moral es válido. El marxismo niega la eternización de la moral sin caer en la apología de todo. Y esto es crucial, porque en la apología de todo, lo único que queda es el interés particular con la fuerza como criterio.
El marxismo es una causa por la liberación humana. Pero, para comprender esta causa, hay que entender antes su concepción de «ser humano».
Para Marx la «esencia humana» no es inmutable o eterna. Sin embargo, es una constante relativa en relación con la temporalidad más acotada de cada momento histórico o de cada individuo. La «esencia humana» son los rasgos genéricos de la especie que, sin embargo, aceptan un amplio rango de variación interna a lo largo de la historia.
Para Marx, el «ser humano» es un ser viviente, con necesidades y capacidades en desarrollo; es un ser sociable, que no solo necesita de sus congéneres para sobrevivir, sino que necesita de ellos para humanizarse, para aprehender lo que el conjunto de la sociedad ha creado; es un ser consciente, que se representa a sí mismo, a los otros y al mundo, que reflexiona sobre sus ideas, las critica y construye nuevas.
Es aquí donde entra el eje principal de la ontología marxista: el ser humano se realiza en sus prácticas. A partir de la práctica es posible la subsistencia. Desde la práctica se establecen las relaciones sociales. Desde la práctica surge la conciencia. Mediante la práctica, el ser humano incide y modifica su entorno. De manera que la práctica es el sujeto, y en ella el ser humano se apropia de la realidad, al tiempo que la va transformando, conformando una realidad específicamente humana que constituye su historia.
Pero aquí se genera una ruptura. Este proceso de desarrollo eventualmente encuentra sus límites, por fuera de los cuales el ser humano pierde el control sobre los productos de su acción. Esta pérdida de control constituye la enajenación, misma que permite el surgimiento de estructuras sociales y cognitivas relativamente autónomas. Y una vez han surgido, son estas estructuras las que definen en buena medida las condiciones de vida de las sociedades. La causa marxista busca devolver al ser humano el mayor control posible sobre su propio destino, contribuyendo a superar progresivamente toda enajenación.
La causa marxista por la liberación tiene tres componentes.
El primero es la verdad, donde los esfuerzos deben orientarse al conocimiento de la realidad; específicamente al conocimiento de las formas de enajenación que generan opresión bajo la forma de explotación, exclusión o dominación. La verdad es el único criterio que puede orientar las acciones sobre la base de un conocimiento preciso. Es cierto que no hay verdad acabada, pero el avance en su conocimiento es lo único que puede garantizar que la política se mantenga siempre sobre cauces revolucionarios.
El segundo componente es la ética, donde el marxismo, aunque niega la eternización de la moral, en realidad está comprometido con la superación de toda opresión. De manera que, aunque el marxismo comprenda que determinadas formas de opresión resultan ser necesarias bajo ciertas circunstancias, nunca las justifica y siempre las denuncia. Y esto es así porque para él la liberación comienza con la crítica que arranca las flores a las cadenas de la opresión para despertar en los oprimidos la necesidad de cambio.
El tercer componente es la política, entendida como acción colectiva, coordinada y consciente de las masas oprimidas, de manera que sean ellas mismas el actor de su liberación. El factor político no es sinónimo de mero apoyo a una causa política. No se trata de que las masas apoyen un programa que otros ejecuten por ellas. No se trata de que las masas apoyen a sus libertadores. Porque tales no existen. Porque si no son las masas las que toman el control de su propio proceso político, seguirán enajenadas políticamente. Si el socialismo ha de ser posible, será sinónimo de la más amplia participación popular, la más amplia de las democracias.
Pablo Hernández Jaime es Maestro en Ciencias Sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.